¿Cómo relata uno 2 o 3 décadas
de desperdicios? En un instante. Es fácil. Los años
son para desperdiciarlos. Charles Bukowski, CONOZCO AL MAESTRO (incluido
como relato en FRAGMENTOS DE UN CUADERNO MANCHADO DE VINO)
12 de octubre 2009
Nunca he necesitado pensar
para ponerme a disparar palabras; escribirlas. Escribir
es tan fácil como hacer la cama, lavar los vasos
o atarse los zapatos. Otra cosa es que aquello que escriba
pueda o no interesar a alguien, lo llegue a leer algún
día o no alguien. Supongo que pensar previamente
es bueno cuando alguien te va a leer, pero lo cierto es
que he escrito centenares de columnas y cuentos, hasta novelas,
sin un solo pensamiento previo.
Mi diarioweb estaba sin actualizar, ya tres días
de retraso (al final una semana entera), y he encendido
el ordenador y me he dado cuenta que tendría que
pensar, y aunque escribir nunca me da pereza, pensar sí.
Pensar sí que da pereza. Porque ¿a ver que
he hecho yo estos días? Tantísimas cosas,
tantas y tantas y tantísimas, que ni siquiera consultando
mi verdadero diario, el que llevo en el bolsillo, podría
enumerarlas todas. Estoy cansado. Cansado y perezoso. Pero...
¡vamos a ello!
MIENTRAS SEAS LIBRE
Subo al AVE que conecta Mad
Madrid y Barcelona. Preferente. Jorge Herralde
me ha invitado a su megafiesta para conmemorar los 40 tacos
de Anagrama, y aunque al día siguiente comienzo las
clases en la universidad de Alcalá no voy a hacerle
el feo de faltar a mi escritor favorito. Subo la maleta,
me quito el sombrero y veo que en el asiento inmediatamente
posterior al mío está César
Antonio Molina. Varias veces intenté hablar
con él cuando era ministro, pero en todas las ocasiones
sus circuitos estaban cerrados, protegidos contra la continua
agresión exterior que se sufre cuando se ocupa un
cargo importante, se tiene poder o fama o dinero o lo que
sea. Coloco con cuidado mi sombrero sobre la maleta y me
vuelvo hacia él. Un poco de conversación no
hace daño a nadie. Y para mi sorpresa -sorpresa porque
tengo el mal hábito de no pensar en profundidad-
me encuentro a un ser humano normal. Cercano. Entrañable.
Tenemos numerosos conocidos y colegas en común: Ramiro
Cristóbal, Achero Mañas
o El Gran Miserable (título que
le he regalado en sus apariciones en mis diarios de bolsillo
a alguien que antaño fue un amigo muy cercano; pero
esa es otra historia). Así que es fácil encontrar
temas para una conversación. Hablamos de los amigos
comunes, pero también de Herralde, de la sonadísima
traición de Vila-Matas (tendría
que haberle pagado más, tú que vives sólo
de escribir deberías comprenderlo, me dice César
Antonio), de como cansa el poder, o más exactamente,
de como nos cansan los demás cuando por un motivo
u otro tenemos poder.
-De vez en cuando siento la tentación de volver al
ministerio.
Me
mira un momento a los ojos, me mira por dentro antes de
responder, y me regala una frase que siempre había
querido oír, que quizá yo sí me había
dicho a mí mismo pero que jamás había
escuchado de una boca ajena.
-Aguanta, mientras seas libre aguanta. Mientras seas libre. Esa es la clave. Lo
único que en realidad busco o pretendo. Ni fama ni
dinero ni reconocimiento ni ninguna otra puñeta.
Libertad. Eso es único que le pido a la vida, lo
único en lo que gasto el dinero que de una manera
otra conseguí y aún voy consiguiendo: compro
libertad.
Y César Antonio Molina se ha dado cuenta. Ninguno
de mis íntimos, no voy a citarlos a todos, ni familiares
lo había valorado jamás. Y sin embargo un
extraño ha visto en mí en un instante, y lo
ha calcado, resumido impecablemente en una sola frase: mientras
seas libre.
Nunca he leído sus poemas, el Gran Miserable, a quien
una vez le pregunté sobre el tema, me habló
de ellos con burlón desprecio, pero no pueden ser
malos si los ha escrito quien acaba de decirme esa maravillosa
frase. Me prometo a mí mismo leer sus versos en el
futuro, y cuando nos despedimos en la estación de
Sants le agradezco la frase, le digo que la guardaré
y no la olvidaré. Y esa noche, cada vez que nos cruzamos
en la maravillosa fiesta de los 40 años de Anagrama,
nos sonreímos el uno al otro con complicidad pero
también cierta incomodidad. La verdad no se dice,
no la decimos, casi nunca en el mundo de la literatura.
Supongo que en ningún mundo se dice. La verdad. Pero
soy libre, César Antonio me lo ha recordado, y me
ha encantado escuchar la verdad en boca de otro. Mientras
sea libre podré ser sincero cuando quiera. Un privilegio
y una delicia. Fugaces. Mientras sea libre.
EL REY JORGE Y LA REINA EULALIA
DAN UNA FIESTA
Sucede
en Barcelona, la noche de un martes, del último martes
del mes de octubre del año 9 del tercer milenio de
la era cristiana (amén). El motivo: que su reino,
la editorial Anagrama, existe ya hace cuarenta años.
Hay una cola increíble para entrar, pero por primera
vez en mi vida no me importa hacer cola (en general no soy
capaz de controlar mi impaciencia natural y soportarlo).
Pero al final de la cola está el rey. Está
Herralde. Estrechando la mano y abrazando
a todos y cada uno de sus invitados.
-Parecían el rey y la reina en una recepción
oficial.
Es una frase que escucho luego varias veces en bocas anónimas
a lo largo de la noche. En ningún momento me permito
acercarme al grupito de turno y apuntar o apuntalar que
“parecían el rey y la reina porque eran el
rey y la reina”.
Están todos, bueno, todos no, pero sí muchísimos
de los mejores “arquitectos del reino”, mitos
por cuyos edificios de letra me he paseado huyendo de la
realidad o buscándola tantas veces que casi me parece
mentira tenerlos a mi misma altura, tan humanos -en apariencia-
como cualquiera de nosotros. Martin
Amis, Jean Echenoz, Antonio Tabucci, Feltrinelli, Ian McEwan,
Alejandro Baricco, Roberto Calasso... Fotografío
a Amis e intercambio con él apenas dos frases para
dirigir la imagen (siempre me ha gustado), a los demás
ni siquiera les hablo, aunque estoy a punto de hacerlo varias
veces: McEwan, de quien lo he leído absolutamente
todo, se cruza conmigo varias veces. Y no es la timidez
lo que me detiene, soy cualquier cosa menos tímido,
sino el pensamiento de que prefiero no conocerlos, prefiero
que sigan siendo para mí seres cuasi imaginarios,
los autores de los pequeños mundos en los que tantas
horas felices y he pasado y -si nada lo impide- seguiré
pasando.
Por
lo demás la fiesta es todo alegría, divertidísima.
Comida excelente hasta decir basta, bebida ilimitada, el
local no puede ser más perfecto, con un patio interior
entre el pequeño salón del fondo y el salón
principal, donde se puede estar al aire libre e incluso
fumar. Encuentro amigos a los que hace tiempo no veía,
o sí, como Joaquín Palau, Silvia Sesé,
David Trueba, Sergie Pámies o Malcolm Otero.
