Luis Guridi era mi mejor amigo del colegio. Sólo se tiene "un mejor amigo del colegio". No sé que edad teníamos, pero estoy seguro que aún no se nos había caído a ninguno ni un solo pelo de la cabeza; era por la mañana..., estábamos en clase..., en la A, y un profesor llamado Don León explicaba algo cuando Guridi comenzó a dibujarle con el bolígrafo, de un sólo trazo, desde los zapatos a la cabeza, la cabeza que era la de Don León pero a la vez, sin que Guridi se detuviese ni un instante a pensarlo, era también la de un león de verdad. Ese día, claro, descubrí el arte. Luego mi genialísimo amigo decidió tirar toda su talento por la borda y dedicarse al cine.

www.guridi.net

INFANCIA

La muerte de Kiko, el periko

A Rulo le regalaron un periquito. Era verde y molesto. Muy molesto. Y muy verde. El día que su madre lo encontró muerto en el fondo de la jaula, lo tiró a la basura para evitar que el niño lo viera. Cuando Rulo llegó su madre le dio la mala noticia: Kiko ha muerto, hijo mío. Rulo miró la jaula, fue al cubo de la basura, lo sacó, lo miró y volvió a meterlo bajo la cáscara de plátano. Luego se puso a merendar.

 

 

Nus, el babas.
El primer recuerdo de Rulo es como se le tiro encima Nus, un enorme, baboso bóxer tontainas, al que no se le ocurrió mejor idea que acercarse -meneante de alegría- al cochecito para lamerle la cara. Los perros son tan idiotas que no diferencian entre los seres humanos que les odian y los que no. El pobre Nus aprendió esa mañana, que "niño" no es solo sinónimo de bondad, y que un humano enano puede convertir un beso de amor en algo realmente doloroso. Nunca supieron sus padres si Rulo se comió el trozo de morro babeante que le falta al bueno de Nus en la cara.

 


Nus, el mocos. (Unpluged)
Las cariñosos mocos de Nus le estaban poniendo la cara perdida. Cualquiera hubiera llorado, pero Rulo esperó a que esa demostración unilateral de amor idiota terminara. Nadie encontró nunca el trozo de morro babeante que le falta al bueno de Nus en la cara.

 

La luz rosácea
Eran los primeros días de vida y Rulo seguía añorando el senovial. Barras cromadas, flores malolientes, tubos transparentes y poco más en este nuevo mundo. La luz se hizo al tercer día. Mamá se desabrochó el camisón y se la enseñó. Grande y redonda. A Rulo le cambió la cara, babeó y se colgó de aquello. En todos los sentidos se colgó. Ad eternum se rayó.

El lobo

Rulo escuchó atentamente. Al final fue su abuela la que se quedó profundamente dormida sin poder terminar el cuento. El niño no pegó ojo en toda la noche. De madrugada, le quitó las trenzas doradas a la muñeca de su prima Diana y se las puso debajo del chubasquero rojo de la niña. Agarró una estaca y se alejó en dirección al bosque. En el primer cruce de caminos de la pinada se paró, se sentó junto a unos matorrales y esperó.
Las horas pasaron y a Rulo se le empezaban a pegar los párpados. La idea de que el Lobo se lo encontraría dormido y que fuera fácilmente engullido le impelía a volverlos a abrir. Pero el sol de verano trepó implacable por encima de los árboles y se asomó por sus copas para calentarle la cabeza y hacerle caer por fin rendido. Y hete aquí que acertó a pasar por el lugar Don Braulio, vecino de los Kardo, que al ver al pequeño arrugado y enredado en su estaca, pensó en lo preocupada que debía estar su abuela y lo bien que haría enseñándole al pobre Rulo el camino de vuelta a casa. Se acercó despacito y al tocar suavemente las mejillas, el niño abrió los ojos sobresaltado. Recortado por el sol, Rulo descubrió como una maléfica figura amenazante estaba a punto de zampárselo. Y si no era la silueta de un lobo, se le parecía mucho ya que el bueno del anciano llevaba sombrerete de dos plumas, abrigo de piel y colgando del cinto, un enorme trapo que Don Braulio utilizaba para sacar lustre a las setas antes de meterlas en la cesta, pero que a contraluz hacía perfectamente de rabo. Rulo no dudó ni un segundo y le sacudió un tremendo estacazo en la cabeza. Como aquella figura aún se mantenía erguida, todavía pudo recibir tres o cuatro o diez más, cada vez con fuerza e ímpetu renovadas.
De poco le valieron los millones de excusas que le ofreció la abuela al recibir al niño. La hemorragia no cesaba y sujetándose la frente con un pañuelo, marchó D Braulio directo a Urgencias. A Rulo le terminó de leer el cuento la abuela esa misma noche y esta vez sí que durmió. Durmió a pierna suelta ahora que sabía que un cazador había vengado la muerte de aquella dulce abuelita. La abuela, la suya, sonrió al verle apaciguado y todavía, antes de perderse en nuevos sueños, le dedicó unos segundos de sus pensamientos al bueno del vecino. Pensó preocupada si después de la paliza recibida, Don Braulio seguiría dándole caramelos y llevando al bosque a pasear a su nietecita Diana, de tan solo 10 años. Era comprensible que ahora le diese miedo. Una pena, la quería tanto.

