DIARIO WEB DE JAVIER PUEBLA PRIMER TRIMESTRE 2007 (desde 2005 en Internet; Hemingway nunca tuvo uno igual)

Bienvenido, curioso lector inernauta a ....
-MI VIDA LITERARIA-


(ÚLTIMA ANOTACIÓN)

Era capaz de estar cinco minutos bajo el agua sin respirar. Cinco minutos. Bajo el agua. De nada le servía al hombre esa fantástica habilidad durante el resto de los minutos del día que, como es natural, pasaba sobre la tierra.
de SOSIEGO, mi antilibro impublicable

Diarioweb 4 de enero 007

El año parece empezar bien y con una puntualidad de cronómetro: en el número de 1 de enero de la única revista de su género en España que lleva publicados 1836 números ininterrumpidamente, Cambio16, veo en la mancheta de la página 4 que entre los redactores figura ni nombre, Javier Puebla, y a continuación y entre paréntesis (literatura). Había hablado un par de veces en las últimas semanas del año muerto con Manuel Domínguez, el presidente del grupo propietario de Cambio, y ya me había comunicado su voluntad de nombrarme director literario de la revista, pero como soy de naturaleza tan optimista como escéptica sus palabras me hicieron tan feliz que pensé que se bastaban a sí mismas, que ya con aquella buena intención me sentía más que recompensado, se produjese o no en el futuro el citado nombramiento. Por eso fue una sorpresa leer mi nombre en la mancheta, no sólo en "Firmas" como de costumbre, sino también como "Redactor". En un momento cultural en el que los directores literarios de los suplementos y páginas dedicadas al tema se rige casi siempre por motivos políticos no puedo menos que alegrarme, aunque sea yo quien lleva el peso tanto como el beneficio, que hayan elegido a un escritor, a alguien que ama la literatura hasta el punto de renunciar a una vida diplomática aventurera y bien, muy bien, pagada. Ahora toca lo importante, claro, esforzarme para ser digno del nuevo papel que me han asignado en el juego; aunque creo que no será difícil, hasta ahora en Cambio la sección de literatura se llevaba magníficamente y apenas serán pequeños matices lo que yo pueda aportar; mi alegría, esperemos que eso al menos sí que pueda aportarlo, mi alegría.
Es día 4 y estoy actualizando el diarioweb de mi página personal. Tendría que haberlo hecho el sábado pero quería meter muchas cosas nuevas, los libros de mis alumnos, tripulantes, en particular. Pero aparte de eso no tengo mucho que contar en el diarioweb que abre el año, porque no fui a ninguna megafiesta en findeaño, papá noel me trajo dos dvd y una no funciona (los piratas no me fallan nunca; ay) y aunque estoy harto de la política de rodillo que utilizan las megaempresas para abusar de sus clientes (es increíble, viven de nosotros y nos tratan como ganado) eso es más un tema para una columna que para este diario. En realidad lo más interesante de esta navidad ha sido la mirada del pequeño Max, tiene tres años, cree en todas las magias posibles y por primera vez en su vida estuvo "entre mayores" un día hasta las doce de la noche y se zampó sus doce uvas (eran uvas marca "mickey mouse" -sic- y no tenían piel ni pipos; las mías, confieso, tampoco tenían piel ni huesos aunque no eran marca subdisney). Ante su mirada nueva, la mirada de Max, la mía por muy original que se pueda pretender, por muchos grados de miopía que corrijan mis gafitas redondas, no es nada. Yo ya no puedo descubrir el mundo: luces, detalles, matices..., quizá. Pero descubrir el mundo es privilegio exclusivo de los niños, de los niños pequeños. Brindo por ello.

 

"Si las mujeres no existieran, créanme, me convertiría en un hincha del holocausto universal, me iría corriendo al cuartel general de la NASA, y apretarían el botón on de La Gran Bomba"
Felipe Benítez Reyes, El novio del mundo

8 de enero 007
Lo mejor de las navidades es que llega un momento en el que terminan; o al menos eso parecen pensar la mayoría de los adultos con los que me he cruzado los últimos días; incluso algunos niños piensan lo mismo, quizá por empatía, o empachados de tantos juguetes y turrones y visitas de familiares que les cubren de babas con el pretexto de los besos. A mí no me han parecido demasiado mal: he hecho mi papel de padre, de hijo y hasta un poco de espíritu santo, pero es cierto que estaba deseando que llegase el lunes, el día 8, para que volviese a comenzar el baile. Hoy abriré el correo con la esperanza de que el grupo Anaya organice pronto un desayuno de prensa, llamaré a la imprenta que convierte en realidad los libros de mi pequeña editorial para encargar la tercera edición de La reina de los locos, hablaré con el departamento de cuentas, telefonearé a amigos varios, pasaré por la librería Blanquerna, mandaré mis columnas a Cambio16, Cuadernos para el Diálogo y la Opinión de Murcia..., en suma, volveré a ponerme en marcha. Quizá hasta me ponga con la novela que deje suspendida en las ignotas tripas del ordenador cuando se me cruzó La hija de la cucaracha y me hizo escribir ciento ochenta páginas al dictado de algún espíritu dolorido por haberse visto obligado a abandonar la tierra antes de tiempo.
Creo que el año pasado, pero es normal: fue el último día de diciembre, se me olvidó mencionar que Ramón Arangüena me hizo madrugar pues tuvo la gentileza de invitarme a Onda Cero para hablar de microrrelatos, hiperrelatos me gustaría que se llamasen a partir de ahora, y al decirle que era muy fácil hacerlos me desafió a que hiciera uno mientras se emitía la publicidad.
-Sobre la radio.
Cogí una hoja de papel y escribí lo que sigue:


AMORES DISTINTOS
Entró. Se sentó. Cruzó las piernas larguísimas bajo la minifalda cortísima. Apagué la radio.

Hoy, 8 de enero 007, enciendo otra vez mi "radio", enciendo esta página, este diarioweb, que el año pasado se abría con mi amigo Eduardo Lago ganando el Nadal, que este año ha gando Benítez Reyes,un gran escritor, y lo hago con la esperanza de que el feérico 007 sea realmente un año Bond, un año mágico, que baile a buen ritmo mientras nosotros, los visitantes de esta página, mis amigos, enemigos y conocidos, le jalean dando palmas: vivos, y divertidos.

