PORTADA DIARIOWEB DE JAVIER PUEBLA
DIARIO 2005
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DIARIO 2006: ---(PRIMER SEMESTRE)---DIARIO 2005:----SETIEMBRE-OCTUBRE

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A partir de cierta edad la vida se vuelve, sobre todo, administrativa
Michel Houellebecq, LA POSIBILIDAD DE UNA ISLA

 

Bienvenido, curioso lector inernauta a ....
-MI VIDA LITERARIA-

 

El espionaje es sin duda una bajeza, pero ¿a mí que me importa?
Dostoyevski, EL JUGADOR

4 setiembre 06. Es realmente desagradable que se termine el verano, y más que el verano -en realidad Javier Puebla está hasta las narices de pasar calor- las vacaciones. Ese delicioso periodo en el que el mundo duerme y los soñadores sueñan, soñamos. Los mejores días de este verano no los he pasado escalando el Everest, ni visitando países exóticos o seduciendo a bellas luciérnagas de falda brevísima y transparente, sino solo, en mi casita de la sierra, sin ver prácticamente a nadie, leyendo libros en beneficio de alguien que no existe, de Sara, la protagonista de la novela con la que llevo bregando meses y meses (y más que llevaré). La delicia de no hacer nada, o más exactamente de que los movimientos no tengan por objeto hacerme llegar a ningun sitio; como estirar los músculos: el placer de hacerlo. He visto gente, claro. Aunque creo que no he hecho ningún viaje, con la excepción de Roma, digno de mención. El viernes me voy a Portugal a una boda (yo nunca voy a bodas, pero es una de mis primas predilectas, y quizá sea la última boda de una primahermana). En octubre está previsto un salto a Amsterdam. Pero, ahora mismo, mientras Javier Puebla escribe en su cabeza no hay nada referido al pasado más inmediato, a los dos últimos meses, como si hubiera estado hibernando, al modo de los osos, y no veraneando, al modo de los humanos. Nada como recuerdo. Nada en la cabeza. Casi siento envidia de mí mismo, eso sí que deben de ser unas buenas vacaciones (y digo deben de ser porque nada recuerdo; nada).
Mientras tanto, que alivio, he parado la novela.
Mientras tanto, que tristeza, he parado la novela.

 

Cuando la evolución es a peor se llama degeneración
Marqués de Tamaróns, EL GUIRIGAY NACIONAL

10 de setiembre. La frase de mi amigo el Marqués de Tamarón daría para una columna, que quizá haga más adelante, pero también describe de algún modo el cambio de la plácida vida -felizmente solo- del escritor en vacaciones a la "vida literaria" en la que en estos tiempos es obligado moverse (en realidad me gusta, y sarna con gusto...).

El baile comenzó el martes, concretamente a las diez de la mañana en un plató de Telemadrid para grabar Las Noches Blancas. Dragó, gracias old fellow, montó el programa en mi honor, para que hablase de mis talleres literarios y como soy hombre sincero lo primero que hice fue reconocer que SOY UN ESTAFADOR (pinchese en cualquier punto para encontrar la confesión completa). Me llevé -porque hay que ayudar a quien uno cree que lo necesita- a Jesús Urceloy, y también a Paula Izquierdo. Dragó, por su parte, convocó a Gándara, Javier Esteban y Tamaron. Estuvo divertido, como siempre; el programa empieza a convertirse -para mí- en la tertulia más viva e interesante de la Villa y Corte.


Por la tarde volví a ver a Dragó, en la Asociación de la Prensa, donde Pedro Jota y David Gistau hicieron de embajadores en la última presetación de "Muertes Paralelas". Siempre me gusta ver a Gistau, amén de inteligente y buen conversador es entrañable, y también a Pedro Jota, que en su momento, hace veinte años largos, me considero el periodista revelación del año en Diario16 y que ha sido el mejor jefe que he tenido (nunca olvidaré el día que, acababa de empezar a trabajar en el periódico, escuché su voz a mi espalda ensalzando la calidad de una frase. Tener energía es inhabitual, ser capaz de transmitírsela a quien trabaja para ti o contigo: casi milagroso).
El fin de fiesta, en la foto, fue la reunión de los Disidentes: Joaquín Arnaíz, Jose María Plaza, Dragó y este ensombrerad cronista.

El jueves reuní a mis Tripulantes (tienen prioridad, como es lógico, para ocupar las primeras de las 30 plazas que ofrezco este año en mi barco-taller), y hablamos largo y tendido de los libros que hicieron conmigo el año pasado; tan inesperadamente buenos que he decidido convertirme en editor para que su trabajo "flote" (soy un especialista en meterme en camisa de once varas). Aún es jueves, pero escribo por adelantado porque no sé a qué hora regresaré el domingo de Portugal y el lunes será, si Dios quiere, el primer díaen el "colegio de mayores" (como él le llama) para mi hijo Max y supongo que estaremos todos liados preparando el evento.

