PORTADA DIARIOWEB DE JAVIER PUEBLA DIARIO 2006: ---(PRIMER SEMESTRE)--- DIARIO 2005:----SETIEMBRE-OCTUBRE Matar el tiempo equivale a un gesto de defensa, a una prolongación
del tiempo que todos nosotros aún desaríamos poseer AÑO 2005
7 y febrero. Y, por supuesto, luchando. Esta semana he estado en Ifema, siguiendo el montaje y desmontaje de una feria, no Arco, sino la de la moda (un report para El Mundo), y no he podido evitar el pensamiento de que, cuando estaba en África, las modelos valían mucho menos, eran más baratas de comprar, que los vestidos que llevaban puestos.
Es 14 de febrero y ni siquiera me he acordado que era San Valentín. En un cuento de los que escribí aquel año que hacía uno al día hablaba de que hay que trabajar cuanto se pueda, pero nunca más; y últimamente lo estoy incumpliendo. Hasta el punto de que siento nostalgia de esos zapatos cinco tallas inferior a la mía que eran "trabajar en un ministerio". Está siendo duro intentar ser libre, aunque espero ser digo de mi velero-taller, y que nada alcance a torcer su rumbo, ni a sujetar su valor, como en la Canción del Pirata, de Espronceda.
Perdone que no me levante
23 de febrero. Paco Sevilla me ha presentado a Chema de la Quintana, de Amargord. Hoy he conocido a unos editores cuyo aspecto era el que todo escritor sueña deberían tener los editores. Amantes de la creación, relajados, no obsesionados por ganar otro euro. Son las diez de la noche y estoy escribiendo, pero quizá todo haya sido un sueño, que haya conocido a unos editores cuyo aspecto era el que todo escritor sueño deberían tener los editores, que sean las diez de la noche, que esté escribiendo.
No hay excusa
para ser malvado, pero tiene cierto mérito saber que uno lo es; el vicio
más imperdonable es hacer el mal por pura imbecilidad
28 feb 05. Hace un frío que rompe
el alma en la ciudad de Madrid. Son las tres de la noche y estoy en
casa. Hasta el ficus gigantesco que tengo frente al escritorio parece
hoy algo encogido. He visitado las oficinas de La Clave y conocido al
amable, en apariencia amable, Miguel Ángel del Arco.
2 de marzo. Me he levantado con dolor de cabeza fenomenal pero me siento de un humor estupendo. Son las siete menos cuarto de la tarde y sólo he salido de casa esta mañana diez minutos para comprar el pan. Tiene su punto esto de que haga tanto frío.
7 de marzo.Hoy no he fumado ni un sólo cigarrillo en todo el día. De día es fácil. Hay público ante el que pavanoearse de la hazaña. Lo difícil es cuando llega la noche y estoy solo con mi ordenador, mi imaginación y mis costumbres. Son las dos en punto y me mantengo. Caeré, supongo. Encenderé un cigarro (aunque quizá lo deje para mañana, ahora tengo un poco de sueño, y además está maullando el gato, querrá leche). Sí, ya sé que yo no tengo gato.
El arte
exige una entrega incondicional, absoluta, ilimitada
11 de marzo. Eran las siete de la tarde y me había acostado. Fatal. Estaba fatal. Mil veces peor que fatal. Pero me he levantado para dar la clase, para representar el papel de El Capitán que comanda un barco imaginario. Ya llegaba a la Academia cuando he comprendido que un capitán no puede dar muestras de debilidad ante su tripulación. Nada de quejarse. ¡Como un actor!. Impecable como un actor, y la actuación, la clase, la energía de mis compañeros de aventura me ha curado de todos los males que horas antes me parecían inesquivables.
18 marzo. Como siempre que suceden muchas cosas, la vida es rápida, no escribo nada al respecto. Demasiado ocupado viviendo para pararme a escribir. Y es lástima. Al menos recordar los paisajes nevados del Puerto de la Cruz, ya anocheciendo, con Lola y el niño (dormido) en el coche. Ni una sola hoja verde, troncos desnudos y ateridos, quizá quemados. El coche rápido y confortable. Entrar en el misterio y salir de él sin sufrir el más pequeño rasguño.
23 de marzo. Ayer me dieron las galeradas del próximo libro que -parece- voy a publicar. 17 cuentos y una novela corta, una nouevelle, y ahora las tengo encima de la mesa y voy haciendo anotaciones. "Los tiempos han cambiado y esto no es el Ulises", me advirtió mi editor, y yo intento hacerle caso, pero a veces descubro que sobra una coma, que una palabra rompe el ritmo de una frase o que unos ojos que yo veía brillando en el oscuro Dakar no tienen suficiente brillo en el relato y no puedo evitar enceder por dentro al personaje con dos o tres palabras para que el futuro lector capte ese brillo. Me temo que al final tenían razón algunos amigos-enemigos cuando afirmaban que un libro no se acaba de escribir nunca; ni siquiera cuando está publicado (confieso que en mis libros publicados también hago correcciones, añado notas, tacho frases... y hago dibujitos sobre el papel, porque creo que un libro con la huella de quien lo ha leído, aunque la huella sean manchas de café, es mejor que otro que no ha cambiado nada, y aún parece nuevo, después de haber sido leído).
27 de marzo. Abrí el periódico por pura casualidad. Un ejemplar de La Verdad que habían traído mis padres políticos de Murcia. Había una entrevista con Jose Ángel Mañas y yo también tengo que entrevistarle dentro de unos días. En la página de al lado había una foto del poeta Rosillo, le habían dado un premio. Leí el texto por encima. La Asociación de Amigos de la Lectura, presidente el célebre catedrático Victorino Polo. Había más premios. Mejor libro de poesía, mejor ensayo, mejor novela.. El nombre de la mejor novela era SONRÍE DELGADO, de Javier Puebla. Sí, yo mismo. Qué delicia inesperada. Y enterarme por el periódico..., pensaba que algo así jamás me iba a ocurrir a mí. Aún sonrío, como Delgado, al recordar el alegre estupor del momento.
Me habría
encantado encontrar el manual de instrucciones de mi adolescencia
30 de marzo. Ayer me llegó un correo de un amigo que no conozco, Alejandro di Marzo, y me atrevía a aconsejarle que no tirarse la toalla, que es mejor estar desesperado que aburrido. Pero no sé si yo soy capaz de seguir ese consejo, aunque supongo que más que aburrirse lo que sucede cuando alguien tira la toalla es que se cambia una desesperación por otra. Todo avanza, sí, pero tan despacio que me exaspera, porque yo soy rápido y, por lo tanto, impaciente. Con los años he aprendido a controlar bastante bien esa impaciencia, pero tardes grises como la de hoy, en la que no tengo ganas ni de escribir mi columna semanal, mucho menos un cuento, porque ¿para qué si ya he hecho tantos?, me sublevo y me dejo llevar -serán sólo unos minutos, mi autocontrol funciona muy bien en la actualidad- por el sueño adolescente de evitar toda responsabilidad y salir corriendo, corriendo hacia adelante, sin importar la dirección ni el destino, "No tengo ni idea en que ciudad estoy. No importa. Tampoco ni idea a qué ciudad voy. No tengo planes", como escribe Shepard en El gran sueño del paraíso. Lo único que me apetece, deseo, es hacer las maletas y cambiar de sitio.
La vida
es lo que te pasa, mientras haces planes para otra cosa
4 de abril. Estoy escuchando a Louis Amostrong cantando A WONDERFUL WORLD, me duele la espalda porque nunca soy capaz de esatar sentado correctamente ante el ordenador, el niño rompe a llorar, le duelen los dientes. Son las dos y Lola tiene que dormir. No puedo seguir escribiendo.
Los caballos
son como los seres humanos. Tienen que conocer sus límites. Una vez
que los descubren son felices sencillamente pastando en el campo
11 de abril. He estado a punto. Más apunto que jamás, de tirar la toalla, dejar de luchar por mis sueños y vender mi mi tiempo y mi vida al Ministerio en el que hace veintiún años gané una plaza por oposición. A punto de reingresar y pedir Nigeria como destino. Dinero, sí. Pero enterrado en vida, ¿y qué iba a hacer con mi familia? A un hombre le cuesta asimilar que tiene familia, pero es evidente que yo la tengo, aunque muchos de mis personajes, algunos, sigan solteros, solitarios, libres y perdidos. Yo estoy casado, acompañadoy perfectamente encaminado. Esta página es mi mejor ventana, donde juego ante lal vista del mundo, mi actividad favorita, jugar (y hacerlo ante la vista del mundo). Me habría encantado ser como George Simenon y que me hubiesen ofrecido la posibilidad de escribir una novela en un escaparate, escribir una a la semana..., pero en el mercado español ya es complicado, complicadísimo, publicar un libro al año. Si sacase uno a la semana..., me río de la cara que pondrían algunos, caerían sincopados. Me quedo en Madrid. Y me quedo luchando por mis sueños, con los míos. Pero ahora soy consciente de lo caro que me resulta vivir en esta ciudad, en estas condiciones, así que voy a forzar mi punto de vista para ver sólo lo bueno. Sólo lo bueno. Sólo solito sólo lo bueno. Voy a intentarlo.
12 de abril. Ayer conocí a un tipo genial: Suso33. Suso, para los amigos. Quedé con él para hacerle una entrevista, para La Clave en un principio (soy un freelance), y la idea era charlar veinte o treinta minutos y luego salir hacia el Palacio Gaviria para entrevistar a Mar Muro y J.M. Arango..., pero el personaje, y aún más la persona, me fascinó hasta tal punto que pasamos juntos más de tres horas, hasta las dos de la noche. Suso es graffitero. No, Suso es un creador impresionante, con un discurso intelectual lúcido, coherente y originalísimo. Hablamos y hablamos. Y luego montamos en su furgoneta, con todos "los trastos de matar" (sprays, mascarillas y demás) en la parte trasera, para ir a ver sus geniales pintadas. La serie AUSENCIAS, pintada en esas cosas rotas por la mitad en la que aún se adivinan cuartos, habitaciones muy concretas, es de lo mejor que he visto en mi vida. Siluetas realizadas a base de líneas, con un cierto aire africano, que devuelven a los fantasmas expoliados de sus hogares -el barrio de Tetuán ha sido masacrado en beneficio de la especulación- y nos recuerdan a todos que la ciudad era, en un principio, un lugar para ser habitado por seres humanos, y no la impiedad en la que se ha convertido. Tetúan no está destruido del todo, afortunadamente. Ya nos íbamos cuando desde el coche vimos a dos amigos de Suso, una pareja de artistas: Nacho y Belén. Ella llevaba en el bolso dos sobres de sopa. Me regaló uno, el de sopa de pollo. Me lo regaló y me lo firmó. Esas cosas sólo pasan, o para ser más exacto: pasaban, en Nueva York. En el Nueva York mágico e imprevisible que yo conocí cuando tenía 29 años.
