JAVIER PUEBLA

                     

CECILIA DENIS

Agencia: línea de sombra

Posee Cecilia Denis un lenguaje propio, aprendido, un castellano peculiar y correctísimo. Y ese lenguaje es el más adecuado para trazar los mundos sobre los que le gusta escribir. Con dos libros en su haber, NO ME LLAMES PITUS y LA VIDA QUE NO SE PUEDE TOCAR, este año trabaja en su proyector de mayor ambición y vuelo, AGENCIA: LÍNEA DE SOMBRA, en la que rescata a Emma, uno de sus personajes mejor trabados y trabajados, y la rodea de un mundo escabroso, divertido, desconcertante.. un mundo muy parecido al que vemos todos los días, pero que la luz de Cecilia ilumina y convierte en literatrura.Javier Puebla.

Elena Rammstein, nena buena.


1.
-Hoy me levanté mal
-¿Qué quiere decir mal?
-Como siempre, pánico, desazón, desmoralización, hastío, desesperación…. ¿sigo?
-Silencio
-¿Sigo?
-Emma ¿para qué vienes a verme?
-Para prepararme para la muerte.
-A ti no te preocupa la muerte.
-Es verdad, sólo el camino hacia ella. No me preocupa que ocurriera ahora, en este mismo instante. ¡Paf! Muerta, ya está, se acabó. Como se suele decir, si hasta es un descanso. ¿Por qué hay gente a las que nos cuesta vivir? Eso quiero que me expliques, qué funciona mal en mi. Por qué tengo que reinventarme una y otra vez. ¿Por qué no puedo ser como muchos de los mortales que me rodean: una vida, momentos de felicidad, cero interrogantes? ¿Por qué bullen siempre cosas en mi interior? ¿Por qué esta constante inquietud?
-Esas cosas te las debes responder tú misma.
-Yo no estudié psicopatología. Me imagino que no debe ser difícil identificar mi cuadro clínico. Menudos listos los psicoanalistas, así no se mojan, a ver si me vuelvo a enfadar como cuando me fui dando un portazo porque no me solucionabas las obsesiones como la que tenía con aquel tipo de Donosti que desapareció repentinamente. No podía ni vivir, ni trabajar, ni hacer nada, todo el día pensando en el gilipollas. Tuviste suerte que se me ocurriera ir a una terapia cognitiva porque quería una receta ¿te acuerdas? Y me dio la receta: me dijo que pusiera el reloj despertador a una hora determinada y que no pensara en él hasta que sonara. Cuando lo hiciera, me dejaba pensar quince minutos, y a los quince minutos debía decir: “basta pensamiento, ya no me ocupo de ti” y así cada equis tiempo… Claro, volví a tu consulta porque, me cabrees o no, no hay punto de comparación. ¿Cómo logras mantener esa cara de póker mientras cuento mis tonterías? Sólo por ese motivo te ganas el dinero que te pago.
-Emma, ¿nunca pensaste en escribir todo eso?
-Hombre, claro, sobre el de Donosti en concreto escribí un cuento que se llama “Menudo Cabrón”, pero ya te lo había dicho. ¿Ves cómo tengo razón que te olvidas de todo lo que te cuento? No soy importante para ti, sólo una más, como la que se va cuando yo llego o la que entra cuando me voy.
-Emma, ¿te pasaba eso con tu padre?
-¿Con mi padre? Ya te lo conté mil veces. Yo era la niña de sus ojos, su ojito derecho. Adoraba a mi padre, pero me dejé llenar la cabeza por mi hermana y por mi madre y me aparté de él y lo desprecié como ellas. Aunque luego me di cuenta que había mucha pasión entre mi padre y mi madre, especialmente en la cama. Ese ruidito del bidet todas las noches… lo relacioné bastante después, más mayor… Ya no tienes cara de póker, ahora una sonrisita de “lo sabía”. Yo lo sé también, lo tengo muy claro, me sentí defraudada, desplazada por mi madre ¿o no podía soportar que ella también deseara? Pero no quiero hablar de esto, quiero hablar de la muerte, de la desaparición, de la ausencia de deseo. Me mata pensar en el día en que no despierte más deseo.
-Siempre habrá alguien.
-Sí, en la residencia, a los ochenta, un viejo con pañales y Alzheimer, no te jode.
-Emma, es la hora.
-¿Ya? ¡Caray! Cada vez me parece más corta la sesión. Bueno, hasta la próxima.
Saqué los cien euros y se los di en la mano esta vez, y como siempre salí corriendo, para no tener que saludarlo, convirtiéndonos de repente en personas normales. No podía soportar que me acompañara hasta la puerta. Bajé con rotundidad la escalera y salí al pleno sol del portal de la calle Tutor 26. Ahora me sentía mucho mejor, Javier Blanco tenía un efecto balsámico inmediato y me daba igual que no me dijera nada, que la sesión durara diez minutos y que fuera uno de los más caros de Madrid.