 

La facilidad para conformarse con poco influía en toda su persona: se notaba en la placidez de sus ojos saltones, en su tendencia a engordar y en su permanente jovialidad
Naguib Mahfuz, EL CALLEJÓN DE LOS MILAGROS

17 de septiembre. Me enteré que Mahfuz había muerto, tendría ya 86 o 87 años, cuando mi chica al ver el libro del que he sacado la cita anterior me preguntó si lo estaba releyendo a causa de su fallecimiento. Y no era el caso, sigo -suave es la "rentrée"- leyendo libros no para mí mismo, sino para Sara, una de las protagonistas de la novela que duerme en el cajón o en la tripa del ordenador, pero que sigue viva, inquieta, revoltosa, en mi cabeza. La cita se refiere a un personaje, romántico y trágico (casi palabras sinónimas) llamado Abbab que vive en El Callejón de Los Milagros (el mismo sitio, sólo que en otra ciudad, donde vive Arturo Briz, alias Tigre Manjatan, otro de los protagonistas, quizá el principal, de mi pertinaz novela). Pero ya está bien de hablar de mí mismo, de mi novelita o mi ignorancia del mundo que me rodea, porque me he esforzado, sí me he esforzado, en acudir a las primeras citas de la suave "rentrée", y así el jueves estuve en El Bandido Doblemente Armado, vease foto, para asisitir a la inaguración de la obra gráfica de Prado de Fata, y esa misma tarde me pasé por Fuentetaja, primero por la librería, luego por los talleres, para intentar ver a Amelia, en la librería, y a Antonio, en los talleres. Fallé en ambos casos, pero en Fuentetaja encontré por fin un libro de Monterroso que llevaba siglos buscando, La oveja negra y otras fábulas, y entablé conversación con una estudiante de filología que aprovecha el verano para ganarse unos eurines y a quien también fotografié, rodeada de libros infinitos, para este diario publico (aunque no abierto; las opiniones -al menos de momento- son sólo las mías).

El jueves, tras una reunión tumultuosa con mis alumnos, prefiero seguir llamándoles Tripulantes (ser maestro me parece un título excesivo a pesar de lo gastada y mal usada que en estos tiempos está la palabra), ahora metamorfoseados en editores, pues aunque el editor, se supone, de sus obras voy a ser yo lo cierto es que con mis fuerzas no llegaría hasta donde quiero, mientras que con la ayuda de todos ellos quizá consigamos sacar nada menos que siete libros (sorprendentemente buenos, los estoy leyendo y comentando uno a uno con todo mimo y esmero) de aquí a diciembre. Pero nada más terminar la reunón, y aprovechando que Cecilia Denis me dió el "aventón", me pasé por la Sala Chamán con la esperanza de ver el show de otro alumno (del grupo "Los intensos"), el monologuista Ángel Arte. Pero el frío y lo perentorio de la convocatoria convirtieron lo que iba a ser espectáculo en agradabilísima tertulia en la que, por fin, conocí a Magdalena Tirado, una fuerza de la naturaleza, de quien tanto me había hablado mi amiga Laura, la chica que sabe que sigo comprando uno o dos paquetes de tabaco cada semana pues trabaja en el estanco donde los adquiero; y me gusta hablar de Laura porque tras el cristal blindado de la expenduría, y a pesar de la rapidez de la transacción, es capaz de brillar con luz propia, de existir y comunicarse con los clientes, y por ella, repito, yo había oído hablar de Magdalena Tirado, a quien Ángel Arte pasa una mano sobre el hombro en la foto (la chica de la izquierda), y que es escritora, como yo, profesora de escritura creativa (no sé si como yo), pero que vive -y perdón porque vuelvo a mi monotema- en el sitio exacto donde vive Tigre Manjatan, el protagonita principal de mi novela, que para esta aventura se ha mudado del Callejón de los Milagros a la Travesía de los Milagros, un pasaje ficticio que he abierto en perpendicular con la calle Magdalena.
Vaya, no tengo remedio. Me temo que me he vuelto aburridísimo, hablando o escribiendo a la menor oportunidad de algo que nadie conoce pues aún no existe, mi famosa novela "in progress". Ah, los escritores; no estoy demasiado seguro que pueda considerársenos como compañía recomendable. Menos mal que también hago fotos de vez en cuando; sin duda es algo más generoso, real y -quizá- también más humano (aunque -me defiendo, me defiendo- de ficción sólo es capaz el ser humano).

El sábado el escritor y editor R. viene a verme al pequeño refugio que mantengo en la sierra madrileña. Paseamos largamente bajo el sol por El Camino Viejo de El Escorial (al seguidor de esta web no será necesario explicarle que de las dos sombras que aparecen en la imagen adjunta la de R. es la más grande, la que no está coronada por ningún sombrero). R. tiene grandes proyectos para este año, dará que hablar, y cita a Javier Puebla el domingo, hoy, en el día que escribo, en el cuartel general de Los Enigmáticos, desde cuyas ventanas puede verse, como muestra la última foto del diario-web de esta semana, el también enigmático Parque del Retiro. La reunión se prolonga durante un par de horas largas y al salir hay una sonrisa dibujada en todos y cada uno de los rostros de los cuatro ¿socios? ¿conspiradores? ¿amigos? El tiempo desvelará el enigma.

 

No hay venganza más bella que la que los otros infligen a tu enemigo. Hasta tiene el mérito de dejarte el papel de generoso
Cesare Pavese, EL OFICIO DE VIVIR

24 de septiembre. Cuando el lunes se pone en plan lunes -ladies and gentlemen of the jury- simplemente no hay manera. Por la mañana algún capullo me marcó el coche, cuando fui a buscar al niño al cole una niña le había empujado y tenía la cara raspada por todas partes, la llamada que esperaba a mediodía no se produjo, la cita de primera hora de la tarde me la cancelaron en el último momento, el archivo de la novela que llevé a la imprenta (en la imagen de la izquierda mis buenos y pacientes impresores -les pido siempre las cosas más raras- Luqui y Julián) para pasar copia a un editor ... pero el ordenador se volvió loco y cambió todos los interrogantes por rectangulitos (me puse a cambiarlos a mano, y al final desistí, recordé una frase de Gracián -de la que ahora, literalmente, no me acuerdo, pero que habla de que nadie sabe igual todos los días y que cuando vienen mal dadas mejor dejar pasar el día- y aprovechando que Miguel Ángel, mi amigo inglés y gentleman, estaba en Madrid me fui a tomar cervezas con él hasta que cerraron los metros y la ciudad sólo podía ser salvada por buhos o taxis. Pero por lo menos me tomé unas cervezas y me olvidé de movidas.