21 de abril. Siempre he dicho que África es la luna, pero Murcia también tiene sus peculiaridades; que a mí me encantan. He estado casi una semana allí, cuatro días pero bien aprovechados, y he visto como un chaval se mataba con un Ferrari que le había regado su rico y probablemente inculto padre (ANTES TENÍAMOS CULTURA, AHORA HAY COMPRAS, que escribió Hanif Kureishi), como los de un equipo veían volcar su autobús en la carretera, equipo EL POZO, toda la pasta del mundo gracias a un imperio montado a base de vender chorizos y jamones, y como el responsable declaraba a la prensa que en el futuro no viajarán en autobús (¿lo harán en patinete?), y además di una conferencia, que me encantó, en Molina de Segura, jugué en la playa con un pastor alemán (a mí me dan pánico los perros, aunque escrito -me di cuenta hace unos días- muchísimo sobre ellos) y que -ah, mi imaginación desmedida y fantasiosa- para mí representó un encuentro con un amigo de mis padres que había muerto el día anterior y a quien yo llamaba tío Pepe. Y también he ido al cine, dos veces (las pelis dan igual; no gran cosa), recorrido el desastre que es La Manga, comido en L.A. (los Alcázares) y perdido una noche jugando al ajedrez en un bar, porque un viejo amigo se sentía solo y ¿quién soy yo, por mucho que juege a madrileño hiperocupado, para negarle mi humilde compañía?
Desde muy
niño tuve que interrumpir mi educación, para ir a la escuela
26 de abril. Estoy harto de moverme de un lado para otro. El martes estaba en Murcia, el jueves en Madrid, el viernes en Valencia de Alcántara (Cáceres), hoy de nuevo en Madrid y -mucho me temo- mañana volveré a irme a Murcia a recoger el premio a la MEJOR NOVELA DEL AÑO otorgado por la ASOCIACIÓN DE AMIGOS DE LA LECTURA. Todos los movimientos eran importantes para mí, sobre todo el fin de semana pasado en el pueblo donde nació mi padre, Valencia de Alcántara, y donde debiera haber nacido yo si mis abuelos no se hubieran traslado a Madrid. Mi tía Herminia, mi predilecta de la familia (cada uno tiene sus debilidades y yo no las oculto), cumplía 82 años y con tal motivo reunió a más de 250 descendientes de Manuel de la Torre, mi bisabuelo. 65 coches y un autobús. Una fiesta de más de doce horas. Primos a los que jamás había visto pero con los que encontraba insospechados puntos en común. Magnífico, sí. He llenado un montón de páginas de mi diario hablando de unos y otros. Pero me apetecía volver a Madrid y quedarme en casa, terminando los reportajes y entrevistas que tengo pendientes, trabajando en la web, preparando alguna de mis pelis para enseñársela a los chicos de Lolita Peliculitas... Habrá que dejarlo para la semana que viene. Me gusta Madrid cuando estoy fuera unos días, al regresar disfruto de sus calles contaminadas y ruidosas, de la prisa de sus habitantes, de la vida que hierve en cada esquina. Me gusta Madrid; cuando no puedo estar en ella.
El arte
no puede cambiar la vida, en cualquier caso no la mía
1 de mayo. Una sonrisa para los grandes almacenes, que se forran vendiendo regalos innecesarios. Este fin de semana he coincidido en El Escorial con mi amigo A. O. Aparte de las pequeñas correrías nocurnas que tenemos el hábito de compartir en esta ocasión A. O. traía un flamante cortometraje, recién salido del horno, bajo el brazo. Está loco por enseñarlo. A. es así. Pero... Sí, hay un pero. Una de los actrices ha sido nombrada para un cargo público y teme que si la ven haciendo el chorras a alguien se le pueda ocurrir sacar de su pequeña experiencia creativa un partido inadecuado. Vamos, que si risas, que si mira, que si mejor tal vez buscamos a otrao fulanita o fulanito para este carguito. Mi pobre amigo: un niño con zapatos nuevos al que no dejan, jugarretas de la vida, salir a la calle con ellos y tiene que conformarse con recorrer una y mil veces, mirándose los pies, el limitadísimo pasillo de su casa.
No todo
lo bueno triunfa siempre
8 de mayo. La vida se complica sin que sus supuestos protagonistas, nosotros, hagamos el menor esfuerzo para complicarnosla. Se puede ir caminando por un paseo asfaltado y resbalar sin motivo, te puede tocar la lotería que te regala un desconocido en un bar.., cualquier imprevisto es posible, por muy monótona que parezca la vida de una persona. Y los imprevistos, como la monotonía, siempre tienen, tras la sonriente cara, una cruz. Me han dado una buena noticia, y estoy agobiadísimo. "Justo a mí tenía que tocarme ser yo", como decía Quino, el creador de Mafalda. Odio la vida social, en cuanto es vida social. Más aún si es en parejas. Dos borregos unidos a más borregos emparejados. Me gusta caminar solo. Los encuentros inesperados. La magia de la vida imprevista... El mundo entero, su funcionamiento de reloj defectuoso, me da asco. No me gustan los periódicos, ninguno; y sólo soporto una o dos revistas. La televisión sólo sirve como ventana voyeur y para ver pelis. No me identifico con nadie porque a nadie miro (y en eso -imposible escapar de la vulgaridad-soy igual a todos los miles y millones de personas que no se identifican con nadie).
I hate actors.
They never act like people. They just think they do
10 de mayo. Me duele la cabeza. Si me pongo el termómetro seguro que marca cuarenta grados. Estoy hecho un asco. Pero tengo una fiesta, la de Cambio16, dentro de una hora y media, y allí estaré con la mejor de mis sonrisas. La enfermedad es un lujo que en la actualidad no puedo permitirme; pero recuerdo mis tiempos de estudiante, incluso mis tiempos de funcionario, que un 38 de fiebre te dejaba en casa, mimado al menos por ti mismo, ocupado únicamente en mirarte el ombligo. Hace 5 meses que le mandé a mi teórico editor la novela que debería publicarse este año..., y aún no la ha leído... Así que voy a hacer un dribbling, sobre mi sonrisa curvada, y volver a mandársela. Contra todos los males: persistencia e ingenio.
¿De qué
sirve un secreto, cúal es su poder, si nadie conoce su existencia?
16 de mayo. Se me ocurren relatos cada día, muchos días más de uno, y me gustaría escribirlos..., pero no encuentro el tiempo. Supongo que es un problema de organización, pero lo cierto es que -apenas y para lo que son mis inclinaciones naturales- no dedico más que una hora o dos conscientemente a vagabundear por la vida: esa fuente inacabable. No veo demasiado a mis amigos, no paseo sin rumbo durante horas por la ciudad, aunque es cierto que sí leo mucho, pero quiero pensar -es necesario pensar- que leer es parte de mi trabajo de escritor. Sería delicioso ser rico, o al menos tener una vida ordenada..., pero si mi vida fuese la de un oficinista ¿entonces para qué tanto esfuerzo? ¿para qué tanta energía, tantas horas? Sólo persigo la libertad, una pequeña libertad, no la fama o el éxito.
El poema
o relato no cobrará vida si no te enamoras de él
22 de mayo. He pasado un fin de semana tranquilo..., excepto el sábado. El sábado fue un día tan agitado que no parecía parte de mis habitualesa fines de semana en Los Arroyos. Un viejo amigo, después de más de veinte años, va a dejar su bar acogedor, La Grillera, y no pude evitar sentirme un poco triste ante la noticia, desear tener más magia en los dedos para solucionar los problemas, pequeños o grandes, de toda la gente a quien quiero o aprecio.
Un país civilizado es aquel en que uno no tiene necesidad de perder el tiempo con la política Javier Cercas
31 de mayo. No estoy a la altura de mí mismo. Es una frase que suena bien, así que me la repito a mí mismo con frecuencia, porque podría ser un buen título, una buena pista para escribir un relato o hasta una novela..., pero cada vez que me la repito, con frecuencia, ya digo, no puedo evitar que más que una frase buena o mala lo que sí que encierra es una verdad: no estoy a la altura de mí mismo. En la actualidad me parece increíble haber sido el primer tipo en la historia de la literatura capaz de escribir un cuento al día durante un año..., ahora me cuesta escribir un cuento al año (qué risa); en varios periódicos y revistas me admiten relatos que me pagan como columnas y opto por las columnas que, y quien no esté de acuerdo allá él, son infinitamente más sencillas de hacer. No estoy a la altura de mí mismo..., supongo que Javier Panizo me consolaría con facilidad diciendo que pronto volveré a estarlo, que tampoco soy tan alto, que otro gallo cantaría y más dificultades tendría para estar a mi propia altura si midiese un metro noventa y cinco.
Cuando estamos solos demasiado tiempo poblamos de fantasmas
el vacío
7 de junio. Acabo de llegar de la presentación de un libro para niños, o jóvenes, escrito por Norma Sturniolo, escolatado por un argentino mayor e ingenioso cuyo nombre no he retenido y Lorenzo Silva. Ha sido en El Bandido Doblemente Armado, el bar librería de la calle Apodaca. Me doy cuenta que prácticamente todas las semanas, casi diría que todos los días (pero sería exagerar) paso por El Bandido Doblemente Armado. La semana pasada Soledad Puertolas, con Jorge Herralde como ángel de la guardia, presentó Historia de un Abrigo. Y hace no mucho tampoco acudí para entrevistar a Andreu Martin, a quien conozco desde ... antes que Traum suplantase a Alberto Delgado. He vuelto a trabajar con mi personaje más conocido y premiado (increíblemente, es el menos comercial), y ya me he leído la novela que escribí con él como uno de los protagonistas, no el único, el verano pasado. Es difícil abandonar la realidad y volver a quedarse colgado en pleno pausa, que decía Ivan Zulueta en Arrebato, vivir en la ficción y para la ficción. Difícil cuando se tiene familia, responsabilidades y un mundo en absoluto fiticio, o a eso juego el mundo, alrededor; pero lo connseguiré, estoy en ello.
8 de junio. Al perro flaco todo se le vuelven pulgas, cantaba el refrán.... Y yo me temo que he adelgazado demasiado en los últimos tiempos. Además, en la novela en la que estoy escribiendo o más bien reescribiendo el personaje con el que más me identifico es el Flaco, Alberto Delgado alias el Flaco, así le llama su mejor amigo: el Gordo Sañudo. La vida se me complica hasta extremos insospechados, justo cuando no puedo permitirme desperdiciar energía en otra cosa que sea mantener el mundo imaginario de la novela: tendrían que gastarse la pasta en becar a los escritores de verdad actuales en lugar de hacer chorraditas de diseño, esa X enorme, para apuntarse a el carro de El Quijote. Pobre Cervantes..., no creo que en vida lo pasase mejor que yo. En estos tiempos no le publicaría nadie un libro así. Y encima manco el buen hombre, ¡con lo importante que es la imagen hoy en día! Al menos he tenido la alegría de encontrarme por la calle a Rafa, un nadador del Canoe (campeón de Europa en varias especialidades) a quien admiro muchísimo, es todo voluntad: con 64 años no aparenta ni 40) que ha estado muy enfermo y a quien los agoreros daban por deshauciado..., pero se equivocaban. Estaba muy bien.., bastante bien al menos..., y si Dios quiere (Dios, por favor, existe y quiere que la gente buena no sufra demasiado) volverá a ser campeón de Europa, o del mundo, o de lo que sea.
