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AVENTURAS DE ANITA ADOLESCENTE EN PDF
INFANCIA
Siempre cerca
Ana estaba a punto de cumplir los cuatro. Aún dormía
en
la heredada cuna de la habitación de sus padres, y
los pies se le
escapaban por entre los barrotes de su nido rosa. Aún
buscaba
siempre la mano mágica y reconfortante de su madre,
pues no le
bastaba para adentrarse en el sueño la compañía
del Pájaro Loco
estampado en su pijama. Hasta que voló a otro nido
y cruzó un pasillo.
La nueva habitación estaba frente a la de sus padres.
Tenía
las paredes pintadas de cielo, y del techo colgaban tres caras
lumninosas de payasos. Había dos camas, con colchas
color corazón,
y entre ambas dos cajones llenos de secretos. En su pared,
en la que
se apoyaba un extremo de su cama, y sujetos por una alcayata,
pendían bebes pelones, nancys y peluches. Una fauna
que Ana miraba atemorizada por las noches.
Sin embargo no llegó a echar de menos el contacto lenitivo
de
la mano de su madre, pues había junto a ella otra mano,
más grande
que la suya pero más pequeña que la de mamá.
La mano de su hermana,
que dormía con ella. En la misma cama. La maravilla
del calor de
otro cuerpo. Cerca. Siempre cerca. Por favor, siempre cerca
de alguien.
Ana está sin dormir varias
noches.
Ana está sin dormir
varias noches, porque hasta ahora, los niños eran niños,
y tenían los vientres desinflados y blancos. Y sus ombligos
eran apenas un puntito perfecto y circular. Y no llevaban moscas
en sus bocas saciadas de golosinas. Y no eran de color tizne,
como quemados, como sucios.
Ana está sin dormir varias noches. Tiene miedo a colarse
en los grandes ojos del niño de la estampa, a caberle
en su vientre. El niño de la estampa. Si es que es un
ñiño lo que hay en la estampa.
Ana está sin dormir varias noches.
Cachorro
Un día a Ana sus padres
la llevaron a una tienda de animales y le compraron un precioso
perro de pelo largo, color canela.
El cachorro, era muy juguetón y la pequeña niña
, se divertía todos los días, a la vuelta del
colegio, con él.
Ana vivía en una casa en el campo, a las afueras del
pueblo. Solía hacer pequeñas excursiones con su
nuevo amigo por los alrededores,
subiendo montañas y escalando grandes rocas. Un fin de
semana,
Ana, invitada por unas amigas se marchó a la playa. Al
volver el domingo por la tarde se encontró a Lupo, con
la pata izquierda vendada, los ojos asustados y tristes, destellos
de dolor. Al parecer se había cruzado en el camino del
coche de su madre.
Ana comenzó a llorar, a entristecerse, no podía
imaginar que a su cachorro le pasase algo. Apenas durmió
esa noche, rezando para que no se muriera.
Rezando no se soluciona nada.
Al día siguiente Lupo
amaneció sin vida y Ana permaneció triste durante
varios días. Se culpaba por no haber estado aquél
fin de semana.
De ese sábado quedarían unas fotos de su cachorro,
con su pequeña
pata vendada. Fotos que Ana guardaría en su album particular,
porque no olvidar a alguien querido logra la magia de su permanencia.
Perdido para siempre
Hoy es 19 de Marzo, día del padre,
un día demasiado frío para estar tan cerca la
primavera. Ana y todos sus hermanos van a visitar a su progenitor,
Pedro Aldabe, al hospital. Ella no sabe lo que le pasa, sólo
sabe que su madre está triste, apenas puede sonreir.
Entran todos a la fría habitación y abrazan cariñosamente
la pálida sombra del hombre que fué. De pronto,
Ana va al aseo y cuándo vuelve no ve a nadie. Su madre
ha salido con todos y no se ha dado cuenta de que ha dejado
a la pequeña Ana sola. Ana los busca entre los largos
pasillos y la multitud de idénticas habitaciones. Se
siente perdida, no sabe cómo escapar de ese horrible
hospital. Son minutos, sólo minutos, aunque a ella le
parecen horas y horas, hasta que ve a lo lejos la mancha rosa
que dibuja el abrigo que lleva puesto su hermana. ¡Qué
alivio!