El martes ocurrió justo lo contrario. Me levanté pensando que nada saldría bien, que mejor habría hecho quedándome en la cama, pero gracias a Javier Esteban y Victoria Digés tuve un día maravilloso. Sucedió que ambos, o más concretamente Javier, me habían citado en Modesto la Fuente, donde Radio Intercontinental tiene su sede, para hacerme una entrevista en la Hora Pirata. Me divertí como ... como en una fiesta o en una tertulia entre supercolegas o como bailando (cuando bailaba y salía por la noche y el mundo era solo presente y no planes, planes y más planes). No me llevé la cámara, así que -lástima- no puedo enseñarles el estudio, tan Chandler, en el que grabamos el programa que se emitio a las diez de la noche ese mismo día. Pero el optimismo ya me duró para encarar el miércoles con alegría. Porque no sabía la que me esperaba el miércoles...

aunque podría habermelo imaginado tras despertarme como si en lugar de haber dormido hubiese disputado el título europeo de los pesos gallo: vapuleado. Pero aún así, a por todas. Tomé café con un director de cine que quiere llevar Sonríe Delgado a la pantalla grande (le agradezco la buena voluntad, claro, pero los que tienen que querer llevar las novelas al cine son los productores, excepto si el director es una superstar; y mi colega -de momento- sólo es un realizador de éxito; lo cual tampoco está mal). Por la tarde pasé por el grupo Anaya para recoger algunos cuentos, ver algunos amigos y a continuación irme con Anna Kunt a la presentación del libro póstumo, dos novelas cortas, del gran Fernando Quiñones. Me llevé cámara pero no me dió tiempo a hacer fotos. Se cruzaron caminos, no fui a la presentación, no retraté a los chicos de la prensa, no pasé siquiera a ver a mi queridísimo Emilio Pascual, y -desde luego- (lo has adivinado, intuitivo lector) no llegué a la presentación del libro de Quiñones en el Círculo de Bellas Artes; no sé si Anna Kunt me lo perdonará algún día.

Era ya muy por la noche cuando recibí una llamada del más brillante columnista político que conozco (con el permiso de David Gistau) (debería haber escrito "uno de los mejores columnistas políticos que conozco", pero siguiendo la filosofía de Dragó en "Muertes Paralelas" lo dejo estar). Me estoy refiriendo a Ángel Montiel, a quien sólo se lee en Murcia desde que dejó de formar tandem en El Mundo con el dibujante Guillermo (era el ángel de los míticos Ángel y Guillermo). A eso de la una de la noche, pero nosotros siempre nos vemos a esa hora, y aprovechando que Montiel estaba en Madrid (izquierda) y que Emilio Morales guiaba la expedión quedamos en El Cañí, un bar simpático donde los haya, por el que -convocados por Morales- aparecieron toreros, catedráticos, funambulistas y todo tipo de noctámbulos (a destacar mi querido Agustín Tena, el que fue director de la maravillosa y fenecida antes de tiempo revista DEZINE). No estuve más de una hora, pero pude hablar de Houellebecq, con Montel, y con Emilio Morales sobre columnas periodísticas (me señaló un fallo que pensé sólo habría advertido yo, vago miserable, en una que puede leerse en esta misma página y que naturalmente no voy a mencionar; ya tiran cantos contra mi tejado muchos y variados especialistas en lanzar la piedra y esconder la mano).

El jueves por fin conseguí la copia de la novela para mandarla al editor, di un largo paseo con el niño, escribí la columna de la semana y terminé el día rematando este diario web que, en un principio no pienso ya tocar excepto si el fin de semana pasa algo muy muy excepcional. (Esperemos que no; es mejor mirarse el ombligo que escribir y escribir en este diario sin parar).

Sigue dedicándose a la enseñanza porque le proporciona un medio para ganarse la vida, pero también porque así aprende la virtud de la humildad, porque así comprende con toda claridad cuál es su lugar en el mundo.
J.M. Coetzee., DESGRACIA

