TODOS
LOS CUENTOS HASTA FEBRERO 2005 ESCRITOS POR JAVIER VASSALLO
Y PROTAGONIZADOS POR CLAUDIO EN PDF
INFANCIA
Me permito recomendar de esta época POR
AMOR A MARÍA y EL NEGRITO
No empecemos aún.
Claudio estaba adormecido. Despertaba, pero,
¿de que despertaba? No había recuerdos anteriores.
Había cierta consciencia… Esto empieza.
La penumbra, que ya presentía que se iría aclarando
poco a poco, lo rodeaba. ¡Que placentera esa luz tenue!
De alguna manera sabía que era el comienzo de momentos
mas nítidos, pero daba cierta pereza arrancar. Sintió
sed y en ese momento apareció esa figura que iba a estar
a su lado siempre. Llevaba en la mano un vaso alargado y panzudo…¡Que
vaso mas elegante! pensó, cuando desconocía lo
que era un vaso y mas aún lo que era un vaso elegante.
Toma, es un batido de chocolate, duérmete.
Bebió el néctar y volvió a dormirse…
El principio podía esperar un poco mas.
Por respeto a María
Probablemente era el mes de María, aunque
no necesariamente.
Tienen ustedes que dibujar una imagen de la Virgen. Poco antes
Don Alberto, proyectando filminas en una gran pantalla, había
ilustrado la clase con imágenes de Nuestra Señora.
Claudio enseguida eligió el modelo en el que inspirarse.
Murillo. Don Alberto había hecho comentarios acerca del
amaneramiento de las famosísimas Inmaculadas. Esto no
le arredró.
Abrió el cuaderno de cuadrícula grande y se puso
manos a la obra. Al principio la figura tenía cierta
armonía, pero todo se vino abajo al dibujar la cara.
Claudio había empezado con el fervor propio de un catecúmeno,
pero cada nuevo trazo era mas desastroso que el anterior. La
goma Milán no arreglaba el desaguisado, al contrario,
el papel cada vez estaba mas delgado y color ala de mosca.
¡Dios mío, que fea me está saliendo La Virgen!
Fue a arreglar la nariz y el lápiz atravesó el
papel. No había nada que hacer…
Empezó a preocuparse. Estaba ofendiendo a María
y a toda la Corte Celestial. En ese momento hizo algo que estropeó
aún mas las cosas. De reojo miró la imagen que
había dibujado Cavero, su compañero de pupitre.
Esa melena dorada, esos destellos., el manto azul. Era preciosa.
¡Y ya la tenía acabada!
Cerró el cuaderno, no podía continuar. Casi al
instante sonó el timbre. Hora de comer. Fué como
una tregua.
Estuvo obsesionado durante toda la comida. Sabía que
el dibujo estaba echado a perder y que repetirlo sería
inútil. Vale, no cumpliré con Don Alberto. Pero…¡hacerle
esto a La Virgen!
Tuvo entonces la idea genial. Se fue a la Iglesia del colegio.
Era jueves y había confesiones durante todo el día.
Sin duda había que preparar el alma para La Misa del
fin de semana.
Se sentó en un banco y miró los confesionarios.
Estaban el Padre Zugasti y El Padre Landero. Sin duda prefería
al último, pero, otra fatalidad, estaba ocupado. Bueno,
tendrá que ser con El Padre Zugasti, el cascarrabias.
Ave María Purísima.
Sin Pecado concebida. Dígame Trevélez
Fue una de las primeras veces en su vida en que fue al grano.
No intentó inventarse pecados veniales. Los mortales
solo los conocía por lo que decía el catecismo.
Ahora tenía algo por lo que confesarse con todas las
de la ley.
Padre he dibujado a La Virgen y me ha salido espantosa, además
no sé como arreglarla… dijo al borde de las lágrimas.
Las palabras del chico despertaron al Padre Zugasti del sopor
digestivo. Incluso de ese sopor vital que le tenía aletargado
desde hacía mucho tiempo. Estaba harto de confesiones
pueriles. Se preguntaba a menudo si aquello que le movió
a entrar en el seminario tenía algo que ver, aunque fuera
de forma remota, con sus cometidos actuales.
Evidentemente la confesión de Trevélez y su preocupación
por haber pecado contra la Madre de Dios se alineaba bastante
con esa vivencia mojigata de la religión que muchos de
sus colegas fomentaban y él tanto detestaba.
Sí, todo esto era cierto, pero la contemplación
del mocoso atormentado le llegó a lo mas hondo, enterneció
su coraza… ¡Estos cabrones, a veces te emocionan!
No notó el leve suspiro del Padre ni la ligera humedad
en los párpados cuando le instó a marcharse sin
imponerle ninguna penitencia. Márchese Trevélez…
ya aprenderá a dibujar…La Virgen aprecia de sobra
su empeño.
Claudio se marchó feliz. ¿Podía
desear más?
El Padre había atenuado, casi eliminado su pesar. No
recibió reprimendas incomprensibles y La Virgen no se
había molestado.
Solo un resquemor empañaba su exultante alegría…¿Aprendrerá
algún día a dibujar?
El Jaguar-E
Claudio prefería cualquier cosa antes
que jugar al fútbol. Durante los recreos, entre balonazos,
caminaba por los extremos del patio. Casi siempre tenía
algún compañero que le acompañaba en su
disparidad.
En esa comunidad heterodoxa había sus alternativas. El
trueque de cromos era una las preferidas de Claudio…Dos
repes por uno nuevo.
Aquel frío noviembre estaba enfebrecido con su colección
de coches. Disfrutaba todas las tardes pegando los cromos conseguidos
durante el día. Cuatro puntitos de pegamento Imedio y…
¡Al Album!. El arcaico Ford T, un Chevrolet Impala de
formas siderales, Los Alfa Romeo…
Sin embargo había cuadros en blanco que se resistían
tozudamente a ser ocupados. Ni las continuas compras en el kiosco,
dilapidando la paga. Ni los cambios en el colegio. No había
manera. Nunca acabó la historia del arte, ni el atlas,
ni el precioso y coloreado álbum de ciencias. Sencillamente…
algunos cromos no existían. El escriba sentado, Bélgica
Holanda y una parte de Francia, El oso panda o la planta carnívora
atrapamoscas. Todos eran inalcanzables.
Poco a poco se iba haciendo a la idea de que no todo se podía
conseguir. Y me temo que esto es el solo el comienzo.
La página 14 le tenía obsesionado. Solo faltaba
el cromo central. Entre Ferraris y Lamboghinis había
un recuadro negro con una leyenda debajo… JAGUAR E (GB)
1971
El ya conocía ese coche. Las formas redondeadas, las
impresionantes aletas delanteras el kilométrico capó,
las preciosas ruedas de radios cromados o el escueto maletero.
Se moría de ganas de ver el cromo que lo mostraba. ¿De
que color será? ¿verde oscuro?, ¿amarillo?
Y con estos pensamientos acababa dormido todas las noches.
Sin embargo había días gloriosos. Aquél
jueves había tenido suerte. Planelles, tan despistado
como siempre, le había puesto en bandeja ese tesoro.
¡Y solo le había costado dos repetidos!
En un vistazo comprobó el color marrón oscuro
y los faros con trucados destellos, tenía una gran raya
central, era un modelo de rallye. Eso le gustó menos.
Aún así, estaba loco de contento.
Sonó el silbato anunciando la vuelta a clase. En ese
momento aparecieron los temibles mayores en forma de amenazante
pandilla.
A ver Trevélez, ¿Qué tienes ahí?
Faveiro, el mayorzote que llevaba la voz cantante acompañó
su prepotente pregunta con un manotazo. Los cromos cayeron al
suelo.
Claudio se agachó rápidamente para recuperarlos.
Sus uñas rasparon contra el suelo y salió corriendo
con lo que pudo. No era cuestión de quedarse cuando los
otros empezaban a cascarle.