13 de junio. La fiesta de Planeta no era
el día que yo pensaba era la fiesta de Planeta aún así acabé pasando
por la fiesta de Planeta y me encontré con mi desconocido Boris Izaguirre
que estuvo hablando conmigo como si fuese su primo perdido en la pampa
durante rato larguísimo, por lo demás había escritores a punta de pala
.que poco originales somos. algunos agentes, infinitos administrativos
y ejecutivos del grupo, camareras eficaces e invisibles..., pero sobre
todo un pianista que me aceptó una petición: My Way. Porque así fue
como me lo monté este año, acudí con pantalones cortos, camiseta del
Canoe, gafas, mosca y bigote y sin sombrero... Nada que ver con mi imagen
pública, pero sí conmigo mismo, a mi manera (es decir, entre Syd Vicious
y Sinatra). Lo mejor de la fiesta. Un escritor se despide de su agente:
20 de junio. Cuando estás educado para dar antes que pedir, realizar lo segundo: pedir, es ya una hazaña portentosa. Y obviamente no pides -no pido- a cualquiera; pido a quien he dado y además aprecio (por eso le he dado cuando él me ha pedido o yo le he visto necesitado: desde dinero a seguridad en sí mismo. Pero aún con todas estas premisas, el vencer a la educación recibida para no pedir, hacerlo con alguien que está en deuda contigo, incluso en deuda real monetaria e impagada, y que se supone te aprecia como tú le aprecias a él, lo más habitual, al menos en mi experiencia -quizá es que no sé pedir por culpa de la falta de práctica- es que a aquel a quien pides no te dé y mire para otro lado, y hasta intente tomarte por tonto pensando que vas a contentarme con una palabra amable. Como escribía Frederic Traum en Sonríe Delgado) No me gustan los aduladores. Cuando quiero flores me compro un ramo.
Me cago en todo lo cagable
26 de junio a las doce de la noche. Pues sí, yo hoy también me cago en todo lo cagable, me encantó la expresión, como en la serie de televisión. La frase la decía un argentino con una gracia especial que quizá no se transluzca en el texto, en la simple cita, pero da igual. Me sirve para definir mi estado de ánimo de hoy. La lucha continúa, se gana alguna batalla, se pierden doscientas (las menos merecidas?) y llegan tantas malas noticias como buenas. Y en las malas aplico la frase de arriba y sigo adelante. La novela avanza, mis Tripulantes están saludables y contentos y me ha llegado una carta de dos lectores de una revista llamada Vía que edita el ferrocarril de vía estrecha dónde me publicaron un texto, un cuento, Suambili (luego lo subo) y que ellos leyeron mientras estaban de guardia en una farmacia de...., no sé donde, me imagino un pueblo entre montañas, o quizá un local en una ciudad de calles silenciosas..., me puedo imaginar a esos lectores de muchas maneras. Creo que voy a pegar su correo, al cabo -algunas cosas buenas tiene el absorvente ordenador- sólo es un clic. Ahí va la carta: Querido Javier : Mi amigo Javi y yo, Jose Colinas, acabamos de leer tu relato titulado "suambili"; estamos de guardia en una farmacia y hemos disfrutado mucho con la aventura de Cesar Gonzalez; nos hemos metido de lleno a investigar los suambos y el suambili, al no encontrar ninguna referencia, suponemos que te lo has inventado, y nos ponemos en contacto contigo para que nos aclares este tema, y al mismo tiempo felicitarte, porque lo hemos pasado muy bien y nos animaste la tarde recordando al señor Cesar Gonzalez y su amor Yansia. Enhorabuena, y te agradecemos tu respuesta, que sin duda lo harás. En esa misma serie de veinte correos que me he encontrado este domingo al regresar de El Escorial había otros no tan agradables, incluso uno que me ha entristecido (porque he estado a punto de trabajar como agente con un tipo encantador y al final, no es culpa suya, me voy a quedar con las ganas); pero en resumen la colección de mails gracias a la carta de los chicos de la farmacia estaba equilibrada. Y con eso es más que suficiente. Suficiente para seguir luchando. Suficiente para acostarse contento.
La idea de comenzar un libro me aterroriza: hay tanto que
decir que no sé dónde o cómo comenzar 28 DE JUNIO. Supongo que si fuera de otra manera simplemente no sería yo, pero -y para contarlo en una frase: ANOCHE ME MORDIÓ UN PERRO Y FUE UNA VELADA FORMIDABLE. Hoy también estoy bastante en forma, aunque me cuesta teclear, mucho, y se me está amorotando el meñique (suena a película de los hermanos Coen, como todo lo que sucedió ayer), amén de que me han comunicado que como no puedo encontrar al perro, era de un vagabundo, tendré que pincharme 30 días seguidos para evitar un posible ataque de rabia (y yo que pensaba, ah estúpido hombre moderno, que la rabia la provocaba la vida y no los mordiscos de los perros)... ME DUELE EL DEDO, NO PUEDO SEGUIR AHORA, MÁS TARDE QUIZÁ, DESPUÉS DEL PRÓXIMO NOLOTIL.
Dios no ayuda a los que son invisibles como él
30 de junio. Por fortuna... yo soy visible. Y de vez en cuando si me ayuda. Hay un libro por ahí circulando, está en los más vendidos y yo creo que se debe al título: El Curioso Incidente del Perro. Yo podría escribir el maravilloso mordisco del perro, como una columna o un cuento, porque desde que sucedió tuvo un efecto positivo inmediato: rompió mi rutina. Mi vida, aunque hago mil cosas, veo dos mil gentes y desde el exterior pueda parecer variadísima es, a su modo, como todas las vidas: rutinaria. Más o menos el mismo día una y otra vez, con sus mínimas variaciones. Pero el ataque del perro, inusual (y mágico, porque había acuido a ver a mi mejor amigo, en quien me inspiro parcialmente para la novela que estoy acabando, y fui a verle, después de un año sin tener noticias suyas, para saber como acababa la novela, o más exáctamente: para comprobar si el final elegido, el más brillante pero también el más duro, era el correcto. Lo era, el mordisco del perro lo confirmó). El mordisco ha hecho que se quiebren todas mis rutinas: no puedo escribir, no puedo nadar, tengo que levantarme por la mañana temprano para la vacuna antirrábica durante todo el mes de julio, compartí una mañana maravillosa con mi padre (siempre le veo por la tarde, y él ya está un poco cansado y yo recién levantado; mientras que por la mañana es una máquina y a mí me costaba seguirle incluso al rebufo... En fin, que duele, es un coñazo, se me está fastidiando el estómago por los antibióticos..., pero la experiencia es más positiva que negativa. Este mundo es extraño...
Es tan dífícil que un gran escritor sea también un gran ser
humano...
3 de julio. (Hoy el diario debería comenzar con la columna. QUE ME MUERDAN LOS PERROS.) Pero no he escrito una palabra de la cena de fin de curso, ese curso que me inventé o aseguré iría inventado a medida que hiciera falta el pasado mes de setiembre, y que ahora -lo he conseguido- ya ha concluido. Celebré el fin del viaje en compañía de mis Tripulantes -algunos acudieron expresamente desde Almería, Murcia o hasta Alemania (Aquisgrán) para la cena- y no he escrito nada al respecto porque resulta difícil explicar en este diario (que es público), diferente al privado que llevo siempre en el bolsillo, mis libretas con tapas de piel de cebú y papel Galgo de noventa gramos, que estaba más agotado que contento, que de algún modo me sentía tan muerto como el Capitán del poema de Whitman, Oh Capitán, Mi Capitán/ terminó nuestro espantoso viaje..., ea capitán/ padre querido/levantate/ por ti doblan las campanas / por ti la multitud se agolpa en la playa/ Pero no es posible/ sobre la cubierta / Mi Capitán / yace muerto y frío. Sí, así me sentía, porque cuando un viaje acaba, muere un viaje, muere el capitán que lo comandó..., de algún modo muere. Aunque vaya a resucitar para el siguiente viaje, y aún -si los hados son propicios- pueda volver a surcar los mares, junto a sus Tripulantes, muchas, infinitas veces. Pero al final del viaje El Capitán nada tiene que celebrar. Su trabajo acabado y concluido, como escribió Whitman. Nada de esto naturalmente podía explicar a mis fieles Tripulantes, sin ellos no lo habría conseguido, y si aún después de muerto me tocaba seguir bailando.. lo haría, y lo hice. Y, soy sincero, aunque yo no era yo sino una sombra fugada del abismo, fue divertido. Larga vida a Mi Tripulación, a sus personajes, a sus cuentos y sus sueños.
6 de julio. Es cierto que escribir novelas implica abandonar la realidad, que cualquier roce -hasta el más cotidiano e inevitable- perturbe o moleste. Pero cuando se escribe una novela, algo que no sucede con los cuentos (que por otra parte piden un "precio" mucho menor, el autor tiene la sensación de estar protegido contra todo y contra todos, que al "vivir" en un mundo ficticio el mundo real no le tiene en cuenta y ni le favorece ni ataca. Al menos esa es la sensación que yo, ahora y una vez más (llevo más de veinte novelas escritas) experimento mientras termino la que espero sea la última redacción del libro cuyo título revelaría encantado, pero que sin embargo debo guardarme sólo para mí y los más íntimos (y aún así) porque no me fío de los plagiarios. Conozco..., quizá no muchos, pero sí, desgraciadamente, unos cuantos.
Ocuparse de los asuntos ajenos es señal de tener maltrecha
la fama propia
10 de julio. Si no me pusiera fecha de entrega para las novelas (y siempre busco como pretexto un concurso, aunque no tenga la menor esperanza de ganarlo; o la cita con un editor de la que tan posible es que no salga nada como que finalice con un contrato bajo el brazo) no las acabaría nunca. De hecho tengo muchas, muchísimas más obras en el cajón, en las tripas del ordenador, en mi despacho de Madrid, que en el mercado. En parte porque lo que a mí me gusta es la acción, el hecho o acto de escribir, que es como pasear o pintar un cuadro o escalar la pared de una montaña. Los otros pasos, excepto el último, el que sitúa al escritor en contacto con el público, me aburren y cansan. Faltan pocos días para la fecha que me he impuesto a mí mismo en esta ocasión y aunque el trabajo está casi acabado lo cierto es que lleva en esa posición de "casi" diez largos meses. Estaba casi acabado el verano pasado. Casi acabado cuando imprimí la obra y corregí el conjunto con cuatro tintas diferentes, una por cada pasada. Casi acabado, cuando ayer rehice el último capítulo. Pero he decido cambiar el epílogo. Quedan pocos días. Estoy tenso. La realidad que me rodea, aún en el paraíso, es sólo un estorbo. Cuando termino de trabajar soy un hombre feliz (decía Tenesse Williams que No hay nada mejor para un escritor que una buena mañana de trabajo) pero antes de empezar es inevitable la tensión. Es inevitable.
14 de julio. He terminado mi novela. La vida es bella.
