Javier
Puebla, diario web: PORTADA DIARIOWEB DE JAVIER PUEBLA DIARIO 2006: ---(PRIMER SEMESTRE)--- DIARIO 2005:----SETIEMBRE-OCTUBRE AÑO 2006-1º Semestre A
partir de cierta edad la vida se vuelve, sobre todo, administrativa 8 de enero.
Llevaba unos diez días sin acercarme a mi vieja y querida página
web, a este diario un tanto contenido pero aún así muy
agradable de escribir. El pasado viernes, anteayer, mi viejo amigo Eduardo
Lago se proclamó ganador del Premio Nadal con
su, oficialmente, primera novela: El Cuaderno de Brooklyn (bueno, ahora
se titula Llámame Brooklyn, pero durante años todos los
amigos la conocíamos -Eduardo llevaba años y años
con ella, primero en la cabeza, muchos años después ya
escribiéndola- con el título reseñado en primer
lugar). Resulta curioso, o en realidad no lo es en absoluto, que todos
los componentes del Grupo de Brooklyn (un nombre que
inventé yo, pues siempre tengo tendencia a nominarlo todo, convertir
la realidad en palabra), los cinco que salimos en aquella mítica
foto realizada una noche de febrero en el Promenade de Brooklyn, nos
estemos convirtiendo en personas públicas, personas sobre cuyas
vidas y hechos opinan gentes que no conocemos. En esa foto, (en la que
no está José Luis Madrigal, que es al Grupo de Brooklyn
lo que el Espíritu Santo a la Santísima Trinidad; y quizá
por ello a veces tiendo a pensar que José Luis Madrigal es la
nieve que cae), en esa foto que buscaré para colgarla de este
diario, un enorme copo de nieve tapa la cara de Eduardo Lago, precisamente
la de Eduardo Lago. Se nos vé perfectamente a los otros cuatro,
a Fermín Cabal, Federico y Achero Mañas, y a mí.
Eduardo llevaba muchos años trabajando tras rehacer su vida de
la nada -yo le conocí cuando naufragaba en la nada neoyorquina-
y se merecía, se merece, este reconocimiento. Por los azares
de la vida yo me había citado con el hermano de Eduardo, otro
viejo amigo: El Rojo, Red Lake, Jose Antonio Lago, a fecha 7 de enero,
cuando pasasen los Reyes; una cita largamente demorada pues tras años
de ser uña y carne -hermanos de tinta- pasamos a dejar de hablarnos
(culpa mía, soy demasiado temperamental, durante más de
un lustro). Me encantó verle. El Rojo, tan genial y tan él
mismo como siempre. Entre
hombres el afecto es algo difícil, porque no puede concretarse
en nada, es algo irreal y dulce, pero también -siempre- doloroso
Ahora que me acuerdo. También pasé una tarde con Eduardo Melón, quien amén de agente de escritores es músico y cantante y va a debutar en la Fnac en abril (no me lo pienso perder). Y más, hay más cosas. Ah, claro. La tarde que quedé con Eduardo Lago. Yo venía de nadar y el subió andando desde casa de su padre. Nos citamos junto a mi antiguo colegio, El Pilar. Y luego fuimos a caminar juntos por el Retiro. La luz bajando y muy suave; el gato negro que intentó cruzarse en nuestro camino pero bastó que le dijese una palabra para que se descruzase (a Eduardo no le extrañó, sabe que soy EL HOMBRE QUE HABLABA CON LOS GATOS), y el placer de ver en el rostro de mi viejo colega una sensación que yo disfruté hace dos años, cuando fui Nadal, Nadalito, finalista; la sensación de que, de repente, todo encaja, que "todos los pecados nos han sido perdonados". La sensación no es eterna, pero queda un regusto, una memoria del cuerpo como se dice ahora, que a veces vuelve, retorna, y hace mirar la vida con cierta tranquilidad, con menos angustia de -Eduardo Lago y yo sabemos mucho de eso- la habitual. La vida tiene, a veces, momentos "portentosos"; pasan, sí, y por eso hay que relajarse, dejarse llevar cuando llegan, disfrutarlos. ¿Cuales
son tus principios? Te vas a reír. No me reiré. Ser un
caballero. (Un caballero es quien hace, no lo que quiere, sino lo que
debe hacer) 22 de enero. El lunes comí con Cuca Escribano, a quien en los últimos meses apenas ha visto pues no ha parado de trabajar. Está terminando el rodaje de El Camino de los Ingleses, basada en la novela de mi colega en el Nadal: Antonio Soler y dirigida por Antonio Banderas (me contó un par de anécdotas geniales de Banderas, una de ellas, en particular, digna de un cuento que intentaré escribir a lo largo de esta semana) y parece que en breve se incorporará al reparto de una mini-serie de TV. Me llevó al restaurante de Caballero de Gracia que tanto gusta a los diplomáticos sin estructura familiar cuando tienen que realizar invitaciones masivas: la comida es buena y original, el lugar agradable y moderno y los precios ajustados; el único pero son las esperas, ya que no se puede reservar mesa con antelación; pero tuvimos suerte, llegamos y nos dieron la mejor mesa del local (a veces, en la vida, las cosas salen bien). Le hice esta foto, con mi sombrero (para una colección que voy haciendo sin prisa, cuando surge, de mis colegas con mis "cubrecabezas". Esa misma tarde, la del lunes, pasé por Amargord (llevaba tiempo sin hacerlo), y volví a pasar posteriormente por el Club-Librería-Editorial (y casi casa de putas) el miércoles o el jueves; es un bonito proyecto pero -aparte de haber sido uno de los autores de la casa con Blanco y Negra- no sé muy bien dónde puedo encajar dentro del mismo; me temo que -a pesar de los generosos esfuerzos de Chema- en ningún sitio. Dirigir la colección de una editorial, y hacerlo bien, implica dejar de escribir y -mientras pueda permitírmelo- sigo deseando que escribir ocupe el primer lugar en la lista de mis ocupaciones. El finde estuve en la sierra, en L.A., El Escorial. Llevaba tres meses sin ir. Mis padres subieron el sábado; habían pasado a DVD algunos antiguos super8 y siempre conmociona verse a uno mismo, veinte o hasta cuarenta años atrás; ver las caras, las sonrisas, la vida en los ojos, de los que ya no están y que, en aquel momento, parecía caminarían a nuestro lado hasta el final del sendero. Es domingo. Temprano. Apenas las nueve de la noche. El martes comienzo con un grupo nuevo, un "barco" nuevo y aunque de momento sólo tengo un par de Tripulantes me apetece preparar a fondo la clase, sistematizar el curso para así poder profundizar en diferentes detalles cada vez que lo imparta. Mis Tripulantes, serán 17 ya a partir del próximo martes, son la mayor alegría que me proporciona dedicarme profesionalmente a la literatura; lo extraño es que los relatos no los escribo yo, aunque de algún modo los quiero y siento como míos. Cenaré, leeré un rato a Murakami, me está gustado su Blues de Tokio, es increíble lo moderno que era Japón hace treinta años, e intentaré acostarme temprano (que lo consiga no es muy probable, pero al menos, y al escribirlo, formulo y subrayo el deseo, el pensamiento). No
poseer en propiedad muchas de las cosas que nos gustan.
Se disfruta más de ellas si son ajenas. El dueño sólo
goza el primer día, los extraños los demás. Las
cosas ajenas se disfrutan doblemente: el riesgo de dañarlas no
existe y sí el placer de la novedad. Todo sabe mejor con privación:
el agua ajena parece néctar. Poseer las cosas además de
disminuir el disfrute, aumenta el enfado por prestarlas o no hacerlo.
Tener cosas es mantenerlas para los demás. Se ganan más
enemigos que agradecidos.
Si
alguien me hace daño, haré daño, haré daño,
haré daño. 5 de febrero. Las aguas
están inquietas. El capitán Ricardo del Olmo, capitán
mercante en su juventud y capitán de Libertad8, el mítico
pub de la calle Libertad, desde hace 30 años, celebra el mencionado
aniversario y me citó para que le escribiese un texto el pasado
lunes; cosa que hice encantado. Ricardo es como es, claro como el agua
más cristalina del Caribe, y quien no se entiende con él
es porque no le da la gana mirarle a los ojos. Me gustó verle
y quedamos en nuevos, futuros y prontos proyectos. La semana que viene también se presenta animada. Tengo cita con Rojo Lago el lunes (preparamos "milagros") y su hermano, Eduardo, llegará desde Nueva York a presentar el Nadal. Enredando en mis cajones he encontrado una vieja foto, tomada en Nueva Yord, de Mister Edward Lake, en la que también aparece mi muy querido amigo, compañero de colegio y luego de oposición, Antonio Gurrea, que a la sazón -año 1998 o 1999- era el canciller del Consulado de España en Nueva York. Fue una noche especialmente divertida que la foto me acerca a la memoria; acababa de llegar de Dakar y había alquilado junto a Central Park un apartamento que, yo aún no lo sabía, pertenecía a una bailarina de strip-tease brasileña (sus amigas tampoco sabían que había alquilado su apartamento y no dejaban de llamar). Menos mal que los tres, hombres serios y emparejados, preferimos dedicarnos a charlar de literatura y beber gaseosa en lugar de irnos a nadar en bourbon entre sirenas de color. Gente ejemplar; así eramos nosotros. Sí, sí, ya sé.... El
idioma echa a perder muchas cosas entre hablantes de la misma lengua,
porque tan pronto como se empieza a hablar: se miente. 12 de febrero. El lunes, lo estamos convirtiendo en un hábito saludable, quedé -como estaba previsto- con El Rojo, Red Lake, y ya nos despedíamos cuando llamó su hermano Eduardo, harto de tanta entrevista y firma de libros a causa del Nadal, y loco por tomarse una cerveza. Pasada la euforia del premio queda el trabajo de la promoción, y como todos los trabajos tiene momentos mejores y peores; me recordó a mí mismo -otra vez- hace dos años y me hizo pensar que en realidad no todo eran alharacas y jijiís jajajás, que el ritmo que marca una editorial no es el propio ritmo, el ritmo que marca quien te paga nunca es el propio ritmo, y eso violenta y cansa. Al día siguiente por la mañana, convocado por la maravillosa jefe de prensa de Alianza Editorial, Ana Kuntz , había en un céntrico hotel de la Villa y Corte, concretamente en la Gran Vía, un desayuno de trabajo, y me apetecía ir, entre otras cosas por ver a Paula Izquierdo, a quien hacía meses que no veía, y también a algún otro escritor. Además me gustan los desayunos que monta Ana Kuntz, en la foto de la derecha accediendo a posar para mí en la puerta del hotel; consigue un ambiente de camaradería insólito. Había un montón de escritores, para más detalles puede consultarse la columna de esta semana para Cambio16, La Vida Literaria, pero sobre todo estaba Joaquín Arnaiz, a quien conocí hace 25 años -The time passed goes by, tócala otra vez, Sam- cuando ambos trabajábamos en el suplemento cultural más vivo, y más cultural, que en mi opinión ha habido nunca en la historia de la prensa de nuestro país: Disidencias. Sin embargo creo que nunca había hablado con Joaquín con tanto placer e interés como la mañana del viernes mientras bajábamos juntos por una dorada Gran Vía, el suave sol de invierno brillando para nosotros, en dirección a Plaza de España. Fue lo mejor de un día por lo demás tirando a horrible (voy a ser discreto y no poner a parir incompetencias ajenas). Cerremos el día con la foto de Paula y dos de sus autores, Ramón Buenaventura y Juan Madrid; la baja calidad de las fotos para la web quizá haga que haga que el improbable lector de este diario no aprecie en la justa medida su poderío.
