Sucedió durante una
conversación telefónica, supongo que por
la tarde, este invierno cuando estaba en “la cueva”
escribiendo el novelón que tanto disfruté.
Charo me llamó para enviarme las galeradas de “El
gigante y el enano”, el libro de poemas con
el que gané el último premio Vicente
Presa. Y me dijo algo que no esperaba: “le
he comentado a Miguel Ángel que me gustaban mucho
tus poemas, que en Javier Puebla se esconde
un poeta importante”. No supe como reaccionar por
lo que voy a explicar a continuación: es cierto
que las poesías las caligrafían mis dedos,
pero siempre he considerado que no soy yo quien las escribe,
sino Alberto
Delgado, profesor de latín con vocación
de hombre invisible afincado en Murcia hace muchos años.
Se trata de un juego personal que realizo desde hace muchos
años. Delgado es un heterónimo mío,
pero no soy yo. Los poemas son suyos, aunque el libro
lo tuve que firmar yo a petición del editor que
afirma soy mucho más “famoso” que ninguno
de mis heterónimos, e incluso que mi raro antónimo:
Frederic
Traum. En suma, que al no sentirme responsable, autor,
de los poemas, no supe como reaccionar ante las palabras
de Charo Cuevas y salí por peteneras, y osé
utilizar una expresión que a mí me había
dedicado -años- atrás la procuradora Ana
Prieto.
-Eso lo dices porque tú eres una piropera, Charo.
Inmediatamente se defendió, me replicó que
ella no era “pelota” en absoluto. Y es verdad,
Charo Cuevas no es “pelota”; para nada ni
con nadie. Pero sí es piropera. Un piropero, palabra
no recogida en ningún diccionario (pone piropeador),
es siempre un ser excepcional, alguien capaz de controlar
su mirada y ver en su interlocutor antes lo bueno que
lo malo. Que yo le diga a Arturo Juez,
por ejemplo, que le queda bien la barba no significa que
también le esté felicitando por su delgadez.
Decir un piropo -expresión de alabanza o elogio
dirigida a una persona, o cosa- es un arte. Un gran arte.
Porque hace más agradable la vida a las personas
con quienes nos relacionamos. No cualquiera puede practicarlo;
casi nadie me atrevería a decir. Y, por lo tanto,
cuando llamé a Charo Cuevas “piropera”
lo que intentaba, con menor habilidad que la suya, era
decirla un piropo (una alabanza o elogio). Y es lo que
intento de nuevo desde esta columna. Decirle a Charo Cuevas
que ELLA es la editora de mesa con la que soñaría
cualquier escritor, que es un placer y un honor y un lujo
para mí trabajar con ella. Que soy muy consciente
de que, a diferencia de un pelota mentiroso y pegajoso,
ella jamás miente para halagar; su inteligencia
busca, y encuentra, una verdad (ahí está
la magia, en encontrarla) que mime y estimule o agrade
a su interlocutor. Yo tampoco miento cuando digo que Charo
Cuevas es una editora maravillosa, la mejor que me he
echado a la cara en el mundo de la literatura. Como tampoco
miento si escribo que tiene unos ojos preciosos; porque
los tiene. Espero, Charo, que me aceptes ambos piropos,
y me permitas decirte que te agradezco infinitamente siempre
los tuyos. Espero en el futuro, cercano y lejano, seguir
siendo capaz de inspirártelos.
Carpe
diem, visitante nº
Que los hados guíen tus pasos