Caperucita en la historia de Mónica
Mónica creyó que se había quitado
su traje de “caperucita” e increpando a
Diego , le dijo _ Deja ya de abrir la boca , mostrar tus dientes y esconderte
detrás de las mujeres. ¡ Conozcamos la vida .........sin
rodeos , de frente !
Mara Mugueta
CAPERUCITAS
Ramón tenía un problema. En el colegio
iban a representar “Caperucita Roja” y tenía que escoger
un personaje. El papel del cazador estaba claro que sería para
Toni, siempre era protagonista, casi a su pesar y no podría escapar
de esta nueva oportunidad de demostrarlo. En eso era diferente a todos.
Valentina sería sin duda Caperucita. Ella tenía los arrestos
suficientes para enfrentarse a lobos y abuelas, una cualidad que siempre
le hacía ser la elegida para hablar con los profesores e incluso
con el director en las situaciones difíciles. ¿Y la dulce
y despreocupada madre que envía a su hija por el tenebroso bosque?
ese papel, pensó Ramón estaba reservado desde el inicio
de los tiempos para la ingenua Cala.
Los días de plazo para elegir el papel pasaban
rápido y la hoja de clase se llenaba de nombres. El miércoles,
Claudio había puesto su nombre junto al papel del leñador
que da aviso a los cazadores de la llegada del lobo. No era un gran papel
pero en el desarrollo de la historia era importante, sin él, el
lobo lograría saciar su infinita hambruna. El papel del lobo fue
objeto de disputa. Jero lo pidió el mismo martes pero, misteriosamente,
en la lista del jueves su nombre había sido sustituido por Rulo
y Jero sería el jefe de los cazadores. sin duda habían negociado
y todo el mundo entendía que Jero, que no cede a los miedos no
podría ser finalmente un buen lobo llamado a huir en el último
momento. Rulo sí, después de todo, era el más listo
de la clase y siempre conseguía lo que se proponía. Faltaba
el papel de la abuelita tierna y sensible, devorada por el lobo en un
abrir y cerrar de ojos. Quizá Ana se animase; el pánico
que le produciría salir al escenario era perfecto para ser abuelita
del cuento. O quizás se decidiesen a utilizar a la muñeca
Lucía, la inseparable mascota de Maggie cuyos brazos cosidos y
requetecosidos una y otra vez, daban la sensación de heridas abiertas
por las terribles fauces del lobo. Después de todo, había
sido Rulo, hermano de Gloria, la amiga de Maggie, quien hacía ya
unos años había destrozado también su osito de peluche.
Los personajes principales iban cayendo uno tras otro y Ramón seguía
sin decidirse. El no podría ser lobo, ni cazador, menos aún
abuelita, mamá o caperucita. Tampoco daba el tipo de leñador.
¿Cómo decirlo? Ramón no se sentía personaje,
más bien público. Mientras, los apremios de D. Javier, el
profesor, eran ya públicos, notorios y acuciantes. Era sin duda,
un buen profesor, con vocación de maestro de los de antes, algo
que no perdió cuando la gloria literaria llamó a su puerta.
Jueves por la tarde y todavía estaban por decidirse
África la de las botas amarillas, Sara, Atalaya de ojos grandes,
el imprevisible Mario y desde luego Ramón. Óscar, Pablo
alias “goldezarra”, Luco el poeta y Salvador al que llamábamos
“gaviota” por el cuento y porque siempre estaba en las nubes,
tenían paperas por lo que no se podría contar con ellos.
El caso de Sara era extraño. De todos, era la
única con vocación de actriz. Desde luego que también
era rara, eso lo sabían todos en clase. El asco que le daba el
pobre de Tagua que no tenía culpa de nada lo demuestra. O el escobazo
que le dio al perro del vigilante a la mañana siguiente de que
apareciera muerto su pobre patito –que era imaginario-, también.
En fin, no tenía que preocuparse por lo que hiciera Sara o cualquier
otro. El plazo terminaba y él, como siempre, aún no había
decidido nada. Porque el problema es que tampoco quería ser del
coro, levantar su escopeta a la orden de Jero, o gritar sin más
desde el anónimo fondo “¡que viene el lobo! El problema
es que Ramón no sabía qué hacer con su vida. Todo
le atraía y todo le interesaba. A su corta edad, era capaz de hablar
de casi cualquier tema porque de todo había leído algo.
