ULTIMA ENTRADA
“No tengo la culpa de que
las palabras se me apelotonen. Tengo que darme prisa o se me
acabará el valor”.
PATRICK MODIANO, Un pedigrí
14 de enero
FIESTAS
Las fiestas ya pasaron. Vamos a otra cosa.
(el GRUPO DE BROOKLYN en su habitual reunión
navideña, los que faltan -si verdaderamente falta alguien-
no estaban en la Villa y Corte; o se hicieron los suecos)
¿PARA QUÉ SIRVE UN DIARIO
WEB?
Una pregunta clásica, algo
demodé pero siempre rescatable cuando un año termina
y el otro empieza a humedecer sus pañales, es:
-¿Qué hice durante el pasado año? ¿Cumplí
mis objetivos? ¿Tiré a la basura los calcetines
que tenían tomates y los reemplacé por otros nuevos?
¿Escribí esa novela que desde el día que
nacía soñaba con hacer realidad? ¿Le pegué
una patada en el culo al gran miserable que llevaba varios lustros
mereciéndola? ¿Fui generoso y agradecido con las
diecisiete siete coma cinco personas que se lo merecen? ¿Conseguí
domar mis vicios o al menos convertirlos en resquicios?
Naturalmente no todas estas preguntas
tienen respuesta en un diario web, en mi diario web (me sigue
sin salir de las narices llamarle blog, la g final suena a vomitona
y yo prefiero sentarme en el trono y hacer de vientre cuando
tengo el estómago revuelto de tanto comer sapos y culebras).
No todas las preguntas anteriores, repito, tienen respuesta
en mi diario web porque jamás -hasta la fecha- había
hablado de los tomates de mis calcetines, las patadas en el
culo a los miserables e impertinentes suelo propinarlas con
técnicas de billar a tres bandas, es decir: le pegas
una patada a la bola roja con la blanca y la negra recibe un
impacto que la deja turulata sin saber muy bien de donde le
ha venido el golpe, mis vicios rara vez son mencionadas porque
se han vuelto viejos, me aburren y dado que -entre unas cosas
y otras siempre ando ocupado -no tengo tiempo para buscar otros
nuevos. Pero sí que puedo ver, deslizándome por
mi diario web (sería patético verlo publicado
en papel y tener que pasar páginas para saber qué
diablos he hecho a lo largo del año), si he sido amable
y generoso con quien se lo merecía, o incluso con quien
no se lo merecía (no hay mejor forma de castigo), o las
cosas que he hecho, sobre todo las cosas que he hecho a lo largo
del año 007, el año Bond. Y la verdad es que tengo
la impresión de que durante el año Bond hice demasiadas
cosas, desenmascaré a villanos, viajé a China,
edité libros, terminé el primer borrador de una
novela que llevaba siete años intentando acorralar, comí,
cené y desayuné con tantos escritores, artistas,
editores, empresarios y amigos que
me extraña no haber engordado al menos 007 kilos (aunque
tal vez sí, tal vez los engordé, pero no puedo
saberlo, porque no me pesé hace un año y tampoco
me he pesado 365 días después). Pero, para rematar
la faena e ir acabando: la impresión que he tenido al
consultar por encima, me gusta más releer a Patricia
Higsmith, Oscar Wilde o a Baltasar Gracián que a Javier
Puebla, puede resumirse en una sola frase: hice demasiadas cosas.
El año 007, el año Bond, hice demasiadas cosas.
Así que ahora que el año se ha convertido en un
agente al servicio de su -en absoluto majestad- Javier Puebla
bajo la denominación de 008 y que ya no cuenta con licencia
para matar (pero lo de jugar al billar y hacer que otro mate
por mí no me lo quita nadie) he decidido, señoras,
señores, niños, niñas, ornitorrincos (¿existen
las ornitorrincas?), jamones y jamonas, que durante el 008 voy
a hacer lo menos posible. Nada de páginas dobles en las
revistas o periódicos cuando el director se conforme
con una sola página, ni pensar en nuevas novelas de trescientas
cincuenta páginas, ni siquiera pienso actualizar mi web
todos los lunes como orgullosa, cabezosa, persistente e inútilmente
he hecho durante los dos últimos años. A lo mejor
sí, me aburro y me pongo a actualizar la web hasta doce
veces por semana (improbable), me escribo otra novelita de cien
mil palabras (mi mujer me echaría de casa y acabaría
alcoholizado, lástima que mi estómago no soporte
el alcohol, debajo de un puente) y en lugar de a China me voy
a Australia
a dar cursos y conferencias. Pero mi propósito para este
año es hacer lo menos posible, dormir y dormirme, perder
el tiempo y malgastar el poco dinero que me queda en el banco,
trabajar casi nada y hasta dejar de nadar, que el agua en invierno
está muy fría y en verano demasiado concurrida.
Claro que, como reza el refrán, Puebla propone y sus
nervios disponen. Me veo metido en mil nuevos berenjenales,
pero será sin querer, lo juro. Que me disculpen los generosos
lectores de esta página si sigo contándoles historias
y más historias, no será por falta de buena voluntad
y disposición para dedicarme únicamente a tocarme
los huevos, sino simplemente porque soy así, nacido para
actuar y hacer y no he logrado controlar el vicio, hacer nada
para evitarlo o erradicarlo.
(Las fotos que ilustran la hueca palabrería anterior
corresponden a una entrevista que me hizo para la tele murciana
el brillante periodista Angel Montiel so pretexto de mi nueva
editorial, Haz Milagros. La siguiente, en la que aparezco con
Emilo Pascual, Pollux Hernúñez y Luis Alberto
de Cuenca corresponde a una cena en un reservado de Lhardy;
nunca estuvo un asilvestrado como yo en tan erudita y tan inteligente
compañía que disfruté con la misma intensidad
y pasión que mi hijo Max abría sus regalos de
Reyes. La última imagen corresponde a un regalo de Navidad
que hice a veinte desconocidos el día que se fallaba
el Nadal, momento que aproveché para colocar en la calle
pero con el mismo mimo que hubiese utilizado para ubicarlos
en el escaparate de una librería veinte ejemplares de
Sonríe Delgado, la mejor novela finalista del Nadal de
los últimos diez años (¡para eso es la mía!)
y que desaparecieron en treinta y cuatro minutos exactos: nadie
se llevó más de un libro, gracias).
La semana siguiente, o dentro de dos semanas, o tres, volveré
con pescado fresco, que el viejo ya está todo vendido
o en la basura. ¡Un seis doble para todos los perezosos!,
a ver si nos toca la lotería primitiva y podemos irnos
a vivir a Brasil para quejarnos allí de lo mal que funciona
el suministro eléctrico y de que en las playas hay menos
tangas enmarcando mapamundis perfectos de los que había
en nuestros sueños.
“Sólo
soy lo que soy; y no mi Sueño”
de SOSIEGO, el anti-libro impublicable.
29 de enero
LA BIBLIOTECA DE CARLOS HERRERA
Es jueves veinticuatro de enero
del año dos mil ocho. Un día complicado en el
que he desayunado con un fotógrafo para negociar la posibilidad
de utilizar su fondo para las portadas de mi pequeña
editorial, almorzado con un editor que parece dispuesto a apoyarme
en mi “proyecto Tigre” (ese que debería materializarse
con la venta de un millón de ejemplares) y por la noche
he quedado para cenar con uno de mis Tripulantes o alumnos para
hablar de la novela que ha prometido tener lista para el último
día de enero. Con semejante panorama, y teniendo en cuenta
que había otro “sarao” en la casa de la prensa,
habría sido lo más sencillo, normal, coherente,
no acudir a la presentación de un libro titulado EL PLACER
DE LA LECTURA y subtitulado LA BIBLIOTECA DE HERRERA EN LA ONDA,
firmado por Agapito Maestre, de quien sólo conozco el
dato de una juventud comunista y -cumpliendo la frase de Churchill-
una madurez de derechas. Pero me ha convocado mi muy apreciado
Oscar Oliveira, jefe de comunicaciones de las editoriales Oberon
y Algaida, el lugar de la presentación es el Círculo
de Bellas Artes (un edificio que conozco como la palma de mi
mano izquierda) y además en el tarjetón, amén
de prometerse el tradicional vinito, se asegura que presentará
Carlos Herrera; tengo curiosidad por conocer a Carlos
Herrera, me simpatiza cuando le veo en la tv, y además
mi chica y mi hermano de ley son admiradores incondicionales
de su trabajo radiofónico.
Llego al Círculo justo a tiempo gracias a que, harto
de esperar al autobús, convenzo a una atractiva peruana
para que comparta taxi conmigo (pero esa es otra historia).
Nada más entrar en la antesala me encuentro a Oliveira
y veo ante mí a un hombre feliz hablándole a una
cámara de televisión; es Agapito Maestre. Me gusta
su felicidad, esa euforia que nos invade a los autores cuando
algo que hemos pensado, escribo en papelajos o el siempre mosqueante
disco duro de un ordenador, se convierte en un libro que se
puede tocar, doblar, enseñar, vender, regalar o firmar.
Herrera no ha llegado todavía, la sala está llena
y busco, un viejo truco de periodista, asiento en la primera
fila. Entonces llega Herrera. Me sorprende el brutal poderío
físico, parece, o a mí me lo recuerda, Cary Grant
con barba de dos semanas interpretando a un pirata cabreado.
Realiza su presentación sin sonreír, los ojos
airados y un discurso fluido, evidentemente improvisado, lleno
de guiños y frases brillantes que hacen reír a
los asistentes, quien esto escribe incluido; todos reímos
excepto él que se mantiene impertérrito, Cary
Grant.
Luego habla Agapito y explica en que consiste su libro, que
está bien, es interesante, lleno de amor por la letra
impresa y encuadernada, y que presume, claro, de su trabajo
envidiable de tan maravilloso: leer y comentar lo que ha leído.
Herrera tiene que irse, le van a dar un premio al ciudadano
ejemplar o algo así, pero antes posa para las preceptivas
fotos. Yo disparo la mía y le regalo “el libro
más corto que le han dado en su vida”, uno de mis
relatos en tarjeta de visita. Y Cary Grant/ Herrera se transforma,
la mirada feroz o pirata se inunda de calidez, me da un abrazo
y agradece con la misma generosidad que podría hacerlo
un niño mi mínimo regalo. Me alegro de haber acudido
a la presentación y de haberle conocido: no es casualidad
ni suerte que un hombre así haya llegado en su profesión
a la lenitiva y maravillosa soledad de la cima.
“Nunca
he estado tan cerca de la derrota; ni de mi punto de equilibrio”
de SOSIEGO. El cacareado anti-libro impublicable que tanto le
gusta citar al autor de este diarioweb.
“Uno nunca
es tan feliz como cuando encuentra el método de perderse”
DIARIO DE GOLONDRINA. Amélie Nothomb
4
febrero 008
CONMIGO MISMO Y MI
MECANISMO
Ya me advirtió mi tripulante y amiga, la escritora Cecilia
Denis, que mis buenos propósitos de principio de año
-que pueden resumirse en una frase: hacer lo menos posible-
quedarían en agua de borrajas. Tenía razón
Cecilia; no paro. A pesar de que me he esforzado en ralentizar
el ritmo porque la primera mitad de febrero quiero dedicarla
a los siete nuevos títulos que sacaré en HAZ MILAGROS
(presentación prevista para finales de marzo o primeros
de abril) y la segunda mitad me gustaría dedicarla a
pulir y barnizar la novela que tengo acabado y con la que tengo
una relación casi enfermiza: no se la dejo ver ni mando
(por eso de que haya alguna copia) a nadie, como si tuviese
un tesoro que sólo cuando lo considere adecuado permitiré
sea expuesto a la impiedad de la luz. (Otra frase de mi anti-libro:
En literatura nunca me ha dado miedo la competencia; pero no
contaba con la estupidez). Esto de citar, lo comprendí
hace un par de horas, tiene como función no apoyarse
en el contenido o significado de la frase, sino detener o ralentizar
el ritmo de lo que se está narrando).
No hay mucho más que quiera contar: cumplo con mis obligaciones,
paso el máximo tiempo con mi hijo, he conocido a un tipo
genial llamado Montxo que es diseñador y maganer de grupos
de psicobilly, cuido a mis amigos y alumnos tan bien como sé,
le dije a un aspirante a entrar en mis cursos literarios que
no (y van tres este año a los que he pedido tengan la
amabilidad de no subirse a mi barco) porque lo consideraba inconveniente
para el resto del grupo y también para él, comí
un día con mi ángel de la guarda que pasa horas
bajas e intenté animarle, organicé una cena en
casa -bueno, la organizó Lola, mi mujer- para agasajar
a un par de amigos, Teresa y Miguel Ángel, que trabajan
en sendas editoriales y fue un éxito a pesar de que llevábamos
tres años sin hacer “cenas diplomáticas”,
desde poco después de que naciera el niño; a la
última, con Ramón y Pilar Muro, llegué
tarde yo, el anfitrión, pues estaba grabando la banda
sonora, bso, del que fue mi último corto un poco trabajado,
Extraterrestres. No estoy haciendo fotos para ilustrar el diario
porque mi poca o mucha capacidad para crear imágenes
está centrada en las portadas de los nuevos libros, sigo
leyendo mucho... y poco más. Agradezco que siga corriendo
el contador de la página, me ayuda a mantener la amenaza
de la derrota final a raya, y si hay más novedades la
semana que viene... actualizaré; si no las hay esperaré
a la siguiente: el mar está en calma y yo con las manos
relajadamente apoyadas sobre la madera de la proa.
ME HE QUEDADO CON TU
CARA
Se requiere una audacia especial o una inconsciencia
desmedida o acaso una fe ilimitada en la calidad del ser humano
para saltar frente a un monstruo de metal y ruedas y aunque
apenas haya emprendido su marcha obligarle a frenar sin tener
en cuenta la posibilidad de que no lo haga y que la vida de
quien salta ante el monstruo, el autobús de la línea
municipal de transportes no se detenga y el salto tan audaz
sea el último acto de la vida de quien lo realiza. Pero
el autobús frenó, abrió sus puertas hidráulicas
y una señora pequeña subió con gesto nervioso,
la boca ya abierta para que no se le quedase dentro ni una de
las palabras que llevaba clavadas en el alma.
-Pensabas no frenar y dejarme jodida en la parada, que no tenéis
corazón, sois unos miserables, una gentuza que no os
dais cuenta de lo cansado que estamos todos, vergüenza
debería daros.
La escucha todo el autobús, también el conductor
que la mira y piensa que lo normal habría sido que le
diese las gracias, por haberse detenido, infringido el reglamento
para recogerla pues ya había salido de su parado, abierto
amablemente las puertas, y en lugar de eso tiene que enfrentarse
a una energúmena que ya adentrada en las tripas acolchadas
del vehículo sigue increpando contra él y su mala
fe. Entonces habla. El conductor habla.
-La próxima vez que te vea no te abro la puerta.
Ella le mira, desafiante.
-No te abro, lo juro. Me he quedado con tu cara.
"Intento
exigirme NADA a mí mismo; pero no es fácil. La
idea genial, el trabajo impecable... y sólo mis pobres
manos y mi cuerpo para hacerlos reales."
from Sosiego, the anti-book
that you will never see published.
