(ÚLTIMA
ENTRADA)
“Denle a un hombre una máscara
y dirá la verdad”
Óscar Wilde / Juan Villoro (De eso se
trata)
22 de setiembre del año ocho del tercer
milenio de la era cristiana
Más vale que lo deje claro
desde el principio, aunque supongo que cualquiera con mínimo
oído se daría cuenta, se habrá dado cuenta
ya, que este diario, las palabras en cuestión, no las
escribe el jefe, el dueño y protagonista de este diarioweb
-como él la llama haciéndose el ágil mental;
que para eso lo es, ágil mental, por supuesto. En suma
que me llamo Flores y mi nuevo jefe ha insistido en que me presente.
Bueno, pues ya está, señor Puebla, soy Flores,
Walter Flores amanuense, y debido a que don Javier sufre una
contractura en un hombro, el derecho, y además el dedo
anular hace sentir su presencia desde que le mordió un
perro rabioso en la mano hace ya cuatro años y no puede
utilizar con normalidad un teclado de ordenador, seré
yo a partir de ahora quien rellene las croquetas de este diarioweb.
Si a alguien le parece mal que hable con el jefe, el sobrino
nieto de Manuel Puebla d´Oliveira, quien fue jefe de mi
abuelo, también Flores, hace ya más de cincuenta
años.
Y allá voy.
Caramba, estoy algo nervioso,
hasta se me contagia el dolor en el dedo como si hubiera sido
a mí a quien hubiese clavado los colmillos un perro cabrón
en los jardines del Palacio de Oriente y no al patrón.
Pero eso es ser secretario: comérselas todas para que
quien te contrata pueda ir de señorito.
-¡Flores!
-Sí, don Javier, ya empiezo, ya empiezo...
Era
miércoles y Javier Puebla estaba convocado en dos desayunos
de prensa que se celebraban de modo casi simultáneo.
A saber: se le esperaba en El Bandido Doblemente Armado, de
la calle Apodaca, para escuchar a José María Merino
hablar de EL SÍNDROME DE MOWGLI, premio Internacional
de Novela Luis Berenguer 2008, firmada por Andrés Pérez
Domínguez, y que cuenta las aventuras -en clave de novela
negra- de Rafael Montalbán, un ex-boxeador rompe-piernas
(y ya van unos cuantos en la novela negra española, ¿no
les parece?).
-¡Flores!
-Sí, don Javier, ¿hay algo que le parezca mal?
-Una cosa es que te deje presentarte y otra cosa que te atrevas
a decir impertinencias sobre escritores españoles, mis
colegas, y sus personajes. Las impertinencias, si procede, cuando
yo diga. ¿Comprendido?
-Comprendido y archivado, amado jefe.
-Sigue, y no te olvides decir que la novela no sólo tiene
un título genial, ya sólo para averiguar lo que
es el Síndrome de Mowgli debería de leerla cualquier
persona que se precie de estar bien informada, sino que además
es muy entretenida. Yo me la leí entera, sin saltarme
una página, y ya sabes que con el hombro...
-Sí, claro, señor, el hombro. Su hombro. Eso sí
que le tiene a usted entretenido, ¿verdad?
Acaba de clavarme esos ojos de araña convencida de que
a su alrededor sólo viven zapatos y moscas. Sigo.
La entretenida novela -preciosa portada me atrevo a opinar por
mi cuenta- de Andrés Pérez Domínguez, se
presentaba a las once de la mañana, y el señor
Puebla tenía ya todas sus preguntas preparadas en un
papelito, garabateado a mano por supuesto, y preparado su sombrero
más adecuado para la ocasión, cuando sonó
el teléfono.
Era su amigo Pedro
de Paz. Uno de sus colegazos. Que a las doce de esa misma
mañana desenterraba en el interior de los pulmones de
la ciudad (Mad Madrid), concretamente en una sala del metro
de Retiro, su novela ya mítica antes de nacer: EL DOCUMENTO
SALDAÑA.
-Te pones uno de mis sombreros y tú vas a una presentación
y yo a la otra.
Sí, hombre. Hasta ahí podíamos llegar.
Se empieza así y acaba uno sentado en el báter,
empujado duro, cuando el jefe está estreñido a
ver si se le alivia el problema por empatía vicaria.
-De eso nada, no pienso ponerme ningún sombrero.
-Pero Flores, amigo mío, mi hombre de confianza, hermano
del alma, si en cuanto te pongas unas gafitas redondas y te
tapes un poco la cara con el sombrero somos dos gotas gemelas;
tú un poco más gruesa, pero eso lo arreglo yo
dejándote mi chaqueta blazer y un cinturoncito de goma
y....
Fui.
Acudí yo a una de las presentaciones y a la otra fue
Javier Puebla; pero juro ante quien quiera escucharme que no
me puse sombrero. Nadie se acordará de mí pero
de sombreros nada.
-La próxima vez lo prepararemos mejor. Si no tienes que
decir nada: basta el sombrero para que te conviertas en Javier
Puebla. Llevo meses escuchando a la gente, amigos incluso, decirme
que me han visto en el programa de Dragó, porque salía
quien fuese tocado con sombrero. Hasta en el periódico
rival del que me da cobijo en Murcia el antiguo jefe de opinión
se fotografió con sombrero y me llegaron dos docenas
de mails acusándome de haber cedido al peso del oro y
pasarme a la competencia. La gente, en los periódicos
y en las webs y en la tele, sólo miran los santos, Flores,
las fotos y los dibujitos. Ni leen ni escuchan ni gaitas. Un
sombrero y serás yo, Flores.
-¿Y qué pasa cuando usted se quita el sombrero?
-Desaparezco. Houdini. El hombre invisible. Nadie, como mucho
el tipo que firma los cheques para que tú escribas por
él un diarioweb mientras se le cura la contractura del
hombro derecho.
-Si usted lo dice... ¿Tengo que poner algo más?
Acordamos
dos horas por día y ya no le quedan ni diez minutos.
-¿Me vas a roñosear los minutos?
-Yo no roñoseo, señor Puebla, pero los tiempos
han cambiado, y ni usted es tan rico como su tío-abuelo
Manolo, ni yo estoy tan necesitado como el primer Flores, que
en paz descanse.
-Bueno, pues quien quiera saber más que me llame por
teléfono o lea las columnas en prensa de rigor. Ah, no
se te olvide llamar a Daniel Fénix para las fotos. Las
fotos de Cristina Salama y los nuevos "Tres Extraños"
creo que vienen modificadas por Fénix. Como ya te he
dicho...
-Sí, sí, que la gente sólo mira los “santos”
y los que teclean, o tecleaban, letras como usted igual podrían
estar copiando la guía telefónica.
-Rapidez y memoria, Flores. Así me gusta. Llegará
usted lejos.
-Con estar a las nueve en mi casa, como tenía previsto
me conformo, señor de las mil caras y los dos mil sombreros.
Coloco las fotos y.... ¡pero esto es demasiado!
-¿Sucede algo?
-Que aquí hay muchas más fotos que las de dos
presentaciones.
-No te preocupes, Flores. Tú pon unas cuantas a voleo
y quien quiera entender que entienda.
-Pero es que ni siquiera me sé los nombres de quien sale.
-Ya te los aprenderás, Walter, ya te los aprenderás,
que los actores de LA VIDA LITERARIA son siempre, o casi siempre,
los mismos. No me extraña que Hemingway se fugase a Cuba.
(PIDO DISCULPAS PERO ESTA SEMANA NO HAY "SANTOS",
COMO LOS LLAMA JAVIER PUEBLA. AÚN SOY POCO DUCHO EN ESTE
DE LA WEB, A VER SI EL PRÓXIMO LUNES YA LO HE ENTENDIDO
Y PUEDO AÑADIR ALGUNA. Walter Flores). ¡Ya
están colocados los "santos", insisto en mis
disculpas para los visitantes de la primera semana en la que
detubé en la redacción de este diario!
“Siempre, desde niño, he buscado
la protección de otros más fuertes; no porque
la merezca, sino porque -consciente de una debilidad que ya
he aprendido a no mostrar- sé que la necesito”
SOSIEGO, antilibro. 11 septiembre
2008. JAVIER PUEBLA
29 septiembre 008
Está sentado en una terraza al pie de
una escalinata de la Plaza de la Ópera, junto a su agente
y amigo, Eduardo Melón. Es jueves y atardece. A Javier
Puebla le suele producir un efecto lenitivo la compañía
de Eduardo, le rejuvenece y se deja contagiar por el entusiasmo
vital del joven agente literario y líder del grupo de
pop rock Waldorf Histeria. Han quedado para charlar de la novela
de Puebla que en breve publicará la editorial Algaida,
del grupo Anaya, de TIGRE MANJATAN, uno de los mejores cartuchos
que guardaba en su recámara el escritor que firma este
diario aunque ahora sea yo, el real o imaginario Walter Flores,
quien lo escriba en su lugar. Están invitados, o más
exactamente Eduardo Melón está invitado y lleva
a Javier Puebla como acompañante, a una fiesta en una
librería llamada LA BUENA VIDA, calle Vergara 10 o 12,
que como averiguará más tarde Puebla abre a las
doce de la mañana y cierra a las diez de la noche, inspirada
por el inteligente convencimiento de que nadie acude a comprar
un libro de ficción o ensayo a las nueve o diez de la
mañana; el motivo de la fiesta es la inauguración
de una editorial, MISCELÁNEA, dentro del grupo Roca.
Ambos demoran el momento de levantarse, dejar la terraza, la
suavidad del clima y la vida de la calle, para acudir parapetados
tras sus mejores sonrisas al baile de LA VIDA LITERARIA, y así
Eduardo se permite una segunda cerveza y Javier una tercera
cocacola.
Pero basta que lleguen a la librería para que se sientan
“como
tigres en la selva”. Eduardo se encuentra con su viejo
colega de correrías (quizá habría podido
escribir fechorías, pero a lo mejor me censura el “boss”),
Malcolm Otero Barral, que a lo largo de la noche se va transformando
en mejicano, italoyanqui o cubano, según las circunstancias
y su estado de ánimo, y es un show en sí mismo.
De facto, y al igual que ocurre con Malcolm, todos conocen y
aprecian a Eduardo porque forma parte del mundo literario, es
hijo de Anne-Marie Vallat, desde que era un cachorro. La librería
tiene una atmósfera especialmente agradable: el marrón
rojizo de las paredes, los techos altos, la amabilidad de “embajador”
del propietario y encargado, Jesús, que se molesta en
detectar quien acaba de llegar y es él quien acude para
preguntarle si desea beber o comer algo; Jesús, de LA
BUENA VIDA, tiene dos cosas cortazarianas, el físico
y los excelentes modales. “Un cronopio abre una librería”,
piensa Puebla, y yo me permite apuntalar que en estos tiempos
en los que las librerías sólo cierran como fichas
de dominó en cadena imparable únicamente un cronopio
puede osar a la maravilla de abrir una.
Puebla, efecto de la cocacola o el ambiente distendido o la
compañía de su joven amigo Eduardo, enseguida
localiza a una chica maravillosa, la más maravillosa
-eso es siempre subjetivo- de cuantas pueblan el local, porque
es rubia, sus ojos son claros y la maquilla una leve capa de
timidez que permite al escritor sentirse audaz. Habla con ella
“about de meaning of life” y de libros y trabajos,
y escucha que trabaja en una editorial.
-¿En cual?
-RBA.
Puebla supone que lo hace bajo las órdenes del cubano-italoamericano-mejicano
Malcolm Otero Barral
y siente una oleada de afecto y simpatía creciente hacia
ella, aunque aderezada por un punto de piedad, porque trabajar
siguiendo la batuta imprevisible de Malcolm, como sabe por experiencia,
no puede ser jamás sencillo. Se llama Anne, o Anik, o
algo así, y se apellida Lapointe. Es canadiense, le cuenta
a Puebla, pero lleva en España muchos años, y
Javier antes de ahogarse en el azul de sus ojos hace un esfuerzo
de voluntad y le habla de su hijo y su mujer y su vida, para
que quede claro que ya no es quien se sueña, un hombre
libre, sino quien es, un hombre casado y padre de familia. Segundos
después averigua que no es el mítico nieto del
también mítico Barral el jefe de mademoiselle
Lapointe, sino al revés; está hablando con la
editora jefa de RBA. La ignorancia permite ser sincero y natural.
Se deja llevar Puebla por la alegría de Melón,
y acaba en un restaurante peruano, en una cena presidida por
Miguel Ángel Aguilar y completada con doce apóstoles
más o menos fortuitos, comiendo corazón y ceviche.