Pero no profundizaba. Ya lo decía el análisis del psicólogo
del colegio: “Ramón es despierto, pero disperso”. Ramón
sabía que eso tampoco era cierto. Él, lo que realmente era,
era normal, demasiado normal. Inefablemente normal, el más normal
del mundo, el santo patrón de la normalidad y por tanto, incapaz
de asumir ningún papel, ni tan siquiera en el teatro de la escuela.
Pero esta debilidad psicológica todavía no se había
manifestado plenamente. Lo único que en aquel momento le angustiaba
era tener que elegir el papel en “Caperucita Roja” obra teatral
del Instituto Fernán Núñez.
Despertó violentamente, como quien despierta de una pesadilla.
Empapado en sudor, Ramón comprobó con alivio que estaba
en su cuarto, al lado de Aguamarina su mujer (lo se, es cursi pero su
padre tuvo siempre debilidades de poeta y esta no fue la peor). Era 16
de diciembre de 2004 y esa noche, después de treinta años
volvía a reencontrarse con los compañeros del colegio. No
se habían vuelto a ver desde entonces y seguramente no se reconocerían,
o quizás sí, pero sin duda era el motivo de tan extraño
sueño. Mientras se afeitaba tratando de reconocerse en el vaho
del espejo, Ramón recordó su papel en aquella obra infantil:
tramoyista.
José de la
Sota
Caperucita
A las dos les gustaba especialmente el cuento de antes
de dormir. Elvira se acurrucaba entre las sábanas y Mamá
se sentaba en el borde de la cama. Quizás fuese la penumbra de
la habitación, quizás el cansancio acumulado, el caso es
que ambas se perdían entre los personajes y vivían con intensidad
el momento.
Caperucita estaba asustada, los ojos expresivos de la niña miraban
fijamente y con un hilo de voz exclamó: - Abuelita, abuelita, ¡qué
orejas tan grandes tienes!.
- Son para oírte mejor – respondió el lobo.
La pequeña asió las sábanas con fuerza. Los colmillos
del lobo parecían realmente afilados: - Abuelita, abuelita, ¡qué
dientes tan grandes tienes!
- Son para comerte mejor, ÑAM.
Y de un bocado el lobo se tragó a Caperucita.
Pero entonces… cuando todo parecía perdido… llegó
el cazador y le hizo cosquillas, cosquillas al lobo. Y con las carcajadas,
el lobo se atragantó y tosió y tosió. Y tosió
y madre e hija salieron despedidas del cuento.
“Colorín colorado…” concluyó la madre,
orgullosa de haber encontrado un final un poco menos cruel.
Mamá – susurró la voz de Caperucita – y lo de
la escopeta, ¿cuándo sale?
Sonia Condes
Ni tan abuela, ni tan lobo
Aquella mañana se puso lo más cómodo
que tenía para pasarse el día montando en bici. Un pantalón
de chándal y una sudadera roja con capucha, era la mejor vestimenta
para ir de un lado a otro con la bicicleta orgullosamente heredada.
Cuando estaba casi apunto de salir, su madre le tiró
de la capucha y le recordó que tenía que ir a ver a su abuela,
que vivía a pocas calles de la suya.
Le había preparado algo caliente, comida recién hecha y
un tarrito de miel con limón para el catarro que no había
terminado de curar.
Lo guardo todo en la mochila de flores de Valentina y ella marchó
al trabajo.
A Valentina no le hacía gracia ir precisamente en sábado
a ver a su abuela, primero porque era sábado y además porque
aquella anciana no se parecía en nada a la del cuento.
Pero mochila en mano, fue bajando de dos en dos las escaleras del portal,
canturreando de calle en calle hasta llegar a su destino, calle castaño
nº 2.
La casa de su abuela no le había gustado nunca, olía rancio
y estaba decorada con colores chillones y discordantes. Siempre estaba
desordenada y nunca había dulces ni postres ricos de esos que hacen
las abuelitas tiernas de pelo blanco.
Llamó un par de veces hasta que la puerta se abrió.
Aquel día estaba más vieja y fea que de costumbre. Vestía
una bata de flores con escote hasta el canalillo. Unas chanclas que dejaban
ver sus dedos retorcidos adornados con uñas rojas a medio pintar.