11 febrero 008
UN CAFÉ, UNA COMIDA Y UNA CENA
EL CAFÉ
El café me lo tomo, cerca de mi casa gracias a la amabilidad
de Pablo Martín Carbajal, que viene de una reunión
y luego continuará camino del aeropuerto para volar a
Tenerife. Conocía a Pablo en Dakar, hace más de
diez años, cuando a la sazón este revoltoso cronista
ejercía de Agregado Comercial Jefe de la Embajada en
Senegal y cinco países más; Pablo trabajaba para
el departamento de comercio exterior de la cámara de
comercio de Tenerife, y hubo alguna vez -él lo recuerda,
yo no- que hablamos de literatura y la pasión logró
traspasar mi máscara más o menos impecable de
diplomático. Por aquel entonces Pablo no escribía,
empezó a hacerlo en el dos mil, y seis años después
publicó su primera novela con Frida Khalo como musa:
TÚ ERES AZUL COBALTO. Un día, hace no mucho, recibí
un correo suyo: trabajaba como
Director General de Relaciones con África, había
llegado hasta mi web saltando de link en link y se había
dejado llevar por el impulso de mandarme un mail. Me encantó
saber de él. Siempre me gusta saber de las personas relacionadas
con mi tiempo en África, fue una época especialmente
feliz -sobre todo en el recuerdo- para mí. Le respondí
al mail y meses después me volvió a escribir para
comentarme que pasaba por Madrid y sugerirme un café.
Acepté, por supuesto. Y pasamos una hora larga y deliciosa
hablando de libros, pasiones, África y muchas más
cosas. Tengo su libro a mi derecha ahora mismo, y su además
del libro tuviese tiempo me pondría a leerlo inmediatamente.
Pero no, tiempo no tengo. De momento tiempo no tengo; aunque
lo tendré, espero, y lo leeré y lo disfrutaré.
LA COMIDA
La comida es en La Ancha, los mejores escalopes que pueden degustarse
en Occidente, y la cita es con Javier Vázquez Losada,
con quien me he intercambiado intermitentemente correos en los
últimos dos años, y a quien -no lo olvida, lo
cual prueba la nobleza de su corazón- avisé de
los manejos de alguien relacionado con el mundillo literario.
A Javier su experiencia le confirmó mis palabras, “pero
nadie más me avisó”, y supongo que por ello
me cuida y tiene cierta fe desde entonces. Aprovechamos la comida
para conocernos un poco mejor, apenas nos habíamos visto
una o dos veces (no sé), y
los correos casi siempre eran rápidos; hasta quedar para
comer resultó complicado pues Javier tiene dos niñas
y su mujer está esperando la tercera. Me habló
de sus libros, los concursos que ha ganado, lo complicado que
es publicar (¡a mí me lo van a contar!) con quien
te gustaría hacerlo, y yo le conté algunas cosas
que sé o creo saber acerca de como funciona la pacata
vida literaria española: pero es aquí donde nos
toca intentar conseguirlo, aquí donde está el
desafío, conseguir ser un escritor de prestigio o éxito
en otras lenguas puede ser el sueño final, pero primero
hay que lograr lo imposible: ser profeta en la propia tierra.
Cuando nos despedimos son casi las seis, él regresa a
su casa y yo me pierdo por Madrid y descubro lo mal que pinta
Amadeo Modigliani..., pero esa es otra historia que saldrá
la semana que viene en mi columna habitual de Cambio16.
¡QUÉ MAL PINTA MODIGLIANI!
Es viernes por la tarde en la ciudad de Madrid
y un invierno sin vocación invita a pasear. He salido
de La Ancha, los mejores escalopes de la ciudad y quizá
de toda Europa, dónde me ha invitado a comer mi amigo
Javier Vázquez Losada. Tras una larga charla que ha versado
más acerca de la vida literaria que sobre literatura
(qué también), Javier se dirige a su casa, y yo
sé que debiera hacer lo mismo. Pero si el invierno se
puede permitir el lujo de no tener vocación de invierno
también yo puedo permitirme el lujo de no dirigirme a
mi despacho, donde me esperan media docena de prólogos,
dos columnas, las portadas de varios libros y un sinfín
de pequeñeces varias que no me voy a entretener en enumerar,
porque lo entretenido era dejarse llevar, vagar por la Villa
y Corte, entrar en el Corte Inglés y la Casa del Libro
a ver como está funcionando la distribución de
las dos editoriales en las que quizá sí o quizá
no publique, por fin, la primera aventura del personaje que
me hará rico (y supongo que también famoso): Tigre
Manjatan. La temperatura es demasiado agradable para meterme
en el bunker que es la Fnac, así que no compruebo nada
en el megastore de origen francés. Y en cuanto a la Casa
del Libro me quedo con la pequeñita, la que está
haciendo esquina con la Plaza de las Descalzas, y es al salir
cuando veo un enorme cartel plastificado con la inconfundible
estética de Amadeo Modigliani, uno de mis pintores favoritos,
colgado de lo que era el antiguo Monte de Piedad, ahora reciclado
en sala de exposiciones. Ya entregado al ocio decido entrar:
es gratis.
¡Dios!, que desilusión, ¡qué mal pintaba
Modigliani! Sus obras reproducidas en pequeñito funcionan
maravillosamente, pero a tamaño natural... ¡qué
falta de energía! Recuerdo que siempre llevó sobre
sus hombros el baldón de la pobreza -lo recuerdo por
la imagen de una película en blanco y negro apenas fijada
en mi memoria- y supongo que eso explica la roñosería
con que aplica el óleo, una pintura siempre cara, sobre
el lienzo. Pero no sólo es la escasez de pintura: no
hay fuerza en el trazo. Hay cuadros de otros pintores, entre
otros el Arlequín con un espejo de la mano, de Picasso;
malísimo también. No pagaría ni cien euros
ni por el Picasso ni por ninguno de los Modigliani si me los
encontrase sin firma en la exposición viva y permanente
que es la Plaza Mayor, donde pintores auténticos se mezclan
con meros copistas. Ya me iba, mejor el sol perezoso del invierno
sin vocación del exterior, cuando diviso un Chagall.
¡Eso es otra cosa! Marc Chagal pinta lo que le da la gana
y como le da la gana, juega, se deja llevar y su alma se queda
pegada junto a los gruesos grumos de color en el lienzo. En
ese momento suena mi móvil, es Lorenzo Silva; dejo la
exposición para hablar con él sin molestar a nadie,
y al terminar la conversación... vuelvo a entrar en la
sala. Paso ante los dibujos, bocetos de Modigliani, ni cinco
euros pagaría por ninguno de ellos, y sólo dedico
mi tiempo a los Chagal. Geniales los cuatro. Me encantan; si
fuera millonario pagaría por ellos el precio que me pidiesen,
si fuese un ladrón de película se los robaría
al museo y los colgaría de las paredes del salón
de mi casa. Cuando me emborracho de Chagal miro y escucho lo
que sucede y se dice a mi alrededor; montones de personas que
no distinguirían un cromo de los originales que están
viendo, pero que babearían encantados si pudiesen tener
alguno de los Modigliani en su casa: por la marca, el prestigio
de la marca. Porque así son nuestros tiempos, el producto
da igual, lo que mola, interesa, convence, vence, fascina y
alucina, es la marca. Pero yo, que he dedicado mi vida, mi alma,
a crear, al arte soy inmune a ese falso resplandor. Me cago
en la marca, en la marca Modigliani, o en -no importa que nombre
tenga- cualquier otra marca.
LA CENA
La cena es en casa, cortesía de anfitriona de mi princesa
que hace dos semanas devolvió la vida a su vajilla de
nuestros tiempos de “vida diplomática” en
honor de Miguel Ángel Matellanes y su chica, Teresa Marcos;
y como la velada fue un éxito, acabamos a las cuatro
y media de la noche (yo aún seguí un ratito enredando),
me sugiere que invitemos a nuestros queridos amigos los pintores,
múltiples entradas en este diarioweb, María Luisa
Sanz y Joaquín Capa, y extiende la invitación
a amigos más nuevos pero no por ello menos queridos:
Alicia Mariño y Luis Alberto de Cuenca. La cena será
esta noche; sábado. Lola, mi mujer, trajina por la casa
dando un toque acá y otro también acá antes
de pensar siquiera en el de allá, y yo aprovecho para
encerrarme en el dormitorio e ir adelantando el diario web.
No creo que escriba ya más respecto a la cena, pero sí
intentaré hacer una foto de familia y colgarla al final
de estas palabras.
¡OLVIDÉ HACER LA FOTO! La cena
fue tan divertida, el ambiente tan mágico e irrepetible
que olvidé hacer la foto de familia, pero voy a explicar
como pensaba o quería hacerla: en el centro mi
chica, Lola, con mi sombrero, flanqueándola Luis Alberto
de Cuenca y Joaquín Capa, y en los dos extremos María
Luisa Sanz y Alicia Mariño. Mi idea era no salir
yo, ya aparezco sobradamente en mi web, y que mi sombrero -en
la cabeza de Lola- sirviese de representación. Supongo
que no importa, todos los personajes han salido ya en esta web
y quien quiera puede encontrarlos; los diarios jamás
lo reflejan todo... por fortuna, probablemente.
Una semana, en suma y terminando, agradable
y social y rica en encuentros varios, también di un largo
paseo con Lorenzo Silva por un parque de nueva creación
en la orilla de la M-30 más cercana a mi casa. Las dos
primeras citas me hace advertir o pensar que de algún
modo parezco haberme convertido en referencia para escritores
más jóvenes (lo cuál me sorprende y halaga
y agrada), pero que ello no significa que haya llegado a ningún
sitio: aún hay muchos creadores, y Lorenzo Silva y todos
los invitados a la cena lo son, amigos que me sirven a mí
de referencia como creadores y personas. Estoy en ese punto,
como escribí en SOSIEGO hace unos días, en que
comienzo a ser consciente que el futuro no tendrá probablemente
mucho más espacio o contenido que el pasado; un momento
especial. Interesante.
I was lost in
soul-to-soul contact”
Louise Erdrich (THE REPTILE GARDEN)
18 febrero 008
He elegido la frase de más arriba para
encabezar la entrada del diario porque es la más romántica,
o de las más románticas, que he leído nunca,
y aunque es muy fácil de entender en inglés me
resulta imposible verterla al español. Literalmente es
ridícula: “Estaba perdido en el contacto alma con
alma”, quizá “alma-alma” sonase mejor,
pero aún así... Supongo que traducir es un imposible,
un mal menor consentido para enterarnos -aproximadamente- de
lo que se escribe en otros idiomas. Y en inglés, precisamente,
he estado hablando esta semana con Mar Billingham.
MARK BILLINGHAM
Está sentado a mi izquierda en el restaurante
Casa Salvador del barrio de Chueca. Viene de la Semana Negra
de Barcelona, donde junto a mi viejo colega Andy Oakes (Ojos
de Dragón, recomendado), ha sido una de las estrellas
de la Barcelona criminal y literaria. Está cansado. Ha
pasado la mañana haciendo entrevistas, ayer estuvo en
Sevilla comprobando si la ciudad real era igual o lo bastante
parecida a la que él había imaginado, rediseñado,
en su última novela. Habla un inglés claro, pausado.
La intérprete, Begoña Fuente Larrazabal, está
sentada a su izquierda pero casi todos los que estamos sentados
a la mesa nos defendemos bastante bien en la lengua de Billingham,
que está terminando su primera cerveza y pide una segunda
al camarero, por lo que
la conversación se desarrolla en inglés. A mi
derecha está el editor español de Mark, Miguel
Ángel Matellanes, y junto a él Fernando Castanedo,
un crítico independiente. Dentro de un rato llegará
un tipo muy interesante, Gregorio León, de Onda Regional
de Murcia y la intérprete tendrá que trabajar
de nuevo.
Billingham tiene dos libros publicados en nuestro país:
Sueño profundo y Bajo tierra; ambos con Algaida. Son
dos novelas de más de quinientas páginas, caja
generosa y letra grande, que me llegaron a casa hace más
de una semana y que no tuve ni tiempo ni voluntad para leer
completas: sólo la clásica lectura “en diagonal”
a la que nos vemos forzados con cierta frecuencia los que nos
dedicamos a la literatura. En esa lectura en diagonal el autor
inglés no me había parecido, a diferencia de mi
admirado Andy Oakes, gran cosa; pero me basta con estar sentado
un rato junto a él para comprender que me he equivocado,
juzgado apresuradamente y sin fundamento. Es cierto que las
novelas de Billingham están pensadas y escritas fundamentalmente
para entretener, que su principal personaje, el inspector Tom
Thorne no es una creación genial y única como
pueda serlo Tom Ripley, de Patricia Higsmith, o Philip Marlowe,
de Chandler; pero no hay nada malo en ello. Al común
de los lectores no se les puede pedir que lean a Vila-Matas
o Justo Navarro, por muy interesantes que resulten literariamente;
el común de los lectores afronta largas y agotadoras
jornadas de trabajo, y cuando van en el metro o en el autobús
o en el tren o están tumbados en la cama o en el sofá
lo que necesitan y desean es evasión, ficción
sin mayores quebraderos de cabeza. Y eso es algo que Billingham,
como Stephen King o Noah Gordon, hace estupenda y profesionalmente.
Una novela al año, van siete, protagonizada por su caricaturesco
inspector: el mismo le llama el Tentetieso. Lectura fácil
que ayuda a olvidar al jefe capullo o al empleado cretino o
el peso de la hipoteca. La principal función de la literatura
es esa: transportarnos a otros mundos, y Billingham, si no se
comete la torpeza de leerlo en diagonal como hice yo antes de
conocerle, lo consigue plenamente. Más deudor de la narrativa
negra americana que de la novela policiaca inglesa Billingham
da al lector lo que ofrece: entretenimiento y evasión.
Y por eso los lectores de todo el mundo compran sus libros y
los disfrutan y leen.
Cuando dejé el ministerio hace ya más de ocho
años era lo único que pretendía, seguir
con mis libritos raros pero vivir de hacer libros comerciales
como los de Billinghan, y por eso inventé a TIGRE MANJATAN
(muy pronto en las librerías, este año de un modo
u otro voy a lograrlo y ya hay tres novelas terminadas)...,
pero no fui capaz de encontrar un editor que creyese que, en
España, un autor creativo como yo pueda hacer también
productos como los de Pérez-Reverte o Stephen King; el
resultado es que las novelas de TIGRE MANJATAN al final no son
novelas policíacas, ni siquiera exactamente negras, porque
al serme tan difícil publicarlas he acabado haciéndolas
como me ha dado la gana, lo cual -creo- me ha beneficiado como
escritor y a la larga, espero, beneficiará también
a los lectores.
PORTADISTA Y EDITOR
La mayor parte de las horas de esta semana las he consagrado
a los prólogos, biografías, textos de contraportada,
imágenes y demás elementos necesarios para montar
los siete libros que HAZ MILAGROS, mi pequeña editorial
(with a litle help from my friends) lanzará en abril.
Muchas horas ante el ordenador y poco que contar. La semana
que viene ya habré terminado y quizá sea más
movida. Vuelvo a grabar con Dragó después de casi
un año ausente de Las noches blancas, tengo una comida
en Lhardy para presentar los Premios Quiñones a la que
no podré ir (coinciden ambas cosas en día y hora)
y tengo pendiente una reunión con mi agente, Eduardo
Melón, para hablar de una oferta sobre varios libros.
Ya veremos que pasa. Sigo con las portadas, me están
quedando fantásticas, y corto el diario web. See you
next week.
“Mi
melancólico hijo huye de la luz”
Montesco padre en Romeo y Julieta, Shakaspeare
“A veces
no es ningún placer decir que no. (Pero apunto al corazón)
Entrada del anti-libro Sosiego correspondiente
al día 29 de un mes que no voy a molestarme en mirar.
25 de febrero
CUATRO VECES JUEVES
Es jueves y a las dos y media de la tarde
hay una comida en Lhardy para presentar los premios Fernando
Quiñones de la editorial Alianza.
Es jueves y a las siete o siete y media estoy invitado -como
espectador- a una mesa redonda sobre novela negra en la librería
Blanquerna en la que interviene mi muy querido amigo Lorenzo
Silva.
Es jueves y a las cinco y media, segunda llamada a las seis,
está prevista la junta vecinal en la que -nobleza y generosidad
obligan- estaba dispuesto a ofrecerme como presidente para solucionar
algunos problemas y liberar del peso a la pobre y buena gente,
un matrimonio con hijos que carece de tiempo y que actualmente
se come el marrón implícito en todos los cargos
no remunerados.