Pero ya no se deja arrastrar a la calle Almirante, donde el
resto de los bailarines seguirán agitando la coctelera
al ritmo de la música en un pub cuyo nombre Puebla no
recuerda y yo no voy a molestarme en averiguar; porque él,
Puebla, siempre es “el hombre que se va”, quien
desea o necesita -casi siempre antes que ningún otro-
quedarse solo, pensar, soñar, sentir la ciudad bajo sus
pies, recordar que tres días más tarde -la cabeza
de un escritor es una farsa permanente- su muy querido amigo
Herminio Castillo le contará que ha dejado de visitar
su página web, porque ya no habla de él mismo,
sino de otros, del extenso “cuerpo de baile” de
LA VIDA LITERARIA”, cuyas crónicas y aventuras
sólo interesan a quienes forman parte de él, pero
no a quienes buscan a Javier Puebla en su diario farsario, quienes
le conocieron antes de que se lanzase al vacío, abandonando
la paz mohosa y dulce de su muchas veces añorado ministerio,
para intentar vivir de escribir.... Si Puebla hubiese imaginado
-lo cual demuestra que su imaginación no es tan poderosa
como él presume- siquiera la mitad de las complicaciones
y social-suciedades que le esperaban es probable que ahora estuviese
en Shangai, Nueva York o Luanda, soñando con ser escritor
y sólo escritor, lamentando su falta de valor por no
atreverse a dejar el ministerio y seguiría sin comprender
las razones porque se exhibían tan pocos libros buenos
en las librerías desbordadas de novedades cada vez que
regresase a España a ver a su familia y abastecerse de
pelis y palabras impresas; a fecha de hoy Puebla conoce bien
cuales son esas razones, el porqué se maltrata e ignora
la calidad y la imaginación, pero -soñador impenitente-
aún confía en un golpe de muñeca, un giro
inesperado, una vuelta de tortilla... y que la tortilla actual
de la literatura hispana se quede pegada al techo con los huevos
de todos los gusanos que la infestan atrapados en su interior.
Y ahora es tres días después,
cuando Javier Puebla está otra vez sentado en una terraza,
en la del Loft, el bar de L.A. Citywood, en compañía
-ya real- de Herminio Castillo, a quien conoce desde que Herminio
era un niño de diez años y Javier un hippie, o
freak o algo así, con tres libros ya publicados a los
veintidós años, pelo larguísimo, barba
de profeta y ojos toniperquinsonianos (como dijo en una columna
del mítico suplemento DISIDENCIAS Ramón Buenaventura
en su tiempo). El tiempo también ha pasado para el joven
Castillo, quien ya peina alguna cana, pero ha dibujado para
sí mismo a lo largo de los años una vida interesantísima
y novelesca: vive en Nicaragua, tiene una hija con una bella
y famosa directora de cine, una estrella del mundo “nica”
llamada Belkís (el nombre, puro azar y mágica
simpática, coincide con el título de una novela
africana de Puebla). Castillo, Herminio, suele pasar todos los
veranos unos días más o menos largos en Los Arroyos,
L.A., y suele también encontrarse con Javier. Y ambos
charlar y beben y se enriquecen mutuamente, sin nada pedirse
ni solicitarse, hasta que cierra el único bar o la noche
comienza a escaparse de los campos. A Puebla ver a Castillo
siempre le sirve -y en esta ocasión muy especialmente-
para recordar quien era y sobre todo quien deseaba ser; y quizá
sea cierto que a pesar de su audacia de abandonar a la madre-ministerio
está volviendo a desviarse, perderse, pero así
es la vida, boss: tú mismo escribiste en ese juego que
sí está anclado con el proyecto de ti mismo y
que tú llamas SOSIEGO, anti-libro, por joder, supongo,
que “en determinados momentos del camino te paras, y volviendo
la vista atrás te preguntas si te has equivocado. Y sí,
siempre te has equivocado”.
Supongo que yo también me habré
equivocado, pero lo bueno que tiene de trabajar para Puebla
es que rara vez supervisa las tareas de sus subordinados. Me
juego el sueldo de este mes que me dirá, “esta
vez te ha quedado mucho mejor, Flores. Quiero decir, Walter,
amigo Walter”, pero seguro que no se molesta en leer ni
una de las palabras que -más para sus lectores que para
él- hoy he escrito.
“No era la prosperidad
material lo que él perseguía. Sólo perseguía
la gloria!”
ALICE MUNROE. La vista desde Castle Rock.
6 octubre 008
Me gusta que se acabe setiembre porque nunca
sé como escribirlo, si setiembre o septiembre; lo primero
está admitido, lo segundo era el modo en que se escribía
cuando yo era niño.
Llego a casa de Javier Puebla la tarde del primer jueves de
octubre y me encuentro con su ausencia, le han invitado -una
iniciativa de la inquieta y siempre interesante Julia Barella-
a dar un curso o conferencia sobre escritura cinematográfica
en la Universidad de Alcalá y no regresará hasta
el final de la tarde. En
el despacho que ambos compartimos normalmente para pergeñar
este diario web los muebles parecen flotar en el globo de luz
dorada que entra por el enorme ventanal de pared a pared (antes
era una terraza, pero Puebla lo cubrió e incorporó
a lo que antaño era la sala de estar de la casa en beneficio
de su sacrosanto despacho; el espacio de la terraza está
tomado sin apenas resquicios por dos ficus enormes, los más
grandes y altos que jamás he visto en el interior de
una casa, a los que el escritor cuida como si fuesen sus hierbas
mágicas de chamán, y quizá lo sean, yo
que sé).
-Tú debes de ser Flores.
-Sí, ¿y tú?
-Soy Salgado. León. El cazador de cuentos.
Le miro asombrado. Miro asombrado en el sillón de piel
marrón gastadísima situado frente al ordenador
que pensaba sólo a mí cedía Javier Puebla;
pero no es esa la razón de mi asombro, sino otra muy
distinta.
-Suponía que no existías, que eras un personaje
creado por Javier Puebla. Un heterónimo o semiheterónimo
a lo sumo.
-Ya. Perdona, estoy acabando una historia. Luego si hay tiempo
charlamos sobre filosofía de la vida. Javier ha dejado
para ti el artículo que quiere pases al ordenador. Es
sobre Antonio
Papell y su última novela: El sol sobre la nieve.
Me molesta la aclaración, el tono de suficiencia en que
se dirige a mí Salgado, como si yo no supiese que Javier
había acudido al desayuno de prensa en el que se presentó
el libro -me invitó a acompañarle, pero a esas
horas estoy demasiado ocupado con mi trabajo verdadero, contable,
con el que me gano la vida modesta que llevo, como para poder
permitirme la maravillosa frivolidad de un desayuno de prensa
en el Hotel de las Letras, sito en el centro de Madrid, concretamente
en la Gran Vía. Sé también que el presentador
o padrino de El sol sobre la cocaína... (perdón:
la nieve) fue Benjamín Prado, y que a Puebla le encantó
la obra y se permitió hablar y preguntar cuanto le vino
en gana; y por supuesto también sabía que me tocaría
pasarlo a máquina, a ordenador, porque el hombro de Javier
Puebla sigue lesionado y va a seguir lesionado todo el tiempo
que le convenga a su pereza natural para de ese modo desembarazarse
de obligaciones molestas y secretariales y que sean otros, en
este caso yo, quienes realicen su trabajo.
Miro a Salgado, El Cazador de Cuentos, con curiosidad. No lo
imaginaba así. En mi mente de lector le suponía
alto y tan delgado al menos como el propio Javier Puebla. Pero
es un tipo más ancho que alto, de espalda cargada y vientre
bien alimentado, lo que le confiere un aspecto algo amenazador.
Sus ojos son oscuros y esquivos y las manos hacen pensar más
en un leñador que en alguien que sólo mueve los
dedos sobre el teclado de un ordenador. ¡Así que
no es un autor interpuesto o un ser inventado, sino otro como
yo, alguien a quien Puebla ha convencido o pagado para que trabaje
por él! Ahora ya comprendo que tenga en el armario de
este mismo despacho casi treinta obras inéditas; con
tantas manos aliadas con las suyas. De repente me asalta una
duda, quizá estúpida, sus alumnos, sus TRIPULANTES,
como él los llama, ¿son reales o imaginarios?
¿Amigos o actores que posan para las fotos que él
cuelga de vez en cuando en su página web? ¿También
les pagará? ¿Y los libros que publica con sus
nombres? No, no tiene sentido, tienen que ser personas reales.
Quien no debería de ser real es León Salgado.
Aquí sucede algo extraño, muy extraño.
Estoy por preguntarle a Salgado si pensaba que yo también
era un personaje aunque antes de abrir la boca me doy cuenta
que es una estupidez. Sabía quien soy, que venía
a hacer un trabajo en el mismo ordenador donde acaba de hacer
una última y rápida corrección al relato.
Sube el cursor a la barra superior de la pantalla y selecciona
una opción.
-57 minutos. Tiempo total de edición, no está
mal teniendo en cuenta que apenas escribo cuentos últimamente.
Puedes incluirlo si quieres al final de tu diarioweb, se titulada
LAS MANOS ENORMES, y he utilizado una historia que me contó
Javier, Puebla, y que transcurre en este mismo espacio donde
ahora tú y yo estamos hablando, empieza cuando esto era
el cuarto de estar de una casa normal y corriente, donde comía
y veía la televisión una familia, y finaliza en
tiempo presente, ya el cuatro de estar transformado en despacho
y con estas plantazas exageradas y horribles, si me permites
la franqueza. Por cierto, el protagonista es el propio Puebla.
Quizá deberías evisar tus esquemas y él
que no existe, el nombre y la imagen pueden ser inventados,
sea él, tu jefe. Nos vemos, tengo que ir a recoger a
mi hijo Emili al colegio, sale a las siete. Ya hablamos de filosofía
otra tarde si volvemos a coincidir.
Ocupo el sillón que hasta hace un instante soportaba
las posaderas de León Salgado y me pongo a trabajar.
Parece, por su artículo, que a Javier Puebla realmente
le encantó la novela de Papell, tengo que pedírsela,
a ver si me la presta.
Cuando termino de pasar el texto me pongo a teclear mis propias
palabras para el diarioweb de Javier Puebla, estas mismas palabras.
El boss sigue sin llegar. ¿Añado el relato de
Salgado al final? ¿Por qué no? Tengo algunos “santos”
que ha mandado Fénix por correo electrónico y
así el exceso de texto no resultará demasiado
pesado para los lectores de Puebla (¿existen los lectores
de Javier Puebla o él y yo somos los únicos que
miramos su página web? Total, lo de añadir el
cuento -una pieza más sentimental que literaria en mi
opinión- sólo es copiar y pegar. Dos minutos más.
A mí también se me hace tarde, y parece que Puebla
no va a llegar para darme el visto bueno. Que cambie lo que
quiera, si su dolorido hombro se lo permite. Ya está.
Pegar.
Alinear.
Listo.
Apago el ordenador, me levanto de la silla
y me dirijo hacia la puerta de la calle. La luz ha perdido intensidad
en el despacho, y los ficus parecen seres vivos, pero a mi -no
coincido en absoluto con Salgado- no me parecen ni plantazas
ni horribles. Son... quizá no preciosos, pero sí
alucinantes.
LAS MANOS ENORMES
(un relato inédito de León
Salgado sobre una vivencia de Javier Puebla)
La mano es enorme y viaja hacia el sofá de dos plazas
con la elegancia algo torpe de una gaviota gigante volando a
ras de suelo. La mano no es una gaviota, o sí, porque
lo que busca la pinza de sus dedos es en cierta forma un pez,
un niño que juega o dormita o sueña despierto
y sin palabras sobre los amplios y mullidos almohadones de muelles
y plumas. La mano levanta al niño
y el niño vuela hasta la ventana, hasta que sus dedos
infantiles rozan el cristal y el abuelo con más afecto
que habilidad convierte su brazo izquierdo en un asiento.
Mira, le dice, mira los trenes. ¿Los ves? Los que van
hacia la izquierda..., hacia allá, en la dirección
de la mano que no escribe, salen de Madrid para irse lejos,
y los que vienen del otro están llegando, llenos de gente
de otras ciudades.
Sucede muchas veces: la mano enorme, las manos pequeñas,
la ventana, los trenes, las palabras que varían en cada
ocasión y que el niño no recordará, tendrá
que inventarlas, cuando se haga mayor.
Fíjate en ese tren, no es de pasajeros, sino de mercancías.
Lleva cosas, no personas. A lo mejor fruta o ruedas o ladrillos.
Es bonito, ¿verdad?
El niño emite un gorjeo feliz. Eso sí lo recuerda
de adulto, una memoria del cuerpo: momentos felices pasados
en los brazos de su abuelo Manuel que fue el primero de entre
los padres de sus padres en abandonarles, irse lejos, muy lejos,
más lejos que ningún tren.
Cuando crezcas y sepas decir palabras y mires por esta ventana
podrás hablarme aunque no esté, y me dirás
si aún se siguen viendo pasar los trenes, a lo mejor
llega un día que van volando y no necesitan siquiera
vías de hierro que les marquen el camino; yo no lo veré
pero quizá tú lo veas por mí.
Javier se asoma a la ventana, a esa misma ventana de esa misma
casa a la que ha regresado tras muchos años de dar tumbos
por el planeta, rebotar de ciudad en ciudad y de país
en país. Es la misma ventana pero no es la misma: ya
no son ven los trenes. Han construido un mundo de viviendas,
centros comerciales, túneles y carreteras. Mira por esa
ventana y ve ladrillos y otras ventanas; no sabe como explicárselo
a su abuelo, como hacerle llegar la información allá
donde esté. Entonces cierra los ojos y respira hondo
hasta que deja de pesar y se siente sentado en el aire, sobre
un brazo fuerte y afectuoso, y escucha una voz, más bien
un tono sin palabras concretas; aprieta los párpados
hasta que el negro se llena de colinas blancas y verdes y un
tren las cruza a ritmo pausado, entrando en la estación
de Atocha, saliendo de la estación de Atocha.