2.
Me quedé sola en la oficina como es habitual. Doy vueltas todo el día y no concreto nada y cuando ya se va acabando la jornada me tengo que poner las pilas y me dan las tantas. No me soporto. Cuando le pregunto a Javier Blanco si es frecuente que la gente tenga ese desdoblamiento, que se observe como me observo yo y hable de sí misma como si de otra se tratase, no me contesta y se ríe. ¡Se ríe! Me tengo aburrida, me saco de quicio, quisiera ser de otra manera a como soy pero no lo consigo, tengo una bola atada al tobillo, como los presos, que me tira para abajo, que no me deja cambiar nada, que no me deja moverme. A veces me pregunta cómo querría ser y cuando se lo digo se ríe el triple. Me tiene desconcertada.
Estoy en mi “jaula”. La agencia es muy, pero que muy moderna. Contratamos a un arquitecto amigo que nos hizo un proyecto hipervanguardista. Habíamos comprado un local a la calle y a él se le ocurrió colgar en medio dos despachos totalmente acristalados, uno para mi y otro para Sergio. Se sube por una escalera de metal, en caracol. Todo tiene una pinta muy precaria como si se fuera a caer e incluso se mueve un poco cuando se sube, porque las jaulas cuelgan de unas cadenas. Nos hizo muchísima gracia y le dimos el visto bueno. A veces no sé si me gusta estar aquí colgada, a la vista de todo el mundo, pero es lo que hay, tintar los cristales o poner cortinas quedaría fatal, así que a lo hecho pecho. Creo que se me ven las bragas si vengo en minifalda.
Línea de sombra, se llama la agencia. Cuando la creamos yo estaba leyendo el libro de Conrad y me gustó la idea de un borde sutil que separa dos realidades. Sergio estaba de acuerdo, como siempre, conmigo. Carmen, la tercera socia, puso más reparos. Ella quería, con su pragmatismo habitual, algún nombre que dejara más claro el oficio, el ramo, a lo que nos dedicábamos. Pero bueno, dos contra uno, ganamos y ese es el nombre, para bien y para mal.
Tenemos un nuevo cliente, fabricante de compresas y tampones. Yo diseño la estrategia, Sergio inventa la campaña y Carmen lleva la ejecución. Somos el trío perfecto. Las “disfunciones” del terceto vienen dadas por las características personales de cada uno. Sergio Labanna es el mejor creativo publicitario que recuerdo haber conocido en todos los años que llevo en esto. Es argentino, vino a España enamorado de una “galleguita” como dice él, que le dio puerta cuando descubrió que era un politoxicómano. Si no fuera tan genial… Hoy no apareció por la oficina y el cliente dando por culo desde las diez de la mañana. No contesta el teléfono, siempre tengo miedo de que un día se quede seco de una sobredosis o que lo acuchillen en los antros en los que se pierde cuando se quiere meter de todo. Lo que peor me pone de Sergio es que miente, como todos los drogadictos, miente sin parar y ya no sé lo que es realidad y lo que es ficción.
Estaba terminando de poner por escrito la estrategia que pensamos ayer Sergio y yo, para por lo menos mandarle un papel al cliente, para que se tranquilice: La marca embanderará la reivindicación de lo femenino, la regla es la representación de que se entra en ese mundo maravilloso, es la posibilidad de la procreación, es símbolo de poder, es lo que nos distingue y nos hermana a las mujeres... Nada de poner en un primer plano que compresas y tampones son útiles para disimular la regla, para que no se note, para que no huela, para que no traspase. Todo lo contrario, la llevamos con orgullo y a la vista, las compresas y los tampones nos acompañan en ese proceso de crecimiento y desarrollo, están con nosotras en ese cruce de la “línea de sombra”….
Tan ensimismada estaba que no me di cuenta que tenía a Sergio a mis espalda y cuando me tocó el hombro me hizo dar un salto. Pues sí, allí estaba, sonriendo y con los ojos brillantes, llevaba una carpeta bajo el brazo.
-Sergio, hueles mal, cabrón, dónde te habías metido.
-A ti te lo voy a decir, mira, traje algunos bocetos de la campaña, a ver qué te parecen.
Puso la carpeta sobre la mesa, la abrió y comenzó a mostrarme los bocetos, como si tal cosa, a las diez de la noche cuando debía haberlos traído a las diez de la mañana. ¡Qué preciosidad! Una púber espiando a su hermana adolescente, envidiando ese mundo femenino que todavía le estaba vedado, y preguntando a su madre: “¿para cuándo yo mamá?”. Los colores, los dibujos, las ideas de mezclas de estilos, la música, era un volcán de ocurrencias. El músico, el poeta, el pedazo de artista que era, estaba allí, dentro de ese cuerpo castigado. Quería decirle que se cuidara, que se dejara ayudar, que no fuera tan autodestructivo, pero me mordí la lengua y sólo dije:
-Tú y yo somos una potencia, Sergio.
Y a él le entró una risa enorme, se atragantó de la risa que le dio. Otro como Javier Blanco. Me pone furiosa que se rían cuando no estoy diciendo nada gracioso. Y más rabia me da que no me expliquen el motivo, aunque tampoco me hace mucha falta, porque me lo imagino.