Si vas a emprender el viaje hacia Itaca, pide que tu viaje sea largo, rico en experiencias, en conocimiento. A Lestrigones y a Cíclopes nunca temas, no hallarás tales seres en tu ruta si alto es tu pensamiento y limpia la emoción de tu espíritu y tu cuerpo. A Lestrigones ni a Cíclopes, ni al fiero Poseidón hallarás nunca, si no los llevas dentro de tu alma, si no es tu alma quien ante ti los pone.
Pide que tu camino sea largo. Que numerosas sean las mañanas de verano en que con placer, felizmente arribes a bahías nunca vistas; detente en los emporios de Fenicia y adquiere hermosas mercancías, madreperla y coral, y ámbar y ébano, perfumes deliciosos y diversos, cuanto puedas invierte en voluptuosas y delicadas esencias, visita muchas ciudades y con avidez aprende sus sabios.
Mantén siempre Itaca en tu memoria, llegar allí es la meta; pero no apresures el viaje. Mejor que se extienda largos años y ya en la vejez arribes a la isla con cuanto hayas ganado en el camino más sin esperar que Itaca te enriquezca. Itaca te regaló el hermoso viaje, sin ella el camino no habrías emprendido, pero nada más puede ofrecerte. Y aunque pobre la encuentres no te engañará Itaca, pues rico ya en vida y experiencia comprendes muy bien que significan las Itacas.
KONSTANTINO KAVAFIS, Itaca (1911)

 

15 enero 007
Después de la megacita que he copiado (con algunos cambios caprichosos) para abrir la semana bien podría ahorrarme el diarioweb, pues en lugar de comprar perfumes en los emporios fenicios me gasté la pasta tratando de anular una multa echandole monedas en la boca a un robot azul debido a que un humano verde, vestido de verde (no soy racista), había decidido que sobrepasar en once minutos el tiempo marcado en mi ticket de aparcamiento era motivo para sancionarme con cuarenta euritos de nada, que se convertirían en tan solo tres si: a) encontraba la multa (que dejó bien plegadita en una esquina del coche y que vi por pura casualidad media hora más tarde); y b) el robot azul era alimentado con mis moneditas en un plazo inferior a una hora. Y no era yo, era Panizo, el viejo Javier Panizo (anclado en sus eternos treinta años) quien echaba discos metálicos en la boca de la máquina, y aunque echaba y echaba no conseguía llegar a que en el ojo cíclope del monstruo llegase a aparecer nunca el número tres, pues cuando estaba a punto de conseguirlo el robot o la máquina o como quieran llamar al perverso invento diabólico escupía las moneditas con furia inusitada o las devoraba sin que se moviesen las rayitas que formaban números en el display ciclópico, y ya llevaba Panizo echados casi nueve euros cuando por fin la máquina decidió que si recibía su alimento en miguitas: monedas de cinco céntimos aceptaría que las cifras fuesen creciendo. Luego, tras la ardua batalla, Panizo sudaba, yo sudaba, un turista en una playa del Caribe sudaba (pero él podía tirarse al agua), había que meter el nuevo ticket en un sobrecito ridículo junto al ticket viejo, la sanción y un lapo (esto último no es obligatorio pero sí altamente conveniente para la autoestima) e introducir el sobrecito en la frente del robot-hucha-cercido y hete aquí que el sobrecito no entraba, no cabía y hubo que buscar al humano vestido de verde, quizá el mismo que había decidido que once minutos de exceso era motivo más que suficiente para multar a un pobre despistado y en lugar de darle la merecida patada en el culo cubrirle de sonrisas, de palabras amables referidas a lo duro que es su trabajo, porque si Panizo se ponía chulo y le decía lo que opinaba de su madre y de la cara de nalga que flotaba encima de la chaqueta verde fosforito el agente de inmovilidad forzosa le habría perseguido durante siglos, ahogado su coche en sanciones, multas, papeles varios y hasta confeti si hubiese sido necesario.
-Gracias, muchas gracias por multarme, joderme la mañana y la marrana, gracias por ser tan eficiente haciendo su trabajo, Dios le bendiga con un rayo láser quemándole los pelos de los huevos.
Ah, el educado e inasequible al desaliento don Javier Panizo, a veces tan exageradamente igual a mí mismo, que de nuevo se las vio y deseó para impedir que la bestia que duerme en su interior saliese a dar una vuelta y devorase cien ciudadanos, dos perros y tres edificios el viernes de esta misma semana cuando tras trasladar su deuvedé al apartamento familiar en el extrarradio se encontró con que el citado aparato había decidido que ya había vivido demasiado, siete meses, y que no se encendía más; no se encendía aunque Panizo le hablase, acariciase, amenazase o lanzase contra la pared (a la pared no le gustó recibir el golpe, cada vez que Panizo pasa ante ella vuelve a quejarse). Pero a pequeños males... grandes remedios porque para eso esto es el siglo XXI y existe Carrefour, ah Carrefour.
-Un deuvedé que lea divx.
Es cuestión de conocer el lenguaje, tener un billete de cincuenta y reírse del suicidio del viejo aparato. Se enchufa el nuevo, se introduce el discóbolo para mirones y “error en disco”. Se introduce otro discóbolo y ... “error en disco”. Así sucesivamente hasta siete discos díscolos y discobólicos. Lo bueno de Carrefour es que si algo no funciona puedes cambiarlo, excepto si pasan las diez de la noche, vaya, pasaban las diez de la noche.
¡No!, gritó la pared, al ver a Panizo con el robot doméstico en las manos, ¡no y no, yo no tengo la culpa!, y como no la tenía Panizo guardó el aparato en la caja y se aguantó sin ver la peli que tantas ganas tenía de videar, y hasta reprimió sus deseos de dar un paseo pues era evidente que si salía a la calle se torcería un tobillo.
En suma, una auténtica semana de mierda. Pero el sábado -viejo en saber y experiencia ya conoces lo que significan las Itacas- no me pusieron ninguna multa, conseguí que funcionase el siguiente aparato de deuvedé y encima, pero eso ya es pura potra, hizo buen tiempo.