Conozco a las chicas de Anagrama: Tiziana Bello,
Aurora, Paula Canal o Ana Jornet (por cierto, ninguna
tan bella como la reina, a pesar de que todos son probablemente
algo o mucho más jóvenes).
Regreso al hotel caminando, con la sensación de que
he asistido a un evento, no me gusta la palabra: a una fiesta
es más exacto, irrepetible. Que quizá Anagrama
dentro de una década cumpla los 50. Pero eso es el
futuro. Y el futuro... El futuro no importa. Sólo
el presente. Y allí he estado. En el presente. En
la maravillosa fiesta organizada por el rey del único
mundo literario que me gusta sin reservas. El reino de Anagrama,
con sus tres mil edificios o títulos. Sonrío
mientras camino. Sintiéndome privilegiado. Feliz.
Satisfecho.
EL GRUPO DE BROOKLYN
Hace poco Federico, Federico
Mañas, me mandó por email la foto
fundacional (el original -una polaroid- no sé donde
lo he metido, pero hice copias para todo el grupo de Brooklyn
en su momento), y me es imposible no sonreír, no
sentirme feliz al ver la imagen, recordar esa noche alucinante
en la que no me costó convencer a nadie -¡qué
diablos, eramos el grupo de Brooklyn!- para que bajásemos
al promenade de Brooklyn y nos hiciésemos una foto
desafiando a la nevada que caía salvaje y acogedora.
Fermín Cabal y yo acabábamos
de regresar de México (esa es una historia genial,
quizá la cuente algún día), Achero
Mañas acababa de llegar de Madrid, y Federico
seguía en su casa en el Promenade. Era la última
polaroid que me quedaba y no pudimos repetirla, por lo que
una cara -¿premonitoriamente?- se perdió tras
un copo de nieve gigantesco.
Desde entonces, han pasado más de veinte años,
nos seguimos reuniendo, permitiendo que la cara que tapa
el copo de nieve se renueve, y a veces sea la del pintor
Carlos Madrigal o la de su hermano el sabio
José Luis, e incluso la de Eduardo Lago o la de alguna
chica maravillosa (aunque eso es romper la regla; el grupo
de Brooklyn eramos cinco lobos solitarios, cinco cazadores
a quienes u otra presa había roto el corazón;
no sigo, que esto no es el Hola).
Es Federico -como casi siempre- el que nos convoca en la
Cervecería Alemana de la Plaza de Santa Ana. Y es
una chica, que tomamos por sueca pero luego resulta españolísima,
quien nos toma la foto, y no el disparador automático
de la cámara colocado sobre un trípode (sí,
aquella noche inolvidable de febrero de 1988 no sólo
me bajé la polaroid, también cargué
con el trípode; nos sobraba energía por aquel
entonces). Me encanta volver a ver a mis viejos amigos,
saber de su presente pero sobre todo la alquimia de volver
al pasado, esa magia que conseguimos siempre que nos juntamos.
En suma: divertidísimo (me lo merecía; llevaba
tres semanas de promo sin pausa de La inutilidad de un beso,
el libro en el que menos he trabajado menos que en ninguno
y que, parece, es el que más gusta a crítica,
lectores y amigos). Quizá fue la nieve. O Nueva York.
O nosotros. Pero ese día fue especial y la foto no
nos permite, ni nos permitirá nunca, olvidarlo.
“Genio podría ser
la capacidad de decir algo profundo de una manera sencilla”
CHARLES BUKOWSKI. Fragmentos de un cuaderno manchado de
vino.
19 de octubre
MESA NEGRA
Doy por finalizada mi clase
de cine en la universidad de Alcalá quince minutos
antes de lo habitual. Me espera una mesa negra. Miento.
Miento y digo la verdad. Me espera una mesa negra a las
ocho de la tarde. En el Corte Inglés. Pero mi intención
no es correr a casa para prepararla. Soy el coordinador.
El coordinador de la mesa negra. De novela negra. Mesa literaria
enmarcada en el festival policiaco Getafe Negro, el festival
policiaco de Madrid. Mad Madrid. Pero he dicho que mentía.
Cierto. Mentía. Me largué antes de Alcalá
para poder permitirme entre dos obligaciones una devoción.
Nadar. Mis cuarenta largos diarios en la piscina del Canoe.
Cuando llego a casa mi chica está nerviosa. Ha escuchado
varias cuñas por la radio anunciando el acto. El
acto. Curiosa expresión. Y mi vecina Rosa
Soria ha enviado un sms multimedia en el que se
ve el escaparate que da a la Puerta del Sol de la librería
de El Corte Inglés donde está, repetido hasta
la saciedad, mi último libro: LA
INUTILIDAD DE UN BESO. Los nervios son contagiosos.
Así que salgo con el tiempo pegado a los talones
y me olvido la pistola. La máquina de fotos. Me olvido
la cámara de fotos. Como es natural en mí
y aunque he salido demasiado tarde llego muy antes de tiempo.
Me encuentro con David Torres y subimos
juntos en el ascensor. Ambos nos encontramos con María
José “de la Fábrica”
y bajamos en el ascensor. ¿Haremos una mesa negra
o una reunión de ascensoristas? El acto -de nuevo
esa expresión- estaba previsto en la terraza del
edificio de Preciados. Ambito Cultural de El Corte Inglés
lo cambia en el último momento y acabamos sentados
alrededor de una mesa con mantel negro junto al escaparate
que da a la Puerta del Sol. Menos mal que está Ángeles
González, Gelu, del ayuntamiento de Getafe.
Me basta con verla para tener la seguridad de que al final
todo saldrá bien. Y todo sale bien. Estoy rodeado
por dos camaradas de escuadrón. Por dos finalistas
-como yo- del Premio Nadal. La felina Marta Sanz
y el sólido David Torres. Y el equipo lo completa
Tomás García Yebra. Tomás
García Yebra tiene una novela conocida -Los crímenes
del museo del Prado- y acaba de sacar al mercado “El
Cebo”, inspirada en la película de 1959 del
mismo nombre. Empezamos metiéndonos con los suecos.
Marta Sanz se atrevió a criticar a Largson
desde su atalaya en el diario Público y recibió
insultos para varios años. Torres opina que Largson
es un escritor mediocre. Yo le envidio que esté muerto;
los editores aman a los muertos: tan fáciles de manipular.
García Yebra dice que está bien conseguir
vender tantos libros. Hablamos de series de televisión
y literatura. Guionistas y novelistas. De la diferencia
entre arte y espectáculo. El público es poco
numeroso pero heroico. Al cambiar el lugar de ubicación
de la mesa negra no hay sillas y tienen que estar de pie.
Aguantan de pie. Alrededor de una hora. Cuando pasa la hora
opino que ya está bien. Y cometo un acto criminal.
Disparo contra la mesa. Contra la mesa negra. La bombardeo
y destruyo y desconvoco. Responderemos a las preguntas del
público mientras agonizamos. Dile a mamá
que la quiero. No hay preguntas. Sí cervezas
y refrescos en la cafetería del centro. Cuando me
quedo solo me pierdo por las arterias del corazón
de la ciudad. Entro en garitos y locales de dudosa reputación.
Mad Madrid. La vida en la gran ciudad es pura novela negra.
Y yo conozco a muchos polis pero también a toda clase
de delincuentes. Las luciérnagas. Las luciérnagas
de la noche que la hacen parecer viva y brillante. Como
en las novelas. Como en las series de televisión.
Como en las mesas. Como en las mesas negras.
“A
los veinticinco años cualquiera pueda ser un genio.