Esos dos trenes se van a cruzar, durante un momento parecerá
que son el mismo y luego se dividirán, cada uno para
un sitio.
Los ve. Lo trenes, Javier Puebla Rabanal ve los trenes con los
ojos de su abuelo Manuel Rabanal Fidalgo, y le añora,
y al añorarle se siente pequeño porque advierte
que no puede hacer que su abuelo vea ya lo que él está
viendo: los ladrillos, las ventanas del edificio de enfrente,
sino que ha sucedido al revés. Son los ojos de su abuelo
los que aún viven dentro de los suyos, los ojos de su
abuelo los que consiguen el prodigio imposible de que a través
de edificios, centros comerciales, túneles y carreteras
el que un día fue el muy pequeño Javier Puebla
siga pudiendo ver pasar los trenes.
“Alégrate de tu descontento, demuestra
que eres más grande que los autosatisfechos” (CHEJOV).
Las carencias son el estímulo del imperfecto. Por eso,
porque no tienen dónde detenerse, sus pasos vacilantes
llevan más lejos."
(JUAN VILLORO, De eso se trata
(Ensayos literarios))
13 de octubre
Llega a su casa algo cansado tras un paseo largo y a paso rápido
desde el bar El Águila de la calle Concepción
Arenal hasta el Parque del Oeste donde el senior del ya inevitablemente
famoso grupo de Brooklyn, Fermín Cabal, ha aparcado su
coche. Todos los demás componentes del grupo de Brooklyn,
junto a los satélites de los hermanos
Lago, se dispersaron -cada uno a lidiar con sus pequeñas
vidas- a las diez y media de la noche, y sólo Javier
Puebla y Fermín Cabal continuaron juntos un poco más,
la voluntad del primero, su viejo juego de las citas al cruce
que en este caso le supone un paseo de casi tres kilómetros,
para -conversando- fijar leve y no duraderamente lo que estaban
haciendo, qué quedaba de aquellos 5 hombres solitarios
que se conocieron en Brooklyn, poco a poco, como lobos integrándose
en una manada, y que una noche se fotografiaron bajo la nieve
y frente al skyline, invisible para la Polaroid de Javier Puebla,
y sin darse cuenta formaron El Grupo de Brooklyn;
aunque a ese quinteto original, Federico y Achero Mañas,
Eduardo Lago, Fermin Cabal y Javier Puebla, luego se les unieron
los hermanos Madrigal, José y Carlos, y también
-aunque de un modo casi invisible, escondido tras la sombra
ancha de su hermano- el menor de los Lago, José Antonio.
Han pasado veinte años pero “los de Brooklyn”
se siguen reuniendo una o dos veces al año, siempre por
navidad, casi siempre en algún momento del verano.
Puebla había acudido a la presentación de Ladrón
de mapas, un libro de cuentos del mayor de los Lago con una
portada que parecía perfecta para El bazar de las palabras,
uno de los libros de su hermano, más por volver a ver
a Cabal y Mañas, que a Eduardo. De hecho apenas le ve,
ni habla con él en la presentación larga en exceso
-la eficiencia y paciencia de Pilar Lucas, la encargada de prensa
de la editorial-, la amabilidad feliz, ¿autosatisfecha?,
de Santiago Rocangliolo que hacía de embajador-encuestador,
el fugaz paso del ministro de Cultura por el acto... Apenas
ve Javier a Eduardo, ya digo, y sólo se le iluminan los
ojos cuando otro Javier, Velasco, Xavier Velasco,
el mexicano con cara de genio loco y genial, autor de DIABLO
GUARDIÁN, se dirige a él y durante unos minutos
el tiempo deja de marcar los aburridos segundos y se convierte
en ritmo y música, pasión y juego. Apenas le ve
tampoco en el bar El Aguila, donde -en un lado- José
Antonio mantiene despiertos a los habitantes del gastado mundo
de los hermanos Lago y -en el otro lado- “los de Brooklyn”
y sus propios satélites.
Es al llegar a casa, cerca de la una, cuando le en el Diario
de la Noche de Telemadrid, y Javier Puebla no puede evitar,
porque nació sentimental y es enfermedad que difícilmente
se cura, una oleada de ternura espumada de pena, ante el rostro
rejuvenecido gracias al pelo peinado en punta y el cuerpo disfrazado
de negro. Es como ver a un borracho, un borracho a quien se
aprecia, avanzando sobre un cable que se hunde en el abismo
y a quien la ebriedad impide ver que no hay un otro lado, que
al final, debajo, delante y detrás sólo hay abismo.
La televisión está sin volumen y Puebla no convoca
el sonido, nada nuevo va a escuchar. Mira unos instantes más
el televisor y cambia de cadena, y vuelve a cambiar, zap, zap,
zap... hasta que regresa a Telemadrid y el más viejo
de los Lago ya no está. Se levanta Puebla del sofá
para buscar un dvd, toma uno casi al azar y regresa al sofá
sin sacar la película de su funda. Apaga la televisión
y saca su diario para evitar pensar, que sean las palabras escritas
quienes lo hagan por él (no me deja copiarlas, nunca
me muestra su diario) hasta que amanece y ya es viernes y dentro
de unas horas, aún no lo sabe, comerá en El Buey
con Matellanes, su editor y amigo. Desde hace cuatro días
tiene en casa dos ejemplares de la novela que aún no
ha llegado a las librerías, TIGRE
MANJATAN, la primera protagonizada por el personaje
que -según aseguró El Oráculo con incontestable
contundencia- le haría rico. ¿Rico? Qué
extraña y estúpida palabra: rico. ¿Y para
eso se escribe? No, ni para eso ni para la gloria. Se escribe
para no pensar, para curarse de la mortal enfermedad de ser
tan solo uno mismo. Al menos por eso escribe Javier Puebla (y
quizá también Xavier Velasco o Bolaño o
Pessoa o algún otro).
Ya ha amanecido cuando, insomne, se levanta de la cama y acaricia
la cubierta de Tigre Manjatan: es preciosa e invita a ser tocada.
Luego pasea por sus páginas. Han sido catorce años
dándole vueltas a un mismo libro, puliéndolo,
librando su prosa de todo aquello que no fuera imprescindible,
hasta que al final la trama quedó desnuda por completo,
todo sonido y ritmo. Lee aquí y allá y cuanto
encuentra le gusta, engancha, complace y resulta familiar; cada
frase o cada palabra están escritas como habría
querido escribirlas él mismo.
Duerme unas horas y le despierta el sonido del móvil.
-¿Comemos?
Pero eso ya lo he contado. No me explicó quienes son
las niñas de la foto que le aplauden, pero tampoco me
explica porque pone junto al texto las imágenes atemporales
de Daniel Fénix. Tampoco le pregunto. No sé cuanto
tiempo seguiré trabajando con él; al terminar
de escribir estas palabras pienso que yo no he nacido para esto,
que prefiero mis apuntes contables, la mentirosa solidez de
mis números.
Walter Flores, 12 de octubre de 2008.
“He pasado los 3 meses del verano mirándome
el ombligo, buscando y encontrando enfermedades y motivos de
conmiseración por mí mismo. Pretendía recuperarme
del cansancio de 21 meses sin tregua; y funcionó. Estoy
recuperado. Pero durante los 3 meses de este verano ¡daba
asco ser yo!”
SOSIEGO, antilibro de Javier Puebla
Rabanal, quien cada vez que piensa que nunca lo
publicará se relame de gusto, como un tigre que se zampa
una gacela en soledad.
20 octubre 008
-Flores, ¡ya era hora de que llegases!
Casi la una de la noche de un viernes y tiene que citarme para
que le escriba su absurdo diarioweb, que para empezar debería
llamarse semanarioweb, ya que sólo hay una entrega por
semana; pero ambos nombres suenan horribles.
-¿Qué hay que hacer?
-Tengo al tigre.
Miro a mi alrededor escamado y levemente inquieto, con lo zumbado
que está el Javier Puebla de los cojones, sus horarios
excéntricos y demás originalidades imparables,
capaz es de haber metido un tigre de verdad en su casa. Recuerdo
haber leído un relato de otro de sus negros, mi amigo
León Salgado: Y ENTONCES SOLTÉ AL TIGRE. Pero
por fortuna su locura no alcanza -de momento- tan peligrosos
niveles. Hay tigres de madera, de plástico, resina, peluche,
metal y hasta dibujados y pintados en cuadros varios, pero ningún
felino auténtico. Entonces comprendo, acabo de ver la
cubierta encima del cristal de la gigantesca mesa cuadrada del
salón, que se trata de su nueva novela, su vieja novela
porque lleva 14 años dándole vueltas y más
vueltas hasta que ha quedado exactísimamente como él
la quería. TIGRE MANJATAN.
-No lo toques.
¿Y ahora qué? ¿No puedo coger un puto libro?
Es bonito y tiene buena pinta, pero de ahí a que no se
pueda tocar.
-Bueno, cógelo si quieres.
Lo ojeo más incómodo que interesado.
-¿Te importa si me quito la chaqueta, Javier? Hace calor
aquí.
-Claro que no. Disculpa. La emoción del momento. ¿Te
apetece tomar algo de beber?
Eso ya suena mejor.
-Un bourbon.
-¡Bourbon! Lo mismo que bebe El Tigre.
La cagaste Burt Lancaster, la cagaste, Flores. Pero bueno, he
venido aquí a currar y currar es fundamentalmente aguantar
al jefe. En mi familia siempre hemos sabido lo que es aguantar
a un jefe.
-¿Cuándo ha llegado?
Por dos, la he cagado por dos, he hecho la pregunta del millón,
la perfecta para intensificar aún más su euforia
excesiva. Acaba de aparecer con una bandeja, esos vicios de
diplomático, sobre la que hay una cocacola para él
y un bourbon -sin hielo- para mí. Y me cuenta su “romántica”
(imposible no entrecomillarla) historia del parto, de como el
libro llegó en un sobre con el interior forrado de papel
burbuja y eso le hizo pensar en la placenta de una mujer embarazada.
-No lo abrí hasta que llegó mi mujer. Si yo había
existido a su parto lo justo es que ella asistiese al mío.
Y espero y esperó hasta que su mujer llegó del
trabajo a las tantas como siempre y se encontró con su
“genial” (de nuevo imposible no entrecomillar) marido
que tenía la cámara de video preparada para filmar
el “parto” (sic). Lo filmó pero no me enseña
la grabación, sólo me lo cuenta.
-Mi chica hacía de matrona, me pedía que empujase
y yo jugaba -se ríe, el muy capullo- a preguntar si se
veía ya, si era niño o niña.
Zumbado como las marcas de Machín, ya lo he dicho antes.
-Y cuando ello lo tuvo entre las manos, como una matrona, dijo:
no es niño ni niña, es Tigre.
¡Qué bonito! ¿Aplaudo, finjo una lagrimita
y me paso la manga de la camisa por el borde de los ojos? ¿O
le pregunto si ha hecho algo esta semana digno de contar, si
ha comido con alguien interesante, paseado con algún
amigo por Pintor Rosales o al menos ha acudido al taller de
escritura cinematográfica que -se supone- está
impartiendo en la Universidad de Alcalá?
-Ha quedado genial, ¿verdad?
Hombre, sí, no está mal, pero tanto como genial...,
un libro como cualquier otro libro, como los cientos y cientos
que siempre hay a su alrededor; pero entonces miro sus ojos
exaltados y tras un tiento al bourbon asiento con la cabeza.
-Genial,
desde luego. Ha quedado genial.
Ya está contento.
-Si quieres lo dejamos por hoy, escribes lo del parto imaginario
y ya está.
-Pero ¿y la universidad, y sus barcos imaginarios con
los que tan contento está este año, y el pequeño
éxito de la firma de libros en el Corte Inglés
ayer sábado?
-Otro día, Flores, otro día. Han sido catorce
años. Hoy hay que celebrarlo. Mira, me parece que hasta
me voy a tomar un bourbon contigo. Vaya, sólo queda para
un vaso. No vas a poder repetir, pero tranquilo, que en la despensa
tengo una botella de tequila sin abrir.
Tequila con bourbon, la combinación ideal. En fin, sarna
con gusto no pica. Yo fui quien decidió aceptar este
trabajo. A paseo si el taxi de vuelta a casa me cuesta el doble
de lo que vaya a ganar esta noche. Javier Puebla tiene razón,
son catorce años y el libro -en opinión de su
“modesto” autor- ha quedado genial. ¡Hay que
celebrarlo!
“Nada ni nadie va a alterar mi buen humor,
ni siquiera yo”
SOSIEGO, antilibro bailarín, y a veces
(poquitas) optimista, de Javier Puebla
©Daniel Fénix/Javier Puebla
“-¿Tienes algo contra el matrimonio?
-Para el dos por ciento de la gente es maravilloso. Los demás
simplemente lo aguantan.”
EL LARGO ADIÓS. Raymond Chandler, traducido
por José Antonio Lara.