El maquillaje de sus ojos y aquellos enormes aros dorados en las orejas,
resaltaban aun más cada rasgo de su enorme cara, haciéndolos
parecer considerablemente más grandes.
Cogió los carrillos de Valentina entre sus angulosas manos de uñas
largas y de nuevo rojas, para plantarle un beso blando y sonoro.
El aliento le olía a tabaco y el carmín de los labios había
quedado marcado en la blanca piel de Valentina. Acto seguido volvió
al sillón de donde se había levantado entre toses y gargajos
para abrir la puerta.
La habitación estaba impregnada de un humo espeso y sucio que salía
del cigarro, aparcado en el cenicero junto a un montón de colillas.
En ese momento a Valentina le hubiera gustado que apareciera
el leñador del cuento para matar al lobo en el que se estaba convirtiendo
poco a poco, su abuela.
Covadonga González
Caperucita y el viento
Mama le habia regalado una capa de caperucita roja y
obligó a Alfredo y a Chico a jugar con ella.
El olivar era hoy un lugar peligroso. En él acechaban dos lobos,
uno su hermano Alfredo , perverso, y el otro Chico directamente el demonio.
Pero Sara llevaba un arma secreta en la cestita, una caca de perro envuelta
en papel de plata.
tralaralarita, voy con mi cestita.
Sara hace como que camina despreocupada,
pero en realidad sus ojos van atentos para descubrir al lobo agazapado
tras un arbol.
lalaralarita, llevo cosas muy ricas,
que hará si le atacan los dos a la vez?
tralaralarita a casa de mi abuelita
canturrea bajito para así poder oir a los lobos.
Nada, no se oye una mosca,solo el viento en los árboles y la cancion
de caperucita, cantada cada vez más alto.
tralaralarita, doy otra vueltecita
Quiza los lobos la engañaron y ni siquiera estan alli.
Aquella tarde no aullaron los lobos en el olivar, y la cancion de caperucita
se fue extinguiendo
Aquella tarde caperucita lo consiguió, llego sana y salva a casa
de la abuelita, y descubrió que aquel juego sin un buen lobo al
acecho era eso, una caca de perro bien gorda, como la que ella aun llevaba
en su cestita.
Cuca Escribano
CUIDADO CON LAS APARIENCIAS
Anochecía y Ana iba paseando por el bosque, cuando
encontró a uno de sus alicientes macho convertido en un caperucito
rojo. Llevaba puesta una sudadera roja, con gorro incluído. Parecía
fuerte, guapo, simpático, resultaba muy atractivo. Ana, ingenua,
aceptó ir con él a casa de su abuelita, dónde por
supuesto no había nadie. Chingaron y Ana se enamoró perdidamente
de él. Cada noche Ana salía en su busca, pero caperucito
no aparecía. Se lo había tragado el bosque. Una noche, a
Ana se le cruzó en el camino un lobo feroz. Pese a su temida apariencia,
el lobo, se convirtió en uno de sus mejores amigos, capaz de hacerle
olvidar al gilipollas del caperuzo rojo.
Gori Velasco
Claudio y Caperucita
¡Vamos, sal de ahí!
Claudio estaba aturdido. La luz le cegaba. ¿Dónde estoy?
¡Rápido, sal del vientre del lobo! Ese leñador está
a punto de llegar.
Dos voces con fuerte acento alemán le hablaban. Empezó a
tomar consciencia y se percató de que le rodeaban elementos viscosos
y malolientes.
Willy, ayúdale a salir, yo acabaré de traer las piedras.
Una mano asió la suya y le atrajo hacia sí.
En unos instantes estaba fuera. Ciertamente había salido del vientre
de una bestia dormida.
Jack, ya está fuera, date prisa.
¿Jack?, ¿Willy? ¿Quiénes eran esos dos hombres
vestidos de levita?
Somos los hermanos Grimm y estamos cambiando el cuento. Le dijo mientras
le limpiaba de forma torpe la capa roja que le cubría.
Retazos de memoria comenzaron a acudir a su mente. Las fauces del lobo,
la visión de una anciana arrebujada en la cama. La chimenea encendida.
Una vez que sus ojos se acostumbraron a la claridad reconoció la
habitación. ¡Era la misma en la que había sido devorado!
