INFANCIA
UN NIÑO
DE JUGUETE
"Un niño rubio, tímido,
inquieto, soñador, con un
flequillo que le llega hasta los ojos. Lleva puesto
un chaleco de punto -o un jersey sin mangas- con filas
horizontales de muchos colores. En su mano tiene un
coche de juguete. Es un coche grande, al menos
comparado con el niño. De latón. Tiene dos colores
diferentes, uno el de la capota, granate, otro
verde, en el resto. Los laterales de las ruedas
pintados de blanco. El niño está en el dormitorio
de
las literas. Hay dos literas, cuatro camas en total.
Está solo en el cuarto. ¿Dónde estarán
sus muchas
hermanas? A través de la ventana se ve la terraza de
la casa, una terraza grande de baldosas rojas,
oscuras, que termina en una barandilla de obra,
construida con ladrillos que forman cuadriláteros
ahuecados y con los vértices en cruz. Una barandilla
a
la que el niño se sube, cuando no le ven. Desde allí
se distingue la gran huerta del chalet de al lado, la
casa de doña Francisca, donde su tía Coralina
tiene
alquilada una habitación. Es un día fresco.
Como todos
los días. En el norte siempre hace fresco. El niño,
Toni, está solo, con su coche. Como ahora mismo. Solo,
en su coche, mientras escribe estas líneas que su
amigo Javier Puebla le ha pedido que escriba."
LA ÚLTIMA CENA
A Toni no le gustaban mucho las mascotas. Como tantos
niños, había tenido algunas, pero ninguna le
había
interesado lo suficiente.
Un día Isolina, la doncella, que era
de pueblo y en su
pueblo solía pasar los fines de semana, apareció
en
casa con un patito amarillo. Muy pequeño, realmente
casi un recién nacido. Toni y sus hermanas lo miraron,
atónitos. ¿Qué era aquello?
Al pato lo llamaron Cuá, un nombre
bastante chocante
porque, en realidad, el único sonido que el animalito
emitía era un insistente pi-pi-pi-pi-pi-pi...
La verdad es que Toni se encariñó
con el bicho. El
patito también con él. Creía que aquellos
niños, todos
ellos, eran su madre. Y los seguía por toda la casa.
Y
cuando caminaba tras alguna de las niñas y Toni se
cruzaba en su camino, Cuá cambiaba de rumbo y se
pegaba a los talones del niño: pi-pi-pi-pi-pi-pi...
Cuá creció, mucho y muy rápido.
Sus plumas ya no
fueron amarillas nunca más. Se habían vuelto
blancas y
negras. Pero para el pato, Toni seguía siendo su madre
preferida. Así que, grande y gordo como estaba, allá
iba, detrás de Toni. Y si Toni entraba en el cuarto
de
baño y echaba el pestillo, Cuá se quedaba allí
fuera,
esperando, picoteando levemente la puerta para
recordarle al niño que él seguía allí.
Y así pasaron
varios meses.
Era ya primavera y, en medio del ajetreo
habitual de
la casa, nadie pareció darse cuenta de que Cuá
ni
seguía a nadie ni aparecía por ninguna parte
desde
hacía ya varios días. La cena del día
de Pascua fue
especial. Muy rica. Un estofado delicioso. Toni y sus
hermanas se habían chupado los dedos. ¿Qué
era aquello
tan rico?
-Ahora ya os lo puedo decir -les habló
su madre con
solemnidad-. Habéis cenado a Cuá.
LA HABITACION DE LOS OTROS
Alguien podría pensar que Toni es
un niño afortunado,
porque tiene, no sólo un cuarto, un dormitorio, sino
varios.
Pues se equivocaría.
La casa en la que viven Toni y sus hermanas,
con sus
padres y las ocasionales temporadas de la tía
Coralina, no es lo bastante grande para que Toni pueda
disfrutar de un cuarto para él solo. Así que
un día su
habitación es la de sus padres y la última mocosa
que
haya llegado a casa, otro día es la de sus hermanas
mayores, otro, la de la tía Coralina. Y así
siempre.
¿Cómo puede Toni tener ordenadas sus cosas?
Lo más complicado, lo más molesto,
es no
poder tener montado de forma permanente el fuerte
donde los vaqueros y los indios se zurran de lo lindo
todos los fines de semana, o las empalizadas donde
romanos y cartagineses se disputan el mundo en un
metro cuadrado de baldosas. Después de las más
cruentas batallas siempre suena, tronante, la voz de
los dioses: "¡Toni, a recoger y a la ducha!"
Y allá se van Escipión el Africano,
y Aníbal, y el
general Custer, y Toro Sentado, a sus cajas de cartón,
hasta que Toni les conceda de nuevo la oportunidad de
conquistar el mundo.
Lo del tren ya es otra guerra. El día
que su padre
está de buen humor a la vuelta del trabajo, suele
descolgarse con un: "Venga, Toni, vamos a montar el
tren". "¡¡¿"Vamos"?!!",
se pregunta Toni, porque
mientras su padre se toma un café y se calza sus
pantalones azules de mahón, Toni monta el tren y se
dispone a observar cómo su padre maneja el convoy.
A
él le toca conformarse con el dudoso honor de ser el
jefe de agujas de la estación. Y así hasta que
suena
el clásico "Bueno, Toni, ya puedes recoger. Lo
hemos
pasado bien, ¿no?"
"Sí, fenómeno..."
Es casi la hora de irse a la cama y Toni
aún no sabe
en qué cuarto va a dormir. Pronto saldrá de
dudas.
"Te toca en el sofá-cama, y si
Isabelita llora le
mueves un poco la cuna, ¿vale?"
"Vale, mierda".
TONI, PERICO, CAPERUCITA CECILIA
Y UN LOBO MUY TONTO
Se suponía que era su amigo. Su mejor
amigo. Pero
Toni lo odiaba. Marcos era de su misma edad, pero más
grande, más fuerte y, sobre todo, muy competitivo.
Siempre intentaba derrotar a Toni. En cualquier
terreno. En los juegos, en los estudios, en el
deporte. Incluso en el amor. Toni odiaba a aquel
supuesto amigo que había venido impuesto por las
buenas relaciones familiares entre sus padres.
