La Forqué
Cuenta la leyenda del célebre pintor
de nacionalidad francesa nacido en Málaga, Pablo
Ruiz Picasso, que siempre era consciente de cómo
y desde donde le fotografiaban, apuntaban con un objetivo; hasta
el punto que en una rueda de prensa, celebrada según
se cuenta en los salones del Ritz, y estando el pintor rodeado
de fotógrafos que disparaban sus flashes sin cesar se
giró hacia uno, situado a su izquierda, y cogiendole
la cámara veló el carrete.
-Esa foto no.
Lo que acabo de referir nunca habría llegado a creermelo
de todo si no me hubiese sucedido el pasado miércoles
15 de marzo lo que me sucedió, y quizá el lector
tampoco me creería, o tendería a no creerme, si
no tuviese las pruebas fehacientes que demuestran que es cierto,
que una persona -no una persona cualquiera, pero si alguien
como Picasso, o alguien como Verónica Forqué-
son capaces de controlar, ser conscientes de la futura trascendencia
de una imagen cualquiera, sin por ello desviarse o distraerse
de la actividad en la que están inmersos.
Era 15 de marzo, ya digo. Casi primavera. Primavera en Madrid.
Una de mis más entusiastas Tripulantes, Pura
Fernández, me dejó en la puerta de la
Casa de América, Paseo de Recoletos,
donde se iba a presentar un libro de José Luis
Alonso de Santos editado por Cátedra
y en cuya mesa de honor estaría sentado uno de mis amigos
de Nueva York, del cada vez más célebre
Grupo de Brooklyn. Por él acudía,
en realidad, aunque apenas le vi, pues una vez terminado el
acto se esfumó con la discreción del humo. Pero
había mucha gente desbordando la sala Simón Bolívar
de la Casa de América. Entre otros la mejor mente literaria
que conozco, Emilio Pascual (genio y amigo).
Y también había actores, porque se realizaron
tres lecturas dramatizadas de los microteatros o cuadros que
presentaba de Santos (el brillantísimo y generoso señor
de Santos). Las dos caras más conocidas eran las de Juan
Luis Gallardo y Verónica Forqué. Como
llevaba mi cámara decidí "disparar"
sobre ambos para dar color a mi diarioweb, que inopinadamente
parece haberse convertido en una crónica de la "vida
literaria capitalina". Tengo tres fotos de la Forqué.
Hablaba con una amiga, concentrada en la conversación,
pero justo cuando iba a apretar el botón de mi pequeñísima
cámara digital se giró hacia mí y sonrió
al objetivo. Pensé, ah ingenuo, que me había visto,
y fui a explicarle. Pero ella no me había visto. Sólo
"había sentido la cámara". Decidí
disparar de nuevo. Y de nuevo se produjo el milagro, esa capacidad
sobrehumana de desdoblamiento que hizo de Picasso un semidiós
y de la Forqué una actriz que jamás será
olvidada. Y aún hay una tercera foto, en la que ya había
hablado con ella, y posa, únicamente posa. Para verlas
todas, y dado lo limitado del espacio de esta columna, tendrá
el lector curioso que visitar mi diarioweb;
pido disculpas y una página extra a mi directora en el
futuro para solucionarlo. Quien entre en el diario encontrará
algunos otros detalles de una velada que con cinco presentadores
y cinco actores duró exactamente cuarenta y cinco minutos.
Un milagro digno de "santos". |