RESUCITAR A LOS
MUERTOS
Siempre hay alguien a quien
echamos de menos más que a los otros, quizá
no a quien más hemos querido o nos ha querido,
sino alguien cuya figura y vida vamos mitificando en el
recuerdo. Sería fantástico, ¿verdad?,
poder resucitarlos. A aquellos que hemos querido, que
echamos de menos, a nuestros muertos.
Y eso es exactamente lo que me propongo hacer este año,
este curso (seamos precisos cuando hablemos de algo tan
impreciso como el tiempo). Voy a convertir mi taller literario
en un lugar en el que cualquiera, con un mínimo
esfuerzo, pueda resucitar a sus muertos. Por supuesto
no tengo veleidades mágicas o espiritistas (quizá
un poquito sí), no sueño con poder ordenar:
“Lázaro levántate y anda”, “Abuelita
levántate y anda”, “Marta Rabanal,
levántate y anda”. Mi poder, soy consciente,
no llega a tanto. En mis manos no está el devolver
la vida, pero sí el lograr que quien quiera pueda
convertir lo que fue una vida en palabras, en un libro
concreto.
Cuando murió mi abuela paterna, a quien llamaban
Maxi (nombre que ella odiaba) yo tenía veinticinco
años y escribí una poesía que leí
en la iglesia o el cementerio, no recuerdo, en la que
la hablaba, en la que le prometía que nunca iba
a olvidarla y haría lo posible para que su nombre,
aunque a ella no le gustara, fuese conocido: Maximina
González Briz. “Morir es nacer
para el recuerdo/ y yo te prometo, abuelita/ que mientras
yo viva/ tu recuerdo vivirá conmigo”.
Jamás he olvidado ni dejado de cumplir esa promesa.
Pero hay más muertos, y concretamente uno que “creo”
desea volver, se llamaba Camilo Alonso Vega;
me citó en Hong Kong en el año 2007, para
continuar una conversación que habíamos
comenzado en El Escorial, pero aunque viajé a Hong-Kong
no llegué a verlo porque él estaba en coma.
A él es a quien querría resucitar, humilde
e insuficientemente resucitar, dibujarlo con palabras
para que otros puedan conocerlo. Pero solo me es imposible
lograrlo; necesitaría la ayuda de su única
hija, a quien he intentando localizar sin éxito.
Y para encontrarla, para hacer volver a mi amigo, he creado
un nuevo curso en mi taller literario –curso al
que se puede apuntar cualquiera que quiera recordar, fijar
la memoria de sus muertos.
La literatura, me parecía en un principio, era
soledad, trabajo de uno solo. Mentira. Jamás es
trabajo de uno solo. Sin lector, para empezar, no hay
libro; el Quijote valdría menos que una guía
de teléfonos si nadie lo hubiese leído.
Pero también en la escritura, lo he aprendido con
mi pequeño taller, se pueden sumar inteligencias.
Supongo que me comprenderá cualquier persona que
piense un poco cuando ahora lea que “me es más
fácil ayudar a resucitar a los muertos de los demás
que convertir en palabras a los míos”.
Vivimos en tiempos vocingleros y con vocación de
pequeños, pero quizá en el futuro, cuando
ya no estemos, alguien nos llamará, nos escribirá
y convertirá en inmortales personajes de una novela
o cuento, y logrará así que ya no estemos
–completamente- muertos.
Nosotros, cualquiera, podemos hacer lo mismo con quien
ya no está pero aún admiramos o queremos.
javierpuebla-arroba-javierpuebla.com
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