Navidades Negras.
Por primera vez en su vida, Tomás, el padre de Rulo, acertó llevándose a la cabalgata un buen fajo de Euros en lugar de una mala escalera de aluminio. Por primera vez pudieron ver el paso de los reyes en primera línea, en el mismo borde del balcón principal del ministerio de educación. Rulo asomaba casi medio cuerpo fuera para no perderse detalle. Y pasó Melchor, y se miraron muy de cerca y Melchor, muy seguro, le sonrió. Y pasó Gaspar, algo más tímido que su predecesor no pudo aguantar la incisiva mirada de Rulo. Se recolocó la barba, le pego un puntapié a la joroba de su camello y trotó tontamente. Y por fin Baltasar. Ausente. Como si aquello no fuera con él. Tan cerca pasó Baltasar que Rulo no solo pudo verle los cortes del afeitado sino que pudo olerle. ¡Y caramba si olía!. Tanto que ese extraño olor se le quedó grabado en su pituitaria.
Esa noche, a Rulo le pusieron a limpiar sus botas. Una estupidez más que hay que hacer para que los reyes se desprendan de sus juguetes, como si portarse bien durante 5 días seguidos fuese moco de pavo. Su madre vino con el calzado, un trapito y una pequeña lata. Cuando la abrió, la pituitaria y el cerebro de Rulo se gritaron. ¡Era el mismo olor!. Su madre le explicó que aquella latita era betún de judea. ¡De judea! Todo encajaba. Por fin había encontrado las piezas del puzzle que faltaban para poderle rebatir al idota de Jonás esa estúpida teoría de que los reyes son los padres. Los padres no huelen a nada, y por lo tanto no han estado en Judea.
A la mañana siguiente Rulo corrió al cuarto de estar. Lo abrió y entró. Sus padres esperaban allí, ansiosos para ver la cara de Rulo al descubrir los juguetes. Pero el niño ni los miró. Pasó lentamente hasta el centro de la habitación y aspiró suavemente por la nariz. Allí no olía a nada. El día siete de Enero de ese año fue de los más tristes en la vida de Rulo. No porque descubriese el gran engaño, si no por tener que dar la razón al imbécil de Jonás
.