Es jueves y Fernando Sánchez-Dragó me ha convocado
para grabar en Telemadrid un programa sobre Azorín para
Las noches blancas.
Es jueves..., y tengo que elegir. Descartar. Todo me apetece
o interesa o me obliga moralmente.
Llamo a Raúl García, el jefe de prensa de Alianza,
para disculparme por no asistir a la comida de Lhardy (¡Con
lo que a mí me gusta comer en Lhardy y las ganas que
tenía de conocer a Joaquín Pérez Azaústre,
el ganador de este año con La suiete de Monolete).
Telefoneo a Lorenzo Silva y escribo a Pedro de Paz, con quien
había quedado, prometiendo que si acabo pronto les llamaré
para tomar algo después de la mesa redonda y negra.
Pido a mi mujer que acuda a la reunión de vecinos y a
mi padre que se quede con el niño mientras mi esposa,
mi chica, mi señora esté en la reunión.
Y a las cinco en punto estoy en la puerta de mi casa subiéndome
al taxi que me llevará a Telemadrid para grabar el programa
de televisión. Cuando hay que elegir se elige, y desde
el principio -no engaño a nadie- tenía muy claras
mis preferencias.
Me encanta volver a Telemadrid. Hacía casi diez meses
que no iba por los estudios de la televisión autonómica
y si hay algo con lo que disfruto es haciendo televisión:
tan fácil y entretenido si se compara con escribir (o
incluso con tomar copas; al menos para mí). Pero como
es jueves ya en el taxi me llama el diseñador Montxo
Dj que ha acabado el boceto para una nueva colección
de tarjetas cuento y estaría dispuesto a verme al final
de la tarde. Le explico que es jueves, jueves, jueves, jueves...
Al llegar a Telemadrid, por fin, deja de ser cuatro veces jueves.
Una chica encantadora, las chicas de producción suelen
serlo, llamada María José me lleva a la sala de
espera por si quiero un café y unas pastitas antes de
que me maquillen. Le hago una foto para mi web. Me gusta sacar
a aquellos que no salen nunca o casi nunca y que son tan importantes
como los que salen siempre o casi siempre para la existencia
del microuniverso que es el mundo literario donde hace ocho
años me desenvuelvo (como puedo).
Conozco
a todos los invitados, y a todos aprecio. Está Santiago,
el Marqués de Tamarón, mi amiga Julia Escobar,
el queridísimo Luis Alberto de Cuenca y la erudita más
bella y entusiasta del mar pirata en el que navegan los libros:
Alicia Mariño. Y por supuesto, Fernando, Dragó,
Fernando Sánchez-Dragó. Es a él a quien
más ilusión, de algún modo, me hace ver.
Le debo mucho: fue la primera persona que me contrató
para Disidencias cuando tenía yo veintidós años
y quien más me ha apoyado desde que dejé el ministerio
para intentar lo imposible: vivir de escribir.
Sólo hay una persona a quien no ha visto nunca: un hombre
pequeño, añoso, encantador y modesto hasta la
delicia. Es Santiago Riopérez y Milá, el mayor
especialista en Azorín, el pretexto por el que nos han
convocado y reunido para grabar el programa de televisión.
Y es Santiago Riopérez, sabio, sereno y sencillo, quien
dibuja la línea de flotación del programa. Observo
el respeto que los demás invitados, eruditos todos excepto
yo, le profesan. Y quedo fascinado por la seguridad y precisión
con las que habla, desgrana anécdotas
divertidísimas -que enseguida se me ocurre podrían
convertirse en microrrelatos: Muchos sobres, Una palmada en
la frente- y aprovechando nuestras sonrisas dilatadas ensarta
en las mismas información precisa y preciosa, detallada
y valiosa para cualquiera; incluso para quien no conozca a fondo
a Azorín, como es mi caso, pues sólo he leído
y anotado sus cuentos, muy al estilo de O´Henry por cierto,
que fueron publicados en el número uno de la mítica
colección Áncora y Delfín.
Intervengo poco pero lo paso espléndidamente, fenomenal.
En el coche de vuelta recibo dos llamadas en las que me cuentan
que la mesa redonda en Blanquerna ha estado fenomenal y la comida
de Lhardy ha transcurrido por los cauces habituales. Y cuando
vuelvo a casa me encuentro con la noticia de que los sacrificados
presidentes de la comunidad quieren seguir siéndolo y
no han aceptado mi desinteresado ofrecimiento (se me ocurre
un malévolo cuento de Panizo aprovechando la anécdota
que quizá escriba en breve y pueda verse en esta página),
y por lo tanto me veré libre del engorro de ocuparme
de antenas, telefonillos, pinturas y demás mezquindades
y molestias a las que mi tal vez excesiva generosidad me habría
condenado si me hubiesen esclavo-presidente de la comunidad
de vecinos. El matrimonio sin tiempo es más generoso
que yo, siguen en el cargo, y con mi mejor sonrisa se lo agradezco.
Y esa noche duermo como un lirón, como si durmiese cuatro
noches, cuatro jueves que se han condensado en uno. Y quizá
por ello al despertar la mañana del viernes llegó,
por fin, el día que llevaba esperando desde hacía
más de ocho años. Pero eso... eso es otra historia
y no voy a hacerla pública ni en mi diario ni en ningún
sitio; al menos de momento.
"Apenas
existo para el gran público como escritor. Me encanta
el “apenas”."
de SOSIEGO, el antilibro de Javier Puebla que,
seguro, alguien intentará publicar y fracasará
en el intento, porque es impublicable.
3 marzo 008
MUERE FEBRERO Y SIGUE LA VIDA LITERARIA
Sonríe Delgado, la novela escrita por
Frederic Traum aunque firmé yo (amistades
y pactos varios, a los que llamamos “antónimo”))
que quedó finalista del Nadal en el 2004 está
en plena segunda juventud: escaparate a la calle en la Avenida
de la Albufera, en los impares, el 31 aproximadamente, donde
antes estaba el Blockbuster, un expositor completo en La
Presilla, Antonio Calas, 17, una torre de libros en
Juan de Urbieta... No en vano Traum, el narrador, tardó
14 años en terminar la obra, y no va a permitir (cualquiera
que haya leído comprenderá que prefiere la muerte
a no hacer su voluntad) que desaparezca del mercado porque hoy
los libros se publican como si fueran yogures, con fecha de
caducidad. Y de eso nada, señores. De eso, tratándose
de mister Traum, nada de nada.
Por
cierto, que en la Presilla, uno de los lugares donde puede encontrarse
el libro y también los de todos mis Tripulantes o alumnos,
al propietario, Víctor, la novela le resultó tan
inquietante que me dijo no se atrevía a recomendársela
a todos sus clientes; casi diría que me miraba extraño,
si no con miedo sí con prevención. A mí,
que soy incapaz de matar una mosca, y siento por Víctor
afecto y agradecimiento incondicionales pues me cuida como a
un pariente cercano. Y pienso que eso es un éxito de
Sonríe Delgado, que conmueva y asuste. Debería
ser la función de la literatura, remover algo dentro:
al menos como el whisky y no como zampar palomitas, que sería
el equivalente de leer la mayoría de los libros que se
publican en los últimos tiempos. Paula Corroto,
tenía veinte años y era la periodista más
auténtica que conocí en mi promoción, definió
el libro como sigue: “Puebla ha escrito una novela
que no se lee. Se bebe. Y como el buen whisky, es un gustazo
para el lector”. Pues eso, como el whisky; no puedes
beberte un doble y creer que no ha cambiado nada; si fuese así
no podrían quitarnos el carnet de conducir y hasta meternos
en la cárcel si -después de ese whisky delicioso-
nos ponemos al volante de nuestro coche habitual.
Pero la semana literaria no ha sido sólo
Traum y su Sonríe Delgado (¡cómo me habría
gustado que se hubiese publicado con su nombre y conceder las
entrevistas enmascarado o por medio de un actor!), porque han
sucedido muchas otras, y como muestra.... las que siguen:
Una
mala noticia para los periodistas que nos relacionamos con el
Grupo Anaya. Tras la jubilación de Ana Kuntz, la impagable
e insustituible Ana Kuntz, ahora es Óscar Oliveira
quien abandona los astilleros literarios de Anaya, y concretamente
el muelle de Algaida y Oberón, de cuya promoción
y cuidado era responsable Oliveira; a Miguel Ángel Matellanes,
director de ambos editoriales, Algaida y Oberón, se le
pondrá algún pelo gris antes de conseguir acoplar
al sustituto ideal de Óscar Oliveira. Oliveira, claro,
no se jubila, sino que se va a ocupar un puesto político
en el ayuntamiento de Leganés (algo relacionado con la
seguridad ciudadana y con categoría de director general,
pero no me hagan mucho caso). Anaya pierde -o deja en suspenso-
a un magnífico jefe de prensa pero la política
gana un hombre honrado; envidia me da el ayuntamiento de Leganés.
Me llega la última novela de Antonio
Gómez Rufo, el escritor más elegante
de este mundillo rampante, La noche del tamarindo. La publica
Planeta pues no en vano Gómez Rufo ganó en el
2005 el premio de Novela Fernando Lara, en mi opinión
el más limpio e interesante del grupo Planeta en este
momento (la magia del nombre que lo ampara, de Fernando, el
Lara que más amaba los libros). En La noche del tamarindo
encontramos la prosa impecable, como sus trajes y abrigos (da
gusto ver a escritores bien vestidos de vez en cuando), de Gómez
Rufo, en una historia que conmoverá a cualquiera, especialmente
a quienes tenemos hijos. ¿Salvarías la vida de
tu hijo a cosa de la muerte de otro niño? Es fácil,
quizá, responder sinceramente a esta pregunta en el interior
de cada uno, pero no lo es hacerlo de modo público, en
un libro, una novela. Antonio Gómez Rufo lo hace y aprueba
con sobresaliente.
Pasa por Madrid, como parte de su promoción
europea, en Italia se lo rifaban las televisiones y cadenas
de radio, Jerónimo Tristante, el escritor
murciano creador del personaje detectivesco Víctor Ros,
un policía en el Madrid del siglo XIX y en cuyas novelas
(Maeva) se mezclan las alquimias de la novela policíaca
e histórica. Leí con placer y facilidad El misterio
de la Casa Aranda, y su agente, el eficaz y amable Eduardo Melón,
acaba de pasarme El caso de la viuda negra, la segunda aventura
de Víctor Ros que ya está en mi mesilla y que
habrá sido leída, si nada se tuerce, antes del
próximo fin de semana.
El premio Fernando Quiñones lo ganó
el amado de los dioses, o de algún humano poderoso, Joaquín
Pérez Azaústre (a los 24, beca de dos
años de la Residencia de Estudiantes, a los 25, el Adonais
de poesía, sonó para el Ciudad de Logroño
en su primera edición -aunque ahí Manuel
Hidalgo le cortó el paso- y antes de los 30
se hizo con el Premio Internacional Loewe). Como siga así
el escritor cordobés conseguirá hacer sombra al
mismísimo Juan Manuel de Prada, a quien
Roberto Bolaño dedicaba una entrada en su maravillosa
LOS DETECTIVES SALVAJES, y ponía en la mente del personaje
que era Prada sin serlo el siguiente pensamiento: ¿Qué
es la literatura? Un paseo triunfal.
Supongo que lo mismo estará creyéndose, pensando,
Joaquín Pérez Azáustre. Su libro, La suite
de Manolete, es correcto, se lee bien y tiene hallazgos poéticos
múltiples, aunque flojea en los diálogos que remata,
de modo innecesario, con los “continuó, sentencio,
comenzó, respondió, etc” de los que hace
lustros los escritores -a los que ya no se paga por palabra
escrita- encontraron el modo de librarse; suprimiéndolos
simplemente. Si se molesta en leer la obra finalista del mismo
concurso, la de Empar Fernández, El
loco de las muñecas, podrá comprobar con que sencillez
puede hacerse.
La semana que viene ya habré terminado
de maquetar y portadear (neologismo?) los nuevos siete libros
de mi editorial, y estaré más libre para -licencia
008- incordiar. Y para comer fuera de casa. Esta sólo
me he permitido, tras pasar por el ISBN, almorzar un día
en casa de mis padres; mi madre, como es más coqueta
que ningún escritor o editor o jefe de prensa, no me
dejó hacer fotos para esta web, así que me conformé
con una de mi pre-tatarabuelo: Blas Quintana del Acebo,
que era armador de buques, y a quien retrató Esquivel
alrededor de 1850; la imagen que muestro es la prueba de Esquivel,
en 30x40, y que le valió el encargo de dos grandes retratos,
los tiene mi tía Maribel Taylor, por
parte de mi antepasado.
“No
basta con ser bueno. El pecado no es bueno. Y para acabar con
él, hay que ser duro y despiadado”
JUAN
RULFO, Pedro Páramo
10 de marzo
¿SEMANA,
QUÉ SEMANA?
He estado tan ocupado haciendo portadas, escribiendo prólogos,
resúmenes, artículos para revistas varias, preparando
la creación de una nueva y pequeña sociedad mercantil
que sirva de cauce a mis múltiples actividades, que apenas
me he enterado de que pasaba una semana. Eso sí, hubo
una tarde-noche deliciosa, la del martes, en que una de mis
Tripulantes, Mercedes Pérez-Dobón organizó
una cena “con cuentos” en su casa. Aunque no están
ni todos los que acudieron, y menos aún la Tripulación
completa del barco imaginario, cierro este diario esta vez brevísimo
con una foto que hice cuando ya estábamos a punto de
despedirnos y pasaban muchos, y agradables, minutos, de la una
de la mañana.
“Siempre es menos
terrorífico ver la cara del monstruo, por espantosa que
sea, que tener que imaginarla por no poder verla”
de SOSIEGO, anti-libro impublicable que
desde hace dos años, dos meses y diecisiete días
se desparrama por cajones y libretas en casa de Francisco Javier
Puebla Rabanal
17 de marzo
LHARDY
Me gusta Lhardy. Me encanta Lhardy. Su ambiente anticuado y
señorial, la madera que cubre las paredes del gran salón
del comedor. Sus cubiertos de plata. El cocido y el suflé
insuperable. Las personas que me encuentro o me llevan allí.
Los camareros perfectos y desencantados. Esta vez me convoca
Algaida, la editorial que dirige Miguel Ángel Matellanes
y cuyo jefe de prensa era, hasta la semana pasada, Óscar
Oliveria, un tipo eficiente, afectuoso e inolvidable. Quien
lo sustituye es una mujer, Begoña Minguito. Minguito
como mi amiga Fe Minguito, con quien coincidí en África,
pues trabajaba en la embajada. Pero a pesar de Minguito es un
apellido común no son familia; lástima, me habría
encantado que hubiese sido hermana de madame Fe. En cualquier
caso le doy un voto de confianza, y hostigado o instigado por
el editor le hablo, precisamente, deÁfrica, de Dakar.
Le cuento que cuando cesó, para irse un puesto mejor,
el delegado de Iberia, Pedro Álvarez Parejo y le sustituyó
Carlos de
la Peña recibí al segundo como si le hubiese arrebatado
la plaza a mi amigo; y no era así, y Carlos de la Peña,
que con el tiempo llegó a ser tan amigo mío como
Pedro Álvarez me lo explicó el día en que
nos conocimos: él no era culpable del cambio, se merecía
una oportunidad. Quizá con el tiempo llegue a sentir
el mismo afecto por Begoña como el que ahora siento por
Óscar; de momento, mi apoyo, ya lo tiene.