Jack y Willy seguían con sus frenéticas actividades cuando
advirtió la presencia de una niña con trenzas rubias que
gimoteaba escondida detrás de la mecedora.
La recordaba, era caperucita, su hermana.
Jack acabó de amontonar las piedras al lado de la cama y sacudiéndose
las manos se dirigió a Claudio.
Mira que eres tonto.
Te dejas comer por este animal y la gloria se la lleva tu hermana.
El viejo Perrault, ese gabacho cuentista, pensó que era mas comercial
que muriera una niña tierna y angelical.
Le vino la visión de Caperucita recogiendo flores en el prado;
¡Venga!, Caperucita no te entretengas, la abuelita nos espera.
Bastante te has entretenido antes con ese horrible lobo ¿Qué
habéis hablado?
Nada que te interese, tontorrón.
Willy, que sacaba una gran aguja de su zurrón añadió;
Los niños llevan llorando por Caperucita casi cien años.
Aunque esta mocosa no se lo merece, vamos a arreglar esto.
Se dirigió a la aterrorizada niña;
Ahora te toca a ti. Métete dentro del lobo, también está
tu abuelita. Caperucita se negó.
No seas miedosa. Para pactar con el lobo no tuviste reparos. Vendiste
a tu abuela y a tu hermanito a cambio de ser famosa para siempre. ¡Que
buen montaje!
En ese instante Claudio recordó el momento en el que, después
de tirar de su hermana durante un buen rato, llegaron a la puerta de la
casa de su querida abuela. Caperucita le instó a entrar solo (siempre
llevaba la voz cantante) Se excusó con que tenía que recoger
mas flores para la abuelita (¿mas aún?). Cubrió a
Claudio con su capa roja y le endosó la cesta. Guárdame
esto y entra tú, yo voy enseguida.
Mientras Claudio volvía de sus recuerdos Jack y Willy agarraron
a Caperucita, le colocaron la capa roja y entre arañazos y pataleos
la metieron en el hediondo vientre.
Entonces lo recordó todo. La extraña actitud de su abuela,
su ronca voz. Las incoherentes respuestas a las asustadas preguntas de
Claudio ante esa fisonomía tan delirante. ¡Para oirte mejor!
¡Para verte mejor! Y luego un pavoroso… ¡Para comerte
mejor! que le paralizó.
El resto era negrura y pánico hasta que se fue quedando…
¿muerto? ¿dormido? ¿aletargado?
Mientras Willy cosía la enorme panza, Jack le decía a Caperucita;
No te asustes, el leñador está a punto de llegar, le hemos
engatusado, es muy simple y no notará nada.
Pensará que os ha salvado a ti y a tu abuelita y será el
héroe de los niños a partir de ahora. Abrirá otra
vez y… ¡zas! os sacará.
Esta bestia tendrá su merecido ¡Jajaja! Se irá al
fondo del río con todas estas piedras en la tripa.
Caperucita cesó en su lucha. Solo se oía un leve gemido.
Claudio estaba mudo. Todo iba tan rápido. Hizo un gran esfuerzo
y al fin le salió la voz;
¿Y yo? Si no aparezco en el cuento antiguo, menos aún apareceré
en el nuevo.
Los Grimm se miraron y sonrieron. Ya estaban relajados, casi todo estaba
hecho. Abrazaron a Claudio y le dijeron;
Pobre Claudio, ¡que incauto has sido! Pero no te apenes, tendrás
tu momento. Estamos pensando en un nuevo cuento para ti y tu hermanita.
Eso sí, os cambiaremos el nombre. Seréis… Hänsel
y Grettel… Vámonos ya.
Todos Miraron al lobo imaginando a Caperucita y la Abuelita dentro…¡Aufwiedersehen
meinen damen!
Salieron los tres de la casa.
Mientras se alejaban el niño volvió la cabeza. Un hombre
fuerte y tosco derribaba la puerta con un hacha.
El cuento renacía…
Javier
Vassallo
TONI, PERICO, CAPERUCITA CECILIA Y UN LOBO MUY
TONTO
Se suponía que era su amigo. Su mejor amigo. Pero
Toni lo odiaba. Marcos era de su misma edad, pero más
grande, más fuerte y, sobre todo, muy competitivo.