 

 

ADOLESCENCIA

(Rulo y el dinero de verdad)
El Dinero es para ayudar
Hoy vuelve Rulo a casa, feliz haciendo sonar dentro de su hucha las dos monedillas de diez céntimos que encontró en el forro de su abrigo y que generosamente donó para inaugurar la "carrera solidaria", que así la bautizó con un aplausito Doña Marina, la profe de Lengua. Y es que en el colegio los buenos sentimientos están hoy a flor de piel. La gran tragedia que ha vivido la humanidad a puesto a todos en danza. Severiano, el director ha hecho un póster y luego ha sacado del armario las huchas del Domund y Paquita, la profesora de ética, ha impreso unas pegatinas para tapar esas horribles letras negras que nadie entiende, con un alegre mensaje de solidaridad en amarillo. Todos los niños han salido del colegio hoy con las huchas, dispuestos a convencer a sus vecinos que toca ser solidario con los pobres de países ignotos a los que les pasan cosas precisamente por ser pobres e ignotos. O algo así, que tampoco es que se hayan enterado demasiado ya que lo que importa es llevar más que el resto.
Porque todo hay que decirlo, que si a los niños, las tragedias les resbalan, a Rulo, que además de niño es Rulo, mucho más. Sabe que a él no le pasará nada y va tranquilo, y a excepción del resto de pasajeros del autobús, el sonido de las monedas golpeando contra las paredes de la hucha, le parece alegre y brillante. Y porque no admitir que cuánto más suena, y más caras de desagrado ponen el reto de viajeros, más disfruta y más fuerte le pega.
Todo el mundo ha metido dinero en la hucha de Rulo, los vecinos, el de la papelería y hasta el portero. Dinero de mayores, del que no suena, del que sirve para sacar las cosas del escaparate. Todo el mundo ha hablado de los pobres e ignotos mientras llenaban su hucha y conseguían de paso, mitigar ese molesto soniquete que les perforaba el corazón. Y todo el mundo se ha quedado tranquilo. Menos Rulo que sacude su hucha y ya no suena.
Los pobres e ignotos van a tener que pasar sin unos cuantos dineros porque Rulo ha descubierto que le gusta más provocar y poner nervioso a todo el mundo con su desagradable matraca que ganar la carrerita de Don Severiano. Que por cierto se ha pasado la mañana desatascando el váter.


(Rulo y el dinero 2)
Compartir
A Rulo le habían enseñado que había que compartir su dinero con los menesterosos. Pues bien, raras veces en la vida las oportunidades se presentan tan claras. Rulo, que venía de casa de su tía con un billete de cinco en el bolsillo, y un menesteroso que oportunamente le pedía dinero a la puerta del metro. Tras un minucioso escaneado del mendigo para que no le diesen gato por liebre, Rulo le extendió la mano con el billete. Como si lo robara, el hombre se lo echó rápidamente al bolsillo. Luego, un sin fin de alabanzas y agradecimientos esperando que Rulo siguiese su camino. Pero este permanecía inmóvil. Enfadándose por momentos. Que una cosa es compartir y otra ser tonto y que el otro se quede con todo.
Como el tema parecía haberse estancado y al menesteroso no se le ocurrían más bienaventuranzas, ambos pasaron a la acción. Rulo tirándose al bolsillo del mendigo y este, arrugándolo para que por allí no entrase ni una mano tan pequeña como la de Rulo. La pelea, ambientada por el ruido de monedas que caían de los bolsillos y refajos del menesteroso, duró unos cuantos segundos y fué, como debe ser entre personas que no le tienen miedo al ridículo, bastante marrullera. Finalmente la balanza se inclinó, claro, del lado más experimentado en estos lances: El de Rulo. Que se alejó con su billete, dejando tras de sí una terrible trifulca entre el mendigo y sus socios acerca de la propiedad de las monedas que se rodaban por toda la escalera. Las enseñanzas, pensó enfadado, deberían ser las mismas para todos.
(El despertar a la madurez)


Papá está raro
Ayer ví a mi padre observándome mientras me vestía. Tengo que hacer algo con esa puerta.