27 octubre 008
Es lunes. El lunes veinte de octubre y estamos
en el interior de la Universidad Carlos III de la Ciudad de
Getafe. Javier Puebla y Lorenzo Silva ofrecen
a un público no demasiado numeroso, entre el que apenas
puedo esconderme y pasar desapercibido, la conferencia inaugural
de GETAFE NEGRO, festival
de novela policíaca de Madrid. Silva, con su potencia
habitual, ese ritmo de locomotora tranquila e imparable que
le convierte en un novelista nato, habla durante media hora
de Chandler, Raymond, y Hammet,
Dashiel; a continuación le toca el turno a mi jefe, a
Puebla, que seguirá con Higsmith, Patricia,
y Thompson, Jim. Pero ¿he dicho la hora
qué era? No, no lo he dicho pero es importante que lo
mencione para que quien siga las aventuras de quien me paga
del mejor modo que puede hacerlo -dándome existencia-
comprenda lo que sucedió a continuación.
La audiencia, no demasiado numerosa como ya he dicho, está
cómodamente arrellanada en sus butacas del Salón
de Grados de la universidad Carlos III cuando Puebla comienza
su speech, a toda velocidad como es normal en él, aunque
sólo llevaba en la joroba tres horas de sueño,
y sucede lo inevitable: corre Puebla
como una bala o liebre o tigre durante unos metros, unos minutos
y luego se para, desconcertado, blanco, quieto, sin saber probablemente
siquiera donde está. Se queda en blanco. Pero lo dice.
Lo dice cuando yo ya me estoy mordiendo las uñas y preparado
para saltar de mi asiento y correr a sostenerle.
-Lorenzo, me he quedado en blanco. ¿Puedes seguir tú?
Y Lorenzo, rápido de reflejos como un guepardo, sigue
el discurso de Puebla, hasta que éste se recupera, vuelve
a tomar impulso y a correr y correr, en la velocidad de las
palabras y la intensidad y pasión de la información
provocando, claro, lo inevitable.
-Lorenzo, he vuelto a quedarme en blanco, ¿te importa
seguir tú otra vez?
Y Silva, el impecable, vuelve a seguir, hasta que al tercer
intento Puebla logra librarse de sí mismo, de la debilidad
más fuerte que él y la conferencia es un éxito
en el que hasta los huecos en blanco se rellenan utilizando
las preguntas del público. Un público del que
sale un hombre joven y sonriente, de mirada entusiasta y nombre
no declarado, que se acerca a los conferenciantes y les felicita
a ambos,
y al entristecido Javier Puebla de modo concreto:
-Ha sido genial lo de fingir que te quedabas en blanco.
-No he fingido, era verdad. Me he quedado en blanco.
Se ríe el hombre sin nombrey en sus ojos oscuros brilla
una luz de astucia, mientras procesa la información,
decidido a no dejarse tomar el pelo.
-Claro, entiendo que no puedas confesar que estaba preparado.
Pero si no hubiese estado preparado Silva no podría haber
reaccionado tan rápido ni tú utilizado nuestras
preguntas para cubrir de negro tus supuestos momentos en blanco.
Pero comprendo, comprendo...
Las manos del hombre sin nombre se extienden con las palmas
abiertas hacia Javier
Puebla para callarle la boca, impedirle que estropee lo que
él ha visto o querido ver.
-Comprendo que no puedas desvelar el secreto del mago. Tranquilo.
Felicidades, felicidades a los dos en cualquier caso.
Y desaparece el hombre sin nombre, y entro yo en escena, Walter
Flores, cojo a Javier del brazo, me lo llevo a la cafetería
de la universidad para que coma algo, un bocadillo de jamón,
y se beba un café bien cargado. Y quizá sólo
yo sé, que sí que ha sido una representación
lo que han ejecutado Lorenzo Silva y Javier Puebla, pero una
representación real, porque el segundo -por supuesto-
se había quedado en verdad dos veces en blanco. Y el
primero, las dos veces, le había salvado. Y lo que habían
hecho ambos, y yo lo sé y ahora
se lo cuento a quien quiera leerlo, era poner en escena un juego
que ambos practican desde que se conocen hace ya casi nueve
años: son personajes de El largo adiós, la mejor
novela de Raymond Chandler. Lorenzo Silva es Philip Marlowe,
incansable y durísimo, y Javier Puebla es el desastroso,
delicado y -¿por qué no decirlo?- débil
hasta horrorizarse a sí mismo, Terry Lennox. Marlowe
en la novela salva muchas veces a Lennox. Y al final, “largo
largo adiós”, Terry Lennox se transforma en Cisco
Maioranos y regresa en busca de una de las pocas personas que
le han apreciado y cuidado en sus momentos más bajos.
Pero, en la novela, Marlowe no acepta a Maioranos, su regreso
de impostor, porque “ya no es triste, solitario y final”.
Y ese es el intento, el empeño -lo sé porque me
lo ha contado- de Puebla/Lennox con Silva/Marlowe, que vuelva
a aceptarle como amigo, que los débiles alcanzan a moverse
sobre la tierra sólo hasta donde les
llegan las fuerzas, pero eso no significa que no den siempre,
absolutamente siempre, lo mejor de sí mismos a sus amigos.
De modo muy especial y antes que a nadie... lo mejor de sí
mismos... a sus amigos; a sus tan poquísimos verdaderos
amigos.
Y eso es lo que yo, Walter Flores, vi en el escenario de la
Universidad Carlos III una mañana de lunes en la inauguración
de la primera semana negra de Getafe/Madrid. La continuación
de la novela de Chandler, El largo adiós convertido en
El largo hola, la reconciliación, el mutuo apoyo, de
dos viejos y muy muy diferentes amigos: Silva y Puebla. Marlowe
y Lennox (el segundo oficialmente muerto, moviéndose
por el mundo con un pasaporte mexicano en el que puede leerse
su actual nombre, Cisco, Cisco Maioranos).
“Si tuviera verdaderos
problemas en su vida, no querría inventárselos
ni tendría por qué hacerlo”
NICK HORNBY, Un gran chico / About a boy
3 noviembre 008
Está en Alcalá, Javier Puebla está en Alcalá,
pero no en el aula donde se supone imparte su excéntrico
taller de escritura cinematográfica, sino en el centro
de salud más cercano. No, por favor, ruego no se alarmen,
al maestro no le ha pasado nada, se trata de un alumno y tampoco
deben de alarmarse por él, le darán tres puntos,
la clásica ración de vacuna antitetánica
y listo, ¡a seguir rodando! El alumno se llama Javier,
y ha aparecido en clase como si el cine se hubiese colado en
la vida: dos golpes en la puerta y luego su fabulosa entrada,
vestido de negro de la cabeza a los pies con un hilo de sangre
dibujado desde el lóbulo frontal izquierdo hasta el cuello.
Puebla primero piensa que se trata de un montaje, ya que está
animando a los asistentes al taller: María José,
Virginia, los dos Javieres, Agustín, Ernesto, Ignacio...
a que rueden su propia película; no sólo que la
escriban y mucho menos que aprendan o simplemente escuchen como
debe hacerse. La idea es contagiarles el virus, las ganas de
crear -porque nunca es malo, siempre es bueno y divertido, como
jugar, la única forma de jugar cuando los años
nos convierten en adultos. Y por eso piensa Javier, el profesor,
que Javier, el alumno, está jugando, interpretando un
papel, realizando un doble mortal, una pirueta insospechada
sobre el alambre que remata con una frase que suena ficticia:
-Disculpad que llegue tan tarde.
-No pasa nada.
-¿Podría acompañarme alguien a un hospital?
Y entonces Puebla se levanta de la mesa situada en el escenario
(porque el entarimado, de obra, que usan los profesores es un
escenario, como cualquiera sabe) y va a felicitar a su alumno
aventajado, pero mientras avanza primero duda, y luego descubre
estupefacto que es verdad, que se ha pegado un golpe en la cabeza
contra una verja oxidada y está sangrando con sangre
auténtica.
Le acompañará él mismo, ¡le acompañarán
todos!, decide sin dudar. Y así la clase se prolonga
durante más de una hora, y hasta termina, en la sala
de espera de un centro de salud, pero opina que ha sido una
buena clase, la mejor, ha conseguido que todo el grupo, a quien
Puebla ya ha bautizado como AAD7 (Asociación Accidental
Dante Siete), sea capaz de centrar su potencia y atención
en un objetivo común: cuidar a un compañero. El
siguiente paso será, si hay suerte, que ese apoyo se
produzca en las películas y guiones de unos y otros;
quizá hasta salga una obra genial y sorprendente de la
AAD7; aunque el grupo no dure, aunque sea una “asociación
accidental” y su floración dure lo que dura cualquier
primavera.
Pero es viernes y ahora está en la radio,
concretamente en Onda Regional de Murcia donde a Javier Puebla
primero le entrevista su colega el escritor Gregorio León,
y luego el gran Jacinto Nicolás (el entrevistador más
brillante que ha conocido nunca; está -Javier Puebla-
agotado, pero desde la cabina donde estoy en compañía
de Mariano Reverte, le veo encenderse durante los diez o quince
minutos que dura la conversación con Jacinto Nicolás;
y luego él mismo, en el coche, me lo confirma, alaba
-entre asombrado y agradecido- el talento de alguien a quien
apenas conoce pero que, en segundos, ha logrado hacerle sentir
tan cómodo y bien acompañado como si estuviera
cenando en su casa con su mejor amigo).
Javier Puebla no sale de casa, apenas sale
de casa (está en Murcia), durante el fin de semana. Se
lee UN GRAN CHICO de Nick Hornby de un tirón, no consigue
recordar el segundo nombre, o primer apellido, del autor de
GUANTES
DE SEDA,
Julio -algo más- de la Rosa; pero sí recuerda
su tono de voz hipnótico mientras desgranaba las mejores
anécdotas que Puebla había escuchado en su vida,
y ha escuchado muchas, sobre boxeo. Antes había sido
García-Posada, el gentil y tan temido crítico
literario, quien había hecho olvidarse de sí mismos
a los asistentes a la comida organizada por Begoña Minguito
para hablar del libro, y sus historias eran -claro- literarias.
Puebla está en esa comida por casualidad, o más
bien por caballerosidad, un amigo le ha llamado en el último
momento -“queda un sitio en la mesa y me encantaría
que vinieses”- y no esperaba ni de lejos pasarlo tan bien,
poder huir de Madrid estando sentado en un restaurante situado
en el centro de ese mismo Madrid del que ya está harto
y por eso lo amplía y amplía: Getafe, Alcalá...
y se apunta sin dudarlo cuando su mujer le propone que les acompañe
a Murcia.
¿Qué le pasa a Javier Puebla? ¿Por qué
está tan cansado? ¿Por qué quiere escapar
de Madrid? Es fácil... “la noche tiene la luz y
el día la mata”. Y está saliendo el sol
sobre él. Madrid se está llenando de Tigres. De
Tigres Manjatans.
De las portadas de su novela, y de algún modo oscuro
y extraño no quiere que le pregunten sobre ella, no quiere
promocionarla; quizá porque sabe que debe de hacerlo.
O tal vez porque la ha tenido catorce años largos dando
vueltas por sus cajones, su ordenador y su cabeza y la quiere
fuera, fuera y lejos. ¿No ha creado un Tigre? Que ruja
solo, que se defienda solo.
-A las entrevistas, en el futuro, vas a ir tú, Flores.
-Pero señor Puebla...
-Lo harás fenomenal. Eres un farsante nato. Nadie se
dará cuenta y si alguien nos descubre..., pues mejor,
¡más diversión, más promoción!
-No.
-Sí. Yo no voy a ir, Flores. Estoy enfermo, como envejezco,
estoy enfermo, como envejezco...
Imita a Coppini, Germán Coppini en su época de
Golpes Bajos, el primer disco, que a mí me encantaba
pero no imaginaba que a mi boss también. Me uno a él,
ambos levantados del asiento, cantando a dúo:
Me dejas solo¶
ya ni lo siento,
no escribes cartas¶,
no te contesto, cuando te llamo,
me das excusas, te da verguenza, y te comprendo,¶
essstoy enfermo,¶ como envejezco,
¡estoy enfermo, como ¶ envejeezzzzzco
essstoy enfermo,¶ como envejezco,
¡estoy enfermo, como ¶ envejeezzzzzco
Ya no te sigo, ya no soy ¶ duro,¶
mira que entradas, me he vuelto viejo
estereotipado, ¶casi dos gestos,
perdí la voz, me dabais miedo¶.
essstoy enfermo, como envejezco,
¡estoy enfermo, como envejeezzzzzco¶
Estoy enfermo, ¶enfermo, ¶viejo, ¶viejo¶,
¡envejezco!¶¶¶
¡Viejo! ¡enfermo!¶
¿Enfermos? ¿Viejos? Lo que estamos,
ambos dos, es como cencerros. Pero ¿y lo qué nos
estamos riendo?
-Chist, calla, tío, que estamos en la casa de mis suegros...
Y eso hace que vuelva a estallar en carcajadas, al imaginarme
a su familia “de ley” saliendo en pleno a las 2,21
de la noche para contemplar el espectáculo de un escritor
de mediana edad y su muy serio secretario dando saltos y cantando
sobre las melenas de la fregona como si fueran un micro.
-¡Qué te calles!