En clase, con la respiración entrecortada aun, se atrevió
a revisar los restos del botín.
Iba pasando rápidamente los cromos. ¿Estará?
¡Por Dios que esté!
Casi se echó a llorar mientras Don Agustín intentaba
explicarles la suma de quebrados. Sus temores se confirmaron…
¡No está el Jaguar E!
Ahora el presentimiento se convirtió en certeza. La página
14 quedaría siempre incompleta.
Claudio y Caperucita
¡Vamos, sal de ahí!
Claudio estaba aturdido. La luz le cegaba. ¿Dónde
estoy?
¡Rápido, sal del vientre del lobo! Ese leñador
está a punto de llegar.
Dos voces con fuerte acento alemán le hablaban. Empezó
a tomar consciencia y se percató de que le rodeaban elementos
viscosos y malolientes.
Willy, ayúdale a salir, yo acabaré de traer las
piedras.
Una mano asió la suya y le atrajo hacia sí.
En unos instantes estaba fuera. Ciertamente había salido
del vientre de una bestia dormida.
Jack, ya está fuera, date prisa.
¿Jack?, ¿Willy? ¿Quiénes eran esos
dos hombres vestidos de levita?
Somos los hermanos Grimm y estamos cambiando el cuento. Le dijo
mientras le limpiaba de forma torpe la capa roja que le cubría.
Retazos de memoria comenzaron a acudir a su mente. Las fauces
del lobo, la visión de una anciana arrebujada en la cama.
La chimenea encendida.
Una vez que sus ojos se acostumbraron a la claridad reconoció
la habitación. ¡Era la misma en la que había
sido devorado!
Jack y Willy seguían con sus frenéticas actividades
cuando advirtió la presencia de una niña con trenzas
rubias que gimoteaba escondida detrás de la mecedora.
La recordaba, era caperucita, su hermana.
Jack acabó de amontonar las piedras al lado de la cama
y sacudiéndose las manos se dirigió a Claudio.
Mira que eres tonto.
Te dejas comer por este animal y la gloria se la lleva tu hermana.
El viejo Perrault, ese gabacho cuentista, pensó que era
mas comercial que muriera una niña tierna y angelical.
Le vino la visión de Caperucita recogiendo flores en
el prado;
¡Venga!, Caperucita no te entretengas, la abuelita nos
espera.
Bastante te has entretenido antes con ese horrible lobo ¿Qué
habéis hablado?
Nada que te interese, tontorrón.
Willy, que sacaba una gran aguja de su zurrón añadió;
Los niños llevan llorando por Caperucita casi cien años.
Aunque esta mocosa no se lo merece, vamos a arreglar esto.
Se dirigió a la aterrorizada niña;
Ahora te toca a ti. Métete dentro del lobo, también
está tu abuelita. Caperucita se negó.
No seas miedosa. Para pactar con el lobo no tuviste reparos.
Vendiste a tu abuela y a tu hermanito a cambio de ser famosa
para siempre. ¡Que buen montaje!
En ese instante Claudio recordó el momento en el que,
después de tirar de su hermana durante un buen rato,
llegaron a la puerta de la casa de su querida abuela. Caperucita
le instó a entrar solo (siempre llevaba la voz cantante)
Se excusó con que tenía que recoger mas flores
para la abuelita (¿mas aún?). Cubrió a
Claudio con su capa roja y le endosó la cesta. Guárdame
esto y entra tú, yo voy enseguida.
Mientras Claudio volvía de sus recuerdos Jack y Willy
agarraron a Caperucita, le colocaron la capa roja y entre arañazos
y pataleos la metieron en el hediondo vientre.
Entonces lo recordó todo. La extraña actitud de
su abuela, su ronca voz. Las incoherentes respuestas a las asustadas
preguntas de Claudio ante esa fisonomía tan delirante.
¡Para oirte mejor! ¡Para verte mejor! Y luego un
pavoroso… ¡Para comerte mejor! que le paralizó.
El resto era negrura y pánico hasta que se fue quedando…
¿muerto? ¿dormido? ¿aletargado?
Mientras Willy cosía la enorme panza, Jack le decía
a Caperucita;
No te asustes, el leñador está a punto de llegar,
le hemos engatusado, es muy simple y no notará nada.
Pensará que os ha salvado a ti y a tu abuelita y será
el héroe de los niños a partir de ahora. Abrirá
otra vez y… ¡zas! os sacará.
Esta bestia tendrá su merecido ¡Jajaja! Se irá
al fondo del río con todas estas piedras en la tripa.
Caperucita cesó en su lucha. Solo se oía un leve
gemido.
Claudio estaba mudo. Todo iba tan rápido. Hizo un gran
esfuerzo y al fin le salió la voz;
¿Y yo? Si no aparezco en el cuento antiguo, menos aún
apareceré en el nuevo.
Los Grimm se miraron y sonrieron. Ya estaban relajados, casi
todo estaba hecho. Abrazaron a Claudio y le dijeron;
Pobre Claudio, ¡que incauto has sido! Pero no te apenes,
tendrás tu momento. Estamos pensando en un nuevo cuento
para ti y tu hermanita. Eso sí, os cambiaremos el nombre.
Seréis… Hänsel y Grettel… Vámonos
ya.
Todos Miraron al lobo imaginando a Caperucita y la Abuelita
dentro…¡Aufwiedersehen meinen damen!
Salieron los tres de la casa.
Mientras se alejaban el niño volvió la cabeza.
Un hombre fuerte y tosco derribaba la puerta con un hacha.
El cuento renacía…
Tarde una vez mas
Como todos los días contenía
su desazón desde el momento en que salía del colegio.
No podía evitarlo. Seguramente ni siquiera sabía
que se pudiera evitar. Era así y no había mas…
El día no ayudaba. Gris plomo y llovizna. Cuando llegó
a la esquina de sus diarias esperas sus temores se hicieron
ciertos. Su madre no le esperaba.
Cada vez que ocurría era como vivir una nueva angustia.
Se sentía perdido e indefenso.
Por la mañana su madre los había
cargado en el coche a él y a sus hermanos. Como siempre;
la hora pegada a los talones. Mamá, nosotros esta tarde
nos vamos a casa de Monereo. Dijeron sus hermanos mayores. Andrés,
el primogénito, volvió la cara hacia Claudio…¡Tú
no vienes, enano!
Las lágrimas le acudieron a los ojos con la facilidad
acostumbrada. Le daba igual ir a casa de Monereo, es más,
prefería no ir. Al fin y al cabo no le iban a hacer ningún
caso, pero no tener a sus hermanos cerca cuando se acababa el
cole era sin duda peor alternativa. Le aterraba estar solo en
la calle sin ninguna de sus referencias familiares; sus padres,
sus hermanos…
¡Mira!, ya esta llorando otra vez, llorón, eres
un llorón.
¡Niños! No me fastidiéis, y dejad en paz
a Claudio.
Era la voz irritada y algo indiferente de la madre. Surtió
efecto, los niños mayores se callaron.
Las lágrimas de Claudio se disiparon.
¿Pero Mamá, vendrás pronto a por mi?
¡Síííí! Dijo su madre alargando
la i con una voz algo menos indiferente, pero claramente mas
irritada.
Casi había olvidado el incidente mañanero,
pero no olvidaba que estaría angustiado hasta verse recogido,
y allí estaba…solito en la calle.
Se fue a la pastelería próxima a su esquina. La
bamba de crema (una peseta mas barata que la de nata) no le
produjo ningún regocijo. No aplacó esos ardores
que sentía en el estómago cuando se encontraba
en esas circunstancias.
El gris del cielo se iba oscureciendo y las farolas se encendieron,
pero… ¡Qué tenues lucían!. Cada vez
resultaba todo mas lúgubre.
Era una calle estrecha. En su lento circular, los coches y el
ruido de sus ruedas al aplastar el barrillo formado por la lluvia
le daba aun más sensación de frío y desasosiego.