Y sigamos con el miércoles, que se presentaba el Nadal, y para mí, también para mi chica, tenía algo de agridulce, porque un premio que no has ganado tú, aunque lo gane un amigo muy querido, como lo es Eduardo Lago, tiene algo de comida china, dulce y avinagrado a un tiempo (por allí andaba Doña Vinagre, la persona más "matasonrisas" que he conocido desde que me convertí, segundo intento, en profesional de la escritura; es imposible no encontrársela de vez en cuando, pues está siempre invitada a todos los saraos). Esa misma tarde me había entrevistado un periodista listo y rápido, Javier Mateos, en Radio Intereconomía, y confieso me divertí mucho hablando de África, y de mi último libro: Blanco y NegrA. Entre una cosa y otra aún me dió tiempo a pasar por el Canoe y nadar 1500 metros. A las ocho estaba en La Casa de América, donde no se podía fumar, claro, y el personal andaba un poco más alterado de lo habitual. Alteración que sin duda acentuó la histriónica presentación de Llámame Brooklyn, la novela ganadora, a cargo de un Álvaro Pombo que parecía un personaje extraído de los fotogramas de celuloide de un film de los años cincuenta. Lo pasé bastante bien, porque había muchos amigos, y también estaban los dos o tres enemigos conocidos que tengo (soy humilde, de momento no he conseguido más; pero si algún día me lo monto de verdad -vendo un millón de ejemplares de Tigre Manjatan, como me aseguró el oráculo- seguro que llegaré a tener centenares, miles, de enemigos; falsos enemigos, falsos amigos; conviene pues, ahora, ir fijando a los auténticos). Y entre los amigos estaban el Rojo, Lorenzo Silva, Enrique Redel, Pilar Lucas, Malcolm Otero, Joaquín Palau, y el Grupo de Brookly casi entero, sólo faltaba Cabal, Fermín. Pero estaban Carlos Madrigal (and mother), Federico Mañas y su hermano: el viejo Achero (con Andrea, su chica), y como soy un sentimental me dió cierta tristeza haberle dicho días atrás que ahora sólo somos conocidos. Pero aunque me dé tristeza o ganas locas de bailar es lo cierto, ya sólo somos conocidos. Y lo mismo empieza a pasarme con otros antaño muy queridos colegazos a los que ahora mismo ya no veo casi nunca: ellos no tienen tiempo, yo no tengo tiempo, el tiempo no tiene tiempo y quien lo desentiempará... "gallinas que se muerden las plumas del culo" (para no escribir la manida frase de la cola y la serpiente). Me acosté tarde, el miércoles. Madrugué el jueves (como todos los días). Conseguí hacer cuanto debía y quería hacer, es decir, que me comporté como un caballero according Murakami en Tokyo Blues, a pesar del cansancio y las pocas horas de sueño; pero exagero: estuve durmiendo tres horas por la mañana entre las páginas de una novela de Cees Nooteboom, la semana que viene supongo que contaré porque me estoy leyendo las obras completas del autor neerlandés (así lo pone Julio Grande, su traductor en Siruela). Y el viernes...., el viernes había un concierto con pinta de divertido a cargo de Enrique Mercado, Pedro de Paz y Nacho Fernández. Pero el viernes es hoy. Escribo, y espero que no se convierta en costumbre, el resumen de la semana, el viernes por la mañana. Me zampo el finde. Lo guardo para la intimidad. Para mí solo y los míos. Privado. Puerta cerrada. Please, don´t disturb. A
Arthur Daane le gustaba la gente que "llevaba más de una
persona dentro", y no digamos cuando esas diferentes personas parecían
contradecirse entre sí 19 de febrero. Empecemos por el final, por capricho y porque la frase de Noteboom se corresponde más a la conferencia que ayer sábado dí en Santa Engracia 17 para los componentes del grupo Atlantes, en la foto con su presidente, Jose Antonio Corrales, a la derecha y parcialmente fuera de la imagen. Suponía que me habían llamado para la típica conferencia en la que yo estaría sentado en un escenario y el público en las correspondientes butacas del anfiteatro; pero no. Era una mesa alargada, una mesa similar a la que utilizo para dar mis talleres, La Mesa del Capitán, y de hecho estaban tres de mis Tripulantes o alumnos entre el grupo; así que me relajé, estiré las piernas, y aunque hablé media hora del tema para el que se me había convocado, LA LITERATURA COMO SEGUNDA OPORTUNIDAD (no puedo incluir el texto de la conferencia porque tengo la mala costumbre -alguna vez no sale y es un pequeño desastre- de improvisarlas); pero como había tiempo y me sentía en confianza también les hablé de mi antónimo, Federico Sueño o Frederic Traum, protagonista de la novela SONRÍE DELGADO, y del antónimo de mi antónimo; el poeta Alberto Delgado. Todos, como se puede ver en la imagen, quedaron encantados con que haya alguien tan rarito como para ser capaz de inventarse a alguien que es justo lo opuesto a él y además intentar hacerle pasar por un ser real. No es sólo a Cees Nooteboom a quien interesan las gentes que llevan más de una persona dentro, según parece. La verdad es que -una vez asimilado lo peculiar de las circunstancias- lo pasé tan bien como un ratón sentado sobre un queso. Me gusta "la vida literaria"; es más, creo que es la frase más afortunada que Juan Marsé ha dicho en su vida. No menos divertido, aunque de otra manera, fue el acto de presentación del cuidado libro LA VIDA EN HERMENAUTA de Antonio Polo(izquierda). Porque, para empezar, fue una aventura llegar hasta la Biblioteca Regional Joaquín Leguina, bajo el viento y la luvia, atravesando pasarelas altísimas (me uní a una pareja que empujaba un coche de bebé (cargado de objetos y sin ningún bebé dentro) para salvar el puente -con unos insuficientes quitamiedos- que sobrevuela las vías del tren desde Pacífico hasta Méndez Álvaro, como cuando me incorporé, tiempo atrás, a una caravana para atravesar el desierto, allá en la lejana y extraña Mauritania). En el mapa parecía que la Bibiloteca estaba al lado de mi casa, en la práctica fueron tres cuartos de hora andando. Pero allí estaba Almudena Grandes -siempre me ha caído bien- haciendo los oficios de maestra de ceremonias (una generosidad impagable por su parte pues está inmersa en una novela que, según me dijo, se acerca a las mil páginas; para compensar tal desmesura le regalé un relato de dos líneas y en tarjeta de visita), el propio Polo, el ilustrador del libro, Pedro Díaz del Castillo (foto de la derecha, el de la cara de duende feliz), el omnipresente don Jesús Urceloy (en la imagen de abajo en el centro e inescondible), y -ah, recuerdos, ah maravillas- casi todos los integrantes (inconscientes de serlo) de un grupo que bauticé hace años como El Club de los Poetas Vivos (la imagen de grupo) cuando se reunían en Libertad8 hará ya casi un lustroy a mí me llevaba hasta allí David Torres; faltan Iñaki Serra y Emilio Pascual, pero como compensación hay una chica, Vanessa, que indudablemente da color a la imagen. Lo mejor de la presentación era la alegría, tranquila, cálida, de Antonio Polo, me atrevo a pensar que conseguí reflejarlo en la foto; el orgullo de estar entre los suyos y sentirse querido y respetado. Aunque también fue muy divertido escaparse hasta el patio exterior de la Biblioteca, botella de champán en manos de Urceloy, y fumarse un cigarrito entre esa gente incalificable que son los poetas, y que no escriben para vender libros, ni para llegar a mucha gente y además -a diferencia de los prosistas y por lo que yo he visto- tienden a llevarse bien muy bien -magníficamente bien- entre ellos. Y salto ya al lunes -alejop-
porque al final este diario semanal me da más trabajo, mucho
más trabajo que mis columnas en Cambio16, Cuadernos para el Diálogo
y la Opinión de Murcia, pero creo que merece la pena pues el
número de visitas a esta humilde página se ha duplicado,
más de 1000 en 16 días, desde que incluyo fotos en el
diario, o quizá sea porque salgo con más frecuencia que
antes en los medios (TV/radio) a causa de que la promoción de
Blanco y Negra pienso prolongarla hasta que aparezca el siguiente libro.
Y, naturalmente, han ocurrido muchísimas más cosas esta semana, pero no se trata de ser exhaustivo. Y además mañana lunes recomienzo el baile desde bien temprano y ya tengo el carné, el carné de baile, lleno hasta el sábado, así que como es domingo y las seis de la tarde, con el permiso de todos los que tenéis la generosidad, amabilidad y un puntito de amor por el cotilleo, y entráis en esta página que es vuestra, voy a dejarlo ya para irme a disfrutar de una merienda-cena en familia, que hace días que no veo a mis padres, ni a mis sobrinos, ni a mi querido y único hermano. Feliz semana a todo el mundo. En
materia de venganza, era irreflexiblemente fundamentalista. Incluso
en los momentos de mayor debilidad, en los momentos que sentía
el temor de su fragilidad, estaba seguro de que se le presentaría
la hora de la venganza 26 de febrero. Llevaba diez días leyendo al excelente Cees Nooteboom (a quien gracias a la generosidad de Fernando Sánchez-Dragó conocí el pasado jueves, como testifica la imagen adjunta), y aunque he disfrutado con su obra, especialmente buena la última novela, Perdido el paraíso, confieso que fue un placer regresar a las páginas,que leo a la vez en inglés y en español (debido a mis deficiencias en el primer idioma) de Martin Amis de la que he tomado la frase que encabeza el diarioweb de esta "week de los cojones". Sí, una "week de los cojones". El lunes, muy de mañana -pero al menos fui un taxi, como un señor- me presenté de urgencia en el dentista, que menos mal que es amigo y dentista de otros escritores bruxistas (que rechinamos los dientes) y que me hizo una reconstrucción que ni la del Palacio de los Deportes de Madrid y me cobró a "precio de amigo" (Dios le bendiga; y encima el hombre cada vez que va a un cumpleaños compra uno de mis libros para llevar de regalo; no digo su apellido para que no se le llene la consulta de artistas colgados, bruxistas y pobres). Esa misma tarde llevé el coche al taller, pero esta vez no había afecto, sólo buenas palabras, como corresponden al ingenuo visitante de cualquier cueva de ladrones, para reparar algún pequeño desperfecto en la chapa. Del martes y el miércoles no me acuerdo porque estaba constipadísimo, no tengo ganas de forzar la memoria y además no es imposible que me permitiese algún tipo de licencia de las que jamás deben consignarse en un diario público; en los privados, sí, porque en caso contrario, y aunque hayas matado al rey y huido a Murcia, acabas olvidándolo y es -para un literato a quien además le divierte la vida literaria- una lástima. El jueves fue muy animado, porque por fin conocí a Nooteboom (me gustó, aunque estoy de acuerdo con él en que a los escritores es mejor no conocerlos, y menos aún cuando admiramos su obra; pero como le dije, aprovechando que Fernando Sánchez-Dragó nos sentó juntos, compartir una hora en un plató no era exactamente conocerse). También conocí, es decir: ví e intercambié un par de frases con él, al larguísimo, elegante y ultracorrecto Marqués de Tamarón, Santiago para los amigos, que estuvo a punto -me enteré esa mañana- de ser mi Embajador en Mauritania (yo llevaba los asuntos comerciales de España con Mauritania desde Dakar, y tuve largo y muy placentero trato con un diplomático -persona fantástica- de nombre Juan María López de Aguilar, a la sazón embajador de nuestro país en Nouakchott ; le fotografié en diagonal, y guardo la imagen para futuras ocasiones, porque Santiago, Marqués de Tamarón, es increíblemente alto. Como también era muy alto, no lo esperaba, Fernando Delgado, uno de los premios Planeta, pues ya que estaba allí hice doblete y me quedé al programa dedicado a los 50 AÑOS DEL PREMIO PLANETA, donde falló el invitado principal para fortuna de los espectadores -es una opinión- pues su lugar lo ocupó una mujer maravillosa a quien yo no conocía, Ana Gavín, la jefe de comunicaciones del Grupo Planeta (le pregunté si era como SuperLucas en Destino y no pudo evitar una sonrisa). Y digo que me pareció una mujer maravillosa, y eso lo tiene en común con otras mujeres en "plenitud" que he conocido en el palacete que tiene el grupo planetario en Recoletos, mujeres que son más que guapas, más que atractivas (que lo son, y en particular la Gabín como puede apreciarse en el perfil que le robé para esta web). Tienen, tiene en particular Ana Gavín, la hermosura, la belleza de una escultura, de una escultura de mármol fabricada desde dentro y a fuerza de inteligencia y voluntad; en su momento las cosas eran muy difíciles para las mujeres y las que están arriba ahora no ha sido por "cuota" sino por valía. Estábamos en los camerinos y comenté que era una lástima que no saliese ella en el programa, fíjese el lector en el dominio del color de su atuendo, y Fernando Sánchez-Dragó, que es rápido y jamás se ha dejado adormecer por el éxito, la incorporó a la mesa, donde también estaba Julia Escobar, otra "tribuna" habitual de Fernando, y el felicísimo señor Eslava, Juan Eslava, que ha vendido casi un millón de ejemplares del premio Planeta que ganó gracias a la magia de un Unicornio. La verdad es que lo pasé fenomenal. Siempre lo paso fenomenal en el programa de Dragó, excepto en una ocasión que se me taponó un oído y además Lucía Etxebarría no dejó hablar a nadie. Como me encanta la tele -vuelvo a decir que estoy más cómodo, más relajado, delante de una cámara que solo en el salón de mi casa, pues delante de una cámara todo vale, todo entra y todo es espectáculo- he incluido en esta página de longitud infinita (cosas de la informática) el retrato, apresurado, de una chica de producción amabilísima, Gema, y también el de la ayudante de Fernando Sánchez-Dragó, la gentil, eficiente y dulce Arancha Salama, porque siempre echo de menos eso, que al espectador no se le muestre más tramoya (Sardá lo intentaba en Crónicas Marcianas, pero era muy mejorable; si algún día dirijo un programa ya se enterará el espectador como debe hacerse). Precisamente en LAS NOCHES BLANCAS me resulta admirable, brillantísimo, ese juego de metaliteratura, o metatelevisión, que hace Dragó, cuando explica a la audiencia que estamos grabando meses antes de que se emita el programa, que se nos ha pedido que llevemos ropa primaveral (la mía no lo era demasiado, y eso que llevaba una maletita: debería poner también la foto (pero no, que ya hay muchas hoy) para que nadie piense que estoy jugando: yo me lo curro, siempre me lo curro, hasta donde me llegan la voluntad, la inteligencia y los huevos). Pues eso, que Dragó hace metatelevisión y por ello espero que sus Noches Blancas, o Negras, o Blancas sobre Negras, o como sean, siga sobreviviendo muchos muchos años. Como también espero que la gente comprenda la razón por la que no me quito el sombrero en lugares cubiertos (Fernando Delgado hizo un alegato en camerinos fantástico al respecto, basándose en que al ser -el sombrero- una prenda de uso ya no común deberían aplicarse nuevas normas protocolarias en su utilización; para empezar, cuando vas a un bar, no hay ya donde dejarlos, excepto encima de la cabeza). Pero no voy a olvidar, aunque ya estoy un poco fatigado, harto de teclear, de escribir (menos mal que esta página no la corrijo nunca, la dejo como sale y ya está: alegría y rockandroll) y además tengo hambre (a vez si mi chica pide una pizza y alquilamos una peli), pero -repito- no voy a olvidarme de mencionar que, como ya es costumbre, la noche anterior a su regreso a Nueva York (era viernes y hacía un frío continental, la vendedora china de películas pirata llevaba un buen surtido de porno oculto en su cartera cuando nos abordó, las tapas del Buendi estaban riquísimas), quedé con Eduardo Largo, y también con su hermano, Jose Antonio, el Rojo, de quien había leído el día anterior un cuento hiperbreve aprovechando el programa sobre el Premio Planeta; pero eso, si alguien quiere verlo, tendrá que estar atento a la tele; yo no voy a explicarlo aquí. Sí que siempre da una cierta tristeza que se vaya Eduardo (hasta a Malcolm Otero -al parecer y en SMS- le produjo cierta nostalgia), porque de El Grupo de Brooklyn el único que se quedó en Nueva York fue él, y el único capaz de recuperar para todos ese espíritu burlón, cazador y aventurero es -ahora- también él. Quizá, porque yo soy del Grupo de Brooklyn, quien más añora la burla, la caza y la aventura, es a mí a quien mister Lake se ha acostumbrado a ver la noche anterior a su partida a la ciudad de los pipsous, los largos paseos, el anonimato absoluto y los miles y miles de hombres y mujeres que gracias a la magia de la ciudad se permiten jugar a ser adolescentes para siempre, adolescentes eternos. Hay
tribus ocultas cerca del río 27 de febrero. Me dice mi chica que Santiago Roncagliolo ha ganado el Alfaguara, y recuerdo el día que le conocí, cuando ambos eramos "aspirantes" y aún no profesionales, ambos convocados por David Torres que ya había acariciado las babas de la fama tras hacerse con el finalista del Premio Nadal. Cenamos en un Chino, en compañía de Urceloy y Navas, ambos poetas famosos, y luego estuvimos dándole duro a los mojitos o algo así en un bar de dos niveles cuyo nombre no recuerdo, pero que estaba situado cerca de la calle del Pez, o quizá en la propia calle. Me cayó bien, Roncagliolo; creo que es uno de esas personas que, en general, caen bien a todo el mundo. Por aquel entonces escribía crónicas políticas en Cambio16, donde yo ahora publico mis columnas. Y meses después ambos estuvimos entre los finalistas (sin resultados prácticos para ninguno) del premio Herralde. A la salida de aquel pub de mojitos y buena charla, ese día que nos conocimos y para no perder mi hábito de "we are the champions" pedí a todos posar para una foto (el mando a distancia está camuflado en mi mano) y allí nos pusimos en ordenada fila ante mi pequeña cámara, una Aps, que estaba apoyada en un bolardo. "Algún día" -recuerdo o invento que dije- "esta foto será historia y se llamará CUANDO ERAMOS ASPIRANTES). Aunque bien pensando, y a pesar del premio de Santiago, o de que yo tenga la suerte que se esté agotando la primera edición de mi segundo libro, Blanco y Negra, seguimos siéndolo:aspirantes a niños creadores y eternos. Aquí está la foto:
Estar
borracho era una forma de decir que, en tu opinión, el universo
no tenía sentido. 5 de marzo. Acabo de regresar de Murcia, la amada Murcia, la fácil Murcia, la generosa Murcia. No deja de sorprenderme que once años después de irme me sigan invitando en los bares, me regalen cosas en las tiendas y nunca dejen de recordarme, en uno u otro sitio, que aún conservan el artículo que les dediqué en el periódico La Opinión. Y naturalmente el coche venía cargado de naranjas, limones y otras mil maravillas, como siempre que vamos a ver a mis padres políticos. Pero en Madrid, seamos justos, también me regalan cosas, el martes me llegó por correo la última novela de Philippe Besson, Un Chico Italiano, autor también de aquel maravilloso experimento titulado Final del Verano en el que conseguía animar, dar vida, a los personajes que el genial Edward Hooper inmortalizó en el más famoso de sus cuadros: Nighthawks. Le conoceré -si nada se tuerce- en persona el próximo miércoles, en uno de las ya clásicos desayunos de Alianza Literaria. Y el martes por fin se emitirá en Telemadrid el programa en el que un grupo de escritores le contamos nuestros sueños a Cencillo, sentado a la diestra de Fernando Sánchez-Dragó; siento curiosidad por ver como quedó, pues lo cierto es que llevaba preparado un sueño falso y muy sofisticado para lucirme ante la audiencia, pero al enfrentar los ojos del viejo sabio no fuí capaz de mentir y le conté dos sueños reales; insignificantes de tan pequeños pero verdaderos. Lástima que el programa lo pongan después del telediario de la noche, que nunca acaba antes de la una de la mañana. El miércoles, primer día de este ventoso marzo, Nacho Fernández (vease EL INCANSABLE SEÑOR FERNÁNDEZ) logró sorprenderme una vez más al convocar en su celebrada tertulia de la Cruzada al equipo responsable del Book-Crossing en España (imagen de la derecha). Me "sulibella" eso de abandonar libros, una vez leídos, para que los disfruten otros. Me gusta algo menos que haya que registrarlos, ponerles un número y marcarlos como ternero. En España se han liberado unos dos mil libros escasos, pero en el mundo, y según la web oficial del movimiento (pones en Google el nombre: book-crossing y aparece la página (No lo he comprobado, como siempre la semana ha ido cortísima de tiempo). Explicaron los Book-Crossing boys, en la foto, Al parecer existe una variedad llamada Book-Borrowed, libro prestado, en la que el libro vuelve a quien lo ha liberado: una especie de biblioteca pública libertaria; claro que la mayoría de las veces el libro no regresa a las manos originales y se queda pegado a los dedos de alguien que lo ha conocido, y se ha enamorado de él demasiado, en el camino. Ese mismo miércoles, y también en la taberna de la Cruzada, conocí a Leo Zelada (en la foto del grupo de tertulianos el chico de gafitas a la izquierda, parcialmente oculto por la autora de LA MUJER DE CERVANTES, el último libro de literaturas.com ediciones)), que me regaló un ejemplar de su novela American Death of Live, y autor de una antología de nueva poesía Hispanoamericana que ya va por su sexta edición. La verdad es que la imagen parece un apunte hecho con pintura más que una foto, y eso que apenas la "toqué". Supongo que quien conozca a los retratados podrá identificarlos, y quien no... tendrá esa visión de grupo, de alegría de conjunto, que era la que pretendía transmitir en este diarioweb que el pasado mes de febrero recibió un número de visitas más que sorprendente: casi 1700. Supongo que en gran parte se deberá a las fotos que últimamente incluyo; y también que cada vez es menos mi diario para ser "el diario de los otros" (como el sexto tomo de los diarios de Anais Nin), o una crónica caprichosa, accidental y apresurada de "la vida literaria" en la Villa y Corte. Intentaré mantener alto el pabellón, pero ya empieza a sucederme, y eso es nefasto para un diario (jamás me ha sucedido con el que llevo en el bolsillo), que en ocasiones hago cosas para apuntarlas en este diarioweb, en lugar de hacerlas y luego... tal vez apuntarlas, tal vez no. Supongo que es una temporada, la borrachera del número creciente de visitas, y el placer de poder "sacar a los otros", proyectarlos al mundo. Pero seguro que no es pasajero y poco grave. No vivo para este diarioweb ni mucho menos. En Murcia no he hecho ni una foto con mi cámara-vampiro. Me he limitado a disfrutar del buen tiempo, la generosidad de la ciudad y el buen talante de sus gentes. Ah, pero tengo otra imagen, la había olvidado. Y eso que la realicé, esta vez sí, con la única y exclusiva intención de colocarla en esta página. Viajaba en el metro y frente a mí había una persona leyendo. Un señor. A los escritores siempre nos llama la atención que otro ser humano lea. La señora que iba a su lado protestó un poco por el flashazo (puede quepensando, y puede que con algo de razón como imaginará cualquiera que me conozca, que mi inspiración, lo que deseaba capturar, eran sus piernas enfundadas en medias negras y no a un señor calvo con sobretodo amarillo y un libro entre las manos) y se montó una pequeña tertulia improvisada en el vagón, durante la cual enseñé la foto a cuantos tenía enfrente, para demostrarles que sus caras no salían; y ya puestos..., hablamos de todo un poco: de la m-30, los reallity show, de que a un hombre (parecía el acompañante de la señora de las piernas; luego no) siempre le fotografiaban el lado malo. Y mientras hablábamos y hablábamos el único que había sido fotografiado, el objeto y desencadenante de la pequeña tertulia, nos ignoraba por completo y continuaba leyendo reconcentrado e imperturbable; como si estuviese hechizado; y quizá lo estaba, pues el libro que tenía ante sus ojos miopes no era otro que la última entrega de la serie de Harry Potter (ah, los magos). Para
irse con un cliente es necesario no sentir ternura alguna 12 de marzo. "Como ha cambiado tu diario", me comenta una de mis más brillantes amigas, Juana Márquez, quien no sólo lee las últimas anotaciones (plagadas de fotos en el 2006) sino que es capaz de analizar las palabras que voy colgando -ahorcando, condenando a la muerte de existir para quien quiera verlas- de esta web y valorar su peso en el conjunto de este juego (que quizá cualquier día detenga o extinga de golpe): mi diarioweb. Al principio nadie sabía que existía, y para llegar a él había que encontrar un cuadrado escondido en la página Aboutme, o pinchar en los ojos de un autorretrato londinense. Pero poco a poco, suele suceder siempre así, yo también comencé a ver el conjunto con perspectiva y le dí una entrada propia desde la página principal; coloqué un contador secreto, de esos que el lector no puede consultar, y para mi sorpresa comprobé que el diario tenía muchas más entradas que la columna semanal o los cuentos, las fotos e incluso las pelis (las pelis a la gente le da miedo, os da miedo, descargaroslas, porque se deja de estar en la página web, se abre Windows Media o Quick Time, y hay que esperar algo (apenas cinco segundos con ADSL, pero aún así: esperar). Lo más visitado era el diario. Y empezó a cambiar. Ese cambio se convirtió en una orgía de imágenes a partir del momento en que uno de los miembros de El Grupo de Brooklyn, ganó el Nadal, y lo hacía siguiendo mi estela, mi ejemplo ( cierto que yo no había ganado el Nadal, sino que había sido finalista, pero "sin agente y sin seudónimo", a pecho descubierto); pero mi amigo Eduardo sin el ejemplo, sin comprobar que era posible lograrlo, probablemente ni siquiera se habría presentado; así que en parte su triunfo lo sentí como mío y así lo he vivido y celebrado. Sí, mi inteligente amiga tenía razón. Mi diario había cambiado. Ha sido diferente desde el mes de enero, y va a volver a cambiar esta semana, va a ser diferente hoy. Sólo lo siento por Philippe Bessón, a quien he dedicado la columna periodísitca de hoy, y al que hice una foto que -como fotógrafo soy demasiado malo como para ser modesto- considero genial y que no voy a colgar en la web. Esta semana no voy a subir o colgar o ahorcar o bajar de peso ninguna imagen para esta web. No me apetece. Esta es una página privada, con mi dinero la pago y a nadie pido nada por entrar y utilizar una u otra puerta. Hago lo que me da la gana. Soy libre. Absolutamente libre. En realidad tanto o casi tanto como en los diarios que llevo en el bolsillo y que tengo voluntad de no publicar jamás, aunque según otro de los miembros de El Grupo de Brooklyn, el antaño tan delicioso amigo Achero Mañas, lo que diga el futuro de todos ellos, de todos nosotros, de mucha de la gente que conozco, deponderá más de los diarios que yo hace ya tantos años escribo que de lo que hagan, logren por sus propios méritos y esfuerzo, en el mundillo (diminutivo utilizado con plena consciencia) artístico en el que por razones de nacimiento y época nos ha tocado movernos. Pero no me quejo. Improvisar prueba la verdadera calidad del artista; sólo que tengo que aprender a no tenderme trampas a mí mismo (ya lo hice con aquel asunto de EL AÑO DEL CAZADOR, un cuento al día durante un año; y casi me ahoga). Así que ahora voy a quitarme la excesiva responsabilidad de actualizar este diario 2006 que he titulado La Vida Literaria hablando de mis muchos colegas en la batalla, hablando de ellos y fotografiándolos. Hoy no voy a hablar de nadie en particular. No voy a contar ningún desayuno de trabajo, aunque he estado en dos. Y la foto de Besson quizá la ponga la semana que viene, pero no esta. Esta la dejo sólo en letra. Cambio. Me gusta el cambio. Los cambios. Todos los cambios. Se me llena la boca de vida cuando explico que soy columnista de Cambio (16), que el Cambio ha sido la única revista que ha sobrevivido a todo: la transición, el centro, la izquierda, la derecha, la prensa gratuita. El cambio es vida, el cambio es ser imprevisible, y significa de algún modo que nadie sabe por donde has venido y mucho menos por donde vas a salir, como cantaba Santiago Auserón. Cambio. Este diario ha cambiado esta semana. No he contado nada de lo que he hecho. Ni lo voy a contar. Y quizá vuelva a cambiar la semana que viene. Retome el rumbo abandonado por una sola entrega. O no. Tal vez otra vez ponga solo fotos. O una peli..., tengo una idea buenísima en esa dirección. O .... ponga el diario de mi antónimo, Federico Sueño/Frederic Traum, quien ya harto de ser Alberto Delgado, el sonriente Alberto Delgado, quiera, necesite, desee ¡volver a la acción! (pero eso no lo haré; el diario de Traum sería impublicable; la parte oscura del cambio, de ser impresible es que también te conviertes en una persona difícil en el trato, "un tipo difícil", y mi trabajo, mi empeño actual, requiere que sea claro, diáfano, limpio. Así que probablemente las letras de esta semana sólo sean un interludio, un capricho de escritor, una debilidad de ser humano con más proyectos en la cabeza de los que pueden realizar sus manos. Un interludio, y la semana que viene volveré a hablar de tertulias, presentaciones, risas y sonrisas; las risas y sonrisas de los que como yo luchan con paciencia y persistencia a mi alrededor. CODA, UN DIA DESPUÉS: Me siento incapaz de no subir la foto, sea genial o no, de Philippe Besson. Tuvo la deferencia de hablar conmigo en francés, y como ya dije ayer: me ganaba la nostalgia. Durante mis cuatro años dakareños comía, dormía, soñaba y leía (incluso a los autores americanos) en francés, y un idioma conocido es como un olor, te transporta, en el espacio y el tiempo. Asi pues, para todos los amables lectores, y también para los lectores bordes, Phlippe Besson con su última obra traducida al español: Un chico italiano. Si
el tiempo aguardase a que acabáramos con nuestras locuras preferidas,
seguiríamos siendo jóvenes, todos nosotros, hasta el Día
del Juicio 19 de marzo. El lunes fue un día maravilloso. No hice nada. Pasear. Sólo pasear. Por el centro de Mad Madrid, el corazón y las arterias de la vieja y conocida ciudad. Y cada pocos pasos iba cambiando, no sólo el paisaje interior sino sobre todo el interior. Lo que más me interesa -como experiencia- del proceso de escribir y más ampliamente del proceso de crear es que puede hacerse desde muy diferentes puntos de vista; por ello no sólo tengo al menos media docena de heterónimos, sino incluso -hablo mucho de él últimamente, tras años de absoluto secreto- un antónimo, alguien que piensa y actúa de modo contrario, absolutamente contrario, al que en mí sería espontáneo y natural: el señor Frederic Traum, protagonista y narrador, es su voz, de Sonríe Delgado, a quien siempre quise hacer pasar por un autor real, una persona normal de carne y hueso. Y al pasear por el centro de la ciudad -en lugares como Nueva York o Londres, al ser ciudades más cosmopolitas el proceso se torna aún más acusado- van saliendo, viviendo, todos esos otros yo y anti yo que llevo dentro; y por eso es tan lenitivo para mí caminar por las calles de ciudades que me permiten ser anónimo, porque al no verme obligado a ser sólo Javier Puebla, puedo ser también León Salgado, o Javier Panizo, o Daniel Fénix (el que hace las fotos que ilustran esta web), Ram Remdel, Traum o cualquier otro (incluso el demasiado ingenuo poeta Alberto Delgado). Pensé que sería un día inmejorable, que no habría nada mejor sobre lo que escribir esta semana que sobre esa tarde sin fin de lunes. Pero me quivocaba. El miércoles fue aún mejor. Eran las ocho de la tarde cuando una de mis Tripulantes más animosas (lo cuento también en la columna de esta semana) me llevó en taxi -le iba de camino- hasta la Casa de América donde se presentaba un libro de José Luis Alonso de Santos. La presentación tuvo lugar en la Sala Simón Bolivar la cual, coincidencias o guiños del show que llamamos nuestra vida, fue el lugar donde dirigí mi primera tertulia literaria año, La Dulce Conversa, tertulia que en realidad fue el precedente de los cursos que doy ahora y que me permiten vivir sin tener que escribir novelas que no quiero ni ser negro de autores o columnistas consagrados; o tener que reincorporarme al ministerio. Confieso que acudí, basicamente, para ver a Fermín Cabal y hablar con él de viejas aventuras si el tiempo lo permitía (pero no lo permitió; apenas cruzamos unas pocas y apresuradas palabras). Pero en la presentación me esperaban muchas sorpresas: entre otras la presencia de Emilio Pascual a quien luego acompañé caminando hasta la boca de metro de Alonso Martínez y con quien sostuve una conversación impagable; Emilio no sólo lo sabe todo, sino que además piensa con la precisión y limpieza de un bisturí; y aún más: escucha. Pero eso fue el postre; el postre maravilloso. En medio tuve el placer de fotografiar tres veces a la Forqué. Para mí la Forqué es más que una mujer atractivísima, más que una actriz de éxito permanente, porque .... la ví por primera vez en una película que ponían el Pequeño Cine Estudio Magallanes (creo que se llamaba así) cuando debía tener unos 17 o 18 años, yo, y me ganó el corazón para siempre. De aquella película sólo recuerdo que era extraña, indi que se diría ahora, más bien corta: unos cuarenta minutos, y que estaba ella, que ella era la protagonista. Así que, aprovechando que la tenía tan cerca decidí -sin que me viera, sin molestarla- fijarla en una foto. Pero me vió, o mejor dicho, me vió sin verme: La Forqué posee un don o cualidad del que yo sólo había oído hablar en Pablo Picasso, la capacidad de ser consciente de la presencia de una cámara en no importa cualesquiera circunstancias. Aquí están las fotos pero para saber lo que pasó exactamente, la prueba de lo que acab de decir, vuelvo a remitirme a la columna de esta semana (me da pereza volver a escribirlo aquí, pido disculpas). No quisiera terminar este semanarioweek sin decir que, parte de la magia que se consiguió en el Salón Simón Bolivar de la Casa de América, José Luis Alonso de Santos me escribió la dedicatoria más bonita que me han puesto jamás en un libro. Ya se cerraba el acto, el pequeño viaje terminado y concluido, cuando me acerqué con mi ejemplar para que, más por placer que por fetichismo, me lo firmase. Al preguntarme a nombre de quien debía dedicarlo le respondí que "a un señor con sombrero", pues no me pareció oportuno en su momento de gloria, rodeado de amigos que le conocían y querían, ponerme a explicarle que era amigo de Fermín, que me habían parecido magristrales sus "cuadros" y que además eran algo muy próximo, en teatro, a lo que yo hago o intento hacer con mis relatos en TARJETA DE VISITA. "A un señor con sombrero", insistí. Y José Luis me escribió en la página cinco y blanca de su libro las palabras que siguen: "Para mi amigo del sombrero y cara de ángel". Nunca se me habría ocurrido pensar que pudiera tener "cara de ángel"; pero quizá estaba tan contento y divertido que algo de ello se translucía en mi expresión, en mi rostro, tan de miércoles, con gafas, bigote y mosca. Un tipo genial, Alonso de Santos. Pero la magia no está en quien muestra, sino en el que mira.. Para compensar, o quizá no por eso (pero da igual), el jueves sin embargo viví un día tristísimo, pero no voy a escribir en esta página llena de sonrisas sobre ello. Como tampoco voy a explicar que me pareció Capote, la película ( viernes). Ni sobre la luz que había en el Parque del Retiro el domingo. Se seleccionan pequeños y caprichosos momentos. Eso es un diario. Algo siempre incompleto, caprichoso y por lo tanto nunca del todo literatura, y sí siempre ... diversión y juego.
Supongo
que a veces me pongo desagradable. Pero no siempre; y no por principio.
En mis buenos días soy tan amable y simpático como el
que más. 26 de marzo. Esta semana "mi vida literaria" ha rozado prácticamente el cero, si excluimos las habituales sesiones de navegación, o clases, que imparto de martes a jueves, en las que he aprovechado el libro de Alonso de Santos para dar alegría a los dos barcos y la pequeña lancha que comando, aunque también he recurrido a ese precioso trabajo de Javier Marías titulado "Miramientos", que es más poético y acorde a mi estado de ánimo, pues el martes operaron en el 12 de Octubre a mi cachorrito -todo ha ido bien, gracias- y el sufrimiento vicario que supuso ver al niño desconcertado, dolorido y tan frágil, se llevó como una ola toda la energía que suelo dedicar a moverme por la Villa y Corte en busca de actos y presentaciones más o menos vistosos que luego intento -y consigo (nada de tanta modestia, Javier Puebla)- reflejar en esta página. E intentando dar la vuelta a mi miedo y mi dolor, a mi fragilidad de ser humano ahora padre, he pasado las mañanas tardes y noches pensando en la novela que -voy a intentar, ya veremos si l consigo- escribir durante la Semana Santa (al menos el primer borrador; es un libro que se me ocurrió hace muchos años, cuya idea fijé en un cuento relativamente largo de El Año del Cazador, y que finalmente he conseguido dibujar en mi cabeza como una nueva novela protagonizada, o coprotagonizada, por Tigre Manjatan, a pesar de que aún no he logrado ver publicada la primera que -es su destino- acabará vendiendo un millón de ejemplares; estoy absurda e intuitivamente seguro de ello). Crear cura, escribir cura cualquier dolor, o al menos lo mitiga. Por eso, en parte, me dedico a ello. Porque siempre me ha dolido la gente, me ha dolido el mundo y me he dolido yo mismo: tan frágil, aunque quizá no lo parezca cuando en ciertos momentos -como reza la frase del libro de Paul Auster que estoy leyendo estos días y he citado más arriba- me "pongo desagradable" y me peleo contra gigantes sin escrúpulos de ningún tipo: en las últimas semanas un tipejo camuflajado bajo un peluquín y un especulador inmobiliario con veleidades de político (que me disculpe el lector curioso que no entre en detalles; baste con consignar que estoy luchando, pequeño como un mosquito pero con el aguijón cargado de ese veneno que nace del corazón cuando creemos que algo es justo y hay que defenderlo aunque el precio a pagar sea muy superior al ínfimo placer de la victoria sobre un enemigo malaje y mezquino). Siempre
he tenido cierta debilidad por los granujas. Como amigos quizá
no pueda confiarse mucho en ellos, pero imagínate lo sosa que
sería la vida sin ellos,
2 de abril. Andaba tristísimo Javier Puebla, es decir: yo mismo, el lunes por la mañana, y también a mediodía, e incluso al empezar la tarde, porque las reformas acometidas en el club donde suelo ir a nadar a diario (véase columna LAS CABINAS MUERTAS con siete hermosas o al menos peculiares fotos ilustrándola) me habían dejado sin un lugar donde guardar mi parafernalia de nadador amateur aunque constante y diario, y al igual que un asesino -según aseguraba Agatha Christie- vuelve siempre al lugar del crimen yo decidí visitar el lugar donde había nacido mi triste tristísima tristeza de lunes con la esperanza de encontrar una solución, un acomodo que evitase mis rutinas se alterasen del todo, pues al trabajar en la casa donde también vivo mi club, El Canoe, es el único sitio exterior de referencia permanente. Y me encontré con una grata e inesperada sorpresa: a las cabinas muertas la dirección del club había decidido concederles dos semanas más de gracia y vida. No llevaba bañador pero mi amigo Frederic Traum, también asiduo del Club aunque no tenga carnet, me conseguió uno y nadé más rato y más feliz que había nadado día alguno el resto del año; y mientras nadaba se me ocurrían cosas y más cosas: cuentos, novelas nuevas, revisiones en las ya terminadas, columnas, viajes pequeños y grandes, ejercicios para mis alumnos "tripulantes"... Al salir me duché en lo que era ya casi un cementerio de cabinas, pero aún había algunas vivas y me concentré sólo en estas, en las vivas. Y no he fallado ningún día -excepto el sábado- a mi cita con el agua-perdona-pecados y mi moribunda cabina, ni siquiera el jueves, que había una comida de prensa en el Jaialai, el agradabilísimo restaurante situado en la calle Valbina Valverde donde Alianza Editorial presentaba los libros galordonados en la VII edición de los Premios de Novela Fernando Quiñones, a saber: El malduque de la Luna, de Miguel Naveros, ganador, y Donde el sol no llega, de Alberto Porlan, finalista. La comida fue excelente, y la compañía aún mejor, porque entre otros me encontré a Miguel Ángel del Arco, para quien he trabajado ya en bastantes ocasiones pues dirige la sección cultural de la revista La Clave, Joaquín Arnaíz (abajo a la izquierda) que cada día está mejor, uno de esas personas que mejora con los años; no hay demasiadas), el omnipresente Nacho Fernández, director de literaturas.com y agitador cultural donde los haya, la editora de Alianza: Valeria (a la derecha), y dos presentadores de lujo: Ramón Buenaventura (que hace años, muchos años, me dedicó una columna en Disidencias donde me llamaba "genial jovenzuelo") y Martínez-Reverte, a quien siempre he admirado por su calidad como escritor y ciudadano: pues, asegura todo el mundo que le conoce bien, una buena, excelente persona. Disfruté de la comida como un pobre en una película de Berlanga (el solomillo se deshacía en la boca), e hice muchas fotos, porque últimamente el fiel de mi desiquilibrado equilibrio tiende tanto a las imágenes como a las palabras y me temo que acabaré haciendo alguna peli este verano (digo me temo porque las pelis siempre son mucho trabajo) para armonizar ambos mundos. Pero nada más terminar de comer, y aunque me quedé el último disintiendo de la teoría de Alberto Porlán, su novela tiene un aspecto excelente, sobre que el cine y la literatura no tienen nada que ver como medio de expresión (para mí son diferentes herramientas pero se puede conseguir con ambos resultados si no iguales al menos cercanos o paralelos) cogí un taxi y me fui a nadar, a pasarme por agua para que Alá, como aseguran los musulmanes, perdonase todos mis pecados (que alguno, aunque me esfuerzo, habré cometido), y también para aprovechar y celebrar -en el sentido más noble de la palabra- el tiempo de vida que le quedaba a mi roída taquilla de metal pintado de blanco y azul en el Club Canoe. También hice muchas fotos, y también me fui a nadar después de comer, el viernes 31 de marzo, día que invitado por mi colega, y también nadador, Víctor Sanz (en la foto de la derecha preparándome el terreno), me tocaba dar una conferencia, conferencia que se transformó en dos conferencias pues los asistentes no cabían en el generoso salón de actos del instituto Manuela Malasaña, de Móstoles, lugar donde debía celebrarse -y se celebró- mi pequeña charla ante dos nutridos grupos de alumnos: el primero entre 14 y 15 años, el segundo entre 15 y 16. Suelo pasármelo muy bien hablando para gente joven, explicándoles que soy un fan de los SMS abreviados con Kás por todas partes, las menos vocales posibles y poniéndome de su parte incondicionalmente porque atraviesan un momento en el que estudiar no es placer ni elección sino algo impuesto desde el exterior; y aunque yo ya no soy ningún rebelde sí lo fui, hasta donde me alcanzaron la imaginación y el valor, durante mi muy prolongada adolescencia (se acabó hará apenas diez minutos). Lo más divertido fue el fin de fiesta cuando dirigí a todo el grupo, en pie sobre la mesa tras la que debía estar sentado, para hacerles una fotografía en la que todos deberían inclinar la cabeza hacia la izquierda, hacia la ventana, hacia el lugar donde entraba la luz. Fue una idea afortunada, a juzgar por la cantidad de adolescentes que me rodearon para pedirme, como si yo fuese una estrella y no un humilde escritor profesional, que les firmase un autógrafos (en pedacitos de papel pues enseguida se acabaron mis tarjetas de visita-cuento; tendré que hacer más un siglo de estos), pero me temo que hablé más de África y sus magias negras variadas que de literatura, más de cine y vida que de mi libro BLANCO Y NEGRA -aunque este fuese el origen de la doble conferencia y el lugar donde explico esas variadas magias negras africanas que despertaron la curiosidad de los alumnos del Manuela Malasaña, porque lo que me interesaba era transmitirles que un escritor no es un fósil (algunos sí, ya lo sé), sino alguien que está o puede estar en contacto con la vida y es capaz de hacer videoclips o llevar un sombrero como si fuese una máscara para que le identifiquen con mayor facilidad y la menor precisión real posible-la función de cualquier máscara- en el gran teatro del mundo. He estado a punto -confieso- de no escribir ni una palabra esta semana, de poner sólo las fotos: me gusta la última que he puesto, aunque al "bajarla de peso" pierda definición, con el público como protagonista y el conferenciante o actor como espectador. Es un tipo de experimento que siempre me ha encantado; en mis tiempos de cantante de rock (era malísimo pero la gente se divertía) solía hacerle "polaroids" desde el escenario a los chicos y chicas que acudían a vernos (mi máximo éxito fue ser telonero de El Último de la Fila) y se las tiraba sin esperar siquiera que llegasen al final de su rápido revelado. Pero aunque he estado a punto de escribir al final sí he escrito, porque me gusta, por costumbre, por vicio, y porque "para que una imagen valga más que mil palabras" necesita de las mil palabras al lado para que pueda comprobarse; en cualquier caso hasta en el cuento que subo hoy de LA JAVIER PANIZO COLLECTION hay una ilustración, una foto modificada. Y el sábado, que fue el mejor día de la semana pues comí, merendé y cené con buenos e impagables amigos, no voy a comentarlo porque -amén de que siempre está bien guardar alguna bala en la recámara- olvidé la cámara en casa y en esta semana ya primaveral y extraña sin fotos ... faltaría sin el testimonio gráfico correspondiente a la verdad de mi mirada. -La literatura- (2º trimestre, 2006)
Cuando puede pasar cualquier cosa nada tiene importancia 16 de abril. Me he permitido una semana sin actualizar este diario, y ocho días de hoganza 80 FOLIOS DE NUEVA Y DIFÍCIL NOVELA escapado en la tranquila, casi aburrida, sierra madrileña. Tenía bastante razón Marsé con aquella frase respecto al último Planeta sobre que nada tiene que ver la vida literaria con la literatura, aunque desde luego su frase pertenecía a la vida literaria y no a la literatura. No me gustaría estar casado con una novelista, ni que mi padre mi madre mi hermano mi hijo o mi perro (no tengo) fuesen novelistas; son seres obsesionados por mantener una ficción en su cabeza y se esconden, apartan y defienden de la realidad con todos los medios a su alcance. Los ochenta folios serán para tirar, en su mayoría, pero me han servido para dibujar los personajes, buscar los tonos y comprender la novela en su conjunto: soy incapaz, de momento, de hacer un esquema a partir de nada, en el aire, sobre el que construir un edificio de doscientas o trescientas páginas. Primero tengo que comenzar a construirlo, y luego alejarme, observarlo con perspectiva, y volver a empezar. No sé si podré ponerme a construir; la vida literaria volverá a reclamarme a partir de mañana o pasado; ya he regresaso a Madrid, se acerca la Feria, me llaman de una editorial, me llaman de otra editorial, me mandan una encuesta, en las felicitaciones de cumple (fue el 14, día de la República) había varios submarinos con propuestas e incitaciones. Pero a pesar de que he escrito una media de 6 horas diarias los ocho días que he estado fuera hoy tengo la sensación de que he estado de vacaciones, y lo he estado: de vacaciones de mí mismo, de ese Javier Puebla que sonríe, limpiamente, y que apenas escribe pues está ocupado en otras mil pequeñas cosas, desde esta web hasta las columnas, los cuentos -cada vez mejores- de sus alumnos, llevar al niño a la guarde, hacer la compra o ... ¿qué se yo? mil cosas. Pero voy a intentarlo. Voy a intentar que este trimestre sea para la literatura y no para la vida literaria; dudo que lo consiga pero el intento, por lo menos, no me lo podrá negar nadie. Esta semana no hay fotos, no hay fiestas, no hay mundo exterior. Sólo el interior, que a veces es imprescindible, para que no te ahogue, colocar fuera. Ya veremos qué diablos escribo la semana que viene. ¿Voy bien? ¿Voy fatal? ¿Más o menos? Wait and see. Y
cuanto más brillante y excepcional es el hombre, más cerca
está de la hoguera 23 de abril. Diego, mi viejo amigo Diego Diamante, me pregunta que cómo va la novela. Mal, respondo. Va mal, que es lo mejor que le puede pasar a una novela, porque si va bien, como agua saliendo de un grifo en un país civilizado, el autor se relaja, no le hace demasiado caso, empieza a pensar en otras cosas. Así que es mejor que vaya mal. La he impreso, esas 80 páginas escritas en 8 días, y paseo los folios por autobuses, vagones de tren y metro, mesas de cafés antiguos y modernos, el vestuario de la piscina..., cualquier sitio. Ahora parece que va un poco mejor, pero más vale no bajar la guardia; porque el problema es encontrar el tiempo y la concentración: las clases, la vida literaria -que sigue, lo quiera yo o no, la familia..., en suma, la realidad que nunca ha sido demasiado amiga de la ficción. Y me pasa, ya me sucedió en la fiesta de Planeta con motivo de la Feria del Libro el pasado año, que cuando estoy concentrado en la ficción pierdo toda habilidad social. Volvió a sucederme en la presentación del Premio Primavera; no hice ni una foto (aunque llevaba la cámara). Hablé poco y me fui pronto; añorando estar solo, seguir con la exploración o descubrimiento de ese pequeño mundo, la novela, que me estoy inventado y -siempre sucede lo mismo- en tiempo presente me parece lo más importante del mundo. Le
pagan muchísimo dinero por escribir libros, dijo la niña,
repitiendo lo que había oído al niño muerto. Lo
que ninguno de los dos alcanzó a decir fue que a cambio había
de entregar su propia alma 30 de abril. Voy sin la cámara de fotos, ya que en el bolsillo del pantalón o la americana el espacio reservado pra mi pequeña curiosa digital ahora lo ocupan unos folios doblados -los últimos de la novela- que voy leyendo y releyendo y comentando con anotaiones manuscritas. Y me siento un poco culpable por ir sin la cámara de fotos, hasta el punto de haber decidido que a partir de la semana que viene, me siento fuerte, volveré a llevarla (junto a los folios, no creo que les pase nada ni a una ni a los otros); porque por culpa de no llevar mi cámara encima no tengo ni una sola imagen del concierto, vacilón y divertidísimo, que dieron Nacho Fernández y Enrique Mercado en un local tan alucinante como su gestor; me refiero a EL CIRCO DE PULGAS, gestionado por el siempre genial y sorprendente Gonzalo Scarpa, actor, creador, promotor, tío divertido, enredador imparable y un millón de cosas más (o un millón de cosas menos; la gente genial tiene dos características: escasea y no es predecible). No hay fotos del Circo de Pulgas, ni de Enrique Mercado y Nacho, ni de Scarpa. Tampoco de Pedro de Paz con quien compartí jamón, chopitos y cañas el miércoles. Ni siquiera hay fotos del desayuno de prensa convocado por Algaida para presentar la última novela titulada LA NOTICIA de ese peculiar escritor, tan ingeniero de caminos y por lo tanto tan buen constructor de historias, llamado Fernando García Calderón, y mucho menos hay fotos del interior del sex-shop al que me condujo un viejo amigo para comprar una serie de tres regalos (lo siento, oculto nombre y descripción o naturaleza de los regalos) para su última amante; aunque hubiese llevado cámara tampoco habría habido fotos (o quizá sí, una vez que la llevas es fácil sacarla; la cámara, me refiero). Sería absurdo escribir en este diario que empieza a conmoverme el personaje de Jean Claude, porque -aún- nadie sabe quien es Jean Claude, que ya conozco mejor a la protagonista femenina cuyo nombre he cambiado de Mabel (demasiado rockero) por Sara (más bíblico y romántico). De las novelas no se puede contar nada en los diarios. Los diarios, sobre todo uno abierto a la mirada ajena como es éste, deben nutrirse antes de la vida literaria que del misterio íntimo y pequeño de la literatura. Así que -espero- la semana que viene sabré encontrar tiempo y voluntad para volver a incluir algunas fotos. Y mientras tanto: buenos días, buenas tardes, buenas noches, como decía cada mañana Jim Carrey (para las cámaras y sin saberlo) en esa fantástica película titulada EL SHOW DE PUEBLA (o de Truman). No
presté atención a los relámpagos que estallaban
a mi alrededor. Los rayos o están destinados a uno, o no lo están 7 de mayo. Javier Puebla sigue pegado a su novela, no la suelta ni siquiera cuando se ducha o está nadando; antes de meterse en el agua relee las últimas líneas de los folios que lleva doblados en el bolsillo de la camisa o el jaskin o el pantalón y mientras se enjabona o hace ejercicio mastica sin prisa las últimas palabras y busca en el plato de su imaginación otras nuevas, las siguientes, las que harán que continúa avanzando la historia. Despacio, va despacio. Pero también al ritmo de la novela, y cuando alguien se encuentra con él es improbable que no advierta la ausencia de la velocidad que suele caracterizar los movimientos y las palabras del señor Puebla, como probablemente podrían atestiguar Enrique Redel, Diego Pita, Fernando Marías o Julio Espinosa -con todos ellos coincidió Puebla con motivo de la presentación del libro de de Leonardo Valencia en el Bandido Dóblemente Armado (más detalles, en particular sobre Enrique Redel, cuya foto de la izquierda está evidentemente retocada por el artista Dániel Fénix, en la columna de la semana: Editor de Raza). Es curiosa la coincidencia porque justo en una semana, el próximo miércoles 10, Puebla oficiará de presentador de un libro que le ha gustado, Muñecas Tras El Cristal, de Pedro de Paz, en el mismo lugar donde el miércoles 3 acude a ver a su viejo amigo Enrique Redel, el bar-librería situado en la calle Apodaca y con nombre de novela: El bandido dóblemente armado, dóblemente citado esta semana y en este diario. Y también la semana que viene acudirá quien fue finalista del premio Nadal en el año 4 del presente milenio a ver a la jefe de prensa de Destino, Pilar Lucas; es ella quien le ha llamado -una jugada de billar en la que el taco lo mueve Fernando Sánchez-Dragó- para informarle que tiene a su disposición los libros solicitados por Arancha, la secretaria de Fernando, y que Javier leerá antes de comentarlos en alguno de los programas de Las Noches Blancas que se emitirán de aquí a finales de junio. Le apetece a Javier Puebla volver a ver a Pilar Lucas, fue ella quien orquestó la campaña promocional con motivo del Nadal; le apetece verla, sobre todo, porque el tal Javier Puebla es un sentimental. Escribe ahora Javier Puebla en el modesto aunque agradable apartamento que posee en la sierra, aprovechando que es por la mañana (insólito que el señor Puebla escriba por la mañana, pero ha dejado de fumar, ha dejado todos los vicios, e inesperadamente necesita dormir menos horas, o quizá necesita dormir las mismas pero se despierta antes). Es por la mañana y su mujer y el niño han salido a aprovechar el sol de mayo en el parquecito que hay a menos de trescientos metros de la ventana del despacho desde donde Puebla escribe, escribo, cumpliendo con la obligación autoimpuesta de actualizar cada semana esta web, y todavía resuenan en mis oídos las terribles, apocalípticas palabras, de mi muy querido amigo Rojo Lago (en la imagen, tratada por Fénix y virada al rojo en honor a a mi colega, el día de nuestro reencuentro) : "Yo he sacrificado mi talento, pero tú has sacrificado tu vida, eres el único, absolutamente el único, no conozco a nadie más". Y la frase duele porque es tan brutal como cierta, tanto en su caso como en el mío. Si él hubiese hecho lo que yo, abandonarlo todo para escribir, es probable que el Nadal de este año en lugar de ganarlo su hermano Eduardo lo hubiese ganado él; y si yo no hubiese abandonado todo para escribir ahora quizá en lugar de un modesto apartamento sería propietario de un agradable chalet, conocería un par de países más como mínimo (en mi calidad de Agregado Comercial) y no tendría que preocuparme nunca del precio de las cosas, ni privarme de hasta el más inofensivo de los caprichos. Pero si ambos hubiésemos seguido el otro camino habríamos tenido que abandonar, desconocer incluso, aquel por el que estamos avanzando. Desde un punto de vista pesimista la vida y el talento se desperdician siempre, porque pasan y se van. Aunque mirado desde el otro lado -mi antónimo- la vida y el talento se aprovechan siempre, porque son como el cauce y el agua que corre dentro del mismo: lo único que tenemos y conscientemente o no, jamás dejamos, ni la vida ni el talento, sin utilizar. Javier Puebla oye la puerta de la calle abrirse y cerrarse. El niño y su madre ya están de vuelta. En el momento oportuno: empezaba a ponerse filosófico en exceso, como de Quincey en las primeras y brillantes páginas de EL ASESINATO CONSIDERADO COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES. Mientras el niño come Puebla aprovechará para dar un paseo a ritmo ligero por el campo (esta tarde tiene que regresar a la ciudad) y seguir pensando en su novela, una novela en la que sólo al final habrá paisajes verdes no interrumpidos por hileras de viviendas clónicas y monstruosas, una novela en la que sólo al final habrá alguna flor, o al menos algo parecido. No
es posible treparse de nuevo a la vida, ese irrepetible viaje en diligencia,
una vez llegada a su fin, pero si se tiene un libro en la mano, por
complicado y difícil de entender que sea, cuando se termina de
leer, se puede si se quiere volver al principio, leerlo de nuevo y entender
así qué es lo difícil y, al mismo tiempo, entender
también la vida 14 de mayo. Pensé que me estaba muriendo, pero al parecer -y según me ha explicado hoy un compañero de taquilla del Canoe- lo que me sucede, esa opresión en el pecho, ese palpitar a medio palmo de la nuez, le acontece a media España a causa de lo que llaman "alergia" y que bien podría ser un virus lanzado por los venusianos, porque a mí, que sepa, jamás me había afectado ninguna alergía: no lloro, ni de alegría ni de pena, cuando llega el tiempo de las flores. Pero muriéndome o no..., el espectáculo tiene que continuar. Así que me pasé una mañana por las oficinas que tiene Destino en Madrid, donde Pilar Lucas -bronceada y tan amable como siempre- me pasó un ejemplar del último libro de Antonio Soler, El sueño del caimán, que leeré en breve porque es de letra grande y no demasiadas páginas; los tochos -viviendo en Mad Madrid- dan pereza y es mejor dejárselos para el verano. Y también "rendí visita" a la encantadora y maravillosa conversadora Julia Escobar, que tiene en La Casa de América uno de los despachos más bonitos que he visto en los últimos tiempos (el más bonito que he visto en los últimos tiempos), con un óleo maravilloso pegado al techo. Julia, tuve suerte pues la visitaba al azar y sin previa cita, tuvo la gentileza de enseñarme algunos recovecos y secretos del que fuera uno de los más bellos y sugerentes palacios de Madrid. No tengo fotos porque olvidé la cámara, pero el próximo día -sin falta- la llevaré conmigo. Tampoco tengo fotos de la presentación de MUÑECAS TRAS EL CRISTAL, el último libro del novelista Pedro de Paz en El Bandido Dóblemente Armado, donde me tocó hacer de oficiante de ceremonias (no soy ni la mitad de bueno que Emilio Pascual, que es quien ha presentado -genialmente- mis dos últimos libros pero ... I did my best, porque el libro me había gustado y Pedro de Paz es un tipo estupendo, alguien que cae bien y además escribe bien. La post-presentación estuvo de lo más animado, es lo bueno que tiene El Bandido, al tener el bar pegado a la librería, que después de la euforia de la firma de libros las copitas son el remate perfecto. He interrumpido la escritura de este diario (palabra inadecuada, pero "semanario" suena fatal) para dar mi clase de los jueves. Era el cumpleaños de uno de mis mejores Tripulantes, Javier Vassallo (un escritor que, creo, dará que hablar) y LA MESA DEL CAPITÁN estaba casi desbordada pues no ha fallado ni un solo de mis Tripulantes o alumnos (siempre suele fallar alguien). Mientras daba la clase era consciente, al parecer nadie más lo era porque les he preguntado luego, de que me costaba dirigir el "barco" un poco más de lo habitual, ya que la mayor parte de mi energía se la come la novela que viaja en mis bolsillos, mi mochila, mi cabeza y mi corazón (avanza despacio pero con paso firme y seguro). La semana que viene la realidad -ese mundo en el que cuesta moverse cuando se están anclado en una ficción- empujará con fuerza: tengo dos programas de televisión que grabar, asistir a la presentación de los diez libros que Alianza reedita con motivo del 40 aniversario del Libro de Bolsillo, y algunas cosas más que, por fortuna, están apuntadas en mi agenda (si no lo estuviesen quizá las olvidaría, como se me olvida hasta comer cuando ando perdido en mundos ficticios; lo decía muy bien Soledad Puértolas un día: "Lo bueno es que vives una realidad paralela, lo malo es que te vas de ésta). Son las doce de la noche y aún tengo que escribir mi columna semanal y corregir un relato para Cuadernos Para el Diálogo. No hay fotos. No hay más palabras. Cierro ya. ¿Por
qué odiar a nadie? En realidad lo que pasa es que uno proyecta
un montón de emociones desagradables en una persona, y te encuentras
odiando a alguien o algo Nadie
ES idiota. Es a mí o a ti, a quienes algunos,
muchos, nos parecen idiotas 21 de mayo. Amigo, desconocido: no leas este diario. No lo leas porque -y me pongo tan enfermo que hasta tengo que confesarlo- en él no puedo decir la verdad. Nada puedo contar de los momentos más importantes, para mí, de esta semana; o por su intimidad, o porque también afectan a otros, o porque hacerlos públicos los ahogaría. Estoy tan acostumbrado a que un diario "sea el lugar donde escribo lo que me sale de la real gana" que me duele, pone enfermo como he dicho más arriba, tener que "tirarme de las riendas". Aunque -soy optimista- quizá con ello gane la literatura; así que, cambiando de opinión y soplando a la pelota de tenis para que caiga -como en Match Point, de Woody Allen- en el lado bueno de la pista, y ya que has llegado hasta aquí... sigue leyendo, porque ha sido una semana extraordinariamente divertida a pesar de su brevedad: comenzó el martes. Y ya el martes por la mañana, y en la divina cafetería de El Círculo de Bellas Artes, Fernando Sánchez-Dragó nos reunió para grabar Las Noches Blancas, a Santiago, Conde de Tamarón, Luis Alberto de Cuenca, Julia Escobar y Rafael Reig; casi nunca veo los programas en los que intervengo, como casi nunca leo mi diario (el de verdad, el que llevo en el bolsillo), porque ya me los sé, ya he estado allí; pero en el caso del programa grabado el pasado martes sí que puse la tele por la noche, se emitía ese mismo día, y me quedé boquiabierto de la iluminación excelente, dificilísima (sé de lo que hablo, tengo dos largos e infinitos cortos), que consiguió el realizador del programa, de quien sólo sé que se llama Antón o Antonio. Cuando acabamos de grabar me fui con Rafa Reig y Arancha, la ayudante de Dragó, a tomar cervezas a Malasaña; y confieso que me sorprendió Rafael Reig, mutándose a medida que bebía vasos de cerveza. Al principio, durante la grabación del programa, Rafa era todo inteligencia, inteligencia traviesa; pero a medida que avanzaba el cerveceo (supongo que la palabra no existe) su conversación comenzó a virar de traviesa a aviesa, y no pude evitar pensar que su libro, que aún no he leído pero del que oí comentar de largo durante la grabación, Manual de Literatura para caníbales, era "salsa roja", cotilleo literario en el que alegremente se derrama tinta roja que parece sangre sin serlo. Me había levantado muy temprano para mis hábitos y no tenía ganas de ver mi propia sangre, aunque fuese de tinta, ensuciando el suelo del bonito bar al que me llevaron; así que hice mutis tan pronto como pude y me fui a nadar: el agua, ya se sabe, todo lo limpia, apaga, disuelve. Pero tengo ganas de un nuevo encuentro con Reig; preferiblemente de noche, le llamaré en cuanto tenga un hueco. El miércoles estuve paseando horas y horas por el centro de la ciudad; disfrutando del calor; el calor seco de Madrid, tan grato para aquellos que conocemos y hemos sufrido el calor con una humedad superior al noventa y cinco por ciento. Y el jueves, el jueves estuvo animado, y además conseguí acordarme de llevar la cámara de fotos (cuando ando perdido en novelas, como es el caso, añoro las imágenes). El jueves, y como periodista, estaba convocado en un hotel de la Gran Vía para celebrar el 40 aniversario de Alianza Bolsillo (vease columna: Libros con magia) y aproveché para hacerle un retrato a uno de los variados y siempre eficientes (saben seleccionar al personal en el grupo Anaya) encargados de prensa: Raúl (en la imagen de la izquierda). Me gusta especialmente de estas crónicas algo falseadas la posibilidad de retratar, desvelar para el público, a los "cocineros", a aquellos que se mueven tras las bambalinas y hacen posible que el mundo literario, la vida literaria, siga funcionando; un escritor sólo nada puede, ni un editor solo, ni un librero o un lector; y son ellos, gente como Raul o Ana Kuntz o Arancha Salama, los que hacen posible que todas las piezas se unan y los engranajes funcionen. Por la tarde, tras escribir mi artículo semanal y preparar el programa para un máster al que he sido invitado como profesor, capitanée el segundo de mis barcos imaginarios, el avanzado, y como casi siempre me quedé boquiabierto, sorprendido, de los cuentazos que ya escriben mis alumnos; muchos de ellos, la mayoría, no habían cogido la pluma jamás antes de comenzar a "navegar" conmigo. Pero lo bueno del día comenzó por la noche. Y comenzó novelescamente, pues tuve que interrumpir la clase a las nueve, suele durar hasta las diez, porque un taxi de Telemadrid me esperaba en la puerta para llevarme a la Ciudad de la Imagen (imagino que a mis Tripulantes les divierte tener un capi que hasta sale en la tele, aunque sea a la una de la noche; todos me despidieron encantados, aunque -ahora que lo pienso- tal vez el encantamiento venía de librarse de mí para ir a tomar cañas una hora antes, porque además era el cumpleaños de Cecilia Denis, famosa por su generosidad y energía organizando fiestas varias). Ya en Telemadrid me encontré en la puerta con el que iba a ser el protagonista del programa, autor de un libro fantástico, brutal y de triste título: HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO, Enrique Meneses, y allí mismo le tiré la instantánea que figura a la derecha, porque la chica de seguridad de la puerta no estaba por la labor de dejarme entrar con la cámara en los platós sin el permiso correspondiente del servicio de prensa: las normas son las normas (al final, como era un encanto, y sabía a quien debía llamar, me consiguió un permiso y pude fotografiar al editor del libro, Eduardo Riestra, hermano de mi amiga y admirada Blanca Riestra (acutalmente directora del Cervantes de Alburquerque), y responsable de una colección de libros, Las Ediciones del Viento, preciosa; Fernando S.D. confesó que entre sus veinte favoritos siempre había cuatro o cinco editados por Riestra. A la tertulia, que acabó a las doce de la noche, cuando empiezo a estar despierto y con ganas de encontrarme con Rafael Reig para desafiarle a lengua y espada, a ver quien es más mortal y agudo, acudió también, y era la segunda vez que le encontraba en la breve pero intensa semana, el Marqués de Tamarón, que en tiempos fue embajador de España en Mauritania (muchos años después yo fui el Agregado Comercial de España en ese país) y que amén de un caballero es excelente conversador y te "ganando" a medida que le conoces (tuve que fotografiarle en diagonal porque mide casi dos metros, y en mi pequeña cámara no cabía. Cierro con él, y su habitual elegancia, este diario o más bien semanario, que ha empezado con golpes de pecho y acaba, así es la vida (al menos la mía) con una sonrisa larga, diagonal, y divertida.
