Gentuza , se publica en diferentes versiones, por motivos de espacio y filosofía, en La Opinión de Murcia y Cambio16; mes de mayo.


Gentuza


Cuando escucho, digo o hasta formulo mentalmente la palabra gentuza siempre se me viene a la memoria la imagen de Otero de León, a la sazón embajador de España en Senegal, cuando con motivo de la llegada al Lago Rosa del famoso Rally París-Dakar nos dirigíamos en el coche oficial de la embajada hacia el stand de una empresa española que patrocinaba a Jordi Arcarón atravesando dunas y poblados, en uno de los cuales un grupo de senegaleses saltó a la carretera obligando al chófer a frenar tan bruscamente que si no hubiera sido por los cinturones de seguridad todos habríamos volado por el interior del coche. Al increparles el embajador su conducta varios de ellos levantaron el dedo en claro signo de desprecio y de la boca de Otero, siempre comedido, un gentleman al más antiguo estilo, salió la palabra con la fuerza de una bala moral:
-¡Gentuza!
Por fortuna para todos nosotros la mayoría de las personas son buenas y correctas, o al menos tienden a ser buenas y correctas, pero siempre existe un porcentaje, me gusta pensar que pequeño, de individuos que no sólo carecen de calidad personal sino que se pasan la ética por el forro de las gónadas, tipejos y tipejas que pisan y abusan en provecho propio e incluso por el placer de pisar, molestar, estorbar, hacer la vida un poco más difícil y desagradable a su prójimo. Y cada vez que me encuentro con alguno de estos individuos -el que te pide un favor y luego se ríe por haberte utilizado sin que te dieras cuenta o el que te engaña y se ufana de ello o el que abusa de sus subordinados o de su posición en la parcela de poder que le haya tocado para fastidiar a otro- me vuelve a la memoria el sonido de la palabra emitida por los labios del que era mi jefe político cuando desempeñaba la labor de Agregado Comercial en Dakar: gentuza.
A la gentuza, opino, hay que ponerla en su sitio. Hay que combatirla sin cuartel, no ya por nosotros, sino por principios, para que no se crezcan y abusen de su posición o peor aún de la buena educación de aquellos con los que tratan. Me decía hace no muchos días mi buen amigo el escritor Lorenzo Silva que no me metiese en pleitos (pleitos tengas y los ganes) cuando le hice partícipe de que un hombrecillo que sin duda se merece el calificativo de gentuza me había engañado al pintarme el coche y no contento con ello pretendía cobrarme una cantidad que -a mi entender- yo en absoluto le debía, que era mejor dejarlo pasar, permitir que se saliese con la suya -la cantidad apenas es de doscientos euros- y así evitarme disgustos y calenturas de cabeza. Pero eso es lo que hacemos los occidentales europeos en estos tiempos caóticos. Mirar hacia otro lado, pretender que no ha pasado nada, cuando la gentuza se cruza en nuestro camino. Yo prefiero luchar. Luchar aunque pierda, aunque el individuo cuyo nombre ni siquiera voy a mencionar con sus malas artes sea capaz de convencer incluso a un juez. Y no por mí. Sino por todos. Por todos los que nos esforzamos, cada día, en hacer nuestro trabajo, cumplir nuestras obligaciones, lo mejor posible, hasta donde nos llegan la inteligencia y la fuerza.


 

 

 

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