Todo gran escritor es un gran embaucador
18 de julio. Llevo sólo un fin de semana de vacaciones, llevaba seis años sin tomármelas, y ya empiezo a ponerme nervioso. ¿Cómo se puede no hacer nada en tantas horas libres? Iría más al cine, por ejemplo, pero mi situación familiar, un niño pequeño, me impide demasiadas alegrías, y además estoy en El Escorial donde la oferta fílmica es bastante limitada. No acabo de encontrarle el fuste a tumbarme en el jardín de la piscina mirándome el ombligo (quizá si hubiera más ombligos femeninos..., pero no es el caso), tampoco me parece el paraíso sentarme en un bar con amigos ociosos y hablar de cosas que me interesan tan poco como..¿cómo qué? ¿de qué hablamos ayer y antes de ayer?, vaya, lo he olvidado. Estoy tan acostumbrado a estar levantando proyectos, escribiendo novelas, buscando reportajes, paseando al niño para que le dé el aire, planeando películas y realizándolas, diseñando el curso de creación de personaje que me inventé el pasado año..., que carezco de práctica del ocio puro. Soy incapaz de estarme quieto sin hacer nada de nada de nada, como era mi -en teoría- maravilloso proyecto cuando estaba con las últimas páginas, últimos repasos, de mi nueva novela. En suma, que he perdido el gusto por la vagancia absoluta, que ya no soy el que era, que el trabajo es mi vida (algo que siempre había criticado), y no sé como tomármelo, si sentirme orgulloso de ello o simplemente pensar que me he vuelto un currito incansable y por lo tanto: idiota.
20 de julio. Son las dos de la noche. Estoy sentado, con el ordenador y el ipod, en la terraza de mi modesto, aunque muy agradable, apartamento de L.A. (El Escorial). A pesar de cómo soplan los músicos de Barenboim las melodías de Ellington en el mismísimo interior de mis orejas (los auriculares del ipod son magníficos) a veces aún se cuela una risotada o la vocinglería de los cretinos sin cara ni nombre concreto sentados en la terraza de un pub que he tenido la mala suerte (compensada porque el bar de algún modo me permite recuperar mi soledad) abran justo enfrente de mi modesto y agradable apartamento en la sierra madrileña. Hoy ha hecho un calor considerable, pero por la noche siempre baja radicalmente la temperatura. Ha venido un amigo desde Madrid a verme, un viejo y querido amigo, y le he enseñado el paraje más hermoso de los alrededores, un bar (éste a nadie puede molestar) situado a la orilla del embalse pequeño, junto a una presa de hormigón gris sobre la que se puede caminar como si fuera una calle peatonal y que lleva al lado izquierdo de L.A. dónde aún todo es campo, toros y hasta vigilantes viejos y gruñones armados con escopetas de perdigones. Hemos cenado juntos, mi amigo y yo (es un hombre muy discreto, razón por la cual he optado por no escribir su nombre) y luego, cuando se ha marchado he pasado por el apartamento -algo menos modesto pero también una pizca menos agradable- que tienen mis padres a quinientos metros del mío para mandar un mail desde mi portátil (en casa no tengo línea telefónica) y charlar un rato con mi agitada madre, mi siempre tranquilo padre, que acababan de subir desde Madrid pues la mejor amiga de mi madre había sufrido un accidente en la mano izquierda, con rotura de ligamentos, y los médicos habían aconsejado operarla lo más rápido posible. (Ahora las voces de los idiotas sin nombre se cuelan por encima del tema principal de Cowboy de Medianoche, aquella fantástica peli protagonizada por el luego resucitado Jon Voigt y Dustin Hoffman. Subo el volumen del ipod). Por la tarde he estado un momento con mi viejo colega -hace casi treinta años que le conozco- Antonio de Orbe que ha tenido la amabilidad de subirme desde Madrid (ah, parece tan lejana la city desde aquí, y apenas está a cincuenta kilómetros) la prueba de infrenta, los "ferros" de Blanco y Negra, mi próximo libro, que está quedando precioso. Y luego quería escribir un cuento titulado Las Cerezas, protagonizada por Chales Dickens, para mi famosa (algún día será famosa, y las muñecas de la marca llevarán trajes confeccionados con sus historias) colección de cuentos de escritores, cuyo título -larguísimo- me reservo para cualquier otro momento, porque ya son las dos y quince minutos, y voy a dejar de jugar con las palabras en este diario que no sé, y además en absoluto, me importa, si lee nadie, para intentar de nuevo escribir ese cuento brevísimo ambientando en el Londres de 1850, una mañana de abril dominada por la niebla, que disimula el sucio suelo de barro de la ciudad..., estoy viendo a Dickens caminando con paso relajado y seguro y tocado por un sombrero..., perdón por si alguien lee esto, pero me voy a poner a escribir Las Cerezas ahora mismo. Ahora suena Aguas de Marco, por Elis Regina, y ni las voces de los idiotas podrían estropear la sensación de ligereza y felicidad que transmite la voz de la cantante brasileña, exactamente la misma ligereza y felicidad que me gustaría conseguir para el niño que junto a Dickens protagoniza, o protagonizará dentro de doce o quince minutos (cuando esté escrito) mi pequeño relato Las Cerezas.
Es preferible no preguntarse si un poema o una novela son
verídicos.
25 de julio. Ayer vino a pasar el día mi primo J. con su familia. Un día estupendo. J. traía el libro con todos los relatos que han ido conformando la vida del personaje imaginario creado por él durante nuestro largo viaje hacia Itaca. Era un "principio de libro" , un montaje lleno de interés y buena voluntad realizado con una impresora láser. Pero lo realmente bueno, sorprendente, eran los textos. Pasé buena parte de la noche leyendolos todos. Sintiéndome orgulloso de mi primo, agradecido por haber tenido la generosidad de apuntarse a mi taller como Tripulante (tiene frases dignas del mismísimo Joseph Conrad; sugestivas y maravillosas). Esa misma noche, el destino, quiso que coincidiésemos en un bar, el más maravilloso de la sierra madrileña, al borde de un embalse, con dos Tripulantes que no pudieron o quisieron o supieron llegar hasta el final y supongo sintieron una pequeña y sana envidia ante los relatos encuadernados y ordenados, casi un libro, que me había traído J.. Nada puede hacerse para cambiar el pasado. Pero todo puede mejorar el futuro. Siempre nos queda mañana, la semana que viene, el mes que viene, el año que viene.
26 de julio. Un acto tan sencillo y mecánico como tomar una pastilla de jabón y dejarle que se deslice entre las palmas de las manos puede llegar a olvidarse en el plazo de un mes. O al menos eso me ha sucedido a mí. Llevaba cuatro semanas, desde que el alegre perro me tomó por un "homónimo caliente" sin poder mojarme la mano izquierda, excepto con cuidado, dedo a dedo, por lo que ya me había habituado a coger la pastilla de jabón sólo con la derecha, acariciarla con los dedos y la palma, y luego realizar las abluciones diarias pertinentes. Pero ayer me quité el último y pequeño vendaje y pude coger la pastilla de jabón con las dos manos. Fue una sensación extraña, sensación a la que sin duda contribuyó que el dedo anular izquierdo aún sigue hinchado, deformado, y el dibujo de la cicatriz recuerda una luna en cuarto creciente. Moví el jabón con torpeza, la mano siniestra desconfiando de la soltura de la diestra, y -por primera vez- fue consciente de que había sido realmente atacado por un animal, que no bastaba con mi voluntad para ignorar el hecho: cuidar la herida, tomar antibióticos, seguir durante un mes el tratamiento con la antirrábica. El cuerpo, la piel, los dedos, tienen su propia voluntad, su propio ritmo. Hay que ser paciente. Paciente y resignado. Intentaré serlo.
I´am the most terrific liar you ever seen in your life
1 de agosto. Sólo soy un chico que lucha para intentar convertirse en un gran hombre; y tengo ya cuarenta y siete años.
Moderar la imaginación es el todo para la felicidad
5 de agosto. Bajo
a la ciudad, animada como ningún año gracias a la crisis económica real
de las familias tras el advenimiento del euro, para cenar con mi chica
y una pareja de amigos impagables, siempre generosos, cosmopolitas,
divertidos y brillantes: Joaquín y María Luisa; ambos pintores, excelentes
pintores. Les conocí hace ya tres o cuatro años, cuando mi vida cotidiana,
normal, desapareció por completo pues me convertí en EL
CAZADOR DE CUENTOS durante un muy largo año. Y quizá sea por eso,
porque en aquella época yo convertía en un relato cuanto se me contaba
o veía, que mis dos maravillosos amigos conservan la costumbre de contarme
historias a las que hasta se molestan en dar forma de cuento. Y así,
anoche, me contaron dos cuentos hindús (pero hindús para occidentales,
pues la intervención del blanco es la clave desencadenante de la historia)
que deberían o podrían titularse LA MUÑECA RUBIA y El SAN PANCRACIO),
y aún otro, esta vez ambientado en la vieja España, y ahora, en pleno
verano, cuyo título provisional (éste creo que lo escribiré para La
Opinión del próximo lunes) es LA ENFERMEDAD DEL YAYO.
Modigliani
se suicidó, y los suicidas ya se sabe, no tienen placas, ni se
celebran ni conmemoran
6 de agosto. El
calor siempre me hace pensar en Chester Himes, novelas como Algodón
en Harlem, con todo el personal histérico, con los nervios de
punta y una pistola o un cuchillo a mano, para desahogarse. Desde luego
en la sierra madrileña, con sus noches amables, incluso frescas,
aunque en la Villa y Corte se esté derritiendo el asfalto, la
sangre no suele llegar a la piscina de agua clorada..., pero sí
es fácil ver a un par de simios civilizados discutiendo porque
el niño de uno está jugando con la pelota de otro e incluso
-pero eso ya es más difícil- por el modo en que los ojos
de un vecino se quedan pegados al culo de la señora de otro vecino.
Calor. Me encanta el calor. Este calor seco que pone nervioso y a diferencia
del calor húmedo y trópical no te roba la energía,
sino que más bien incita e invita a actuar, a caminar sin rumbo
bajo la luz engañosa de la luna, leer hasta que amanece o sentarte
en la piscina con un bote de cerveza en la mano provocando las iras
de los vecinos abstemios, vecinos que durante dos o tres meses al año
se ven obligados a compartir un espacio común y tienen que hacer
un esfuerzo, del que todos no son capaces, para evitar los roces, los
inevitables roces.