Vuelven a estar todos juntos, excepto su padre. Excepto su padre.
PETER-P-ANA
Quién quisiera explicarle a la pequeña
Ana qué es la muerte. Esa palabra sin existencia; fallecer,
perecer sucumbir. Ana, que rebosa tanta vida, no logra entender
el significado de tan abstracto vocablo. Lo único que
le han dicho es que sus ancianos abuelos, su padre y su cachorro
Lupo, fueron al cielo cúando murieron. Ella, a veces,
los busca entre las nubes, pero nunca ve ninguna silueta conocida,
ni niños gorditos con alas, tampoco cigueñas que
dice mamá que traen a los hermanitos. Quizás estén
todos jugando al escondite.
Al mediodía, Ana no quiere comer. Su madre diariamente
le repite que debe comer para hacerse mayor, pero ella sólo
abre la boca para repetir una y otra vez que no quiere ser mayor,
quiere ser siempre pequeña, pequeña. Pequeña,
como Peter Pan, para no llegar a abuela y no tener que esconderse
en ese immenso cielo.
CASI TODO
Ana, caprichosa, tiene casi todo lo que quiere.
Tiene dinero para comprar los comics de Esther, los domingos
por la mañana, . Dinero para las milojas de por la tarde
que su golosa prima no puede pagar. Dinero para llevar al cole
los más apetitosos almuerzos, los últimos modelos
de estuches y carpetas y los más llamativos zapatos.
Dinero para pagar esas pequeñas deudas que otros dejan,
justa y generosa, adjetivos que a veces suscitan envidia. Pero
nadie sabe que cambiaría todo eso por las caricias, besos
y abrazos que sus padres no le dan, imposibles en una familia
de ocho hermanos, dónde ni el más rico de los
padres, podría complacer a las insaciables exigencias
de una niña de su edad.
ADOLESCENCIA
LOS 16
Los años en que Ana , no era ella, tercera
persona singular, sino, ellas, tercera persona plural. Ellas
que eran Ana y sus inseparables amigas.
Los tiempos en que las caprichosas hormonas y los descarados
ojos de los chicos se concentraban en sus pechos y sus caderas.
Tiempos para mover sus caderas al compás de la robada
y dulce música. Tan dulce cómo los cafés
con leche condensada y los cubatas de piña con countreau
de las tardes. Las tardes en las que se fumaban las clases,
para fumarse los primeros cigarrillos. Y fumarse también
los puros de los padres por no verlas en todo el día.
Días de pactos y promesas. Promesas, bajo la luna, de
no hacerlo hasta los dieciséis.
Tiempos en que la noche amanecía para ellas. Las noches
en las que regalaban todos sus besos. Ellas, Ana y sus amigas.
Amigas de muchos secretos y confesiones. Confesiones de la primera
que lo hizo, dejándoles un sabor agridulce. Agrio como
un limón y dulce cómo la miel.
Dolor y placer. Deseo y curiosidad.
La curiosidad y el deseo que les pudo a todas, dejando su promesa
incumplida. Como incumplidos muchos sueños, de los tiempos
en que parecía que habría tiempo para todo.
Para todo.
AZUL, NEGRO, ROJO, VERDE Y OTRA VEZ
A EMPEZAR
De pequeña Anita era azul. Sí
a través de sus ojos agua mar lo veía todo de
ese color. Y más cuando miraba al cielo buscando a su
cachorro y a su padre. El cielo en sus ojos.
Azul, sin preocupaciones ni olas que agitasen el mar en calma
y tranquilo de su corta vida.
En esa época, le gustaba meter sus manitas en los botes
de pintura consiguiendo extrañas mezclas. Brochazos de
su destino. Cómo ahora, que pinta paredes y muebles y
todo lo que ve en blanco, para dejar su huella, su firma estampada
en el pasado
.
Con los años fue mezclando tonos más oscuros,
hasta llegar al negro, color de luto, color prohibido de la
niñez. Le hacía sentirse , sin serlo, mayor. Anita,
marinera se vestía de negro en su época más
radical, alejada de familia, oscura cómo la noche, y
tan negra cómo una nube que promete tormenta.
Después del negro llegó el rojo, rebajado con
amarillo, para teñirse el cabello.
