JAVIER PUEBLA

                     

Landa, en El Crack 2, de Garci. Imagen promocional tratada por Daniel Fénix y Jack The Monjas, copyright.JOSÉ LUIS GARCI,
CRACK 2


Aún no es medianoche pero ya todo el mundo, los otros dos miembros de su pequeña familia, se hanacostado y León Salgado está solo, armando una jaula de líneas y letras para encerrar un relato que ha cazado en La senda perfecta que atraviesa el Valle de los Reyes en El Escorial. A su izquierda hay una libreta de tapas de cuero marrón rojizo, obra del gran artesano senegalés Adama Diop, y a su derecha un cuadernito moleskyine abierto por la mitad, el ordenador portátil está al alcance de su mano y sobre la pantalla alzada las llamas amarillas bailan alegremente en la chimenea; el plasma gigante que ha comprado hace unos días brilla, sin sonido, al fondo del salón. León demora un instante el momento de ponerse a escribir y se deja ganar por la tentación fácil e inofensiva del mando a distancia negro; pasa canales sin apenas prestar atención. Se detiene ante el rostro de una mujer especialmente poco agraciada, fea, y congela la imagen, mira el fuego, sube el volumen del televisor y sigue pasando, con rapidez y sin prestar atención, los canales. Entre un canal y otro suena el aleteo de un piano... ¡conoce esa música! El Crack de Garci, está seguro. Retrocede un canal y en efecto, ahí está el gran Alfredo Landa, más grande que nunca, incluso más grande que en El Puente de Bardem, y ahí ya estaba grande como una montaña el pequeño actor. Deja el mando sobre el sofá y observa con leve sentimiento de culpabilidad el ordenador abierto; sólo un momento, unos minutos y luego se pondrá a armar la jaula de palabras. Pero no son unos minutos, cada plano le atrapa e hipnotiza. Jamás ha visto fotografiada la ciudad de Madrid de un modo tan seductor e inteligente. Y los actores, todos los actores –incluido el siempre demasiado histriónico Arturo Fernández– brillan con la misma seguridad que las llamas bailarinas de la chimenea. Es una delicia ver a José Bódalo volver de entre los muertos y convertirse en El Abuelo, comisario retirado y jefe del Piojo, Landa, en el primer Crack. Pero quizá lo más fascinante e hipnótico sea el ritmo del conjunto, como la música de Jesús Gluck apuntilla los movimientos, impresionantes, de las cámaras de Manuel Rojas. Un conocido escritor de novela negra le había confesado una vez que el Crack 2 había influido más en su obra que los mismísimos libros de Hammet o Chandler, y León mientras contempla la pantalla comprende el influjo fascinador que la película pudo ejercer sobre el novelista. Garci, piensa el cazador de cuentos, consigue un milagro en el Crack 2: se apodera del imaginario de la novela negra americana y lo hace suyo, más creíble y auténtico que el irrepetible John Houston, hasta las coches, por los que han pasado treinta años, rezuman una autenticidad que desarma. Como es natural no puede despegar los ojos de la pantalla hasta que el programador de la cadena de televisión corta la emisión cuando empiezan a desfilar los créditos. Cuando esto sucede baja el volumen a cero y coge el ordenador para ponerse a escribir, acunado por la agradable sensación de que acaba de ver una absoluta obra maestra.

 

 

 

 

 

 

 

 
 

 

 

 

Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
   
       
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos