La Relatividad, tercera semana febrero 2006, Cambio16

La Vida Literaria

 

De todo aquel escándalo que organizó Juan Marsé con motivo del último premio Planeta quedó en los mentideros una frase que me gusta especialmente: No hay que confundir la literatura con la vida literaria. Y tenía razón, al menos en ese aspecto, el señor Marsé; más razón que un banco (los bancos siempre tienen razón, los santos ya no). Confieso que con dos novelas acabadas y un libro de relatos en el que caben 365 igualmente terminado- me estoy dedicando en los últimos tiempos a la frivolidad de la vida literaria.
Aunque esta semana era la de la presentación del Nadal, amén de que se fallase el Seix y alguna otra cosita más, para mí el baile comenzó el martes por la mañana con un agradable desayuno de organizado por la eficaz Anna Kuntz, jefe de prensa de Alianza Literaria; desayunos a los que siempre acude, y se agradece, Valeria, la editora. En esta ocasión se presentaba un libro bastante insólito, Cada Vez Lo Imposible (16 relatos sobre la empresa de la vida) esponsorizado por el grupo Mmás1. Allí estaban, entre otros, Juan Madrid, algo refunfuñón, Paula Izquierdo, irresistible como de costumbre, Ramón Buenaventura, lúcido y distante, Antonio Gómez Rufo, gentleman e irónico y algún crítico de nivel como Joaquín Arnaiz. El libro es curioso, interesante incluso, porque aunque los autores presentes -ante mi acoso verbal- negaron ser empresarios lo cierto es que todos los escritores hoy día lo somos: pequeños, pequeñísimos, medianos o enormes (piensen en Pérez Reverte) empresarios; y ese espíritu empresarial se trasluce o transparente en los relatos de Silva, Skarmeta o Puértolas, por citar algunos casos.
El desayuno daría para más, pero no quiero cerrar esta columna (y me voy a dejar en el tintero a tres escritores metidos a músicos que dieron un concierto el viernes en Artépolis) sin hablar de la presentación del Nadal. En “mi año” la sala de la Casa de América la llené prácticamente solito, pero en esta edición los dos autores ganadores: Marta Sanz y Eduardo Lago (uno de mis íntimos de NY) eran de origen madrileño y estaban ocupadas no sólo todas las sillas sino que hasta había grupos empujando las paredes con la -parecía- esperanza de agrandar el local. No cabía un escritor. Las presentaciones a cargo de Lorenzo Silva y Álvaro Pombo; la primera correctísima, la segunda original. Las portadas preciosas, como siempre, las novelas –ambas- muy buenas, como siempre también en las últimas ediciones (las contraportadas excelentes (creo que las hace Malcolm Otero, que es un superdotado en tales lides), y la cantidad de escritores por metro cuadrado... impresionante. Una vez acabada la ceremonia, y mientras corrían los canapés y las cervezas, La Casa de América se convirtió en un zoco, en El Bazar de las Palabras que diría José Antonio Lago. Acuerdos, desacuerdos, sonrisas y puñaladas traperas. Se echaba de menos -yo lo eché de menos- el tabaco, el humo del tabaco, tan útil en este tipo de reuniones para ocultar o al menos velar el tan característico y penetrante olor de la sangre (escrita). Madrid era una orgía, Madrid era una fiesta.