Y luego el rojo puro, en camisetas y zapatos., espejo de que
por sus venas corría sangre caliente, que invitaba a
la pasión. Rojo de sentirse deseada, feliz, con la sonrisa
pintada de carmín.
Hoy utiliza el azul, ayer el rojo , y mañana el negro,
según elija su caprichoso estado de ánimo.
Pero sin duda el que más le llena, es el verde. El verde
naturaleza, esperanza, el verde de los ojos de sus niños,
verde inocencia y pureza. Verde de los frutos inmaduros.
El verde que le hace sentirse viva, cumpliendo con el ciclo
de la naturaleza.
Ojos color hierba. Una hierba que crece demasiado rápida
y que seguramente cambiará de color.
Azul, negro, rojo y verde, y otra vez a empezar.
THE END
Cada noche, antes de ir a la cama , Ana necesita
su dosis. A veces, incluso dos o tres.
Cómo el que fuma cinco cigarrillos o bebe cuatro cafés.
Pervertida, corrupta por un vicio heredado en su niñez
y adolescencia, nacido del capricho de su padre de construir
un cine justo debajo de lo que sería su casa.
Un vicio por el cual no se va al médico, ni se recetan
medicinas. Aunque quizá , algún día, Ana
necesite de una terapia, que la haga pisar tierra firme, ausente
a veces por su espíritu soñador. Harta de querer
vivir lo que tanto ha visto en el cine.
Ella no tiene la culpa de haber tenido cómo sala de estar
la sala de cine, la gran pantalla en vez de televisor, el aseo
en los camerinos y una butaca en vez de sofá. Haberse
codeado, rozado en la pantalla con Robert de Niro , Uma Thurman
y muchas estrellas más. Dormirse con el eco de las bellas
voces, dobladas o sin doblar, que subían a su cama para
acompañarla en sueños. Sueños de ser actriz,
cómo Sara en el papel de Cuca Escribano, o director de
cine cómo Javier.
Rebobinando tantas veces la película de su vida, atrás,
adelante, pausa, la cinta de 35 mm que se proyecta en este taller
y diciendo corten, cuando la escena es perfecta.
Un vicio convertido en placer. Sola, en la noche, con la luz
apagada, se inyecta en vena un thriller, una comedia o una de
género independiente, la que más le pone.
Aunque le pese el cansancio no puede desengancharse. Tiene que
irse a la cama sin escena final, enredada en la película,
para continuarla después.
Lástima que enciendan la luz, en el fotograma más
delicioso, siempre a las ocho en punto, para irse a trabajar.
The-end.
MIEDO
Deambulando por la ciudad, oscura, fría
y desangelada, Ana sin más compañía que
su oculta sombra, teme ser sorprendida por algún violador,
psicópata o asesino. Le pica la espalda de pensar que
tras ella haya alguien. Le es imposible girar la cabeza hacia
atrás para ver lo que no quiere. Acelera el ritmo. Silenciosos
pasos en el subconsciente la persiguen, dejando impresos en
sus huellas, abusos sexuales, maltratos y ausencia de cariño,
de un pasado que les marcó.
Paseando por el campo, por la montaña, Ana encuentra
extrañas siluetas que le inspiran misterio, infinitas
preguntas recelosas de ellas.
Fantasmas del pasado que recobran vida, ahora presentes en carne
y hueso.
El hombre del saco que de pequeña visitaba sus sueños,
es el ermitaño que sube y baja montañas, con largas
barbas y mechones canosos, vestido con harapos, sin más
equipaje que su saco, y sin más comida que la que encuentra.
La bruja que antaño se colaba por su ventana, es la vieja
anciana, vestida de luto, y largo pelo blanco. Pellejo de sabiduría
esperándola, sin escoba, sentada a la entrada de un camino,
anticipando lo que nos reserva el futuro.
Los lobos aullando son los perros ladrando al paso de Ana, guardianes
presos de sus fincas.
Cae la noche y el misterio enmarcado en la negra oscuridad se
convierte en miedo, pánico, pavor, gritos imprevistos
al rozarle algo la piel. Sustos y más sustos.
Macabros espejismos en la desierta noche.
Ana, sola, abrazada a su almohada, no puede cerrar los ojos
sin verlos. Prejuicios quizá más inofensivos,
que el ángel de la guarda. (dulce compañía)
Hombres malos, el hombre del saco, brujas, y lobos, de nuevo,
asomados al cristal de su alma. Todos queriendo romperlo y todos
queriendo vengarse.
