Las novelas negras
Las novelas negras que se escriben actualmente
sólo tienen de verdaderamente negro la tinta con la
que se imprimen. Novela negra es una etiqueta que
sirve al agobiado crítico moderno (demasiadas novedades,
demasiados autores, demasiado escaso el tiempo para leer)
para quitarse de encima obras que a veces transcurren en ciudades
y a veces en el campo, en las que a veces salen policías
y detectives y a veces no salen. Las novelas negras
en el siglo veintiuno deberían perder el apellido y
ser sólo novelas, porque la soledad de Marlowe
es un clásico en cualquier lugar del mundo occidental:
pueblos o ciudades, la violencia de Sam Spade es un juego
de niñitas al lado de masacres como las del Líbano
o Iraq, los negocios sucios al lector le parecen cualquier
cosa menos ficción.
Y, aún así, los editores -con los mismos problemas
de exceso de novedades, autores y falta de tiempo que los
críticos- nos presentan algunas novelas con el atractivo
oscuro que encierra la palabra negro o negra. Tengo a
la izquierda del portátil Un tipo implacable (The Hot
Kid) firmada por el mítico Elmore Leonard
de quien han bebido directores de cine tan exitosos como los
Coen Brothers o “el hombre del cardo en el culo”
(Tarantino). Es una novela negra, sí. Vale, un poco
al estilo de Pop. 1280 de Jim Thompson, pero sobre todo es
literatura que nos hace retroceder medio siglo, a un oeste
moderno de sombreros (mi debilidad), revólveres, chicas
dispuestas a todo e hijos de millonarios con deseos de alcanzar
la fama jugando a los gánsters. Un libro recomendable
para cualquiera, le gusten las novelas negras, rosas o azules
(una lástima que no haya novelas azules, porque rosas
desde luego las hay, verdes serían las eróticas
y amarillas..., amarillas quizá eran aquellas pequeñitas
y deliciosas que publicaba Bruguera y se vendían en
los quioscos a diez o quince pesetas cuando yo era un niño).
A la derecha del portátil tengo otra novela:
Ojo de dragón (Dragón´s eye) de mi amigo
Andy Oakes (le conozco de un día pero tengo
genes ingleses y funcionaron como si hubiésemos ido
al mismo abrevadero desde pequeños. También
es una novela negra, con la peculiaridad que tiene unos toques
de amarillo (amarillo asiático, no amarillo Bruguera)
pues transcurre en Shangai, ciudad a la que hace unos años
estuve a punto de ir como Agregado Comercial (pero esa es
otra historia). Es una novela sobre China, sobre sus olores,
sus costumbres, sus caderas femeninas poco pronunciadas, el
lado del río Huangpu. En ella hay un investigador de
la policía solitario y un ayudante sanchopanziano,
misterios, desenlaces, lucha, capas y capas de la cebolla
que es la realidad del gigante asiático... Lo que debe
haber en cualquier novela que se precie, en esa recreación
de la vida que es el género narrativo por excelencia.
Buenos libros. Pero a quienes gustan de hacerlo que
les sigan llamando negros; poco tiempo les quedará
para hacerlo. En la época de lo políticamente
correcto (esa basura) antes o después alguien acabará
diciendo que lo de novela negra es racismo literario, y tendrán
que llamarlas “novelas de color” y se quedarán
jodidos los pobres críticos con sensibilidad porque
el negro era la ausencia de color. El color, como bien saben
en los programas de telebasura es rosa, siempre rosa.