YO NO HE VENIDO
A HABLAR DE MI LIBRO
Sucede en la llamada noche
de los libros, y “noche de los libros” me
hace pensar en el fin o el Apocalipsis, “la noche
de la civilización”, “la noche de los
tiempos”, “la noche de los dinosaurios…
que al amanecer siguiente ya se habían extinguido”.
Es malo, significativo, muestra de debilidad o enfermedad,
cuando hay que dedicar un día a algo para recordarle
al mundo que existe: el día de la mujer trabajadora,
el día de la infancia, el día del sello,
o el día del libro. Si malo es que haya un día,
sin duda es peor que haya una noche. En tales cavilaciones
ando perdido mientras viajo en el metro escribiendo y
dibujando en mi libreta hecha de papel, cuero, hilo y
pegamento, intentando no distraerme del todo y no pasarme
la parada de Marqués de Vadillo
(¿y quién era el marqués de Vadillo?
Peor que tener una noche o un día es convertirse,
supongo, en estación de metro). Desde el metro
hasta la Sala Milagros, allí me han convocado,
no podía ser en otro sitio, aún queda un
buen trecho, y andar no me entretiene ni divierte tanto
como de costumbre porque hace unos días me hice
daño en la espalda, jugando al nadador imaginativo
en exceso; pero no me dejo, no permito a la noche enterrar
mi ánimo ni pintarlo de negro, hay que recuperar
el optimismo. ¿Dónde cojones está
la sala Milagros? Por fin la encuentro. Vamos a grabar
un programa de radio con motivo –claro- de la noche
de los libros. Uno de los escritores que iba a venir está
perdido, como ser humano y como amigo, así que
sólo seremos tres o cuatro. Pero de esos tres o
cuatro hay dos magníficos: Benjamín
Escalonilla y Miguel Baquero.
Y el conductor del programa, Ernesto Leguina,
es simpático. El acto lo ha organizado LCL
(literaturas.com libros). Intervengo tras el speech de
un escritor que no conozco, Félix Rosado,
y se me despierta el lado travieso al escucharlo hablar
de su libro y repetir la desafortunada frase de Umbral
“aquí he venido a hablar de mi libro”
(como Cela y sus tacos, cojones don Camilo, como Fernán
Gómez y vaya usted a la mierda; populacherismo
matando el trabajo de años). Así que cuando
me abren el micro, y no estaré mucho rato porque
mi hijo está en urgencias de un hospital y tengo
que ir a recogerlo, pienso y digo que no, que yo no quiero
hablar, para nada, de ninguno de mis libros, que prefiero
hablar de Tch!, la excelente
novela de Escalonilla, o del trabajo que está haciendo
como editor, y también autor, Miguel Baquero; o
incluso del llamado libro digital, aunque nada tenga de
libro: sólo es texto, y saco mi libreta del bolsillo,
esa en la que he estado escribiendo y dibujando en el
metro, y sonrío al encontrarme el título
del cuento o relato que hice ayer: Me llamo
Marta y estoy cachonda, pero no lo leo –no
he venido a leerme a mí mismo- pero sí digo
que esa libreta, en blanco, es más valiosa que
ningún ebook, y que el valor de un ebook en blanco
siempre sería cero. Y hablo y me río y me
divierto y me siento magníficamente acompañado
por los escritores que me rodean, y en un momento de debilidad
al final yo también –ay- hablo de mi libro.