OTRO DÍA
TRISTE
La noche es oscura, pero a nadie le preocupa que la
noche sea oscura cuando vive en una ciudad nevada de vatios
infinitos, iluminada como un plató de cine en el
que se fuera a rodar una superproducción de Hollywood.
Y sin embargo, aunque la ciudad enorme, casi infinita,
está tan iluminada como siempre: la noche es oscura.
Pero yo aún no me he dado cuenta. Estoy cansado,
más de lo habitual. Antes jamás estaba cansado
cuando las agujas del reloj se fundían en el punto
que indica la medianoche. Nada que ver con la edad. De
día conozco bien el cansancio; de hecho, y quizá
por eso nunca me ha gustado demasiado, del día
casi lo único que conozco es el cansancio, porque
aunque tuviera que levantarme a las siete para ir a trabajar
(ahora ya no, hace muchos años que ya no), cuando
llegaba la medianoche me sentía descansado y bien.
Y también sucederá probablemente hoy, me
digo a mí mismo, sólo son las once y pico,
dentro de un rato estaré otra vez despierto y bailarín,
tendré ganas de escribir o pasear o soñar
despierto (lo habitual). Voy en el asiento del acompañante
o copiloto de un cuatro por cuatro cuya marca no recuerdo:
los coches rara vez me llegan a enamorar. Sé que
el coche es negro, que las ventanas de atrás están
tintadas, que el interior es muy amplio y en él
hay huellas de las dos hijas y el perro del hombre que
conduce, mi amigo Luqui. Luqui es un tipo excepcional.
Somos amigos por nada, para nada, por el mero placer de
ser amigos, lo cual a determinada edad es bastante insólito
e incontestablemente lenitivo. Luqui, Julián Lucas,
tiene un negocio en la Plaza Vieja de Vallecas, la Plaza
de Puerto Rubio, en donde hace maravillosos carteles a
gran escala, y también fotocopias, pequeños
diseños y mil virguerías más. A veces,
cuando puedo, paso por allí, y le echo una mano
si ya ha echado el cierre y necesita teclear un texto
largo en el ordenador o cualquier otra cosa que yo, desde
mi torpeza, sea capaz de hacer. Luego tomamos una cerveza
juntos, o no, y me lleva hasta casa en su cuatro por cuatro
cuya marca -perdón- no recuerdo. Y mientras tanto
charlamos; de eso se trata, de charlar, de compartir vidas
diferentes. Luqui es un hombre luchador y de natural optimista.
Por eso la frase que dice en la noche oscura con la que
he empezado este baile de palabras me coge por sorpresa,
no sé reaccionar. "Otro día triste".
Es cierto que últimamente trabajamos todos -todos
los humildes- un poco o un mucho más de lo que
podemos, y que a pesar de ello nos cuesta llegar a fin
de mes o incluso no llegamos en absoluto a fin de mes.
Y que he visto a
Luqui cabreado harto y hasta los huevos y rehuevos mil
veces, pero ¿triste? No sé responder. Sólo
cuando ya me he bajado del coche y la bestia negra con
tracción en las cuatro ruedas entra en la autopista
encuentro la respuesta. Porque la ciudad, iluminada como
un plató, está bellísima y desierta
y triste, tan triste. Y es esa tristeza la que la hace
grande, romántica, digna de ser mirada y vivida.
No es hora de irse a casa, sino de caminar. Miro el reloj.
Ya es medianoche. Otro día triste. Qué bien.
No es lo mismo resucitar que no haber
muerto nunca