Coda: el jueves, creo que era jueves, acudí a ver Plataforma, la adaptación teatral de la novelahomónima de Houllebecq que llena de alegres escupitajos Juan Echanove. La tramoya y la iluminación eran magníficas, uno de los secundarios también era impecable y otro muy bueno, pero aunque en ningún momento tuve la tentación de seguir el ejemplo de Charo López, unos días antes había hecho mutis a los seis minutos de empezar la representación, si me habría gustado intervenir, pedirle a Echanove un poquito de contención en la segunda parte, pegar un grito... No lo hice. Los años le vuelven a uno, amén de rico en experiencia y viejo- civilizado. Y además iba con mi querido colega Antonio Pacios, que me había invitado, y no quise ponerle en evidencia. En cualquier caso, y sea como sea la obra, confieso que siempre o casi siempre me gusta ir al teatro.


“La expresión más elevada de la felicidad o la desesperación es a menudo el silencio”. Antón Chekhov. Enemigos.


22 de enero 007
No estoy ni tan feliz ni tan desesperado como para guardar silencio, aunque habría quedado bonito después de la cita de Chekhov (así lo escriben los británicos y a mí me divierte copiarlo) dejar el diarioweb en blanco. Lo cual habría significado que Javier Puebla (ni idea como escribirían mi nombre los rusos si un día me traducen) se sentía inmensamente feliz o jaquemate desdichado. Ni lo uno ni lo otro. El miércoles me van a joder el día disparándome con láser, como si fuese una nave en un videojuego, en el ojo izquierdo para asegurar la retina, evitar posibles desprendimientos; confieso que voy a dejar que un médico a quien no conozco tome mi ojo derecho (sí, ya sé que antes he puesto izquierdo) por la nave del malo de Star Wars no porque me preocupe que se me vaya a desprender la retina, no me lo creo, sino porque la operación me daba “miedo”. Y el miedo hay que enfrentarlo, ir a por él. El miedo baja las defensas, llevo malo desde el martes (aunque quizá lo que me puso enfermo fue madrugar sin que hubiese ninguna necesidad de hacerlo), el miedo borra el sueño que construimos de nosotros mismos, nos roba la dignidad y la alegría de vivir. Y es por ello que, como norma, aunque alguna vez puedo saltármela, siempre voy a por él, a por el miedo. Muchas veces, claro, he salido malparado de mis lances. Muchísimas veces. El miedo no desaparece porque lo enfrentes, cierto. Pero cuando lo haces, y aunque pierdas la batalla, consigues recuperar la dignidad, la autoestima, la capacidad de soñarte a ti mismo y ser tu propia medida. Así que, aunque moqueando y con ganas de meterme en la camita y arroparme bajo las mantas, ¡a por el miedo!, a jugar con mi inevitablemente muy amado ojo derecho -“el ojito derecho”- a La Guerra de las Galaxias.
Siguen llegando alumnos, aspirantes a Tripulantes, a mi pequeño taller literario y aunque me cuesta decirles que no admito más gente, no necesito más gente ni podría cuidar tan bien como a mis actuales Tripulantes a más gente, reconozco que resulta halagador que escritores ya hechos y derechos quieran sentarse a mi mesa para aprender conmigo (como si yo supiese algo..., ay, mísero de mí, ay infelice). Infelice, sí, pero no tanto como para guardar silencio. Vuelvo a Chekhov, a la cita del principio y casi guardaría silencio sobre el encuentro con El Grupo de Brooklyn el miércoles 17 de enero del año Bond. Y guardaría silencio porque fue un encuentro feliz, al menos para mí feliz: estar entre amigos con la guardia relajada, poder decir lo que me daba la gana de los dos miembros del grupo ausentes, Achero Mañas y Eduardo Lago, y también -y a la cara- de los presentes: Fermín Cabal, José Luis Madrigal y Federico Mañas. Como ellos pueden hablar de mí, o a mí. Sí, no voy a entrar en detalles. Vaya, que sorpresa, al final voy a poder utilizar para cerrar mi modestísimo diario la frase del gran Antón Chekhov (el único autor de relatos cuyos cuentos -en general- no me importaría haber firmado; porque modestísimo este diarioweb, sí, pero ¿modesto Javier Puebla? Nunca los lunes se le ha visto modesto, nunca los lunes: cuando escribe y actualiza su diario, cuando perezoso y cansado -y por ello con su mejor sonrisa como máscara- miente.

"Si eres capaz de luchar no tienes ninguna necesidad de luchar".
Martin Amis. Yellow Dog.