13 de agosto. Como decía mi, en tiempos, muy amado Lawrence Durrell, EL MUNDO ES COMO UN PEPINO, HOY LO TIENES EN LA MANO Y MAÑANA METIDO EN EL CULO. A la tarde más deliciosa de todo el verano, disfrutada en la casa que mi amigo y tripulante J.V. tiene en un pueblo de la sierra madrileña, con coctails a la puesta de sol servidos en un jardín infinito y coronado por altas montañas, siguió una tarde en la sección de urgencias del hospital de El Escorial debido a un pequeño accidente doméstico que se saldó, afortunadamente, con una mínima fisura en la nariz de mi chica, pero que convirtió la tarde en una suave e inquietante pesadilla, en la que el niño y yo dábamos vueltas y más vueltas al hospital frío y anticuado mientras a su padre le hacían radiografías y pruebas. Ahora ambos duermen y yo voy a salir a dar una vuelta, a sentarme frente al monasterio, pensar, estar solo
No
hay tarea más abocada al fracaso que la que no se emprende
15 de agosto. Lease la columna LAS ALEGRES FIESTAS DEL VERANO y adivinese la realidad. PARA ESCRIBIR ESTE DIARIO SIEMPRE O CASI SIEMPRE ME PONGO EN EL IPOD A DUKE ELLINGTON; NO ME HABÍA DADO CUENTA HASTA HOY. PRIMERO ME HA PARECIDO EXTRAÑO, PORQUE HOY -REPASANDO ANTERIORES ENTRADAS- LO ESTABA ESCUCHANDO Y HE RECORDADO LA RAZÓN DE MI ELECCIÓN: ES SÓLO MÚSICA, INSPIRADORA PERO TAMBIÉN DISCRETA, LA PERFECTA COMPAÑÍA PARA UN PASEO DE UNAS CUANTAS Y SOLITARIAS LÍNEAS (canción que escucho ahora mismo, Don´t Get Around Much Anymore)
19 de agosto. He pasado tres días en Oporto, largos -para mí- como una vida, pero al regresar a Los Arroyos no había pasado ni un solo minuto. Ni un solo minuto. Los días son iguales a los otros días, una monotonía agradable y suave, una sensación de veraneo antiguo (los verdaderos veraneos). De Oporto podría contar infinitas cosas, pero me voy a conformar con enseñar un par de fotos.
Lo
raro y
hermoso es tocar la meta; lo fácil y vulgar es fallar
21 de agosto. Hace frío. Parece que se hubiera acabado el verano. Mis amigos Antonio y Pilar comienzan a trabajar mañana. Antonio parecía un minero recién salido de la mina más que alguien que lleva tres semanas o cuatro de vacaciones. No hay casi nadie en L.A. Sólo aguanta mi viejo colega Víctor el Incombustible. Estoy sentado en la terraza del bar de enfrente de mi casa; el mismo bar que me hizo pensa, hace unos meses en dejar la casa, pero que finalmente me ha salvado -algo- el verano. Dicen que mañana volverán a subir las temperaturas, pero hoy hace frío. Parece que se hubiera acabado el verano. La
palabra humana es como un caldero gastado que cuando lo golpeamos
22 de agosto. Ceno con mis padres, mujer y hermano en El Charolés de El Escorial, para celebrar el 70 cumpleaños de mi madre. Una velada deliciosa en la que mi madre, que para mí (claro)jamás tendrá ninguna edad concreta, disfruta cada minuto y es feliz.
26
de agosto. ¡Ya lo tengo! Blanco y Negra, el más
bonito de los libros que he escrito hasta la fecha, editado. Ayer me
llamó Marisa, te tengo una sorpresita. A pesar de que
suelo presumir de mi optimismo natural lo cierto es que cuando escuché
el recado en el contestador lo primero que pensé fue que la sorpresa
o sorpresita consistía en que se había hundido el techo
de la imprenta y el libro seguiría en estado de larva unos meses
más..., porque me ha costado. Me ha costado infinito conseguir
verlo publicado. Aún no me habían dado el Nadal y ya las
editoriales, todas más una, lo rechazaban con frases insólitamente
agradables: es maravilloso y rezuma calidad pero -chavalote-,
pasamos total de publicar cuentos. Cuando por
fin se lo di a Chema de la Quintana, por indicación de Paco Sevilla,
al jefe de Amargord ediciones le pareció bien..., pero demasiado
corto. Entonces añadí una novela corta, Belkíis,
que en realidad también se podría haber titulado Blanco
y Negra, pues versa sobre una relación "cebra", como
llamaba a las parejas mixtas el canciller de la embajada argentina en
Senegal, Eduardo Lorenzo. Todo
amigo es bueno y sabio para el amigo. Entre ellos todo sale bien
1 de setiembre. Se acabó el "verano".
Ya era hora. Da una pizca de pereza, pero estoy deseando regresar a
Madrid. Ir a por todas. Todo
artista es en cierto modo un santo 14 setiembre. La editorial es un nido de freakys delicioso. Hoy había al menos siete personas en acción. Unos miraban por la ventana, otros escribían prólogos o hablaban por teléfono. Alguno pretendía trabajar. La secretaria parecía una santa con un vestido blanco... Ya cuando descubrí Amargord el pasado febrero me pareció un sitio especial, también porque nevaba, porque mi personaje favorito y aún inédito, Tigre Manjatan, tiene algo en común, la coleta y parcialmente el talante, con Chema de la Quintana, el editor. Mañana tengo que volver para ajustar la página web con Álvaro. Estoy deseando que llegue mañana. We
write books, don´t we? What else can you expect from people like
us? 19 de setiembre. Me resulta extraño, no acabo de acostumbrarme, el hecho de tener que sentarme ante el ordenador para escribir mi diario (o lo que en realidad sean estas notas sueltas, peregrinas y caprichosas); toda mi vida, casi toda, he llevado, llevo, un cuaderno en el bolsillo y escribo cuando me da la gana y lo que me apetece y no acostumbro a leerlo (entre otras cosas porque mi propia letra me resulta bastante ininteligible). Habría estado bien hacer una selección de los textos que voy confeccionando a mano, limándolos un poco, pero al final siempre me es más cómodo hacer algo nuevo. Echando un vistazo a entradas anteriores me doy cuenta que nada he dicho sobre dos cenas impagables y en nada parecidas. La primera en un ático pequeño y acogedor en Lope de Rueda, a base de bocadillos creativos (no ha probado nadie nada igual; buenísimos, increíblemente buenísimos), invitado por mis amigos Alejandra y Jorge (son famosos, me guardo los apellidos). La segunda en la casa gigantesca y acogedora, un loft diseñado y decorado por ella misma, de mi querida Tripulante M.M., acompañado por lo más florido y constante de mi Tripulación Incansable, aún empeñados en hacer un nuevo viaje conmigo por los mares de la imaginación y la magia, animándome para disipar mi pereza con dibujos maravillosos y una comida no tan original como la de Jorge LL. pero sí digna del Maxim de Paris; ah, buenísimo todo, como siga este ritmo de cenas acabaré el curso siendo el Capitán Barrigadefoca; porque al final, en las reuniones, todos son comidas, cervecitas, tapas..., también hoy (hoy por ayer domingo, aunque ya son más de las doce y por eso he fechado 19), he estado sentado al sol bebiendo cervezas y tapeando con mi amigo Herminio que mañana (mañana por hoy, dentro de unas horas) parte para Managua, donde vive, aunque regresará pronto para operarse de una hernia de disco. Siento una pereza infinita ante los nuevos cursos sobre los que apenas estoy haciendo propaganda (y sin apenas), aunque sé que en cuanto zarpen los nuevos barcos estaré encantada de sentir la brisa en la cara, Asia a un lado, al otro Europa, y yo el Capitán ... Pirata, siempre pirata... Cantando alegre en la popa. La
única excusa que tiene un hombre para escribir es la de escribirse
a sí mismo, revelar a los otros la especie de mundo que se contempla
en su espejo interior; su única excusa es ser original, debe
decir cosas aún no dichas y decirlas en una forma aún
no formulada 20 de setiembre. Ayer, anoche, hice algo que hace mucho tiempo no hacía. Mucho tiempo. Enjaulé uno de mis cuentos, acababa de terminar de escribirlo, en un correo electrónico y se lo envié a casi un millar de personas. Durante un año, un año entero (me parece tan imposible ahora mismo) lo hacía cada día, escribir el cuento, corregir el del día anterior, enjaularlo en un correo electrónico, enviarlo allende los mares. Anoche, ya en la cama y mecido por la euforia de por fin haber logrado un diseño en la web que me parece atractivo para mis cursos literarios y habiendo mandado el cuento a toda la gente que conozco y mucha que no conozco, se me ocurría que podría volver a intentarlo, sino un año al menos unos días, una semana, o diez días, hasta que empiece octubre y con él los talleres que no me dejan tiempo ni energía para nada más. Escribía mentalmente sobre León Salgado, El Cazador de Cuentos, comparaba las diferencias -mínimas- de su vida con la de Javier Puebla: su hijo se llama Emili y el mío Max, su mujer es actriz y la mía ... en su trabajo (no le gusta que hable de ella y la respeto); pero la diferencia fundamental era -lo era anoche- que mientras Javier Puebla ha estado trabajando sin parar desde hace dos años y medio, cuando León Salgado terminó su célebre libro EL AÑO DEL CAZADOR DE CUENTOS, mi heterónimo, es decir: León, es decir: El Cazador, ha estado prácticamente de vacaciones, viviendo de antiguos cuentos, estudiando, leyendo cursos varios, perdido y perdiéndose, y por lo tanto ahora está lleno de energía. Y es cierto: si yo ahora lograra la magia, la transmutación, convertirme en Salgado como me convertí un año entero, sin duda podría volver a escribir un cuento cada día. Sin duda podría. Pero lo que quizá no puedo ya, o al menos no lo puedo ahora, es convertirme en Salgado a voluntad, porque no estoy tan desesperado como lo estaba entonces, que necesitaba llamar la atención a cualquier precio sobre mi trabajo; o quizá estoy igual de desesperado pero ahora, más viejo y experto, comprendo que da igual lo que haga, las hazañas que logre o las aventuras que emprenda.Da igual. Podría -quizá lo haga quizá no, es temprano, las once y media de la noche- mandar al menos un segundo cuento: lo tengo escrito..., pero no sé. Es casi media hora mandando mails, reptiendo mensajes pues el servidor no admite más de treinta o cuarenta destinatarios por envío. No sé. Ayer lo hice y ayer, eso no me lo va a quitar nadie, me sentí genial. Este era el cuento:Avispa Me miró como si fuese una de esas inoportunas avispas que osaban
sobrevolar su jardín mientras ella estaba distraídamente
tumbada sobre el césped que rodea la piscina tomando el sol con
un mínimo bikini por el que habría pagado no menos de
mil euros. Con desprecio y prevención. Porque así es como
se mira siempre a las avispas: con desprecio y prevención. 22 de setiembre. Estoy hecho un llorón en un mundo de llorones; me doy asco, siempre pidiendo, implorando, solicitando. Se supone que es parte de la lucha, ese extender la mano, pero más noble me parecería -en el fondo de mi corazón- extender la mano para meterla en un bolsillo y salir con una cartera ajena que esa debilidad, en un principio estratégica, de poner cara de hambre y pena, aplicando el famoso dicho catalán de "el que no llora no mama". No me gusta. Creo que prefiero no mamar, pero mantener mi cara libre de estúpidas lágrimas; ya encontraré otra manera de combatir el "hambre". You