Pero aún nos pasamos casi tres horas, acodados en la
barra de un bar, riéndonos de nada, planeando travesuras
como si fuésemos adolescentes y tuviéramos la
menor oportunidad de realizarlas. Como si no estuviéramos
enfermos, como si no envejeciéramos... Entonces se me
ocurre la idea de pedirle al barman la canción, y la
tiene, y el bar entero -cinco personas- acaba haciendo el trenecito
que se descarría sobre los sillones porque “está
enfermo y envejece”, y por no llorar, el trenecito, se
muere de risa.
-Espero que no estés pensando en escribir sobre esto,
Flores.
Nos han echado, amablemente, del bar. Amanece sobre las calles
mojadas. Anoche -no era mi imaginación- llovió
lo suyo. Me enfrento con mi patrón y me cuadro como un
soldado, antes de responderle con el corazón en la mano
y el alcohol en todo el cuerpo.
-Por supuesto que no, señor Puebla. ¿Por quién
me ha tomado? Puede usted irse a dormir tranquilo, ya sabe usted
que para mí su imagen de hombre serio y cabal, es lo
primero.
Abre plano y la pareja de hombres se hace pequeña
en el centro de una calle larguísima y desierta, deliciosamente
solitaria e infinita...
¿Me despedirá por mi traición
la semana que viene Javier Puebla y continuará escribiendo
él mismo su diarioweb? Yo no apostaría por mí;
pero eso es algo que nunca he hecho, apostar por mí,
por eso me conformo con ser el secretario de alguien que si
ha tenido la audacia o inconsciencia de hacerlo.
Walter Flores, ciudad de Murcia, último sábado
y primer domingo de noviembre, días de los muertos.
“De todas las estratagemas, saber cuando
retirarse es la mejor”
ANDY
OAKES. El primer ciudadano.
(Gracián ya había escrito lo mismo de otra manera
en su Oráculo Manual: Arte de la Prudencia: “Lo
más difícil de correr es saber cuando detenerse”,
pero dado que es una verdad tan difícil como evidente
opino que no está nada mal que la remache Andy Oakes,
el autor de la inolvidable Ojo de dragón (mismo protagonista
que El primer ciudadano; la traducción de Mariano Antolín
Rato, una maravilla que hasta mejora el original en algunos
pasajes, como muchas otras veces).
10 de noviembre 008
(Walter Flores, por motivos que, de momento, no voy a hacer
públicos, se retira esta semana de la redacción
de mi diarioweb y soy yo, Javier Puebla, quien vuelve al ruedo,
cabreado según parece; muy cabreado. Espero que Walter
no me haya robado ya a todos mis lectores fieles)
ESPERANDO AL MENSAJERO
Estoy en mi despacho, aterrorizado, esperando
al “mensajero”. Hace ya tres semanas que una empresa
de mensajería radicada en Torrejón (según
una de las llamadas intimidatorias) o en Alcalá (según
otra de las llamadas, no menos amenazante) tiene un paquete
a mi nombre que contiene, espero, cuatro libros de autores de
los que me gustaría hablar en alguna columna o en mi
-incomprensiblemente muy visitado- diarioweb. ¡Tres semanas!
-¡Hemos pasado por su casa dos veces y no les hemos encontrado!
-Pe... perdón. Oh, socorro, cuanto lo siento. Me siento
tan miserable por no pasarme veinticuatro horas diarias en casa
pegado al micro del portero automático por si, de repente,
aparece un mensajero. Disculpen, aunque en mi descargo oso decir
que no me han avisado, ni tampoco dejado un humilde papelito
en el buzón para que a partir de ese momento me dedicase
a comer, dormir... y demás necesidades ineludibles, bien
cerca, pegadito al portero automático.
A tomar por saco, le vamos a dejar a usted un papelito en el
buzón. Ni siquiera responden a lo del papelito en el
buzón ni la llamada uno, ni la dos, ni la seis. ¿La
seis? ¿Las seis, quiere usted que le dejemos el paquete
después de las seis de la tarde? ¡Nuestros mensajeros
no reparten ya a esa hora!
Dios
mío, y luego decimos de los funcionarios; cuando estuve
destinado en África he salido de la cama a las cuatro
de la noche para rescatar de comisaría a un empresario
o trabajado cinco domingos seguidos preparando una misión
comercial; pero claro... la fama de que donde se trabaja de
verdad es en “la privada” no la cambia ya nadie.
Los mensajeros de la empresa PRIVADA de Alcalá o Torrejón
(podría averiguar el nombre pero voy a ser bueno; o no;
ya veré) a partir de las 6 de la tarde se dedican a tocarse
las pelotas, o beber cañitas o mirar a las musarañas
de las dos Españas. Pero consigo encontrar una solución,
soy hombre de recursos: el miércoles estará la
asistenta y pueden pasar entre las cuatro y las seis. Ah, paz.
Pero ¡sucede que la asistenta habla con mi señora
para cambiar el miércoles por el martes la semana en
cuestión! Así que aquí estoy yo, temblando
de terror o de ira o de risa satánica (me he puesto a
los Bauhaus y pedido a mi antónimo, Frederic
Traum, que escriba un relato titulado MATAR -CON TORTURA-
AL MENSAJERO; siempre nos queda la ficción cuando no
somos Julio César y carecemos de un ayudante efectivo,
tipo Bruto, para que le retuerza el pescuezo al emisario enviado
por el farsante o falsario). Hace un momento, lo juro -real,
auténtico- ha sonado el timbre del portero automático.
Aún no eran las cuatro pero tal vez se habían
adelantado -ellos sí pueden hacerlo, están en
su derecho, llegar cuando les salga de la testosterona- los
correos procedentes de Alcalá o Torrejón (según
el chulito o chulita de turno), pero no he podido abrir porque
han llamado a todos los timbres y el sistema se bloquea; ¿habrán
oído hablar los heraldos altivos y terroríficos
de que existen esos sistemas modernos y tan lerdos que se les
bautiza inteligentes, de que no pueden llamar a diez timbres
sin esperar hasta ver si alguien responde? ¡Hijos de la
gran puta! Pero tal vez estén pagando justos por pecadores.
Dios, estoy paranoico perdido. Puede ser que se tratase de buzoneo
y aún aparezcan entre las seis y las cuatro, ahora son
menos cinco. Pero ¿y si han sido ellos y me quedo aquí
hasta las seis para nada, incapaz de trabajar y dejando mil
asuntos pendientes fuera de mi casa-despacho? ¿Cómo
es posible que no repartan después de las 6? Ni Anaya
ni Planeta ni Siruela ni Anagrama han tenido jamás problemas
para hacerme llegar sus libros. ¿Y ahora tengo que quedarme
aquí hasta las seis, pegado a la silla e incapaz de hacer
nada a causa del nerviosismo, miedo, terror, intranquilidad,
zozobra que me produce mi delito de no vivir pendiente de la
llegada de un mensajero? Me están creciendo los colmillos,
y si aparece el mensajero voy a lanzarme a su cuello. Silencio
a los Bauhaus y apago el iPod. Ya lo he decidido: me largo.
A paseo con el mensajero. Que se la chupe su padre; yo no.
FINAL FELIZ: Al filo de las seis aparece el
mensajero con el deseado paquetito, y además “la
trae chupada” de casa, así que me limito a poner
cara de perro más ladrador que mordedor y le digo que
bueno, que no se repita, que (ya veremos si es verdad o no)
de momento “quedamos como amigos").
(en la imagen 6 de los 7 miembros del grupo de creadores cinematográficos
AAD7,
Asociación Accidental Dante 7, de cuyo pupilaje me encargo
desde hace unos meses)
“No hay nada más
gracioso que la desdicha”
SAMUEL BECKETT, citado por Jerry Stahl en Yo,
Fatty (recién publicado por Anagrama, altamente recomendable)
17 noviembre 008
Un correo, un sólo correo electrónico,
bastaba para salvarme, para permitirme regresar a esta página
web. Y llegó. Llegó un correo, sólo uno,
firmado por Herminio Castillo (gracias por los injustificados
piropos a lo florido de mi prosa, y sobre todo por haber intercedido
para salvar mi trabajo... y existencia; le debo uno). Y como
llegó un correo, apreciados lectores del diarioweb de
Javier Puebla, no es él quien continuará escribiéndolo,
sino yo -al final hasta me creeré que tengo madera de
narrador- el paciente Walter Flores, al servicio de Javier Puebla,
Herminio Castillo... ¡y nadie más! (¿Acaso
debería yo de preocuparme por quienes estaban dispuestos
a dejarme desaparecer?)
Pero,
veamos, esto es trabajo. ¿Qué ha hecho Javier
Puebla esta semanita? Lo más divertido, sin duda, el
Pedro de Paz, versus Javier Puebla, combate de boxeo literario
en el ring-librería Estudio en Escarlata, situada junto
al corazón de Mad Madrid, y concretamente en la arteria
llamada Guzmán el Bueno, número 46 (esquina Fernández
de los Ríos), un lugar especializado en Holmes, novela
negra y policíaca, thrillers, cyberpunk, cómix...
Sí, ya sé que es publicidad lo que estoy haciendo,
pero me ha dicho el boss que la haga, que publicite la librería,
que diga que ESTUDIO EN ESCARLATA es una librería maravillosa
y que además allí se encuentran todos sus libros,
y los de su rival, el imbatido escritor Pedro de Paz, autor
de la exitosa -excelente como un buen Tintín- novela
El Documento Saldaña. Durante una hora, aprox, ambos
escritores estuvieron haciendo fintas, golpeándose en
los guantes y dejando al personal con ganas de más, de
que se repitiesen eventos imaginativos de ese tipo, una contra-presentación
(yo te presento a ti, tú a mí, y las copas nos
las tomamos juntos con quien venga a vernos). La librería
estaba a rebosar, es pequeñita, pero se me puede ver
en el fondo de la foto que aparece en la ilustración
titulada: SUBID
UN POCO MÁS LOS LIBROS, JODER, QUE NO SE VEN, que aparece
en esta misma página. El combate había despertado
una inusitada expectación, y allí estaba la flor
y nata del foro Abrete libro, y en internet el mismísimo
hermano golfo de Moriarty (a quien en estos pagos se conoce
como Montero Glez; pero -naturalmente- es un nombre falso) dedicó
una entrada en su popular blog (no acaba de gustarme esa palabra,
preferiría un número modelo “el 1514 de
Montero, o el 1719 de Reig, por ejemplo; calles infinitas en
las avenidas de Internet; ya, ya sé que soy un contable
de morondongo y estoy lleno de taras y deformaciones profesionales).
Todos se lo pasaron muy bien, yo también (porque aunque
el boss no me presentó a nadie estuve hablando largo
rato con una chica de ojos azules a quienes sus amigos llaman
Felicidad; + o menos, esa palabra en otro idioma).
En otra juerga bastante divertida estuvo metido
el señor Puebla el día siguiente, que si mal no
recuerdo era viernes y hacía un frío que pelaba,
por lo que habría sido normal que no hubiese un alma
en el Cadillac, de Fish Street (también conocida como
calle del Pez) 16, pero el local estaba a reventar -¿no
había crisis de no sé qué?- pues debutaba
el burlón grupo teatral PEDRO NO, liderado
por el genial Ángel
Arteaga, que ha montado un espectáculo imprevisible
(brillante en su puesta de largo) basado en la improvisación
a partir de las sugerencias del público (más cojones
que Espartaco, oigan). Entre los actores estaba la muy querida
-para el señor Puebla, yo no sé lo que ve en esa
chica; bueno, sí lo sé- escritora, amén
de actriz y pintora, Amparo Baliño. Y si Puebla no fue
el sexto actor del grupo no se debió a su falta de ganas
sino a un pudor insólito en él (aún así
se subió al escenario, se quitó y se puso el sombrero,
dio dos pasos de rock y tres de sardana, y tocó el ombligo
a un timbre durante un rato bastante largo).
-¿Más cosas, jefe?
-No, Flores. Creo que está bien por hoy. Había
pensado pedirte que escribieses algo sobre lo de APADRINA
UN ANIMAL EN EXTINCIÓN,
apadrina a un tigre, a un tigre urbano, a Tigre Manjatan...
-Para la semana que viene, ¿vale? Hoy toca fútbol,
jefe, que es domingo, y
aunque a los escritores no suele gustarles mucho (hay excepciones
gracias a Dios), a los contables nos encanta.
-Está bien, Flores, la semana que viene hablaremos de
adopciones, de los Dante7 y sus pelis y de lo que surja. Gracias
por volver.
-Déselas a Herminio Castillo.
(Observe el lector que vuelvo a apearme del tuteo, demasiado
familiar, con el jefe).
-Se las daré. Oye...
(Vaya, no se ha enterado que le estoy llamando de usted).
-Sí, dígame, boss.
-¿Podrías dejarme algo? Estoy pelado.
-¿Algo? ¿Se refiere a dinero?
Esa sonrisita de no haber roto unas bragas en su vida (con lo
bala que era de jovencito) y una afirmación de cabeza.
-¿Con veinte euros se apaña?
-¿Podrían ser treinta?
Joder, qué morro tiene el jefe. Le doy los treinta, y
los apunto en su “debe”. Cuando haya vendido el
primer millón de ejemplares de su Tigre Manjatan ya me
resarciré; un contable -cuando se trata de números-
siempre sabe lo que está haciendo.
-Gracias, Flores. Que gane tu equipo.