Un día, por navidades, en la catequesis
a la que
los niños acudían inevitable y casi imperceptiblemente
cada domingo, les anunciaron que habría una
representación de Caperucita Roja. Sería todo
un
acontecimiento social en aquella pequeña ciudad de
provincias en la que apenas solía ocurrir nada
extraordinario.
Toni fue uno de los elegidos. Su supuesto
amigo,
Marcos, también. Además, el papel de Caperucita
se lo
adjudicaron a Cecilia, una de las hermanas de Toni.
Cecilia, tan rubia, con sus bucles dorados cayéndole
sobre los ojos.
A Toni no le tocó un papel muy lucido.
Sería uno de
los dos cazadores. Su amigo Perico, éste sí,
amigo de
verdad, sería el otro cazador. Marcos haría
el papel
de lobo.
Toni y Perico llevarían sendas escopetas
de
perdigones. Tendrían una intervención muy breve,
al
final. Cuando el lobo Marcos se abalanzara sobre
Caperucita Cecilia, aparecerían ellos dos, escopeta
en
ristre, y abatirían al odioso animal. ¡Bien!
Las escopetas de Toni y Perico, por supuesto,
no
llevarían balines. Dispararían tan sólo
aire
comprimido.
El día de la representación
Toni se puso su traje
de cazador, su sombrero -con pluma incluida-, cogió
la
escopeta y se metió en el bolsillo varios perdigones.
La obra transcurrió con normalidad.
Caperucita
Cecilia estaba deliciosa vestida de rojo. El lobo
Marcos, oculto bajo su disfraz, deambulaba torpemente
sobre el escenario. Sus ojos no coincidían con los
agujeros del disfraz y apenas veía dónde ponía
los
pies. Se acercaba el momento. Perico y Toni, entre
bastidores, preparaban sus armas. Para matar al lobo.
Una muerte ficticia, claro. Toni se palpó el bolsillo.
Allí estaban los balines. Perico cargó su escopeta.
Y
Toni la suya. En el escenario se oyó un aullido y el
grito de una niña. Era el momento de salir.
Toni y Perico irrumpieron en el escenario
como una
exhalación, hicieron sonar sus armas y el lobo cayó
al
suelo, inerte. Fin de la representación. Caperucita,
la abuelita y los cazadores saltaban en corro,
alrededor del cuerpo del lobo Marcos, que no se movía.
Una canción, a través de la megafonía,
celebraba el
final feliz del cuento. Pero el lobo seguía sin
moverse.
Habían pasado dos días. Era
casi la hora de la
comida en casa de Toni. La hora también de hacer la
colada. La madre de Toni le llamó, a gritos, como era
habitual: "¡Toni! ¿Qué es esto que
llevabas en los
bolsillos del pantalón del disfraz?". "Ah,
¿esto?",
preguntó Toni con la más inocente de sus miradas.
"Son
perdigones. Déjame, que ya los recojo yo, por cierto,
¿cómo sigue Marcos?". "¿Marcos?
Creo que está mejor de
la lipotimia. No sé cómo pudieron meterle en
aquel
disfraz en el que no podía ni respirar. ¡Pobre
chico!"
Toni sonrió, recogió sus perdigones
y pensó que,
después de todo, quizá no tendría que
utilizarlos
nunca.
ADOLESCENCIA
CHICOS MALOS
"Es un buen niño". "¡Es
tan majo!". "¡Qué bueno es
Toni!".
Toni ya estaba harto de todo eso. Todas las madres
de sus amigos, los profesores y profesoras, las monjas
del colegio de sus hermanas, ¡hasta el policía
municipal del barrio!, parecían estar de acuerdo.
"Toni es un cielo de niño". "UN CIELO
DE NIÑO..."
Puaj...
Aquello tenía que cambiar. Las chicas no se
enamoran del chico bueno. Siempre del chico malo.
Nadie toma en cuenta al chico bueno. Todos se
preocupan del malo, del bala, del canalla.
Esto tenía que cambiar. Definitivamente. Toni se
conjuró consigo mismo: "¡desde hoy voy a ser
malo!".
¿Qué podría hacer para parecer malo? ¿Para
ser
realmente malo?
¿Levantarle las faldas a Macuca, la chica más
maciza del curso? ¿Cargarse a las intocables y oscuras
golondrinas con su escopeta de perdigones? ¿Apedrear
a
los coches que circulan por su calle? ¿Ponerle la
zancadilla al cura de la parroquia cuando se dirige
solemnemente hacia el altar mayor para cantar misa?
¿Quemar un hormiguero? ¿Pintar de amarillo esa
estatua
tan cursi del efebo del parque? ¿Mear en la piscina
del Club Náutico? ¿Robar un disco de los Kinks?
Toni pensaba en todas estas posibles maldades
cuando sonó una voz potente desde el fondo del
pasillo.
-¡Toni, baja un momento a casa de Marujina a buscar a
Isabelita, que ya es tarde!
-Sí, mamá. Ahora mismo.
Mientras bajaba las escaleras de tres en tres, a
toda pastilla, pensó en Macuca. ¡Le levantaría
las
faldas! ¡Vaya si lo haría!... y se puso rojo como
un tomate.
PLENITUD
ÚLTIMOS DÍAS
CON JIMMY WEBB
parte 1
Empezamos a movernos por nuestra cuenta en
coche
Cantamos a grito pelado en el coche
Insultamos a todo el mundo desde nuestro coche
Viajamos por todo el mundo en nuestro coche
Escuchamos música de Jimmy Webb en el coche
Llevamos a nuestros amigos a casa en coche
Besamos a nuestro primer amor -y al último- en un coche
Hacemos el amor en un coche
Conducimos toda la noche, bajo las estrellas, en un coche
Salimos de nuestra boda con la chica que amamos, en coche
Cambiamos el viejo coche por otro coche
Viajamos a ninguna parte en nuestro coche
Salimos del despacho del abogado después de divorciarnos,
en coche
Le compramos a nuestro hijo su primer coche
Nos empieza a gustar que nos lleven en coche
Saludamos a una chica en la acera, desde nuestro coche
Damos un volantazo y nunca regresamos con nuestro coche
Seguimos escuchando a Jimmy Webb en el coche
Nos matamos con nuestro coche
parte 2
Toni murió a los 33 años. En
un coche. Como Kirk Douglas en "The Arrangement",
dio un volantazo y se metió bajo las ruedas de un trailer.
Nadie supo por qué. Excepto...