Vengarse.
SIN FIEBRE
Ana no se ponía nunca enferma, sus análisis
de sangre y sus genes procedentes de la montaña así
lo delataban. Tan sólo le faltaba hierro en su tierna
hemoglobina. Tampoco le habían extirpado nada de su cuerpo,
su envoltura y sustento, a sus 33 años. La misma edad
en la que desapareció en la + una vieja creencia, y la
misma edad en la que murió una nueva y fugaz amistad,
que empezaba por T. ( T de tristeza.)
Pero su boca estuvo llena de llagas, de palabras pensadas y
no dichas. Sus oídos con otitis, producida por conversaciones
sin fondo, sin telón para abrir o cerrar. Un virus extraño,
desconocido, que le hacía sentirse tuerta en el país
de los ciegos. Un virus que ataca a la oxitocina y se come las
risas y carcajadas. Un virus melancólico, con sarpullidos
de recuerdos, locuras y libertades. Fiebre de 40º que le
duró todo un invierno, sudando a mares aventuras y desventuras.
Un viaje con billete de ida y overbooking a la vuelta. Poniéndose
cada noche en la frente paños de cariño, que todo
lo curan.
Después de un largo invierno, Ana se inmunizó
sola, sin vacunas, creando alegres anticuerpos, para defenderla
a muerte de ese virus traidor y leal a la vez. Un virus sin
síntomas que se vieran y ahora vacío de vacíos.
Ana ha crecido 33cm más de su persona y llenado de agua
cristalina el flujo de sus mareas. Siendo hoy Anita, una persona
no perfecta, pero sí completa, con amigos o sin amigos,
con amor o sin amor, con trabajo o sin trabajo, yendo a fiestas
o no, con coche o sin coche, con niños o sin niños,
con colores o sin colores, con vicios o sin vicios, con fiebre
o sin fiebre…
CONTAGIADA POR EL ESPIRITU DE AMELIE Y MUSICA
EN EL CORAZON DE JORGE DREXLER (La
edad del cielo)
Ya estoy en la mitad de la carretera,
tantas encrucijadas detrás
Ana envuelta en sal y después de un dulce baño
en un mar del sur, abrigada por la luz de la luna, se enciende
un cigarrillo.
El humo y el misterio de la noche la conducen a París
(todos somos de todos lados), seducida por la idea de meterse
en la piel de Amélie,
zanjando esa escapada pendiente.
Ana, Anélie, es llevada por un fuerte remolino de aire,
y metida casualmente en el mundo de las casualidades. Pequeños
misterios del azar.
En ese mágico lugar, juega a ser detective de su propia
vida, dando a cado uno lo que ella cree se merece y pagando
con la misma moneda.
Ya está en el aire girando mi moneda
y que sea lo que sea
Todos los sarampiones que ya pasé
Yo llevo mi sonrisa cómo bandera
Y que sea lo que sea
Lo que tenga que ser que sea
Y lo que no, por algo será
Nada importa
Siguiendo las migas de pan que alguien le dejó en el
camino para no perderse, ahora que por fin se encontró.
No creo en las mesetas de la felicidad
Cuándo pasen recibo mis primaveras
y la suerte esté echada a descansar
Nada importa
Y que sea lo que sea
Su guía es la magia, su olfato el de un sabueso y su
intuición femeni-ana.
Bailando todas las noches danzas que le sugieren la vida, desatando
cabos y enlazando palabras, adivinando mínimos detalles
que agrandarían vidas.
Planeando encuentros imposibles, que algún día
soñó.
Aciertos y desaciertos.
Nada importa.
Yo suelto mi cuento en la ventolera
Y que lo lea quien lo quiera leer
Ya está en en el aire girando mi moneda
Y que sea lo que sea
Nada importa.
Todo importa.
La luz de las estrellas seca la piel de Ana, ella apaga su cigarrillo
en la arena y Jorge Drexler sale de su corazón.
LA VENTURA
Todo comenzó un jueves noche de diciembre,
en el bar La Ventura, de Lucía Etxebarría, en
el madrileño barrio de Lavapiés.