¡Otra vez!… ¡ otra vez! me han dejado solo.
Pensaba en la calidez de su casa; el sofá, la merienda,
la tele. Hasta echaba de menos el feo cuarto de juegos de Monereo
y sus brutos y estúpidos juegos. empezó a gimotear.
La rabia le subía a la cara y las lágrimas le
hacían daño al salir.
Nadie pasaba por la calle. Claudio se sentó en un escalón
del portal 18, el mas cercano. Le daba igual manchar su trenca.
Se llevó las manos a la cara y se entregó al desconsuelo.
Así estuvo lo que le pareció eterno.
Cuando levantó la cabeza vió
los faros amarillos y oyó el conocido ralentí…
¡Era el Dauphine dorado! Una silueta al volante; Su madre.
Corrió al coche. Abrió la puerta trasera y se
introdujo dando un portazo.
Quería protestar, regañar. Pero solo consiguió
un lloro entrecortado.
No he podido llegar antes. Había un atasco tremendo ¡Que
fastidio! La voz seguía irritada, pero de forma distinta
a la de la mañana, mas cansada.
Además tampoco me he retrasado tanto. No llores…
Más lloros
¡Claudio! ya estoy aquí. Enseguida llegamos a casa.
La voz se dulcificó, y mucho.
El Dauphine arrancó, dejó atrás la farolas,
el frío.
No tardó nada en percibir todo lo que le era tan familiar.
La tapicería de cuadros, el ruido de los limpiaparabrisas…estaba
en su mundo otra vez.
Las lágrimas cesaron, pero los involuntarios hipidos
no cejaban tan rápido.
Su madre le miró a través del retrovisor, lo veía
tan menudito, acurrucado en el asiento trasero…allí
estaba, callado y periódicamente zarandeado por leves
espasmos.
Que berrinche se ha cogido hoy. Pensaba.
No era una madre entregada a mimos y complacencias. Odiaba las
blandenguerías que ponían en práctica muchas
otras madres… ¡Que empacho de madres y de hijos,
por Dios! Solía decir al contemplar los excesos de cariño
materno-filiales. Creía que debía ser un poco
mas dura con el niño y no tener tantas contemplaciones.
Pero… aunque los lloros fueran absurdos e injustificados,
ver sufrir a su Claudio…
Dito, ¿sabes lo que haremos mañana? Iremos los
dos a ver Mary Poppins.
El Negrito
Claudio ya sabía volver a casa en autobús.
Casi siempre lo hacía en compañía de sus
hermanos. Estos ya tenían edad para empezar a pisar por
el mundo por ellos mismos y Claudio, mas pequeño, chupaba
del bote de la independencia.
Su madre había accedido;
- Bueno, si tenéis cuidado y os volvéis nada mas
acabar el colegio... ¡Adelante!
Los niños estrenaban su libertad y...¡Menuda liberación
para ella!
La hazaña aumentó el día en que Claudio
se atrevió a volver solo. -Ya eres un hombrecito.
Aquel era su tercer día de expedición en solitario.
Se montó en el 26 con arrogancia, como si lo hubiera
estado haciendo toda la vida;
-Ya soy mayor.
En la parte trasera se apelotonaba una muchedumbre esperando
sacar el billete. Niños del colegio y adultos que le
doblaban la altura. El cobrador, cara aburrida y actitud de
hastío, daba vueltas a la manivela y salía el
billetito blanco con prolijas inscripciones en tinta azul;
-Son tres cincuenta
Buscó en el bolsillo derecho y sacó el dinero.
Entre monedas de cincuenta y diez céntimos; dos pesetas
con diez. Empezó a preocuparse. Buscó en el bolsillo
izquierdo. Una peseta con el rubio acastañado. En total
tres diez. No había mas pesetas ni mas bolsillos. Toda
la arrogancia de Claudio se convirtió en sudor frío.
Se acordó que en su visita diaria a la pastelería,
había elegido el lujoso negrito (Merengue recubierto
de chocolate con base de galleta) en vez del suizo de siempre,
mas sencillo y barato.
Mientras se comió el negrito tenía la vaga sensación
de que algo malo se le avecinaba, no sabía si había
hecho bien las cuentas. Pero ... ¡Estaba tan bueno!
Allí estaba, delante del cobrador y sin dinero.
-Son tres cincuenta
-Solo tengo tres diez.
Puso la calderilla en el tapete. Desde su podio, el envalentonado
trabajador de la E.M.T. contó las monedillas.
-Pues te faltan cuarenta céntimos.
La cara de hastío se ponía iracunda, aun mas fea.
No sabía qué decir, ¿le cuento lo del negrito?
No, sería mas ridículo aún. Ignoraba cuales
podrían ser las consecuencias de su delito, pero en unos
instantes se imaginó todas las calamidades juntas.
-Te faltan los cuarenta céntimos, chaval.
Los niños del colegio se reían y Claudio seguía
sin saber que hacer. No iba a arreglar nada, pero acabaría
llorando, como siempre.
-Yo pongo los cuarenta céntimos, hombre. No le atosigue,
¿No ve que es un niño?
-Tome, aquí los tiene.
Así debía sonar la voz de Dios, Esa imagen de
cabellos algodonosos que tantas veces había visto presidiendo,
desde lo alto, la vidriera de la iglesia. Sin embargo el señor
en cuestión era calvo y con gafas.
-Gracias señor.
-De nada chico. ¡Aprende a ser previsor!
-Sí, Sí, lo haré.
Desde entonces Claudio ha intentado cumplir el consejo de su
salvador.
Pero... ¡Están tan ricos los negritos...!
ADOLESCENCIA
LA VESPINO
Esa noche sabía que no se iba a dormir
así como así. No era por el calor. Quería
disfrutar de su victoria.
Al fin lo había hecho.
En la cena no había puesto atención a las hazañas
que sus hermanos narraban con sus voces varoniles, recién
estrenadas.
No se inmutaba. No sintió esa mezcla de envidia y temor.
Últimamente le repateaba la enumeración machacona
de todas las excursiones que tenían planeadas. O el relato
de los guateques donde iban esas chicas, casi todas con melena
lisa, que parecían mirar al infinito. Y si no miraban
al infinito lo hacían estrictamente a la panda de hombretones
que el verano pasado eran apenas un poco mayores que Claudio.
Solamente algo que dijo Lino le sacó de su ensimismamiento.
- Al pobre Daniel le han rajado las dos ruedas de la vespino.
En la cama, con la única luz de la farola del jardín,
recordaba la cara de reprobación de su padre.
-¿A Daniel? Si es un muchacho buenísimo.
Estaba en esa fase de la noche en la que todo nos parece irreal
y posible, y en la que a su vez intuimos que nada de lo que
pensemos nos servirá al día siguiente.
Era verdad que la pandilla fanfarroneaba con sus motos y que
todos se pavoneaban de haber dejado el cascarón como
lo mas natural del mundo. Ignoraban a Claudio.
-¡Si solo tienen un año mas que yo!
También era verdad que Daniel era un buen chico. El único
que a veces notaba su presencia. Hasta le había paseado
una vez en el sillín de su flamante vespino.
Echaba de menos el verano pasado, cuando todos usaban la BH
para ir a por moras o acercarse al pueblo a comprar pipas.
Ahora Claudio se comía las moras y las
pipas él solito.
No fue premeditado del todo. La siesta era el peor momento.
Cuando la soledad era mas hiriente. La moto estaba aparcada
junto a la verja de los Pepitos (José el abuelo, Pepe
el hijo y el nieto, irremediablemente… Pepito) Estaban
eligiendo la música lenta para el guateque de la tarde
¿Los Brincos?
No se lo pensó. Se fue a por las tijeras
pequeñas de podar. Estaban recién afiladas. Aún
así le costó un triunfo romper la goma. No se
conformó con una rueda.
Lo haría bien. ¡Las dos!.