can always count on a murderer por a fancy prose style 26 de setiembre. Se prolonga el verano, el calor del verano, pero la frase que más oigo es: ME SIENTO COMO SI NO ME HUBIERA IDO DE VACACIONES. Vistos desde fuera a todos se les nota, se nos nota, que sí que se han ido de vacaciones, comido mejor de lo habitual y mimado su ombligo a conciencia, pero parece que -en general- ha sabido a poco. Sólo en AMARGORD, que el día 29 a las ocho de la tarde abre nuevo local, que será editorial y librería, el ambiente es optimista. Hace unos días comí con todo el equipo en un hindú de la calle Buenavista (el nuevo local está en Torrecilla del Leal, esquina Buenavista, Lavapiés), y no recuerdo otra comida en la que me haya divertido tanto, todos llorando tras provocar al camarero porque los picantes que nos había puesto eran para niñitas y no para hombres y mujeres hechos y derechos como nosotros. El hindú sacó entonces unas guindillas brutales, y todos lloramos, o más bien nos sudaron los ojos y la cabeza y hasta la punta de la nariz, y nos sentimos en armonía, felices y "limpiamente" contentos. HAY QUE ESTARLE ENCIMA A TODO EL MUNDO. A mí no, siempre he cumplido con mis obligaciones sin necesidad de ver la vara agitarse cerca o encima de mi espalda, pero -en general- nadie mueve el culo si no le das el preceptivo azotito. Periódicos que no pagan, bancos que te quitan de la cuenta dinero injustificadamente, piden perdón cuando gritas y prometen devolverlo (pero se olvidan y habrá que volver a gritar; y eso que el banco es nada menos que el BBVA). Dichoso aquel que huye del mundanal ruido, como decía el poema, sobre todo porque jamás el mundo había sido tan ruidoso, que yo sepa, como lo es en la actualidad. Pero como yo no voy a huir de ningún sitio seguiré protestando, luchando y preparando la puntera del zapato por si el azotito en el culo de los escaqueados, malintencionados o simplemente inútiles fuera insuficiente. ¡Al ataque! Lo
más maravilloso de Dios es que creó las cosas sin fórmula,
sin boceto, sin anteproyecto 2 de octubre.En mi opinión habría que escribir del mismo mdo siempre los relatosa y las novelas, sin fórmula, sin boceto y sin anteproyecto, como asegura -sucedió- don Ramón Gommkez de la Serna. 3 de octubre. Ayer, señoras y señores, niños y niñas, monstruos y galletas devoradas por los monstruos, me ahogaba. Me sentía tan incapaz de nada: esconderme en una esquina y esperar a que se derrumbase el mundo, mi pequeño mundo, pues carecía de fuerzas ni estado de ánimo para seguir manteniéndolo vivo. Tenía mil cosas que hacer y no hice ninguna. Quería acostarme temprano y apagué la luz de la mesilla a las cinco y media de la noche (ya para muchos mañana). Si me hubiese podido ocultar en un calcetín, hundido en el cesto de la ropa sucia y perecido a continuación por el implacable centrifugado de la lavadora lo habría hecho encantado: pero mi capacidad de magia no llega a tanto. Me dormí a eso de las siete. Pero..., hoy me sentía tan "sin nada que perder" que me he ido a la piscina, nadado 1500 metros, escrito un cuento y una columna, hablado con una posible, y absolutamente maravillosa, Tripulante que a su vez da clases de aerobic en el Canoe, mandado diez correos, actualizado la web..., y de repente tengo la sensación de que -esta tarde que presumía horrorosa, triste e incapaz de abarcar el esfuerzo que me tocaría hacer- va a estar a mi disposición. Lo decía un escritor a quien admiro y que además es mi amigo: Cuando hay que hacer las cosas se hacen y punto. Sí, para mí lo peor es tener tiempo de más, extra, para hacer ninguna cosa. Como el Santi Andía de Baroja..., me temo que soy "un hombre de acción". 5 de octubre. Ayer fleté el nuevo barco literario. Fue a las ocho, en mi casa (encantado de recibir gente) y con nuevos y entusiastas Tripulantes. Nunca pensé que me gustaría dar clase, aunque lo cierto es que calificarlas de clases resulta excesivo; es sólo un juego cuyo resultado consiste en que la gente escribe cuentos magníficos, que ni ellos ni yo esperan, y además crean un personaje basado en "quien pudieron haber sido". El mejor momento es cuando, al acabar la clase, les veo a todos contentos, con los ojos vivos y ese brillo en la piel que se nos queda a todos después de una pequeña aventura o un viaje. Para
mí que se exagera mucho con respecto a la salud. El sida y el
cáncer, por no mencionar ataques al corazón y los delitos
causados por drogas, hacen que se nos quiten las ganas de vivir con
alegría.Barry Gifford.
La vida desenfrenada de Sailor y Lula 9 de octubre. Uno de los privilegios de la edad es que cada vez conoces más gente que está enferma o la ha palmado. Hay que decirlo con cierta coña, a la mejicana, porque si lo dices en serio te arrugas como pasita y te dan ganas de quedarte metido en la cama conmiserándote de ti mismo, porque está claro que el baile acaba igual para todos los participantes en el gran concurso de la vida: pasen y vean, enseñen el culo o cúbranselo con pantalones de esparto. Al parecer el amianto mezclado con la arena en las infinitas obras de Mad Madrid, unido a que al cielo le cuesta llorar sobre esta ciudad, han convertido el pueblo desorbitado donde vivo en uno de los lugares más insalubres del mundo. Tengo amigos en el hospital recibiendo quimio, hermanos de amigos..., me entero que ha muerto un chaval dos años menor que yo después de años de sufrimiento, en las cajetillas me avisan de que si me entretengo con algo voy a vivir menos, y que no coma chorizo y beba leche desnatada y... en todas partes se olvidan de decir que aunque bebas leche desnatada, no pruebes nada que tenga colesterol, hagas gimnasia a diario y lo que se te ocurra..., palmarás igual. Y palmarás sin haberte divertido, sin, como dice Gifford en la frase anterior, vivido con alegría. Porque eso es lo que hay que hacer, siempre que se puede, siempre que nos alcancen las fuerzas para lograrlo, vivir con alegría. Sí, ese es el único esfuerzo que merece la pena, vivir con alegría y para alegría de los demás. Aunque te garantizasen la inmortalidad viviendo en el puro miedo y la absoluta asepsia..., no merecería la pena. Si
todos hiciéramos cuanto podemos según las facultades que
nos han sido dadas, ¡que maravilloso sería este mundo! 15 de octubre. Hace una semana que no actualizo el diario. Bueno, tampoco había prometido más en ningún momento. Actualizaciones semanales y punto; debido a este diario el otro, el que llevo en el bolsillo y al que amo, espero me comprenderá cualquiera que lea esto, infinitamente más que a este, languidece. Prefiero el otro diario porque me acompaña siempre; está de modo físico conmigo en el bolsillo, porque no lo lee nadie (ayer, en el metro, lo estuve leyendo yo y me reí como un imbécil de las cosas que escribe Javier Puebla; situación que improbablemente se daría si releyese este otro diario para la web: algo que, desde luego, tampoco hago casi nunca). Veamos, ¿qué ha pasado esta semana? ¿He matado a alguien? ¿Me he comido crudo el corazón de algún pájaro? ¿He aprendido a levitar? Lo primero no podría contarlo. Lo último es una quimera absurda. Ayer, viernes por la noche, reventé -pero sin mala intención, lo juro- un programa de poesía en Radio Intercontinental, al que acudí gracias a un querido amigo me mintió y engañó con la mejor de las intenciones: para que brillase en las ondas. Fue un espectáculo divertidísimo para mí pero probablemente lamentable para los poetas que me acompañaban y para el locutor del programa, un Ernesto de ojos azules; un prosiste entre poetas es como un rinoceronte entre gacelas: lo ocupé todo, lo corneé todo y acabé diciendo que la poesía es el Madrid de hoy, con sus obras infinitas que convierten la m-30 en una aventura, el metro en una instalación artística en mutación permanente y los socavones infinitos en minas donde podría sumergirse la imaginación. Hasta aplaudí a Gallardón, el alcalde, en parte porque todo el mundo se mete con él (yo también) y en parte porque es cierto que hace falta mucho valor para estar jugándose su reputación y futuro a una carta de cuatro años de alcaldía: era mucho más fácil dar un paso atrás y esbozar una larga e inteligente sonrisa, como hizo el muy querido y siempre amorosamente recordado Don Tierno, cuando fue el Jefe de Filas de la Villa y Corte. ¿Ha sucedido algo más? Sí, he estado en el Liber. Tuve un overbooking en mi clase del martes. Estoy hasta las narices de mí mismo y me encantaría poderme dar vacaciones, ser otro, cualquiera, absolutamente cualquiera, unos días. A ver si me escapo a Londres al menos un finde y por lo menos me convierto en extranjero; resulta muy fatigoso ser de la tierra donde se vive, aunque esta tierra sea una megápolis, porque hay demasiada gente que cree conocerte y espera de ti, de mí, comportamientos concretos; y como son personas a quienes normalmente se quiere por lazos de familia o amistad uno se esfuerza, me esfuerzo, en no defraudarlos. Pero en el fondo de mi corazón sólo aspiro a ser una hoja que arrastrada por el viento contempla con asombro su propia travesía; por eso Londres sería tan lenitivo: nadie espera nada de mí en Londres. Puedo ir hacia donde me lleve el viento: hundirme en el Támesis o bailar al ritmo de las campanas del Gran-Ben. Nací para ser extranjero y estoy confinando en la casa donde nací; algún pecado difícil de perdonar he debido de cometer. Creía
en el infierno, naturalmente. Porque en él vivía. 23 de octubre. Han pasado tantas cosas esta semana, he visto a tantas y tan variadas personas, que necesitaría una hora, y más que esa hora, de la que en realidad dispongo, un esfuerzo de memoria que no me apetece hacer, y por lo tanto no voy a hacerlo. Llevo toda la tarde trabajando en la actualización de la web para incluir a mis nuevos Tripulantes y cambiar las páginas de los Tripulantes ya avezados, los que están en el viaje "sólo para marineros con experiencia". Cierro y me voy a buscar a Max y a Lola, o a dar un paseo, o a mirar las fachadas de los edficios y las tristes copas de los árboles de Mad Madrid...., cualquier cosa que no sea electrónica. Estoy harto de la tele, el móvil, el ordenador.... Hubo una vida antes de ellos y yo la conocí; la conocí y- quizá sea el famoso "cualquier tiempo pasado fue mejor"- fui feliz, lo bastante feliz, en ella.
28 de octubre. Hay personas que te defraudan profundamente. Pero a ese dolor inicial, a ese desazón y tristeza, tristeza multiplicada al cubo pues me veo obligado a frenar mi caballerosidad natural para no quedar como un idiota ni ante quien me traiciona ni ante mí mismo, siguen dos movimientos. El primero de ellos, cuando has sido profundamente defraudado, es que ya puedes librarte de ellos sin ningún pudor; no tienes porque seguir frecuentándolos si realmente te quitaban, como suele suceder con los que TE DEFRAUDAN PROFUNDAMENTE más de lo que aportaban. Pero hay un segundo movimiento, al menos en mí, que hace que merezca la pena haber sido herido y defraudado por alguien en quien no confiaba pero quería, me empeñaba, luchaba, por confiar. Y ese segundo movimiento se llama literatura; una vez que alguien me ha fallado, es una norma personal, ya me siento libre para escribir sobre él, para meterme dentro de su cabeza y convertir el hilo de sus pensamientos en mis propias y despiadadas -así debe ser la literatura siempre: generosa y despiadada- palabras.