No hay congoja sin consuelo. Los necios lo tienen en
ser felices. 28 de mayo. Sin duda, y
socialmente, vita-literariamente, el día clave de la semana es
el miércoles, pues había sido invitado -gentileza de la
divina Ana Gavín- a la comida ofrecida por Planeta a la presentación
de MUERTES PARALELAS, el libro con el que Fernando Sánchez-Dragó
ha ganado el Premio de Novela Fernando Lara de este año. Se celebraba
en el Hotel Intercontinental, de la Castellana, y aunque era a las dos
llegué justo a tiempo y a bordo de un taxi (y de repente no llevaba
dinero para pagarlo, y el taxita quería llevarme a recorrer todos
los cajeros de Madrid cuando, aún no entiendo como, aparecieron
veinte euros pegados a la parte de atrás de uno de mis cuentos
tarjeta de visita; magia pura, juro que nunca pego dinero a mis microrrelatos:
puedo regalarlos pero sería pasarse ponerles un billetito por
detrás para hacerlos más atactivos). Ya en el hotel pregunto
a un tipo joven, delgado y apresurado como yo mismo, si sabe donde está
el salón donde ha de celebrarse el almuerzo. No tiene ni idea.
Quince minutos después le vuelvo a ver. Es Alejandro, el hijo
mayor de Dragó, y uno de mis mas queridos amigos en la época
de Disidencias; junto a un chaval pelirrojo y alto, de nariz romana,
llamado Luis, eramos el trío calavera de Diario16, los que más
nos divertíamos y encantados estábamos de formar parte
de la redacción del periódico; llevábamos sin vernos
más de veinte años (tantos como tenía él
en la época) pero la sintonía se recuperó de modo
inmediato. No,
no me gusta el trabajo. Prefiero holgazanear mientras pienso en todas
las cosas buenas que podrían hacerse. No me gusta el trabajo,
a nadie le gusta, pero me gusta lo que hay en el trabajo; la oportunidad
de encontrarse a uno mismo. 4 de junio. A mí tampoco me gusta el trabajo, suscribo al cien por cien la frase de Mister Conrad. Pero más que holgazanear pensado en las cosas buenas que podrían hacerse me gusta gastar energía en actos inútiles, quizá artísticos o quizá no, pero sí intima y personalmente divertidos. A ello me permití dedicarme el pasado lunes, nueve cuarenta y cinco minutos de la noche. Javier Puebla llega al Retiro, al Paseo de Coches donde se celebra la Fiera del Libro con cinco ejemplares de Sonríe Delgado que le ha pedido un librero que está convencido que Sonríe Delgado es la mejor novela negra que jamás se ha escrito en español y que acabará convirtiéndose, tiempo al tiempo, en un libro de culto. Pero..., la Fiera cierra sus fauces a las nueve y media. Todas las bocas de las casetas cerradas cuando llegó Javier Puebla con sus cinco libros bajo el brazo y el convencimiento de que -estamos en España- nadie echaría el cierre antes de las diez. Y fue entonces cuando decidí ponerme a jugar; un book-crossing. Hace meses que deseaba hacerlo, incluso había planeado (en la línea que Conrad apunta cuando dice lo "las buenas cosas que podrían hacerse") liberar cuarenta y ocho libros el día de mi cuarenta y ocho cumpleaños. No serían cuarenta y ocho pero sí serían cinco. Numerados y dedicados a la persona que se los encontrase.
El primer libro lo "convertí" en una cocacola, abandonado, con la correspondiente dedicatoria en la bandeja donde, tras ajetreado descenso, caen las rojas latas llenas de burbujas y fórmulas secretas. El segundo en la mesa de un bar desierto donde un trío hablaba fatal de Juan José Millás, que naturalmente estaba ausente (me permití afearles la conducta, ganándose, supongo, tres pequeños -o grandes o medianos- enemigos más, para la colección). El tercero lo transformé en "dinero", colocándolo en un solitario cajero automático (un par de guardias se acercaron a mirarme con cara de pocos amigos mientras escribía la dedicatoria para el lector desconocido, colocaba el libro y lo fotografiaba repetidas veces, hasta conseguir el efecto que intuía y buscaba. El cuarto libro lo dejé apoyado en el tronco de un árbol. Y el quinto, fue la colocación más genial, la que me hizo bailar de la risa, lo dejé convertido en ático de una torre, coronando una TORRE DE BABEL .....IAS. Ningún libro, a pesar de que la Fiera estaba dormida, duró más de diez minutos; todos ellos, y me congratulo, enseguida encontraron el posible lector, o al menos propietario, para el que estaban predestinados. Salí del Parque de Fieras, del Parque del Retiro cuando ya el cielo empezaba a perder sus últimos azules, y cuando iba a cruzar la puerta que me llevaría al exterior apareció ante mí, majestuosa, bellísima, construida en un solo idioma, la Torre del Retiro, y como llevaba la cámara preparada busqué un encuadre adecuado y me llevé la imagen como cierre para el primer día en el diarioweb de esta "libresca" semana. Está mal que sea yo quien lo diga, y quizá aquí, por la reducción de pixels no se aprecie, es una foto preciosa; en mi descargo diré que las fotos no las hago yo, no las hace Javier Puebla, ese que llegó a la Feria del libro pensando que cerraba a las diez y se la encontró dormida, sino uno de mis heterónimos, un tipo de gorra de beisbol permanente, ojos de águila y de nombre Daniel Fénix. Suya es la foto, y la responsabilidad de la misma.. El martes tenía clase, y además estuve un montón de horas preparando nuevas tarjetas-cuento, o cuentos para ser impresos en tarjeta de visita, para regalar a quien me fuese apeteciendo el sábado día que -aún no me lo habían comunicado- me tocaba firmar en la caseta del distribuidor de Ediciones Amargord. Creo que a la feria no regresé hasta el viernes. Había quedado con Enrique Redel, el "editor de raza" como le llamé en mi columna de hace un par de semanas; y al día siguiente, el sábado, y por primera vez en la historia de Redel y de su editorial, el Funambulista, un libro suyo, Porque Nos Gustan Las Mujeres, apareció en el Top Ten de los más vendidos del diario ABC (debería hacerme pitoniso, ganaría un montón de dinero, o al menos más dinero que con la literatura, aunque como adivino una vez tuve la certeza absoluta -y lo escribí, y lo guardo- que uno de mis personajes, aún prácticamente inédito (estoy con la segunda novela y la primera se publicará, espero, muy pronto), me haría rico (aunque para mí ser rico no debería ser muy complicado, con un par de milloncitos de euros me consideraría como tal). El sábado vendí once libros en la caseta 330 de la Feria, y conocí a Consuelo, la distribuidora de Amargord, y a su chico, el encantador Eduardo (encantador a pesar de ser banquero; aunque bien pensado conozco más banqueros encantadores que políticos honrados, por ejemplo). Y el domingo..., hacía tanto calor. Me encontré con Achero Mañas en la pisci y dos horas después con su hermano Federico (acompañado de Rodrigo, su hijo de seis meses) en la Fiera. Mi ida era avanzar en el reportaje caprichoso que estoy haciendo para quien quiera comprarlo, quizá sólo para esta web, con imágenes insólitas, encuadres diferentes, de los Feriantes (feriantes del libro); pero hacía demasiado calor, me había dado un golpe en la mano al salir de la piscina (el ejercicio no siempre es saludable) y me dolía la muñeca al sostener la cámara, así que me conformé con un par de imágenes antes de quitarme la gorra negra que me sirve para convertirme o transformarme en Daniel Fénix y caminé hasta Cavanilles Street donde cogí un autobús que me dejó en la puerta de mi solitaria casa; mi chica y el cachorro estaban pasando la tarde en casa de los primos. Abrí el ordenador, el programa donde escribo este diario y me puse a teclear las palabras que ahora - en otro caso no existirían- está leyendo alguien; alquien que quizá conozco o quzá no, pero que, en cualquier caso, no es "yo mismo". La
fascinación le impulsaba. La fascinación le mantenía
ileso 11 de junio. Javier Puebla
podría haber pasado la semana saltando de fiesta en fiesta, de
cena en cena, de desayuno de trabajo en desayuno de relajo; pero
se ha contenido. ME HE CONTENIDO. El lunes sí que acudió
a una cena, genial, divertidísima, diferente, porque la invitación
fue inesperada, como una corriente marítima que con sus dedos
cálidos atrapa el casco de la nave y le desvía, sin violentarlo
de su rumbo.