1 octubre 06
Es domingo, maldito domingo. Sunday, bloody sunday, como cantaban los U2 en lo que ya parecen la prehistoria de los tiempos. Como (como de comer, no de adverbio o preposición) en casa de mis padres, o más exactamente en la de mi hermano, pero mis padres están al mando de la nave pues my only brother está en Londres, viendo a su hijo mayor que pasa el curso lejos de casa para aprender inglés. Mientras comía –riquísimo, como siempre para un hijo la comida preparada por su madre- ha sonado el móvil, era Alfredo, el pintor amigo de mi amigo Rojo Lago; estaban en el Martin volcando cañas, y he sentido la primera punzada de pereza, de ganas de estar allí, charlando, soñando, evadiéndome. Alfredo me llamaba para discuparse –un caballero de los poquísimos que quedan- por no haberme enviado una foto que necesitaba o quería para mi página web. Mi página web, nadie me paga por hacerla, nadie me obliga a dedicar la tarde del domingo, maldito domingo, a actualizarla. Es una tarea autoimpuesta, aunque también es cierto que en el último mes la página ha tenido cerca de tres mil entradas (¿y quién demonios entra en mi página web? ¿cómo puede haber tres mil entradas en un solo mes? ¿qué he hecho o hago yo para merecer tanto interés por parte de unos pocos conocidos y unos muchísimos desconocidos?). Fantaseo con la posibilidad de fallarle esta semana a los dos mil ochocientos desconocidos y los doscientos conocidos; pero no lo haré. Siempre hago lo que debo. Llevo siete años y un mes, desde que pedí la excedencia en el ministerio, haciendo siempre lo que debo, creo que debo, hacer. Pero el cuerpo me pedía quedarme en el sofá, digiriendo sin prisa la comida riquísima de mi madre, saltando perezosamente de un titular a otro por las páginas de los periódicos –todos los periódicos, mi padre el domingo los compra absolutamente todos- y luego quizá permitirme un paseo con el niño y Lola, como el que dimos el viernes por el parque de El Retiro, cuando ya comenzaba a caer la noche, y la mirada del niño lograba la magia de convertir en nuevas unas imágenes que mis ojos ya están aburridas de ver: los patos del estanque situado frente al palacio de cristal, las hojas de bordes enrojecidos (como cada otoño) que caen de los castaños infinitos, el ancla de hierro anclada para siempre en tierra –eterna añoranza de Mad Madrid por la lejanía del mar- frente a lo que los lugareños llamamos el lago, ese estanque grande y sucio, lleno de peces de colores y barquitas impulsados por los voluntariosos brazos de los domingueros. Pero sé que si me quedo en el sofá luego me sentiré mal, culpable por no haber escrito (es la historia de mi vida, por eso dejé hace siete años y un mes: culpable por no haber escrito; desde niño convencido como un tonto de que el insignificante Javier Puebla le debe al resto de los seres humanos sus “escritos”. Justo a mí tenía que tocarme ser yo, como se decía un día Felipito, el amigo de Mafalda, en un tebeo de Quino). Así que me levanto del sofá comodísimo, me despido de la familia llorón –como si fuera a guerrear contra un ejército invencible- y subo al coche, resignado a cumplir con la obligación absurda que impuse a mí mismo desde los cuatro años: escribir. Pero basta con que el fondillo de los vaqueros rocen el asiento del Volvo para que una frase se instale, repita, repique en mi cabeza, Domingo, maldito domingo, y enseguida advierto que lo que sucede es muy simple: me gusta. Me gusta más irme a casa, y sentarme frente al ordenador, máquina de escribir, cuaderno de notas o lo que sea. Me gusta más que tomar cañas en el Martín con El Rojo, Lao, Maribel y Alfredo, me gusta más que quedarme en el sofá, e incluso lo prefiero a pasear sin rumbo por el Parque de El Retiro en compañía del divino Max, porque yo soy un tipo soñador y solitario, y mis mejores paseos únicamente puedo darlos solo, y haciendo equilibrios sobre las líneas de un papel en blanco, de un archivo en blanco, que luego colgaré o no de una página virtual, que luego publicaré o no en uno u otro periódico, que transformaré o no en las páginas de un cuento o una novela.

De repente siendo el deseo de no poner en este diario ni una palabra de las mil cosas que he hecho esta semana. Sigo siendo lo bastante osado, o inconsciente, o infantil para desperdiciar las fotos que he ido coleccionando –trabajosamente- a lo largo de la semana para ilustrar la mínima aventura que es mi vida actiañ, y que aún siendo mínima parece interesar a cerca de tres millares de personas en un solo mes. Pero alguna foto –me conozco- supongo que pondré. O no. Ya veremos. Voy a prepararme un café.

Pero no me he preparado ningún café. Sigo aquí, “enganchado como un yonqui de las letras”, y dejándome llevar por el ánimo juguetón tomo los primeros párrafos de este diario y los transformo –todo vale en las fiestas de “no cumpleaños” del sombrero loco- en la columna de esta semana, aunque ya tenía escrita una dedicada a Luis Alberto de Cuenca, pero que aún es demasiado pronto para repasar; mejor dejarla dormir hasta la semana que viene. Semana que se presenta cargada de novedades, pues “zarpan dos nuevos barcos imaginarios”, mi exótico taller literario, martes (ya sin plazas) y miércoles (sin plazas desde el principio). Como Cristina Sanz (en la imagen mirando mi famosa JAULA-TARJETERO), de Radio Intereconomía ha tenido la gentileza de invitarme a la emisora el miércoles a las tres y cuarto (que no se lo pierdan los curiosos que visitan esta web, por favor) para hablar de los talleres literarios, y además el programa de Dragó dedicado el tema no se emitirá hasta principios de noviembre es probable-posible-temible que tenga que fletar un tercer barco los lunes; pero más no, más barcos imaginarios no fleto porque a mis alumnos les intento cuidar como a mí mismo y mi capacidad de “multiplicarme” ya rozará, o sobrepasará, el límite si llego a 30 alumnos. Aunque lo cierto es que no me extraña el éxito del taller –sí el del número de visitas a esta web- porque ya no sólo doy “liebre(libre) por gato (encerrado)”, sino que -ahora- hasta ofrezco la liebre conocida y servida en un restaurante: para ello me he convertido en socio-propietario de una editorial, porque ya está bien de que una persona vaya a un taller literario, o de lo que sea, se gaste su dinero, y luego no vea publicado lo que ha escrito en ningún sitio. Así que a mis alumnos, tripulantes, les publico yo, en LOS LIBROS DEL CAPITÁN. Tiradas pequeñas, digitales ... y que encantarán a los lectores (GARANTIZADO), porque al lado de los bodrios que se publican los trabajos de mis alumnos son tan exquisitios como las gambas del Cantábrico (no me las comparen con los langostinos insípidos capturados en aguas africanas, por favor); ayer mismo estuve en el teatro Real Cinema viendo al pobre Jaime Blanch defendiendo una insípida obra de Agatha Christie, y de los libros que he recibido últimamente sólo me he leído del tirón a Guillermo Fadanelli (EDUCAR A LOS TOPOS) y Tomeo (LA NOCHE DEL LOBO); aunque tengo en la mesilla algunos otros (pero no el de Molina Foix, un tipo que me cae simpatiquísimo, pero que se ha marcado un tochazo que supera la capacidad de levantar peso de mis ojos cansados; lo dejo para el verano). Lo único bueno de ir ayer al teatro fue la compañía: mi amiguísimo Ramón M. y nuestras respectivas; la conversación de la cena sin duda habría sido mejor obra que el texto de la Christie.