Pero hay mucha más gente en la comida... me estaba poniendo
sentimental. Me encuentro con Cuqui de literaturas punto com,
y con Paula Corroto, que me hizo una de las entrevistas más
bonitas que me han hecho nunca cuando quedé finalista
del Nadal, y con Juanma González, Joaquín Arnaíz,
Quiroga Clérigo y otros muchos. ¡Qué bien
se está en Lhardy! Redescubro a quien fue mi jefe hace
siglos en Disidencias, cuando Dragó lo dejó para
marcharse, igual que lo hace ahora, veintitantos
años después, a África; me refiero a Manuel
Hidalgo, autor de LO QUE EL AIRE MUEVE, novela con la que ha
ganado el Ciudad de Logroño y motivo por el que allí
estamos todos los periodistas culturales de la Metrópolis
y Corte. (Esa noche, al llegar a casa, escribo una columna sobre
él, su libro y el reencuentro)
Había prometido llamar
a Enrique Páez al terminar de comer, pero la tripa llena
y el ánimo relajado y la conversación siempre
fluida e interesante de Miguel Ángel Matellanes logra
arrastrarme hasta las arterias del corazón de la ciudad
y acabo sentado con él, tomando un digestivo para bajar
el cocido, en el Brujas Café de Puerta Cerrada. Hablamos,
comentamos, especulamos y en un abrir y cerrar de ojos han pasado
dos horas; las obligaciones de uno y otro nos obligan a separarnos.
-Nos llamamos.
-Claro, seguimos en contacto.
La tarde es tranquila, la temperatura suave
y subo los escalones que había bajado de las escaleras
del metro para volver a la superficie, regresar caminando hasta
mi casa a paso rápido y soñador. La tarde es tranquila.
La temperatura suave. Camino. Camino rápido. Me gustaría
pensar que sería incluso adecuado escribir que camino
veloz.
“La
vanidad, de acuerdo; es prácticamente imposible librarse
de ella. Sólo se trata de encontrar una variante no demasiado
penosa”.
HANS MAGNUS ENZENSBERGER. Josefine y yo.
31 de marzo
YO, HO, HO... Y UN CORTO VASO
DE RON
Estoy un poco “alegre” ahora mismo,
mientras escribo estas palabras. Rara vez bebo y hoy, jueves
27 de marzo, ya 28 pues pasan las doce, me he tomado dos cervezas
y un ron con hielo en compañía de mi muy querido
amigo Lorenzo Silva; así que estoy con un “puntito”.
Hemos estado casi cuatro horas, han pasado en un suspiro, charlando
y caminando sin rumbo definido. Acaba de dejarme en casa y debido
a que
era consciente de que estoy algo “achispado” había
decidido que dejaría la redacción de este diarioweb
para mañana, cuando estuviese sereno..., pero me apetecía
escribir. Me apetece escribir. He encontrado a Lorenzo, nos
habíamos citado allí, en la librería Central
adjunto al Centro de Arte Reina Sofía donde se presentaba
el libro LETURAS DE FICCIÓN CONTEMPÓRANEAS (de
Kafka a Ishiguro), un libro que me ganó en cuanto abrí
el sobre de Anaya que me trajo un mensajero hace tres días.
Mañana escribiré una columna sobre el libro, obra
de la sabiduría y el esfuerzo y el entusiasmo o pasión
de Javier Aparicio Maydeu, que contiene una amplia selección
de críticas de la mejor ficción universal del
siglo XX,
agrupada por tendencias y actitudes literarias, y se cierra
con una biblioteca con los títulos que Aparicio considera
imprescindibles y en la que no existen discriminaciones de géneros
o subgéneros; durante la presentación Javier Aparicio
equiparó el monólogo de EL ASESINATO DE ROGELIO
ACKROYD, de Agatha Christie, con el del ULISES de Joyce (y yo
no puedo estar más de acuerdo). Javier estaba flanqueado,
durante la presentación, por Fernando Rodríguez
Lafuente, que iba de azul, y Emilio Pascual, que llevaba un
jersey verde (¡Dios, esto comienza a parecer un diario
“chicklit”; sólo me ha faltado poner las
marcas!). La presentación fue excelente, pero como sobre
ella voy a escribir en otro sitio aquí voy a volver a
insistir en los colores: poseían una cierta armonía,
una estética cromática, azul-marrón-verde,
que los hermanaba. Me fijo en esas cosas
durante las presentaciones de los libros porque siempre llevo
una cámara (de fotos), porque soy tan cineasta como escritor
y siempre pienso como podría o debería moverse
el operador para captar el ambiente del modo más atractivo
para los espectadores imaginarios.
Lo pasé bien en la presentación, lo he pasado
bien charlando con mi amigo Lorenzo, a pesar de que la mayoría
de los temas sobre los que versó el encuentro no eran
alegres, y lo pasé también de maravilla durante
las vacaciones de semana santa, en Las Negras, Almería,
donde la hospitalidad de mis antiguos compañeros de colegio
(uno de ellos también de oposición) Jesús
Ros y Antonio Gurrea hizo posible que pasara tres días
descubriendo las maravillas del Cabo de Gata en compañía
de mi pequeña familia.
Sin embargo no lo pasé bien en absoluto cuando, tras
unas líneas de escritura y con el ron aún en la
cabeza, quise continuar avanzando. Así que paré.
Esta entrada del diarioweb la comencé achispado y la
termino dos días después en estado de serenidad
absoluta. Desafío al lector a que encuentre en qué
punto comienza una y acaba la otra, qué palabras escribí
“alegre” y cuales otras simplemente alegre.
ANTILIBRO (cuatro entradas escogidas
al azar de SOSIEGO)
---
Me cuesta tanto trabajo y esfuerzo encontrar
tiempo para “tirarlo” que cuando, una vez conseguido,
lo tiro, me siento más necio y derrochador que satisfecho.
---
La fragilidad del cuerpo puede manifestarse
en cualquier momento. Pero siempre el optimismo de que a nosotros
no nos pasará. Es un respiro: ese optimismo; el único
que tenemos.
---
¿Querría Fernando Pessoa haber
sido J.K. Rawling y vender millones de libros?
Sí.
No. En realidad no.
---
La abundancia llama a la grasa.
“No
tengo ni idea en que ciudad estoy. No importa. Tampoco tengo
ni idea a qué ciudad voy. No tengo planes”
Sam Shepard. EL GRAN SUEÑO DEL PARAÍSO
7 abril 2008
LIGERO
DE EQUIPAJE
Ando en tratos con un empresario catalán, un hombre intuitivo
que deshizo sus inversiones inmobiliarias antes de que comenzase
la crisis, para cederle el control de mi pequeña editorial,
Haz Milagros. Braulio Benavides apareció en la presentación-nacimiento
de la editorial el pasado mes de diciembre, me ha escrito repetidas
veces desde entonces y me garantiza que en Haz Milagros podrán
seguir publicando mis Tripulantes o alumnos o compañeros
de taller literario.
-Te nombraré Consejero Delgado.
Lo bueno de los proyectos sin ánimo de lucro, no lo hay
por mi parte y lo de Benavides me parece más romanticismo
que un medio para hacerse aún más rico, es que
puedes repartir cargos sin el menor empacho: tú consejero-delegado,
tu director financiero, tu encargado de comprar flores los martes
y jueves, porque en la mayoría de las cosas ninguno cobramos
y la única recompensa es alguna comida y el placer infinito
de ver nacer libros. Aunque nunca se sabe..., a lo mejor acabo
cobrando una pastaza por ser consejero-delegado de Haz Milagros,
porque Braulio es uno de esos tipos que parecen imantar al dinero.
Otra de mis Tripulantes, Tripulante de la primera y más
heroica travesía de los Barcos-taller de Javier Puebla,
la alhameña Gori Velasco, me escribió hace unos
días para contarme que había publicado ANITA MARINERA
por su cuenta, y la noticia me llenó de satisfacción
y orgullo, pues Gori, mi muy querida Gori, lo primero que hacía
era darme las gracias. Confieso que me encanta, es un regalo
que no se puede pedir pero agradezco mucho, que me den las gracias
cuando me esfuerzo tan desinteresada e intensamente como puedo
por el bien o la alegría de otra persona.
Que tantas personas que nunca habían escrito un libro,
y muchos ni siquiera pensado en hacerlo, ahora tengan una obra
en el mercado, aunque sea un mercado de andar por casa: sólo
para los amigos, gracias a mis Talleres totalmente inventados,
sacados de mi chistera de escritor y no de ningún manual,
es una maravilla.
Como es una maravilla que Alianza Editorial esté sacando,
por fin, una colección Tolstoi, o que un escritor, sí,
un escritor, Montero Glez, haya ganado el premio Azorín
de este año. Es tan raro que los escritores de verdad
ganemos premios literarios que cuando sucede dan ganas de ponerse
a bailar. Recomiendo su novela, Pólvora negra, a cualquiera,
porque a Montero le encargaron o sugirieron (imagino) una novela
histórica y ha hecho una novela “made by Montero
Glez”. El miércoles como con él (y con mucha
más gente) y supongo que le dedicaré al menos
una columna; dos, con un poco de suerte.
“La
vida está hecha de momentos”
Jose María Otero de León, a la
sazón embajador de España en Senegal, una noche
en la residencia oficial, tratando de convencerme para que me
quedase a disfrutar con él de un último oporto.
MOMENTOS
Suelo ser el primero en irme, escapar de las fiestas y reuniones
de amigos cuando están en su momento álgido y
todos estamos felices, especialmente yo. En parte escapo porque
soy un hombre solitario que siempre se añora a sí
mismo, pero también lo hago para no apurar la taza, tratar
de arrebañar con la lengua los posos del café.
Desaparecer antes de que la magia se haga migajas, de que caigan
las torres...
Sucedió la noche del martes. Uno de
mis Ángeles (con mayúscula, sí) me había
conseguido una invitación para la cena anual de la Fundación
Lara, y aunque llegué tarde -gracias o por culpa de otro
Ángel (también con mayúscula)- tuve la
suerte de disfrutar de, al menos, tres momentos impagables.
A saber:
MOMENTO 1
Camino en compañía de Jorge Herralde, ambos escoltados
o más bien guiados por Teresa Marcos y Eduardo Melón,
desde el Círculo de Bellas Artes hasta la puerta del
bar de la calle Almirante donde acaban todas las grandes reuniones
literarias en Mad Madrid. No sé lo que dura el camino,
pero bastantes minutos, suficientes para contarle o explicarle
a mi amigo de hace ya tantos años Jorge Herralde cuantas
cosas quería decirle, y escuchar de sus labios palabras
y comentarios que atesoro para mí mismo y no voy a comentar
con nadie.
MOMENTO 2
En la puerta del bar de Almirante cedo el paso a Jorge, Eduardo
y Teresa... y me quedo fuera. Porque en la puerta está
Ferrero, Jesús Ferrero, que lleva un sombrero como el
mío y a quien leo desde que publicó su primer
libro: Belver Yin, hace ya más de veinte años.
Hay un tipo loco, un tipo en llamas que diría Luis Alberto
de Cuenca, con nosotros, mientras desafiando al frío
mínimo nos quedamos en la puerta del bar forrado de madera,
hablando mientras los otros beben y se desgañitan. Y
no es lo que se dice, lo que -fundamentalmente- dice Ferrero,
que también, sino el ambiente, la sensación de
camaradería con quien ha sido mi ídolo, mi escritor
español más admirado y que ahora es un colega,
que me trata y acepta como un igual.
MOMENTO 3
Eduardo Melón sale por la puerta del bar y me dejo arrastrar
por él, la conversación con Ferrero ha sido maravillosa
y prefiero abandonarla antes de que decaiga. Me lleva a otro
bar (soy malo para los nombres reales de los bares, sólo
me acuerdo de los que me invento) donde Eduardo me presenta
a Carlota del Amo.
-Hola, soy...
-Eres Javier Puebla. Sé perfectamente quien eres.
El desconcierto maravilloso de no tener que autopresentarme,
que se quede en el aire ese paso que siempre doy hacia adelante,
jugando al gran hombre popular que sólo es grande y popular
para sí mismo. Carlota va de negro, le queda genial el
vestido, tiene el pelo rizado y una mirada a lo Winona Ryder.
Me habla de su propio, y al parecer pequeñito, ángel
de la guarda. Y no sé si es su ángel o el mío
quien hace que minutos después que Teresa Marcos y Miguel
Ángel Matellanes aparezcan por el bar donde estoy con
mi amigo Eduardo Melón (y Sabino Méndez, el letrista
de Loquillo y novelista in crescendo). En cualquier caso estamos
tan bien que la conversación y las copas duran y duran,
y el ambiente no decae; y esta vez sí que me cuesta irme,
son más de las tres cuando nos separamos en la Gran Vía
(y esa noche, a las cuatro y media, aún hablo por teléfono
con MAT -Miguel Ángel Matellanes- y nos estamos mandando
correos hasta la hora que mi chica ya se levanta de la cama
para ir a trabajar; pero esas, lo de cuando mi chica se levanta
y los correos que cruzo con el editor de Algaida, son otras
historias, como dirían London, Ende o Benavides).
MONTERO GLEZ
Apenas
he dormido tres horas (y lo mío son diez). Así
que cuando llego al Hotel como se llame, ¿el Intercontinental?,
en la Castellana para asistir a la comida de prensa que ofrece
Planeta con motivo del Azorín de este año, y a
la que estoy invitado por cortesía de Pedro de Paz, apenas
sé como me llamo. Por fortuna en la mesa me flanquean
Luis Alberto de Cuenca, junto a él Pedro Sobera, y el
propio Pedro de Paz. Montero Glez es casi tan brillante en la
presentación como en la redacción de
POLVORA NEGRA, y digo casi porque la novela es deslumbrante,
y un escritor de corazón y raza como Montero Glez, aunque
también sea un gran showman siempre brilla más
cuando se abre el objeto mágico que es un buen libro.
Con Montero me divierto, me sorprende su velocidad, no le conocía,
me vuelve a dejar con el pie en el aire no poder presentarme,
mi clásico y desafiante:
-Hola, soy Javier Puebla, porque al igual que Carlota del Amo
la noche anterior el también
sabe perfectamente quien es Javier Puebla y me llama Sonríe
Delgado, me habla de mis cuentos africanos y hasta me manda
recuerdos para mis Tripulantes (espero que todos se sientan
honrados por el detalle). A Montero y su novela premiada le
dedico mi columna semanal: ¡UN ESCRITOR GANA EL AZORÍN!
(con exclamaciones, porque creo que hace siglos que no pasaba).
Hay más momentos esta semana: con mi
muy querido Antonio Gómez-Rufo, mi no menos apreciado
Nacho Fernández y el “old fellow” Pedro de
Paz tomando café tras la comida de prensa. Y aún
hay un paseo, y un encuentro extraordinario provocado por una
errata de imprenta en la portada de uno de los libros que presento
el día 28 en Fuentetaja (o eso espero) y que me hace
conocer a la sobrina de otro Ángel; mis Ángeles,
debe ser el destino o que me los manda el cielo altos y grandes
para que no se pierdan sus alas blancas tras el ala negra de
mi sombrero. La historia sería larga, así que
la resumo en unas líneas (que para eso sé y puedo):
entro en un bar, conozco a un impresor que puede solucionarme
-puro azar- el problema de la portada y su mujer es la sobrina
de Ángel Navacerrada, el Campeón de España
de Boxeo que falleció hace unos meses y sobre quien escribí
-por afecto y agradecimiento- en todas todas todas partes; también
en este diario web.
LUNES, 14 DE ABRIL
Día de la República, día de mi cumpleaños.
De momento he durado más que la República, pero
sigo siendo -me tiembla el meñique del pie izquierdo
ante la injusticia- mucho menos famoso. En fin, tiempo
al tiempo.
“Todos
los días, cuando acabo de trabajar, cumplir con mis obligaciones
como ser social, me escapo corriendo a un callejón. Siempre
el mismo callejón. Lo conozco bien: es oscuro, poco frecuentado
y no tiene salida”
de SOSIEGO, antilibro impublicable
(entre otras cosas porque ni siquiera me preocupo de irlo guardando)
21 de abril
Y YA
Y
ya fue mi cumpleaños, y mi maravillosa esposa me organizó
una fiesta sorpresa que no fue la típica fiesta sorpresa
coñazo en la que te toca aguantar gente porque son de
la familia o convienen o pasaban por ahí. No lo fue porque
mi chica, que me conoce mejor de lo que creo (para algo es mucho
más inteligente que yo) sólo invitó a gente
que quiero, aprecio y admiro; las tres cosas. Querer, apreciar,
admirar. Se puede querer y admirar a alguien y despreciarlo
(se me ocurren varios nombres, pero no quiero deprimir a nadie
para celebrar mi cumpleaños). Se puede admirar a alguien
e incluso apreciarlo, pero no quererlo. Se..., bueno, cualquier
combinación es posible, pero sólo con quien quieras,
aprecias y admiras puedes sentirte a gusto, realmente relajado.