Siempre intentaba derrotar a Toni. En cualquier
terreno. En los juegos, en los estudios, en el
deporte. Incluso en el amor. Toni odiaba a aquel
supuesto amigo que había venido impuesto por las
buenas relaciones familiares entre sus padres.
Un día, por navidades, en la catequesis a la que
los niños acudían inevitable y casi imperceptiblemente
cada domingo, les anunciaron que habría una
representación de Caperucita Roja. Sería todo un
acontecimiento social en aquella pequeña ciudad de
provincias en la que apenas solía ocurrir nada
extraordinario.
Toni fue uno de los elegidos. Su supuesto amigo,
Marcos, también. Además, el papel de Caperucita se lo
adjudicaron a Cecilia, una de las hermanas de Toni.
Cecilia, tan rubia, con sus bucles dorados cayéndole
sobre los ojos.
A Toni no le tocó un papel muy lucido. Sería
uno de
los dos cazadores. Su amigo Perico, éste sí, amigo de
verdad, sería el otro cazador. Marcos haría el papel
de lobo.
Toni y Perico llevarían sendas escopetas de
perdigones. Tendrían una intervención muy breve, al
final. Cuando el lobo Marcos se abalanzara sobre
Caperucita Cecilia, aparecerían ellos dos, escopeta en
ristre, y abatirían al odioso animal. ¡Bien!
Las escopetas de Toni y Perico, por supuesto, no
llevarían balines. Dispararían tan sólo aire
comprimido.
El día de la representación Toni se puso
su traje
de cazador, su sombrero -con pluma incluida-, cogió la
escopeta y se metió en el bolsillo varios perdigones.
La obra transcurrió con normalidad. Caperucita
Cecilia estaba deliciosa vestida de rojo. El lobo
Marcos, oculto bajo su disfraz, deambulaba torpemente
sobre el escenario. Sus ojos no coincidían con los
agujeros del disfraz y apenas veía dónde ponía los
pies. Se acercaba el momento. Perico y Toni, entre
bastidores, preparaban sus armas. Para matar al lobo.
Una muerte ficticia, claro. Toni se palpó el bolsillo.
Allí estaban los balines. Perico cargó su escopeta. Y
Toni la suya. En el escenario se oyó un aullido y el
grito de una niña. Era el momento de salir.
Toni y Perico irrumpieron en el escenario como una
exhalación, hicieron sonar sus armas y el lobo cayó al
suelo, inerte. Fin de la representación. Caperucita,
la abuelita y los cazadores saltaban en corro,
alrededor del cuerpo del lobo Marcos, que no se movía.
Una canción, a través de la megafonía, celebraba
el
final feliz del cuento. Pero el lobo seguía sin
moverse.
Habían pasado dos días. Era casi la hora
de la
comida en casa de Toni. La hora también de hacer la
colada. La madre de Toni le llamó, a gritos, como era
habitual: "¡Toni! ¿Qué es esto que llevabas en
los
bolsillos del pantalón del disfraz?". "Ah, ¿esto?",
preguntó Toni con la más inocente de sus miradas. "Son
perdigones. Déjame, que ya los recojo yo, por cierto,
¿cómo sigue Marcos?". "¿Marcos? Creo que
está mejor de
la lipotimia. No sé cómo pudieron meterle en aquel
disfraz en el que no podía ni respirar. ¡Pobre chico!"
Toni sonrió, recogió sus perdigones y pensó
que,
después de todo, quizá no tendría que utilizarlos
nunca.
Jose
María Mejorada
El lobo
Rulo escuchó atentamente. Al final fue su abuela
la que se quedó profundamente dormida sin poder terminar el cuento.
El niño no pegó ojo en toda la noche. De madrugada, le quitó
las trenzas doradas a la muñeca de su prima Diana y se las puso
debajo del chubasquero rojo de la niña. Agarró una estaca
y se alejó en dirección al bosque. En el primer cruce de
caminos de la pinada se paró, se sentó junto a unos matorrales
y esperó.
Las horas pasaron y a Rulo se le empezaban a pegar los párpados.
La idea de que el Lobo se lo encontraría dormido y que fuera fácilmente
engullido le impelía a volverlos a abrir. Pero el sol de verano
trepó implacable por encima de los árboles y se asomó
por sus copas para calentarle la cabeza y hacerle caer por fin rendido.