29 de enero 007. La ciudad insólitamente fría. Es el viento. ¿El viento? No sólo el viento. También es el miedo. Tengo miedo, y para lograr domarlo, tras intentar hacerlo con mis propios recursos, finalmente necesito acudir a la palabra ajena, la voz profesional, inteligente y pausada de una amiga -una amiga de mi hermano en realidad- a quien me resistía a acudir debido a que conoce -por desgracia, por una desgracia- demasiado bien el sufrimiento y al lado de su experiencia mis temores me parecían ridículos e insignificantes. Pero finalmente la llamo y me calmo, me calma. Acudo entero y tranquilo a la clínica de Almagro a que me bombardeen la retina con láser; y no es agradable: pequeños pinchazos desquiciantes, explosiones de amarillo intenso que me hacen odiar uno de mis colores favoritos aún ahora, días después de que la experiencia sea solo un recuerdo que ya palidece. Pero al día siguiente -aún no veo bien, es jueves, el frío arrecia- me olvido de mirarme el ojo, el ombligo, y emprendo una excursión en metro hasta la sede del grupo Anaya para ver a Emilio Pascual, hacerle llegar una copia de mi manuscrito más estimado: La novela de un cazador de cuentos, los 365 cuentos que escribí en 365 días consecutivos valiéndome de un heterónimo, León Salgado, y que me esfuerzo en articular como una novela. Y para eso acudo a Emilio, al gran Emilio Pascual, con la esperanza de que su inteligencia privilegiada aporte alguna luz a mi proyecto de apariencia imposible (pero también parecía imposible escribir un cuento al día durante un año). El despacho de Emilio Pascual, director de la Editorial Cátedra, tiene algo de piedra preciosa, de cúpula -aunque esté a nivel de calle- de un edificio fantástico cuyas raíces, cimientos, se hunden en lo mejor del pasado a la par que su estructura se eleva hacia el futuro. No conozco a nadie cuyos conocimientos sean comparables a los de Emilio Pascual, un hombre capaz de llenar un escenario recitando fragmentos de El Quijote durante más de una hora entre otras e insólitas hazañas; pero tampoco conozco a nadie que siendo un erudito domine los programas informáticos más modernos, y se sienta tan cómodo ante su modernísimo Mckintosh como con un incunable entre las manos.En suma, que es alguien excepcional, un lujo absoluto como compañía y amigo, y que sea cual sea el resultado, el futuro de La novela de un cazador de cuentos (dos poderosas editoriales parecen interesadas en publicarlo), la magnífica tarde que pasé en compañía de Emilio, ya es premio suficiente a mi esfuerzo permanente. Que la lucha sea larga, eso es lo único que quiero y pido. Ganar o perder...¡bah!
Dos horas después de dejar el despacho maravilloso en Anaya estoy en la nueva sede de la Galería Moriarty, convocado por mi amigo del cole Jesús Ros. La vida sigue. El miedo ha pasado. Y aunque el viernes acabé desistiendo de acudir a un desayuno de prensa en el que se presentaba la nueva obra de José Luis de Juan y el sábado no encuentré lugar donde aparcar para ver a mi amigo Eduardo Melón, el líder de los Waldorf Hysteria, en el escenario de Bar&Co, me siento de nuevo aquí, entre los vivos. Porque la semana pasada, confieso, nada del presente me interesaba. Y nada me interesaba porque -y de ahí nacía el miedo, el frío- desconocía cuales serían mis fuerzas, mis circunstancias, para afrontar el futuro.

 

Había veces que le parecía que lo único que había hecho en la vida era despertarse, vestirse e ir al colegio.
Ian McWean, The Daydreamer

5 de febrero 007. Entra en el estanco sin prisa, porque hoy puede permitírselo y porque le gusta ese estanco. Existe desde que él existe o recuerda existir. Le gusta la gente que trabaja allí, especialmente Laura, una mujer joven y buena lectora madre de dos niños a quienes no conoce excepto de oídas, por lo que le cuenta Laura en esos encuentros siempre breves que se suceden cuando Javier Puebla va a comprar tabaco: una o dos veces por semana. El mostrador del estanco está separado del exterior, del lado que ocupan los clientes por un grueso cristal de seguridad. Puebla no está seguro pero cree que fue allí donde aconteció la célebre historia de La estanquera de Vallecas, un hecho real que acabó proyectándose en las pantallas, convertido en cine. Delante de él hay un hombre joven, un senegalés. Javier Puebla reconoce a un senegalés con mayor facilidad y precisión que a un español, no en vano pasó en Dakar los cuatro años más especiales de su vida. La mujer que está al otro lado del cristal, no es Laura y Puebla aunque la conoce en aquel momento no recuerda su nombre, le está explicando al chico que no puede hacerle el abono-transporte con la foto que lleva. Como si de su hermano se tratase (de su hermano de algún modo se trata, pero esa es otra historia) Puebla adelanta la cabeza, afila la sonrisa, habla en woolof a Birane, Pathé o como se llame, dispuesto a interceder en su favor pero la visión de la foto, apenas una mancha desdibujada cuya función evidente para alguien que ha vivido en África es que el abono pueda ser utilizado por cualquier miembro de la familia, vecino o amigo. Aún así esgrime sentencias del supremo, el tipo de documento de transporte que es el ticket sin personalizar a pesar de que desde el consorcio de transportes se intente asegurar que llevar la fundita roja es obligatoria para que tenga validez; lo cual es falso, como ha dictaminado el supremo, concluye Javier Puebla, a pesar de que el joven senegalés, mangui woj woolof, guau, ya ha abandonado el establecimiento hace un par de minutos. Es entonces cuando un hombre muy joven, un español, y desde el lado protegido por el cristal blindado entra en escena y explica detalles de la sentencia que Puebla desconocía, el caso concreto. Se trata de una conversación y no una discusión, ambos exponen sus puntos de vista y escuchan el de su interlocutor. Un buen conversador a quien nunca había visto el periodista, así se ha definido para meter baza en un asunto que no le incumbía (pero él siempre es así, todo le incumbe, o eso le gusta pensar; en verdad hasta se lo cree). Nunca le había visto, nunca había hablado con él, con el hombre joven, español y blanco y por eso no puede evitar la sorpresa cuando él le entrega el paquete de tabaco, un LM azul, y se despide llamándole por su nombre. Hasta otro día, Javier. ¿Me conoces? Claro, sales en la tele y he entrado varias veces en tu página web. Javier Puebla enrojece como una colegiala cogida en falta; en el pasado mes de enero entraron tres mil veces largas en su página web, o al menos eso dice el contador, y le intriga, no comprende, un número tan alto de visitas. Intenta recuperar el dominio de la situación, promete un libro al hombre que está al otro lado del estanco. Sería mejor una de tus tarjetitas. ¿Una de sus tarjetas cuento? Ahora sí que está vencido, aunque es cierto que sus Jaulas-Tarjetero se han llegado a vender a doscientos veinte euros, que el objeto ha salido al menos una docena de veces en múltiples cadenas de televisión, que ha repartido centenares por todo el globo terráqueo... Pero Javier Puebla, a pesar del sombrero que le marca y caracteriza, estaba hasta ese momento seguro de su anonimato, que necesitaba presentarse para que su interlocutor supiera quien era. Busca en su cartera, más desconcertado que dueño de la situación, ¿una tarjeta cuento? Encuentra una, pero está corregida, rectificado a mano el texto. Mejor, así valdrá más, dice Víctor, su interlocutor se llama Víctor, y Javier Puebla se la entrega mientras se esfuerza en recomponer el mapa, la línea o cuerda sobre la que ha caminado Víctor para reconocerle: Laura, pero también la familia Higuera, los padres de sus compañeros de colegio, Joaquín y Javier, propietarios tiempo atrás del estanco. Joaquín y Javier, enseguida lo averigua, son primos de Víctor. Ah, respira tranquilo, ya resulta más sencillo de comprender como le ha conocido y sabía su nombre. Pero lo cierto es que durante el resto de la tarde no logra recuperar la sensación de invisibilidad, el anonimato que es el mejor regalo de vivir en una gran ciudad. Se alegra más que nunca de haber optado por la protección de su colección de sombreros (nena, no me acaricies el pelo..., que tengo poco); bastará con que no lo lleve para que no le reconozca nadie, y además a los escritores no les reconoce nadie, su fama es buena, no como la de los pobres actores o presentadores de televisión, y no sólo eso: a Javier Puebla siempre le ha encantado que le reconozcan, desde los dieciocho años se comporta como si hubiera ganado ya el Nóbel y varios Óscar. Argumentos, palabras, frases que se dibujan y desdibujan en el interior de su cabeza, pero lo cierto, lo único cierto, es que durante el resto de la tarde -y no es que me importe, al contrario estoy encantado- no logra recuperar la sensación de poder sentirse invisible, la magia al alcance de cualquiera del lenitivo anonimato.