Los
niños son los únicos capaces de oír lo que no se
dice, especialmene cuando lo que no se dice 30 de octubre. Me ha vuelto a convocar Fernando SDragó para su programa de televisión. La segunda vez este mes. Confieso que me encanta la televisión. Promocionar los libros es tan divertido, quizá más divertido porque supone menos trabajo, menos tiempo de corrección buscado la mot juste, que cuando me enfrento a una novela o un relato o columna. Lo bueno de la promoción es que es, al menos para mí, espontaneidad. Digo la verdad. Siempre. La verdad del momento y, sin olvidar, que la verdad completa jamás se puede decir, porque como bien apunta Gracián en su Manual de la Prudencia, la verdad a veces no se puede decir porque nos perjudica a nosotros, y otras tampoco se puede decir porque perjudica a los demás; pero aún así yo me apaño, creo que me apaño, para ser sincero, para que las palabras sean lo bastante dúctiles como para que quien las reciba pueda interpretarlas correctamente; y por eso prefiero la tele a la radio o una entrevista escrita. En TV se puede mirar a cámara, decir la verdad con los ojos, para que el niño que aún guardamos todos en nuestro interior, ese niño del que habla JJ Millás en la cita de más arriba, comprenda, oiga, lo que en realidad estoy diciendo. El leiv.motiv del programa que iré a grabar el miércoles (se graba por la mañana aunque se emite por la noche), son los premios literarios. Naturalmente ninguno de los invitados, creo que están Ferrero y Caballero Bonald entre otras, podremos decir lo que de verdad sabemos de los premios (que razón tenía el insuperable Gracián), pero quizá seamos capaces de retirar algún velo, de explicar alguna verdad no demasiado desconocida para el gran público; aunque no hay peor sordo que quien no quiere escuchar y al lector -y yo lo comprendo, como lector comparto esa postura- no le importan ni interesan los movimientos que pueda haber en el fondo del pequeño mar, en absoluto océano, que es la bailarina literatura española. Es domingo. Llueve. Me gusta que llueva en domingo. Quedarme trabajando en casa. Ayer estuve viendo Flores Rotas de Jim Jarmusch. Me encantó. A las 3 personas que iban conmigo les pareció horrible, aburridísima. Quizá es que a mí me baste con sentarme a oscuras en una butaca y que me proporcionen un sueño ajeno para mezclarlo con los propios y pasarlo fenomenal. Pero no, es mentira. Hay películas que me han parecido horribles; no soy tan buen espectador ni tan original. 31 de octubre. Estoy
trabajando. Acabo de terminar un encargo para un catálogo sobre
retratos de neoyorquinos y la columna, y he empezado con la web, y suena
-es la cuarta vez desde que me senté ante el ordenador- el teléfono.
Es Big Lake. A
veces uno busca evadirse del trabajo para evadirse del trabajo para
relajarse, y resulta que es el trabajo lo que sirve para aliviarse de
otras cargas y problemas mucho más complicados e irresolubles 5 de noviembre. A pesar del fracaso de la semana pasada repito cine este sábado, aunque esta vez no cargo con compañía negativa: voy solo con mi chica. La peli es la última de Woody Allen. Me encanta. A mi chica también. Match-Point, ha sido rodada integramente en Londres y es una ciudad que ambos conocemos bien, en la que yo he pasado muchos meses (algunos simplemente, ah hermosos y nada lejanos tiempos, simplemente "cazando cuentos"). El principio es magistral: una pelota de tenis paralizada en el aire justo sobre la red, si cae hacia un lado el jugador gana, si hacia el otro, pierde; y todo depende del azar y de la suerte. Como sucede en la vida: el azar y la suerte. El final, brillante e insospechado, con un giro de muñeca (que no gira: a lo Chejov en La Dama del Perrito). Antes hemos tomado unas tapas en un bar agradable y caminado por la ciudad y charlado largo. Es hermoso hablar con la gente a la que quieres. 6 de noviembre. Hoy no estoy de buen humor. Quizá, como dice Lorenzo Silva en su última novela, La Reina Sin Espejo, (que ha tenido la gentileza de enviarme por mensajero), sea cierto que nuestro estado de ánimo dependa de si hemos dormido bien o no la noche anterior. Y yo no he dormido bien: poco tiempo para mis hábitos y costumbre. Pero es injusto, para quienes nos rodean no estar de buen humor. Saltar a la más mínima. Responder sin corrección ni amabilidad. En general me controlo, pero a veces... el control falla; y me caigo muy poco simpático a mí mismo. Y el esfuerzo que conlleva compensar la mala respuesta, la cara torba, el ladrido del perro perezoso y gruñón que no vive en ningún otro sitio sino en mi interior. 7 de noviembre. Esta noche salgo en El Programa de Dragó. Lo técnico sería decir, esta noche aparezco o salgo o estoy invitado en el programa LAS NOCHES BLANCAS, dirigido por Fernando Sánchez-Dragó, pero lo cierto es que todo el mundo lo conoce como el programa de Dragó. Dentro de 2 semanas volveré a salir (lo escribo con tamaña seguridad porque ambos programas ya han sido grabados) y me lo pasaré mucho mejor que este noche (falsa noche, rodada un miércoles por la mañana). En el programa de hoy estoy sentado al lado de quien ha sido durante años uno de mis escritores favoritos, Jesús Ferrero, quien, sin embargo, parecía perdido y ahora ha vuelto de la mano de Siruela con una novela que me regaló y aún no he podido leer, y además le están cuidando pues están reeditando uno de sus libros cada año: uno de los problemas, como lector, actuales nace de que si te gusta un autor resulta prácticamente imposible encontrar otros libros anteriores. (Prueben a encontrar el ganador o el finalista del Nadal del 2001, por ejemplo). En la mesa también estarán Lucía Etxebarría, que es una persona difícil y acabará exasperando al resto de los invitados, el genial-elegante y distante Antonio Gómez Rufo, y tres invitados más que conoceré esta noche, cuando no vea el programa; porque yo no lo veré. Pondré el video a grabar y me iré a la cama. Mañana, la vida está llena de sorpresas, al tipo más noctámbulo que he conocido en mi vida, yo mismo, le toca, al igual que el resto de los días laborables de la semana, madrugar (pero esa es otra historia, y de ella no se hablará ni en este diario ni en el programa de Dragó de esta noche). Proporciona
una deliciosa satisfacción ver que un día que empezó
mal se va enderezando, y más cuando ello no se debe al afán
o el mérito de uno, sino a la súbita conjura en su favor
de los dioses. 8 de noviembre. El hombre propone y TeleMadrid dispone. Eran casi las siete de la tarde cuando, por puro afán de enredar, miré en un periódico a qué hora comenzaba el programa de Dragó en Telemadrid, a la una de la noche, y debajo, hoy: Sergio Pitol. Pensé que se trataría de un error del periódico. Miré otro. Hoy: Sergio Pitol. Miré el teletexto de TM, hoy: Sergio Pitol. Aún así puse a grabar el video. Y esta mañana..., oh, maravillas, oh albricias, me he visto a mí mismo haciendo el mejor papel de actor de mi no tan corta carrera interpretativa, porque sí, salí en el programa de Dragó de ayer, pero disfrazado de Pitol, tan bien disfrazado que ni siquiera el genuino Sergio -con esa cara de pena inteligente tan conmovedora- habría podido notar la diferencia. Los dos programas en los que salgo disfrazado de Javier Puebla, mi papel más difícil, supongo que se emitirán en breve. Mientras tanto preparo el vestuario para subir a TVE donde mi joven y admirada amiga Alejandra Alloza me entrevistará (o algo así) para el programa que presenta en la 2, Cultura Con Ñ. Luce un sol espléndido, aunque algo perezoso. Desde mi despacho se escucha el no desagradable murmullo de la M-30 y yo, contra todo pronóstico, me siento alegre como un pájaro. 14 de noviembre. Hoy no estoy alegre. Ni como un pájaro ni como nada. Ayer al volver de pasar el finde en El Escorial me enteré, de un modo brutal, como un mazazo, que alguien que nació hace el mismo tiempo que yo, que tiene un hijo de la edad del mío, que se casó mayor como yo, que era mi vecino, pared con pared, desde niños, había muerto. No tuve valor siquiera para entrar en su casa. Lo he hecho hoy. Su madre. Sus hermanas. El niño...Jose Soria era mi paralelo. Era, de algún modo, yo. Esta noche, por fin, salgo en el programa de mi amigo Fernando Sánchez-Dragó, he conseguido que mi nuevo libro se presente donde quería, en el salón de actos de la Casa Encendida..., pero esos pequeños logros son nada, frivolidades, ante la realidad de la vida. Lo que le ha sucedido a Jose. De alguna manera, supongo, seguirá viviendo en su hijo, en el recuerdo de todos los que le conocíamos y queríamos; pero la sensación de impotencia, igual que cuando murió mi amadísima prima Marta, es absoluta. Da igual lo listo o imaginativo o poderoso que seas. Quien pierde vida lo pierde todo; la frase de Gracián me viene una y otra vez a la cabeza. También es cierto que te vas, dejas de luchar, descansas. Pero no menos cierto es el dolor que machaca el corazón de los que, de momento, nos quedamos. Me habría gustado una vez más. Darle un abrazo. Nada. Tonterías de un hombre sentimental a quien le gustaría ser duro. Jose Soria ya no está, y yo, lo único que puedo hacer es escribir un par de líneas sobre él. Recordarle.
