Tiempo de sueños
(publicada en Cambio16)
El pasado lunes escribía para el diario La
Opinión de Murcia, con el que colaboro “desde
pequeñito” (que diría Antonio
Soler) una columna sobre sueños. No los
míos o no sólo los míos, pues el motivo
o pretexto de la misma era el programa al que me había
invitado Fernando Sánchez Dragó,
organizado en torno a Luis Cencillo, experto
en la interpretación de esos pasajes inenarrables que
en España llamamos con una palabra que tiende a la
confusión: sueños. La palabra sueño
-me exaspera que sea así- sirve en nuestro
idioma (que tiene cuarenta formas diferentes de para designar
a un burro) tanto para decir que tenemos ganas de irnos a
dormir como que hemos “vivido” durante
el tiempo de la no-vigilia o el “dormor” (neologismo
no aprobado) una experiencia onírica.
Que los sueños son prácticamente imposibles
de narrar lo sé por experiencia pues durante varios
años llevé un “Diario de sueños”
(hace poco me enteré que en Japón es una práctica
común), y aunque probé de todos los modos y
maneras -escribiendo aún semidormido, recreando ya
despierto, grabando lo que me estaba pasando durante la duermevela
con un caset- nunca logré plasmar la integridad, el
alma, de la ensoñación o ensueño.
De ello, del excelente programa orquestado por Fernando
Sánchez Dragó y de los diarios de sueños,
pensaba escribir hoy cuando para mi sorpresa, y al abrir el
suplemento dominical de El País me
he encontrado en la última página con una columna,
de las mejores salidas de su pluma, firmada por Javier
Marías en la que contaba un sueño de
su hermano Miguel; lo contaba literaria e inteligentemente,
aprovechando la ventaja de que el sueño no era suyo
sino de su hermano. Y ahí se daba una nueva y extraña
coincidencia; en la columna de Javier Marías se habla
así mismo de su hermano Fernando; y en el programa
Las Noches Blancas (TeleMadrid) de Dragó
también había un Fernando Marías
contando un sueño. Un Fernando Marías que es
premio Nadal y conocido guionista pero que en nada tiene que
ver, primo lejano le escuché decir un día, con
los hijos de don Julián.
No sé lo que opinaría Luis Cencillo,
un hombre sabio y bueno capaz de interpretar los sueños,
de distinguir uno real de uno inventado sin la menor vacilación,
de estas pequeñas coincidencias, pero a mí se
me ocurre que vivimos tiempos tan acelerados como atroces,
tiempos en los que no tenemos control -no ya sobre los grandes
temas de actualidad: el murmullo crecientemente airado del
mundo árabe o la resurrección de las dos Españas-
sino tan siquiera de nuestras propias y pequeñas vidas.
Y que por ello necesitamos mirar hacia nuestros sueños.
Mirar hacia ellos y contarlos; aunque sea literariamente,
porque quizá en su no-sentido encontraremos algún
tipo de sentido. De hecho, cuando a los 22 años
tuve la osadía de inventar un antónimo
le apellidé Sueño o Traum
o Rêve o Dream, con
la esperanza de que fuese otro, un no-yo. Fracasé.
Se quedó en personaje, Sonríe Delgado
(Nadal 2004); quizá porque los Sueños,
aún los violentos, están mejor entre las páginas
de un libro o revista que fingiéndose personas reales
en este mundo desquiciado.
Interpretar los sueños
(publicada en La Opinión de Murcia)
Hace unos días me convocó mi
amigo de hace más de veinticinco años, Fernando
Sánchez Dragó, para que contara un
sueño en el programa que en la actualidad tiene en
Telemadrid: Las Noches Blancas. En un principio
me pareció un exotismo un tanto traído por los
pelos; ¿qué tienen que ver los sueños
con un programa sobre libro? Al llegar al plató -por
la mañana, en un taxi que consiguió esquivar
la "jurásica" Madrid-30
utilizando la Avenida de los Poblados- comprendí que
el planteamiento de Fernando tenía mucho de literario.
Las siete u ocho personas que estábamos allí
reunidas, convocadas para contar nuestro sueño, eramos
todos escritores: Luis Alberto de Cuenca, Fernando
Marías, Angela Valvey, Benjamín Prado, Gonzalo
Torrente hijo, Javier Esteban y este humilde "soñador".
Pero el personaje más interesante no era ningún
creador de ficción, sino el mítico Luis
Cencillo, un antropólogo, teólogo,
sicoterapeuta y catedrático en cinco universidades
europeas, que era quien se encargaría de interpretar
nuestros sueños. Tratándose de escritores imagino
que quien más quien menos llevaba en la manga un as
que no pertenecía a la baraja, un as pintado a mano
y convenientemente falsificado por la patina que da el oficio
de escritor; quiero decir que algunos, y yo entre ellos, llevábamos
un sueño inventado listo para ser interpretado ante
las cámaras de televisión (de hecho, un escritor
en particular, aseguró que el sueño que contaría
era inventado). Pero antes de que comenzásemos a desfilar
los escritores ante Cencillo y Dragó el primero recordó
a la audiencia, y por lo tanto a todos nosotros, que Cencillo
era capaz de distinguir sin la menor vacilación un
sueño verdadero de uno inventado. Aún así
cuando avancé hacia la silla donde me tocaba acomodarme
para realizar mi "representación" seguía
jugando, como esferas en mis manos, con dos sueños
verdaderos y el inventado. Pero me bastó ver de cerca
los ojos del antropólogo y teólogo para desechar
el inventado. A alguien con esa mirada, con esa transparencia
que más que iris parecía tener dos pequeñas
y redondas almas, no se le puede ni debe mentir; así
que conté mis dos pequeños y muy simples sueños
verdaderos, y escuché la sabia interpretación
de los mismos; interesantísima y reveladora. Pero lo
que más me interesó de la experiencia no fue
esa interpretación; me sentí en un absoluto
y correcto segundo plano porque el protagonista allí
era el hombre que interpretaba los sueños, su mirada
sabia y en paz. Tan sabia y en paz que -soy un hombre espontáneo-
se lo dije, y en nada, lo cual prueba su sabiduría
y paz, se alteró su mirada al recibir el piropo, como
lo calificó Fernando Sánchez Dragó cuando
salíamos, acompañados por su eficaz y encantadora
secretaria, Arancha Salama, de Telemadrid.
Parecía que habías caído rendidamente
enamorado de él. Sonreí, encogiéndome
de hombros. Las apariencias son las apariencias. Que yo sepa
jamás me he enamorado de un hombre ni he sentido la
menor inclinación física hacia ninguno y no
por ello me privo de decirle algo agradable a uno si la circunstancia
lo requiere. Le dije otro a Fernando: el programa te ha
quedado genial, va a ser un éxito. Y a ti, lector
más o menos apresurado de estas líneas, también
quiero decirte algo: si puedes verlo -creo que lo emiten el
28 de febrero de madrugada y en Telemadrid- no te lo pierdas.
De verdad que fue un programa genial.