INTERLUDIO: ¡Qué calor hace en mi despacho! El ficus está gigantesco, más de dos metros de envergadura y rozando el techo. Se me olvidan cosas. Bueno, que se me olviden. Pondré alguna foto que otra y acabo con un rápido repaso de donde ha estado el amigo Wally, digo Javier Puebla, esta semana.


Lunes: visito las tiendas Stevenson. Chorradas maravillosas a precio de ganga. Quedo con Lorena Liaño para hablar de su libro (disponible en diciembre, espero): Aprendiendo a ser Fernando.
Martes: Me tomo un par de cervezas con mi adorada amiga Carmen S. (curioso que alguno de mis mejores amigos actuales lo sean de mi época en el ministerio. O quizá comprensible; el afecto no se mezcla con intereses de ningún tipo, como puede o podría suceder cuando me cito con escritores, editores y otros “ores” del gremio). Lo pasamos deliciosamente; o al menos yo lo paso deliciosamente.
Miércoles: Paso a ver a Mara Mugueta por su maravillos loft de Tetuán. Ha estado algo malucha, y me apetecía dejar un par de besos en sus suaves mejillas. Termino el quinto de los siete prólogos de Los Libros del Capitán.
Jueves: Hoy le toca a Cari Laínez Casanova, autora de Lo Que Esconden Los Armarios, venir a confesarse con su editor. Ambos nos separamos contentos del trabajo realizado.
Un poco más tarde estoy en el Círculo de Bellas Artes (¿Círculo de Malas Artes?) en la presentación de Srikanta, un libro hindú, que es viaje y novela la historia (más que libro de viajes o novela histórica), presentado por Valeria Ciompi, la embajadora de la India y un tipo graciosísimo, un embajador retirado, que desbarata todo lo planeado y convierte la presentación en una fiesta regada con vino tinto y potencia por picantes de origen indio camuflados en pizzas, carnes y demás viandas que sirven jóvenes hindúes probablemente adscritos a la embajada.
Viernes: Veo una pelí petarta en el dvd: La intérprete.
Y sábado y domingo..., ya lo he contado más arriba.
Sigue haciendo calor en mi despacho. Adiós. Cierro. Me despido.

 

Siempre hay que tener azúcar en la boca para endulzar las palabras, pues saben bien hasta a los enemigos. (Siempre se ha de llevar la boca llena de açúcar para confitar palabras, que saben bien a los mismos enemigos)
Baltasar Gracián, El Arte de la Prudencia

8 octubre 06
Jueves por la noche, un día largo, una semana larga e intensa. Quizá añado algo más el domingo a este diarioweb pues mañana -por el viernes- he quedado con Raúl Losánez para pasar por La Cacharrería del Ateneo (las famosas noches de La Cacharrería que organiza Miguel Losada); o quizá no. Dependerá de cansancio, tiempo y ganas. Ahora estoy cansado y quizá no sea el mejor momento para rememorar la semana, pero lo cierto es que, aunque no he parado y son las doce de la noche, me siento por primera vez en todo el día ante el ordenador y me apetece escribir algo sencillo, sin compromisos (en la propia web se escribe en bata y pijama, relajadamente). El lunes tomé una cerveza, cerveza de dos horas, con uno de mis "socios" en la editorial de la que he pasado -estoy pasando- a formar parte. Aún no desvelo su nombre, ni los planes -varios y bien precisos- que hemos trazado juntos. Me limito, de momento, a colocar la mano de mi amigo enlazada con la mía; un apretón de manos, como se hacían los negocios en los tiempos que mi padre era joven, como aún se hacen los negocios, se cierran acuerdos, entre gentes de bien en estos tiempos inconstantes y flojones.

El martes era el día de la gran prueba: los nuevos tripulantes, y algunos ya del año pasado, unidos en un solo barco-taller. Vinieron todos y la travesía fue deliciosa. Ninguno de mis Tripulantes (por suerte, pero no sólo por suerte) es "cualquiera"; todos son seres, personas, excepcionales, y supongo que esa es la explicación de que sus trabajos sean tan originales, tan buenos; sus colecciones de cuentos que de un modo casi mágico se convierten a final de curso en pequeñas novelas impregnadas de ese "no ser cualquiera" que hasta la fecha poseen todos.