 

"TU SEGUIRÁS AQUÍ"
José Luis le recriminó duramente delante de sus compañeros. Sin apartar la mirada de la pizarra, Rulo pudo adivinar el silencio, que tres filas más atrás, permitía a Raquel, la nueva, escuchar toda aquella humillación. En ese instante su sangre se volvió amarga. Tremendamente amarga. Sin percatarse de ello, el viejo filósofo siguió descargando su viejos odios, tan viejos como él mismo, contra aquel joven inberbe. Y Rulo calló y escuchó. Tragó todo controlando fríamente hasta el último de sus nervios para que ni uno le delatase.Y solo cuando el hombre hubo terminado le miró. Le miró tan fijamente que el profesor se sintió desnudo. Como una mujer en su primer examen ginecológico, se sintió que le estaban viendo el alma. Y así era. Rulo solo le dijo tres palabras. Tres palabras que aquel hombre mar-rumió y mal-tragó y que lentamente le empujaron a su silla. Y que le hicieron recoger sus pocas cosas, ordenarlas pulcramente con sus manos blancas de tiza y meterlas con sumo cuidado en la cartera de piel, bajo la silenciosa mirada de toda la clase. Nunca nadie le había visto así, y nunca más nadie volvió a verle.

PAGANDO (Homenaje a Monterroso)
CUANDO EL JOVEN (RULO) DESPERTÓ AQUELLA MUJER AÚN ESTABA ALLÍ.

CUANDO EL HOMBRE DESPERTÓ SU GORRO NO ESTABA ALLÍ Título: Muy probablemente se lo había dejado en el aula de clase. (Es negro, tipo comando, como de forro)

Si lo ves, me lo guardas. El amigo Guridi

 

Mi pequeño homenaje a Bartolo:

Hoy Bartolo se ha despertado.
Ha puesto una gran cafetera y leche a calentar en un cazo.
Luego ha llamado a los muertos y los muertos han callado y el café se ha quemado y la leche consumido poco a poco.
Sola.
Como Bartolo.

 

El robo
Rulo aguantó metido en su cama con la luz apagada y sin dormirse, hasta que calculó que había pasado un buen rato desde el último sonido. Se levanto, y muy despacito avanzó por el pasillo. Con muchísimo cuidado abrió la puerta. Iluminados por la suave irisación de la contaminación lumínica proveniente de la calle, estaban los cuerpos de sus padres, desnudos, y en una postura bastante difícil de entender, problema que debería ser resuelto en mejor ocasión, ya que el objetivo de esta extraña visita era, lejos del doctrinal, otro bien distinto. Del pantalón de su padre, caído junto a la falda de su madre, Rulo extrajo lentamente la cartera. De repente, una voz como de sapo, pronunció su nombre. A Rulo se le cayó todo de las manos y se quedó petrificado. Luego, vinieron unas frases inconexas y unos breves ronquidos nasales. Era su padre en un estado de semiinconsciencia cata tónica. Rulo volvió a coger la cartera y de ella extrajo la factura de una florería. La miró, la olió, y muy sonriente la puso sobre la mesilla de su madre. La besó, y antes de irse, desde la puerta entreabierta, susurró a su padre: -A ver ahora quien es el castigado este sábado, gilipoyas-

Rulo la miró. No le quedó otro remedio ya que era ella la que le estaba devolviendo el cambio. Sus ojos se encontraron y en unos breves pero intensísimos segundos, se desnudaron, se penetraron hasta verse sus retinas y más allá de ellas, sus globos oculares y mucho más allá de estos, sus cerebros llenos de confusión y de emociones. Y de estas últimas, todo. Tanto que el rubor súbitamente hizo repeler sus miradas.
Algo confuso y sonrojado Rulo volvió en si. Ella tenía el brazo extendido hacia él y le estaba entregando dinero. En primer plano, su mano con las monedas, en segundo, aquellas curvas que sujetaban la plaquita con su nombre: Alícia.
Que difícil es para un joven como Rulo saber cuál de las dos cosas le había hecho descubrir el amor.

La cajera
26-3 “Alicia” Querido diario. Las mujeres son seres inexplicables, absurdos y llenos de contradicciones. Los amigos no follan pero no fallan.
28-3 Alicia es maravillosa nada más me importa. Es luz y me deslumbra.
28-3 (tarde) que la den por el culo
29-3, Alicia es cojonuda. Ahora me queda saber como son sus tetas.