La sensación fue estupenda, la mejor
tarde del verano. Celebró la epopeya sólo, con
su bici y comiendo moras.
Las chicharras atronaban por la tarde. Ahora,
oía a los grillos, mas comedidos. El ruido se atenuaba,
igual que su euforia. Resonaba la frase...
-¿A Daniel? Si es un muchacho buenísimo.
Claudio dudaba -¿Será así como tengo que
salir del cascarón?
Ya no disfrutaba de su victoria. Entonces se
durmió.
¡Déjeles pasar!
No estaba mal con la raya a un lado. Su voz,
cada día mas ronca, también le ayudaría.
-Ojalá no se me escape ningún gallo... ¡Que
vergüenza!, a veces parezco una niña.
-Bueno, tampoco hay que hablar tanto. A lo mejor ni siquiera
hay que hablar...
En cuanto al atuendo, estaba decidido, se pondría la
chaqueta azul marino de su hermano. Tenía un escudo dorado
en el bolsillo frontal, eso le daba un aire elegante.
-¡Claudio, no vamos a llegar!
Rafa y Carlitos, sus compinches, le llamaban desde la calle.
Ya se marchaba, pero tomó una decisión más.
Se fue al cuarto de baño y se roció con colonia,
pero esta vez no era la colonia a granel para los niños.
Eligió el frasco que usaba su padre, el olor era mas
varonil.
Ya en la calle su aspecto sorprendió a sus amigos;
-¡Uy! Que guapo te has puesto. Seguro que nos dejan pasar.
...
Aquella cara le tenía fascinado desde que la maquinaria
propagandística se había puesto en marcha.
El gigantesco cartel del cine era sobrecogedor. Bajo un bombín
anacrónico aparecía la ya famosa cara, desafiante.
Mas abajo; un gran letrero... LA NARANJA MECANICA. Todo lo que
precedió al estreno había amedrentado a Claudio...
película prohibida, censura, ultraviolencia. Le había
costado decidirse.
Aún quedaba el escollo principal. Bajo el título,
en letras que le parecieron mayor de lo normal, había
otro cartel...Para mayores de 18 años.
Era el tercer cine en el que lo intentaban. En los dos anteriores
les habían echado para atrás.
Una desentendida taquillera les dio las entradas.
-Tres de entresuelo. Son trescientas pesetas.
Ya estaban en la puerta. El cine estaba atestado. Casi sin respiración
le dió las entradas al portero, éste levantó
la mirada, Claudio enseguida percibió que algo iba mal.
-Tus amigos no tienen la edad, tú si quieres puedes pasar.
¡Se dirigía a él!, el mas pequeño
de los tres. La chaqueta de su hermano, la colonia, la raya
al lado. ¿había sido eso o se trataba de algo
mas profundo?
No tuvo tiempo de pensarlo. Aun hoy no se explica como sopesó
tan rápidamente las distintas alternativas; Marcharse
con el rabo entre las piernas, a priori la mas probable, montar
un escándalo, ¿Quién, Claudio? ...
Un sentimiento de confianza le invadió de pronto y su
voz sonó mas grave y natural que nunca. Con expresión
madura, impensable solo unos segundos antes, miró cara
a cara al portero. Mantuvo un silencio, tenso y controlado...
Luego, con superioridad, hasta se podría decir con condescendencia,
dijo una frase insulsa. Nada brillante para lo que se esperaba.
Eso sí, revestida de una seguridad tan aplastante que
resultó irrebatible;
-¡Ande!... ¡déjeles pasar!
...
Sentado entre Rafa y Carlitos, convertido ahora en el héroe
de ambos, Claudio recordaba con regocijo al portero mirando
enfadado a un lado y otro, implorando al cielo, protestando.
Aún así ya estaba claramente convencido. Mejor
dicho... resignado.
La firmeza de Claudio había ganado.
¡Venga! Pasad de una vez... ¡Me cachis! ¿pero,
que tendrá esta película?
Malcolm McDowell con su enorme y ya legendaria pestaña
derecha hablaba y hablaba en un primerísimo plano.
A Claudio ya no le asustaba.
103
Odiaba la química. Era de las cosas
que tenía claras. Ojalá se hubiera dado cuenta
de que también odiaba la física, las matemática,
etc. Así al menos habría sido mas fácil
hacer un frente común contra eso de “ser de ciencias”.
Pero no, el odio se centraba solo en la química. Tanto
la orgánica como la inorgánica, que mas da, -Son
las dos un asco.
-Cinco minutos mas y me pongo a estudiar para el examen de mañana.
Son ya las once y no he hecho nada.
De cinco minutos en cinco minutos había pasado la tarde,
la mañana. Si lo pensaba bien llevaba así mucho
tiempo. Estaba agotado de vivir la vida de cinco en cinco minutos.
¿Que se podría inventar para pasar ese tiempo?
La tele, él mismo se lo había prohibido. Salir,
impensable. Comer, estaba harto. Fumar... eso no paraba de hacerlo.
Entonces se fijó en ella. Estaba en el aparador del comedor.
Su padre se servía una copa todos los días, pero
Claudio nunca había tenido la mas mínima curiosidad.
Coñac 103, Bodegas Bobadilla.
El primer trago le quemó la garganta. Igual que las pocas
veces que lo había probado antes. El segundo trago fue
casi inmediato. Había que darse prisa. Quedaba poco para
que transcurrieran los eternos cinco minutos. También
le quemó, pero menos.
Le entró calorcillo. -¿Estudiaré mejor
así?
Se acercó a la mesa. Vió los apuntes de química
con sus dibujos y fue incapaz de sentarse. Otro trago y otra
prórroga. Empezaba a flotar.
Entonces vió el tocadiscos con los cascos recién
estrenados de su padre y, como siempre, un disco sin guardar.
Se puso los cascos y llevó la aguja al borde del disco.
El característico chisporroteo sonó de inmediato.
Aquella música le era familiar, pero al igual que a la
botella de 103, nunca le había hecho mucho caso. Ahora
oía mas cosas, Antes de sentarse para seguir escuchando
se acercó la botella y la copa.
Cuando se sirvió la tercera ya no se acordaba de la química.
No sabía si eran violines, violonchelos o clarinetes,
pero... ¡Que bien sonaba!.
Claudio suspendió el examen de química
del día siguiente. No fue el primero, ni desde luego
el último. La cabeza le molestaba. Esta si que era su
primera resaca.
Sin embargo estaba feliz. Nunca había escuchado la música
de esa manera y el 103 había ayudado tanto que seguro
que le echaría una manita en otras cosas.
Ante eso... ¿A quién le importa
la química?
DESVARÍOS NEGROS
Siempre pensó que sería de color negro. Sí,
negro profundo... tampoco lo había pensado tanto, la
verdad... Eso sí, seguro que, por muchas vueltas que
le hubiera dado habría llegado a lo mismo… el color
es irremediablemente negro…
Pero ¿el qué? ¿Que es lo que tiene que
ser de color negro? ¿la muerte?
No, no era eso.
¡Uf! Siempre se lía en sus reflexiones. Va de un
sitio a otro sin llegar a conclusiones; se distrae. O lo deja
para mas adelante, como hacía Escarlata O’Hara...
Sin embargo esta vez es que no sabe ni por donde anda...
¿Escarlata? ¿qué pinta ahora en todo esto?
Nada que ver su carácter con el mío. A mí
me falta y a ella le sobra. Como diría la portera de
Almodóvar, la “testiga” de Jehová...
Con ese carácter... ¡Aquí iba a estar yo!...
¿Pero donde estoy?
Volvamos a lo del color. Por estar donde estoy (que no sé
donde es) ¿tengo que verlo todo negro? ¿Estoy
en el vacío?... Yo creo que tampoco.
Bueno, estés donde estés ¿Ves algo? ¿ves
el color?
Lo veo, sí lo veo. Claro que otra cosa es que sepa definirlo.