UN DÍA GRIS DE AGOSTO Y TONI
HACE TIEMPO
Era un día gris. Tal cual. Un día
gris de esos en los que todo es realmente gris: la calle es
gris, los coches son grises, la lluvia que cae es gris, la hierba
y los árboles son grises, la gente parece ir vestida
de gris. Incluso Toni, que tenía los ojos verdes, los
vio grises, reflejados en aquel escaparate de la tienda de monedas,
sellos y conchas de mar. Definitivamente era uno de ESOS días
grises.
Lo curioso es que era un día de verano.
De pleno mes de agosto. Toni hacía tiempo.
Tenía que coger un tren que le llevaría
a Barcelona. Las vacaciones se acababan, y Toni hacía
tiempo bajo la lluvia gris, con una sensación de frío
en los huesos. El tren salía a mediodía. Todavía
tenía tiempo de acercarse hasta la playa. A dar una vuelta,
la última, cerca del mar.
Tardó unos quince minutos. El aspecto
era desolador: la arena tenía color gris y el mar, resulta
casi obvio mencionarlo, también. Había dejado
de llover.
Toni ya no añoraba el verano. Nunca
miraba atrás. Se quedó de pie, junto a la barandilla
del Paseo Marítimo, mirando el horizonte indeciso.
Indeciso... el horizonte, porque no se decidía
a ser mar o cielo, así que aprovechando su capacidad
para el camuflaje había decidido ser ambas cosas.
Toni llevaba la camisa -una camisa blanca-
arremangada hasta los codos. Pantalones beige, cinturón
negro, zapatillas blancas de deporte. El pelo revuelto y mojado.
Nada en los bolsillos. Miraba la playa gris sobre la que se
movían algunas siluetas, difusas, sin contornos. El mar
parecía dormido, ni una estela, ni una ola rompiendo,
sólo el rumor lejano de que aquello está vivo,
de que algo inmenso y vigoroso se mueve en su interior, hermoso
o aterrador según se mire.
Toni seguía haciendo tiempo cuando,
al fin, se giró para tomar el camino de la estación
de trenes. Y entonces los vio. Los colores.
Estaban allí. Todos los colores. Amarillos,
azules, verdes, violetas, naranjas, sepìas, rosas, rojos,
sienas, marrones, granates, así, en plural, porque no
parecía haber dos iguales. Se combinaban entre ellos
con una gracia que no podía ser natural. Era como si
bailaran. Y brillaban. Y flotaban, y formaban remolinos, y parecían
empujarse unos a otros buscando un protagonismo innecesario.
Y al lado de todos esos colores esparcidos sobre una mantita
gris, estaba ella. La reina de los colores.
Toni la miró, sin acercarse. Le pareció
que la conocía. Sería su imaginación.
El sol había salido y parecía
como si todos sus rayos se concentraran sobre aquella mantita
llena de colores. Toni no pudo resistirse.
-Hola.
-Hola.
-¿Qué vendes?
-Colores.
-¿Colores? ¿Así, sin más?
-Sí, colores. Sin más.
-Y... ¿para qué sirven? ¿Qué puedo
hacer con ellos?
-Lo que quieras. Sirven para vivir.
-Para vivir...
-Sí.
Para vivir... Toni la miró, sonrió
y se fue. Sin mirar hacia atrás. Nunca lo hacía.
ERIK
Pa pa pa pa pa pa pa pa pa
Plam
Plam
Ta ta ta ta ta ta ta ta ta
Bdlang
Bdlang
Nueve notas. Nueve notas y dos acordes.
Na na na na da da na na na
Flang
Plam
Da da da da da da da da da
Bdlang
Flang
Cuando Toni tararea esas nueve notas su cerebro
se transforma en una catedral, sus pies se deslizan sobre el
suelo como un taco de madera sobre un río de mermelada
azul, sus manos vuelan en el aire sin decidirse a dirigir la
Orquesta Sinfónica de Viena o a lanzarse por sevillanas,
sus ojos contemplan las pirámides de Egipto y el interior
de los quarks al mismo tiempo, sus pulmones inspiran el aire
negro de las galaxias y expiran los colores del arco iris, y
sus oídos... sus oídos sólo pueden escuchar
esas nueve notas:
Da da da da na na da da da
Bdlang
Bdlang
Tres gimnopedias. Primer movimiento. Erik Satie.
Puro vicio.
NOSTALGIA DEL PRESENTE
Empezó como un pequeño puntito.
Toni no le dio importancia. De hecho ni siquiera lo percibió.
Pero Bárbara sí. Salía con Bárbara
desde hacía unos tres meses. "Babra". Sonaba
así en inglés.
Bárbara era yanqui. Rubia, alta, especial.
Una sonrisa demoledora y unas piernas de atleta. Le gustaba
la sangría, y el sol, y Goya, y los árboles, y
el rock, y el pescado a la sal. Bárbara era un sueño
de mujer en un tiempo en el que Toni todavía buscaba
a la mujer de sus sueños.
Toni apuraba los últimos días
de una juventud que ya no le parecía tan prometedora.
A los veintinueve años es como si te pareciera que ya
has dejado atrás lo mejor de tu vida. La bohemia, la
irresponsabilidad, la resistencia infinita: al sueño,
al cansancio, a las drogas, al sexo, al alcohol. Pero aquel
puntito... Bárbara se lo dijo, con su delicioso acento
yanqui, después de una tarde de amor extremo:
-¿Sabes? Tienes algo aquí, en
la espalda.
-¿En la espalda? ¿Qué es?
-No lo sé. Es como un puntito.
Y dijo "puntito" con tanta gracia,
con aquellas "tes" que eran como "ches".
Aquello sí que tenía su puntito. Bárbara
era otra cosa, pensó Toni. No podía durar.
-¿Un puntito?
-Sí, déjame ver.
Y Bárbara se incorporó, desembarazándose
con dificultad del abrazo de Toni, que cayó de bruces
sobre las sábanas.
-Déjame que vea.
Bárbara se sentó sobre Toni,
a horcajadas, con sus fuertes piernas rodeando sus caderas.
Sudaban. Sus cuerpos, al trasluz, era como si exhalaran vapores
termales. Neoyorquinos los de ella, de la región de Dax
los de Toni, que trató de girarse sin conseguirlo. Bárbara
se rió y le dijo a Toni que se estuviera quieto, que
tenía que hacer una "exploración".