Sin embargo el miércoles, día 4, cuando parecía que todo iría rodado, pues me esperaban sólo viejos y conocidos tripulantes... la mar de la imaginación andaba inquieta y cayeron enfermos, unos, fueron atrapados por pulpos-compromiso, otros o por ballenas-trabajo (los últimos), y así de nueve sólo acudieron tres; pero también fue agradable. Aunque antes..., antes estuve con Javier García Mateo y Cristina Sanz en Radio Intercontinental, apenas un cuarto de hora pero intenso y muy divertido (me permití fotografiar a Javier con su equipo -CrisAlis)- a lo James Bond en la pecera donde se graba el programa; espero volver a encontrármelos muy pronto). Y cuando terminó la radio me esperaba el lamentable espectáculo de una reunión de vecinos a la que acudí con la única pretensión de poner paz (cosa que sólo conseguí a medias, pues había, hay, gente muy difícil), y sobre la que no merece la pena mencionar nada más. Porque el jueves acudí a otra reunión tan poco "práctica", en resultados, como la anterior: padres de alumnos intentando contarle a los profesores como deben hacer su trabajo; lo siento, pero me temo que no creo en las asociaciones de padres excepto como grupos de buena voluntad pero -al menos según mi corta experiencia- poco efectivos.

Estoy light. Ex professo light. Podría echar sapos y culebras por estos dedos que escriben (y quizá lo haga, lo hice ayer, lo hice antes de ayer, en el diario que llevo en el bolsillo; me quedó precioso un cuento titulado LA HIJA DE LA CUCARACHA; puede que "precioso" no sea la palabra exacta), pero esto es un escaparate, y en los escaparates siempre es mejor parecer un San Javier que un colega del diablo. Ya estoy más descansado. Escribir, nadar, hacer lo que sale a uno de las gónadas, descansa. Así que invito al visitante de esta página (me sorprende que siga habiendo tantos; no cuento nada especial, que yo sepa) a que escriba, nade, pasee o haga lo que salga de las narices, que se relaje haciendo su santa voluntad (si es posible sin violentar a nadie y -mejor aún- excepto para los exhibicionistas (entre los que sin duda me cuento) en el el más absoluto de los secretos.

Ah, se me había olvidado, una pequeña satisfacción personal. El lunes. Por mensajero. El último libro de Jorge Herralde, POR ORDEN ALFABÉTICO, dedicado por quien es para mí -y no sólo para mí- el más mítico editor del momento actual, el hombre que capitanea la no menos mítica Anagrama. No copia la dedicatoria para no despertar envidias innecesarias, pero recibir el libro, que he ido leyendo y disfrutando a lo largo de la semana, me alegró el día: limpió el panorama de humos negros y malas vibraciones.

 

Lo que se transmite no muere y tampoco quien lo transmite muere del todo
Marqués de Tamarón.
El rompimiento de gloria

15 octubre 06
Acabo de llevar de Amsterdam. Estoy hasta las narices de pasar fotos al ordenador; no sólo las del viaje, he disparabo más bien pocas, sino también las que guardaba la cámara en su memoria para ilustrar este diario-web. Llevo dos horas "preparando" fotos para la gueb. ¿No se me ocurre nada mejor para perder el tiempo? Nadie me pidió, ni me pide, que escriba un diario abierto al público, y mucho menos que me metiese en la cámisa de once pixels de iluminarlo con imágenes cada semana. Lo que me apetece ahora mismo, quizá haga, es poner las fotos sin más; a lo sumo subrayándolas con un "engatillado", al modo periodístico.


Silva y Bono. Presentación del libro Y AL FINAL LA GUERRA, escrito por Lorenzo Silva y Luis Miguel Francisco, en el Círculo de Bellas Artes el martes día 10, por la mañana.

 


Ymelda Navajo. Mil veces había oído su nombre pero jamás visto su rostro. Es la editora del libro, que ha publicado La Esfera. Había oído hablar -bien- de ella a un alto ejecutivo del Grupo Planeta a través de la boca de mi hermano. Cuando iba a presentármela la fichó Pedro Jota para La Esfera. Era por la mañana..., no me sentí con ganas ni energía energía para autopresentarme, explicarle quien soy (o me creo que soy).

Julia Uceda y Miguel García-Posada presentando LA SANGRE OSCURA, del segundo. Miércoles por la mañana en un hotel de la Gran Vía. Me gustan los termos, más que en una mesa para desayunar hacen pensar en la maqueta de una ciudad de ciencia-ficción.


Me había gustado el libro, pero además me gustó lo que dijo, y como lo dijo, Miguel García-Posada. Opino que hay echarle valor, cierto valor, para publicar una novela siendo el presidente de la Asociación Española de Críticos. Le pedí que posará un instante para el fotógrafo que hay en mí. También que me firmase el libro.

Miguel Ángel Matellanes, director de Ediciones Algaida. En la imagen no se aprecia -la pérdida de calidad al "adelgazar" las imágenes para la web- pero en la instantánea original Matellanes hace pensar en un gigante, forzado a agacharse para no tropezar contra el techo. Aún en la imagen adelgazada y si el visitante se fija puede verse la sombra que proyecta en el techo, y que está cerca, muy cerca, diríase que pegada, a su cabeza.

 


Camino por Amsterdam con Diego, Lucia y Lola.
Camino por Amsterdam con Lola.
Camino por Amsterdam con Diego.
Camino por Amsterdam solo,
recorriendo las mismas calles que he caminado con todos.
Las mismas que por la tarde he caminado con Lola.
Al anochecer con Diego.
Las mismas
Y, como es natural, me pierdo
.