3.
Tuve a Sergio prácticamente secuestrado, lo llevé cada día, de la oficina a mi casa, y viceversa. Tenía que preparar la campaña y no podía correr el riesgo de que se le ocurriera tomar una copita o meterse un simple “tirito”, como decía él y estropear todo su trabajo. Sergio no es irresponsable es, simplemente, autodestructivo, el problema es todo lo que arrastra con él, no nos lo podíamos permitir: un cliente nuevo después de muchos meses de sequía debía ser cuidado con primor.
Llegó el día señalado, y para allá nos fuimos, yo, con mi mejor traje de ejecutiva y Sergio, duchado, perfumado, con el pelo brillante recogido en una coleta, con un traje de lino sin ninguna mancha, eso sí, sin corbata, pero en plan muy creativo “cool”.
Nos recibió el product manager que llevaba la cuenta, con dos de sus assistances. Me llevé un disgusto cuando vi que no iba a estar el director de marketing. No le estaban dando importancia al tema. En fin, hay que apechugar, pensé, y comencé a presentar la estrategia. Me entusiasmaban las ideas y sabía que era muy persuasiva cuando las exponía así, con esa pasión y energía. Luego fue el turno de Sergio, plasmando una a una las líneas del proyecto. Estuvo fantástico y su trabajo era, realmente, impecable.
El tipo que llevaba el producto parecía receptivo. Le habían hecho la putada del siglo poniéndolo en un área menor para la compañía de la que, además, sabía poquísimo. Cuando contactó con nosotros se justificó diciendo que era una política de la empresa poner a hombres en la dirección de productos de mujeres y al contrario. Por ejemplo, él llevaba compresas y tampones, y una mujer era la manager de la línea de productos para el afeitado, after shave incluido. Bueno, quizás era una sabia decisión, de cualquier manera a las mujeres no nos son ajenos los productos para hombres, pero a ellos…. A mí siempre me pareció que era su particular travesía por el desierto, que le estaban haciendo pasar por algún motivo. Quizás había metido la pata, o era medio inútil o simple sadismo. Lo cierto es que no parecía estar muy cómodo hablando de reglas y menopausias, especialmente cuando se relataban ciertos aspectos de tipo más íntimo y un poco escabrosos para una mentalidad masculina.
Una vez acabada la presentación se hizo un silencio expectante, todos miramos a Luis (el directorcillo en cuestión) y éste, con notorio aspecto de azoramiento, tamborileando en la mesa con los dedos, comenzó a decir: Os felicito, es simplemente genial, pero necesito otra versión más conservadora, prefiero tener dos, la rompedora y el as en la manga por si veo que no tengo mucho margen para la innovación. Bueno, comenzó a decir Sergio, puedo hacer una versión cortando algunos aspectos… No, no, interrumpió Luis, ya más aplomado, cuando digo una versión conservadora me refiero a eso, que sea conservadora…
Pero ¿qué es algo verdaderamente conservador?, ahí tercié yo, ¿una demo, por ejemplo? Por ejemplo, asintió. ¡Una demo! Rugí. La típica demo de “ponemos dos compresas, la nuestra y la de la competencia, le echamos una jarra de agua a cada una y vemos cómo la nuestra está como si nada y la otra se empapa y se traspasa” ¿algo así? Exactamente.
De repente sentí un enorme cansancio, no me cabía la menor duda que iban a elegir la jarra, cero riesgo, ni éxitos ni fracasos. Me daba miedo mirar a Sergio, ahora sí que no iba a poder tenerlo más bajo control, lo dejaría que se metiera en el primer pozo de mierda que encontrara. Me volví hacia él y me asombré cuando lo vi juntando diligentemente todos los papeles, como un chico aplicado, sin decir ni pío.
Nos fuimos, después de saludar y decir algunas tonterías para relajar el ambiente, como si allí no hubiera pasado nada.
Al salir del ascensor, Sergio me pasó la mano por la espalda y me susurró: ya lo sabía Emma, tuve un sueño premonitorio. Estaba en el Serengeti, era un guepardo al acecho de dos magníficas gacelas thomson que ramoneaban la hierba sin enterarse de nada, el olor que despedían me ponía muy cachondo, me abalancé sobre ellas y después de una noche tremenda, me desperté, entre sangre y sudores para descubrir, horrorizado, que me había medio devorado a un ñu, un horrible ñu yacía sobre mi cama… cadáver…
Nos quedamos parados mirándonos en la explanada de la Torre Picasso, y yo continué con el juego, como hacíamos siempre: el guepardo, le dije, era un tipo al que llamaban así en el Serengeti por lo rápido que corría por la sabana y por su fama de depredador de cuanta gacela se ponía a su alcance. El problema es que le daba mucho al kibgayi y no sabía apreciar qué había en el kebap que se estaba zampando…
Las carcajadas debieron subir hasta la planta treinta y dos y llegar a oídos de Luis y de los assistances que no abrieron la boca, por cierto.
¡Qué les den!, Emma, somos, simplemente, geniales…. Y luchando contra el viento que siempre corre por esa superficie desangelada, peor que en la sabana en épocas de sequía, con la carpeta que nos dificultaba la marcha, nos fuimos por donde habíamos venido, yo recordando con melancolía los atardeceres en el lago Victoria y el bullicio de Dar es Salaam y Sergio, seguramente y aunque no me consta, calculando para cuántos “tiritos” le iba a alcanzar la coca que yo le había escondido y que habíamos negociado que le devolvería en cuanto acabara la presentación.