-Mira, aquí está.
-¿Qué es?
-Un puntito. Sólo eso.
-Pero, ¿qué es?
-No sé. Una peca. Una mancha. Un lunar. No sé.
Un puntito.
Seis meses después, y en la fiesta de
su 30 cumpleaños, Toni se acordó de Bárbara.
Qué chica. Algo único. Un fenómeno de la
Naturaleza. Un sueño. No sabía si había
bebido tanto porque le deprimía cumplir treinta años
o porque añoraba la risa de Bárbara.
Hacía ya dos meses que se había
marchado. No por nada. Simplemente tenía que regresar
a Estados Unidos, para continuar sus estudios. Toni le hizo
prometerle que volvería, y él le prometió
a ella que iría a América en cuanto le fuera posible.
Ambos sabían que ninguno cumpliría sus promesas.
Qué chica, pensaba Toni con la mirada perdida en el dibujo
acuoso del techo. Qué puntito tenía...
Por cierto, ¡el puntito...!
O ÉL O YO
Yo no quería. Era o él o yo. Uno de los dos debía
morir. El otro debía vivir. ¿Pero cuál?
¿Quién moriría? ¿Quién viviría?
Pensé que no sería justo suprimir
a Toni de la faz de la Tierra. Tenía toda la vida por
delante. Y yo... yo ya había vivido lo mío.
Así que sí. Yo sería el
sacrificado. Pero... si yo moría, ¡Toni también
moriría! Yo le había inventado. Su vida dependía
de mí. Yo era Dios para él. Así que entonces
moriríamos los dos. Y además... ¿cómo
iba a ser mi final? Toni no podía hacer nada para quitarme
de en medio. Sin embargo yo sí podía acabar con
él. Pero debía hacerlo con elegancia. Sin que
él lo presintiera. Decidir cuándo y cómo,
y permitirle entretanto seguir viviendo como si nada.
Hay algo que yo no soportaba, sin embargo:
la responsabilidad de eliminarlo. El hecho literario de asesinarle.
Pensaba que en el último momento me arrepentiría
y le dejaría seguir viviendo. Y no podía ser.
Uno de los dos debía morir. Así que encontré
una solución. Cobarde, pero una solución. Toni
se suicidaría. Yo me lavaría las manos.
Pero... ¿por qué tendría
que suicidarse Toni? Algo tendría que ir mal. Algo en
su alma, o en su cuerpo. Toni tenía que tomar una decisión
y yo debería proporcionarle las razones. Sentí
un escalofrío al pensarlo, una especie de estado febril.
¡Ya está! Lo más fácil era hacerle
contraer una enfermedad mortal. No moriría a causa de
su enfermedad, sin embargo. Sería demasiado vulgar. Toni
se enteraría de su enfermedad irreversible y se suicidaría.
Sólo su médico, el oncólogo que le trataba,
conocería las razones de Toni para quitarse de en medio.
Perfecto.
Lo tenía todo controlado. Lo primero
era plantear su final, lo segundo describirlo y por último
consumarlo. Con esa especie de "fecha de caducidad"
para él, yo podría seguir planeando sus idas y
venidas hasta que le llegara su hora. El no sabría nada.
Toni nunca llegaría a saber que algunos de los planes
que yo pondría en su cabeza jamás llegaría
a realizarlos. No era muy leal por mi parte, pero al fin y al
cabo Toni no era más que un personaje que yo había
creado. Y ni siquiera porque yo me lo hubiera propuesto. Hubo
un capitán de navío, seguramente un corsario,
que me incitó a llevar a cabo mi plan. Y ahora me veía
en la necesidad de hacer desaparecer a Toni de mi vida. Pobre
chico.
Lo que no entendía muy bien es por qué
siendo tan perfecto mi plan, me asaltaban aquellos sudores fríos
y febriles que me impedían respirar con naturalidad.
Definitivamente no me encontraba bien.
Ayer aproveché la circunstancia de que
el viejo corsario me obligó a hacer enfermar a Toni para
poner en marcha la... bueno, la "solución final".
Quise que no fuera un mal trago para él, que las malas
noticias llegaran acompañadas al menos de alguna burbuja
de felicidad, así que le pedí a mi amiga Bárbara
que apareciera en su vida. Bárbara es de Nueva York,
de Queens, y me debía una. Cuando se lo conté
no pareció muy convencida de querer hacerlo, pero al
final se decidió. Le dije que sólo sería
durante tres o cuatro párrafos y que ella tendría
un diálogo muy corto. Apenas debería aprenderse
un par de frases. Eso fue suficiente. Saldaría su deuda
conmigo y todos felices.
Pero, sin saber cómo, hubo algo que
no salió bien.
Después de haberle hecho cumplir treinta
años con la sombra de una duda sobre su estado de salud,
me lo encontré en otra historia que yo no recordaba haber
escrito, y de título equívoco: “Grateful
Dead”. Toni estaba más vivo que nunca. Llevaba
una tabla de windsurf. Iba en bermudas.
Leí aquella historia con aprensión.
¿Cómo era posible? ¿Por qué Toni
no había caído enfermo? ¿Qué había
sucedido? Y además... ¿por qué este endemoniado
dolor de cabeza no me abandonaba desde hacía unos días?
Decidí que ya estaba bien de tantos
circunloquios. Si la salud de Toni mejoraba a ojos vista le
proporcionaría una razón distinta para el suicidio.
La más vieja del mundo: un fracaso amoroso. No estaba
muy seguro de que Toni fuera capaz de llegar a tanto por una
chica. Pero, ¿por qué no? Todo era cuestión
de proponérselo. De ponerle contra las cuerdas, llevarle
hasta el borde del precipicio. Toni no podría vencer
su desesperación. Un volantazo y... se acabó.
¡Y esta maldita fiebre que no cesa!
BIG SUR
EXTERIOR, CREPÚSCULO
UNA PLAYA
He decidido coger unos días de vacaciones para intentar
recuperarme de este estado de ansiedad. No duermo. Apenas como.
Y esos dolores de cabeza...
Camino por una playa del Sur, descalzo. El
sol está a punto de desaparecer en el horizonte. La arena
está fría. Se oye música a lo lejos. Un
pub, o una fiesta, o un picnic. Pero no me siento para fiestas.