Quizá porque ese triple sentimiento suele ser mutuo,
como apuntó inteligentemente ese filósofo in crescendo
que es mi amigo del colegio, Jesús Ros Urigüen.
La prueba de que estaba tan relajado durante la fiesta -que
se celebró en un club de golf que no sé ni donde
está ni como se llama porque me llevaron- es que me quité
el sombrero a los cinco minutos de llegar. No tenía que
fingir ante nadie, dar una imagen, interpretar ningún
papel; sólo ser yo mismo, como ellos mismos eran -ante
mí- todos los invitados. Gracias: a los que vinieron,
a los que no pudieron venir y a los que mi mujer olvidó
llamar pues, aunque me conoce, no llega hasta los últimos
renglones de la lista de los predilectos de mi cabeza y corazón.
(No tengo las fotos todavía, Fénix
aún no las ha “revelado”; quizá ponga
alguna la semana que viene)
¡AUTOR, AUTOR!
Ya le han llegado a Braulio Benavides, el propietario de Ediciones
Haz Milagros, los siete nuevos libros de su editorial, y enseguida
me hizo llegar unos cuantos ejemplares para que se los pasara
a mis Tripulantes, a mis escritores, lo que me permitió
disfrutar de su cara de felicidad. Para algunos era el primer
libro suyo, firmado y escrito por ellos, que tenían entre
sus manos. En particular fue un placer compartir la alegría
de Antonio Pacios, en la foto,
al coger el tomo más grueso, y más novela, publicado
por Haz Milagros, ESCAPISTA. Me hizo pensar en mí mismo
cuando, a los veinte años, recibí de manos de
Livia Castillo, la propietaria de Ediciones Nuevo Sendero, mi
primer libro, AULLIDOS DE ANTI-REALIDAD, y me lancé a
la calle con una docena de ejemplares para vocear ante el mundo
que ya era un autor de verdad, que tenía un libro entre
las manos, papel y cubierta que la gente podía comprar,
mirar, leer..., una experiencia inolvidable. Los presentamos
el lunes que viene, día 28, en la librería Fuentetaja,
San Bernardo, 35, y por primera vez el acto de presentar la
obra de mis Tripulantes me apetece infinito (va a ser la tercera
vez, pero la primera había un libro que no me gustaba
y en la segunda un autor a quien quiero y admiro pero no aprecio);
supongo que lo pasaremos bien, será un show irrepetible
y está invitado cualquiera que quiera venir, aunque es
probable que el local esté hasta la bandera (siempre
somos record de ventas en las librerías); pero naturalmente
lo anterior es sólo una suposición; el futuro
es el futuro y nunca se sabe: a lo mejor el día 28 de
abril nieva tanto que sólo los esquiadores podrán
salir de sus casas y estaríamos solos (improbable, ya
sé).
AL MODO DE ALFONSO XIII
Como todo el mundo sabe, o al menos todo el mundo que haya leído
la novela de Montero Glez, Pólvora negra, la leyenda
del Ratoncito Pérez surgió cuando Alfonso XIII
perdió su primer diente de leche y doña Virtudes,
la madre del rey, encargó al padre Coloma que escribiera
un cuento a su hijo. La tontuna acabó con que todos los
padres ahora nos tenemos que buscar la vida cuando a nuestros
hijos se les cae un diente y patear la ciudad en busca de un
regalo que colocar bajo su almohada tras llevarnos el diente
y pasárselo a Pérez para que siga construyendo
su palacio de falso marfil con él. Era jueves y tenía
tres cosas: Prado (el museo, no el falso hippy), Piglia y lectura
de poenas de Losánez. Pero opté por la vida familiar
antes que por la literaria -¡bien hecho!- y hasta que
no encontré lo que buscaba para colocar bajo la almohada
de Max no paré. Y una vez que lo hube conseguido en lugar
de intentar llegar a alguno de los actos me dejé vencer
por un capricho, a saber:
TIGRE MANJATAN. Es el nombre de uno de mis personajes que en
tiempos vivía en una Travesía imaginaria, la travesía
de Los Milagros, pero frecuentaba un bar real: La Carpa, en
Tirso de Molina. Así que caminé un rato largo
bajo la lluvia para llegar hasta el bar, ver si había
cambiado desde los tiempos que mi personaje, mi amigo, lo frecuentaba.
No esperaba encontrarme con el dueño, pero me lo encontré.
Y le pregunté por él, por mi amigo, por mi personaje:
-Un tipo con coleta, que conduce un descapotable americano antiguo,
un chevy. Venía mucho. Y yo con él.
-Sí, me suena, sí. Creo que sí me acuerdo
de él, pero a ti no te he reconocido, perdona; uno ve
tantas caras.
Fue genial que se acordara de Arturo Briz, Tigre Manjatan, que
no existe, pero no de mí..., que existo -en la cabeza
del dueño del bar La Carpa- mucho menos.
DOMINGO:
DALIA, GORKA, MANUEL... COMIDA EN LUCIO
Fona Manuel Domínguez recién aterrizado para ver
si podemos comer con él y su señora, la bella
Dalia, Gorka Landaburu y su esposa Marina, y dos amigas más.
Le digo que sí, que encantado. Nos cita en Lucio, para
una comida rápida..., o parece una comida rápida,
porque lo cierto es que dura casi cinco horas: entramos a las
dos y salimos a las 7. Una delicia.
“Valoro
haberme sabido adaptar siempre al paso del tiempo”
Quim Monzó, EL MEJOR DE LOS MUNDOS.
28 DE ABRIL
PREPARÁNDOME PARA EL GRAN “CHOU”
La verdad es que tampoco hago nada especial.
En realidad es así como me preparo para cualquier evento:
No haciendo nada, lo menos posible; creo que es la mejor manera.
Cargar pilas, conservar la energía y utilizarla sin planes
previos cuando llega el momento. El gran “Chou”,
siete autores, siete nuevos libros de Haz Milagros Ediciones,
será este lunes 28 de abril a las siete de la tarde en
Fuentetaja, San Bernardo 35, y seguirá en el bar EL HOMBRE
MODERNO, calle del Pez 2, hasta que las fuerzas acumuladas se
disipen y llegue el momento de irse a casa y comenzar a prepararse
para nuevos retos.
Pero
mientras tanto la vida literaria de Mad Madrid ha seguido llamando,
convocándome a actos a los que no quería no podía
faltar. Concretamente el lunes 21 se celebraba en la Joy Eslava
la edición anual de LOS PREMIOS CAMBIO. ¡Qué
espectáculo! Aquello parecía un musical de Broadway:
el ritmo, la presentación, los premiados, los presentadores...,
por mucho que me esfuerce en Fuentetaja no lograré llegar
al equipo de Manuel Domínguez Moreno y Gorka Landaburu
a la suela de los zapatos (así que no me esforzaré;
disfrutaré -simplemente- del momento).
Pero si yo pasé bien mi chica se lo pasó aún
mejor, con sus amigas Rosalía y Dalia, la directora de
Cambio en República Dominicana, y fotografiándose
con su admirado presidente del Real Madrid (Calderón;
yo -perdón por la ignorancia- no conocía ni su
nombre ni su cara) y con Ana Rosa Quintana; a esta última
sí la conocía, pero sólo de un día,
una noche, en el Vips, cuando era pareja de mi amigo Alfonso
Rojo, y por increíble que parezca se acordaba de mí:
lo probó (al parecer tiene una memoria digna de un opositor
a notarías). Luego estuvo la cena con todo el equipo
de la revista, la agradable conversación con Ramón
Villaró, la alegría serena de un éxito
que es producto de un largo esfuerzo...
El jueves no se trataba de una fiesta, sino
de una mesa redonda, y quien estaba convocado en el escenario,
junto a Fernando Sánchez-Dragó, Luis Alberto de
Cuenca y Luis María Ansón, era yo. El
lugar: el salón de actos del colegio del Pilar (el Pilar
de Castelló, le llamo yo que he estudiado en el otro,
en el de El Niño Jesús). Lo pasé fenomenal;
pero la verdad es que era fácil, siempre lo paso bien
con Dragó y Luis Alberto, son magníficos improvisadores,
buenos y leales amigos que me hicieron sentirme como D´Artagnan
en una aventura de Los 3 Mosqueteros. Me gustó mucho
que me invitasen al “otro Pilar”, su salón
de actos, la arquitectura grandiosa de techos altos y torres
de aguja. Al terminar caminé largo rato, hasta la Plaza
de Colón, en compañía de Fernando Sánchez-Dragó.
Una de las cosas que más me gustan del mundo es caminar
con un amigo por la calle: se dicen y piensan cosas especiales
mientras andamos, la guardia dividida entre el movimiento del
cuerpo y el baile de las palabras.
Y el viernes..., el viernes me dediqué
-como anunciaba al principio- a no hacer nada. Igual que el
sábado. Igual que el domingo. La semana que viene ya
contaré en este diarioweb si la energía acumulada
fue suficiente para el gran “chou”, siete buenos
libros, siete autores interesantes..., y yo solo como embajador
de todos ellos. Todo un reto.
“El
mundo está lleno de gente más “lista”
que yo. La única manera de ganarles sería jugar
a su manera y hacer trampas. Así que no les voy a ganar.
A los que son más “listos” que yo... no les
voy a ganar”.
SOSIEGO, antilibro impublicable.
5 mayo 008
CELULOSA Y NITROGLICERINA
Salgo con más de una hora de tiempo en dirección
a la librería Fuentetaja; con las manos en los bolsillos
y los pensamientos enredándose en cualquier sitio que
atrae mi atención. Voy en el metro, voy solo, callejeo,
me paro ante los escaparates, dejo que se pierdan aquí
y allá los minutos... Aún así cuando llego
a Fuentetaja faltan cuarenta y cinco minutos para que comience
el “chou”. En la puerta ya están Antonio
Pacios, ESCAPISTA, y su hermana, que ha venido desde León
expresamente para la presentación. Tomamos unas cocacolas
en un local cercano, pero Pacios está inquieto; así
que no demoro más el comienzo de la acción. En
Fuentetaja todo son amabilidades y sonrisas. Marisa, en la caja,
y Alfonso, en la dirección probablemente aún no
se creen que seamos capaces de repetir el éxito de diciembre,
más de ciento cincuenta ejemplares
vendidos y tantos asistentes que cuesta llegar a ver/escuchar
a los autores. Esta vez son siete. Siete frasquitos de nitroglicerina:
nerviosos, emocionados, felices... Mi misión es sencilla:
hacer que no estallen, que su energía se neutralice y
la utilicen correctamente, ser la celulosa que convierte en
dinamita manejable la inestable nitroglicerina. Publicar un
libro, presentarlo ante los tuyos, es una experiencia maravillosa
pero también desestabilizante y extraña: el ego,
los egos. Y una gota de sudor se desliza bajo mi panamá
y me mancha la cara. También yo tenía mis dudas,
igual que Alfonso y Marisa, acerca de que logramos llenar el
gigantesco piso de arriba; el tiempo andaba revuelto, era lunes,
dos de los autores, Lorena Liaño, SABORES, y Cecilia
Denis, LA VIDA QUE NO SE PUEDE TOCAR, ya habían publicado
con anterioridad, a Cristina García-Rosales, LOS DÍAS
EN QUE NOS INVENTAMOS, que ha llamado a muchísima
gente aunque no ha forzado a su familia para que apareciese
en pleno; y la comprendo, yo no he convocado a la mía,
no he convocado siquiera a mis incondicionales y amigos: ambos
tenemos en común que nos aterroriza molestar, y en mi
caso pienso que ya pedí apoyo y asistencia en diciembre
y en octubre volverán a levantarse las carpas de mi circo
privado: por lo que les llamaré, provocaré para
que vengan, veré... . Son casi las siete, la hora de
empezar y apenas hay nadie; quedan sillas libres entre las cincuenta
que se han colocado frente al pequeño escenario. Sólo
Mar Cassinello, ¡VAYA POTRA!, ha llegado a tiempo y está
ya firmando. Agota 50 ejemplares, los 50 que habíamos
llevado antes de que comience la presentación. La best-seller
de la mínima editorial que he bautizado HAZ MILAGROS
junto a Javier Vassallo, LOS CUENTOS DE CLAUDIO, que en diciembre
también vendió cuanto habíamos llevado
antes de que se abriesen los micrófonos. Pura Fernández,
CAY, llega justo cuando empezamos a sentarnos en la mesa que
nos convierte en los puntitos de luz en los que se fijan todas
las miradas; llega con sus hijos, su marido y sus nervios: pero
está muy contenta. Le sonrió con tranquilidad,
será ella quien abra el fuego, quien lea el primer episodio
de su libro. Ante todo mucha calma, comento -citando a los SINIESTRO
TOTAL- con Ángel Arteaga, DOLI CORTÉS. ÁLBUM
PERDIDO, que ya ha llegado hace rato y es absolutamente dueño
de sí mismo; no en vano lleva años dedicándose
al mundo del espectáculo, sus talk-show y sus incomparables
creaciones como mimo. Hace calor. Miro hacia el público
y advierto que no cabe un alfiler, que jamás había
tenido tanta gente enfrente durante una presentación,
ni siquiera cuando quedé finalista del Nadal en el 2004.
Me quito la chaqueta, el sudor empieza a incubarse bajo la paja
oscura de mi panamá de ala ancha. No lo voy a conseguir.
Por un instante pienso que esta vez no lo voy a conseguir; no
llevo nada preparado y no se me va a ocurrir nada que decir.
La nitroglicerina estallará y yo no tengo bastante celulosa
en las manos para estabilizarla. Pero el escenario siempre habla
solo, no necesita siquiera del actor si este se entrega, indiferente
al resultado, al aplauso o al bostezo del público.
Al parecer es un éxito clamoroso, cuando me levanto de
la mesa cuarenta y dos minutos después -exactamente cuarenta
y dos minutos después porque no podía pedirle
a las muchísimas personas que estaban de pie ni un segundo
más de atención- sólo encuentro felicidad
y sonrisas a mi alrededor, y el tintineo de la caja en el piso
de abajo, las plumas y rotuladores de mis autores moviéndose
sin parar, las miradas cómplices y afectuosas de conocidos
y desconocidos. Y luego es el mar, las dos fiestas, la de El
Hombre Moderno, Pez 2, y la que se celebra en casa de Mar Cassinello.
Entre una y otra encuentro un momento para estar solo. Camino
por la ciudad, entro en un bar donde nadie me conoce ni atiende,
siento frío, vuelvo a entrar en el metro, subo a mi casa
a coger un jersey y cenar algo. Me siento pequeño y frágil,
contento de que todos mis tripulantes y autores estén
felices, contento de poder dedicar mañana mi energía
a otra cosa, de que el largo esfuerzo de tantos meses haya por
fin concluido y terminado.