4.
Hoy me ha tocado ir a la universidad. Por suerte todavía no han comenzado las clases. Me da una pereza infinita tener que enfrentarme, por enésima vez, a otro grupo de adolescentes revoltosos que no entienden para qué tienen que estudiar investigación de mercados si ellos lo que quieren es ser creativos publicitarios. Meterles el miedo en el cuerpo, eso es lo que hago el primer día, porque después está todo perdido, no hay quien los baje de la chepa. Además me traen problemas existenciales, ¿quiero realmente que aprendan o simplemente me cabrea que me tomen como pito de sereno?
Qué buen día hizo hoy, es un descanso no ir a la agencia, ¡es tan bonito este campus! Es coñazo ir hasta allí, es cierto, pero luego, ese verde, ese sol, la sierra a lo lejos… compensa. La primera etapa fue la secretaría para comprobar horarios, aulas, cursos. Ya lo tenía todo visto por internet y no hubiera necesitado pasar por allí, pero llevaba tres rosas blancas de mi jardín a las dos secretarias, Ana y Liliana, que me sonríen encantadas. Ya sé que nadie lo hace, pero yo sí, me gustan, me echan un cable cuando hace falta, me admiran. Les pregunto por sus vidas y sus vacaciones. Entré con mis tres rosas, y Ana me susurró: “Miguel Angel quiere verte”. ¡El gran jefe quiere verme! dije con énfasis, ¡esperemos que no me tenga más de dos horas dándome la charla! Me reí y ellas también, esa es nuestra complicidad.
¡Cómo ha engordado! Me hizo un gesto para que entrara y me sentara, mientras seguía estudiando un documento que seguramente debía firmar. Aproveché para observarlo a gusto. Le queda muy poco pelo y el que queda es fino y enmarañado. Quiere engañar dejándolo un poco largo. Tiene una barba rala también y muy en el borde de la cara, como un granjero americano. Es increíble que ese tipo me hubiera atraído tanto. Por fin decidió atenderme.
-Emma, supongo que ya sabes lo de Roberto.
Roberto, nuestro único hijo, su vivo retrato, pero en lo físico nada más.
-No sé a qué te refieres.
-Seguro que fuiste tú la que influyó en su decisión.
Cada vez me sentía más perdida. ¿Qué habría ahora decidido Roberto? El gesto que pretendía ser indiferente se le iba descomponiendo. Ya sé que no me soporta y que cree que me hago la despistada para sacarlo de sus casillas. Ya no lucho, para qué, si no hay manera de convencerlo. Le hago un gesto para que siga hablando.
-No me puedo creer que no sepas que va a dejar todo, toda su vida actual, su futuro, su carrera ¿y para qué?, ¡si por lo menos planteara que se va a África a trabajar en proyectos de cooperación! Pero no, simplemente dice que se quiere dedicar a su familia, a sus hijos, simplemente a vivir. ¡Simplemente a vivir! A vegetar, le dije yo, que eso no es vivir, es no ser nada ni nadie. Le dio la risa y me dijo que no entiendo nada. Y le corté porque yo ya no puedo hablar con esa cosa en la que se ha transformado. A ver, explícamelo tú.
-No me había dicho nada….
Y no pude evitar que se me esbozara una sonrisa. Menudo palo para su ego. Tendré que hablar con Roberto a ver qué otra excentricidad se le había ocurrido, por lo menos que sea una decisión propia, no algo hecho al dictado del rencor que le tiene al gran catedrático.
-Hablaré con él, Miguel Angel. Aunque no me creas, no sabía nada….
-Es tu ejemplo, quiere seguir tus pasos, en estas cosas la que más influye es la madre. ¿No abandonaste tú tu maravillosa carrera? Seguro que le das la misma explicación, seguro que le hablas de las bondades de una vida sencilla….
A la carga con la misma idea de siempre. Roberto no era un número uno en algo, lo que sea, porque yo no lo había deseado. Esa era su teoría, que detrás de los genios y ganadores había una madre que lo había empujado y alentado. Y como siempre, yo lo había hecho mal. Encima se me ocurría decirle que para qué quería que fuera un “ganador” como él lo definía. ¡Qué madre no querría tener un hijo “ganador”! Vaya teoría. Ya no le discuto. Cuando nos conocimos yo era muy joven, era la becaria. ¡Cómo no enamorarme del jefe de departamento! Diez años convivimos y diez años trabajé con él. Aprendí mucho, es verdad, pero también tuve que defenderme, con uñas y dientes para que no me tragara de un bocado. Cuando nos separamos dejé mi carrera universitaria, sólo doy unas pocas clases en otro departamento y me fui a trabajar en una gran multinacional de la comunicación. Pero yo era demasiado rebelde y las cosas no fueron bien. Me fui y monté una pequeña agencia de publicidad con tres amigos. Sí, malvivimos, pero me siento libre. No entiende que no quiera ningún protagonismo, que no quiera ser catedrática, que no quiera dirigir nada. Cada equis tiempo me ofrece, el señor vicerrector, algo nuevo, pero sé que después tendré que devolvérselo y ya está bien.
Me gustaría que pudiéramos hablar de cuando nos queríamos tanto y de lo felices que fuimos, pero eso está descartado. Miguel Angel González Subirats es un señor muy orgulloso, hijo de andaluz emigrado y catalana de familia de pro. No necesito ser Javier Blanco (mi psicoanalista) para sacar conclusiones profundas. Y aunque él era el jefe de departamento y yo la becaria, también era muy joven, los dos éramos muy jóvenes y muy progres. Miguel Ángel me propuso que tuviéramos una relación libre, me pareció bien y él se entusiasmó cuando vio que lo aceptaba de buen grado. Pero enseguida tuvo que fijar unas normas, así es él. No podíamos enrollarnos con gente conocida, ni contárselo al otro, ni preguntar, claro, ni salir en viernes, sábado, domingo o días festivos, ni debía enterarse nadie de nuestro entorno, ni, en fin, hacer nada que pudiera poner en peligro nuestra pareja. Pasaron varios años y el “acuerdo” funcionaba, por lo menos para mi. No es que saliera demasiado con otros, pero sí hubo algunos, y sí es cierto que él nunca preguntaba, y yo nunca conté. Y, además, me cuidé muy mucho de que no fuera nadie de nuestro alrededor. No creo que él hubiera salido con otras, no me lo parecía, aunque tampoco me ocupaba mucho por indagar. Todo se estropeó cuando fuimos a aquel congreso a Estocolmo. Dentro del grupo de españoles iba una chica sevillana que tenía a todos babeando. Era guapa, tengo que reconocerlo, y además con esa gracia andaluza que, por lo menos en el contexto de un congreso, es de agradecer. Y el Dr. González Subirats va y se enrolla con ella, saltándose todas las normas a la torera. Lo hace delante de mí, me lo cuenta, se entera todo el mundo, y pretende continuar la relación en viernes, sábado y domingo cuando volvimos a Madrid. Ella lo llamaba a diario y muchas veces él le decía, bajando la voz, “ahora no puedo hablar, te llamo en un momento”, y no pude soportarlo, le puse las maletas en la puerta, lo eché de casa, cambié la cerradura y hasta hoy. El no lo entendió, no fueron celos, simplemente no había respetado las leyes del juego. Le dejé el campo libre, me fui de la Universidad, dejándolo con un palmo de narices. Le di su parte del piso. Me contaban los amigos y mis primos que hasta más de un año después andaba como alma en pena diciendo que si yo le propusiera volver, volvería. Ahora tiene una nueva mujer y yo tuve un nuevo marido, porque cuando me divorcié tenía un amante estupendo con el que cometí el error de casarme. No fue un buen marido, especialmente cuando le dio por convertirse en escritor.
Y vuelvo al despacho del vicerrector para asuntos académicos e internacionales, donde un señor que ya me resulta un desconocido, con el que, quién lo diría, compartí cama diez años, me estaba echando una bronca ahora porque no me presentaba a oposiciones para ganar no sé qué cátedra.
-¿No te enteras Miguel Angel? Ahora lo que me enrolla es escribir.
-¿Escribir? ¿Cómo el gilipollas de tu marido?
-No, no es ser escritora, sólo escribir.
- No entiendo la diferencia.
- Lo imaginaba……