El mar está silencioso, como adormecido. Aquella silueta
podría ser un perro. Corre hacia la orilla. Llega, parece
que toca el agua y sale zumbando hacia la playa. Hay alguien
con él. No se oye nada, sólo la música.
La figura que acompaña al perro parece haber tirado algo
al mar, y el perro corre de nuevo, y se mete entre las olas,
y recoge el objeto, seguramente un palo. Sale del agua, hasta
donde se encuentra la silueta, posiblemente un hombre, que ahora
está sentado en la arena. El perro llega hasta él
y parece que se sacude el lomo: saltan mil gotas de agua, a
cámara lenta. El hombre se echa de espaldas, sobre la
arena. Todo parece suceder a cámara lenta. Tiene un cigarro
en los labios -la llama reverbera en la incipiente oscuridad.
Sigo caminando, y mis pasos me dirigen inevitablemente hasta
el lugar donde se encuentran el hombre y el perro. Ahora están
en la orilla, sobre la arena mojada. El hombre dibuja algo con
sus pies. Y se van. Puedo escuchar los ladridos del perro, está
más cerca, pero ya parece perderse en la oscuridad, con
su dueño. Me acerco hasta el lugar donde el hombre dibujó
algo. Apenas se ve nada. El suave oleaje ha borrado parte del
dibujo. Un nombre. Toni. Siento un escalofrío. El dolor
vuelve. Se hace insoportable. Lo siguiente que noto es la arena
mojada en la boca. Un sabor a sal, intenso. Y frío. Mucho
frío.
GRATEFUL DEAD
No se lo pensó dos veces. Cogió
la tabla de windsurf (todavía tenía la etiqueta
con el precio). Una maleta de fin de semana llena con lo imprescindible
para una vida. Algún libro. Varios discos. Dos camisas
hawaianas. Unas chanclas y una agenda con contactos. Lo demás,
relleno para amortiguar los golpes y salvar los discos.
Embarcó en el puerto de Santander. El Sardinero le despedía
con su brisa salada. El abría la boca. La inhalaba. Llegó
a Cádiz a primera hora. Cogió un autobús
azul. Destino: Tarifa. No sabía manejar la tabla. Demasiado
grande. Demasiado larga. Pero le pareció que la gente
allí, sonreía ante sus dificultades y le enseñaba
maneras para colocarla.
En Tarifa viento de esos que mueven el flequillo haciéndote
sentir completamente vivo. Bajó del bus y se puso a divagar
qué hacía. Mientras pensaba, contra su tabla de
windsurf tropezaron varios albañiles. No se quejaron.
Y eso que seguían tropezando. Estaban pintando un local.
El local estaba en venta. Casualmente, allí estaba el
dueño. Toni habló con él y le dijo que
tenía un dinero ahorrado. Que quería instalarse
por allí para abrir una tienda de discos, con un rincón
como del Caribe, con mojitos, caipirinhas y daikiris. El hombre
sonrió. Y tardaron poco en llegar a un acuerdo. Empezarían
con un buen alquiler. Toni cuidaría de la parte musical
del negocio. El dueño del local del rincón de
coktails. El día que abrieron había cola en la
puerta. Toni se sentía como nunca en sus bermudas de
flores. Con sus dedos estirados entre las chanclas pensó
en su vida anterior. Y escuchando a los "Grateful Dead"
levantó su tequila al aire en un brindis por lo que viniera.
ABORDAJE EN LA NOCHE
Cerró el libro. "La Isla del Tesoro",
de Stevenson. Pero bien podría haber sido "Lord
Jim", de Conrad. O "Moby Dick", de Neville. O
"El Vagabundo de las Estrellas", de London. O "La
Balada del Mar Salado", de Pratt. Sí, quizá
la balada del mar salado era la música que sonaba esa
noche en sus oídos. Una noche estrellada. Sin brisa.
Sin prisa. Sin nada.
(No sé cómo llegó a mi
buzón. Una nota escrita a mano, llena de manchas de salitre,
o de aceite. Decía: "hazme vivir". Y hacer
vivir es una de mis especialidades. Así que, sin pensarlo
dos veces y recordando a un viejo lobo de mar que decía
"hoy tengo magia en los dedos", me puse manos a la
obra)
Cerró el libro y se dejó caer
sobre la arena. Con los ojos fijos en el cielo estrellado. Quiso
ser otro. No sabía cómo, pero Toni anhelaba saltar
a otra vida para ser simplemente eso: otro.
Así que decidí sumar a la música
salada de Pratt las ansias de reencarnación de Toni.
¡Sería uno de los vagabundos de las estrellas de
London!
Ahora tenía que hacerle vivir... una
aventura. Eso es. Una auténtica aventura. No simplemente
inspirar y expirar en una playa bajo las estrellas.
Long John Silver... el Capitán Cuervo...
el caballero de Hadoque... Lord Grossvenor... los ojos de Toni
se dejaban llevar por el cansancio mientras una brisa suave
agitaba las páginas del libro de Stevenson.
Todo estaba en calma. Sólo se oía
el chapoteo de algo que se movía en el mar, lentamente.
Algo pesado. Algo que le sacó de su ensoñación.
Toni se incorporó. Aquel barco no estaba allí
antes. Creyó que soñaba. Se acordó del
transatlántico de Fellini meciéndose sobre sábanas
de seda azul. Pero este barco era real. Un galeón. Y
además un galeón pirata. La calavera y las tibias
no dejaban dudas al respecto.
Toni se puso en pie, caminó hacia la
orilla y siguió caminando. El agua, por las rodillas,
por la cintura y, sin casi darse cuenta, Toni se vio nadando
hacia aquel galeón silencioso. Bajo su panza de madera
y remaches todo crujía. Olía a resina, y a algas,
y a ron. Desde la lejanía, en lo alto, llegaban susurros
de voces apagadas, y resplandecían algunas luces temblorosas.
Un cabo suelto le golpeó la cabeza. Pero Toni estuvo
rápido. Lo agarró y se dispuso a comprobar si
aún recordaba cómo trepar por una cuerda.
Empapado, pero ya en cubierta, Toni echó
un vistazo entre aquel maremagnum de cabos, palos, toneles,
bidones y todo tipo de bultos que se amontonaban en la oscuridad.
Al fondo, junto al castillo de proa (un castillo que alguien
dijo una vez “sin princesas”), un grupo de gente.