"Sufría impotencia sentimental", Julian Barnes, Arthur & George

12 de febrero. Todos duermen y Javier Puebla está sentado en su pequeño, pero muy agradable, despacho en la casita de El Escorial, frente a un ordenador que cuenta con ... ¿once años? ¿o son sólo diez? Aún funciona y el programa de escritura lo reconocen las otras máquinas en activo, pero sólo sirve para escribir, no para modificar fotos, montar pelis o hacer una página web. Ni siquiera está habilitado para mandar o recibir correo electrónico. Sólo para escribir. El señor Puebla está contento, ¿no es verdad, señor Puebla?
Sí, es verdad: estoy encantado. Cada vez que me siento en los últimos mil días delante de un maldito ordenata primero miro el correo electrónico, luego consulto cuantas entradas lleva mi página (porque sigo sin creerme que sean tantas y estoy convencido que en cualquier momento bajará a una cifra razonable: una visita al día me parecería más que suficiente), después de mirar el contador y haber respondido a todos los correos -a todos- y mandado otros nuevos actualizo la página web si es domingo, paso de la cámara de fotos al ordenador las mejores imágenes y si hay que colgarlas de la web trabajo con Photoshop como mínimo una horita, y si tengo algo que escribir para un periódico o revista me pongo a continuación, a veces trabajo con word pero casi siempre con un programa que ya es historia: WordPerfect, el mismo que tiene el ordenador en el que ahora estoy escribiendo, pero con la diferencia de que ahora me he sentado, lo he encendido y me he puesto a escribir, simplemente a escribir. Cierto es que lo estoy haciendo para el público, para los invisibles visitantes de mi página, pero no menos cierto que para mí eso es placer, que no me preocupa el resultado ni lo que pueda opinar quien lea o no estas palabras: igual que dar un paseo, sólo que este deja una huella y es la huella lo que hoy cuelgo pero igualmente podría borrarlo, se trata únicamente del placer de escribir, de pasear.


¿Qué ha ocurrido esta semana? Lo puedo contar en una línea: Yasmina Khadra, Enrique Paez, la presentación de los Nadal y leer a Julian Barnes por las noches. Literatura. Una semana literaria. Pongo las fotos, hago un enlace a una columna que saldrá dentro de dos o tres semanas, y... No, son las dos de la noche, hace frío, no tengo ganas de meterme en el bar de mi amigo Javi, así que mejor sigo escribiendo. Vamos a por Yasmina Khadra.
Es un hombre pequeño y delgado, con gafitas de intelectual, chaqueta de terciopelo carmesí, corbata de aire anticuado y tensión interna permanente. Es africano hasta la médula. Y yo sé lo que es ser africano, he vivido allí cuatro años, conozco Nouakchott mejor que Cádiz o San Sebastián. Africano quiere decir... que nuestra escala de valores, la escala de valores del mundo occidental, no es el ama y señora de lo que sucede en el interior de su cabeza. De Yasmina Khadra, antes de verle el martes por la mañana en uno de los casi siempre estimulantes desayunos de prensa del Grupo Anaya, sólo sé que ha escrito un libro que ha logrado impresionarme: El atentado, y que era un militar del ejército argelino que, dice la contracubierta del libro o la solapa, que utilizaba como nombre interpuesto el de su propia mujer para no sufrir represalias. Me había imaginado un tipo grande y duro, un... militar. Sí, tengo una idea preconcebida de los militares. Y por eso mi primera sorpresa es descubrir el aspecto físico de Yasmina, ya todo el mundo le llama así, su nombre ha quedado definitivamente sepultado. Pero cuando empieza la rueda de prensa me encuentro con la segunda sorpresa. Yasmina habla como un político, como un político africano, conocí infinitos en mi condición de agregado comercial de una embajada, dirigiéndose a un interlocutor occidental. Me cabrea. Me cabrea que un escritor tan brillante tenga que entrar a semejantes trapos. No hay porque demonizar al islam, la situación de la mujer en África está mejorando...
-Es por lo que me preguntan los periodistas.
¿Periodistas? Yo también soy un periodista, quizá un periodista raro (para variar), un periodista literario pero creo que lo interesante con un escritor tan brillante como Yasmina Khadra es hablar de su obra, y en esa dirección empujo la conversación. Hago trabajar duro a la intérprete, pero quiero oírle hablar, sentirle. Y quiero porque en la novela a la que me he referido más arriba, El Atentado, Khadra no sólo consigue un excelente producto: imposible dejarlo hasta que llegas a la última página, imaginativo, inteligente y trabajado. Consigue algo más. Lo imposible. Logra que el lector comprenda porque alguien, alguien tan perfectamente normal como usted o como yo pueda un día ponerse un cinturón gigante de explosivos y volarse en medio de un restaurante. Lo logra. Cotas de similar altura Bernardo Atxaga con El hombre solo, pero su novela no era tan accesible y atractiva para el público como la de Khadra. Así que al final lo logro, descubrir al hombre que ha escrito esa maravilla y es capaz de comprender, y transmitir su comprensión, a judíos e israelíes, terroristas y aterrorizados. Aparece ante mis ojos el gran escritor que se vela tras un nombre de mujer, discursos políticos o tramas perfumadas de misterio. Se le rompe una muela a Yasmina Khadra mientras hablamos. Quizá habría sido más discreto por ni parte dejar que se marchase sin quitarse la máscara, pero creo que al escritor -que imagino poca gente llega a ver- me lo agradecerá. Y también me lo agradecerá cualquiera que después de esta columna vaya a una librería o biblioteca y consiga y lea su libro.