LA MAÑANA SIGUIENTE
Había desaparecido. El cansancio que llevaba arrastrando
desde el verano, y achacaba al esfuerzo del novelón en
el que estuve trabajando sin desfallecer durante más
de tres meses, había desaparecido. Esa misma noche empecé
una nueva novela -por placer, sólo por placer, por el
gusto y capricho de escribirla- y he seguido con ella -a mano,
en mis cuadernitos- durante los días siguientes. Se me
ocurrió el guión para un largometraje fácil
-y divertido- de rodar. Los cuentos cortos se me caían
de los dedos con tal profusión que al final ni siquiera
me molestaba en recogerlos. Hablo y me escribo con los autores;
les felicito y abrazo desde mi soledad recobrada. Juego con
el niño y veo una serie inglesa de televisión
divertidísima, Black Books, en compañía
de mi chica. Hasta subo al solárium del Canoe a ponerme
rojo creyendo que me bronceo . Las noches son suaves y cálidas,
abrazantes pero no abrasantes..., la ternura de la noche como
tituló genialmente Scott Fitgerald una de sus más
conocidas novelas. El puente de mayo ha vaciado Madrid que parece
“el extranjero”, una ciudad nueva y sugestiva y
fácil. La semana que viene me voy a Cuenca a dar una
conferencia y un cursillo de microrrelatos SOBRE EL AMOR Y LA
MUERTE. Me apetece muchísimo; extrañaba a los
extraños, hablar con gente a quien no conozco y para
la que aún soy nuevo como ellos lo serán para
mí. Duermo tranquilo. Escribo este diario. Aún
gruño un poco tras el largo esfuerzo pero no importa;
sé que estoy bien porque, de nuevo, y aún estando
despierto, sueño; sueño todo el tiempo (de prisiones
descargado y en el más lisonjero estado).
“El
mayor de mis temores ha sido siempre morirme de aburrimiento”
RICHARD
FORD, The lay of the land (Acción de gracias)
12 de mayo
CUENCA, MAYO 008; UN PASEO POR EL AMOR
Y LA MUERTE
Hace ya muchos meses, con previsión
insólita en estos pagos y más en los que frecuenta
el mundo literario, me llegó un correo proponiéndome
participar en “algo” llamado Encuentros: Paseo por
el amor y la muerte. Lo firmaba Alejandro Dolz. Deduje que sería
familia de Dora Dolz, la célebre pintora afincada en
Holanda (fallecida ahora hace unos pocos meses) y que era ella
quien me había recomendado. No, no la conozco, respondió
Alejandro de nuevo por correo electrónico
-Alejandro Dolz para mí aún no tenía cara-
y entonces supuse que habría sido algún otro amigo,
que nada me había comentado por discreción, quien
habría dado mi nombre a Dolz.
-Te localicé por internet- confiesa o explica Dolz más
tarde, muchos meses más tarde, la semana pasada, cuando
ya le conozco en persona, veo su cara y escucho su voz sin la
intermediación de un telefonino.
Y por primera vez pienso que mi página web sirve para
algo, que poniendo las palabras adecuadas: amor, muerte, microrrelato,
cazador de cuentos y alguna otra aparezco yo, mi nombre, en
los primeros lugares de una lista y existe la posibilidad de
que alguien me considere apto para ser invitado a un “encuentro”,
a un “paseo”, a un paseo por el amor y la muerte.
De Cuenca, de la ciudad de Cuenca donde durante tres días
habrá conferenciantes, malabaristas, actores y -sobre
todo- escritores, me sorprende todo. Sabía
que había unas casas colgadas, y recordaba haberlas visto,
quizá un recuerdo falso, de niño en un viaje con
el colegio o de paso dentro del pequeño núcleo
familiar camino de unas vacaciones en la costa, pero desconocía
que existiese también una ciudad moderna, cuidada, agradable
y exuberante en su vegetación. Pero lo que más
me sorprende es Dolz, Dolz y su equipo de quince profesores,
los quince magníficos, que desde su base de operaciones
en la parte antigua organizan nada menos que ciento cincuenta
eventos cada año. ¡Ciento cincuenta! Es una barbaridad,
un prodigio. Pero cuando conoces a Dolz comprendes. No utiliza
intermediarios, es capaz de apenas dormir, estar en varios sitios
casi a la vez y consigue transmitir a su equipo, y también
a sus patrocinadores, un entusiasmo por la cultura en general
y la literatura en particular que sería imposible encontrar
en Madrid, o en casi ninguna otra ciudad de España: hasta
tienen una editorial propia entre cuyas publicaciones está
el exquisito ensayo TOCAR LOS LIBROS de Jesús Marchamalo
(junto a Saramago, Silva, Luis Mateo Díez, Gamoneda,
Hierro...). La organización que dirige Dolz responde
al nombre de Centro de Profesores de Cuenca -no me gusta ponerlo
en siglas- y lleva quince años de labor amorosa y sin
alharacas, pero quien suscribe es testigo de que consigue maravillas
porque he tenido la fortuna de participar en la penúltima
de ellas, en ese Paseo por el amor y la muerte, donde repartí
a diestro y siniestro ejemplares de mi libro -de muerte y amor-
Sonríe Delgado (que me hizo llegar a Cuenca precedido
de una aureola de escándalo pues los libros que envíe
previamente por mensajería habían caído
en las manos de los alumnos
y no de los profesores a quienes estaban destinados; y claro,
es un libro violento y quizá hasta pornográfico,
aunque la aureola de haber sido finalista del Nadal lo suaviza
siempre), hablé ante un interesantísimo grupo
de adolescentes en un instituto y hasta impartí un intenso
taller de microrrelato. Todo ello mientras disfrutaba de conferencias,
cuentacuentos, una cena de amor y muerte... Magia pura y aparentemente
sencilla. La propia muerte es el único tema que un escritor
tiene vedado -nadie ha vuelto para narrar la suya- pero el amor
siempre puede ser narrado o contado. Y eso es lo que he pretendido
en esta columna, expresar mi admiración, mi amor, por
Cuenca, por la labor de su Centro de Profesores, por las muchas
personas interesantes (Carlos Marzal, María Colomer,
Amparo Ruiz Luján, Jesús Marchamalo... y más
y más) que he conocido durante tres días, por
Dolz y sus magníficos, sus quince magníficos.
Mi corazón conquistado. El amor, de momento, aún
puede a la muerte. Brindemos por ello.
“Reencontrar
a un viejo amigo es como regresar a una ciudad en la que has
vivido”
(Sosiego, el anti-libro de Javier Puebla. En honor
de Fernando Camarero)
19 de
mayo
EN EL FUNERAL DE ENRIQUE
PÁEZ: TALLERISTA
(ESTE TEXTO ES LITERATURA, EL MUERTO ES FIGURADO O FICTICIO,
Y DE HECHO GOZA DE EXCELENTE SALUD)
Tengo
que abandonar la fiesta de comunión de uno de mis sobrinos,
el siempre brillante Guille o Guillermo, para asistir a una
reunión. Aún no sé, no lo he pensado y
quizá ni siquiera presentido, que se trata, se tratará
de una suerte de funeral. Un funeral con el muerto de cuerpo
presente y más vivo y saludable que nunca, porque el
velatorio -poco público- se celebra en lo que hasta hoy,
aún hoy, es la sede del Taller de Escritores de Madrid,
un local precioso situado en la parte noble del barrio de Malasaña,
un local en donde llegué a filmar al menos un par de
películas breves (tres en realidad, pero una no llegué
a montarla), y en el que hasta el más mínimo detalle
-como siempre sucedía con cuanto rodeaba a Enrique Páez-
estaba cuidado con el máximo amor y rigor posibles. Ya
no. La muerte. Veo una mancha negra -humedades dice alguien
luego más tarde- en una de las paredes; al entrar en
el servicio me quedo pegado al suelo y al pretender levantar
la tapa del báter (me gusta escribir báter y no
váter) son mis dedos los que quedan atrapados y no podré
lavármelos porque no hay jabón en el lavabo, ni
papel con el que luego secarse las manos (la toalla está
tan sucia que parece un trapo de los que se llevan en las maletas
de los coches para limpiar la varilla del aceite una vez comprobados
los niveles); eso sí: la calefacción está
puesta; absurda e innecesariamente porque no hace frío,
pero está puesta, conectada, dando calor a los muertos,
a los zombies que ha convocado un Enrique Páez rejuvenecido,
rebosante de energía, renacido como escritor de novelas
juveniles, para su entierro, para el sepelio del tallerista
que ya no es y al parecer jamás desea volver a ser. Es
una reunión absurda, un entierro que el romántico
incurable que habita en mí había pretendido evitar
con la ingenuidad zangolotina que caracteriza siempre a los
románticos:
-No pasa nada, yo me encargo de todo, corro con los gastos,
busco alguien
que limpie el servicio y pinte las paredes, dejo a los profesores
supervivientes sus horarios habituales y me reservo para mí
las noches (me castigo a mí mismo a no volver a cenar
con mi mujer durante nueve meses cada año y quedarme
a escribir en el cuartito del fondo del local hasta que cierren
el metro, a la una y media; todos los días. Mi castigo
voluntariamente aceptado, el precio que estoy dispuesto a pagar,
y mi chica -generosa hasta el exceso- acepta que pague, por
ejecutar un movimiento romántico y nada práctico:
si el taller de Páez diese dinero él no lo cerraría,
lo mantendría abierto desde Cáceres donde ahora
vive, como ha intentado los últimos meses; pero las toallas
no se lavan solas, los aparatos de calefacción no se
desconectan si no es el amo quien aprieta con su propio dedo
el interruptor).
Ni siquiera tengo tiempo a explicarles que mi intención,
amén de la evidente: conservar el nombre del taller,
era crear un curso AL MODO DE PÁEZ, que fuesen impartiendo
los muchísimos -infinitos- profesores que Enrique Páez,
formó, crió a sus pechos, cuando aún estaba
vivo como tallerista.
Un golpe de viento -siempre sopla el viento en los entierros,
el aliento del maligno apagando las velas en la capilla con
la calefacción encendida- me libra de la trampa en la
que yo solo -por sentimentalismo, porque Páez siempre
me ha parecido buena compañía (como persona),
porque tengo el vicio de intentar hacer milagros aunque ya sé,
sí, ya sé, que los hombres no somos dioses y más
que milagros hacemos gestos en el aire, alharacas cargadas de
buenas intenciones:
-Yo tengo más derecho.
Sólo recuerdo el nombre (aunque no el apellido) de quien
habla, de quien me libera de la responsabilidad y el peso y
la cadena de tener que encerrarme cada noche tres horas durante
nueve meses al año para purgar mi romanticismo. Recuerdo
el nombre pero no merece la pena escribirlo. Es quien ha permitido
que el hermoso lugar al que Enrique Páez inyectó
lo mejor de su energía, y también bastante dinero,
se degrade, alguien que tenía treinta alumnos el pasado
octubre y ahora solo tiene cuatro y supongo que para cuatro
gatos no merece la pena llamar a alguien que limpie el inodoro
y sus entornos y mucho menos arremangarse y hacerlo uno mismo.
No sé si tras sus palabras hay suciedad o torpeza o maldad
o un cóctel desigual de las tres cosas. Inmediatamente
le apoyo, la vía de fuga a mi romanticismo transnochado,
mi ingenuidad endémica que me hace creer -pobre idiota-
que sí puedo hacer milagros. Le apoyo, aplaudo y me relajo
al mismo tiempo, como el voluntario que se ha ofrecido a pilotar
el avión suicida y otro le quita el puesto de un empellón;
ya me ha pasado más veces, quizá yo no pueda hacer
milagros pero mi ángel de la guarda me ha sacado ya de
muchos embrollos innecesarios a lo largo de mi vida pegándome
un empellón, echándome a un lado, dejando que
sea otro quien
cargue con el muerto, que a mí con haber puesto la buena
voluntad el cielo ya me quiere y me vale para seguir sumando
puntos en sus particulares cartillas. Como es natural aún
me quedo un rato departiendo amigable e intrascendentemente
con los otros asistentes al velatorio o funeral o entierro -no
sabría elegir con exactitud la palabra que define el
momento- bebiendo cerveza, abrazando al muerto y celebrando
su buen aspecto: no hay mejor maquilladora que la parca, como
todos sabemos. Luego camino solo por la calle, agradecido, sabiendo
y recordando que no amo ninguna otra cosa con más intensidad
en este mundo que caminar solo por las calles de una ciudad
cualquiera, soñando despierto, imaginando que al final
sí haré milagros, que podré evitar la muerte
de aquellos a quienes aprecio o admiro o quiero con solo mi
voluntad y chasquear los dedos. Camino solo; y sueño
con ello.
NOELIA OCAÑA
Es una voz. Una voz al otro lado del móvil o el fijo.
Una
voz y a veces la firma que aparece al final de un correo electrónico
en el que entre las líneas convencionales y huecas se
filtra una calidez o amabilidad insospechada. Durante más
de dos años Noelia es una voz o una firma. Hasta que
un martes y trece aparece por Madrid pues su empresa organiza
un simposio (no sé que diablos significa simposio, debería
haber buscado otra palabra pero ahora no me apetece) para explicar
el futuro de la edición digital. Ese es el motivo o explicación
o razón por la que he escuchado tantas veces su voz,
leído su nombre encabezando o cerrando correos: Noelia
Ocaña es la responsable con quien yo trato de una imprenta
digital, la que publica los libros de Haz Milagros en la actualidad
y antaño los que coordiné para otra editorial.
Me la imaginaba pequeña y redonda, pero es grande, alta,
y está dibujada con líneas rectas. Pero al cabo
de unos minutos de charlar con ella comprendo que en ella se
produce una alquimia tan insólita como extraña
y envidiable: es estilizada por fuera y redonda y entrañable
por dentro. No le quito mucho tiempo: hay cola para ponerle
cara a la voz, a los humanos de este principio de milenio aún
nos gustan más las personas que las máquinas que
hablan o escriben. Tres preguntas precisas. Pedirle que me deje
hacerle una fotografía para mi web. Despedirme con dos
besos en las mejillas. Y luego...
ANNE
salir a la calle, bajar por Ayala
y entrar en Naif, una tienda que parece imposible exista en
el mundo real, porque allí viven Tintín y Milú,
y junto a los tigres de metal y madera hay cajas de música
que cantan y bailan y suenan, arropando a un hada que se llama
Anne y puede hechizarte nada más entrar y hacer que se
detenga para ti el tiempo, dejarte colgado en plena pausa, como
decía Will More, en Arrebato, la genial película
de Iván Zulueta. Pero esa es otra historia. Una de las
muchas que no voy a contar, porque hay que elegir, y en este
mundo, el que yo veo, siempre hay y habrá más
historias que tiempo y energía para contarlas; quizá
la amiga china de Anne que aparece con ella en la foto pueda
hacerlo.
“Mantenerse
es igual de difícil -o más- que avanzar”
Sosiego, antibook (¡Tengo que destruirlo
antes de haya se le ocurra la idea de publicarlo!)
26 mayo 008
UNA SEMANA IMPORTANTE PARA EL SEÑOR
PUEBLA
Sí, porque su pequeña familia le deja solo, solo
todo el fin de semana para que trabaje en su novela con la que
lleva ya tres años enfangado.
-¡Su abuela va a trabajar en la novela!
Y, en efecto, Javier Puebla Rabanal, de profesión enredador
y de vocación escritor, no toca la novela, no abre siquiera
el ordenador, oculta el último manuscrito impreso en
un cajón... y se dedica a cosas importantes, a saber:
-Ordena el cuarto de su hijo.
(¡Papá es un genio! (ya era hora de que se diese
cuenta), dice la madre que ha asegurado el niño encantado
al encontrarse con que sus juguetes han desaparecido).
-Selecciona treinta libros que no necesita para nada y los baja
a la basura (Siete minutos después vuelve a bajar, a
escape por las escaleras, y los recupera todos; una decisión
precipitada, no se puede prescindir de treinta libros de golpe).
-Clasifica la infinita colección de recipientes de plástico
de su chica..., y ella le mira con la paciencia habitual. (No
necesitaba que nadie clasificase sus plásticos, ya sé).
-Vuelve a bajar los libros a la basura; esta vez sólo
veinticinco. Realmente había cinco francamente interesantes.
No baja a rescatarlos. No inmediatamente. No a los siete minutos.