Es curioso, igual le pasa con los nombres. Todos tienen color
y siempre es incapaz de darle un nombre de color puro, y ¡hombre!,
tampoco es cuestión de matizar dando los nombres de los
colores que tantas veces ha visto en la paleta de su padre;
Tierra Siena natural, Azul índigo... Como voy a decirle
a alguien... tu nombre es color Carmín de Garanza…
Aunque a veces no le faltan ganas.
Lo que no pienso hacer tampoco es decir... África, tu
nombre es amarillo, nadie es del todo amarillo. Y eso que ella
está plenamente convencida.
Hasta el negro, que parece todo igual tiene una gama increíble.
¡Ah! Ya sé, el día en que pensé de
qué color sería esto (que no sé lo que
es) fue el día en que leí el libro de Saramago.
Ese en el que se quedaban ciegos y lo veían todo blanco.
Eso es, solo que pensé: pues yo, si me quedara ciego
lo vería todo negro.
¿Estoy ciego? ¿Por eso le doy vueltas a los colores?
Otra vez esas punzadas que le da el miedo. El miedo a quedarse
ciego o a cualquier otra enfermedad... ¡Cómo se
cansa cuando tiene miedo!...
No, yo creo que no estoy ciego… ¡Si pudiera dormir!...
…
…Era negro, pero negro marfil…
- Doctor, Ya vuelve de la anestesia…
-¡Claudio! Despierta, soy el doctor Núñez.
La operación ha ido muy bien.
…Negro… negro marfil.
-Por supuesto, Claudio, por supuesto…Sigue hablando Claudio,
es bueno para recuperarte...Enfermera, siga con él, yo
me marcho a casa, ¡por fin!
Si hubiera algo me llama. Aunque no creo, este Claudio está
como una rosa, aunque se empeñe en eso del negro marfil...
Sí, ya sé, ya sé. No hay que bromear con
los desvaríos de los anestesiados, pero es que hoy…
¡he tenido un día!
SALA X
Como siempre elegía una butaca que estuviera lo mas solitaria
posible. A pesar de que se adivinaban pocos espectadores el
ambiente estaba cargado. Su mirada aún estaba acostumbrándose
al contraste entre la claridad de la que venía.
El acercamiento a la entrada era lo que mas le costaba. Incluso
muchas veces pasaba de largo simplemente porque temía
la mirada fija de la taquillera.
Otro tema a vigilar eran los transeúntes… Madrid
es muy grande, sí, pero nunca se sabe… ¿Qué
dirían sus conocidos si vieran al refinado Claudio entrar
en un sitio como ése? ¿Quién, Claudio;
el que toca a Schubert o es capaz de tirarse una noche hablando
de Hitchcock o la nouvelle vague?
Una vez dentro la cosa cambiaba. No sabía porqué
el acomodador siempre le inspiraba mas tranquilidad. Sería
porque casi no le veía.
La película estaba empezada, siempre lo estaba. Se preguntaba
a menudo si alguna vez se encendían las luces. Si había
descansos, o el inevitable “visite nuestro bar”
de los cines convencionales. Él nunca había visto
ninguna de aquellas cosas. Mejor así, desde luego.
Fue en Londres donde, después de las clases de inglés
de la mañana y escondido bajo el total anonimato que
creía que le daba el ser extranjero, se atrevió
a entrar en uno de aquellos cines. En aquella época eran
un exponente de la degradación occidental. No aprendió
mucho inglés, las palabras que se oían iban asociadas
a exagerados gemidos y además… eran casi siempre
la misma.
Cuando la degradación occidental alcanzó a su
ciudad empezó a frecuentar aquellas salas reconvertidas
que habían perdido su nombre original.
Lo que mas le gustaba era la sensación de valentía
que le proporcionaba. No parece muy valiente esconderse en la
oscuridad de esas cavernas anatematizadas para hacer de mirón.
Ya de por sí mirón y valiente pueden parecer dos
términos antepuestos, pero Claudio se creía el
héroe que luchaba contra sus represiones…
Había momentos de excitación total. Entonces ya
no le importaba el mal gusto imperante en aquellas ínfimas
producciones. Los títulos ponían colorado solo
con leerlos.
No necesariamente esa excitación culminaba en la casi
inevitable autosatisfacción y, desde luego huía
de cualquier contacto físico con las figuras que de forma
fantasmal intentaban algún tipo de aproximación.
Cuando ya había transcurrido cierto tiempo se marchaba
abandonando un maremagnum de jadeos y músicas machaconas.
Había tenido suficiente.
Sin embargo cada vez que ya estaba lejos del cine, seguro de
no haber sido descubierto, se proponía no volver jamás.
A veces pensaba que si no hubiera perdido sus convicciones infantiles
todo sería mas fácil. Como pecador que era…
se confesaría. Igual que aquella vez que pintó
a La Virgen tan fea.
Ahora no se sentía pecador. Pero no volvería jamás.
Por descontado, ese propósito de enmienda laico era igual
de efímero que el religioso de su infancia. El tiempo
actuaba como bálsamo para sus, de alguna manera, contradictorios
remordimientos.
Pasadas unas semanas, Claudio, en el mas hondo de los secretos,
planificaba su próxima escapada…
SALA DE ESPERA
Hematíes… leucocitos… tejido epitelial…
Había perdido la cuenta de las veces que había
sacado el informe del sobre. Lo leía una y otra vez.
Lo volvía a guardar en el sobre sabiendo que no iba a
poder sacar nada en claro.
Aún recuerda la impresión de ver cómo su
orina, ensangrentada, manchaba de rojo la superficie blanca
del váter. Hasta el ruido al salpicar le pareció
diferente.
Ni siquiera había transcurrido una semana desde entonces.
¡Ni una semana! Y ninguno de sus pensamientos, incluso
sus sentidos, habían dejado de prestar el cien por cien
de su atención a lo mismo.
No poder librarse de su obsesión le agotaba.
Es curioso como vienen a la cabeza comentarios ya olvidados
cuando la preocupación por algo nuevo te atenaza…
Comentarios tópicos en los funerales…
¡Pobre Felipe! Empezó orinando sangre y mira qué
pronto se nos ha ido.
Historias de amigos desconocidos que empiezan con simples toses,
catarros mal curados y acaban en…
Van viniendo uno detrás de otro y parece que son las
pistas que habías ignorado y ahora ves como un conjunto
incontestable de algo desconocido y amenazador que se avecina.
Le parecía que la orina roja era la última pieza
de un rompecabezas que se había ido ensamblando a sus
espaldas.
Ya no era miedo al sufrimiento, que también. Se había
ido directamente al miedo a la muerte.
Incluso había notado cómo el aislamiento que le
provocaba su obsesión le hacía egocéntrico,
algo que siempre había pensado que no estaba entre sus
defectos (¡que benévolos somos para con nosotros!).
Nadie le aplacaba, ni siquiera Roberto. Aquel viejo amigo que
tantas veces había puesto mesura y equilibrio a su falsa
e inestable flema.
Hasta le sentó mal cuando le dijo que la hipocondria
era algo bastante mas grave de lo que se podía pensar…
¿Me estás llamando hipocondríaco?... otro
que no me toma en serio…
La sala de espera era un festival fluorescente. La iluminación
era una de sus obsesiones, pero ahora eso era secundario.
Estaba solo. Cuando llegó, con una puntualidad optimista,
cuatro personas esperaban su turno. Tenía ganas de preguntarles
qué les pasaba, solidarizarse tal vez con ellas, pero
como tantas veces, refrenó su impulso.
Simplemente se dedicó a imaginar cuales podrían
ser sus desgracias.
Por fin se abrió la puerta. La doctora apareció
con su bata blanca inmaculada, resplandeciente…
- ¿Claudio Trevélez?
- Sí, soy yo.
- Pasa.
CUMPLEAÑOS (dedicado
a Mar Muñoz Ganga)
El sobrecito amarillo no aparecía en el extremo inferior
derecho de la pantalla del ordenador. Ese sobrecito solía
despertar cierta ilusión.