Y hete aquí que acertó a pasar por el lugar Don Braulio,
vecino de los Kardo, que al ver al pequeño arrugado y enredado
en su estaca, pensó en lo preocupada que debía estar su
abuela y lo bien que haría enseñándole al pobre Rulo
el camino de vuelta a casa. Se acercó despacito y al tocar suavemente
las mejillas, el niño abrió los ojos sobresaltado. Recortado
por el sol, Rulo descubrió como una maléfica figura amenazante
estaba a punto de zampárselo. Y si no era la silueta de un lobo,
se le parecía mucho ya que el bueno del anciano llevaba sombrerete
de dos plumas, abrigo de piel y colgando del cinto, un enorme trapo que
Don Braulio utilizaba para sacar lustre a las setas antes de meterlas
en la cesta, pero que a contraluz hacía perfectamente de rabo.
Rulo no dudó ni un segundo y le sacudió un tremendo estacazo
en la cabeza. Como aquella figura aún se mantenía erguida,
todavía pudo recibir tres o cuatro o diez más, cada vez
con fuerza e ímpetu renovadas.
De poco le valieron los millones de excusas que le ofreció la abuela
al recibir al niño. La hemorragia no cesaba y sujetándose
la frente con un pañuelo, marchó D Braulio directo a Urgencias.
A Rulo le terminó de leer el cuento la abuela esa misma noche y
esta vez sí que durmió. Durmió a pierna suelta ahora
que sabía que un cazador había vengado la muerte de aquella
dulce abuelita. La abuela, la suya, sonrió al verle apaciguado
y todavía, antes de perderse en nuevos sueños, le dedicó
unos segundos de sus pensamientos al bueno del vecino. Pensó preocupada
si después de la paliza recibida, Don Braulio seguiría dándole
caramelos y llevando al bosque a pasear a su nietecita Diana, de tan solo
10 años. Era comprensible que ahora le diese miedo. Una pena, la
quería tanto.
Luis Guridi
PASO-DOBLE DE CAPERUCITA SIN LOBO II
Caperucita corría por una plaza de toros. Y ella
se reía cada vez que la veía asomar desde el televisor.
Le entraba una risa histérica. ¿Por qué le hacía
tanta gracia? A su madre le encantaban las corridas de toros. Pero a ella
no. Desde que murió su perra, a Africa la caída de cabeza
del toro en el centro de la plaza, siempre le recordaba a la Cuca. ¡¡Y
eso que era un chucho pequeño y marrón!! ¡¡nada
que ver con un toro!!! Pero había algo en la nobleza de aquel animal
tan grande que evocaba la inocencia de todos los animales. Al menos para
Africa. Por eso, ver a Caperucita roja en mitad de un coso taurino, le
hacía gracia. No había que matar al toro. Tampoco había
lobos agresivos y montaraces. Solo ella, atravesando la plaza, confundida,
equivocada. Con su cestita colgando trémula del brazo, mientras
a su espalda sonaba el bramido de un toro bravo. Removía el albero
con dos decididas patas que ya eran el preludio de una desenfrenada carrera
en pos del rojo capote al viento…¡¡Qué bueno!!.
Y caperucita como atolondrada, ajena a todo "tralaralará",
cantaba…
? ¡¡¡Corre, corre Caperucita, que viene el toro!!!!
Decía Africa, y le daba palmadas a su hermana Esther mientras el
pan untado con nocilla se resecaba encima del plato.
Era la hora de la merienda, y siempre, cada tarde, al volver del cole,
entre los dibujos y el concurso, ponían el anuncio de Caperucita
andando feliz sobre la plaza. Lo había visto ya un montón
de veces, pero siempre se reía y siempre, acababa previniendo a
gritos a la pobre Caperucita para que se retirara, porque el toro le iba
a dar caza. Pero el anuncio siempre se detenía ahí. Ella
esperaba cada tarde con la confianza renovada, en que, ese día,
pondrían el resto de la historia. Se le escapaba el detalle de
que no era una película, ni un cuento; se trataba de un anuncio.
Que hablaba de computadoras y marcas. Esther compartía con Africa
su entusiasmo, pero, más sensata, le decía.
