RUBÉN ABELLA,
VOZ PROPIA
Rubén
Abella fue el último finalista del Premio
Nadal; no el finalista de la última edición
del Nadal, ganado por Pombo, sino el
último autor que consiguió el premio al
ganador moral y la posibilidad de ser publicado y publicitado
con una novela en la que, en teoría, puede primar
la calidad literaria sobre el rendimiento comercial. Quizá
debido a la mencionada circunstancia la editorial Destino
sigue publicando la obra de Abella, a diferencia de lo
que ha hecho con la mayoría de los finalistas anteriores;
pero sea por un motivo o por otro el lector de calidad,
aquel que busca en el texto algo más que entretenimiento,
debe felicitarse por esta circunstancia. Y afirmo lo anterior
porque Abella, Rubén Abella, posee una voz personal,
o propia. Baruc en el río
es su más reciente novela publicada –por
cierto el formato del libro, largo y estrecho, es precioso-
y mientras la leía pensaba en Delibes,
alguien que tenía una voz inconfundible, pero dudaba
porque tal vez me dejaba engañar por la circunstancia
de que ambos son autores pucelanos. En cualquier caso
si me atrevo a opinar que la voz literaria de Rubén
Abella arrastra en su cauce voces de otros muchos escritores,
lo cual es natural si se tiene en cuenta que Abella es
licenciado en filología inglesa y ha pasado su
vida navegando universidades, desde Estados Unidos a la
lejana Australia, pasando por Comillas (delegación
Madrid); pero lo interesante, o a mí me lo parece
como escritor, es la libertad con la que el autor utiliza
las palabras, llevándolas más allá
de su significado habitual e incluso modificándolo.
El resultado, como ya he dicho o insinuado anteriormente,
es un sonido nuevo, una voz propia.
Baruk en el río da la sensación de ser más
un libro de memorias, algo que en realidad le ha sucedido
a Rubén, que una novela; podría haberle
telefoneado para preguntárselo antes de ponerme
a teclear estas palabras, pero he preferido no hacerlo
en pro de mi libertad como lector, primero anónimo
y luego desvelado. Y creo que da igual que Baruk sea realmente
el hermano de Rubén o esconda el nombre verdadero
de su hermano, o sea tan solo un personaje de ficción;
lo importante es que resulta verosímil, que su
dolor nos duele y afecta, que la pequeña vida del
narrador y la de quienes le rodean se torna importante
a medida que avanzamos por sus páginas o navegamos
por el río estrecho de las palabras llovidas de
la imaginación o de la experiencia –“la
memoria es una luz inconstante” (página
241)- de Abella.
Probablemente Baruc en el río no será una
narración que escale hasta la mítica, deseada
por tantos, lista de los libros más vendidos, pero
aunque todo editor tiene derecho a soñar con grandes
ventas, todo autor –por contraposición- tiene
derecho a la aspiración de ser leído por
una minoría selecta, pues más vale el tibio
sí de un sabio que el aplauso enfebrecido de una
multitud ignorante. Espero, por bien del equilibrio y
de la supervivencia de la literatura, que Abella se quede
en un justo término medio, que venda los suficientes
libros y mantenga interesada a una selecta minoría.