A veces, normalmente cuando su contenido era laboral, traía
dentro problemas, o simplemente aburrimiento. Otras veces; información
innecesaria, prescindible. Pero en muchas ocasiones era la forma
en la que Claudio se escapaba de ese mundo que no le gustaba.
Bueno, eso de que no le gustaba no era del todo cierto. Había
cosas que no estaban mal.
Aquella tarde de jueves estaba luchando contra el tiempo para
cumplir con sus deberes. Estaba claramente infringiendo las
reglas del profesional. Los deberes no tenían nada que
ver con su trabajo. Estaba escribiendo su cuento semanal. Ese
que le hacía vislumbrar tan de lejos lo que podría
ser una vida dedicada a otras cosas.
El sobrecito seguía sin aparecer…
¡Que raro! Mar no me pregunta esta semana como va mi cuento.
Le encantaba esa mezcla de interés e intento de poner
disciplina con la que Mar solía reclamarle los cuentos.
Mar… Mucho mas joven que él, pero en muchos aspectos
mucho mas madura.
El día que la conoció estaba ocupando el sitio
que Claudio había dejado abandonado durante casi un trimestre.
Había viajado por toda España para allanar las
fronteras europeas… llegaba el Euro.
Poco a poco hicieron migas, trabajaron juntos y juntos aguantaron
a los mismos mamarrachos… ¡y a cuantos se encontraron!
Ahora trabajaban en sitios distintos, las parrafadas eran a
través del correo.
Mar empezó a leer los cuentos de Claudio y siempre le
animaba con sus comentarios. A veces era la primera en leerlos.
Era la prueba de que al menos se entendía lo que querían
decir. Le gustaba cuando Mar le hablaba del incipiente personaje
que había creado como algo con cierta entidad propia.
No tenía acabado su cuento, esa semana el tema sobre
el que había que escribir era la enfermedad. Y le estaba
costando. No se inspiraba.
Claudio era algo artista, pero también muy vago. Estaba
con los últimos retoques cuando el esperado sobrecito
amarillo apareció.
Pinchó de inmediato el icono y vió el nombre en
negrita. Sí, era Mar.
El mensaje era corto, pero nada tenía que ver con los
cuentos. Además iba dirigido a una nutrida tropa de compinches…
Bueno como veo que se acaba el día y
ninguno me dice nada os comunico que hoy es mi cumpleaños.........
Os vais a enterar por no acordaros..jajajaja
¡Que bruto! Mira que me lo ha dicho veces
y yo; olvidándome.
La última línea era típica
de ella… Una de cal y otra (ese “jajajaja”)
de arena.
Tengo que arreglar esto, pero… ¿Cómo?
En ese momento… una llamada y otra vez metido en aburridos
análisis funcionales, planificaciones, discusiones…
Últimamente (No sabía si eso era bueno o malo)
tenía la capacidad para aguantar aburridas reuniones
de “definición de especificaciones” “puestas
en común” etc, y pensar a la vez en sus cuentos,
en su músicas…
Aún seguía aguantando, con su habitual cortesía,
a un pesadísimo interlocutor cuando empezó a coquetear
con la idea.
Por fin colgó y la idea era ya una realidad.
-Ya sé como arreglarlo… le regalaré…
este cuento.
SONÓ PERFECTA
Empezó a oir aquella música nada
mas salir del ascensor. Le produjo un escalofrío, por
otra parte nada inesperado dadas las circunstancias.
Para llegar hasta la puerta de su piso tenía que recorrer
un largo pasillo con puertas a cada lado.
Sonaba la penúltima sonata de Schubert. En concreto aquel
segundo movimiento que tanto trabajo le estaba costando. Estaba
claro que era su piano. La primera melodía, melancólica
y lenta, estaba a punto de dar paso a los compases en los que
la música explota. Aquellos compases en los que Claudio
siempre se equivocaba de forma indisimulable.
Se paró un momento. El misterioso pianista atacó
los endiablados compases y cometió el mismo error, exactamente
el mismo…
Pensó en dar media vuelta y no volver nunca mas a su
casa. Abandonar su refugio. Pero se contuvo. Tenía que
enfrentarse a aquello.
Aquella mañana había recibido un mensaje y una
llamada que habían sobrepasado sus peores presentimientos.
Aun así, había decidido no huir.
Todo había empezado de una forma tranquila,
normal. No había pasado mucho tiempo. Dos semanas quizás,
pero le parecía una eternidad.
Lo primero fue un correo electrónico. Era de uno de esos
sitios virtuales en los que se facilita el encuentro entre gentes
que se conocieron en algún momento supuestamente feliz
de su vida. O al menos si no feliz sí con poder de evocación,
alentador de la nostalgia. En este caso el núcleo de
encuentro era el colegio.
Un supuesto compañero de aquellos tiempos se dirigía
a Claudio recordando momentos felices. Su nombre, Eladio Vilátrez
(¡nombre raro de por sí!) Claudio no lo recordaba,
pero no le dio importancia. Comenzaron una comunicación
epistolar de esas que tanto le gustaban.
Al poco tiempo Eladio intentaba que Claudio rememorase anécdotas
que enseguida reconoció. Eran las anécdotas que
le habían inspirado para escribir los cuentos con los
que hacía sus pinitos literarios. Aquellos pinitos que,
gentilmente, le publicaba su querido Javier Puebla en la web.
Hasta ahí, nada especialmente inquietante. Si no fuera
porque Eladio contaba aquellas anécdotas como si fuera
él quien las hubiera vivido… Un cromo de una colección
de coches, el pastel preferido a la salida del colegio. Los
días en los que su madre venía tarde a recogerle…
Se decidió a investigar sobre Eladio y descubrió
que nunca había sido alumno de su colegio.
Una serie de acontecimientos hicieron que la leve inquietud
inicial se convirtiera en incipiente pavor.
Un día acudió a su bar favorito y el cortés
Fernando, el mejor barman del mundo, le aplaudió su reciente
asiduidad…
-¡No sabe lo contentos que estamos de tenerle aquí
casi todas la noches! Ya pensábamos que había
cambiado de bar.
Fernando podía estar tranquilo, no había cambiado
de bar, Pero ¡hacía meses que no iba por allí!
Otro día al ir a pagar un CD de ultimísimo lanzamiento,
Julia, la dependienta y amiga a la que tanta música había
comprado le dijo…
-¡Pero Claudio si te lo llevaste hace un par de días!
Tienes tantos discos que ya no sabes ni lo que tienes...
Ahora estaba ya frente a la puerta. La música
seguía sonando.
Recordó lo sucedido esa misma mañana. A las nueve
se sentó en su despacho y conectó el móvil.
Al poco tiempo sonó el contestador. Tenía un mensaje
de su madre. Le decía lo bien que lo habían pasado
en la comida del día anterior. Lo que le gustaban sus
visitas. Había una discreta incitación a que les
frecuentara mas a menudo… ¡No había comido
con ellos, no les veía desde hacía semanas!
Antes de que pudiera marcar el número de su madre para
aclararlo todo recibió una llamada. Era Laura…
Su tono era decidido a la vez que tierno, como el de la persona
que acaba de hacer las paces con alguien por quien ha sufrido.
En este caso el encuentro había sido la noche anterior.
Las evocaciones de Laura transmitían sensualidad, estaba
claro que habían hecho el amor. Era como si los sinsabores,
reproches e incluso odios habidos antes y después de
la ya lejana separación hubieran desaparecido de un plumazo…
- ¡Laura!, el que estuvo ayer contigo
no era yo.
- Nunca se te dieron bien las bromas, Claudio. (era verdad,
nunca se le dieron bien) eras tú, el que siempre has
querido ser. El que no quisiste ser para mí ¿Porqué
no lo intentamos otra vez?...
