Cecilia Denis vino a
Europa, procedente de Argentina, en un barco y embarazada
de gemelos. Y aunque ha sido en España donde ha transcurrido
más de la mitad de su vida jamás ha dejado morir
sus primeros recuerdos. El escritor nace y se hace. Cecilia
Denis sobre todo se ha hecho. Se ha hecho a sí misma
como persona y como escritora. Y eso ya podía comprobarse
en su primera novela, NO ME LLAMES PITUS, y se confirma con
creces en el cuidado e inteligentísimo entramado sobre
el que se sustenta LA VIDA QUE NO SE PUEDE TOCAR: explicar
un mundo a través de sus ecos, de las personas que
viven en el mismo. Un trabado conmovedor, minucioso y voluntariamente
inexacto. |
LA
VIDA QUE NO SE PUEDE TOCAR
Eric habla con sus rosas, teléfonos
de algún modo con su amada Eli que le dejó
antes de tiempo. Rita lucha por conseguir la adopción
de una niña. Aída sueña con lograr
una vida propia, más allá de sus raíces.
Alberto y Alfredo aprovechan su condición de gemelos
para confundir a quienes les rodean... Todos ellos, y algunos
más, tienen en común el lugar en el que viven:
Un barrio de ningún sitio concreto, insinuado más
que dibujado por la prosa cuidadosa y exacta de Cecilia
Denis, que en esta obra demuestra que no es necesario describir
las calles o los edificios o todos y cada uno de los árboles
para que el lector se sienta transportado a un lugar que
sentirá tan real como cualquiera conocido, un lugar
que es como es y sólo queda aceptarlo, porque la
vida... La vida no se puede tocar, como mágicamente
titula Cecilia Denis este libro.
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UNA ESCRITURA DE LA INTELIGENCIA:
Hace aproximadamente un año
llegó a mis manos un libro breve, pero interesante,
firmado por Cecilia Denis. El título del mismo era
NO ME LLAMES PITUS, y aunque el editor lo calificaba de
novela más bien era un diario impostado que recogía
diversos momentos de la vida, desde la niñez a la
edad adulta, del protagonista, Julio Sánchez, Pitus,
el Pitus. Los primeros relatos o capítulos o episodios,
de cualquiera de los modos anteriores podrían calificarse,
poseían una brillantez narrativa sorprendente, si
bien a medida que Pitus se hacía mayor disminuía
la calidad de las tramas; pero persistía la arquitectura
que sostenía la obra: el lenguaje.
El lenguaje. Eso fue lo que más me interesó
del primer libro firmado por Cecilia Denis y por ello, para
corroborar o desmentir mi primera impresión, acepté
encantado el manuscrito que -por mediación de otro
escritor- se me ofreció durante el transcurso de
una velada literaria, dispuesto a redactar el prólogo
que en mi calidad de crítico literario se me demandaba.
LA VIDA QUE NO SE PUEDE TOCAR abunda en el lenguaje peculiar
e inconfundible utilizado por Denis en NO ME LLAMES PITUS;
y vuelvo a hacer hincapié en ese aspecto porque me
da la impresión, las certezas se las dejo a otros
compañeros, de que se trata de un español
aprendido, un español que no es el argentino natal
de la autora, de acuerdo con su biografía; ni tampoco
el que hablaría o utilizaría por escrito alguien
nacido en España. No puedo evitar la tentación
de hacer un paralelismo con la portentosa prosa que narradores
como Conrad o Vladimir Nabokov lograron hacer brillar en
el idioma inglés. Cuando una lengua se aprende con
el cerebro el conocimiento de la misma normalmente es superior
a quien la asimila de modo inconsciente por uso y cercanía.
Y en todo caso, sin juzgar superioridades o inferioridades,
lo indiscutible es que se trata de algo diferente, una forma
de expresión distinta.
En esta novela que estoy prolongando esa intelectualidad
del lenguaje le viene de perlas (Denis jamás escribiría
una frase así) a la historia que se quiere contar:
una serie de vidas que se entrecruzan, de personajes que
conforman -a través de sus palabras y vivencias-
un lugar que Cecilia Denis tiene buen cuidado de no nombrar.
Es solo vida. La vida que no se puede tocar. Un libro que
sólo alguien como Cecilia Denis podría escribir,
y que tampoco cualquiera está dotado para disfrutar.
Adéntrese en esta novela el lector que se considere
digno de hacerlo, pues suyo es ya el momento de valorar
y juzgar.
Ernesto Ayala Tejedor
Barcelona, 2008.
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