Ana que caminaba siempre de la mano de la tristeza, le dió
esquinazo un día de junio. Esa mañana se despertó
con el rojo del amanecer, se vistió con las cosas que
le hacen bien e intentó guardar en el armario, bajo llave,
todo lo que le hace mal. Se miró al espejo, y pensó
que todos los colores le favorecían, azul, rojo, verde
…todos menos el gris y el negro. Recordó que no
hay mejor cosmético, que la felicidad. Celosa se puso
la tristeza. Se echó su perfume secreto.Y se colgó
su bolso, forrado de cuentos. Cogió un tren de esos de
destino incierto, acompañada de su amiga Magia.
Era verano y el reflejo de sus ojos se llevaba el frío
de otros ojos pasajeros.
En la comida no bebió de la melancolía, ese licor
que meses atrás la emborrachó. Con la muerte siempre
rondándola, saboreó ese trayecto, el que recorrió
en tren, el que navegó en barco. Intensas emociones que
le robaron vicios y horas. Por un instante se sintió
prescindible.
Nueve meses de embarazo, para acabar en feliz parto.
Tarareando la última canción que un amigo le dedicó,
llegó a Madrid. Lo mismo le daba Madrid, Arizona que
el sur,… su corazón estaba en paz.
Parecía más alta y no tenía miedo.
Daba un paso y avanzaba tres, a las ocho en punto llegó
al taller.
Allí encontró a un sonriente y satisfecho capitán,
que los había llevado a todos a buen puerto. La tripulación,
embriagada de tantas palabras, brindaba con ron. Todos habían
arriesgado todos sus sentimientos, habían reído
y llorado al mismo tiempo. Golosa y contagiosa felicidad.
Esa noche, Ana escribió en la puerta del aseo, del bar
La Ventura,
Una delicia alegrar con gran entusiasmo al dichoso barco
encantado. 30 de junio, 2005.
Ana.
PERFUME
Un vestido de seda estampado hace de segunda
piel de Ana.
Cómo si de un lienzo se tratara, pinta su rostro, con
finos pinceles, sacando luces y sombras.Utiliza colores pasteles,
rojo bermellón para sus labios, rescatando lo mejor de
sí misma, orgullosa de su autorretrato.
El pelo suelto y su perfume favorito.
Bella, una obra única, no perfecta pero sí original
(no hay otra igual).
Irá a una fiesta dónde todos los ojos serán
para ella, pues parece que tuviera un imán.
Una fiesta dónde la gente animada por las copas, y envuelta
en humo y jazz , se contagiará, uno a uno, cómo
si de una gripe se tratara, del buen rollo.
Un buen ambiente, necesario para equilibrar la balanza de tristezas
y alegrías.
Ana, supercontagiada, no escuchará palabras tan repetidas
en estos tiempos, palabras malditas cómo depresión,
cáncer, frustración, estrés, ansiedad…
serán momentos de olvido, pérdida de memoria,
y resaca de irrealidad.
Guardará esa maravillosa sensación en un frasco
de perfume, para poder utilizarlo siempre, vaya o no a una fiesta.
Y se perfumará cuando sea anciana, y pinte igual su lienzo,
tesándolo primero, sacándole con mayor esfuerzo,
las luces, disimulando las arrugas y tapando, por último,
los agujeros.
MELODIA
Ana ha encontrado el trabajo de su vida:
Pintar con palabras y escribir con pinceles
en un estudio situado en la C/ Dulce Ternura,
dónde suena una suave melodía. Melodía.
VERDE
Ana ha regresado de nuevo al sur. Su Sur. Con
sus mágicos mares y sus paisajes de otro planeta.
Es Julio, y hace calor, mucho calor.
No sabe si bañarse primero, desnuda y libre, en el mar
plateado o beber algo, bien helado. Líquido cristalino
que al sumergirse o al tragar erice su piel, y le haga sentirse
más viva que nunca, y más distante de la muerte
que nunca.
A lo lejos divisa el bar de Titos’s, buena música
y mucha gente fuera bailando, pisando descalzos la arena fría
de la playa. Extraños dibujos hechos con sus pasos que
las olas se llevan.
Los ojos de Ana parecen adivinar una misteriosa silueta, sola,
alejada del resto, familiar y cercana, sin conocerla de nada.
De pelo castaño. Y ojos verdes. Un perfil que le sugiere
trazos infinitos.