Aun no se había repuesto de la impresión
y lo pero era que no sabía como reaccionar. Era inútil,
Eladio se estaba apropiando de su vida.
Abrió la puerta. Al fin se iba a enfrentar a él
¿A quién?
El piano dejó de sonar, pero el pianista no se volvió.
- Por fin nos encontramos, Claudio.
- ¿Quién eres?
- Que mas da. Eladio es el nombre mas parecido a Claudio que
se me ocurrió. El caso es que me voy a quedar con tu
vida. Se me ocurrió robártela cuando leí
las estupideces que empezaste a escribir…
- ¿Para que quieres mi vida? No creo que tenga mucho
interés.
- Mira, en eso tienes razón, es bastante anodina. Pero
hay posibilidades. Al fin y al cabo tienes una familia encantadora,
una ex desperdiciada, hay gente te quiere. Aprovecharé
todas esas cosas… a mi manera. Y las mejoraré.
- Vuélvete, quiero verte la cara…
- ¿Estas seguro?
- Sí…
Lentamente Eladio se levantó y empezó a girarse.
Justo cuando iba a ver su cara todo se oscureció para
Claudio. Igual que en aquel cuento en el que estaba anestesiado…
Aquella noche los vecinos no notaron muchas
diferencias, Bien es verdad que ninguno tenía mucha sensibilidad
musical. Sin embargo hubo una gran diferencia…
La sonata de Schubert sonó perfecta.
LA FRASE
Roberto tenía verdadera curiosidad. Claudio
nunca le dejaba leer sus cuentos. Bueno sus cuentos o su novela
o lo que quisiera que estuviera escribiendo.
Sin embargo, la oculta literatura de Claudio era a menudo excusa
para no salir de casa.
- ¡Claudio!, que no eres Proust.
Roberto siempre había respetado los
enclaustramientos de su amigo. Aunque siempre buscaba un equilibrio.
Le dejaba a su aire, pero estaba atento cuando sus épocas
solitarias pasaban de castaño a oscuro.
Nunca le había visto escribir, pero se lo imaginaba delante
del ordenador hasta las tantas. Noches de tecla y tabaco.
- ¿Cuándo voy a poder leer algo?
- Cuando esté acabado.
- Joder con el Miguel Angel este. Ni que estuvieras pintando
la capilla sixtina.
Roberto pensaba en encontrar en esos escritos
esas facetas de la vida que sin duda Claudio no mostraba.
Esa tarde mandó a paseo toda su exquisita
discreción. Estaba decidido… iba a espiar, aunque
fuera solo un poco.
Claudio se lo había puesto en bandeja.
El ordenador estaba encendido y Claudio, últimamente
muy compulsivo, había ido a comprar tabaco.
El ratón le fue llevando al lugar lógico…
“mis documentos”
En el directorio había una único fichero “cuento”.
Cuento en singular, así de escueto. Era un fichero muy
grande.
-Bueno, a ver que nos cuenta este Claudio.
Pinchó y el disco duro del ordenador
empezó a renquear.
Tardó mas de lo normal en abrir el fichero. Desde un
primer momento había algo visualmente extraño.
A medida que iba pasando páginas la sorpresa se convertía
en escalofríos…
No le hizo falta llegar a la última página para
quedarse aterrado…
EN ese momento sintió la respiración de Claudio
a sus espaldas. Se volvió y vió como éste
miraba fascinado, hipnotizado, la pantalla del ordenador…
NO POR MUCHO MADRUGAR AMANECE MAS TEMPRANO,
NO POR MUCHO MADRUGAR AMANECE MAS TEMPRANO, NO POR MUCHO MADRUGAR
AMANECE MAS TEMPRANO, NO POR MUCHO MADRUGAR AMANECE MAS TEMPRANO,
NO POR MUCHO MADRUGAR AMANECE MAS TEMPRANO, NO POR MUCHO MADRUGAR
AMANECE MAS TEMPRANO, NO POR MUCHO MADRUGAR AMANECE MAS TEMPRANO,
NO POR MUCHO MADRUGAR AMANECE MAS TEMPRANO, NO POR MUCHO MADRUGAR
AMANECE MAS TEMPRANO, NO POR MUCHO MADRUGAR AMANECE MAS TEMPRANO,
NO POR MUCHO MADRUGAR AMANECE MAS TEMPRANO, NO POR MUCHO MADRUGAR
AMANECE MAS TEMPRANO, NO POR MUCHO MADRUGAR AMANECE MAS TEMPRANO,
NO POR MUCHO MADRUGAR AMANECE MAS TEMPRANO, NO POR MUCHO MADRUGAR
AMANECE MAS TEMPRANO, NO POR MUCHO MADRUGAR AMANECE MAS TEMPRANO,……
(homenaje/plagio a King/Kubrick)
ESPERANDO A VENUS
La luz estaba ya muy baja. Los rayos, casi
horizontales, de aquél sol de junio adornaban la copa
cónica con brillos exquisitos.
El Claridge era uno de sus cócteles favoritos. Sobre
todo por el giro blanquecino que le daba a aquella mezcla de
bebidas transparentes… 2/6 de Ginebra, 2/6 de Vermú
seco, 1/6 de Cointreau y 1/6 de Apricot Brandy, ese licor húngaro
tan complicado de encontrar.
El contraste entre el líquido frío y el ambiente
caluroso perlaba el cristal haciendo su visión aún
mas elegante y apetecible.
La casa, a sus espaldas, estaba tranquila. Llegaban leves rumores
de cierta actividad cotidiana que no molestaban, incluso le
acompañaban.
Claudio estaba de cara al jardín, el césped era
el preludio visual a las lejanas montañas y el lago.
Empezaba ese momento del día en el que el viento se apacigua
y los pájaros se recogen en los árboles sin dormirse
aún, como si charlasen tranquilamente de los avatares
del día.
A veces envidiaba esa vida primitiva… Todo el día
detrás de un mosquito que comer o recogiendo ramitas
para hacer nidos…
Dió un sorbo largo (los cócteles hay que beberlos
deprisa)
Había sido un día agotador. Seguía sin
encontrar sentido a esa constante pérdida de energía
en eso que venía a denominarse vida laboral, o profesional.
Y mira que el sentido estaba claro… hay que ganarse la
vida.
Otra vez esa noria de pensamientos entrecruzados… esa
acuciante certeza de que se alejaba a zancadas de otro destino
ignorado, pero al menos… distinto.
Nunca estaba seguro de que al aplicar sus bálsamos particulares
su inquietud fuese a desaparecer. Pero los aplicaba. Y aquella
tarde empezaban a hacer su efecto…
Los ruidos lejanos que presagiaban veranos sensuales, el sol
ya acostado, pero aún presente… todo contribuía
a atenuar su pesimismo.
Igual que el hielo en el vaso mezclador la desazón se
diluía. Le embargaba ese calorcillo que solía
ser preámbulo de dichas íntimas.
Un trago más. También largo. Vació la copa.
Lágrimas transparentes caían hacia el fondo.
Oyó un ruido conocido. Eran los aspersores que balbucían.
Una vez expulsado todo el aire, una lluvia uniforme y silenciosa
comenzó a restaurar la humedad perdida durante el día.
Los olores del jardín brotaron incontenibles acompañados
de un frescor que se mezclaba a capas con los restos de calor
de la tarde.
Ya no importaban las frustraciones del día. No solo del
día. Se podría decir que quedaban atrás
los desencantos de su vida.
Hasta su cuerpo se benefició del bienestar que lo invadía
todo.
Aunque no quería romper la escena se levantó.
Se prepararía otro Claridge y esperaría la salida
de Venus.
Le dedicaría su brindis solitario…
CONTRAPUNTO…
Le gustaba crear cierto ambiente en el estudio.
Lógicamente la iluminación era fundamental. Todas
las noches hacía apagar los focos cenitales. Le bastaba
con el flexo que iluminaba el escueto guión. A su lado
estaba el ordenador que irradiaba luz por si solo.