5.
Seguía hablando de “tu marido” como si no se hubiese enterado que hacía años que ya no estaba con Gerardo. Siempre había sido bastante chulo, pero en cuanto escribió su primer libro ya fue insoportable. Hablaba como perdonando la vida de todo el mundo. “¡Es un señor que ha escrito un libro!”, decía, burlándose, Sergio. Y no podía dar más en el clavo. ¿Cómo era? “Tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro”, es lo que debe hace todo ser humano. ¿Quién decía eso? No me acuerdo. Gerardo había tenido un hijo, conmigo, y había escrito el libro; plantar un árbol no parecía una tarea tan complicada, seguro que lo había hecho y seguro que se sentía un hombre completo, y desde allí nos miraba a todos con suficiencia y desafío.
Y a ese primer libro siguieron más, con un éxito discreto, pero suficiente dentro del círculo en el que nos movíamos.
Yo no podía seguir viviendo con el escritor, era demasiado. Siempre eligiendo hombres ilustres, me lo tenía que hacer mirar.
¡Pero ahora soy independiente! ¡Y puedo con todo!, me dije y con una amplia sonrisa y paso ligero me dirigí a mi querida agencia, ahora, con la crisis, más precaria que nunca, pero mía, toda mía, y de mis inefables socios, claro.
Me encontré a Carmen desolada, gruesos lagrimones corrían por su cara.
Carmen, mujer, no llores, que se te hacen chorretones con el rimmel. ¿Qué es lo que te pasa?
Me tendió un papel que resultó ser un mail impreso. Era de Lily, su último ligue. No me había fijado mucho en ella, me pareció muy joven, eso sí lo recuerdo, y también recuerdo que pensé que Carmen, como es habitual en ella, iba a sufrir.
En el mail decía: “No me gustan las mujeres, te lo digo así de claro, una cosa es en el morbo, ahí sí, puedo tocar una teta, morder un pezón, y, hasta si me apuras, comer un coño, pero sólo en esa situación. Y tendrás que reconocer que aun así soy poco activa con las tías.
No me atraen sus cuerpos; ya sé que tienes unas tetas preciosas, duras y turgentes, pero a mi me producen el mismo efecto que si tocara un globo, no me dicen nada, y los pezones así tan pequeñitos como los que tienes tú, menos que menos. Es más, quizás las prefiero no tan duras… Bueno, en realidad, no las prefiero de ninguna manera, no me atraen las tetas, ni las bocas pequeñas de las mujeres, con esas lengüitas afiladas, me gusta la boca más grande de un tío y una lengua gorda que me llene la boca. Y el coño no lo entiendo, a veces, para corresponder, me como alguno y la verdad que no sé por dónde pasar la lengua, parece mentira ¿no? hay quienes piensan que una mujer lo hará mejor porque lo conoce más, pero no, soy una analfabeta absoluta, y eso que pertenezco a la generación que nos ponemos un espejo para conocernos de forma completa, somos las reivindicativas del coño, ¿que las mujeres no tenemos sexo?! no te jode…Quizás me pasé un poco contigo el último día, quiero decir que probablemente me dediqué mucho a ti y te confundí. Mea culpa. Ya sabes que no bebo casi nada y ese día me había pasado con el albariño. Sí, dos vasos ya me ponen pedo; y además me gustaba tocarte, ese día me apetecía, mira por donde, y además me hacía sentir poderosa esa complicidad entre tú y yo, y los otros mirando, intentando entrar por algún intersticio y romper ese encanto que nos unía, a ti y a mi. Sí, me pasé y te confundí, pero ahora ya lo sabes, podrás estar conmigo, podremos hacer mil cosas tú y yo, te dejaré que me hagas lo que quieras, pero nunca a solas… “
Me quedé embobada, y lo leí más de una vez. Oye Carmen, qué bien escribe, acerté a decir, pero me di cuenta inmediatamente que no era una buena idea.
Venga cielo, por lo menos no corta de cuajo la relación, podrás darte el lote con ella cuando vayas a estos sitios que te ponen tanto. Ya me lo habías contado tú, que las mujeres podemos a veces ser “cariñosas” entre nosotras sin ser lesbis. Bueno, parece que es el caso ¿no?
Y mientras yo trataba de arreglar con un pañuelo el desastre de su cara, vi a Sergio que bajaba de su jaula con una botella y con copas en las manos. Brindamos por nosotros y terminamos riéndonos. No hay como reírse de uno mismo para seguir en esta puta vida.