A los cincuenta es más jodido” ART SPIEGELMAN (en uno de sus cómix,
no recuerdo en cual. Y la cita es inexacta, desde luego)
26 de octubre
MI PRIMERA PRINCESA
Cuando tenía cinco
años estaba enamorado de una de mis primas, la chica
de cinco años más guapa del mundo. Se llamaba
Raquel. Se llama Raquel Mena Taylor. Fue
mi primera princesa. Y yo su primer príncipe. Extrañamente
la vida nunca ha estropeado ese recuerdo maravilloso. Mi
prima se casó y tuvo dos hijos. Yo me casé
y tuve un hijo. Pero siempre que nos veíamos, nos
vemos, recordábamos, recordamos, ese momento, lo
hacíamos volver al rememorarlo, lo hacemos volver
al rememorarlo; la magia de la memoria. Ayer el río
de la vida nos reunió una vez más y volvimos
a ser los niños de cinco años que una vez
realmente fuimos, los novios infantiles y perfectos que
nunca dejamos mueran del todo. Pero lo que nos reunió
ayer fue precisamente la muerte. La muerte de mi tío
Fernando Mena, la muerte de su padre, del
padre de mi primera princesa.
“Nunca había visto a mi tío Fernando
muerto”. Escribí la frase absurda en mi diario
de bolsillo hasta desentrañarla, hasta comprender
porque se me clavaba en el cerebro y en el corazón.
Mi tío sufrió hace más de quince años
un infarto cerebral que le disminuyó brutalmente.
Pero esa disminución era nada, y por esa la frase
que repetí hasta comprenderla, en comparación
con la verdadera muerte.
De la familia de mis tíos sólo tengo buenos
recuerdos. Soy consciente que ello se debe a también
a que les he tratado lo justo, que la mayoría de
esos recuerdos, su base, corresponden a mi infancia y primera
adolescencia. Tendría unos quince años cuando
escuché de los labios de mi tío una frase
genial, inolvidable (la repito siempre que tengo ocasión
y ahora tengo otra vez ocasión). “Yo
no soy un viejo verde, sino un hombre constante. A los diecinueve
me gustaban las de diecinueve, y ahora... me siguen gustando
las de diecinueve”.
Mi tío fue un lince para los negocios. En mi cabeza
se cruza el dato de que fue director absoluto de Boettiche
y Navarro, la empresa de ascensores. Hizo dinero; con elegancia:
nunca llegó a parecer un individuo que se considera
superior por ser rico. Supo cuidar y guiar, hasta convertirlos
en personas de bien, a mis dos primos: Gabriel y Raquel.
Hizo feliz a su mujer, mi amada tía Maribel (la más
filósofa de mis familiares, no en vano era la alumna
predilecta de Julián Marías).
La última vez que le vi, que le vi vivo, fue hará
un año más o menos. Celebraban las bodas de
oro en el José Luis de la Casa de Campo. Estaba muy
mal, pero cuando bailó con su mujer, con mi tía,
el mundo desapareció para ellos. Desapareció.
Mi tío, cuando era un genio para los negocios y cuando
era un hombre disminuido, consiguió hacer feliz a
su esposa. Mantener viva su historia de amor en todo momento.
Como mi prima y yo mantenemos vivo nuestro sueño
infantil de cuando teníamos cinco años. La
vida -la frase es de Blas de Otero, pero
la cita mi tía Maribel Taylor- es
“horror a manos llenas”. Pero siempre nos quedarán
las historias de amor. Siempre nos quedarán los sueños.
Un abrazo, querido tío Fernando. Sueño que
puedes sentir estas palabras, que puedes leerlas y ese es
el único motivo por el que las escribo y las publico.
“Yo sonrío
confundido, casi con vergüenza de tener hambre” JORGE AMADO. Cacao.
2 de noviembre
I WILL MISS YOU, SEÑOR
BUKOWSKI
Se me ha terminado el libro
de Bukowski, el bonito libro póstumo publicado por
mi editor-autor predilecto, por ese superhéroe llamado
Jorge Herralde que en vez de convertirse
en un boxeador en pijama tipo Batman o
Spiderman se convierte en Anagrama,
mi superescritor, mi superhéroe predilectísimo.
Se me ha terminado FRAGMENTOS DE UN CUADERNO MANCHADO DE
VINO (Relatos y ensayos inéditos (1944-1990). En
inglés aún molaba más el título:
PORTIONS FROM A WINE-STAINED NOTEBOOK. Guapísimo.
Me encanta el inglés, y manejarlo con tanta torpeza,
porque eso lo convierte para mí en una lengua mágica
que debo interpretar, adivinar y hasta recrear. Y me ha
encantado volver a leer a Bukowski, que es mucho más
actual que la actual premio Nobel
(por citar a un escritor cualquiera), a pesar de que lo
hecho en una traducción -aceptable- al español.
He alargado la lectura, combinándola con cómix,
series de televisión, otros libros (unos veinticinco),
pero al final se me ha acabado. No es que me queje, me ha
durado -creo- algo más de un mes. ¿Por qué
me gusta tanto el señor Carlitos Bukowski?
Es muy sencillo, porque suena a auténtico, porque
parece que dice la verdad, su verdad. Soy consciente, me
dedico a la escritura profesionalmente, que lo importante,
lo prodigioso y capaz de hechizar al lector, no es ser “auténtico”
y ya está, sino que “parezca” que se
es auténtico. Y Bukowski lo consigue. Bukowski quizá
sólo sea un embaucador y un borracho (muerto), pero
logra parecer la quintaesencia de la sinceridad. Y eso es
la leche. Vale su peso en papel couché del más
alto gramaje. ¿Qué hago ahora? Naturalmente
volver a los ensayos de Montaigne, cuya
densidad permite dilatarlos en el tiempo más que
a mister Buks, pero querría más del viejo
gruñón. Querría más y al mismo
tiempo me da pereza repasar Cartero, Factotum o La senda
del perdedor, sus tres mejores novelas (en mi recuerdo).
Supongo que llamaré o escribiré a Herralde
en busca de consejo. Bukowski, en un relato genial y conmovedor
(de los últimos geniales y conmovedores, porque lo
grande es John Fante y Buks sólo
un enano), CONOCER AL MAESTRO, se felicita porque “
He conocido a mi ídolo. Muy
poca gente lo consigue”. Yo también he conocido
al mío, y quizá consiga algún día
que él también me conozca a mí. Mientras
tanto aún tengo acceso al lujo impagable de charlar
con él de vez en cuando, escribirle, pedirle consejo.
Gracias Anagrama, por haber logrado que siga creyendo, a
mis cincuenta, que los superhéroes existen.
DE LA EXISTENCIA DE
LAS HADAS
El despacho es tan maravilloso que, de repente, pienso sería
inadecuado hablar de él, no vaya a ser que alguien
pretenda quitárselo o robárselo, expulsar
de sus dominios al hada. Pero enseguida me doy cuenta que
sería un robo inútil, como cuando el Capitán
Garfio, Captain Hook, encierra a Thinker
Bell, alias Campanilla, en una jaula. Porque el
despacho al que me refiero, y que está situado en
el edificio muchas veces centenario de Trinitarios, en la
universidad de Alcalá, es maravilloso porque lo habita
un hada, y es la magia del hada lo que lo hace maravilloso,
deseable, envidiable. El hada se llama Julia. Julia
Barella. Creo que es mi jefa, o algo parecido,
en la Universidad de Alcalá.