Ala, mi equipo. Cómo no sabe cuál es lo dice así,
en genérico..., aspirinas, que todas sirven para quitarse
el dolor de cabeza, ¿verdad señor Puebla?
-Volveré el próximo domingo, como de costumbre,
¿okey?
-Claro, el próximo domingo te estaré esperando;
o te dejaré la llave en el bar de siempre. Feliz semana
para ti, y para todos “tus” lectores, Flores.
-Gracias, maestro. Abríguese si sale, que ya no tiene
usted veinte años ni está para ir saltando por
la calle en camisetita en pleno invierno.
(Al instante me arrepiento de mi impertinencia, de insinuar
que el jefe ya está viejo. Capaz de despedirme otra vez
y que, en esta ocasión, no llegue ni un solo correo electrónico
para salvarme el pellejo).
(Walter Flores, 3º domingo de noviembre de 2008 en la
Villa y Corte; aunque mi jefe se empeñe en hacerse el
moderno y llamarla siempre Mad Madrid)
“No existe ni existirá
nunca una Historia verdadera, porque a nadie le interesó
jamás la verdad, sino que su versión prevaleciera
sobre el resto”
EL BLOG DEL INQUISIDOR, Lorenzo Silva
24 noviembre 008
-¿Qué hacemos hoy, patrón?
¿De qué hablamos? ¿Comidas literarias,
desayunos cinematográficos, asesinatos radiofónicos?
-No sé, Flores. Acabo de escribirme dos columnas seguidas,
para Cambio y La Opinión, y en verdad en verdad te digo
que no estoy de humor; lo que me gustaría es salir a
dar un paseo.
-Pues no se prive, jefe. Déjeme el diario que lleva siempre
en el bolsillo..., y ya me encargo yo.
-¿El diario que llevo en el bolsillo? ¿Te has
vuelto loco?
-Soy de confianza, señor Puebla. Claro que lo sería
más si esos atrasos en los pagos...
-Todo se andará, Flores. Por cierto, si me adelantas
cincuenta euros más me irían fenomenal; ya sabes
que cuando venda...
-Un millón de ejemplares de Tigre Manjatan, sí,
ya sé.
(Lo que él no sabe es que he estado dando vueltas por
varias librerías y Tigre
Manjatan se está vendiendo mejor que en sus sueños,
con un poco de mala suerte la edición se agotará
antes de que llegue la navidad, y al grupo Anaya no le dará
tiempo a reeditarlo hasta enero; pero aún así...
Cobraré mis préstamos con creces).
-Toma, Javier, te paso cien, que me han pagado en efectivo la
contabilidad que llevo para un grupo de... un grupo de gente
que les gusta, amén de lo obligado, tener un recordatorio
de sus números según su propio sistema.
-¿No estarás haciendo nada ilegal, verdad Flores?
-Jamás, Javier. Alegal, a lo sumo, pero ilegal: nunca;
me faltan huevos; esa es la verdad.
(Pero no me faltan para tutear al jefe cuando tengo dos billetes
de cincuenta pinzados entre los dedos y él se muere de
ganas de cogerlos).
-Con cincuenta me llegaría...
-Bah, somos amigos; no sólo trabajamos juntos. Coge los
cien y cómprale algo a tu padre, que hace unos días
cumplió 83 años.
-Cierto, veo que estás en todo..., amigo mío.
Comimos, mis padres,
mi hermano y yo, en La Corralada, el restaurante al que solía
llevarnos los domingos mi abuela materna, Maxi..., cuando aún
vivía, claro.
Los intelectuales y sus afirmaciones metafísicas. ¿Tengo
tanta cara de tonto como para que Puebla tenga que explicarme
que su abuela Maxi les llevaba a comer cuando estaba viva? Claro
que, pensándolo bien, tal vez lo ha dicho para dejar
claro a quien no lo sepa que su abuela no tiene la edad de Francisco
Ayala y está encarcelada en una residencia de ancianos.
-¿Por qué no me dejas el diario y te das ese paseo?
-Okey, me fiaré, pero no pongas nada de la cena con Matellanes,
y menos que una amiga suya, y célebre escritora, sigue
su vida y andanzas a través de mi diario.
-¿Pero pongo que fue su cumpleaños?
-¿Cómo lo sabes?
-Un buen secretario...
-Vale, Flores. Tú mismo. Tampoco pongas lo que sucedió
en Alcampo; eso se lo he prometido a Salgado para que escriba
un cuento protagonizado por Panizo: NO TE COMPRENDO, ¿te
gusta el título?
-¿No podría escribirlo yo?
-Esa ambición, Flores, acabará perdiéndote.
-Ya, pero sé de que va el asunto y entiendo que le iría
mucho mejor a Tigre Manjatan el tema que a Panizo, con perdón
de la madre distribuidora de temas, que es usted, maestro; y
ya que estoy dándole a la teclita para contarle al mundo
la vida y milagros de Javier Puebla, y que me acabo de leer
la novela..., me podrías dejar probar fortuna.
-Los
relatos de El Tigre suele escribirlos Traum; y luego los reviso
yo.
-Joder, patrón, con tanto negro literario a su alrededor
la gente va a pensar que sigue usted viviendo en África.
-Okey, prueba a escribir ese Tigre. Sigue esta línea:
el aparato en cuestión es un regalo para su madre por
el día de su cumpleaños..., y luego utilizas lo
del diario, y le pegas un giro de muñeca al estilo de
Doctor Manjatan en algún sitio; tampoco al final, que
es demasiado fácil.
-Gracias, gracias. Ya verá que cuentazo me marco. Caray,
el diario... Pero, ¿y Sosiego?, el anti-libro, ¿no
puedo quedármelo también? He visto que últimamente
está lleno de dibujitos (autorretratos o algo así).
-¿Enredas en mis papeles, Flores?
Pero bueno, ¿qué se ha creído el Javier
Puebla este de los cojones?
-Por supuesto que enredo en tus papeles, Javier. Lo considero
mi trabajo.
Se ríe. Le importa un bledo. Es lo bueno y lo malo de
trabajar para este tío, que todo le importa un bledo.
Bueno, al menos la entrevista que le va a hacer Javier Mateo
para la tele el lunes (Intereconomía, se emitirá
el siguiente fin de semana o dentro de dos) le tiene encantado.
-Es un conversador excelente; Javier Mateo. De los mejores que
me he encontrado nunca en los medios de comunicación.
-¿Y la crítica que ha hecho de su novela Pedro
de Paz para literaturas.com podemos incluirla ya en la web?
-De momento mejor no, Walter. Lo suyo es que la lean en literaturas.com;
y si no sale en el mes de diciembre..., ya veremos si publicamos
un adelanto. ¿Me llevo el sombrero negro o el Stetson?
¿Crees que va a llover?
Esto para ponerse a mear y no echar ni gota. Hasta tengo que
saber el tiempo qué va a hacer, si lloverá o no,
si Puebla se pone un sombrero hongo o la boina que le robó
al sobrinito nieto de Pío Baroja. Hay que joderse.
-El negro. Hasta que no se agote la primera edición de
Tigre Manjatan yo me pondría siempre el negro.
-Walter, Walter..., que se empieza así y se acaba haciendo
magia negra y vendiendo recetas infalibles para acabar con los
enemigos sin tocarlos en un mercado de Marrakesh.
-Vete a dar ese paseo, Javier. Que te lo has ganado. Pero déjame
el Sosiego, escaneo un dibujo, sólo uno y ya. Para que
la gente vea lo mal que se te mover el boli.
-Los dibujos no son míos...
-Ya, ya. Nada es tuyo. Los cuentos te los escribe León,
las fotos las hace Daniel Fénix, los asesinatos los comete
Traum, las pelis las graba Ram Rendel y los dibujos son del
mítico Jack The Monjas.
-Exactamente, sí; así es.
-Heterónimos, y un Antónimo.
-Tú conociste a León...
-Yo, sí, claro, porque yo soy Walter Flores. Pero ¿le
conoce alguien más? ¿Acaso se cartean o escriben
León Salgado o Jack The Monjas con alguno de sus seguidores?
-No sé, tendrías que preguntárselo a ellos.
Oye, estás muy pesado, vente a dar el paseo conmigo,
nos tomamos unas cervezas y hablamos de otras cosas, ¿vale?
-Pero, ¿y el diarioweb de esta semana?
-Lo tienes fácil. Sé que estás grabando
lo que estamos diciendo con tu móvil. Basta con que transcribas
la conversación.
-Okey, trascribiré la conversación..., pero el
paseo no me apetece. Váyase usted solo.
-Pero Flores...
-Nada de “pero Flores”, que luego el trabajo pendiente
-mientras usted duerme o sueña o lo que sea que haga
cuando se tumba en la cama- tendré que hacerlo yo.
-Tú mismo. Di algo sobre EL BLOG DEL INQUISIDOR.
-Ya he preparado una frase subrayada por usted al principio.
Creo que es suficiente. Y no admito que me pida una crónica
sobre sus audaces cineastas de Alcalá; cuando los 7 terminen
sus cortos... ya hablaremos de ellos. Que se divierta, señor
Puebla. Estaré aquí cuando vuelva; pero no se
preocupe, usted cuéntele su cuento al niño, como
todas las noches, que del resto de la página web hoy
ya me encargo yo.
-Gracias, Flores.
-De nada.
.... Guau, se va, y me ha dejado el diario
y ¡Sosiego! Voy a pasármelo como los indios cotilleando,
¡cómo mola! ¡qué pasón!
(Walter Flores, sábado 22 de noviembre, ocho de la tarde;
y con calor por culpa de la maldita calefacción. ¿O
será porque estoy leyendo lo que escribe, de su puño
y letra, sobre mí el mirífico individuo que tengo
por patrón? Literalmente: “con un secretario como
Flores siento que mi potencia se multiplica por veintidós”.
¡Que bonito! Aunque no entiendo, ¿por qué
por 22? Nunca comprenderé a los artistas; capaz de haberlo
escrito sabiendo que lo leería para que me comiese luego
yo solo el coco. Por 22. ¡Ya lo entiendo! Lo entiendo.
Dentro de poco tendré un secretario, para que escriba
por mí, también yo.)
“Rara vez una historia
magnífica es totalmente cierta”
JERRY STHAL, Yo,Fatty (Anagrama, Panorama de
narrativas 715, nov 2008)
1 diciembre 008
Eran las nueve de la noche del viernes 28 de
noviembre de 2008 cuando la melodía de Kill Bill comenzó
a sonar en el despacho de Javier Puebla, indicando que alguien
deseaba comunicarse con él a través del “telefonino
móvil”.
-Sí.
-Buenas noches. Soy el alcalde de San Fernando de Cádiz.
Acabamos de abrir el sobre con la plica correspondiente a “La
contrametamorfósis” y le llamo para comunicarle
que es usted el ganador del concurso internacional de novela
Luis Berenguer de este año.
Javier Puebla se quedó sin habla, aunque dijo tonterías,
frases hechas absurdas empujadas por unos pulmones de los que
había desaparecido el oxígeno y sólo persistía
la buena voluntad. Gracias o que emoción o menos mal
o ¿de verdad voy a poder seguir sobreviviendo en el mundo
de la literatura?
Media hora después era una periodista, Pilar Vera, para
preguntarle sobre la novela y aquí ya Puebla fue capaz
de decir que es la segunda de la serie, una serie atípica,
de las protagonizadas por Tigre Manjatan, y que le hacía
especialmente feliz haber ganado un concurso en Cádiz,
porque de allí (o muy cerca, no estaba seguro) era la
persona por quien y para quien había escrito la novela,
Carmen Arcoba, una mujer excepcional, y que él escribía
-y en particular en el caso de la serie de Tigre Manjatan- para
resucitar a los muertos, o para al menos recordarles a los vivos
que determinadas personas que él había querido
especialmente -su abuela paterna, Marta Rabanal, Carmen Arcoba,
José Ignacio Soria, Boli Recio...- habían existido
y no merecían el olvido sino el recuerdo, la persistencia
en la memoria de los que aún, temporalmente, por aquí
seguimos.
Y luego vino el vacío. Le tengo sentado frente a mí,
para ser exactos: a mi espalda, en la silla que utiliza para
trabajar en el Mac, leyendo el Yo, Fatty, de Jerry Stahl, mientras
yo escribo. Antes, claro, me ha contado que el lunes estuvo
en los estudios de televisión de Intereconomía,
en Castellana, grabando A los ojos, el programa del brillante
y cálido Javier
Mateo (a quien fotografió, genio y figura, con un ejemplar
de Tigre Manjatan entre las manos para la sección de
su página web APADRINA
A UN ANIMAL EN EXTINCIÓN, APADRINA A UN TIGRE, A UN TIGRE
URBANO, A TIGRE MANJATAN). A Puebla le gusta tanto que le
invite a su programa Javier Mateo como quedar a tomar café,
o un whisky, con él en cualquier sitio, porque los conversadores
cercanos y brillantes son conversadores cercanos y brillantes
en cualquier sitio; y no abundan.