Cuando salgo de Yasmina Khadra paso por Blanquerna Library un momento para ver como van las ventas de mis autores y a continuación camino en dirección a la Puerta del Sol para encontrarme con mi viejo amigo Enrique Páez, el director del Taller de Escritura de Madrid, pero la conversación es privada, como también son privadas la mayoría de las conversaciones que sostengo a lo largo de la semana con mis colegas, mi agente, amigos y tripulantes. La verdad es que no se pueden poner la mayoría de las cosas en una web. A mí Internet me parece de lo más limitado: me estoy documentando sobre un cuentista americano y para encontrar un miligramo de plata tengo que pasarme mil horas buceando en la basura: y eso que de la criba previa se encarga my old fellow Anthony Pacios.
Pero aunque es limitado creo que es referencia obligada decir que asistí a la presentación de los Nadales, muy deslucida en comparación con otros años debido a que en la Casa de América no parecen tener interés en hacerla y fue en el lujoso pero torpemente estructurado salón de actos de la sede central del Instituto Cervantes. Estábamos todos los finalistas de los últimos años: Torres, Casariego, yo mismo, para ver a la nueva finalista, Carmen Amoraga, para seguir convencidos -cada uno cree lo que le apetece- que los ganadores morales del Nadal son siempre los finalistas. Pero este año..., no sé si es cierto, porque sin duda lo mejor de la noche fue Felipe Benítez Reyes que no sólo estuvo gracioso, sacando el máximo partido a las preguntas de Rioyo sino que cuando iba a presentarme me dijo: Hola, eres Javier, verdad. Me encantó tu artículo en Cambio16. Así, señoras y señores, es como se ganan las batallas, y el premio Nadal y lo que haga falta: con una sonrisa, rapidez de reflejos y simpatía.

 

"Por principio, nunca he querido viajar"
.Tabucci, Los últimos tres días de Fernando Pessoa

19 de febrero. Esta semana he tenido la suerte de disfrutar de una deliciosa comida de prensa. Soy consciente que la frase anterior puede prestarse a confusión: una deliciosa comida de prensa. Podría pensarse que se refiere a las viandas, pero no es el caso, prácticamente ni me acuerdo que comí, excepto unos chipirones que no sabría juzgar si sabían maravillosamente o a chicle. La comida de prensa a la que asistí el martes trece de febrero en el restaurante la Capilla de la Bolsa con motivo de la presentación del libro Contraseñas íntimas de Fernando Olmeda por la editorial Algaida fue deliciosa por la compañía. Llegué algo tarde y ya estaba Olmeda hablando. Me senté junto a mi viejo compañero de Disidencias el escritor José María Plaza y casi enfrente de otro "disidente" el crítico y maravilloso microrrelatista Joaquín Arnaíz. Y unos minutos después se unieron a la fiesta, aunque aún no era una fiesta, Teresa Castanedo, Ana, y el hermano de la primera: Fernando Castanedo, crítico de Babelia y también escritor. La causante, jamás escribiría culpable, que no me fijase en absoluto en lo que estaba comiendo fue Teresa Castanedo: un encanto de persona. Conocía su cara, la recordaba vagamente pues no suelo ver televisión y menos aún me fijo en quien sale ella, de haberla visto en la pequeña pantalla.
-En Telemadrid.
-Ah, claro, en Telemadrid.
Ana, la chica que estaba a su lado también trabaja en Telemadrid, en Telemadrid pirata, alias "la otra".
Nos pusimos a charlar de niños, Teresa tiene tres, yo uno, de libros, de la vida, de la invisibilidad real que sucede a quien tiene detrás una montaña como es un gran periódico o una cadena de televisión o una editorial o lo que sea... Pasa pocas veces, que conozcas a alguien y la conversación fluya como si se tratase del reencuentro con un viejo amigo.
Eran las cinco y media y aún estaba en el restaurante, en la deliciosa comida de prensa. Nos habíamos cambiado de silla todos y así pude hablar también con el cada día más interesante editor responsable de Algaida, Miguel Ángel Matellanes, con su jefe de prensa, mi muy apreciado Óscar Oliveira, y la recién llegada al grupo Anaya Alicia Hernández. Con el chico que tenía enfrente, también escritor y que en tiempos y en su Zaragoza natal había sido "crítico de bares", como yo lo fui hace algunos años en mi amada Murciatown. Y por supuesto también hablé un buen rato con el autor de Contraseñas íntimas, novela ganadora del premio Ateneo de Valladolid 2006, y que tiene algo de fascinante programa de radio, de crónica de la movida y de la historia del nacimiento de un país cuyo destino ya no dictaba nadie. Le pregunté si el hábito del periodismo había sido un handicap a la hora de crear ficción, y me confirmó lo que ya había intuido al leer su muy recomendable libro, que sí, sobre todo al principio, pero que a partir de la segunda mitad las riendas las llevaba con firmeza el escritor y ya no el periodista. En suma, y para terminar como he comenzado (y así no perder el buen sabor de boca): una deliciosa comida de prensa.