Cantaban.
Toni dejó volar su imaginación,
e imaginó una horda de viejos desdentados, barbudos,
borrachos y pendencieros. Se acercó para cerciorarse.
Apenas una docena. El fanal en medio del grupo sólo le
permitía ver sus siluetas. No parecían muy terribles.
Al otro lado gesticulaba el que parecía su jefe. Tenía
una perilla incipiente, gafitas redondas y tirantes. Si era
el capitán del barco, desde luego su aspecto no resultaba
especialmente imponente o amedrentador. Pero Toni sintió
un escalofrío. Seguramente por el baño nocturno,
pensó.
(No tiene mucho interés lo que siguió.
¿O sí? Evidentemente aquel barco no era un barco
pirata, ni la tripulación una leva de viejos filibusteros,
ni aparecerían por allí John Silver el Largo,
ni el caballero de Hadoque, ni Rackham el Rojo, ni Lord Jim,
ni el Capitán Cuervo. No. Aquello más bien era
un crucero de placer, y aquel grupo de jóvenes viajeros
le recordaron a un campamento de verano. Así que, discretamente,
se retiró hacia popa y se lanzó al mar desde cubierta.
El ruido del impacto del cuerpo de Toni contra el agua llamó
la atención de alguno de los viajeros. La chica del pelo
rojo se levantó y se dirigió a la cubierta de
babor. Vio a Toni nadando hacia la orilla. Le llamó.
Toni dejó de nadar y miró hacia la enorme silueta
del galeón. Aquella figura le resultó familiar.
El pelo rojo, la voz. ¿Dónde había escuchado
antes aquella voz? Lo último que recuerda Toni es que
gritó un "¡estoy bien, gracias!", y continuó
nadando hacia la orilla. El barco se había alejado de
tierra, así que Toni nadó y nadó, y recordó
que él en realidad no era un gran nadador, así
que posiblemente no todo estaba "tan bien". Por un
instante deseó no haberle dicho aquello a la chica del
pelo rojo. "No estoy bien, no estoy bien, échame
un cable..." habría sido mejor. Y ahora sentía
que le faltaba el aire, que la orilla no llegaba nunca y que
no hacía pie)
BIG SUR, EXTERIOR NOCHE
UNA PLAYA CERCA DE TARIFA
BRISA SUAVE
Toni abre los ojos. Junto a él, el libro
de Stevenson. Se lo sabe de memoria. El mar está en calma,
solitario. Se siente como si hubiera visto "una de piratas".
Sonríe. Piensa en el galeón, en sus tripulantes,
en el hombre de la perilla, en la chica del pelo rojo, en el
miedo a morir ahogado. Sonríe. Sus ropas están
empapadas. Ya no sonríe.
-Hola.
-¿Eh?... ¡Hola!
Es la chica del pelo rojo.
-Vaya susto, ¿eh?
-¿Susto? ¿Por qué?
-Casi te ahogas.
-¿Yo?
-Sí. Hace un rato. Cuando saltaste de nuestro barco.
-¿Vuestro barco? Pero...
-No. Ya no está. Está fondeado al otro lado de
la península, en la bahía.
-¡Dios, era cierto!
-¿Qué era cierto?
-No, nada.
-No me extraña que no te acuerdes. Se pasa mal cuando
te fallan las fuerzas y crees que te vas al fondo.
-¿Me ayudaste tú?
-Sí. Te vi con problemas. Y yo soy una buena nadadora,
así que no lo pensé dos veces. Me tiré
al agua... y creo que hice bien.
-No me enteré.
-No. Estabas empezando a tragar agua. Casi inconsciente.
-Pero... ¿no te conozco?
-Pues... sí. La otra noche.
-¡Claro, eres tú! ¡La chica del pelo rojo!
¡La chica que no tiene miedo! Gracias...
-No importa.
Bueno, llegados a este punto decidí dejar a Toni a su
aire. Creo que el chico se merecía ese momento de intimidad,
así que me acerqué con discreción. Ninguno
de los dos reparó en mi presencia. Recogí el libro
de Stevenson. Y me fui. Nunca me ha gustado que la gente se
lleve los libros a la playa. El salitre acaba con ellos.
JAPI & TIM
-¿Cómo te llamas?
-Japi.
-Hola Japi. ¿Sabes que tu nombre quiere decir "feliz"?
No. Japi no lo sabe. ¿Cómo puede
saberlo? En este barrio invisible e invivible de Dacca, llamarse
Japi, realmente, no quiere decir nada.
Japi tiene los ojos verdes, el pelo negro y
lacio, los dientes grandes y blancos, y un cuerpo tan menudo
que da miedo pensar en los días de viento monzónico.
Japi no va al colegio. Japi no duerme en sábanas limpias.
No tiene juguetes, ni familia, ni futuro. Así que, ¿de
qué se ríe Japi?
-¿De qué te ríes, Japi?
-De ti.
-¿Por qué?
-Porque me gustas.
Toni no sabe qué diablos hace en Bangla
Desh. Cree que ha llegado el momento de regresar a... a alguna
parte. Se saca del bolsillo un paquete con chicles y le da uno
a Japi.
-Es bueno.
-¿Por qué te parece bueno?
-Porque me gusta.
A Toni, por un momento, le asalta la loca idea
de llevarse a Japi con él. Un pensamiento absurdo. Se
pregunta si Japi, a su manera, es feliz. Aunque no sepa qué
es la felicidad. ¿Lo sabe Toni? Quizá sea cualquier
cosa. Como ese perrito mugriento que sigue al niño a
todas partes, moviendo la cola constantemente.
-Japi. ¿Quieres venirte conmigo a España?
-¿Qué es España?
-Un sitio.
-¿Me gustará?
-Espero que sí.
-¿Puede venirse Tim?
-¿Quién es Tim?
-Mi perro.
-Vale.
-Entonces sí.
Y Toni se llevó a Japi con él.
Y a Tim, por supuesto. Japi & Tim. Un equipo feliz…
;)
THE MOST BEAUTIFUL LOVE STORY THAT
NEVER WAS
(version 2)
Isabelita tenía razón. Aquello
con Leticia no podía durar. Demasiado diferentes. Demasiado
incompatibles. El, un ornitorrinco. Ella, una platypus. El sexo
-mientras duró- o la vida social -mientras la soportó-
no fueron suficiente. Pero la separación no fue traumática.