Preparando el viaje
Rulo preparó el viaje a conciencia. Reservó billetes y hoteles. Hizo las maletas con todo lo que pensó que sería necesario para pasar una semana fuera. Compró varias guías y consultó páginas web relacionadas, para que el viaje además de divertido fuese intenso. No escatimó en gastos, total, eran sus padres los que los que lo iban a pagar y también los que lo disfrutarían. Una vez solo en casa, Rulo se preparó la mejor semana de su vida.

 

 

 

PLENITUD

La fiesta
Rulo tiene la buena costumbre de acostarse tarde. Son esas horas de principio de la madrugada, sosegadas, tranquilas, al arrullo de los camiones de basura recogiendo toda la mierda de los que duermen, en las que Rulo se siente diferente, y hasta se enaltece su espíritu. Como si tras un duro día de batalla, hubiese vencido uno a uno a todos los demás humanos, incluidos sus molestos padres, y ahora pasease orgulloso sobre sus cadáveres abatidos. Rulo lee, mira la telebasura, oye música, ojea el último Man, escribe un cuento o simplemente respira despanzurrado en un sofá viendo pasar las horas muertas. Por la mañana, con los primeros rayos de sol, otro ejército tomará el relevo mientras que Rulo repondrá fuerzas para, en las horas del ángelus, volver a plantar batalla. Pero eso será por la mañana.
Esta noche Rulo solo está rumiando. Se ha tirado en el sillón de su padre, un sillón anti-stress automatizado, y con los pies sobre el inmaculado tresillo, juguetea con los mandos del desestresante, arriba y abajo, simulando un jugoso revolcón con la chica Man de turno. Sin previo aviso, un pequeño follón rompe el sagrado silencio. Son los vecinos de arriba. Deben haber llegado de cenar fuera y están organizando una fiesta en el piso superior. Música a tope, risas y golpes. "Donde estaban estos que no me los cargué" piensa Rulo. Qué deprimente es oír diversión a 30 centímetros y saber que te está vetada. Que bonitas suenan las risas de las mujeres a estas horas de la madrugada, pero cuan desagradables son las voces masculinas ebrias. Rulo esperó un tiempo prudencial. Imaginó un mundo feliz en el que todos los vecinos hubiesen venido con chica ya convencida y en cinco minutos todos estuviesen fornicando en sus respectivos cubículos, muerte natural de toda fiesta. Pero no. Debían estar poco convencidas, o ellos demasiado torpes, y la danza del apareamiento se alargaba insoportablemente.
Rulo cerró la revista. Apagó el sillón anti-estrés, se metió en su habitación y se puso el pijama. Entró en el cuarto de baño, se miró al espejo, se rascó la cabeza y atravesando el pasillo fue directo a la habitación de sus padres. Encendió la luz y dijo: "Papá, no me dejan dormir"

Un vicio (O dos)

Rulo tiene un solo vicio que arrastra desde los primeros días de vida. Es grande, redonda, rosácea y para él tiene, como todos los vicios, luz propia. Hace poco, la médico que pasa consulta en el San Camilo, comprobaba con una linternita los bajos de la bolsa escrotal de Rulo, cuando un movimiento inesperado del pene, casi le arranca de cuajo la diadema. Ella no se había quitado los guantes de látex y había tenido extremo cuidado en no tocar resorte genital alguno. Pero es que Rulo la había visto. Era la luz rosácea que salía del escote de la bata de la pobre doctora y que había llegado como un rayo a sus pupilas. Al joven se le iluminó la cara de rosa. A ella de sonrojado. Y a la enfermera, que tuvo que desenredar el miembro erecto de los largos y finos cabellos de la médico antes de que todo aquel tejemaneje tuviera peores consecuencias, de sudor. Es lo que tienen los vicios. Que no los puedes controlar. (ver primer cuento cronológico)

 

 

 

Con veinte soñadores por banda, no corta el mar sino vuela, un velero bergantín, bajel pirata al que llaman, por su bravura, El Temido... si quieres más busca a Espronceda, baby Los Relatos de LA TRIPULACIÓN