Pero me cuesta verla así, como una jefa, porque jamás
me ha dado una orden, o si me la ha dado lo ha hecho con
tal diplomacia o amabilidad que no me dado cuenta. Hacía
tiempo que no la veía -conversaciones telefónicas,
correos ingrávidos y eléctricos- y el pasado
jueves comí con ella y visité su maravilloso
despacho, recorrí los laberintos de lo que fue un
convento o monasterio u hospicio, no recuerdo, pasee en
su compañía por los jardines que, mirados
objetivamente no tenían nada de especial, pero que
en su compañía parecían parcelitas
del mismísimo paraíso. Hay personas que tienen
esa capacidad, capacidad de cuidar a los demás, de
hacerles sentirse aceptados y normales aunque sean duendes
o trolls o genios, personas que es un regalo siempre inmerecido
encontrarse o cruzarse, personas que parecen hadas, capaces
de hacer con su magia -pequeña e invisible- que el
mundo parezca un lugar BUENO.
MALOS TIEMPOS PARA
LOS ESTAFADORES
Hace tiempo que me gusta presumir de mi calidad como estafador.
DOY LIEBRE POR GATO. (La frase no es mía, sino de
mi tío -político- Alejandro de la
Sota). Dar liebre por gato siempre ha sido cansado;
iba a escribir que “más en estos tiempos”,
pero con lo protegidos que están los mininos es tan
difícil echarlos al cocido -supongo- como sacar una
liebre del interior de mi sombrero. El malabarismo de hipnosis
colectiva que se conoce como crisis económica, o
crisis a secas, ha complicado mucho mi trabajo. La gente
ya sólo quiere gato, porque gato rima con barato,
y liebre no rima con libre pero son dos palabras que se
parecen mucho. En cualquier caso aún sobrevivo, y
conservo-creo- mi capacidad para descubrir a las personas
con paladar para distinguir la carne de la liebre y ofrecérsela,
a cambio de una moderada cantidad de dinero- en la mentira
de un plato.
“Soy
enemigo acérrimo de la obligación, la asiduidad
y la constancia” MICHEL DE MONTAIGNE, De la fuerza de la
imaginación (ensayo)
9 de noviembre de 2009
NO ASISTÍ
A LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO MÁS BONITO DE
FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ
No asistí a la presentación
del libro más reciente, y también el más
bonito de cuantos le he leído hasta la fecha, de
Fernando Sánchez Dragó, que
se celebró en Castilfrío de la Sierra, en
la provincia de Soria. No escuché a Luis
Eduardo Aute cantar la canción compuesta
expresamente para el momento. No entré en la iglesia
o capilla transformada en sala de presentaciones. No vi
el mantón rojo que cubría una mesa rectangular
en cuyo centro estaba sentado Fernando, ni a la mujer de
gafas, presumiblemente la editora, situada a su izquierda,
ni tampoco a Aute, con el pelo y la barba níveos,
que se colocó a la derecha del escritor, junto a
una niña de pelo largo y rizado que, supongo, era
su nieta, Catarina, o Catachán, como la llama Dragó
alguna vez en la novela titulada SOSEKI, INMORTAL Y TIGRE.
No charlé con Naoko ni con Silvia
Grijalba, ni comenté con José
María de Plaza lo bien que le quedaba la
valiente minifalda a la chica del gorro de lana que había
enviado una cadena de televisión para cubrir el evento.
No comí en la torre, ni vi las grandes cabezas de
los budas que coronan Kokoro. No escuché a Fernando
pronunciar mi nombre ni referirse a la columna que escribí
cuando murió su gato, el protagonista de la historia,
su inspiración más limpia y lograda.
No acudí a esa presentación, aunque sé
-porque así lo siento- que fue maravillosa y un día
de fiesta feérica. Y me habría gustado. Claro
que me habría gustado. Se me hacían los dedos
huéspedes de sólo pensar en ello, pasar un
día genial fuera de rutinas, obligaciones y asiduidades.
Pero el autobús que puso la editorial Planeta desde
Madrid regresaba demasiado tarde y me habría impedido
cumplir con mis pequeñas obligaciones profesorales,
y no me atreví a forzar a mi viejo coche, El Duro,
a hacer tantos kilómetros en un mismo día
después de los múltiples sustos que me ha
dado durante los últimos meses.
No
estuve, y sin embargo sí estuve, porque sino sería
imposible que estuviese contando esto, escribiendo esto.
Quien me conoce sabe que siempre que las circunstancias
me lo permiten duermo diez o más horas y que navego
en la duermevela con la pericia de un surfer experimentado,
me muevo por ella con la misma facilidad que se mueven los
despiertos por los cuartos o habitaciones de sus casas.
Y fue en esa duermevela donde escuché la voz de Fernando
diciendo mi nombre, hablando de las palabras que en su día
escribí para él y que ha tenido la generosidad
de incluir en su libro, y me desperté sin despertarme,
y vi la iglesia o capilla, y el manto rojo, y el cabello
y la barba blanca de Aute, y el pelo largo y rizado de la
niña. Y vi también a Soseki,
y eso fue lo más extraordinario porque era la primera
vez que le veía, ya que a pesar de su fama jamás
había coincidido que estuviese ante el televisor
cuando aparecía el gato mágico y guerrero
de Fernando Sánchez Dragó. Vi también
un elevador extraño y dormido. Y vi fantasmas, en
particular el de Gonzalo Torrente Ballester,
que para mi sorpresa era más joven que yo y vestía
de un modo anticuado, y que me dijo que si para mí
Fernando era un maestro para él había sido
un pupilo, el pupilo de quien más orgulloso se sentía.
Vi casas de piedra de ventanas angostas, y hasta -pero esa
sería otra historia- me vi a mí mismo a pesar
de que no había acudido a la presentación
del libro sobre Soseki, una historia que cuenta Fernando
-Fernando y no Dragó- a su nieta, y que es un largo
cuento para niños y mayores, una novela de aventuras,
la prueba de una pericia narrativa que sólo se logra
cuando se mezclan capacidad natural y experiencia, un libro
que me había leído la noche anterior de un
tirón hasta la página 286 (luego el libro
se convierte en otro libro que no necesitaba ser leído
por mí). Y aunque no estuve -pero sí estuve-
me sentí orgulloso como jamás de mi amigo
Fernando, de que fuese capaz de magia, de convertir a un
gato en Soseki, y utilizar su poder para que no muera nunca,
pues su nombre y sus hazañas perdurarán por
los siglos de los siglos. Y puedo afirmar lo anterior con
absoluta seguridad, como con absoluta seguridad puedo recomendar
la novela a todos los lectores de Dragó, a sus lectores
y hasta a Diego Sánchez Bustamante, porque yo también,
aunque de un modo y manera distintos, soy capaz -como Fernando
Sánchez Dragó- de magia, de escribir desde
lo más sincero y hondo de mi alegre corazón.
“Muy
rara vez -ninguna recuerdo- me he comportado como un cobarde.
Aunque me esté cagando de miedo, yo no soy
cobarde”. SOSIEGO. Antilibro impublicable (ma
non troppo)
16 noviembre 2009
RAMMSTEIN,
LIBROS Y COF-COF
No me lo merecía. No
me merecía asistir a uno de los mejores y más
perfectos conciertos -de rock- que he asistido en mi vida.
Soy lo bastante viejo para haber visto a los Génesis
de Peter Gabriel, a King Crimson
o a Lou Reed, y es cierto que luego he
continuado viendo conciertos, grabado muchos, realizado
videoclips..., pero desde que nació el niño
hace seis años ¡se acabó!
-Tengo dos entradas para Rammstein, ¿te
apuntas?