? Es mejor no saber cómo sigue. Seguro que no le han puesto final
porque les da pena la pobre caperucita. Quieren salvarla- Decía
mientras iba abriendo sus cuadernos del cole para hacer los deberes.
? Pero, entonces ¿para qué nos tienen aquí pendientes
todas las tardes, Esther? Es un rollo seguir viéndolo si nunca
nos van a contar qué pasa con Caperucita. Y si el toro se apiada.
? ¡¡Qué va Africa, los toros son toros y no hablan
ni se apiadan!!- Decía Esther que era dos años mayor que
Africa y se notaba.
? Pues entonces, si no van a poner nunca la segunda parte de la historia
de caperucita en la plaza yo ya no voy a luchar por ella. Dejaré
de avisarle cuándo llega el toro y dejaré de animarla.
Se metió de un bocado furioso todo el pan con nocilla. ¿Cómo
no se le iba a hacer bola? ¡¡Menuda estafa!! – pensaba
mientras daba vueltas a la comida dentro de su boca apretada.
May Gañán
SOY EL LOBO
Hola, yo soy el lobo del cuento de Caperucita., y os
confieso que esa cría, además de estúpida, era una
lianta y una gran mentirosa y para que os lo creáis os voy a contar
el verdadero cuento que por desgracia..... yo viví...
Estaba yo como todos los días, dando mi vuelta matinal...., si,
yo soy, bueno era un lobo deportista y muy sano, no me alimentaba de animales
enfermos.... y menos de humanos.... comen muchas porquerías, y
tienen un corazón duro.... y eso a mi, no me gusta, bueno como
iba diciendo.... Iba yo caminando por mi sendero habitual cuando escuché:
._ Una linda flor para la abuelita...... ¡Y un lindo cardo.... ¡Para
que te pinches abuelita!
-_ Otra linda flor para la abuelita... ¡ Y otros 100 lindos cardos
para que te pinches ancianita!!!
Me escondí para que no me viera... ya que pensé que podría
asustar a la dulce niña con rubios bucles y carita angelical, cuando
de repente....
Sr Lobo, sr lobo... me podría ud ayudar? Soy una pobre niña
que lleva comida y lindas flores a su abuelita... que está enferma,
muy enferma.... muy muy enferma...
Lobo: Niña, casi todos son cardos.....
Cape: Mierda! Pues eso....... estaba yo cogiendo lindos cardos para mi
abuelita... y me he perdido... me podría ud acompañar ya
que es muy aburrido ir sola y así me cuenta cuantas personas se
ha comido ud? Y si es ud el mismo lobo tonto de los cerditos? Y cuantas
ovejas ha matado ...... y............. si está como casi todos
los animales en extinción....
Linda niña, yo no como personas, yo no soy el lobo tonto de los
cerditos y si, estoy en periodo de extinción y te debería
dar miedo... pero como veo que no es así... te acompañaré
a casa de tu abuelita....
Cuando ya llegamos a casa de la abuelita... estaba mareado de tanta conversación...
y no me fijé en la gran mansión de la pobre abuelita...
ni en los criados..., jardines, piscinas, pistas de tenis, squash, y en
la gran variedad de coches de lujo aparcados en la puerta....... Ni siquiera
me fijé en la cantidad de fotógrafos que estaban apostados
en la carretera!!!!!!!!!
Caperucita me invitó a entrar, me dirigió por el florido
sendero.... directo al interior de la casa... buscó a su abuelita....
la encontró, la dio con un jarrón en la cabeza..... la tiró
por las escaleras abajo.... y cuando ya se cercioró que la abuelita
estaba muerta...
Me adelantó la muy............... dejándome boquiabierto,
asustado y sin saber que hacer.... de un empujón abrió el
gran portalón y empezó a chillar.... ¡¡¡¡
El lobo, el lobo!!!!!!!!!! El lobo se está comiendo a la abuelita...
¡!!!!!!!!!!! Que llamen a los cazadores y que le maten!!!!!!!!!!!!
.... Socorro!!!!! Nos va a comer a todos!!!!!!!!!!
Eso si, después llegaron los cazadores... se encontraron a la abuelita
caput en el suelo... y a la pobre caperucita llena de dolor.... a sus
pies.........
Y claro, la niña contó LO QUE LE DIO LA GANA!!!!
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