6.
Me dieron la noticia de golpe, así, sin anestesia. La bruta de Carmen como siempre. “Emma, han matado a Miguel Angel”. Bueno, ¿cómo me lo iba a decir?. No había otra manera. Pero para mi fue como si me hubieran dado un puñetazo bien dado en la boca del estómago, no podía hablar ni respirar. “Emma, por dios, te estás poniendo muy blanca, dime algo, venga siéntate”. Carmen se afanaba diligentemente alrededor mío. Quería darme aire, darme agua y yo me dejaba hacer sin poder reaccionar. Por fin, en un gemido comencé a preguntar, cómo, dónde, por qué, cuándo… “Le pegaron un tiro en el portón de entrada a la Universidad, el que da al aparcamiento al aire libre. Fue a las once de la noche, nadie oyó nada. Un vecino que paseaba al perro vio una sombra de algo en la acera, cuando se acercó, se dio cuenta que era una persona boca abajo en medio de un enorme charco de sangre, y llamó a la policía” ¿Qué hacía allí a las once de la noche? “Sí, todo el mundo se pregunta lo mismo. Algunos piensan que quisieron robarle y se resistió, otros piensan que es un ajuste de cuentas…” ¿Ajuste de cuentas? ¿pero en qué podía estar metido Miguel Angel para que le pasara una cosa así? Eso es una tontería. Todo el tiempo se me representaba su cara colérica, pero también algo abotagada, de señor mayor que siempre había mandado y que había tenido una vida de abundancia y molicie. ¿Y su mujer?. pensé, tan sola en un país extraño, ella que dejó todo para estar con él, ¿y sus niños? tan pequeños. ¿Quién podía haber imaginado algo así? Tenía que avisarle a Roberto. “Él ya lo sabe y de hecho está en la morgue, esperando el resultado de la autopsia”. ¿Cómo no empezaste por ahí, Carmen? “Fue al primero que avisaron y cuando llegó, su padre estaba todavía tendido en la acera, pobre, con toda esa sangre ahí, pero es que no tocaban nada esperando al juez”.
Entré corriendo, nunca había estado en ese lugar, tan frío y burocrático. Roberto estaba sentado en un banco pegado a la pared. Agachado, se agarraba la cabeza con las manos. ¡Roberto, hijo!, me acerqué y él pegó un bote y se abalanzó sobre mí para abrazarme llorando de forma convulsa. Sólo podía decir “no esperaba esto, no puede ser”. Cuando pudimos hablar me dijo que no se creía que hubieran sido ladrones. ¿Pero si no lo han sido, qué fue? “Algo, alguien”, decía con la mirada perdida. Opté por dejarlo en paz, mejor dicho, dejarlos, ya que su otra familia acababa de llegar y todos se abrazaron como una piña. No había lugar para mí allí y me marché en silencio.
Hacía casi quince años que me había separado de Miguel Ángel. Había dejado de amarlo pero esto me dolía igual. Nos separamos sin preguntas y por lo tanto sin respuestas. Nunca supe si entendió el motivo por el que tuve que dejarlo. Creo que no. Me acuerdo del día que me dijo, con lágrimas en los ojos, “para ti todo esto fue un error, pero yo sé que no me equivoqué eligiéndote”, y yo quise decirle que no, que no pensaba eso, simplemente nuestra relación se había estructurado de una manera que era inamovible y yo me impedía ser yo misma. No dependía de él ni de mi, era algo que nos excedía y nos fijaba en nuestros roles. Tuve que romperlo, para no morirme asfixiada. También quise decirle que lo había amado, aunque también es cierto que me obnubiló su prestigio y autoridad; pero lo había amado, y que el amor se desgasta y se pierde, que una relación tiene fecha de caducidad, especialmente si es tan intensa como fue la nuestra. Pero cómo decirle todo esto al Doctor González Subirats, ¡si ese momento de debilidad, esas lágrimas en los ojos, fueron los únicos que le vi en más de quince años! Y ahora estaba muerto, y su muerte iba a traer mucha cola, seguro que ya había salido en los periódicos. El móvil empezaba a sonar. No lo iba a coger, todavía no me sentía con aplomo suficiente.
Me senté en un banco de la calle, quería pensar. Cuando nos conocimos, comenzaba la transición política. Siempre me contaba todo lo que había corrido delante de los grises. Yo no viví prácticamente esa época, aunque me acuerdo de la matanza de Atocha y del miedo que se sudaba en las calles cuando se legalizó el partido comunista. Miguel Angel era muy pero muy rojo. Luego cambió. Ahora yo soy más roja que él. Me sonrío con esa idea, me olvido que está muerto.
Me preocupa Roberto, ¡es tan frágil! Tendré que estar muy pendiente de él, si es que se deja.