En esta ocasión espera un cuarto de hora, con la esperanza
de que alguien que pasase por allí se haya llevado alguno;
no hay suerte. Junto a los libros había dejado una bolsa
con sus calcetines desparejados (el divorcio entre calcetines,
un tema social injustamente relegado) y los calcetines -algunos
tenían “tomates”- han desaparecido, pero
los libros siguen allí. Pero, ¡joder!, es increíble,
si hasta había uno del genial poeta Alberto Delgado.
Vuelve a subirlos (el ascensor no funciona).
-Abre un yogur caducado para que las dos aspirinas que se ha
tomado no le destrocen el estómago (de tanto subir y
bajar libros tiene la espalda hecha un ocho). El yogur le cae
fatal, las aspirinas no le hacen ningún efecto.
-Sale a dar un paseo y por una vez decide dejarse el sombrero
en casa. Como es natural en cuanto se aleja quinientos metros
de su portal... comienza a llover.
-Se muere de ganas de escribir en su diarioweb sobre LA CENA
SECRETA a la que asistió el viernes..., pero no puede
decir ni una sola palabra porque era una cena “secreta”.
-Mira en el zapatero y selecciona un par que hace años
no se pone. Lo baja a la basura junto a dos libros. A la media
hora baja y recupera los zapatos; ¡a los libros que les
den!, ¿quién necesita la guía de páginas
blancas del año 2003?
¡Diablos, ya ha pasado el fin de semana! Tiene que ir
a buscar a Lola y al niño, pero antes le da tiempo a
pasar por el Canoe y hacer unos largos. Se está poniendo
el bañador cuando suena el móvil.
-Ya estamos aquí...
-Pero si llegabais a las nueve y veinte.
-Son las nueve y veinte.
¡Alegría! La familia ya está en casa cuando
llega él, el niño acostado y su mujer a punto
de hacer lo propio; pero aún hay tiempo para charlar
un poco:
-¿Has avanzado mucho con la novela?
-Bueno, ya sabes, estas cosas tienen un proceso, pero en fin,
se puede decir que... (zapatos, calcetines, libros, plásticos,
peluches y muñecos de playmóvil)..., que estoy
contento. Sí, estoy contento.
-¿Con la novela?
-Con la novela. Sí, sí. Muy contento.
“... una
de esas escasas noches de mi vida que desafiará al olvido”
EDMUNDO PAZ SOLDÁN (no recuerdo el título
del relato donde encontré la frase)
2 junio 008
FIERA DEL LIBRO 008/ FIESTA 1
CUATRO EDITORES Y DOCENAS DE ESCRITORES
Es la primera. La primera de las fiestas importantes a la que
está bien ir, puede ser divertido ir, porque coincide
con la inauguración de la Falla del libro (los ninots
escritores ardiendo a los lados del río humano indiferente).
Así que Javier Puebla va, why not?, a pesar de que se
celebra en un lugar algo lejano y a trasmano, la sede del periódico
El Mundo y su grupo empresarial circundante. ¿Cómo
ir? ¿En metro? Puff.. ¿En coche? No suena mal
pero si te tomas un par de copas... ¿En taxi? Parece
la solución ideal, pero luego habrá que encontrar
un taxi de vuelta, y no será fácil, como comprueban
pasada la medianoche Miguel Ángel Matellanes y Teresa
Marcos, ambos muy queridos amigos (les llama "los príncipes
nubios") del Javier Puebla que escribe este diarioweb.
En
cualquier caso, y de un modo u otro, la fauna que conforma la
vida literaria hispánica -me imagino a Felix Rodríguez
de la Fuente filmándolos y comentando sus peculiaridades-
acude a la llamada del alcohol y los canapés gratuitos,
y del placer o el dolor de estar rodeado de otros de su especie,
o al menos de especies similares.
Hay cuatro editores, uno muy importante, de hecho quien está
haciendo los movimientos más interesantes en el mercado,
que además es el más joven; se trata del ya mencionado
Miguel Ángel Matellanes, responsable de Algaida y el
más esforzado rescatador de talentos -imaginarios y reales-
del mundo editorial. También está Pote Huerta,
el dueño de Lengua de Trapo (en realidad no es un editor,
es el dueño de Lengua de Trapo, hay un matiz importante;
como tampoco es editor ya, ahora caigo que también estaba,
Ricardo Artola, que es el jefe supremo de Ediciones B y más
dirige la orquesta que toca el violín o el piano en ella),
y también se encuentra Javier Puebla con Eduardo Riestra
(a quien conocía gracias a su común amigo Dragó)
y al
mítico Jesús Egido, Rey Lear ediciones; que para
Puebla el editor Jesús Egido sea un ser mítico
es una larga historia y no voy a ponerme a contarla ahora pero
la prueba de que la afirmación es verdadera tiene prueba
escrita pues Javier Puebla solicitó de Jesús Egido
que le firmase un autógrafo y para ello le brindó
su libreta de tapas negras (antaño a Puebla, cuando tenía
pasaporte diplomático y vivía en Dakar le hacía
las libretas un encuadernador de coranes llamado Adama Diop,
pero ahora tiene que conformarse con las “moleskine”
que utilizaba el borrachuzo de Hemingway); en el autógrafo
bellamente caligrafiado por Egido se augura y desea una amistad
futura entre editor y escritor, entre monarca y delfín;
inch´alá, que diría Adama Diop, el encuadernador
de coranes amigo de Javier Puebla en sus tiempos de Dakar, misógino
incurable (cuando la mujer del -a la sazón jefe de la
oficina comercial de la embajada española- acudía
a buscar los diarios y cuadernos encargados por su marido Adama
ni siquiera le dirigía la palabra o aceptaba dinero de
sus manos de dedos largos y blancos; África, musulmanes,
corderos pastando en el césped de los hoteles de lujo,
desfiles en los que las modelos valían menos que los
vestidos que lucían y llevaban..., otra historia; volvamos
a la fiesta.
En
la fiesta está Martín Garzo, y Javier Puebla tenía
cierta curiosidad e interés por conocerle desde siempre,
porque le gusta como escribe y el modo en el que sobrevuela
la meseta literaria desde su Valladolid privilegiado; pero Martín
Garzo es más que su fama o incluso que su literatura.
La mirada, a Puebla le sorprende, le sorprende varias veces
a lo largo de la velada, lo viva, inteligente, rápida,
cambiante y profunda que es la mirada de Gustavo Martín
Garzo; en ninguna de las fotos que había visto de él
se apreciaba esa calidad, tal vez porque ningún retratista
-si no resucitamos a Max Becmann- sea capaz de captarla.
En la fiesta está el siempre agradable de ver crítico
y escritor Joaquín Arnaíz.
En la fiesta está Mañas, el chico Kronen, autor
de una novela genial, Ciudad Rayada, que la crítica y
el público despreciaron olímpicamente pero que
la posteridad -Puebla está seguro- sabrá recuperar.
En la fiesta esta Jerónimo Tristante, la mayor esperanza
blanca de las letras europeas tras crear a Víctor Ros,
un detective en la España del siglo XIX, que ya triunfó
con El Misterio de la Casa Aranda y ha reincidido con El Caso
de la Viuda Negra. Tristante es murciano, lo cual siempre simpatiza
a Puebla que ha vivido en aquellas tierras durante cinco años
y se casó con una de sus más bellas y generosas
mujeres.
Está Ignacio del Valle, que prepara nueva novela con
Alfaguara y que pronto verá otra de sus obras -creo que
El tiempo de los emperadores extraños- llevada al cine.
(En la foto, al fondo, el camata que servía el cava:
Edorza; un tipo agradable)
Está Eugenia Rico, mejor que nunca desde que ha sido
mamá.
Está Casariego, Martín (alias el Grande), y Casariego,
Nicolás.
Está Fernando Marías, que últimamente coordina
bajo la atenta mirada del gran ojeroso Javier Azpeitia unos
libritos muy interesantes.
Está Ramón Pernas y José María Plaza
y Juancho Armas Marcelo y Máximo Pradera y Echevarría
(Lucía) y muchos otros. Y también hay agentes,
como el gran Eduardo Melón, algunos periodistas, infinitos
jefes de prensa de editoriales varias; e incluso durante un
rarito está Pedro Jota a quien a Javier Puebla le habría
gustado recordar una historia personal y común de veinticinco
años atrás (cuando Puebla fue considerado por
Ramírez como el reportero revelación del año
del periódico que dirigía por aquel entonces:
Diario16) que seguro le habría gustado escuchar al actual
director de El Mundo. Pero quizá no era el momento, como
tampoco quizá sea el sitio este para contarla. Otro día,
en otro sitio..., o no. Porque ya todo da igual, ¡sigue
la fiesta! Son las tres de la noche, ahora en el corazón
de la ciudad, y los bares de la calle Almirante están
llenos de alegres, vociferantes y ya ebrios animales de la vida
literaria. Desde la calle, cualquiera que les viera no podría
evitar sentir un ramalazo o puntito de envidia: esto de la literatura
debe ser lo mejor del mundo, imposible ver tanta alegría
y frase rápida desdibujada por la música en ningún
otro tipo de fiesta.
“Mi
dolor es mío. De él me nutro y aprendo constantemente.
No cambiaría mi dolor por nada”
SOSIEGO, el anti-libro más famoso
de la historia de la literatura (¿el único?),
que Javier Puebla Rabanal escribe y pierde
y utiliza a modo de magia y medicina cada día; cada noche
en realidad; porque sólo en la noche puede parecer que
existe un antilibro, algo oscuro y mal definido que se desdibujada
y pierde en la oscuridad.
9 de junio 008
EL MUNDO DE MARCHAMALO
Hay
infinitas cajitas de hojalata, billetes de banco de países
que ya no existen, teselas de las paredes azules de una piscina,
libros-objeto y objetos-libro, cuadros de los que nacieron portadas
de publicaciones varias, muñecos de barro o plata o porcelana
o plástico...; incluso hay sombreros, como el que le
pido a Jesús, Jesús Marchamalo que se ponga para
retratarle y “cazarle”, y probablemente también
habrá algún látigo escondido bajo una cama
o en el interior del armario, único en el mundo pues
lo ha diseñado él, que tiene en su cuarto, pues
el sabio conferenciante Marchamalo tiene algo, o mucho, de Indiana
Jones, y seguro que ha saqueado alguna biblioteca imaginaria
en algún momento de su vida o bajado a una catacumba
para rescatar la página trescientos diecisiete del célebre
libro sobre Zipal, la Ciudad Piel, de quien casi nadie -en occidente-
ha oído siquiera hablar. En teoría tampoco yo,
que hablo de otras cosas, y escucho, sobre todo escucho, feliz
y muy interesado, mientras Jesús Marchamalo me muestra
sus tesoros pequeños e infinitos, primero en su casa,
luego en el estudio, y en medio en la agradable cafetería-restaurante
donde comimos juntos. Un día agradable; era martes, concretamente
el primer martes que “daba” este mes de junio.
FRANK MALAMUERTE
Frank no existe. Frank es un autor interpuesto, o un personaje
que se funde con su creador en determinados momentos. En cualquier
caso su nombre aparecerá en el primer título de
la nueva colección que Claudio Benavides inaugurará
en los próximos meses para su editorial HAZ MILAGROS.
Con Frank, y también con Joaquín Tomé,
su creador y sostén, estuve el lunes, el día anterior
a ver a Marchamalo. Esa misma noche dos tipos con aspecto de
asaltantes de caminos mimados por alguna fuerza oculta me esperaban
junto al portal, pero me salvó un taxista a quien -el
charlatán que siempre es Javier Puebla- le había
prometido un libro, y que aparcó encima
de la acera hasta que quien escribe bajó con un SONRÍE
DELGADO dedicado. Veinte minutos dos tipos encapuchados y armados
asaltaron un bar, el más cercano a mi casa, creo que
sin grandes resultados (entre otras cosas porque en mi barrio
hay más cámaras de seguridad y policía
secreta que en el pentágono); me resulta evidente que
eran los mismos -los asaltantes- que me esperaban en la puerta
de casa. Quizá -y esto podría ser verdad o únicamente
literatura- pretendían robarme la cinta que llevaba en
el bolsillo donde estaba grabada la última entrevista
que concedió Paul Bowles (murió apenas un mes
después), y que aparecerá reflejada en el volumen
uno (o quizá sea el dos) de LOS LIBROS ENCONTRADOS EN
LA PLAYA. (El nombre de la colección, idea de Benavides,
se complementa con los 13 títulos ya aparecidos bajo
el paraguas verbal de LOS LIBROS DEL CAPITÁN; y creo
que tiene planeadas dos colecciones más, pero ya le he
dicho que no tiene demasiadas posibilidades de contar conmigo
para dirigirlas).
LA FURIA DEL LIBRO: 2ª FIESTA;
RAMDON-HOUSE EN GABANA
(ME GUSTA CARLOTA DEL AMO)
Conozco a Carlota del Amo apenas nada. Sé
que es rápida, noto su inteligencia y me seduce su nombre
carismático, como de personaje de novela, y también
la velocidad de su mirada. No es ella quien organiza la segunda
gran fiesta de la Furia del Libro de Mad Madrid, pero sí
es Carlota del Amo quien
me consigue una invitación para entrar en la discoteca
de la calle Velázquez (la primera discoteca a la que
me fui en mi vida; estaba muy cerca de mi colegio y se llamaba
de otra manera; tal vez Wellington, como el hotel superviviente
situada inmediatamente al lado). La fiesta tiene un juego “jolibudiense”
(sí, con joli y con buda, ponerlo en inglés...
otro día), pues hay una alfombra roja, un portero negro
gigante y elegantísimo (lleva gafas de pasta que le dan
un cierto aire intelectual), los típicos focos de mil
vatios que se utilizan en los estrenos de cine, y dos fotógrafos
armados con réflex de última generación
que fotografían a quienes entran en Gabana para la fiesta
de dos en dos; cada invitación vale para dos personas
y están rigurosamente controladas. A mí me toca
entrar con mi apreciado Fernando Castanedo, y ser fotografiado
junto a él; y ya aprovechamos para charlar un rato, pues
cuando llegamos ya ha terminado el discurso, la orquesta ha
comenzado a tocar y el ambiente es digno de El gran Gatsby (la
novela de Fitgerald, la peli de Redford) y aún quedan
canapés y cervezas, aunque -ay, que sibarita me estoy
volviendo; malo, malo, malo- no hay champán (ni siquiera
cava).
Veo a Rafa Reig, a quien se le nota en la cara, en el brillo
de la mirada, que está trabajando en/ luchando contra/
una novela. A los escritores siempre se nos nota, porque de
lo que se trata el juego es simple de explicar: vampirismo,
si nos queremos poner dramáticos; transfusión,
si cientifistas. Dejamos la vida, la magia, en las novelas,
y para ello la tomamos del único lugar de donde podemos
encontrarla: de nosotros mismos. Me gusta ver a Reig. Y también
a otros muchos colegas; pero el regalo de la noche es mi prima/sobrina
Cristina de Orduña
a quien debí ver hace tres años cuando nos reunimos
todos los Puebla en la finca de mi tía Herminia en Valencia
de Alcántara, pero eramos tantos (conté setenta
y dos coches y un autobús en el campo adjunto a la casa
principal que, a pesar de que es una chica que no pasa desapercibida...,
yo no la recordaba; ella a mí sí, soy el escritor,
el del sombrero, el único a quien mi primo Ángel
Serrano hizo firmar un texto con su propio nombre en el fanzine
que hizo imprimir para conmemorar el encuentro). Y digo que
el regalo de la noche fue ella, Cristina de Orduña, porque
-los juegos del azar- es “la chica de mi gangster”,
mi agente literario, Eduardo Melón Vallat (con licencia
para rockandrolear), y me pasé casi dos horas hablando
con ellos de las cuatro que pasé en el Gavana (y luego
digo que no me gustan las fiestas); y lo pasé genial,
como en casa, como en familia, como si Scott Fitgerald nos estuviese
permitiendo a todos ser por una noche personajes de alguna de
sus novelas.
“No hay nada
que aterre tan profundamente a los demás animales de
la selva como atisbar el brillo del miedo en los ojos del león”.
SOSIEGO, anti-libro escrito por Ram Rendel,
Javier Puebla, Frederic
Traum, León Salgado, Javier Panizo,
Alberto Delgado... y algunos otros, en papeluchos varios que
quizá alguien guarde o quizá no.
16 de junio 008
Y YA
(¡menos mal!)
Ya ha terminado la Furia, el rugir de los mercaderes, la hinchazón
de los egos mórbidos, el deambular desorientado de la
gigantesca manada de lectores y enredadores.
Ya se ha terminado la Feria del libro de Madrid por esta temporada.
Menos mal. Creo que era el jueves cuando me encontré
ante una encrucijada con tres caminos: Torres
presentaba libros en el Hotel Kafka, Maggie
Blesa y Gorgo Velasco habían
venido desde Murcia a hacer una lectura de sus textos en Libertad8,
mis Tripulantes y autores estaban firmando en la caseta de Fuentetaja.
¿Dónde acudir? ¿Qué camino tomar?
¿Intentar lo imposible? Llegar a uno antes de que empezase,
aparecer en medio del otro y escabullirme para hacer acto de
presencia después de que finalizase el tercero? Era posible.
Era cansado. Era absurdo. Me fui de paseo. (“Si tres cosas/obligaciones
de relevancia similar te reclaman a la misma hora, lo más
práctico es no atender a ninguna y disfrutar perdiendo
el tiempo”, escribió Javier
Panizo en el “Sosegante” antilibro
que llevamos en comandita.)
El viernes por la mañana sí estuve en el Pabellón
Carmen Martín Gaite en la presentación de lo que
será un mito con el tiempo: LA SEMANA NEGRA DE
GETAFE, EL VUELO DEL CUERVO BLANCO (y esa misma mañana
conocí a Charo Cuevas, en la foto de
más arriba), pero el jueves... escaqueo total: me fui
de paseo y disfruté de cada segundo, porque pasear, perder
el tiempo, me encanta, siempre me ha encantado. De facto también
me gustaría más estar de paseo ahora mismo, son
solo las cuatro y media de la tarde del domingo, que tecleando
ante el ordenador, sin embargo...
LA
FURIA DEL LIBRO: 3ª FIESTA; PLANETA
La fiesta de Planeta, en el último piso
del palacete que posee el grupo empresarial en el Paseo de Recoletos,
es para mí -año tras año- el acontecimiento
más agradable y divertido del Vanita Book Fair of Madrid,
la Feria de las Vanidades librescas de la capital de lo que
todavía es España (lo que dure). Cierto que el
champán, léase cava, corría con mayor abundancia
y generosidad
en la fiesta de El Mundo, cierto también que en el montaje
organizado por Random House había una orquesta interpretando
música en vivo, pero... en ningún sitio me divierto
tanto como en el party de Planeta. Si no saludé y charlé
con cien personas no lo hice con ninguna. Quizá en parte
se deba a la estructura: hay dos terrazas, no demasiado grandes,
y una zona cubierta, salón oval incluido, que las separa.
O tal vez sea resultado de la clase natural, -la generosidad
que intuyo más innata que aprendida, de Ana Gavín-
que es quien año tras año organiza la fiesta que
sirve de cierre al brutal montaje que es la Feria del libro
madrileño (y en el que este año me he permitido
sobrevolar sin aterrizar apenas por el Paseo de Coches de El
Parque del Retiro). En
cualquier caso, sean cualesquiera las razones, lo cierto es
que resulta casi imposible no pasarlo de cine -literalmente
“de cine”, sensación de estar en el interior
de una película- en una fiesta que se celebra en un palacete
y donde ya antes de entrar puede verse a Anne-Marie
Vallat con una copa de champán en la mano y
una sonrisa relajada iluminando
el final de la doble escalinata de mármol; y mientras
subo se unen a mí Teresa Marcos, Charo
Cuevas, Begoña Minguito, Espido Freire, Nico
Casariego o Eduardo Melón...,
y ya ha comenzado la fiesta en la planta baja, en recepción,
aunque dos muy atractivas azafatas aguardan atentas al deseo
de los invitados de subir hasta el cielo
del palacete -hay que girar una llave para que el ascensor alcance
tales alturas. Subo directamente al techo del planeta, de Planeta.
Las vistas son espectaculares desde ambas terrazas, el
efecto Magritte -la mezcla de la última luz
solar con el despertar de las bombillas y los neones- y aunque
ya hay mucha,
infinita, gente conocida es posible también -esa elegancia
que tiene la fiesta- quedarse solo, apoyarse en la barandilla
de piedra con una copa de champán en la mano disfrutando
de la ciudad que desde ese observatorio privilegiado parece
un escenario, el mapa de un lugar donde cualquier cosa podría
llegar a ser posible: desde que King-Kong bajase
por Gran Vía y el Cid, o su armadura,
le cortase el paso haciendo lo propio desde Alcalá.
Y luego la noche creciendo, el
alcohol regando los canapés y los dulces, los rostros
enmascarados en sombras, las palabras de doble significado,
la bella y desconocida Andrea, la chica loca que pregunta veinte
veces como te llamas, las medias de red de Lucía
Etxebarría, la amabilidad de Francisco
Valbuena, David Torres entrando con
una chica espectacular
(habría servido para hacer un anuncio de vaqueros), la
expresión radiante de Pedro de Paz,
la conversación larga y privada junto a la escalera de
Lorenzo Silva con Silvia,
su editora en Destino, o el movimiento continuo
que genera a su alrededor Fernando Marías
que, precisamente ese día, cumple los cincuenta y lo
celebra luego, lo celebramos todos luego. Luego. Pero ahora
es ahora. Y yo me dejo llevar por el torbellino de rostros y
vestidos y olores y spirits. Y giro y giro, y soy feliz en la
fiesta que cada año organizan -generosidad y poderío-
el grupo Planeta y su maravillosa Ana Gavín.
EN EL TINTERO
La reunión anual de los pilaristas “donde se termina
el campo”, y a la que acudo por primera vez desde que
comenzaron a organizarla; pero aún no tengo las fotos
-las hizo Guridi, lo cual podría significar
que quizá no las tenga nunca- y aprovecho esa circunstancia
para dejar la crónica para la próxima semana,
en la que quizá también se narre la cena de Javier
Puebla con una bella actriz, se explicará donde ha colocado
el gran Jesús Marchamalo la mítica
JAULA-TARJETERO de El Cazador de Cuentos, y otras muchas aventuras
aún imprevisibles, inimaginables. Porque aunque ya hace
muchos muchísimos días que sueño con que
acabe la temporada y quedarme tranquilo, conque llegue el 31
de junio, soy consciente -a pesar de mi despiste natural- que
el 31 de junio aún no existe (quizá cuando el
gobierno cree un ministerio para la igualdad de la duración
entre los meses). Todo eso y mucho más, o menos, la semana
que viene. Stay tuned, if you have nothing better to do, of
course.
.“Lo
que no se guarda se pierde. Pero a veces se puede volver a encontrar”
SOSIEGO, antilibro. Javier Puebla, píldora
fabricada a las cuatro de la noche del veintiuno de junio del
dos mil ocho.
23 de junio 008
GURIDI&GURIDI: UN CENTENARIO
Había
estado en esa fiesta muchas veces. De hecho creo que es la fiesta,
celebración de cumpleaños, a la que en más
ocasiones he acudido en mi vida, y debido a su potencia inconmensurable
el resto de las celebraciones, eventos, alharacas y cuchis-cuchis-esmuchis
siempre han acabado por parecerme más bien pálidas;
quizá por ello nunca me ha interesado, divertido, atraído
lo más mínimo, celebrar mi propio cumpleaños.
Porque ¿para qué? Si ya estaba, existía,
el de los Guridi, los magos capaces de hacer que mundo fuera
en guridi-color y en el que yo -maravilla de maravillas- no
era jamás el protagonista sino una estrella invitada
a quien se trataba con exquisita generosidad (supongo que como
a cualquier otro de los asistentes).
¿Qué quienes son los Guridi? Vamos, no puedo creerme
que alguien esté leyendo mis palabritas saltarinas y
vacilonas y no sepa quienes son los Guridi. Los Guridi, Javier
y Luis, son los nietos de Guridi, el nunca olvidado compositor
de El Caserío (una suerte postmuerte que no tendrá
Sabina). Los Guridi, Luis y Javier, son un director de cine
brillantísimo (podría haber sido el mejor pintor
del cambio de milenio) y un empresario y promotor inmobiliariode
éxito (y astucia suficiente como para blindarse ante
la crisis que los “políticos tensos” no reconocen).
Los Guridi son gemelos, y se cuidan entre ellos de un modo impensable,
incomprensible, entre hermanos normales (daría un dedo
por tener un hermano como Javier; le pediría un dedo
extra a Dios si tuviese que tener un hermano como Luis). Les
pasan o suceden cosas flipantes, como que las tonsuras de sus
cabezas sean prácticamente iguales, les salgan las canas
en los mismos lugares y al encontrarse tras un mes sin hablar
siquiera por teléfono resulta que ambosllevan la barba
igual, el pelo cortado hace el mismo número de días
y otras historias (las cuales hace muchos años sueño
con plasmar en una novela (pero
es probable que se quede en sueño; últimamente
estoy harto de trabajar).
Uno de los Guridi, Luis, mitad de la Cuadrilla
con Santiago Aguilar durante lustros (Goya por Justino, un Asesino
de la tercera edad; y se habrían merecido otro por Matías,
Juez de línea), ahora dirige Kamara Café y le
piden autógrafos por la calle (no lo sé, en realidad;
espero que sea así); a ese Guridi, mi primer amigo del
cole, le debo el haber descubierto el arte cuando en el pupitre
de al lado comenzó -por los pies- un dibujo, y sin levantar
el lápiz fue convirtiendo esos pies en el cuerpo y la
cara del profesor que hablaba -y a quien ninguno de los dos
escuchaba- y aún al terminar el retrato se permitió
la brillantez, EL ARTE, de coronar la cabeza con una melena
de león porque el profe se llamaba "Don León".
Al otro Guridi, Javier, le presté mi
chaqueta de adolescente elegante (que aún conservo y
me viene) para ligar con una de mis primas y le vi, siendo niños,montar
un banco, con posibilidad de créditos y depósitos,
en el colegio; pura imaginación, ingenio y espíritu
de negocio en el mismo cóctail. Los Guridi vivían
-cuando todos eramos niños- en una casa de cuento, en
la calle Luis Vives, con torreón modelo Merlín
El Mago incluido, y una conexión a un edificio inacabable
que en realidad era una fábrica de objetos de plata,
laberinto en el que mil veces he encontrado el camino a la felicidad,
a los reinos de lo imposible y al paraíso de la amistad
sin condiciones.
Había estado mil veces en esa fiesta,
ya lo he dicho al principio.
En el cumpleaños de los Guridi. Mucho mejor siempre que
mi propio cumpleaños. La casa esta vez no era la misma.
Los invitados no eran, quizá, los mismos. Pero yo sí,
los Guridi también. Y juntos cumplían cien años.
Cien años que apagaron de un solo soplido. Felicidades.
Felicidades y gracias por vuestra larga y siempre desinteresada
calidad personal. Felicidades mis muy muy muy queridos amigos.
DEL LUGAR EXACTO Y PRECISO DÓNDE
DON JESÚS MARCHAMALO COLOCÓ LA
JAULA-TARJETERO FABRICADA POR EL ESFORZADO CAZADOR DE RELATOS:
LEÓN SALGADO
En este diario ya he contado donde, como y
cuando conocí a Marchamalo. Que me fue
inevitable quedar con él lo antes posible y me faltaron
argumentos para negarle una de mis famosas JAULAS-TARJETERO
a pesar de que ya no quedan y el precio en el mercado secundario
de animales literarios exóticos es exorbitante. Si Marchamalo
-el mayor especialista mundial en libros-objeto que conozco,
comisario de exposiciones varias de libros que no son libros
y otras imposibilidades, no se hacía con mi JAULA-TARJETERO-
el peligro de que el extraño objeto de deseo se acabase
extraviando en las alcantarillas del tiempo junto a las novelas
de Pérez y Pérez y las canciones
de Hernández y los Fernández
habría sido claro y cierto. Pero el peligro ha sido conjurado:
Jesús Marchamalo, tras pensar lo necesario (no es hombre
que improvise) ya ha encontrado un lugar para esas maderitas
cortadas, barnizadas y estampadas a mano con sellos de fronteras
imaginarias, para las cien tarjetas de visita que contienen
cien relatos diferentes y de las que sólo existen cien
ejemplares firmados y numerados de cada una. Y como tiene la
energía de los vientos, la inteligencia de las sombras
y la elegancia de los ángeles que jamás se asustan
de su propia generosidad tuvo a bien enviarme la imagen fotográfica
de más abajo en la que puede contemplarse la JAULA-TARJETERO
de El Cazador de Cuentos apoyada sobre una de las mesas de su
casa, o de su estudio; lugares ambos tan sugerentes y ricos
espiritualmente como el sueño de un museo. Gracias, mesié
Marchamalo; estoy con tus BIBLIOTECAS PERDIDAS; pero de vez
en cuando vuelvo a coger, perdón, entre mis dedos esa
pieza pequeña y deliciosa publicada por CSIC titulado
TOCAR LOS LIBROS que a cualquier lector, a cualquier amante
de la creación y la creatividad, recomiendo.
“Prefiero
mi locura a tu cordura; perdóname”
SOSIEGO, anti-libro impublicable
(pensé que había perdido la libreta con todas
las entradas del último mes, y aunque me he puesto un
poco nervioso..., tampoco me ha parecido demasiado traumático;
luego -el cuaderno improvisado grapando unos cuantos papeles
por el centro por Julián Lucas- ha reaparecido misteriosamente
sobre mi mesa; algún ángel burlón me sigue
cuidando, y desea que continúe con la cría de
mi anti-libro; ya veremos.).
30 de junio 008
CENANDO
Empecé la semana cenando, con mis Tripulantes
del barco de los martes, en el encantador ático que tiene
la escritora Amparo Baliño en la calle Vallehermoso,
y acabé cenando en Sevilla con motivo de la entrega de
la XV edición del premio Ateneo de Sevilla de novela.
En medio cené con los autores que navegan junto a mí
en el barco de los miércoles en otro ático maravilloso,
el de Mar Cassinello (a los artistas siempre nos han gustado
los áticos; están menos lejos del cielo que el
resto de los pisos). Así pues he comido y bebido abundante
y exquisitamente, me he divertido, consumido literatura y empapado
de ambiente literario y, por fin, vuelvo a ser libre, dueño
de mi tiempo, de decidir si escribo una novela o un cuento,
o corrijo una novela o un cuento ya escritos, o hago una película,
o me quedo en la cama todo el día, o jugando con mi hijo
Max, o paseando sin rumbo por una ciudad u otra. Acabo de terminar
la columna que le he dedicado a Félix J Palma, el ganador
del premio Ateneo, y no voy a repetir aquí lo ya escrito
y contado. Hay tantos nombres que mencionar que mejor no intentarlo,
repetir que han sido tres cenas maravillosas, rodeado de amigos
y escritores y personas interesantes de toda condición
y pelaje. Termina junio, termina la temporada para los profesores
profesionales y para los que jugamos a profesores; ningún
encargo he aceptado ni aceptaré para el verano. Sólo
el susurro del viento como consejero; dueño de mis días,
dueño de tiempo, durante tres meses que empiezan mañana
y ahora parecen eternos.
"Las
personas a quienes queremos son infinitamente más importantes
que la literatura. Cuando era joven no lo sabía. (Quizá
tampoco sabía querer).
SOSIEGO (anti-libro)
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Diario
2005
A
partir de cierta edad la vida se vuelve, sobre todo, administrativa
Michel Houellebecq, LA POSIBILIDAD DE UNA ISLA
(Será la tuya, colega. Demasiada pasta en
el banco). Javier Puebla
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