No había nadie con él en el cubículo rodeado
de cristales, hoy… nada de invitados.
Tras aquellos cristales estaban los técnicos. Joaquín
y María. Le iban haciendo señales acordadas cuando
entraba la música… cuando acababa…
Se iba afianzando en su nueva vida. Todos los temores, que al
principio empañaron una decisión que ni el propio
Claudio se creía, se iban disipando.
Bien es cierto que la valentía no había sido completa.
Un moderado golpe de fortuna le había cubierto, moderadamente
también, las espaldas.
Desde siempre había fantaseado con la idea de hacer un
programa de radio. Pero había fantaseado con tantas cosas…
Empezaba a creer en eso del destino, las casualidades…
Si no ¿cómo era posible que se encontrara ante
un inmenso micrófono, prologando sus músicas favoritas,
comentando anécdotas, libros, películas?
Y lo mas curioso es que el programa era un éxito.
“Contrapunto” era un nombre que reflejaba bastante
bien el contenido de esa amalgama que durante tres horas llenaba
la madrugada de los solitarios.
Allí se mezclaban todo tipo de melodías, del gregoriano
a Billie Holiday o Cachao.
Aparentemente era solo la voz lo que exponía ante los
demás, pero había mucho mas. Disfrutaba, no sin
sentir cierto rubor, compartiendo con un público anónimo
sus gustos, sus manías, todo lo que había ido
absorbiendo de aquí y de allá.
Hasta su vida anterior, transcurrida entre trabajos aborrecidos,
le servía para filosofar de lo humano y lo divino entre
una pieza y otra. Incluso a veces superponiéndose a ellas.
El anonimato visual que le proporcionaba el medio le hizo vencer
aquella timidez casi enfermiza que le acompañaba desde
siempre.
En cuanto al público anónimo… realmente
no era del todo anónimo. La inmediatez del correo electrónico
estaba creando espontáneamente una especie de comunidad
a su alrededor.
Eso era algo que inicialmente le provocaba sonrojo, ser el centro
de algo.
Pero se acostumbraba con facilidad, con mucha facilidad…
Estaba acabando su parlamento acerca del libro
de Mishima que acababa de leer. Se estaba enrollando demasiado
y María, desde el control le hacía señas
para que cortase. O se callaba o no se podría escuchar
entera el aria de Haendel que estaba preparada…
Se calló y dejó paso a aquel
maravilloso inicio musical con trompeta incluida. De la pantalla
del ordenador surgió el consabido mensaje emergente que
le advertía que acababa de recibir un nuevo correo.
Era de Olga.
La única imagen que tenía de
ella era su nombre en negrita, ése que aparecía
en la casilla correspondiente al remitente en la pantalla.
Nunca se atrevió a pedirle una foto. Al fin y al cabo
“Contrapunto” no era un “partyline”…
¿o sí lo era?
Olga formaba parte de esa comunidad invisible que ahora acompañaba
a Claudio. Su relación hasta ahora había consistido
en un flujo de mensajes de un lado a otro.
Abrió impaciente el mensaje…
Querido Claudio
He tardado en contestarte. Tu proposición
de colaborar contigo en “Contrapunto” me dejó
sorprendida, y por supuesto halagada.
No tengo nada que ver con todo este mundillo, claro que tu tampoco
lo tenías hasta hace un año.
En fin que… ya lo he decidido… ¡Acepto!
¿Cuándo empezamos?
Olga
La respuesta fue inmediata
El lunes
Por fin iban a encontrarse.
COSQUILLEOS
Olga revisa el guión. Hoy hace ella la introducción.
OLGA
Buenas noches, queridos radioyentes. Bienvenidos
a esta travesía.
Para los que disfrutáis la noche
noctámbula, se abre el cofre con los tesoros que Olga
Rabal y Claudio Trevélez buscan infatigablemente para
vosotros.
Para amantes y diletantes. Para rudos marineros
y señoritas bien, para el vigilante en la garita y el
durmiente entre sedas…Aquí comienza… ¡Contrapunto!
CLAUDIO
Pues sí, Olguita, abramos el cofre. Lo primero que encontramos
es…
…
La luz roja se enciende. ¡Estamos en
el aire!
…Buenas noches, queridos radioyentes. Bienvenidos a esta
travesía…
Claudio calla y escucha. La voz le sigue subyugando
igual que aquel primer lunes. ¿Fue el martes o el miércoles?
Poco tardó en lanzarse a acariciar sus manos bajo la
mesa, a juntar sus piernas… el micrófono registró
aquellos roces como suspiros sincopados.
…Para los que disfrutáis la
noche noctámbula,…
Le encanta el tono jocoso con ripios a lo Antonio
Gala.
…se abre el cofre con los tesoros
que Olga Rabal y Claudio Trevélez buscan infatigablemente
para vosotros,…
Yo he encontrado mi tesoro… Increíble,
¡Claudio diciendo esas cursiladas! ¿Qué
ha sido de la autocontención?
…para amantes y diletantes. Para
rudos marineros y señoritas bien…
Ahora mezcla rimas dignas de Mecano con Quintero,
León y Quiroga.
¡Como es su Olguita! Irresistible. Vuelve la cara y le
guiña.
O la besa o le mete mano. Mejor lo segundo. No es momento para
lo primero.
…para el vigilante en la garita y
el durmiente entre sedas…
Recuerda las sábanas revueltas. Otra
vez le invade el cosquilleo…
…Aquí comienza… ¡Contrapunto!
LLEGADA A PUERTO
Se acerca el final. Lo presiente. Ahora tiene
todo mucho mas claro que al principio.
Aunque no recuerda haber visto velas ni mástiles todo
ha sido una larga travesía…
Se embarcó sin saberlo el día que vivió
su primer recuerdo.
Alguien ha movido los hilos, de eso no hay duda. Estaba en el
limbo y fueron a buscarle. Nadie le preguntó nada. Ni
siquiera si quería llamarse de esa manera. Claudio ¿por
qué? ¿Por el emperador tartaja? Y el apellido…
La verdad es que el apellido se las trae… Trevélez,
el pueblo mas alto de España.
Las emociones prestadas llenaron su vida al principio. Él,
que estaba tan tranquilo, se encontró con mascotas muertas,
demostrando candideces, perdiendo cromos, perdiéndose
él mismo. Incluso se vio en la panza del lobo de caperucita.
Claro que, antes de que le prestaran emociones tampoco era gran
cosa. Mas bien no era nada.
Lo mas nebuloso es quienes le han embarcado en todo esto. ¿Nebuloso
viene de niebla? Es lo que mejor describe los prolegómenos...
había niebla.
Un día que la niebla se aclaró un poquito, vislumbró
a toda una marinería empeñada en navegar hacia
no se sabe donde. Al parecer eran “los tripulantes”.
Sí, y también recuerda a un capitán apacible
y liberal.
Todas las semanas, hacia la mitad, a veces con prisas, se veía
invadido de suaves órdenes, de sugerencias… Que
si voy a una fiesta, que si tengo un trabajo bueno, que si tengo
un trabajo malo, que si ahora me enamoro…
Pero ya no era el autómata que vivía para otros
(aún no tiene claro para quién) comenzó
a dar algún que otro golpe de timón (bueno, golpecitos)
Ahora ponía cosas de su parte. Mejor o peor, pero ya
era algo... o alguien.
Tampoco hay que envalentonarse mucho. Claudio sigue ahí,
en su cascarón. No lo ha roto del todo. Eso sí,
es un cascarón a su medida y tan a gusto que está.
El caso es que ahora adivina el atraque a puerto.
Como dice la primera frase de este teórico microrrelato…
“Se acerca el final”. Sin embargo y no
sabe porqué; no siente tristeza ni sensación de
vacío ni todas esas cosas que se dicen …
¿Será porque sabe que en el puerto
hay otros barcos listos para zarpar?
Los
Relatos de LA TRIPULACIÓN
|