"Saber jugar de la verdad. Es peligrosa, pero el hombre de bien no puede dexar de decirla".
Gracián, Oráculo manual y arte de la prudencia

26 de febrero 007.
Cuando quedé finalista del Premio Nadal hace tres años con Sonríe Delgado y por primera vez en mi vida los periodistas hacían cola para entrevistarme pensé más de una vez, muchas veces, que el resultado habría sido más interesante -rompedor- si hubiese invertido el proceso, es decir, que hubiese sido yo quien entrevistase a la brillantísima Paula Corroto, de Cambio16, o a la chica cuyos ojos hacían pensar en una ciudad, se hacía llamar Brandelia, o a mi amigo de hace ya tantos años Fernando Sánchez-Dragó; entre otros muchos, muchísimos. De hecho apunté muchos nombres, teléfonos, direcciones electrónicas..., pero luego la energía, como sucede con tanta frecuencia, no me alcanzó para convertir en realidad mi proyecto.

El pasado sábado volví a experimentar una sensación similar cuando me encontré en ese lugar más sugerente que acogedor que es la cafetería de la Filmoteca Nacional con una estudiante de periodismo que me iba a utilizar -y que maravilla que me utilizase- como sujeto de una "práctica de entrevista" a la que luego un profesor pondría nota. Se trataba de una mujer joven, diecinueve años, nacida en Tenerife de padres madrileños que había vuelto al lugar de donde procedían sus progenitores para convertirse en periodista. Sus preguntas estaban perfectamente articuladas y documentadas, pero una vez más me parecía más interesante averiguar que pensaba ella sobre la vida que lo que yo pudiera decir al respecto; ya conozco mis puntos de vista, y como escribe mi antónimo el señor Traum en Sonríe Delgado: "me aburre decir en voz alta lo que ya sé". Me contó que vivía en Fuenlabrada con otros dos estudiantes, el nombre de su universidad (que naturalmente he olvidado, aunque lo apunté y podría mirarlo pero creo que no merece la pena), que su casa siempre estaba en situación de overbooking a causa de las visitas que recibían tanto ella como sus compañeros de piso, que tenía un profesor tan poco imaginativo que les exhortaba a revisar el mundo helénico al completo cada vez que se les ocurriese una idea que considerasen original porque siempre descubrirían -aseguraba el romo enseñante- que en el pozo de la sabiduría griega descubrirían que su iniciativa ya había seguido por otro. Le brillaban los ojos oscuros al hablar, como no pueden brillar a ningún muerto aunque se llame o llamase Aristóteles o Pitágoras, sus pensamientos eran limpios como agua (de montaña, no del Canal de Isabel II), y aún no sabía que por mucho que se estudie o esfuerce uno es imposible llegar a saber verdaderamente nada. Y esa ignorancia a la que cantó Gabriel García Márquez en su libro Cuando yo era feliz e indocumentado, me ratificó en mi creencia de que era ella mucho más merecedora de una columna o una entrevista o una entrada en un diarioweb como el mío que ese escritor llamado Javier Puebla que tenía sentado enfrente. Aunque, la vanidad es inevitable en aquel que escribe, pensé también que mis palabras quizá tuvieran más interés que las del Rey o Felipe González, ejemplos que les había puesto la profesora de la asignatura en cuestión y que de haber sido logradas habrían sido premiadas con la máxima calificación: un diez. Yo le doy el diez, mi diez, a Sandra Rodríguez, como también le doy mi diez esta semana a mi amigo Antonio Pacios a quien me encontré por azar el lunes y que logró con su compañía convertir una tarde que pintaba gris y anodina en una tertulia móvil con aires de fiesta. Y el diez también para la escritora Angy Cohen a quien, otra vez el azar, encontré en un café de Ópera en compañía de una joven actriz llamada Nuria cuando deambulaba por el centro de la ciudad en compañía de mi más antiguo amigo, Fernando Camarero, otro diez. Y aún otro, para Luis Alberto de Cuenca, el destino mimándome sin pausa por algún oscuro motivo, que se cruzó en mi camino esa misma tarde en la Plaza de Ópera, y un once a Alicia, su mujer.
Y mientras escribo esto recuerdo que mi amiga, muy querida amiga, Carmen S., me había comentado el jueves que cuando leía m diario web le parecía que "era increíble la cantidad de gente que me caía bien". La respuesta es sencilla: tengo una profesión que me permite, en general, relacionarme sólo con quien yo elijo y me gusta; aún así -no mintamos, seamos fieles a Gracián- hay gente que me cae fatal, pienso en dos mujeres -pareja de hecho- que aúnan su energía para en mor de un simple entretenimiento destrozar parejas, alejar a hijos de sus madres que pecan de no ser lesbianas y dejarse seducir por hombres sin seso (característica, a su entender, común, en cualquiera que tenga algo colgando entre las piernas); pero no voy a escribir sus nombres, ni los de ninguna otra persona que me caiga mal o desprecie, porque eso sería darles pábulo, concederles existencia, y prefiero no hacerlo. Prefiero sólo hablar y escribir de las personas que me parecen maravillosas, cuya compañía -si hubiese que darle una nota- siempre merecería un diez o un once (o al menos un siete y medio, feliz señor Fellini).

 

"Los buenos propósitos son para por las noches, posponerlos... para por las mañanas"
Javier Panizo way of life, en Sosiego (mi anti-libro impublicable).