Un contorno único, imposible, inimaginable, que le inspira
húmedos sueños de suaves caricias e inexplicables
palabras.
Los camareros ofrecen mojitos, con limón recién
exprimido, mucho hielo y yerbabuena. Mojitos de color amarillo
y verde de la yerbabuena, para libar con pajillas de color rojo.
La noche, oscura, sin color, que es de luna llena, la invita
a tomarse unos mojitos y quitarle así, sed a su alma.
De nuevo, calor.
Ojos color verde,
color que llena
su alma.
De nuevo calor,
ojos de color verde,
color que llena su alma.
REVOLVIÓ (letra prestada por Bebe, canción
nº 8, de su disco Pa fuera telarañas.)
Porque fue suficiente
hablarle con los ojos desde allí.
Si en ese mismo instante
su vida era tranquila y feliz,
la vino a revolver con bollitos y miel.
Mareas en la tierra,
el cielo iba cubriéndose de gris.
Porque salió en torrente,
el miedo y las ganas de sentir.
Y quiso saborear la masa de su pan.
Revolvió su calor con su voz,
con leche y azúcar se lo dió a beber.
Bordeó el corazón la razón
con unos besos de ron y miel.
Horneó con su aliento su pelo,
y caramelo parecía al terminar.
Y quiso saborear la masa de su pan.
Escríbele canciones,
envíale tu voz dónde él esté.
Vagando por su almohada
le vino a visitar en sueños él.
La vino a revolver y se dejó hacer.
7777777
El número 7, su talismán, su
amuleto, cierra la mágica historia de Ana.
Una estrella de 6 puntas, cuelga de su cuello, con un punto
en su centro, equilibrio interno, revelando el misterio de la
circulación de las fuerzas de la naturaleza.
Anita Marinera, que ha surcado a bordo de un galeón pirata
los 7 mares…., el Mar Rojo, el Mar Muerto, el Mar de China…
y cómo no, su salado y querido Mar Mediterráneo.
Ha recorrido en el tren de su imaginación, las 7 antiguas
maravillas del mundo. Verdaderas maravillas, que demostraron
la magnificencia de un imperio o un amor, cómo los Jardines
Colgantes de Babilonia. Ha subido a las misteriosas Pirámides
de Gizeh, pisado el Templo de Artemisa en Efeso, saludado a
la Estatua de Zeus, en Olimpia, llorado en el Mausoleo de Halicarnaso,
divisado Alejandría desde su Faro, y llegado al puerto
del Mar Egeo, pasando su cabeza entre las enormes piernas del
Coloso de Rodas.
Sin pecar, sin cometer ninguno de los 7 pecados capitales, sin
ira, sin soberbia, sin lujuria, sin pereza, sin gula, sin avaricia
ni envidia, en ninguno de los 7 días de la semana. Días
que acaban en noches. Noches, en las que Ana, tumbada en su
soñadora cama, observa los 7 cuerpos celestes, 7 astros
errantes, 7 vagabundos en el universo: El Sol (dies solis, domingo),
la Luna (dies lunae, lunes), Marte ( dies martis, martes), Mercurio
( dies mercurio, miércoles), Júpiter( dies jovis,
jueves), Venus ( dies veneris, viernes) y Saturno ( dies saturno,
sábado). Los mismos 7 días que ocupó Dios
para formar la Tierra.
Dormida con las últimas palabras del cuento de Blancanieves
y los 7 Enanitos, agotada de llegar tan lejos, con las Botas
de las 7 Leguas, y siempre, de fondo, escuchando las 7 notas
musicales que alegran su vida: Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si…
Ahora que parece que tiene 7 laaaaaargas vidas, cómo
las 7 que tienen los gatos.
Sin miedo a la serpiente de 7 cabezas y sin miedo a caer a los
7 infiernos de Dante.
Contenta de tener 7 chakras indús o 7 puntos de energía,
7 enlaces que llenan los 7 niveles de conciencia, de los que
hablan los metafísicos. 7, que curiosamente coinciden
con los 7 colores del arco iris, necesarios para vivir.
Rojo, de la pasión; naranja de su seductor pelo; amarillo,
de la luz, del sol; verde, color que la llena; azul, de su niñez;
añil y violeta, de calma y paz.
El 7, unidad universal, su número impar
del destino…
Los
Relatos de LA TRIPULACIÓN
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