La Relatividad, segunda semana febrero 2006

Tiempo de sueños
(publicada en Cambio16)


El pasado lunes escribía para el diario La Opinión de Murcia, con el que colaboro “desde pequeñito” (que diría Antonio Soler) una columna sobre sueños
. No los míos o no sólo los míos, pues el motivo o pretexto de la misma era el programa al que me había invitado Fernando Sánchez Dragó, organizado en torno a Luis Cencillo, experto en la interpretación de esos pasajes inenarrables que en España llamamos con una palabra que tiende a la confusión: sueños. La palabra sueño -me exaspera que sea así- sirve en nuestro idioma (que tiene cuarenta formas diferentes de para designar a un burro) tanto para decir que tenemos ganas de irnos a dormir como que hemos “vivido” durante el tiempo de la no-vigilia o el “dormor” (neologismo no aprobado) una experiencia onírica. Que los sueños son prácticamente imposibles de narrar lo sé por experiencia pues durante varios años llevé un “Diario de sueños” (hace poco me enteré que en Japón es una práctica común), y aunque probé de todos los modos y maneras -escribiendo aún semidormido, recreando ya despierto, grabando lo que me estaba pasando durante la duermevela con un caset- nunca logré plasmar la integridad, el alma, de la ensoñación o ensueño.
De ello, del excelente programa orquestado por Fernando Sánchez Dragó y de los diarios de sueños, pensaba escribir hoy cuando para mi sorpresa, y al abrir el suplemento dominical de El País me he encontrado en la última página con una columna, de las mejores salidas de su pluma, firmada por Javier Marías en la que contaba un sueño de su hermano Miguel; lo contaba literaria e inteligentemente, aprovechando la ventaja de que el sueño no era suyo sino de su hermano. Y ahí se daba una nueva y extraña coincidencia; en la columna de Javier Marías se habla así mismo de su hermano Fernando; y en el programa Las Noches Blancas (TeleMadrid) de Dragó también había un Fernando Marías contando un sueño. Un Fernando Marías que es premio Nadal y conocido guionista pero que en nada tiene que ver, primo lejano le escuché decir un día, con los hijos de don Julián.
No sé lo que opinaría Luis Cencillo, un hombre sabio y bueno capaz de interpretar los sueños, de distinguir uno real de uno inventado sin la menor vacilación, de estas pequeñas coincidencias, pero a mí se me ocurre que vivimos tiempos tan acelerados como atroces, tiempos en los que no tenemos control -no ya sobre los grandes temas de actualidad: el murmullo crecientemente airado del mundo árabe o la resurrección de las dos Españas- sino tan siquiera de nuestras propias y pequeñas vidas. Y que por ello necesitamos mirar hacia nuestros sueños. Mirar hacia ellos y contarlos; aunque sea literariamente, porque quizá en su no-sentido encontraremos algún tipo de sentido. De hecho, cuando a los 22 años tuve la osadía de inventar un antónimo le apellidé Sueño o Traum o Rêve o Dream, con la esperanza de que fuese otro, un no-yo. Fracasé. Se quedó en personaje, Sonríe Delgado (Nadal 2004); quizá porque los Sueños, aún los violentos, están mejor entre las páginas de un libro o revista que fingiéndose personas reales en este mundo desquiciado.


Interpretar los sueños
(publicada en La Opinión de Murcia)

Hace unos días me convocó mi amigo de hace más de veinticinco años, Fernando Sánchez Dragó, para que contara un sueño en el programa que en la actualidad tiene en Telemadrid: Las Noches Blancas. En un principio me pareció un exotismo un tanto traído por los pelos; ¿qué tienen que ver los sueños con un programa sobre libro? Al llegar al plató -por la mañana, en un taxi que consiguió esquivar la "jurásica" Madrid-30 utilizando la Avenida de los Poblados- comprendí que el planteamiento de Fernando tenía mucho de literario. Las siete u ocho personas que estábamos allí reunidas, convocadas para contar nuestro sueño, eramos todos escritores: Luis Alberto de Cuenca, Fernando Marías, Angela Valvey, Benjamín Prado, Gonzalo Torrente hijo, Javier Esteban y este humilde "soñador". Pero el personaje más interesante no era ningún creador de ficción, sino el mítico Luis Cencillo, un antropólogo, teólogo, sicoterapeuta y catedrático en cinco universidades europeas, que era quien se encargaría de interpretar nuestros sueños. Tratándose de escritores imagino que quien más quien menos llevaba en la manga un as que no pertenecía a la baraja, un as pintado a mano y convenientemente falsificado por la patina que da el oficio de escritor; quiero decir que algunos, y yo entre ellos, llevábamos un sueño inventado listo para ser interpretado ante las cámaras de televisión (de hecho, un escritor en particular, aseguró que el sueño que contaría era inventado). Pero antes de que comenzásemos a desfilar los escritores ante Cencillo y Dragó el primero recordó a la audiencia, y por lo tanto a todos nosotros, que Cencillo era capaz de distinguir sin la menor vacilación un sueño verdadero de uno inventado. Aún así cuando avancé hacia la silla donde me tocaba acomodarme para realizar mi "representación" seguía jugando, como esferas en mis manos, con dos sueños verdaderos y el inventado. Pero me bastó ver de cerca los ojos del antropólogo y teólogo para desechar el inventado. A alguien con esa mirada, con esa transparencia que más que iris parecía tener dos pequeñas y redondas almas, no se le puede ni debe mentir; así que conté mis dos pequeños y muy simples sueños verdaderos, y escuché la sabia interpretación de los mismos; interesantísima y reveladora. Pero lo que más me interesó de la experiencia no fue esa interpretación; me sentí en un absoluto y correcto segundo plano porque el protagonista allí era el hombre que interpretaba los sueños, su mirada sabia y en paz. Tan sabia y en paz que -soy un hombre espontáneo- se lo dije, y en nada, lo cual prueba su sabiduría y paz, se alteró su mirada al recibir el piropo, como lo calificó Fernando Sánchez Dragó cuando salíamos, acompañados por su eficaz y encantadora secretaria, Arancha Salama, de Telemadrid. Parecía que habías caído rendidamente enamorado de él. Sonreí, encogiéndome de hombros. Las apariencias son las apariencias. Que yo sepa jamás me he enamorado de un hombre ni he sentido la menor inclinación física hacia ninguno y no por ello me privo de decirle algo agradable a uno si la circunstancia lo requiere. Le dije otro a Fernando: el programa te ha quedado genial, va a ser un éxito. Y a ti, lector más o menos apresurado de estas líneas, también quiero decirte algo: si puedes verlo -creo que lo emiten el 28 de febrero de madrugada y en Telemadrid- no te lo pierdas. De verdad que fue un programa genial.