Nada parecido al Big Bang, ni a la escisión y formación
de los continentes, ni a la descongelación de los Polos,
ni a las aguas del Mar Rojo abriéndose en canal para
Quentin, ni a la guerra de los mundos (antes) de HG Wells, y
(ahora) de Spielberg. No hubo mucho ruido. Cada uno se fue por
su lado, y en paz.
Y ahora qué, pensó Toni.
Ahora qué, se escuchó a sí
mismo. Otra vez solo... o quizá realmente solo por primera
vez.
Toni analizó su situación: 32
años, un par de deliciosos mocosos a los que no vería
crecer, un espacio reducido para vivir, un trabajo... pues eso,
un trabajo, algún amigo disperso, y tiempo, tiempo, mucho
tiempo. Pero para hacer qué. ¿Acabaría
como el Walter Matthau de "La extraña pareja? Hecho
un cerdo y pasando de todo. ¿O lo tomaría como
una señal para iniciar un cambio radical en su vida?
Nunca le había atraído la filosofía oriental,
pero posiblemente había llegado el momento de planteárselo:
el zen, el tai-chi, el yoga, el tantra, el yin, el yan... cuando
dejó de pensar en estas chorradas ya iba por la tercera
cerveza. Empezaba a estar más cerca de Matthau que de
Siddharta.
Pasaron varias semanas y, curiosamente, la
vida había continuado para Toni como si tal cosa. Como
si nada hubiera ocurrido. Flussss…. el amor se había
marchado por la ventana, como titulaba su disco un grupo con
vocación de colista. Vio la ventana abierta y corrió
a cerrarla, por si al amor se le ocurría entrar de nuevo.
Y de pronto... la nostalgia. La nostalgia del
primer amor. Abrió otra cerveza, la enésima del
día. Esta vez con estilo, como lo habría hecho
Jack Lemmon en "Días de vino y rosas" (al principio
de la peli, claro). El primer amor... otra vez. Se preguntó
que habría sido de ella. Corrió escaleras arriba,
hacia el trastero, y buscó entre aquel amasijo de náufragos
del tiempo: el viejo tocadiscos de pilas, la diana de dardos,
los palos de croquet, las raquetas (de ping-pong, de tenis,
de badminton), los comics abombados, los discos de vinilo (singles,
EP's, LP's) bañados en lágrimas y alcohol, un
tablero del Palé, una escopeta de perdigones, un caleidoscopio,
los palos de golf, pinturas sin enmarcar, posters del Filmore
(East and West), flores de fieltro, monturas de gafas de sol
(pisoteadas) de cuando el futuro parecía brillante, fotos
en color (marrón) y en blanco y negro... fotos, esas
viejas y entrañables fotografías... las apartó
de un manotazo. Debajo estaba lo que había ido a buscar.
Su Fender Coronado. Su primer amor.
Corolario:
Es parte de la leyenda seguramente, pero dicen que tras
su etapa cínica y antes de dar su famoso volantazo, Toni
aún tuvo tiempo de vivir una auténtica historia
de amor, “the most beautiful love story that never was”.
LA OLA
Mundaka es un pueblo solitario. Las calles
están casi vacías, y sopla un viento frío
con olor a pescado. A Toni le recuerda a Innsmouth, la aldea
maldita del relato de Lovecraft en la que vivían unos
seres mitad pez mitad hombre.
Toni llegó a Mundaka una tarde gris
de agosto. Llegó solo, a pie, con una aspecto ciertamente
peculiar: bermudas beige, camiseta negra, chanclas y una mochila
a la espalda. Quiso preguntar por la dirección hacia
la playa, pero no vio a nadie, así que se dejó
guiar por el olor del mar.
En el camino se encontró con una tienda
de ultramarinos. Estaba abierta y entró. Un hombre mayor,
con grandes bigotes y una especie de mandilón a rayas,
mantenía la guardia tras el mostrador de madera vieja.
Toni le habló.
-Hola. Estoy buscando la playa.
-Siga toda la calle hacia abajo. Al final está la playa.
-También estoy buscando a... la gente.
-Si va a la playa, verá gente.
-Es usted muy amable. ¿Qué hacen en la playa?
-Vaya y lo verá. Yo iría, pero tengo que atender
el negocio.
-Bueno, no parece que haya mucha clientela...
-Ese es mi problema, ¿no? Y usted, ¿qué
busca?, ¿quién es?
-Pues... una especie de Flautista de Hamelín.
-Muy gracioso.
-No, en serio. Consigo cosas.
-Pero aquí no tenemos ratones, ¿sabe?
-Ni idea. Lo que sí sé es que no tienen olas.
Toni saludó, mano en alto, y salió
del establecimiento. Sus pasos sonaban como el blando oleaje
de un puerto al atardecer. El viejo del mostrador trató
de decir algo, pero prefirió callar.
La playa estaba cerca. Un playón grande
de arena dorada. Una docena de personas, en la orilla, parecían
mirar hacia el mar, vigilantes. Toni sabía por qué.
Por eso estaba en Mundaka. Esperaban la ola.
Desde hacía varios meses, la gran ola
que todos los días solía alcanzar con insistente
regularidad la playa de Mundaka, había desaparecido.
El negocio del pueblo, también. Los surfistas habían
borrado esta playa de su calendario. Si no había ola,
no había surf. Toni se acercó a uno de los vigilantes.
-Hola. ¿Qué estáis mirando?
-¿Qué va a ser? La ola...
-La ola que no llega...
-Llegará. Tiene que llegar.
Toni se calló un momento, y prosiguió.
-Soy Toni, de Tarifa.
-¿Y qué?
-Consigo olas.
Una vez superado el gesto de disgusto del vigilante
-un joven de mirada hosca-, Toni le explicó que él
sabía cómo atraer de nuevo a la ola. A cambio
de la ola sólo les pedía una cosa: el barco más
viejo e inútil que tuvieran en el puerto. El lo arreglaría
y se iría de allí para siempre.
Toni se apartó, se deshizo de la mochila
-sonó a agua, a oleaje, a mareas- y se sentó sobre
la arena. Hubo un breve conciliábulo entre el grupo de
vigilantes. Unos se reían y otros miraban con gesto de
burla. Algunos parecían amenazadores. Toni, entretanto,
lanzaba piedras al agua.