Aunque el miércoles tuvo la suerte de encontrarse con
otro gran y divertidísimo conversador a quien hacía
más de veinte años que no veía: Moncho
Alpuente, colegazo del alma en los tiempos que la Banda de Moebius
existía y él, y Moncho y Juan Luis Recio y Leopoldo
María Panero y Xaime Noguerol y Eduardo Bronchalo y Eduardo
Haro Ibars y Juan Carlos Dolcet y otros muchos crecían
en el infinito (cuya representación matemática
es precisamente la banda de Moebius, y sin duda por ello eligió
ese nombre Juan Luis Recio para su mítica editorial).
-Moncho,
tío. No me reconocerás, porque no me parezco nada
a mí mismo.
Las personas que había a su alrededor se rieron. Sin
duda no habían leído SONRÍE DELGADO, porque
si la historia de Sonríe Delgado fuese cierta, ¿y
quien dice que no lo sea?, el actor que interpretaba a Javier
Puebla en 1980 no es el mismo que lo interpreta en 2008. Pero
Moncho recordaba al personaje, al Javier Puebla que coordinó
el mítico libro de homenaje a John Lennon que publicó
la Banda, la Banda de Moebius, y el reencuentro fue una delicia,
el principio -quizá- de una amistad restaurada. Ambos
estaban, como consejeros de la librería Fuentetaja, en
la gran mesa que había organizado Jesús Ayuso
en Casamaría, un restaurante al que la próxima
vez no pienso permitir vaya solo mi jefe (yo habría hecho
más fotos, apuntado todos los nombres), que está
en el segundo piso de la Casa Palacio sita en el número
34 de la calle Atocha, ciudad de Madrid (Mad Madrid, que dirían
el Tigre y mi patrón).
Le miro, miro a Puebla, y compruebo que sus ojos están
fijos en un punto de la página; está distraído,
volandero, con el pensamiento enredado en ramas lejanas de las
que no me va a dejar escribir. Parece triste, a pesar del premio
que le acaban de conceder, y de que su libro está -parece-
funcionando bien. Lo presenta oficialmente el jueves día
11 de diciembre en la librería Fuentetaja,
a las siete de la tarde, y le ha pedido a Emilio Pascual, aún
no tiene respuesta, que le acompañe en el show; porque
las presentaciones del señor Puebla son teatro y no presentaciones
literarias, espectáculos improvisados y jamás
aburridos.
-Flores, acuérdate de...
-Sí, Javier, no te preocupes, no lo olvido. Tengo que
decirle al lector de esta página que “está
invitado a asistir al espectáculo -irrepetible- de la
presentación oficial de Tigre Manjatan el jueves 11 de
diciembre a las siete o siete y media de la tarde, en la librería
Fuentetaja, en San Bernardo, 35, Madrid.
Queda dicho. Me gustaría saber en que está pensando
mi jefe y amigo, pero quizá ni él lo sabe; puede
que su aparente tristeza sea sólo una suerte de cansancio.
Pero está raro, ni siquiera me ha intentado dar el típico
sablazo ni me ha preguntado por...
-Flores, ¿escribiste un primer borrador del cuento?
-¿De qué cuento?
-Lo sabes de sobra.
Tomo aire y miento; medio miento.
-Estoy en ello.
-Pero no lo has traído.
-No.
-Bueno, pues si quieres lo escribes y si no, olvídalo.
Da igual.
¿Da igual? Está raro. Tendría que haberse
ido al cine con su hijo a ver Madagascar 2 y no quedarse conmigo,
haciendo que lee. Creo que voy a hacerle una llamada al móvil
a su chica en cuanto salga de aquí: que se lo lleve a
cenar a cualquier sitio, a este hombre le hace falta que alguien
le saque a tomar aire, aunque sea aire helado; hay pocos males
del alma que no curen una cena y un buen paseo.
(Walter Flores, sábado 29 de noviembre. El programa de
Intereconomía con Javier Mateo se emite el domingo a
las 14,10, luego no lo he visto. Y el lunes al patrón
lo ha convocado Dragó para Las noches blancas. La semana
que viene, improbable visitante de este diarioweb, te seguiré
contando.)
...
...
Las cuatro imágenes, tomadas por el gran David Panadero,
corresponden al match literario entre Cortés y Tigre
Manjatan, entre Pedro de Paz y Javier Puebla, en la librería
-recomendadísima- Estudio en escarlata. En la última
foto, amén de los contendientes, aparece la chica del
corazón de oro, Begoña Minguito, la mejor y más
comprensiva jefe de prensa que Javier Puebla ha tenido en su
vida, y que acudió, cansada y fuera de sus horas de trabajo,
para apoyar a su autor, quien la quiere y aprecia, como se nota
en la foto de Panadero, y le está humilde y constantemente
agradecido).
“Ser un asesino a sueldo es fácil.
Lo difícil es ser padre”
CARLOS SALEM, Matar y guardar la ropa. (Editorial
Salto de Página)
8 de diciembre 008
Un
taxi le recogía a las siete de la tarde en la esquina
menos oscura de la calle Cerro Negro para llevarle hasta los
estudios de Telemadrid en la Ciudad de la Imagen. La ciudad
de calles sin peatones y desierta como un plató cuando
no hay cámaras rodando. Javier Puebla vestía de
negro, como está haciendo en todo momento desde que comenzó
la promoción de Tigre Manjatan, porque es un libro que
pretende un milagro, resucitar a su prima muerta (de algún
modo -que escribiría él- resucitar a su prima
Marta, que murió muchísimo antes de lo que le
habría correspondido según las estadísticas;
apenas tenía 32 años). No
las tenía todas consigo porque entre los invitados a
Las noches blancas, el programa de Dragó, estaban convocados
Román Piña y Gonzalo Torrente Malvido, y con ambos
-por culpa del carácter demasiado impetuoso de Puebla
en los dos casos- había tenido desencuentros en el pasado.
Pero para su sorpresa no sólo él se alegra de
verlos, sino que tiene la impresión de que tanto Román
como Gonzalo también se alegran de verle a él;
hay calidez en el ritual de las manos entrelazándose,
claridad en las miradas que se reconocen. También está
Salem, el dueño del bar Bukowski, crítico literario,
escritor y amigo. Y Luis Alberto de Cuenca. Y también
una cara nueva, un poeta con una facilidad para la versificación
más seráfica que diabólica: Rafael
Sarmentera. Y Dragó. Dragó que llega tarde y flotando
en Tranquimazim, porque su gato Soseki ha muerto. A pesar de
ello el maestro consigue que el programa sea agradable, divertido
y altamente creativo; como de costumbre. Puebla le dedica a
Soseki, pero también a su amigo Fernando Sánchez
Dragó, la columna que escribe para la prensa cinco días
después, en este mismo ordenador sobre el que ahora bailan,
golpeando el teclado negro pizarra mis dedos que nunca mordió,
ni morderá, ningún perro; porque
yo soy Walter Flores, y no soy de este mundo, aunque pueda parecerlo;
o si lo soy he sido creado de manera que sea imposible que me
ataque jamás ningún perro.
-Divagas, Flores.
-Ya lo sé, Javier, perdona. Es lo que tiene esto de escribir...
-Ya. Conozco la sensación, te pones a darle a las teclitas
y acabas volando sobre los cerros de Úbeda. Cambia de
tercio. La tertulia de Nacho Fernández.
-Sí, amo.
La tertulia es el miércoles, en la Escalera de Jacob,
el flipantísimo bar de Juan Jiménez en Lavapiés
11. La dirige -¿ya lo he dicho?- Nacho Fernández,
más conocido como el
Incansable Señor Fernández, que acaba de inaugurar
un canal de tv por internet, y dirige -resucitada y renovada-
su famosa tertulia literaria: A QUEMARROPA (se llama ahora la
tertulia). Han pasado por la escalera oscura que baja al sótano
del bar varios y brillantes personajes. Esta semana le toca
al dúo Pedro de Paz y Javier Puebla. La asistencia es
escasita..., pero exquisita. A Puebla le hace pensar en uno
de los aforismos de Gracián, ese que cuenta que más
vale el sí tibio de un gran hombre que el balar feliz
de dos millones de corderos amontonados. Sólo cinco personas
escuchan a de Paz y Puebla hablar con una sinceridad y sencillez
incontestables, pero ninguno de los cinco es un cualquiera:
Miguel Vaquero, Enrique Mercado, Juan Jiménez, Adrián
“Teclados”, Alfonso Ruiz de Aguirre y el propio
Nacho Fernández. Lo pasan bien los artistas invitados,
aunque la única chica -franqsesa, paga más segnas-
se les escapa al piso de arriba, porque prefiere el teatro escrito
al teatro improvisado de la vida (tú te lo piegdeg, mugneca).
Y aún el jueves -por si la semana era poco movida- Javier
Puebla acude a Alcalá, pero no para dar su clase habitual,
sino para hacer de actor en el segundo de los cortos que ruedan
los componentes de Dante7.
Puebla interpreta a un manager de rock, que se finge paternal
pero es un cínico de cojones. La encantadora Virginia
saca a la bestia que lleva dentro y hace el papel de batería
del grupo, porque a Agustín le cae una montaña
de trabajo en el último momento, Javier Hermosilla se
hace sangre en los dedos tocando la guitarra, Ignacio maneja
la cámara mejor de lo que acepta a admitirse a sí
mismo, y Ernesto demuestra que, si quiere, dirigirá películas
hasta hacerse viejo....
-Deberías explicar mejor quienes son mis alumnos, sus
apellidos, ocupaciones, etc.
-Pero señor Puebla, no me los sé. Eso tendría
que escribirlo usted.
-Vale, no me llores, Walter. Lo haré al final del cuatrimestre,
cuando colguemos los siete cortos de YouTube, para que se entere
el mundo como se hacen siete películas con presupuesto
casi cero y experiencia menos cero.
Vaya, ha vuelto a recuperar el
optimismo. Esta tarde cuando he llegado lo he encontrado más
raro que una maceta con una torre de lego plantada en medio.
Supongo que está preocupad, más que ocupado- con
la presentación de su novela el próximo jueves.
Y, si le conozco ya algo, creo que su preocupación se
debe a que el resultado le importa un bledo. En realidad tengo
la impresión de que todo le importa un bledo hace mucho
tiempo a Javier Puebla, excepto cuando está jugando a
escribir o a hacer películas o a participar en programas
de televisión o pintar retratos de sí mismo en
las paginitas de su antilibro Sosiego. Mientras coma y pueda
jugar, el resto le da un ardite; por eso me permite a mí
escribir su diarioweb, que hasta hace nada era la niña
de sus ojos, por eso...
-Walter. No te pases. No eres yo. Eres contable, no Freud. Ahórrale
a tus generosos lectores tus especulaciones acerca de como soy
por dentro.
-Disculpe, jefe. Creí que le gustaría.
-Me da igual. En eso tienes razón. Pero este era el diarioweb
de los otros, para los otros. Me gustaba que saliese la gente
que conozco y aprecio o desprecio; pero desde que lo escribes
tú no paras de hablar de mí. Resulta un poco incómodo.
No sé si estamos acertando. En enero volveremos a hablar...
-¿Otra vez amenazando con despedirme?
-No...
-Sí.
-Okey, me retracto. Acaba ya, y abre el correo, a ver si Daniel
Fénix ha mandado las fotos para adjuntar a tu texto.
-Ya, los “santos”. Su famosa teoría de que
la gente sólo mira los “santos”.
-Sí, Flores. La gente sólo mira los “santos”,
y eso está bien, porque permite seguir siendo invisibles
a los diablos. Me largo. Estoy hasta las narices de estar en
casa. No añadas nada.
...
Se ha ido. Vaya, no ha dejado el diario ni tampoco Sosiego.
Bueno, seré bueno (aunque no eee Feeederico Bueeeno),
y no añadiré nada, porque he oído a la
mujer de Puebla que Traum
estaba por aquí, echando una mano para el show que harán
mi jefe y Emilio Pascual el jueves 11 de diciembre a la siete
de la tarde en la librería Fuentetaja; y Traum no me
gusta. No me gusta nada ese calvo cabrón, íncubo
de ojos fríos, ave de mal agüero.
Walter Flores. Sábado 6 de diciembre del año
8, tercer milenio)
“Para el rebelde, más
que para el resto del género humano, es absolutamente
necesario conocer el amor, darlo aún más que recibirlo
y serlo aún más que darlo”
HENRY MILLER, El tiempo de los asesinos
15 diciembre 008
Va vestido de negro, excepto por los zapatos
marrones y la camisa malva. Pero
no va a un funeral, Javier Puebla, sino a la presentación
de su propio libro, de Tigre Manjatan. Desde que sale de la
boca del metro de Gran Vía hasta que llega a la librería
Fuentetaja no llegan menos de treinta mensajes, sms, a su teléfono
móvil. Discúlpame, imposible, lo siento, suerte,
estaré en espíritu... Javier Puebla desearía
poder ser el remitente de uno de esos sms, de esos mensajes
sintéticos que apartarían de él “ese
caliz”; pero no puede, para el anfitrión es lícito
morir, pero no encontrar un pretexto para no recibir a sus numerosos
invitados/convocados para lo que será ¿un show
o una misa de difuntos? La noche anterior, en su antilibro escribe:
“Me gusta el escenario porque es tensión, porque
en él se puede tanto triunfar como fracasar”. Es
la segunda anotación (la primera no me deja copiarla,
ni tampoco el dibujo que la ilustra). La presentación,
lo adelanto ya, es un éxito de ventas, más de
cincuenta libros firmados, y muchísimo público
(a pesar de que fallan casi el setenta por ciento de los convocados).