Nunca
digo la edad que tengo 21 de noviembre. Semana de aniversarios. El más destacado el de mi padre, que cumplía los 80 y mi madre reunió a toda la familia a su alrededor en una fiesta maravillosa.El día 30 presentamos BLANCO Y NEGRA en La Casa Encendida, en el Salón de actos, 150 plazas; soy único para meterme en camisa de once varas sin que nadie me haya invitado. Correos electrónicos, llamadas, invitaciones..., y pensar algo especial para regalarle -no puedo evitarlo- a todo el mundo que venga. Como decía Felipito, el amigo de Mafalda, "Justo a mí tenía que tocarme ser yo". Todo
el mundo tiene derecho a escribir a su manera, y no es posible cambiar
a nadie, sólo apoyarlo 28 de noviembre. Semana de entrevistas, movimiento permanente y también un tristísimo funeral. Me llaman hasta desde Murcia, Ana Guardiola, de La Opinión, donde -que yo sepa- aún ni siquiera se ha distribuido el libro, y de TeleMadrid, varios periódicos locales e incluso de un mercado, el de la Pipa, de beneficencia para que acuda a firmar libros el martes por la mañana. Por si ello fuera poco tengo al niño con fiebres altísimas tres días, no puedo salir de casa y además se me ocurre una novela (en realidad llevaba plantada años dentro de mí pero ahora parece que ya no puede esperar más), que voy escribiendo en el metro, mientras corro de un lugar a otro, por las tardes, cargado de posters e invitaciones con la presentación del libro, o en el autobús mientras vuelvo de ver al gran Emilio Pascual quien, finalmente, parece será quien me presente el día 30 a las 20,30 en el Auditorio de La Casa Encendida. Todo ello alternado con mis dos cursos semanales (estoy encantado con mis alumnos, pero en una de las clases, y por primera vez desde que me dedico a esto, tardé casi diez minutos en concentrarme en lo que estaba haciendo). Supongo que, de repente, me agobié un poco con tanta y tan insual actividad, pero luego... me he despreocupado absolutamente del resultado, de todos los resultados. Me da y dió igual, me importa y me importó un cojón de pato, lo que suceda o sucediese o sucederá; y es ese sentimiento el que me devuelve, me devolvió, la alegría de vivir, la que me permite ir escribiendo trocitos de la nueva novela en el metro, evitar que un ecuatoriano borracho me pegue un puñetazo en el estómago al cruzarsde conmigo en Tirso de Molino (yo también levanto la mano pensando -ah, suerte de ingenuos, locos y niños- que se trata de algún tipo de baile en consonancia con el mío), ver gente y más gente, sonreír en todas partes (excepto en la iglesia donde se celebró la misa de despedida por mi amigo Jose). Indiferencia hacia lo que suceda mañana y utilizar el hoy, el ahora mismo, hasta donde iban alcanzando mis fuerzas e ingenio. Esa ha sido mi semana, subrayada con cincuenta largos diarios de natación y más natación: el agua; ¿quién me iba a decir a mí,-que de niño corría alrededor de la piscina seguido por mi madre para no mojarme siquiera un pie- que nadar iba a terminar siendo mi principal fuente de paz interior?
Cambiar
a un entorno placentero siempre es un tónico para la creatividad 3 de diciembre. Solecito de otoño delicioso. Se agradece después del frío y la lluvia de ayer, aunque yo no me mojé en absoluto, gracias a mi sombrero y a que estuve siete horas largas en el Palacio de Congresos acompañando y apoyando a mi amigo y tripulante Jose Antonio Corrales, presidente de YMCA que celebraba 25 años de existencia en España con príncipe de dos metros y auténtico incluido. Dos días antes había sido yo quien estaba subido al escenario presentando Blanco y Negra tras una cantidad de trabajo que sólo es capaz de generar un candongo endémico, un vago natural, como soy y siempre he sido; para no trabajar se realizan obras o hazañas o labores de gigante (al modo de las chuletas del estudiante que copia, siendo mucho más sencillo y rápido leerse una o dos veces el tema). Pegué carteles, distribuí invitaciones, mandé cientos y cientos de correos electrónicos, estuve en Radio Telemadrid dos horas antes del evento entrevistado por dos chicas encantadores ... y todo, finalmente, salió bien. Mi editor estuvo en su sitio, a mi izquierda, y Emilio Pascual (a mi derecha) es tan genial como presentador y showman, y posee tal erudición (que sólo él es capaz de hacer amena), que en su compañía el éxito está asegurado. Había más de ochenta personas en La Casa Encendida el miércoles 30 de noviembre, se vendieron un montón de libros, que firmé encantado y -lo más importante- todos los que tuvieron la generosidad y oportunidad de venir salieron encantados: la felicidad de los demás, de quienes apreciamos y nos aprecian, es mejor que la propia o, precisando, el mejor alimento para la propia. El día 1 había decidido descansar, así que me pasé siete horas seguidas trabajando en la nueva novela y el resto del día trabajando en los relatos de mis Tripulantes pues uno de ellos, Juana Márquez, había ganado el concurso de La Razón con uno de los cuentos del taller y me gustaría que también lograsen semejante hazaña algunas otros; apenas cuatro horitas extraas de ordenador de nada (¡qué maravillosa y sencilla es la vida de los que tenemos vocación de vagos!) Para
ser feliz hay que encontrar variedad en la repetición 10 de diciembre. Sólo en casa, dándole vueltas a la nueva novela, o posible nueva novela. Nunca se sabe. Lo que sí sé es que esta semana, gracias a la impagable colaboración y participación de mi viejo amigo Jesús Ros, he vuelto a ver a uno de mis mejores amigos del colegio, el genial e inigualable Alfredo Langa. Es sorprendente los recuerdos que atesora o simplemente guarda cada uno en su memoria; sólo hechos muy brutales -el puñetazo que le dió un compañero a otro noqueándole, por ejemplo- han quedado grabados en todos nosotros, pero los matices... cada uno elige, selecciona (supongo que inconscientemente) los suyos. Fue el pasado lunes y Ros y yo aparecimos directamente en casa de Alfredo (sigue viviendo al lado del colegio); llamamos a la puerta... y nada había cambiado en la mirada de mi queridísimo amigo a pesar de que llevaba más de veinticinco años sin verle. Me contó, nos contó, sus largas aventuras y desventuras (que, como es natural, yo ni puedo ni debo reproducir en esta página a la que cualquiera tiene acceso), pero sobre todo hablamos del colegio, de lo que fue al parecer (yo no me acuerdo), mi primer relato oficial: Una Noche en la Residencia, donde los pobres marianistas eran "los cuervos" y nosotros sus más o menos prisioneros. Ros, Jesús Ros, que siempre es uno de los encargados de reunirnos a todos, o a los que puede, siempre dice que entre nosotros, que hemos sido compañeros de colegio durante... unos doce años, no es necesario explicar nada, que habrá cambiado la apariencia, pero que la base, las raíces y la esencia del tronco que nos mantienen, son los mismos. Y estoy de acuerdo. A mí me da igual que un antiguo compañero de colegio sea juez, vagabundo, periodista o ministro; incluso me da igual que sea controlador aéreo; porque le conozco. Como él me conoce a mí. Y eso, sentirte conocido por el otro, conocido y apreciado, sin tener nada que demostrar, es como lluvia de verano en esta ciudad competitiva y sucia y dura y fascinante: Madrid, la tierra donde nací y por lo tanto en la que nunca seré profeta: alljandoulillah. El sueño de Chuang Tzu Chuan-Tzu soñó que era una mariposa y
no sabía al despertar si era un hombre que había soñado
ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre.
El
efecto beneficioso de la compañía de un perro proviene
de que es posible hacerlo feliz; pide cosas simples, su ego es limitado
18 de diciembre. Semana de múltiples
actos sociales.El sábado, en compañía de mi amigo
Ramón y las señoras de ambos, estuve en el teatro Marquina
el Método Grönholm; obra aplaudida donde las haya, pero
con un final decepcionante (les suele suceder a los autores teatrales,
saben como empiezan pero no como acabar, ni Shakaspeare se libra de
esa carencia, como me vi obligado a admitir el viernes al ver en la
tele -gracias a un amigo algo hacker- El Mercader de Venecia; los novelistas
y los cuentistas normalmente sabemos adonde nos dirigimos, claro que
el precio es que la parte media de las novelas suele ser la peor). El
jueves estuve en un desayuno de trabajo montado por la eficacísima
Ana Kuntz, la jefe de prensa de Alianza Editorial (ver columna ERASE
UNA VEZ PERÓN). Y el miércoles una de mis Tripulantes,
la inteligentísima Cecilia Denis presentó en el Club Artístico,
Literario y Siconautico Amargord EMMA Y EL CHAT (que ella titula HISTORIAS
DE EMMA), con gran éxito de público tanto en número
como en entusiasmo; con la ayuda de su hija autoeditó 25 cuadernitos
que se agotaron como agua en el desierto y -creo que por primera vez
en su vida- Cecilia firmó y firmó sin parar su obra literaria;
me sentí muy orgulloso de ella. Ah, y hubo otro día, no
recuerdo cual exactamente, que David Castillo de Radio Intereconomía,
y gracias a los buenos oficios de Jorge LLopis, me entrevistó
-una excelente entrevista- sobre Blanco y Negra y mi experiencia como
Agregado Comercial en África; el libro está funcionando
de maravilla y como tengo mis dudas sobre si se hará o no una
segunda edición nada raro sería que acabará por
convertise en objeto de deseo, y cuadruplicar su valor original
como sucedió con la JAULA-TARJETERO de EL CAZADOR DE CUENTOS,
que al principio vendí a 50 euros y al final valía 200
cada unidad; aunque lo cierto es que tengo una nueva novela en la cabeza
y todo lo anterior me parece remoto, pasado y casi ajeno. El
arte era un terreno en el que, como en el amor, no había casi
nada que ganar y podías perderlo casi todo
24 de diciembre. Es por la mañana pero también son las cinco menos veinte de la tarde. Me acabo de levantar (bueno, hace una hora o dos, he desayunado y comido con un intervalo de apenas 30 minutos). Al final resultará, hay que fastidiarse, que todo el mundo, la mayoría del mundo, tiene razón y es mejor madrugar que levantarse a la hora que uno le da la gana. Como es sábado no he tenido que salir de la cama a las ocho y treinta para llevar al niño a la guardería, así que he dormido hasta aburrirme y ayer me acosté a las cuatro y media (para nada). El sol que se filtra a través de los visillos de mi despacho es mortecino, una bombilla un poca gorda colocada sobre el fondo gris de las nubes. He intentado escribir un cuento gracioso de Navidad, un Panizo, y he tenido que subtitularlo Out of Collection porque no tiene gracia ninguna, más bien ha quedado triste (pero me da igual, lo he dejado así). La semana ha sido buena, en general. Había ido tomando notas en mi diario manual para pasarlos hoy al ordenador y explicar las entrevistas que me han hecho en RNE (Radio3) y Radio Círculo, la maravillosa comida navideña con mis compañeros de Cambio16, la llamada recibida desde una pequeña librería de Huelva preguntándome como podían conseguir Blanco y Negra, los correos llenos de optimismo y energía positiva que me han ido llegando estos días, lo divertida que fue la clase del pasado martes y la ilusión que me hace la cena con todos mis Tripulantes el próximo día 28. Tengo un montón de notas en mi cuaderno de tapas rojas. Y hasta dos microrrelatos (recuerdo que uno se titula EL ÁNGEL DE LA GUARRA; sí, con dos erres), pero no me apetece copiar lo que ya he escrito, de hecho ni siquiera he abierto mi libreta, aunque la tengo a mi izquierda, a unos diez centímetros de mi mano izquierda ahora posada sobre el teclado. Sólo miro la bombilla que han colocado en el cielo. Respiro hondo y trato de buscar energía para que nadie advierta mi desánimo, mi tristeza creciente. Hacer felices a los demás es el único antídoto contra el mal de mirarse demasiado el propio ombligo. Voy a forzarme. Esforzarme. Encontrar alegría dentro de mí. Que cuando me vean esta noche mis padres y demás familia no vean una simple bombilla iluminando mi mirada. Sí, voy a forzarme aunque en absoluto me apetezca ni me sienta con fuerzas. Quien sabe, a lo mejor ¡hasta lo consigo! VOLVER AL PRINCIPIO DE LA PÁGINA Portada Javier Puebla / Curriculum / Narrativa / Vídeos / Talleres / Columnas
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