Es Silva, Lorenzo Silva. A los Rammstein
me los descubrió él miamo en una de nuestras
extravagantes “citas al cruce” -en aquella ocasión
le acompañé en un viaje, por el placer de
charlar, que debía de hacer hasta Burgos para dar
una conferencia sobre nuevas tecnologías y literaturas,
o algo así.
A
los Rammstein los descubrí en ese viaje, pero nunca
los he escuchado a fondo y lo cierto es que ni siquiera
me sé de memoria ninguna canción del brutalmente
bueno grupo germano. Pero me apunto por el placer de la
compañía; más que por lo atractivo
que pueda resultarme el show. Y qué bien que lo hago,
porque lo flipo. Unas ¿quince mil personas? en el
Palacio de los Deportes, con edades entre los diezypico
y los setenta largos y ni el menor descontrol: un ballet
tan perfecto como el que crea Terry Gillian
en The Fisher King cuando convierte Grand Central
Station de NY en un baile. Y el concierto ¡perfecto!
Como show, como calidad musical, como creatividad y como
capacidad de control absoluto. Empieza las diez en punto,
en punto, y acaba tras el segundo y medidísimo bis.
A la salida nos encontramos con una chica genial y lectora
de Silva, Ester (quien siga leyendo esta página
web descubrirá que en realidad se llama Elena, y
hasta hallará una foto suya que le hice mientras
ella intentaba hacerme una foto a mí; en el futuro),
que había estado en la marea humana, una marea sobre
la que se podía -literalmente- navegar, como demostró
el teclista que la cruzó en una barquita de goma
negra. En suma, un día divino que no merecía
ni esperaba.
Lo que sí esperaba, y quiero pensar también
que “merecía” eran libros y más
libros. Estamos en plena rentrée literaria, y hasta
la editorial más humilde sueña con encontrar
su best-seller para las ya próximas -horror,
otra vez- navidades. Y así sucedió que
en un solo día llegaron siete mensajeros a mi casa. NOCTURNA, una editorial nueva dirigida
por Irina G. Salabert, me envió
a:
-Lewis Carroll, DIARIO DE UN VIAJE A RUSIA
(una preciosidad)
-Kiki de Montparnasse, RECUERDOS RECOBRADOS
-y Juana Salabert, HIJAS DE LA IRA, en
la habitual línea de alta calidad de la escritora
nacida en la bella ciudad de París. Carlos
Salem, imparable, me mandó su última
obra, un libro de relatos publicado por ediciones escalera,
YO LLORÉ CON TERMINATOR 2 (RELATOS DE CERVEZA-FICCIÓN),
interesantísimo, burbujeante y dorado; y rebosando
energía, como siempre Salem; lo mejor del libro en
mi humilde opinión: Apuntes para una teoría
de la cerveza-ficción.
Desde Alianza Literaria me bendijeron con tres obras -edición
bolsillo- de Jorge Amado (estoy leyendo
CACAO), y en tapa dura con lo última del afamado
Thomas Bernhard, MIS PREMIOS, puro cinismo
-una sonrisa torcida y burlona- que sigue sonando a alemán
en la traducción de Miguel Sáenz.
A diferencia de FAMA, de Daniel Kehlmann
(buenísimo), que gracias a la impecable traducción
de Helena Cosano parece escrito directamente
en español. Como fueron real y directamente escritos
en español LA PISTA DE HIELO, del filón inagotable
(aún después de muerto) que es Roberto
Bolaño, y el descarado y brillante LA PREVIA
MUERTE DEL LUGARTENIENTE ALOOF, de Álvaro
Pombo. Y tras Anagrama, mi amada casa mater,
Algaida:
-VERBO Y CARNE, de Toni Cantó (les
sorprenderá lo bien que escribe)
-LOS LIBROS LUCIÉRNAGA (como LA SOMBRA DEL VIENTO
pero bastante mejor escrito, una delicia) de Leticia
Sánchez-Ruiz
-y MATADERO, de Antonio Domínguez Leiva
y José Ángel Mañas
(a nadie le sorprenderá lo bien que escribe, ya lo
sabíamos todos).
Lo que desde luego no esperaba
ni merecía ¿o sí? fue lo que me sucedió
los días siguientes. Lo copio de SOSIEGO,
mi antilibro impublicable excepto si alguien lo graba en
la cara de dos mil galletas y lo va mojando en el té,
el chocolate o el café:
“Pensé
que me había curado de mí mismo, que por fin
había cambiado. Pero no ha habido suerte. Sólo
era un pequeño resfriado”. Cof-cof (toses).
También esta semana
-que basicamente he dedicado a disfrutar de estar levemente
enfermo y gracias a ello poder mirarme el ombligo y no ir
a nadar todos los días- estuve en la Universidad
Carlos III, pasando un rato delicioso gracias a un encuentro
organizado con lectores varios por Francisca
Amador en torno a LA
INUTILIDAD DE UN BESO, mi último libro (sobre
el que hoy lunes está previsto me entreviste Fernando
Sánchez Dragó en sus Noches Blancas
de Telemadrid. Y en la Universidad de Alcalá me permití
demostrar a mis pupilos como se puede rodar, montar y sonorizar
una peli en cámara. El resultado no fue para tirar
cohetes (ya estaba en pleno “cof-cof”, pero
tiene su encanto, gracias a la frescura de los actores protagonistas
de EL
PROFESOR ES UNA MÁQUINA.
Seguro que han pasado más
cosas, pero ya está bien. Hace unos días quedé
con Ignacio del Valle y me advirtió
que las entradas en mi diarioweb eran demasiado largas.
No estoy de acuerdo, pero es una opinión, y siempre
intento tener en cuenta el punto de visto de los terceros
(cuando los considero "buenos").
“Mejor quejarse de los otros que
de uno mismo. Siempre resulta más llevadero que los
tontos, hijos de puta e ineptos, estén fueran de
mí; y no dentro”
SOSIEGO, el antilibro del que nunca te libro, caro
visitante de mi diarioweb; ¿qué se le va a
hacer?
23 noviembre 2009
DRAGÓ, HERRALDE...
Y JAVIER PRADERA
Me reprochaba un querido amigo,
Herminio Castillo, el hecho innegable de
que cada vez escribo de mí mismo y mi relación
con las personas normales, para pasarme el día hablando
de mis largos, o anchos, en la piscina de la vida literaria.
Pero me temo que no puede ser de otro modo. Cuando a mi
tío Fernando Mena le fulminó
un ictus su mujer, mi tía Maribel Taylor
dejó de vivir para sí misma y se transmutó
en las muletas, las manos, la capacidad de lucha, de su
marido. Mi madre -y debido a que mi tía estaba cada
vez más agotada- un día le sugirió
que se ocupase más de sí misma, que fuese
un poco más egoísta y se permitiese “vivir
un poco su vida”. Mi vida es Fernando, fue
la magistral y espléndida respuesta de mi tía.
Y
esa es la respuesta que también podría dar
yo a mi amigo Herminio Castillo para explicar que me haya
transformado en un columnista literario y hasta en un diarista
literario, que “mi vida es la literatura”. Y
como mi vida es la literatura empiezo la semana grabando
con Dragó una entrevista, la primera
que me hace tête a tête en solitario, en Las
noches blancas de Telemadrid, sobre mi última novela,
“la del beso”, esa que tanto gustó en
Galicia y extraña o naturalmente algo menos en Valencia
donde había entusiasmado la anterior: Tigre Manjatan.
Hacía tiempo que no veía a Fernando, a Dragó,
y le encontré algo distraído, no desencantado
(porque eso es algo que jamás se permitiría
un guerrero de su talla) pero sí desmotivado, como
si desde la cima de la montaña que es su existencia
no acabase de ver ningún valle lo bastante hermoso
que mereciese el esfuerzo de volver a bajar; y luego volver
a subir.
Esa desmotivación, la sensación de que eran
“más los ánimos que las fuerzas”
(otra frase de mi tía Maribel Taylor) también
la encontré en Herralde, quien presentaba libro,
como autor de El Fondo de Cultura Económico, EL OPTIMISMO
DE LA VOLUNTAD (EXPERIENCIAS EDITORIALES EN AMÉRICA
LATINA). Lleva un año muy largo y agitado con “los
40 años de Anagrama”, en el que hasta ha conseguido
resucitar la colección CONTRASEÑAS gracias
a dos textos -megabuenísimos ambos- de Bukowski
y Tom Sharpe, amén de sacarse de
la manga una colección que vuelve a poner en la superficie
los textos que -en su opinión- no deben perderse
al fondo: Otra vuelta de tuerca.
Cuando llegó Herralde al Círculo de Bellas
Artes yo estaba con mi querida amiga Julia Barella
-siempre es una maravilla su compañía- que
presentaba un libro en otra sala, y me divirtió,
encantó y resultó inspirador observar como
mundos supuestamente tan cercanos -la poesía y la
prosa- se ignoran o desconocen. A los poetas los prosistas
les importan un güito y los prosistas están
convencidos de que la poesía es poco trabajo y que
para hablar de un poeta hay que esperar que tenga 96 años
o esté muerto. Sólo Julia Barella, ya he insinuado
que se trata de una chica excepcional, tenía la capacidad
para recorrer a voluntad el puente que separa ambos mundos
en cualquiera de las direcciones.
La presentación estuvo bien. Fernando Rodríguez
Lafuente fue entusiasta, Manuel Borrás
correcto y Javier Pradera... Javier Pradera
me sorprendió un huevo. Pradera es el vecino de arriba
de mi único hermano, y habla como mi tío,
Manuel Rabanal Taylor (luego me enteré
que hace muchos años fueron amigos y mi tío
cuidó a Pradera hasta donde le alcanzaron las fuerzas
en los momentos difíciles). Menciono lo anterior
porque aunque escriba en El País y haya sido editor,
o lo siga siendo, nunca me había llamado la atención.
Hasta que le escuché. Y lo que le escuché
fue la verdad. Una
verdad. Explicó perfectamente porque Herralde es
Herralde: no tiene que mejorar beneficios de año
en año ni explicar sus cuentas a nadie, y explicó
también aventuras comunes o paralelas en América,
y su voz seguía destilando verdad. La grabé.
Es tan rara la verdad en el mundo literario. En cualquier
mundo. Al final del ritual no quise evitar la tentación
de hablar con Javier Pradera. Había en él
algo de animal sabio y herido; no sé qué.
Y luego esperé a que Jorge terminara una entrevista
para pedirle que me firmara su libro.
-El primero que compro en diez años, pero tú
eres tú, y te lo mereces. Dedícamelo. “Para Javier Puebla, infatigable lector anagramático
además de excelente novelista, con afecto”,
Jorge Herralde.
“Eso
es lo que olvida la gente en materia de aburrimiento: que
es una forma de quietud, de paz”
DANIEL DAVIES, La isla de los perros (Anagrama,
Panorama de narrativas 737)
30 de noviembre
ENTRE ESCRITORES
Noviembre, en el mundo literario,
es el mes de “los rápidos”, como cuando
se baja con una piragua a toda galleta por un río.
Novedades a mansalva, premios a mogollón, presentaciones
sin pausa. Se acerca la navidad y hay que tener todos los
productos -el libro, por definición, es un producto-
en los establecimientos donde se venden; antaño las
librerías, el lunes vi el último Dan
Brown en un escaparate entre trajes de chulapo
y gitana para turistas.
Bien,
empecé el lunes. Marta Sanz, ganadora
moral -en mi opinión- del premio Herralde de este
año con Black, Black, Black que editará Anagrama
en marzo, presentaba LIBRO DE LA MUJER FATAL en La Buena
Vida. Allí me encontré, amén de con
Marta, a su editor y boss de 451, el también escritor,
Javier Azpeitia, que me iluminó
con su opinión, tan brillantemente expuesta como
si estuviese realizando un texto de creación- sobre
“la gran fuga de Enrique Vila-Matas”,
cuya siguiente novela publicará Seix Barral, y no
Anagrama, después de tantos años y lustros
y hasta decenios. Alguien tendría que escribir largo
sobre ello, alguien ajeno; yo mismo, quizá, si encuentro
la energía, la gana y el tiempo.
El miércoles llegué tarde, pero llegué,
al Hotel Kafka, donde se presentaban “los
Ateneos”, los auténticos, los de Sevilla.
Andrés Pérez Domínguez,
el ganador con EL VIOLINISTA DE MATHAUSSEN, oscilaba entre
la euforia y el cansancio, pero fue para mí un placer
hablar con él, sentir su alegría. Pude hablar
con Rafael Reig, que fue expulsado de un
diario por escribir “su verdad” acerca de un
político cuyo nombre ni sé ni me importa;
se le veía tranquilo, en paz consigo mismo, a Rafael
Reig.
El jueves cogí un tren en dirección a San
Fernando de Cádiz, donde debía recoger mi
premio, El Internacional de Novela Luis Berenguer, del año
pasado y participar como jurado en el de este año.
En el tren estaba Manuel Hidalgo.
Conozco a Manuel Hidalgo hace casi treinta años,
de Diario16, pero en realidad no le conocía, y me
ganó por completo en el viaje.
-Opino que decir “siempre ha sido así”
es poco exacto. No sé si estarás de acuerdo
conmigo que sería más adecuado decir que situaciones
como la actual ya se han dado -en la litertatura y el periodismo-
pero también hemos vivido momentos muy diferentes.
Pienso un instante, y por supuesto, le doy la razón,
porque la tiene. Eugenia Rico debía de haber estado
sentada en nuestro vagón, pero no; va en otro. Acudimos
a verla, ambos, varias veces, para que no se sienta sola.
De quien no hay ni rastro es de Angela Valvey,
otra persona a quien había visto pero en absoluto
“conocía”. Fue novelesco como apareció
de repente, con dos billetes en lugar de uno, en mitad del
viaje, se sentó con nosotros y se quedó dormida
a los pocos minutos. “Parece mentira que esa niña
pueda ser madre de otra niña”, no pude evitar
pensar mientras me esforzaba en flexionar mis piernas despiertas
para no molestar las suyas dormidas. Valvey, de cerca, es
increíblemente maravillosa. Como conmovedora, vista
de cerca, es la siempre imprevisible Eugenia Rico, sobre
quien ya estábamos apunto de hacer una apuesta sobre
si perdería el tren
-no salió con nosotros del restaurante el viernes-
cuando apareció por el andén con un paraguas
transparente, vestida de negro y el sol iluminándola
sola a ella. El ganador del premio fue alguien que no conozco,
Alvaro Bermejo, con una novela de aventuras
digna de un guión de Indiana Jones.
Confieso que disfruté muchísimo del viaje
a San Fernando, de la compañía de los otros
miembros del jurado, que -por un día en la vida-
no me sentí raro, o no especialmente raro.
El domingo, por motivos familiares, comí con dos
banqueros, amén de niños, esposas, abuelos
y tartas de cumpleaños. Y aunque fue muy agradable,
la comida excelente y la cortesía en todo momento
exquisita, confieso que en lo más profundo de mi
oscuro corazón eché de menos a “los
escritores”, a todos los escritores que había
ido viendo a lo largo de la semana, a Marta Sanz, Manuel
Hidalgo, Lorenzo Luengo, Antonio Pacios, Rafael Reig, Andrés
Pérez Domínguez, Eugenia Rico, Javier Azpeitia
y Angela Valvey. Entre escritores sólo soy uno más.
Y creo que ese es mi sueño más secreto hasta
para mí mismo. Ser uno más, no estar marcado
a lava y fuego por el estigma de la rareza u originalidad.
Sólo uno más. Es maravilloso.
Me
gustan las palabras. Me gusta bajar por la mañana
a comprarlas y elegirlas, una a una, como si fueran albaricoques
maduros”. JESÚS MARCHAMALO, No hay adverbio
que valga.
“Si tú me dices bien, lo valgo todo”. MARIO MERLINO, No hay adverbio que valga.
(ambas citas pertenecen al libro del título indicado,
nacido de la última conferencia que ambos creadores
dieron juntos en Arenas de San Pedro. Era junio, y era 2008.
7 de diciembre
ALBERTO DELGADO RECIBE
UN PREMIO LITERARIO
Creo que fue un miércoles
pero más probablemente debió de tratarse de
un lunes, siempre he sido partidario -hasta lo exasperante-
de aceptar mi despiste natural acerca de en que día
de la semana vivo. Fue un lunes o un martes o un miércoles;
eso seguro. Sonó el teléfono cuando ya había
terminado de ordenar todos los armarios; suelo hacerlo cuando
lo doy todo por perdido y siento que debo empezar de nuevo,
pero sólo me alcanzar la energía para cambiar
los jerseys de sitio y separar las camisas de invierno de
las de verano.
Antes de ese día, antes de que sonara el teléfono,
estoy casi seguro, llegó a casa el último
y maravilloso libro de la colección Avrea creada
por Emilio Pascual para Ediciones Cátedra,
dos volúmenes dentro de una caja o funda de cartón
duro en la que se alineaban las obras completas de Larra.
Como es natural -aunque se me ocurrió porque tengo
un fondo de natural vulgar y burlón- no le dije al
mensajero “vuelva usted mañana”,
porque estaba deseando abrir los libros, cerrarlos, olerlos,
salir y entrar de sus páginas, colocarlo en el anaquel
más bajo de mi despacho o en uno intermedio de la
librería del salón. También llegó
esa semana, en realidad fui yo a buscarlo, INVISIBLE, el
último libro de Paul Auster. Ya
me había leído todas las novedades del 2009
de Panorama de narrativas, me gustó LOWBOY, la colección
de relatos FAMA de Daniel Kehlmann, y también
LA ISLA DE LOS PERROS de un inglés, Davies,
que sigue los pasos de Houellebecq, y andaba
yo meditando que Herralde continúa
apostando por los autores más jóvenes -extranjeros-
y que seguir con esmero Panorama de narrativas equivale
a mantener vivo el master natural en literatura contemporánea
que forma el corpus completo, más de setecientos
títulos, que es la colección de los libros
de portada amarilla de Anagrama.
El MacAir, esa varita mágica que me obligará
a volver a hacer cine o televisión, o cine y televisión,
llegó -en realidad también fui a buscarlo,
al 45 de Juan Bravo- el mismo día que recibí
la llamada telefónica.
Querían hablar con Delgado, o de Delgado, poeta,
el poeta, pero era mi carnet de identidad el que figuraba
dentro del sobre con la plica debido a que no tenía
ninguna copia del carnet de mi esposa y Delgado -es poeta-
carece de carnet o cualquier otro documento culpable que
le marque e identifique.
-Enhorabuena, soy Mirina Cortés Ortega, Concejal
de Cultura del Ayuntamiento de Móstoles, y le llamo
para comunicarle que ha ganado usted el premio de poesía
Vicente Presa.
Hace algunos años habría colgado el teléfono,
alegado que no soy de esa clase de personas que escriben
poesías, que sería una broma o un error al
escoger las cifras en el mini teclado de bakelita. Eso habría
sido hace algunos años. El pasado lunes o martes
o miércoles no colgué el teléfono;
di las gracias, fue amable y muy educado, cerré los
armarios, me vestí, y luego bajé la cabeza
y salí a caminar. Caminé hasta quedar exhausto,
hasta que mis piernas lloraban pidiéndome que buscase
un asiento que las permitiese descansar. Pero yo aún
seguía confuso. Pensaba, y no sé si todavía
lo pienso, que está mal ganar un concurso “con
poesías”, está mal conseguir dinero
vendiendo poesías, está mal -incluso- publicar
y dejar a la vista del mundo las poesías; es impúdico.
-Imposible, Javier no escribe poesías.
Eso fue lo que dijo mi padre cuando mi madre le comunicó
que su hijo mayor había ganado un premio con un poemario.
Mi padre, claro, me conoce hace más de cincuenta
años. Y entonces sonreí. Si a él había
logrado engañarle, o más exactamente ocultarle
mi pequeño vicio cultivado con más ociosidad
que trabajo, entonces había triunfado. Porque de
los bolígrafos o rotuladores o plumas que han bailado
entre mis dedos siempre han salido poesías, habrá
más de mil en cuadernos y folios varios. Las dejo
salir desde niño, pero sucedió en 1980 -cuando
nació Frederic
Traum, el asesino- que decidí desentenderme
por completo de esas composiciones breves, enfermas de ritmos
con hipos y arritmias, y fue el propio Traum quien me pidió
todos los poemas para conformar lo que debía ser
su máscara, su refugio, su propio antónimo:
Alberto
Delgado.
Lo malo de escribir sobre lo que conoces demasiado bien
es que nadie o casi nadie te entiende, y aquí -aunque
me aburra hacerlo porque yo ya me lo sé- toca explicar
que fue en 1980 cuando me inventé una figura, a la
que luego bauticé como antónimo, que era exactamente
lo contrario que yo. Es decir, si yo bajo el alto, si yo
rápido él lento, si a mí me gusta poner
comas y a la mínima me sale una frase de tres páginas,
él ninguna coma y frases de media línea. Pero
para crear un antónimo primero hay que saber quien
es uno mismo. Grave dilema. Problema de Traum.
-Crearé mi propio antónimo y así sabré
quien eres tú.
Y así lo hizo y nació o surgió Alberto
Delgado, por otra parte novio eterno de la que ahora es
mi mujer y madre de mi único hijo. Pero Alberto Delgado
no soy yo, sino el reflejo de mi reflejo, alguien que flota
en el azogue de los espejos pero que ni siente ni padece
y sólo parece que siente o padece, y es esa apariencia
la que se refleja en sus poemas, poemas que -y ahí
sí fui yo el único culpable- seleccioné
para dibujar su silueta cambiante, casi treinta años
de vida falsa o ficticia. Como es natural, y dada mi filosofía
personal respecto al tema de la poesía, el dinero
del premio se lo entregaré íntegramente a
la novia de Delgado, como haré con cualquier cantidad
que a causa de la poesía se pose sobre mis dedos
que jamás se cernirán sobre monedas o billetes
ganados con algo que no tiene precio, ni grande ni pequeño.
Todavía hoy, ahora, aún algo cabizbajo, confuso,
pido perdón por este cuento o historia o entrada
en el diario que considero demasiado larga, y menos mal
que me fugué a El Escorial, con mi pequeña
familia, tan contenta Lola, la novia de Delgado, tan feliz
Max, mi propio hijo, acompañados por dos libros deliciosos
firmados por Jesús
Marchamalo a quien he dedicado mi columna semanal.