Las palabras de Emilio Pascual, sabias y generosas (no podía
ser de otro modo) abren
el acto ante un público que ya no cabe en las sillas
y se apelotona al fondo y en el pasillo lateral adjunto. Pascual
hace un análisis global de la obra de Javier Puebla,
y este tapa su rostro bajo el ala ancha del sombrero negro para
escuchar mejor, agradecido. Nunca fue caballero de otro caballero
tan bien servido. Y luego le toca a él. Y él tiene
que hablar de la muerte, del deseo de resucitar a los muertos,
a nuestros muertos amados que no podemos salvar; y su mano derecha
se mueve en el aire como si estuviese en lo alto de una cornisa
y otra mano, amada, estuviese escapando de la suya, último
freno antes de perderse en el vacío. Pero como es natural,
y a pesar de la seriedad del tema, como Javier Puebla es un
showman nato, al final del acto... ¿el acto?... todo
son risas y parabienes y alegría; porque el libro, Tigre
Manjatan, es hermoso, es brillante, y brillantes y maravillosos
son -para Javier Puebla- todos quienes se acercan con un ejemplar
en la mano para que se lo firme. Ningún completo desconocido,
porque la convocatoria ha sido personal, ya que de otro modo
no podría haberle puesto en todos y cada uno de los casi
sesenta libros firmados la misma frase. Frase que mi jefe me
permitiría reproducir aquí (está también
en el libro que firmó para mí), pero que yo prefiero
guardarme, que la sepan quienes estuvieron y quienes pregunten
a quienes estuvieron.
-Nunca volveré a escribir esa frase en la dedicatoria
de un libro, Flores.
Hoy está de buen humor, porque el jueves 11 de diciembre,
y a pesar de su éxito, era un hombre triste, alguien
que comprendía que no puede resucitar a sus muertos ni
siquiera garantizar la supervivencia de sus vivos, alguien que
-en suma y como cualquier otro- no es nadie.
Pero el viernes sucedió algo extraño, mágico,
uno de esos acontecimientos en los que todos creemos y a la
vez no creemos porque se escapan a la razón.
Sucedió, aproximadamente, como sigue.
-¿Puedo copiarlo de su diario, jefe? Sería más
fácil.
-No, Walter, prefiero que no. Lo siento. Cuéntalo a tu
manera.
-Que para eso me pagas...
-No, para contar algo así no se puede pagar a nadie.
Lo haces porque quieres y como quieres y tú lo sabes.
A mi manera.
Javier Puebla no va a ir a nadar el viernes
12. Lleva más de cuarenta días sin fallar un día,
pero hoy quiere fallar, purgar su tristeza, caminar por la ciudad.
La idea es llegar hasta la librería Fuentetaja a pie,
unos cinco kilómetros, y luego traerse el cartel con
la portada del libro en el metro un taxi. Como es habitual en
él cambia caprichosamente el trayecto, al modo de Rayuela,
en busca de las calles más hermosas o inspiradoras. Y
en el momento en que suena su teléfono móvil está
en la calle Andrés Torrejón donde, en su época
de opositor, acudía cada tarde a estudiar; por aquel
entonces su padre tenía allí la oficina de su
agencia de aduanas. Es un sitio especial para él. Y es
un Andrés quien llama. Andrés Sánchez-Magro.
Se ha leído el libro y le ha parecido genial, pero...
lo ha perdido, necesita otro ejemplar porque esa noche quiere
recomendarlo en la televisión. La primera tentación
de Puebla es mandarlo a paseo. Trabajó, como realizador,
con Sánchez-Magro en Farenheit, el programa más
genial y brillante sobre libros que nunca se ha hecho en televisión
y hace siglos que no le ve; no sabe si puede y debe confiar
en él.
-Llamaré a Anaya, a ver si te pueden mandar un mensajero.
Pero es viernes, en Anaya no hay nadie. Llama Puebla una vez,
dos veces... y ya no llama más. Sigue caminando hasta
Fuentetaja. Recoge
su cartel. Telefonea a Andrés Sánchez-Magro desde
la librería.
-¿Dónde estás?
Es demasiado lejos para ir con el cartel a cuestas, así
que Javier regresa a su propia casa. En el metro. Descansa unos
minutos, se pone las lentillas y vuelve a llamar a Andrés
Sánchez-Magro.
-¿Adónde te lo llevo?
Quedan en un sitio que no existe, la Cruz Blanca de Serrano,
pero Puebla es capaz de comprender, le conoce y comprende y
descifrar lo suficientemente, que se refiere al Santabárbara
de Padilla. Y allí se encuentran; es más: se reencuentran.
Y hablan y se abrazan y se perdonan posibles e inevitables errores
de uno u otro. Y -aquí la magia o la coincidencia es
absoluta- se despiden ante el 63 de la calle Serrano de Madrid,
donde vivió de niño el padre de Javier, la casa
de su amadísima abuela Maxi en la que él paso
largas temporadas y vivió infinitas aventuras a todas
las edades. Se despiden felices y llenos de afecto, pero Javier
Puebla sigue sin creerse nada. ¿Cómo va a recomendar
el libro? Andrés -según parece- protagoniza una
sección del programa El gato el agua en Intereconomía
TV, llamada el Gato Gurmet; ¿en serio puede recomendar
un libro? Llega a su casa justo a tiempo para ver al Gato Gurmet
hablando de vinos. Y luego -sí, es un libro- de Maupassant
y sus cuentos completos. Y a continuación, ¡es
increíble! habla de Tigre
Manjatan, lo recomienda a los espectadores. Hasta lee el principio
de la novela, las primeras palabras sobre el secreto de la noche,
sobre la luz. Y entonces Javier Puebla cree, aunque no cree,
que su prima Marta a quien intenta estúpida e ingenuamente
resucitar con su humildísimo librito de catorce años
de trabajo, ha recibido la señal esté donde esté,
y se lo está demostrando, le está enviando otra
señal a él. Por eso la despedida frente al número
63 de la calle Serrano: el último lugar donde se vieron
a solas. Por eso el teléfono sonó en Andrés
Torrejón. Y será verdad o será mentira,
pero no puede evitar creerlo. Creer que no es sólo imaginación
que hablemos con nuestros muertos, que sí pueden sentirnos
y hasta cuidarnos desde el más allá; de algún
modo. Un modo que la razón jamás podrá
explicar. Pero no hacen faltan explicaciones hoy, porque Javier
Puebla está feliz. Ahora mismo, mientras ya acabo, me
sonríe, y guiña un ojo.
-Mañana me voy a Sevilla, Flores. Te traeré algo
de recuerdo.
No caigo en la trampa. Si le pido una sevillana no me traerá
una chica, que buena falta me hace, sino que se pondrá
a cantar “me dejaron de herencia mis padres/ además
de la luna y el sol/ una bata cuajá de lunares...”.
Que ya tengo yo calado al bribón de mi jefe.
-Tranquilo, señor Puebla, conque vuelva usted satisfecho
de las entrevistas que va a hacer por allí me doy por
contento.
-Como quieras, Walter. Anda, acaba, que quiero enseñarte
unos dibujos de los diarios de Dakar. Algún día
si tienes tiempo...
-... los escaneo. Vale.
-Vales tu peso en oro, Flores.
Nada. Eso es lo que realmente significa su frase. Porque yo,
Walter Flores, existo sí, pero no peso. En absoluto peso.
Nada.
Walter Flores, bajo la mirada de un Tintín
de barro y frente a un ficus gigante en el despacho de mi jefe,
el sábado 13 de diciembre de 2008.
“La
acción mata la reflexión”. (Sólo
el hombre monótono puede permitirse el lujo de meditar.
Quien está en continua acción sólo está
en continúa acción).
SOSIEGO, anti-libro alimentado por Javier Puebla
22 de diciembre 008
Hay nieve a derecha e izquierda, pero el tren,
un AVE, avanza impertérrito, su velocidad constante,
sus tripas calientes, los hombres y mujeres que lleva dentro
aislados por completo de la realidad, a salvo del frío
y de la nieve, privilegiados que pueden concentrarse viendo
una película, leyendo o formando parte de una tertulia
más o menos improvisada, como es el caso de Javier Puebla,
quien a pesar de todo intenta grabar la imagen fugaz que le
ofrecen las grandes ventanas y hasta llamar la atención
sobre el paisaje a sus compañeros de travesía:
Luis Alberto
de Cuenca y Fernando Marías, con los que dará
una conferencia pocos minutos después de que el trenbala
se detenga en la estación de Tudela, les recoja Javier
Briongos y tras un rápido turno de entrevistas se sienten
en una mesa para hablar sobre algo que los tres conocen -por
vocación y profesión- insólitamente bien:
la palabra. El público es sorprendentemente numeroso,
a Puebla le sorprende que la Universidad a Distancia sea capaz
de convocar a tantas personas un martes a las 6 de la tarde,
le sorprende también que -maravillas de la tecnología-
a la conferencia asistan también, a través de
una cámara y el sistema de videoconferencia, un segundo
grupo de unos treinta personas en un pueblo llamado Milagro
(una de las palabras favoritas del escritor, aunque no será
esa la que utilice en la conferencia, pues su editorial se llama
Haz Milagros, y su personaje más conocido, Tigre Manjatan,
vive en El Callejón de los Milagros, en la primera novela,
en la Avenida de los Milagros, en la segunda, y en La Travesía
de los Milagros, en la tercera). La conferencia tiene algo de
obra de teatro, dos horas improvisando, apoyándose en
la experiencia y sabiduría de sus dos compañeros
sobre el escenario, ambos tan grandes seductores como escritores
(“Un gran escritor es siempre un gran embaucador”,
Nabokov). Y el público disfruta. Al final se acercan
a saludar o felicitar a uno u otro, Luis
Alberto de Cuenca firma varios libros, y a Puebla una mujer,
que le trata de usted, y se llama Ana María (Javier se
lo pregunta para no olvidarlo nunca, porque sus palabras son
un regalo sorprendente), le dice: “es usted puro espíritu,
toda sensibilidad. Perdona que se lo diga, pero me ha enamorado
usted”. Nunca le habían dicho nada así y
probablemente nunca se lo volverán a decir. Luego cenan
en un restaurante exquisito, el Iruña, y muy pronto -Luis
Alberto es madrugador y Fernando también- se van al Hostal
Pichorradicas, un sitio único en el que las habitaciones
no tienen nombre ni número sino figuras de hortalizas,
como única identificación. Puebla sale a pasear
solo por la ciudad. Solo. Por una ciudad que no conoce. Como
ha hecho tantas y tantas veces en su vida. Siempre que llega,
en solitario o en compañía, a una ciudad nueva.
Tudela es moderno y milenario, duro y acogedor; un sitio extraño.
Pero también era extraño, ignota, la Sevilla que
le había mostrado, guiado por el dédalo de callejuelas,
su amigo Miguel
Ángel Matellanes el domingo anterior, tras llevarle a
cenar a un japonés, para a continuación sumergirle
en la Carbonería -un grupo flamenco, flamenco auténtico,
ganándose a un público largo y variopinto a pesar
de ser un domingo por la noche; y aún más tarde
ambos beben bourbon, en honor de El Tigre, en un local decadente
y barroco donde se mezclan veinteañeros y septuagenarios,
entre vírgenes, lámparas de araña e imágenes
atemporales exquisitas. El lunes era de día de entrevistas
en Sevilla para promocionar Tigre Manjatan, como el jueves lo
fue en Valencia (17 entrevistas programadas, 14 realizadas),
pero en ninguno de los dos casos estuve acompañando a
mi jefe y nada puedo contar sobre ello, excepto que -he visto
las imágenes- se las apañó para fotografiar,
convirtiéndolos en padrinos
del tigre urbano, a todos sus entrevistadores con el libro
en la mano o el regazo.
Una semana, en suma, puro movimiento, que terminaba oficialmente
con una cena de navidad o prenavidad en casa de la tigresa francesa
Anne-Marie Vallat, madre de su agente, Eduardo Melón.
Y sólo al día siguiente mi jefe, y a veces amigo,
pudo disfrutar de la compañía que más añoraba:
la de su mujer y la de su hijo.
-Lo pasé genial, Flores.
-¿Cuándo?
Y me sonríe burlón el señor Puebla.
-En todo momento. Cada minuto de la semana demencial, en la
acción y en el descanso. Genial.
Otra palabra, como milagro, que le encanta a Javier Puebla,
aunque la palabra que eligió en la conferencia de Tudela
fue otra: sufrimiento. ¿Puede ser genial el sufrimiento?
¿Puede ser milagroso el sufrimiento? Probablemente él
piensa que sí. Por eso dejó en su momento la seguridad
de un ministerio y se esfuerza y lucha cada día. Cada
uno es como es. Yo prefiero un millón de euros a cualquier
sufrimiento que pueda regalarme el destino, y quizá por
eso soy contable, para -aún pobre- ver correr las cifras,
el dinero enorme, por una pantalla de ordenador ante mis ojos
menos soñadores que prácticos.
Walter Flores, domingo 21 de diciembre de 2008. Harto de escribir
y con ganas de salir a la calle en busca de algún buen
regalo de navidad para mis amados padres y hermanos.
(volver
al principio de la página)
|