 

Me da una pereza brutal convertirme en editor, pero parece que no tengo escapatoria
Javier Puebla, de El diario que llevo en el bolsillo

22 de octubre 06
Pido disculpas por citarme a mí mismo, y espero que Rafael Reig no vuelva a condenarme en su Tribunal de El Cultural del Mundo (hace dos semanas lanzó una ráfaga de aire jurídico contra mi persona, a quien emparejó con Montero Glez (vaya por Dios) y otra ráfaga de aire, esta vez literario, contra mi amado sombrero), pero el estado de ánimo que define la presente semana -debería llamar a esto semanario-web y no diario-web- lo clava la frase del principio. Si aún pudiese escaparme, decirle a mis autores que era una broma, a ver que cara ponían; o que el precio del papel se ha incrementado brutalmente, o mejor aún: que me he convertido a una religión que prohibe la tala de árboles y por lo tanto no puedo imprimir ni un folio..., en fin, cualquier excusa, siempre se me han dado bien, para escapar de la camisa de siete varas (una por cada autor que voy a publicar de aquí a diciembre) en la que tan alegre e inconscientemente me he metido. Pero ahí estoy, dándole duro. El lunes quedé con Nacho Fernández y Alejandro Pérez-Prat, los editores de los libros de Literaturas.com para hacerles todo tipo de preguntas (quizá aún esperaba encontrar un pretexto para escapar), pero estuvieron amabilísimos, cooperadores en todo, lo que te haga falta, Javier, lo que te haga falta, y no tuve más remedio que asegurarles, al despedirme, que les invitaría a la presentación de mis 7 Magníficos.

Y, en efecto, el mediodía del martes, sin planearlo en absoluto, como se asegura en la cita que abre la semana el proceso parece inevitable, me encontré comiendo en un restaurante delicioso (si me acordase de la calle y el nombre lo escribiría, pero continúo siendo el distraído de siempre), con Los Enigmáticos, y -lo que es más grave- siendo ya uno de ellos (en la imagen se nota que soy ya de la familia. De izquierda a derecha: Varalides Alberdi, María Luisa Maillard, Jose Antonio Lago (El Rojo) y Javier Puebla; LOS ENIGMÁTICOS. Como la comida estaba riquísima, me permití un vaso de vino y la conversación era impagable (el servicio también, a ver si averiguo el nombre del restaurante para recomendarlo), acabé entusiasmado con el hecho de echarme trabajo encima sin cobrar -en principio- por él, y le aseguré a El Rojo que cerraría la fecha de presentación de los libros esta misma semana. Tranqui, Red, ya sabes que cuando Javier Puebla se comprometea algo sólo falla si se interpone una "fuerza mayor", como se dice en derecho.

En busca de esa "fuerza mayor" (claro, siempre hay que intentar escapar, queridos e ignotos visitantes de esta página; siempre) acudí el jueves. Fue en su busca a la consulta del médico que atiende a mi familia, Héctor, para confesarle que dudaba de mis fuerzas, que sentía -aquí en el pecho o allí en el hombro o incluso acá en el poco pelo que me queda- un malestar. Estás como una rosa, tus análisis son los de un niño. ¿Y para eso va uno al médico? No había escapatoria.

Viernes. Me cito con Luis Martínez-Ros. Le encuentro como aparece en la imagen. Él también parece un niño o un adolescente, leyendo en un sillón de Blanquerna,la preciosa librería de la calle Alcalá que dirige donde -salvo causa de fuerza mayor- presentaremos la nueva colección de Enigma Editores capitaneada por Javier Puebla (otra vez esemaldito nombre) el 14 de diciembre a las 19,30. Se ofrecerá una copa de cava.
En suma, que de esta ya no me escapo ni aunque me convierta en Houdini. Hay que joderse.

 

El robo sólo es lícito cuando va seguido del asesinato
Miguel Sáenz, introducción al teatro completo de Brecht


