La Vida Literaria
De todo aquel escándalo que organizó Juan
Marsé con motivo del último premio
Planeta quedó en los mentideros una frase que me gusta
especialmente: No hay que confundir la literatura
con la vida literaria. Y tenía razón,
al menos en ese aspecto, el señor Marsé; más
razón que un banco (los bancos siempre tienen razón,
los santos ya no). Confieso que con dos novelas acabadas y
un libro de relatos en el que caben 365 igualmente terminado-
me estoy dedicando en los últimos tiempos a la frivolidad
de la vida literaria.
Aunque esta semana era la de la presentación
del Nadal, amén de que se fallase el Seix
y alguna otra cosita más, para mí el baile comenzó
el martes por la mañana con un agradable desayuno de
organizado por la eficaz Anna Kuntz, jefe
de prensa de Alianza Literaria; desayunos
a los que siempre acude, y se agradece, Valeria,
la editora. En esta ocasión se presentaba un libro
bastante insólito, Cada Vez Lo Imposible
(16 relatos sobre la empresa de la vida) esponsorizado por
el grupo Mmás1. Allí estaban, entre otros, Juan
Madrid, algo refunfuñón, Paula
Izquierdo, irresistible como de costumbre, Ramón
Buenaventura, lúcido y distante, Antonio Gómez
Rufo, gentleman e irónico y algún crítico
de nivel como Joaquín Arnaiz. El libro
es curioso, interesante incluso, porque aunque los autores
presentes -ante mi acoso verbal- negaron ser empresarios lo
cierto es que todos los escritores hoy día lo somos:
pequeños, pequeñísimos, medianos o enormes
(piensen en Pérez Reverte) empresarios;
y ese espíritu empresarial se trasluce o transparente
en los relatos de Silva, Skarmeta
o Puértolas, por citar algunos casos.
El desayuno daría para más, pero no quiero cerrar
esta columna (y me voy a dejar en el tintero a tres escritores
metidos a músicos que dieron un concierto el viernes
en Artépolis) sin hablar de la presentación
del Nadal. En “mi año”
la sala de la Casa de América la llené prácticamente
solito, pero en esta edición los dos autores ganadores:
Marta Sanz y Eduardo Lago (uno de mis íntimos
de NY) eran de origen madrileño y estaban ocupadas
no sólo todas las sillas sino que hasta había
grupos empujando las paredes con la -parecía- esperanza
de agrandar el local. No cabía un escritor.
Las presentaciones a cargo de Lorenzo Silva
y Álvaro Pombo; la primera correctísima,
la segunda original. Las portadas preciosas, como siempre,
las novelas –ambas- muy buenas, como siempre también
en las últimas ediciones (las contraportadas excelentes
(creo que las hace Malcolm Otero, que es
un superdotado en tales lides), y la cantidad de escritores
por metro cuadrado... impresionante. Una vez acabada la ceremonia,
y mientras corrían los canapés y las cervezas,
La Casa de América se convirtió en un zoco,
en El Bazar de las Palabras que diría
José Antonio Lago. Acuerdos, desacuerdos,
sonrisas y puñaladas traperas. Se echaba
de menos -yo lo eché de menos- el tabaco, el humo del
tabaco, tan útil en este tipo de reuniones para ocultar
o al menos velar el tan característico y penetrante
olor de la sangre (escrita). Madrid
era una orgía, Madrid era una fiesta.