El vigilante con quien Toni había cruzado
unas palabras se acercó y, con una sonrisa burlona, le
dijo que de acuerdo. Que tendría su barco si conseguía
atraer a la ola.
-De acuerdo. Mañana tendréis
vuestra ola. Pero recuerda esto: después de medianoche
nadie debe salir de sus casas ni mirar a través de las
ventanas.
El vigilante sonrió y juró que
nadie lo haría.
Aquella noche Mundaka fue más Innsmouth
que nunca. El mar rugió como nunca lo había hecho.
A veces parecía que se quejaba, a veces que lo celebraba.
Las olas se estrellaban con violencia contra los acantilados,
rompían a cientos de metros de la orilla. El mar, si
alguien lo hubiera visto, alguien más que Toni, metía
miedo. En el aire se arremolinaban peces de todos los colores
y tamaños, también cetáceos, galápagos,
crustáceos, y cadáveres de viejos corsarios sin
patria, y maderos podridos, mástiles, toneles, caracolas,
calamares gigantes, conchas de nácar que lanzaban destellos
a los cuatro puntos cardinales, y un olor intenso a sal y a
algas, y un ruido ensordecedor.
Nadie en Mundaka se atrevió a salir
a la calle, ni a mirar por la ventana. El pueblo se sumió
en una oscuridad total ante aquel temporal inesperado. Una noche
interminable de terror durante la cual los hombres blandieron
sus arpones, las mujeres abrazaron a sus hijos y las ancianas
rezaron a sus vírgenes y a sus santos.
A la mañana siguiente, los habitantes
de Mundaka corrieron hacia la playa. El día era soleado
y el mar estaba en calma. Nadie dijo nada. Sólo se oían
las gaviotas y un silencio expectante, hasta que un creciente
"¡ooooh!" salió de sus gargantas.
¡La ola!
¡La ola!
¡La ola!
Esa misma tarde, el extraño visitante
fue a cobrar su recompensa.
-Bueno, ya tenéis vuestra ola. Ahora
quiero mi barco.
-¿Tu barco?
-Sí, mi barco. Lo pactado.
-Vamos, no querrás hacernos creer que el regreso de la
ola ha sido cosa tuya...
-Sí. Quiero mi barco.
-¿Estás loco? La ola ha vuelto gracias al temporal.
¿Cómo sabías que habría este temporal?
-Lo sabía porque yo mismo lo provoqué. ¿Me
vais a dar el barco?
-No.
-De acuerdo.
Y Toni se marchó, con pasos enérgicos
y los ojos humedecidos de mar y de ira. En su mochila arreciaba
el sonido del agua.
Al día siguiente, una ola gigante -los
expertos dijeron que fue un tsunami- arrasó Mundaka con
todos sus habitantes dentro. A esa misma hora, Toni silbaba
una canción de Leo Ferré, sentado en la Gran Duna,
en las Landas, respirando el aire salado de Biscay Bay.
DRIVING SOLO
Flying Solo
Sailing Solo
Singing Solo
DRIVING SOLO!
A grito pelado. Así conducía
Toni su Peugeot 404 azul pálido del 63. Una reliquia
rescatada del fondo del garaje del abuelo Matías. "Driving
solo / Driving solo / I'm on my own and driving solo..."
La vieja canción de The Blue Rabbits
todavía tenía sentido. Allí iba él,
solo, conduciendo solo, volando solo, navegando solo, cantando
solo. A través del páramo castellano. Camino del
Big Sur. Como Jack Kerouac. Como tantos locos de la carretera.
¿En qué momento la vida le cogió
por sorpresa? No sabría decirlo. Lo de su separación
había sido una sorpresa relativa. Pero la realidad, la
tozuda realidad, es que hasta hacía muy poco Toni se
sentía como una estrella en medio del Universo, con todos
esos divertidos planetas de distintos colores y sus correspondientes
satélites revoloteando en torno suyo, y ahora... de repente,
había abierto los ojos y todos esos astros como bolas
de billar americano se habían esfumado. Así, ¡plas!
Un simple chasquido de dedos de su viejo conocido diosecillo
ocioso y allí estaba él, solo, flotando en el
espacio, una estrella con brillo propio, pero una estrella solitaria.
Bien, solo... ¿y qué? Toni recordó
cómo había sorteado las aviesas intenciones del
autor de sus días, tratando de eliminarle. Había
superado las adversidades y se dirigía, "driving
solo", hacia el Sur. En su Peugeot 404 azul pálido.
La música sonaba a toda pastilla en
el radiocassette y salía por las ventanillas, dejando
un rastro de colores en el aire. Toni cantaba al unísono
con The Blue Rabbits, utilizando el volante del coche como una
batería, tamborileando con sus dedos al ritmo de las
baquetas de Kid Finnegan, el legendario batería de los
Rabbits. "Make up your mind / You'll leave your troubles
behind..."
En el gran Sur le esperaba una playa, y un
perro, y una casa de madera que sólo necesitaba una mano
de pintura, y una palmera, y una dama pre-rafaelista admiradora
de Chuck Berry, y muchas páginas en blanco para rellenar.
Ya quedaba poco. A un par de kilómetros
estaba la desviación que debía coger para llegar
a la playa. Un último volantazo a la izquierda y los
planetas de colores volverían a bailar alrededor suyo.
Ya tenía la desviación encima.
Era la hora del crepúsculo y la visibilidad no era buena.
Toni dio un brusco volantazo sin percatarse de que un enorme
trailer se dirigía hacia su Peugeot por el carril contrario.
Se escuchó el sonido estridente de un claxon elefantiásico.
Con aquel monstruo ciego a punto de aplastar su frágil
esquife, Toni pisó el acelerador a fondo y gritó:
"¡No, no, no!"
En el radiocassette, los Blue Rabbits repetían
su estribillo:
Flying Solo
Sailing Solo
Singing Solo
Driving Solo
I'm not alone anymore
No, no, no
No, no, no
Pero Toni ya había dejado de cantar.
Sus últimas palabras fueron: "Buuuf... estuvo cerca..."
(Última imagen: un Peugeot 404 azul
pálido, rodeado de diminutas bolas de colores, atravesando
un río de mermelada con un gran pez en la baca. Bye bye)
FIN
Los
Relatos de LA TRIPULACIÓo
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