7.
Un día en la vida de Emma
Me despierto con la radio, todas las mañanas. Lo que más me gusta es darle un manotón al despertador y apagarlo. Dormir diez minutos más. A veces estoy así más de una hora. De diez en diez minutos, sin terminar de despertarme, sin levantarme, con la conciencia de que lo estoy haciendo fatal. Cada noche me digo que no lo voy a hacer más, pero nada, reincido. No sé para qué me hago propuestas a mi misma. Cuando finalmente llegué a la oficina me encontré con que habían empezado dos becarios nuevos. Parecían majetes, la verdad que no les hice mucho caso. Carmen estaba oficiando de anfitriona.
Subí al despacho de Sergio a ver si ya estaba trabajando en la nueva campaña y me lo encontré con cara ausente, mirando un punto en el infinito, inmóvil en su precariedad. Me imaginé lo que pasaba.
_ Sergio, ¿qué más da que no sea la campaña del siglo, tío?, es un cliente de puta madre, te lo vas a currar, me lo prometiste.
_ No me pone Emma, por más que lo intento, los Supermercados Todo al coste no me ponen cachondo, y si no me pongo cachondo no se me ocurre ni una sola idea, ya lo sabes.
_ Pero si es sólo hacer folletos con las ofertas, y entre medias, poner algún tipo de reclamo estúpido. Venga, que hay que maquetarlo hoy mismo. Si ya sabemos que se leen en el cuarto de baño, qué más te da, incluso quizás alguno se limpie el culo con él, aunque no, el papel es algo duro…
Cómo sé de los resortes de Sergio, la idea escatológica le encantó y logré que se pusiera a hacer bocetos. Será guarro el tío, no quiero ni pensar en su vida íntima.
Me llamó Gerardo, mi segundo marido, el escritor. Otra vez problemas con Julia, nuestra hija. Julia tiene diecisiete años y quiso irse a vivir con él. Me jodió, para que lo voy a negar, pero no tuve más remedio que aceptarlo. Ella dice que la casa de él le queda mejor para ir a la Facultad. La cuestión es que desde que ella está allí me tienen en un sin vivir, llamándome uno y otro para exponerme las quejas. Que si él es insoportable, que si se mete en su vida, que si cree que es una niña. Que si la niña se desmanda, que le contesta mal, que él no quiere responsabilizarse porque vaya educación que tiene… Los mando a la mierda y nada, erre que erre. La verdad que esta cuestión me supera un huevo, no sé manejarla bien, además, ahora ya no sé si quiero que Julia vuelva a vivir conmigo, quizás es cierto que él se ocupa más de ella de lo que me ocupaba yo. Ahora Gerardo está exaltado porque supone que Julia tiene relaciones de algún tipo con la hija de su actual mujer que tiene más o menos la misma edad. Bueno, Gerardo, no dramatices, le respondo, la niña estará investigando, probando, no quiere decir nada. Uf, fue como lanzar un vaso de gasolina sobre un fuego que se está apagando. Se puso furioso el tío, que cómo podía ser que yo tuviera esa tranquilidad, que todo me daba igual, que menudo ejemplo… Yo alejaba el teléfono para que no me dejara sorda. Qué risa, y él era el muy progre y amplio de miras, pero claro, siempre y cuando no fuera uno de sus hijos el homosexual en cuestión.
Gerardo, si sigues chillando corto, le dije con absoluta tranquilidad en la voz. Y se cayó de golpe, me dijo “adiós” y me colgó. Tendré que hablar con Julia, pensé.
A esa altura ya eran las once de la mañana, sólo por revisar los bocetos de la campaña de las compresas, hacer dos o tres llamadas a antiguos clientes para recordarles que todavía estábamos por allí, reunirme con el de administración para ver cobros y pagos y cómo afrontar el IVA ya que los bancos nos estaban dejando tirados, se me pasó el resto de la mañana.
Fui a buscar a Sergio y a Carmen para irnos a comer, nos gustaba mucho una tabernita al lado de la empresa que se llama La Cueva. Ya nos conocen y nada más llegar nos ponen delante lo que saben que vamos a pedir. Eso nos encanta, si que saben de marketing en ese sitio. Nos hicimos el juramento de no hablar de trabajo en las comidas, salvo que hubiera algún tema muy grave, que requiriera “gabinete de crisis”.
- Bueno Emma, ¿qué pasa con el tío ese que conociste el otro día?, arremetió Sergio.
- Pues que hoy vamos a cenar. Me encantó cómo me lo propuso, “yo me ocupo de todo, elijo el sitio, te paso a buscar, tú sólo debes preocuparte por estar lista a las nueve y media”.
- Anda, qué originalidad, ¿y eso te tiene tan maravillada?
- No entendéis nada, me encanta que alguna vez tomen decisiones por mí, no tener que pensar, dejarme llevar. Ese es mi hombre, fijo.
Y en el mismo momento que estaba diciendo esto, me llegó un mensaje. Joder, era Santiago (el tío en cuestión) preguntando, ¿cena o picoteo? Ya empezamos, pensé, y aunque no quería, no tuve más remedio que contarlo, para regocijo de ambos.
- Así que el hombre de tu vida ¿eh? El machoman que toma decisiones, jua, jua, jua, se partía Sergio al que siempre ponían nervioso mis apreciaciones sobre los tíos. “Me da igual”, respondí al mensaje. Inmediatamente otro: “¿Mesa o butaca alta?”, “cualquier cosa pero sentados”, volví a responder. Y, aunque parezca mentira, aun otro más: “¿Céntrico o no?” “Que me da igual, que me da igual, que me da igual”, respondí, y creo que las tres veces fueron lo suficientemente persuasivas, porque no recibí más mensajes.
Volvimos a la agencia, tenía que supervisar los bocetos para los supermercados y mandárselos a ellos para que los aprobaran. Debía decidir si nos presentábamos a unos concursos que me había señalado Carmen y con todo eso ya me dieron las seis de la tarde. Salí corriendo para mi sesión de Pilates y entre pitos y flautas eran más de las ocho cuando llegué a casa. El tiempo justo de ducharme y arreglarme antes de que me recogiera Santiago.
Fue puntual, me llamó al móvil para que bajara y allí estaba, de punta en blanco con su BMW reluciente. Abriendo la puerta con una gran sonrisa, para que yo me subiera.
Pero bueno, todo fue mal. Ya la había cagado un poco con los mensajes, de lo que me estaba tratando de olvidar. Pero siguió cagándola porque finalmente resultó que había elegido un lugar de picoteo, pero que estaba lleno. Y allí comenzó nuestro peregrinaje por las calles aledañas, luchando con el viento y con la lluvia, entrando a un sitio y otro, a cual más abarrotado. ¿No reservaste?, pregunté, ¡Qué raro es esto!, decía, nunca me pasa. Finalmente encontramos un rincón en el que cobijarnos y pedimos croquetas, bravas y revuelto de morcillas. Una copa de vino cada uno. Menos mal que, por lo menos, ya no se fumaba en el local. Las mesas eran unas barricas tiznadas y olía a fritanga.
A pesar de ese mal comienzo lo llevé a mi casa. Él, un gin tonic, yo, orujo de Colungo bien frío. Puse bossa nova y continuamos charlando (ya llevábamos varias horas de cháchara), pero no sé si el vinito con la morcilla o los orujos (ya llevaba tres como mínimo), hicieron que me sintiera repentinamente atraída hacia sus brazos. Me acogió con ternura, eso es cierto, y entonces yo bajé las luces, me subí sobre él a horcajadas y comencé a quitarle la corbata. Fue ardua la tarea de desnudarnos, y eso que a mi no me cuesta quitarme la ropa. Reparé en que llevaba mocasines (los odio) pero ya estaba yo más allá del bien y del mal. Evolucionamos por el sofá y quedé debajo suyo, con los ojos cerrados, y fue allí cuando me metió la polla en la boca. Se rompió el encanto. ¡Cómo se le ocurrió semejante cosa! Había superado la horrible cena, había superado la frustración de las expectativas de una noche tratada como una reina, había hecho caso omiso del calzado y de los titubeos e improvisación, había tomado la iniciativa y se lo había puesto en bandeja. Pero aguantarme que así, de buenas a primeras me metiera la polla hasta la garganta, eso sí que no. Hasta ahí podíamos llegar. Le di un empujón y se le bajó de golpe. Claro, con el susto a cualquiera le pasa.
Seguimos un rato, disimulando un poco, y finalmente se dio cuenta que lo mejor era irse. Lo acompañé en bata hasta la puerta, y al cerrar, no paré de reírme sólo pensando en cuando se lo contara a Sergio y a Carmen en la comida del día siguiente.