5 de marzo 007
Me permito utilizar el poderío inherente a mi pase de prensa como director literario de Cambio16 para conseguir un par de entradas que me permitan disfrutar, en compañía de mi fotógrafo más habitual: Antonio Pacios, de "El malo de la película", obra teatral protagonizada por el gran Albert Pla.
Siempre que visito el Círculo de Bellas Artes, tan activo y moderno en estos tiempos no puedo evitar pensar en como era cuando yo lo frecuentaba hace más de veinte años en compañía de mi mejor y más antiguo amigo: Fernando Camarero, alias Fernando Tizón. No había ni un alma, con la excepción de una veintena de socios viejecitos que acudían al Círculo para pintar a las chicas, también chicos, que posaban desnudas en la última planta del edificio. En aquella época el Círculo era nuestro feudo. El padre de Fer, Julio Camarero, estaba destinado en Nueva York como corresponsal de la SER, y mi amigo había comprado en el Village un sello con una mosca: lo presionabas sobre cualquier superficie y aparecía una mosca. Estampamos cuatrocientas por lo menos en estatuas, escaleras, servicios, la cafetería... Eramos, ya digo, los amos, los únicos seres y jóvenes y vivos que frecuentaban el edificio: merendábamos cada tarde en la cafetería y cada tarde nos íbamos sin pagar, eso sí, deseándole buenas noches y agradeciéndole el servicio con anterioridad al camarero. Como colofón de aquella época rodamos una película montada y sonorizad en cámara, EL FANTASMA DE MADRID, que cualquier año de estos (llevo ya tiempo amenazando con hacerlo) colgaré de esta web.
Ahora el Círculo es un lugar que rebosa eficacia y vida, pero a mí aún me queda el poso de aquellos tiempos, y por eso me permití hacer varias fotos irreverentes, vease al fotógrafo, antes de entrar a ver la obra. Y mirar a los empleados, visitantes y curiosos con los que me cruzaba con aire de terrateniente a quien han despojado de sus antiguas posesiones, pero que está seguro de conocerlas mejor que ninguno de los actuales invasores. Una velada especialmente divertida, en la que conocí a Pla, su encantadora partenaire en la obra, Judit Farrés, y al productor de la misma cuyo nombre es nada más y nada menos que Pedro Páramo (imposible para un escritor como yo no mencionarlo, no fotografiarlo, llamándose como el título de la más famosa, y única, novela de "el zorro" Juan Rulfo; lo del zorro viene de una fábula que le dedicó Monterroso, quien no la conozca que mire en el libro La oveja negra, divino de la primera página a la última).
Por lo demás mi cachorro cumplía 4 años esta semana, los relatos de mis Tripulantes fueron todos (no hubo ninguna excepción) excelentes y Madrid ya comenzaba a insinuar la llegada de la primavera. Una noche cualquiera, parado ante los carteles que ha puesto el ayuntamiento bajo el lema "Si nunca sucediera nada", miraba aquel Madrid antiguo de las fotos iluminadas a mano que no conocía siquiera los coches de motor, y me invadió una nostalgia infinita por un mundo que no conocí, una ciudad con tranvías y caballos, caballeros tocados con gorras y sombreros, mujeres con falda hasta los pies... Cualquier tiempo pasado... es tan sugerente como viajar por la propia imaginación.

"Contradecir sigue siendo imitar"
Bruce Bégout. ZERÓPOLIS.

12 marzo 007.
Jugando al cruce -encuentros aprovechando un viaje o desplazamiento- acabé el lunes en Ávila, en un lugar bellísimo llamado el Palacio de los Serrano, donde mi amigo Lorenzo Silva daba una conferencia. Luego paseamos, charlamos, y a la mañana siguiente regresamos a Madrid, donde a Silva le esperaba la adaptación que está haciendo de La isla del tesoro de Stevenson, y a mí mis clases de los martes.
El jueves comida en Lhardy organizada por Alianza Editorial para presentar Todo lleva su tiempo, de Blanca Riestra, y El bulevar del miedo, de Juana Salabert, finalista y ganadora del premio Quiñones en su octava edición. Me habría quedado hasta la sobremesa pero a las cuatro me habían citado en Radio Intereconomía, para el programa Capital Fin de semana, que dirige Manuel Tortajada, para que hablase un poco de mi ingrávida editorial: Haz Milagros. En el estudio a Manuel le apoyó el poeta Raúl Losánez y a mí Juana Márquez, autora de La reina de los locos. Un buen rato. Madrid ya empieza a despertar de su letargo post-navideño, pero yo -quizá por influencia de mi paso por Ávila- "vivo sin vivir en mí", y mi cabeza ya está en Hong-Kong, hacia donde parto este jueves, pasando antes por Amsterdam. Cierro esta semana con el anuncio de la conferencia que daré en Holanda escrito por Diego Sánchez-Bustamante.


Un gran acontecimiento literario en Amsterdam. En el famosísimo centro MOLINOS DE
VIENTO, en la calle Utrechtsedwarsstraat 10 17 WB Amsterdam

EL CAZADOR DE CUENTOS
(Como se caza y cocina un relato)

Autor:

JAVIER PUEBLA

Finalista del Nadal con la novela "Sonríe, Delgado". Que tuvo gran éxito de ventas.

Javier Puebla siempre ha sido escritor aunque hizo oposiciones a agregado comercial en cuya calidad dirigió durante cinco años la Oficina Comercial de la Embajada de España en Dakar (Senegal)

Producto de su experiencia africana fue el libro "Blanco y Negra".

Ha escrito un buen número de novelas, entre las que cabe destacar por su
originalidad "MurciaTown".

Hace unos años se propuso una hazaña literaria: escribir un cuento diario durante un
año, de donde salieron sus 365 relatos que marcaron un hito en la historia de la literatura.

Es autor de un objeto muy origunal, la "Jaula tarjetero"; consiste en una caja de metacrilato transparente, del tamaño de una tarjeta de visita, en cuyo interior se encuentran cien relatos escritos en el espacio, precisamente, de una tarjeta de visita.

Es un auténtico maestro del relato breve, arte que hace años comparte con los alumnos del taller de escritura que dirige y que ocupa sin duda el primer lugar de los varios que existen en Madrid.

Colabora asiduamente con varias revistas y es un experto conferenciante.

El 19 de febrero inicia una serie de conferencias por Asia, comenzando por Hong-Kong.

Ha tenido la amabilidad de prorrogar dos días su escala en Amsterdam para instruír a quienes quieran escucharle en Molinos de viento, gracias a su amistad con el Cónsul General de España en Amsterdam.

(Un lujo de amigo, Diego Sánchez-Bustamante. Ya contaré a mi regreso, en esta misma web, como ha ido la aventura).

DIARIO 2006: Enero a Junio

DIARIO 2006: Julio a Octubre

Diario 2006: Noviembre-Diciembre.

A partir de cierta edad la vida se vuelve, sobre todo, administrativa
Michel Houellebecq, LA POSIBILIDAD DE UNA ISLA
(No será para tanto, Monsieur Houellebecq)
Javier Puebla


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