29 de octubre

El jueves decidí tomarme el día libre. Me había levantado muy temprano, para mis hábitos de bohemio, y los tres primeros días de la semana habían transcurrido a un ritmo -sería exagerado afirmar que endiablado, pero sí- intenso. Me levanté, el jueves, a las nueve (de la madrugada) para acudir sin premuras a la presentación del último libro de -ese invento maravilloso de Emilio Pascual que es- la Biblioteca Avrea, el teatro completo de Bertolt Brecht realizado por Miguel Sáenz (un tipo estupendo, genial; un descubrimiento). Y, en efecto, allí estaba yo a las once menos cuarto, en el hotel Villa de la Reina, en la Gran Vía, con mi sombrero, mi sueño y ganas infinitas de ver a Emilio (Pascual) y también a Ignacio Amestoy, quien según estaba previsto oficiaría como maestro de ceremonias, pero que no acudió a causa de un gripazo inoportuno (una lástima, Amestoy fue mi jefe directo -y maestro y amigo- en el dominical de Diario16 hace veinte años muy largos, y sólo le he visto una vez desde que regresé de Dakar). Como compensación "descubrí" a Sáenz cuyas notas al tomazo impresionante (1800 páginas) había estado leyendo la noche anterior (me acosté a las cinco y media; lo normal); por esas notas ya había intuido que se trataba de alguien diferente, apasionado, buen escritor, libre en su prosa y sus comentarios, y al hablar con él, escucharle, todas las intuiciones quedaron confirmadas. Allí estaban viejos y queridos amigos como Miguel Lorençi, Joaquín Arnáiz y Raúl Muñoz. Me encantan los desayunos que organiza el grupo Anaya (a pesar de que siempre desayuno antes de salir de casa porque, ¿qué se le va a hacer?, yo soy así).
Al salir, y como seguía siendo temprano a pesar de que me fui el último y pasamos casi dos horas charlando, opté por acercarme hasta el palacete del Grupo Planeta, y subí al segundo piso para saludar a mi añorado gabineete de Destino. Estuvimos charlando de los viejos tiempos: la gira de promoción del Nadal de hace un par de años, en la que nos guiaron a Antonio Soler y a mí por muchas (me habría gustado, con perspectiva, que aún hubiesen sido más) de España. Rememoramos anécdotas, nos pusimos al día de nuestras respectivas andanzas, nos despedimos, subí al autobús, comí algo, me fui a la piscina, nadé, salí -ya con prisa- para ir a buscar al niño al colegio, y al llegar a casa y encender el ordenador para seguir trabajando con La hija de la cucaracha, la novela que tanto me está divirtiendo escribir, me di cuenta que "me patinaban las meninges". Así que apagué el ordenador y me tomé el día libre, la tarde libre. Ah, que delicia es pasear sin rumbo. Claro que, mientras paseaba, aproveché para llamar al ISBN para que me informaran acerca del impreso imprescindible, y luego a Sevilla, a la imprenta, para avisar que los seis libros estarían enmaquetados para el lunes y preguntar cuantos días necesitarían para "hacerlos realidad" (hablé con Noelia Ocaña, que también tenía tiempo -en Sevilla la gente, parece, aún tiene tiempo- y me quedé bastante tranquilo). Ya que estaba en ello telefoneé al Rojo, uno de mis socios en Enigma Editores, para contarle como iba todo y proponerle un paseo a dos (pero no podía, estaba de "guardia" con su padre). Ya que estaba en el barrio decidí entonces visitar a mi amiga Carmen S., pero no la encontré en casa. Así que hice una compra leve en un supermercado y antes de regresar al hogar-despacho marqué otro número, el de mi muy querida Alejandra Alloza (la presentadora de Cultura con Ñ, de la 2), por si le apetecía quedar y, ya de paso, presentarme a su padre, que acaba de publicar su primer libro y que estaba en Madrid de promo. Alejandra estaba "rota", después de una larga tarde apopando a su progenitor mientras firmaba -sin pausa- ejemplares de su obra. Al subir a casa me encontré con mis padres, habían venido a ver al niño, pero ya se iban, así que les acompañé hasta el coche, y volví a subir, para no cenar porque estaba empachado (como me sucede siempre que madrugo, que como de más y a deshoras), y hablando con mi chica me comentó que un vecino Juanjo F., me había dejado unos papeles, pues estamos de obras en el edificio. Subí un piso, llamé a su puerta y pasé casi una hora charlando con Jaunjo y Jose, su mujer (el noventa y nueve por ciento, bueno: el noventa, de mis vecinos son para mí más amigos entrañables que simples vecinos). Y al bajar a casa, y como seguía teniendo la tarde libre, me puse a trabajar con las fotos que ilustran este "semanario", y -seguía sobrandome tiempo- comencé a escribir el texto, este texto, que -creo- es más largo de lo habitual, por lo que no voy a hablar de los otros días de la semana, ni del lunes, del martes, ni del miércoles (ay, estuvo genial) ni del viernes, y menos aún del sábado o el domingo pues lo que sucedió aún lo desconozco, porque sigue siendo jueves, sigo teniendo tiempo, es temprano. Resulta increíble la cantidad de cosas que se pueden hacer cuando se tiene el día libre.

Lo que importa es narrar, no importa si la historia no le interesa a nadie
Ricardo Piglia,
Prisión Perpetua

5 de noviembre
Semana de dos días, debido a Hallowen y el día de todos los santos. Tenía que haber salido a la calle a hacer fotos a las brujas, con sus falditas cortas y sus sombreros de pico, pero ya venía de un día largo, con cocido incluido (vease columna -El Ateneo de Sevilla en Lhardy- con ocho bonitas fotos inéditas seriadas con la que está a la izquierda: Luis Landero, Miguel Ángel el Arco, Nacho Fernández), seguido de una maratoniana sesión de labores de editor (ay, ay, ay, ¿quién me mandaba a mí), mi habitual clase de los martes (la del miércoles la trasladé al lunes y no vino casi nadie, así que acabamos en el bar de siempre altamente divertidos), y posterior charla familiar. Vamos, que aunque habría estado bien fotografiar a las brujas, con sus falditas cortas y sus sombreros de pico me faltaba la energía (porque además tenía una idea "rara" que me guardo para el año que viene por si estuviera más sobrado de tiempo), pero sí bajé un rato a pasear por la calle, y alguna bruja y algún gato negro me crucé mientras pensaba en el final de la novela, que ya tenía decidido al empezar a escribirla pero que -tal vez- mute o cambie en aras de otro radicalmente diferente, y -ahora me parece, mañana veremos- más original.

Y ya que la semana ha tenido a bien resolverse en dos días me guardo los cinco restantes para escribir, escribir y escribir porque -aunque probablemente no valga para nada- tengo prisa. (No hay nada que me guste más en este mundo, cuando soy yo quien la elige, que la prisa).

 

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