8.
- ¿Me trajiste algo escrito?
Javier Blanco nunca se olvidaba de nada, y era implacable.
- Sí, de todo un poco, unas notas, unas ideas…
- ¿A ver?
- “Todas las infancias son tristes”
- ¿Y eso?
- No sé, yo sufría mucho cuando era pequeña y cuando lo comenté con más gente, todos estuvieron de acuerdo que les había pasado lo mismo.
- Bueno, es una forma de ver la infancia, también puede haber otras ¿no?
- No, estoy convencida que las infancias son tristes. Si le preguntamos a la gente por algún recuerdo infantil seguro que mencionan el día que se quedaron solos, el día que se perdieron, una situación en la que pasaron mucha vergüenza, alguna paliza, real o inventada, el día que se enteraron que los Reyes Magos eran los padres, cosas así.
- ¿Tú que recuerdas, Emma?
Cuando mi madre se hacía la muerta y yo quería despertarla y la movía con mis pequeñas manos, ella acostada en la cama, toda floja meciéndose al compás de mi desesperación. Las burlas de mis hermanos, que nunca entendía, no sé por qué siempre me odiaron tanto.
- ¿Algún recuerdo dulce? A ver relátalo como una película o como un sueño.
- Estoy en la puerta de calle, sentada con mi padre, yo tengo en la mano un pomo lleno de agua. Pasan unas chicas, más mayores, y mi padre me dice “mójalas, mójalas”, pero yo no quiero, era muy tímida. Y el pone su gran manaza sobre la mía y levanta el pomo y mi mano y lo aprieta suavemente y un chorrito de agua sale en dirección a las chicas que corren riéndose. Yo me río mucho también. Me gusta el calor de la mano de mi padre… Bueno, no es verdad, me lo estoy inventando ahora mismo. Será otro buen argumento para un cuento. Pero te quiero leer otra cosa que escribí. Va de una mujer a la que un hombre le pregunta qué es lo que busca, de una relación, se entiende. Te lo leo:

¿Qué busco? A ver... ¿cómo te diría? Busco una relación cómplice, más allá de las palabras, poder estar rodeados de gente pero estar solos, entendernos con un simple gesto, saber que estamos compenetrados, incluso aunque uno esté en un extremo del mundo y el otro en el otro extremo...
¿Que eso es imposible? Probablemente. Entonces quizás, busco una relación pasional, que estemos todo el día pensando en cuándo nos vamos a ver, deseándonos con locura, y que nada más vernos, nos lancemos el uno a los brazos del otro, mordiéndonos y arrancándonos la ropa. ¿Qué soy una exagerada? Sí, es posible.
Mejor busco una relación amistosa, en la que nos tengamos simpatía, que seamos condescendientes con los defectos del otro, y te digo más, incluso que nos hagan gracia esos defectos, que seamos complacientes y tratemos, antes que nada, de hacernos la vida agradable.
¿Qué te parece que vi muchas películas de Hollywood? Quizás por eso sigo todavía esperando a ese hombre que me diga: "Miénteme, dime que amas", para derretirme y caer irremediablemente en sus brazos. ¿Qué simplemente soy una chalada? Chico, qué novedad....
- ¿Qué más?
- Nada más, se acaba así.
- ¿No ves paralelismos con tu recuerdo dulce?
- Ninguno.
- La complicidad, con el chorro de agua….
- No, no sigas, por favor, todo lleva a lo mismo y hoy no puedo con ello, que si el Edipo no resuelto, que si entre mi madre y mi padre había pasión o no, o era una entente cordiale… hoy no Javier, hoy te digo yo que mejor lo dejamos aquí, ya sé que no me cortas porque piensas que está siendo muy productiva la sesión y que mi huída es psicopatológica, pero tengo un nudo en el pecho que no me deja respirar y tengo que irme.
- Bien Emma, buen trabajo, si estás de acuerdo y alguna otra vez me traes algo que hayas escrito, creo que será una buena cosa.
- Seguro, habrá más, ¿no te conté que quiero ser escritora?, uy, ¿y esa cara de sorpresa? ya te lo contaré mejor en la próxima que “la otra” va a tocar el timbre de un momento a otro y prefiero no verle la cara.

 
 

 

 

 

Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
   
   
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos