Gentuza
Cuando escucho, digo o hasta formulo mentalmente
la palabra gentuza siempre se me viene a la memoria la imagen
de Otero de León, a la sazón
embajador de España en Senegal, cuando con motivo
de la llegada al Lago Rosa del famoso Rally París-Dakar
nos dirigíamos en el coche oficial de la embajada hacia
el stand de una empresa española que patrocinaba a Jordi
Arcarón atravesando dunas y poblados, en uno
de los cuales un grupo de senegaleses saltó a la carretera
obligando al chófer a frenar tan bruscamente que si no
hubiera sido por los cinturones de seguridad todos habríamos
volado por el interior del coche. Al increparles el embajador
su conducta varios de ellos levantaron el dedo en claro signo
de desprecio y de la boca de Otero, siempre comedido, un gentleman
al más antiguo estilo, salió la palabra con la
fuerza de una bala moral:
-¡Gentuza!
Por fortuna para todos nosotros la mayoría de las personas
son buenas y correctas, o al menos tienden a ser buenas y correctas,
pero siempre existe un porcentaje, me gusta pensar que pequeño,
de individuos que no sólo carecen de calidad personal
sino que se pasan la ética por el forro de las gónadas,
tipejos y tipejas que pisan y abusan en provecho propio e incluso
por el placer de pisar, molestar, estorbar, hacer la vida un
poco más difícil y desagradable a su prójimo.
Y cada vez que me encuentro con alguno de estos individuos -el
que te pide un favor y luego se ríe por haberte utilizado
sin que te dieras cuenta o el que te engaña y se ufana
de ello o el que abusa de sus subordinados o de su posición
en la parcela de poder que le haya tocado para fastidiar a otro-
me vuelve a la memoria el sonido de la palabra emitida por los
labios del que era mi jefe político cuando desempeñaba
la labor de Agregado Comercial en Dakar: gentuza.
A la gentuza, opino, hay que ponerla en su sitio. Hay que combatirla
sin cuartel, no ya por nosotros, sino por principios, para que
no se crezcan y abusen de su posición o peor aún
de la buena educación de aquellos con los que tratan.
Me decía hace no muchos días mi buen amigo el
escritor Lorenzo Silva que no me metiese en
pleitos (pleitos tengas y los ganes) cuando le hice partícipe
de que un hombrecillo que sin duda se merece el calificativo
de gentuza me había engañado al pintarme el coche
y no contento con ello pretendía cobrarme una cantidad
que -a mi entender- yo en absoluto le debía, que era
mejor dejarlo pasar, permitir que se saliese con la suya -la
cantidad apenas es de doscientos euros- y así evitarme
disgustos y calenturas de cabeza. Pero eso es lo que hacemos
los occidentales europeos en estos tiempos caóticos.
Mirar hacia otro lado, pretender que no ha pasado nada, cuando
la gentuza se cruza en nuestro camino. Yo prefiero luchar. Luchar
aunque pierda, aunque el individuo cuyo nombre ni siquiera voy
a mencionar con sus malas artes sea capaz de convencer incluso
a un juez. Y no por mí. Sino por todos. Por todos los
que nos esforzamos, cada día, en hacer nuestro trabajo,
cumplir nuestras obligaciones, lo mejor posible, hasta donde
nos llegan la inteligencia y la fuerza.
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