Ay, como añoro ser Agregado Comercial, con mi sueldito
a fin de mes, la seguridad social y el sueño permanente
de que algún día dejar de ser funcionario
para convertirme en escritor profesional de algún
tipo; poeta no, desde luego. La poesía no es ninguna
profesión, gracias a Dios y a los editores y a los
poetas y en particular a Vicente Presa que murió
joven, muy joven y su nombre se convirtió en el nombre
de un concurso que ha ganado un poeta que no existe, que
se parece a mí y hasta somos iguales o casi iguales,
dice Traum, pero yo sé que no, que no somos iguales
y ni siquiera cuasi iguales, aunque al final será
mi nombre el que aparecerá en la portada de su neblinoso
libro. (Pero la persona observadora, si mira con detenimiento
el rostro de Delgado, cuya foto he insistido sí aparezca,
me dará la razón y dirá que no soy
yo, que yo soy Delgado, como tampoco soy Traum ni Ram
Rendel o Daniel Fénix;
y quizá ni siquiera soy Javier Puebla y ese sólo
sea un nombre-saco para la cueva de almas en la que, sin
advertirlo, me he convertido).
ELENA, LA DE RAMMSTEIN
A Elena, la primera vez que
apareció en este diario, la llamé Ester (al
menos también empieza por E) y fue un puro azar,
la suma de un despiste y un error que volviera a saber de
ella después de haberla conocido, gracias a la intermediación
de Lorenzo Silva, al final del portentoso
concierto de los Rammstein. Ahora ella firma así
sus correos, “soy Elena, la de Rammstein”, aunque
creo -posible que me equivoque otra vez- que se llama Elena
Rosillo
San Frutos, es estudiante de periodismo en una
variedad moderna y rara que no me atrevo a intentar reproducir,
y tuvo la amabilidad de venir hasta mi barrio, el cruce
de Doctor Esquerdo con la Avenida Ciudad de Barcelona, para
hacerme una entrevista que se emitirá o habrá
emitido en la radio de la Universidad de Alcorcón.
Me hizo una foto y yo le hice una foto mientras ella me
hacía esa foto. Fue muy agradable y divertido (tiene
la costumbre de llamarme de usted y a mí se me dispara
la sonrisa cuando alguien me llama de usted, como si el
disfraz de tantos años de trabajo estuviese funcionando
de verdad y no se me notase que ni he crecido ni creceré
-ay de nuevo- jamás; pobre tipo, padre de un hijo
y aún atrapado en el hechizo peterpan).
Ese mismo día, una hora después, me llamó
Jacinto Nicolás desde Onda Regional
de Murcia, también para entrevistarme. Me encanta
que mesié Nicolás, brillantísimo, recuerde
que existo como escritor de tanto en tanto. Fue, las he
contado, la entrevista número 58 desde que en octubre
salió a la calle -con su abrigo azul- LA
INUTILIDAD DE UN BESO, mi último libro.
CODA CAPRICHOSA E
INNECESARIA
Debería de dejar de escribir.
O podría dejar de escribir. No me refiero ahora mismo,
que enseguida pararé, sino en general. Ya no me hace
falta. Se ha tornado costumbre, hábito dañino
o salubre, no sé, pero -en esencia- ya tengo dicho
cuanto tenía que decir. Y por volver a hacer cine...,
o al menos tomarme unas vacaciones de mí mismo, estar
ahora sentado en el sofá con mi familia viendo una
película y no bailando los dedos sobre el teclado
de un ordenador. En cualquier caso ya he comprendido que
da igual. Que Thomas Mann escribió
más de cien mil folios y Rulfo ni
quinientos. Que no se puede vivir de escribir lo que sientes
y piensas de verdad si se quiere ganar dinero con ello.
Dinero. Sólo me interesa el suficiente para no tener
que pensar en él jamás. Hay temporadas que
lo consigo y es delicioso; sólo delicioso, tampoco
garantía de ninguna absoluta felicidad.
“La
literatura fue para mí una extravagancia hasta los
cuarenta años. Ahora es mi profesión. Qué
inevitable es la estupidez”. SOSIEGO, antilibro impublicable
sin edulcorar; mantengase fuera del alcance de los cínicos.
14 de diciembre
UN PREMIO, DOS CLASES, TRES DISFRACES
El miércoles acudí a recoger el premio de
poesía Vicente Presa, V Edición,
en compañía de mi padre. Fue muy agradable.
Mis pequeñas clases de literatura y cine fueron también
muy agradables y creo que si se busca en Youtube “elprofesoresunamáquina”
pueden verse ya un par de vídeos con lo que estamos
haciendo en la Universidad de Alcalá.
Los tres disfraces fueron utilizados en público,
pero nada puedo contar sobre ellos porque perderían
su eficacia como tales.
Disfraz: (De disfrazar).1.
m. Artificio que se usa para desfigurar algo con el fin
de que no sea conocido.2. m. Vestido de máscara que
sirve para las fiestas y saraos, especialmente en carnaval.3.
m. Simulación para dar a entender algo distinto de
lo que se siente.
(esta misma semana o la que
viene o en algún momento del futuro pienso intentar
un cambio en el formato de este diario, o más bien
semanario. Escribirlo con imagen y sonido; en video. Stay
tuned).
Estoy
preocupado... por mí” SOSIEGO, antilibro de código abierto,
muy dudosamente publicable, y con vocación de imprecisión,
duración ilimitada y oscuro clasicismo.
21 diciembre 2009
UNA PRESENTACIÓN, UNA CENA, UN ESTRENO
El martes fue la presentación.
Dos libros. Bar Hispano. Gutiérrez Aragón
y Ferré. Los
“Herralde” de este año. Glamour de
vieja guardia intelectual. Canapés servidos por camareros
auténticos. Sensación de privilegio, de estar
entre los elegidos. Jorge Herralde inasequible
al desaliento como el perfecto corredor de fondo -¿el
único en el mundo de la literatura?- en el que se
ha convertido. Paula Izquierdo más
delgada y espiritual que nunca. Juana Salabert
con el guapo subido. Javier Goñi
y Manuel Hidalgo, amabilísimos.
Tres cervezas y regresar al coche. Llamar al aparcacoches
del Zalacaín para que rompiese el cerco. Conducir
despacio para no llamar la atención de los controles
de alcoholemia. Acostarse, como cada día, cuando
en el reloj de pared de la casa de mis vecinos, sonaron
-en la noche- las cinco.
El jueves, la cena. Con el
editor que más aprecio y admiro -como escritor- pero
que citó en su condición de amigo; a fecha
de hoy mi mejor amigo. Comida tailandesa y vino chino y
sake. No se habla de trabajo cuando se queda con un amigo.
Repasar la galería de grandes hombres y payasos literarios,
lanzar tartas verbales mientras masticábamos tempura
y langostinos. Aceptar una segunda ronda de sake. Dejarle
en su domicilio y conducir no tan despacio como habría
sido conveniente, confiando que a la policía no le
gusta montar controles de alcoholemia cuando hace demasiado
frío.
El viernes, el estreno. Green
de la Moraleja. Gafas tipo Rayban para ver el show en tres
dimensiones. Cameron. Avatar.
Previsible historia menos para adultos que para niños.
El niño que hay en mí lo disfrutó.
El adulto no opina. Con Ramón Muro
y su mujer y su hijo. Conduje despacio en el trayecto de
vuelta, a pesar de que era el único día de
la semana en el que no había bebido.
CODA: Y aquí va la
novedad prometida hace una semana. Me pondré en serio
con el juego... el año que viene. El diarioweb de
don Puebla ¡en video!