Acabamos a la una largas, y aunque los protagonistas de la velada, algunos de los protagonistas, siguieron tomando jarabes nocturnos hasta altas horas de la madrugada (exagero) el firmante de esta página, Javier Puebla, prefirió meterse en el metro, pasar largos minutos en el andén y aún más largos en el interior de un tren que le llevaba en dirección a su casa: porque tenía su novela en el bolsillo e imaginaba, acertando, que esta novela iba a separarse más de ella, de su novela, de lo que resulta conveniente, que por mucho que se esforzase le costaría volver a sentirla como parte de sí mismo, a pesar de la conexión ombligo a ombligo que tiene establecida con uno de los protagonistas (virtual, no como los anteriores) de la narración: Tigre Manjatan. La
siguiente noche también había cena, tardía en esta
ocasión, pues previamente se habían entregado los premios
Cambio16 del año y Puebla, aunque había llegado tarde,
aún tuvo tiempo de ver a Anita Lagartijita y los otros premiados
sobre el escenario, pero no se quedó a la cena porque ... ¿les
he hablado de la novela, de la tos de los niños, de la soledad
y los paseos nocturnos? Sí, les he hablado. No hablo de otra
cosa en los últimos tiempos, me temo. ....había
pensado más que otros hombres, poseía aquella segura reflexividad
y sabiduría que sólo tienen las personas verdaderamente
espirituales, a las que falta toda ambición y nunca desean brillar,
ni convencer a los demás, ni siquiera tener razón Pues ese era el ánimo del empático señor Puebla, no deseaba ni tener razón, ni convencer a los demás, ni brillar y sólo le apetecía, a paseo con todo, divertirse cuando decidió ponerse su Stetson neoyorquino, a pesar de ser primavera, y un plumífero sin mangas, pues el tiempo andaba lluvioso y siempre hay que proteger la cabeza y la cámara. Así que tras autorretratarse en el pasillo de su cómodo apartamento... salió de casa en dirección hacia el quizá menos cómodo pero un millón de veces más hermoso palacete que Planeta posee en el Paseo de Recoletos. Llegó de los primeros, porque la asistencia al evento se la había confiado, suele hacerlo, al azar. Si aparco cerquita..., me quedo. Si no logro donde aparcar me voy de paseo sin rumbo definido; y casi deseaba no encontrar donde estacionar su Volvo más bien enorme, pero encontró un sitio ad hoc, perfecto, en la mismísima puerta, por lo que llegó de los primeros, de hecho sólo estaban David Torres, un hada madrina de nombre inolvidable que naturalmente Puebla olvidó (pero lo recordará, lo recordará), y una amiga de la mencionada hada madrina. Dos horas después el metro de Tokyo en hora punta era un chiste en comparación con la densidad de bebedores por metro cuadrado en el último piso del palacete. Llovía con traviesa frecuencia, obligando a los asistentes a abandonar las terrazas y agolparse en el interior. Estaba todo el mundo, largo, trabajoso e inútil sería citarlos a todos. Basten un par de fotos...(a Machado "debemosle cuanto escribió", pero en mi caso "debeísme cuanto escribo y filmo o fotografío, sobre todo si tengo la paciencia y buena voluntad de colgarlo de esta web). En la primera imagen Lucía Etxebarría luciendo escote y bonito sujetador morado, ante el interés de Eduard Gonzalo y la "delicada" mirada del profesor Lago. Hay más fotos de Lucía en la carpeta del ordenador correspondiente, todos querían fotografiarse con la Etxebarría, yo también (lo hice). Sin embargo, y ya para terminar que esto quedando largo y tengo ganas de irme a nadar un rato (mi vicio-obligación diario), voy a incluir otra imagen en la que quien apretó el disparador de la cámara es mi compañero de escena, el señor don Fernando Sánchez-Dragó, cuya imagen me permití manipular a mi modo y capricho, ya que con todas las fotos, antes de colgarlos, ahorcarlas en el árbol de la web, hay que tratarlas con Photoshop. Cierro, jugando como si nada tuviera importancia, quizá porque no la tiene aunque a veces nos lo parezca, con la foto de Fernando (insisto en que le disparó él) modificada. Hasta la semana que viene en la que, espero, pondré el reportaje que hice en la Fiera del Libro (alguna foto será del Planeta Party, y está sin acabar, me faltan imágenes, pero siempre falta algo). Bye. El
que no tenga ánimo para sufrir es mejor que se retire a sí
mismo, si es que a sí mismo se puede tolerar 18 de junio 2006. Tendría que estar Javier Puebla trabajando en su novela y no en este diario que nadie le pide, obliga o siquiera sugiere que escriba cada semana. Y quizá por eso está Puebla sentado ante el ordenador escribiendo este diario que nadie le solicita, porque no hay obligación ni compromiso, lo hace porque quiere y en cualquier momento puede pararlo, detenerlo, borrarlo entero, y sólo ante sí mismo tendría que responder pues nadie paga por leerlo, nadie puede exigirle que lo continúe y no lo borre. Pero resulta penoso que pierda el tiempo de esta manera, con esas frases relamidas, literarias, que dicen lo mismo una y otra vez en lugar de bajar a la mina de diamantes a coger las mejores aristas para su novela que, bien pensado, tampoco nadie le solicita que escriba pero... y ahí está la diferencia... tal vez alguien arriesgue un día su dinero para publicarla, verla (o al menos soñarla) convertida en un éxito, en un canto a la maravilla de la ficción. Ahí está el peso, en ese futuro, en ese tal vez. Dejemos la novela, dejemos a Javier Puebla. Saltemos sobre Madrid. Vayamos a la Casa de América, no es viernes, como lo era unas líneas más arriba, sino martes. Hay una conferencia sobre Rubén Darío, organizada por el profesor Carlos García Gual y con dos ilustres ponentes: el "nica" Sergio Ramírez y el poliédrico e impresibile Luis Alberto de Cuenca. Pedazo de conferencia (y el personal loquito por las patadas al esférico del mundial; pero también hay raros, gentes como Puebla o María Pérez o Sol de Diego, que a veces van a conferencias; porque darlas no es tan raro, de hecho suelen ser remuneradas y a ojo de buen cubero me atrevería a afirmar que en mi caso he dado más charlas que asistido a las mismas. Divago. Si sigo así la novela, cuando acabe con el diario seguiré con ella (¡podría escribir doscientas páginas de diario seguidas!). Bromeo. Volvamos a Rubén. Lo genial de la conferencia era la disparidad de los puntos de vista. Ambos eran expertos, eruditos de la materia que trataban, pero mientras Luis Alberto lo hacía ante todo desde la literatura Sergio prefería al hombre, al personaje, al nicaraguense mítico y ejemplar a quien extirparon el cerebro de la cabeza para ver cuanto pesaba (1850 gramos) segundos después de que el mulato Darío expirase. Si sólo hubiese hablado uno de los ponentes la conferencia habría sido interesante, pero al arrojar luces distintas, y no contradictorias, dos focos diferentes Darío se convirtió para Javier Puebla en un semidiós del que incluso está dispuesto a repasar sus versos (de facto apenas lo leyó en su juventud, Puebla rara vez lee o ha leído poesía; lo suyo son los cuentos y las ...¡no, otra vez las novelas!). Otro salto, vayamos al jueves. El jueves es un día especial en la vida del autor de este diario, a partir de este momento El Capitán, pues aunque sólo es 15 de junio está celebrando la fiesta de fin de curso con sus alumnos, a partir de este momento: La Tripulación. La fiesta es una travesía-cena y el lugar un lago, un pequeño lago en una calle pequeña que pertenece a una de las tripulantes; la maravillosa oficina-loft de Mara Mugueta. El tema del día es el erotismo; los personajes creados por Los Tripulantes han crecido, están en Plenitud, y se merecen "una alegría pa el cuerpo". Los relatos, como casi siempre -sobre todo a partir del segundo trimestre- son magistrales (podrán verse en esta web dentro de unos días pinchando las fotos de niños o adolescentes de los Tripulantes, previo paso por la imagen del barco azul o rojo situados en la portada). Les confieso cuando me piden que hable (demasiada generosidad para el humilde capitán), cuando ya hemos cenado cuscús marroquí, empanada gallega, pastel de espinacas, carne argentina y otras muchas maravillas), les confieso, repito, lo que ya saben. Que escribo desde los cuatro años, que para mí escribir es como pasear o dormir o jugar eróticamente; pero que siempre había pensado que era un oficio, un juego, una pasión ... de solitario (el escritor, el más solitario de los animales, Durrel dixit), y que con ellos, gracias a ellos, he descubierto que el juego, el oficio, la pasión, pueden compartirse. Reímos, disertamos, no bailamos para no molestar a los vecinos, nos hacemos fotos y acabamos realtivamente temprano o relativamente tarde, pero en cualquier caso absolutamente contentos, relajados y unidos). Han sucedido más cosas esta semana: por ejemplo, que me compré -y no podía permitírmelo, pero cerraba mi tienda favorita y era en aquel momento o nunca- nada menos que seis sombreros; o que me encontré a Luis Berlanga en un sex-shop, pero eso son otras historias (la segunda puede leerse en la columna titulada BERLANGA), y yo lo que tengo que hacer esta noche no es ponerme a escribir, sino a leer, a leer esa novela con la que más que luchar bailo (y me gusta bailar con ella), pero que por un motivo u otro acabo dejando sentada en una silla mientras bailo con otras cosas, otras personas, otros mundos que se pretenden, quizá con razón, prioritarios. Es viernes. Sopla una brisa suave. Apenas pasan cuarenta minutos de la medianoche. A lo lejos se escucha el murmullo de la m-30. Desde niño, desde que recuerdo, me gustan, encandilan, estas noches que parecen no van a acabar jamás, las largas y suaves noches de Madrid en verano.
Oh,
mi Dios, enséñame a ser irreflexivo 25 de junio. El lunes Javier
Puebla se empeña en una aventura innecesaria, o al menos teóricamente
innecesaria. Tiene que hacer llegar a su amigo Fernando Sánchez-Dragó
un sobre con un par de recortes de periódico y dos fotos digitales
que ha hecho el esfuerzo previo de pasar a papel. Lo normal fácil
lógico evidente era echar el sobre a un buzón
o en caso de desconfiar en la eficacia del servicio postal (en efecto,
Puebla desconfía) bastaba con llamar a una empresa de mensajería.
Pero eso era demasiado sencillo, insuficientemente mágico. Por
ello Javier primero telefonea a Fernando, a quien no encuentra, luego
a Arancha, su ayudante o secretaria, y como respuesta escucha que son
días complicados, que ninguno va a estar en casa, tampoco Naoko,
la mujer de Fernando, que sale justo en ese mismo momento. Aún
así Javier Puebla camina desde Santa Ana, que es donde recoje
las fotos en papel, hasta la casa de Fernando; se equivoca de calle,
llama a timbres equvocados y al final se limita -su capacidad de magia
es muy limitada- a dejar el sobre en un bar de confianza, el Palentino.
El sobre queda sobre una estantería de cristal, pegado a la vidriera
que da a la calle y Javier tiene la sensación de que aún
puede perderse, de que el trabajo (un trabajo que parece una nadería,
dos recortes, dos fotos; pero detrás hay voluntad, llamadas telefónicas,
días) puede perderse, y busca, fabrica una prueba de su pequeña
gesta, pide a una chica de sonrisa elástica que le fotografíe,
pero no una imagen cualquiera a lo turista, sino algo más historiado;
y por ello primero se prepara, abre su libreta, saca el rotulador rotring
0,2 y sólo entonces pide a la chica de sonrisa elástica
que apriete el botón del disparador. Todo es falso en la foto:
en la libreta escribe Javier "estoy escribiendo para que me hagan
una foto), el camarero que hay detrás sonríe ante el montaje,
y un borracho situado a la espalda del "hombre que escribe"-que
el enmaquetador de esta página ha suprimido al tratar la imagen
con Photoshop- le grita a las chicas que le fotografíen a él. Jueves. Javier Puebla visita la biblioteca de Luis Alberto de Cuenca. Antes ha habido una comida. Antes ha conocido a su hijo Álvaro. Hay dos protagonistas más en la historia. Uno el inigualable, la mejor mente criminal (o editorial) de la literatura española, Emilio Pascual, y un fotógrafo llamado Pedro. Va a participar en un trabajo hercúleo, y de algún modo tan innecesario como su viaje por el corazón de Madrid con un sobre para Fernando Sánchez-Dragó bajo el brazo. De hecho nadie cuenta con la ayuda de Puebla, nadie le necesita; es un invitado de lujo, y él se siente feliz como un amante del cine al que invitan a un rodaje con dos de sus actores predilectos. Lleva su cámara, que dispara medio centenar de veces, pero finalmente Emilio Pascual le encuentra una misión, le convierte transforma transfigura en secretario. Puebla toma notas de cada ilustración, de cada pie de página de los 144 fotograbados de la edición francesa de las Mil y Una Noches que Luis Alberto tiene en su biblioteca impagable (una casa en la que sólo hay libros) que a su vez Emilio utilizará en la edición española que para Cátedra está terminando ya el poeta Jesús Urceloy. Son cuatro horas sin tregua. Tiene que ser el propietario de los libros quien los manipule: es la ley cuando son muy valiosos y alguien pretende reproducirlos o fotografiarlos. Acaba agotado. Todos acaban agotados, pero Javier Puebla salió, salí, con una sensación de felicidad de la la casa llena de libros, en la que también había efigies de Tintín, Mickey Mouse, la Masa o el "Increíble Spiderman". Sería fácil explicar su sensación de felicidad, un escritor puede explicar cualquier cosa, pero inadecuado en un diario -cómo este- que está abierto, expuesto a las miradas de cualquiera que lo encuentre y mire. Así que prefiero repetir la frase de más arriba: Javier Puebla salió con una suave sensación de felicidad de la casa llena de libros. ¿Y no he dicho nada del miércoles?
El
miércoles conocí a "la pequeña" Carmen
Posadas, quien al ponerse en pie era altísima, estilizada, poderosa,
en suma: una mujer de quitar el hipo. Sucedió durante la presentación
de Las
Corrientes Oceánicas, de Félix J. Palma, organizado por
Óscar Oliveira, el responsable de prensa de la editorial Algaida,
donde Carmen hacía de madrina, envidiable, de Félix Palma
(había leído sus cuentos, ¡sus cuentos, señores,
sus cuentos!En este país donde nadie publica cuentos y menos
aún los lee). En un principio nunca había pensado que
conocer a Carmen Posadas pudiese ser una experiencia digna de ser consignada
en un diario, pero claro: aún no la conocía, no imaginaba
su saber estar, atractivo ni discrección. Pero no sigo porque... El domingo por la mañana me llama Dragó para agradecerme el envío con el que comienza la crónica de esta semana. Domingo. Por la mañana. Cuando todos duermen o pierden el tiempo o descansan. Por eso Dragó es Dragó y hay tantos y tantos que se creen dioses o semidioses y no son nada. |