JOSÉ
LUIS GARCI,
CRACK 2
Aún no es medianoche pero ya todo el mundo, los
otros dos miembros de su pequeña familia, se hanacostado
y León Salgado está solo,
armando una jaula de líneas y letras para encerrar
un relato que ha cazado en La senda perfecta que atraviesa
el Valle de los Reyes en El Escorial. A su izquierda hay
una libreta de tapas de cuero marrón rojizo, obra
del gran artesano senegalés Adama Diop,
y a su derecha un cuadernito moleskyine abierto por la
mitad, el ordenador portátil está al alcance
de su mano y sobre la pantalla alzada las llamas amarillas
bailan alegremente en la chimenea; el plasma gigante que
ha comprado hace unos días brilla, sin sonido,
al fondo del salón. León demora un instante
el momento de ponerse a escribir y se deja ganar por la
tentación fácil e inofensiva del mando a
distancia negro; pasa canales sin apenas prestar atención.
Se detiene ante el rostro de una mujer especialmente poco
agraciada, fea, y congela la imagen, mira el fuego, sube
el volumen del televisor y sigue pasando, con rapidez
y sin prestar atención, los canales. Entre un canal
y otro suena el aleteo de un piano... ¡conoce esa
música! El Crack de Garci,
está seguro. Retrocede un canal y en efecto, ahí
está el gran Alfredo Landa, más
grande que nunca, incluso más grande que en El
Puente de Bardem, y ahí ya estaba
grande como una montaña el pequeño actor.
Deja el mando sobre el sofá y observa con leve
sentimiento de culpabilidad el ordenador abierto; sólo
un momento, unos minutos y luego se pondrá a armar
la jaula de palabras. Pero no son unos minutos, cada plano
le atrapa e hipnotiza. Jamás ha visto fotografiada
la ciudad de Madrid de un modo tan seductor e inteligente.
Y los actores, todos los actores –incluido el siempre
demasiado histriónico Arturo Fernández–
brillan con la misma seguridad que las llamas bailarinas
de la chimenea. Es una delicia ver a José
Bódalo volver de entre los muertos y convertirse
en El Abuelo, comisario retirado
y jefe del Piojo, Landa, en
el primer Crack. Pero quizá lo más fascinante
e hipnótico sea el ritmo del conjunto, como la
música de Jesús Gluck apuntilla
los movimientos, impresionantes, de las cámaras
de Manuel Rojas. Un conocido escritor
de novela negra le había confesado una vez que
el Crack 2 había influido más en su obra
que los mismísimos libros de Hammet
o Chandler, y León mientras contempla
la pantalla comprende el influjo fascinador que la película
pudo ejercer sobre el novelista. Garci, piensa el cazador
de cuentos, consigue un milagro en el Crack 2: se apodera
del imaginario de la novela negra americana y lo hace
suyo, más creíble y auténtico que
el irrepetible John Houston, hasta las
coches, por los que han pasado treinta años, rezuman
una autenticidad que desarma. Como es natural no puede
despegar los ojos de la pantalla hasta que el programador
de la cadena de televisión corta la emisión
cuando empiezan a desfilar los créditos. Cuando
esto sucede baja el volumen a cero y coge el ordenador
para ponerse a escribir, acunado por la agradable sensación
de que acaba de ver una absoluta obra maestra.