VIVIANA FERNÁNDEZ
GARCÍA, VOLUPTUOSIDADES Y TRISTEZAS
Hace
bastantes meses, quizá más de doce e incluso
que dieciocho, se puso en contacto conmigo un escritor
a quien había tenido como alumno -que no como Tripulante-
en un curso de verano; había publicado un libro
de cuentos y deseaba darme un ejemplar, a ver que me parecía.
Quedé con Alfonso Montoro, el
autor, en una cafetería cercana a mi casa y allí
me hizo entrega de Igual el amor que la locura,
su primera obra publicada. Nunca llegué a escribir
sobre el libro -las olas de la vida- pero en todo momento
lo mantuve en un anaquel de la librería al alcance
de mi vista. Esta misma semana me ha mandado una escritora
a quien no conozco, pero que es amiga de mi amiga Helena
Cosano, su segunda novela, La voluptuosidad
de la tristeza. Ambos libros, el de Alfonso
y el de Viviana, han sido publicados por una editorial
pequeña, Ediciones Carena,
y no es fácil que nadie los encuentre en una librería,
pero ambos libros están bien y se merecen al menos
unas palabras. Los relatos de Montoro son correctos, bien
construidos y anuncian una voz en crecimiento. La novela
de Fernández García llega más lejos:
es muy interesante. Comienza con un embarazo psicológico
de Martina, la narradora, sigue con una sesión
en el siquiatra y la confesión de que su novio
la ha dejado porque “alguien que sufre un embarazo
sicológico está como una cabra”, y
continúa con un buen giro de muñeca y la
protagonista calentando asiento en las oficinas de una
vidente, suficientemente estafadora, llamada Anastasia,
donde se reciben cartas, mails, y dinero, de muchos infelices.
Ahí, en otro giro de muñeca, la autora entra
en la novela y la lleva con rienda firme hasta el final.
Es un libro que, con los contactos adecuados, podría
haberse publicado en una editorial más grande y
con mejor distribución; pero creo que también
es importante lo que ha logrado Viviana: hacer que su
libro exista, podérselo a enviar a críticos
a quienes no conoce personalmente, escuchar opiniones
más allá del círculo de sus íntimos;
aunque sin duda son estos, sus íntimos, sus parientes
y amigos más cercanos, los que sostienen y propician
la realidad de su libro.
Las editoriales pequeñas, sean de pago previo o
exijan un mínimo de ejemplares vendidos a sus autores,
están cumpliendo una función: posibilitar
que se escuche, aunque sea a volumen modesto, a escritores
que no han logrado convencer a las calculadoras de las
grandes editoriales. Es cierto que se las critica, yo
mismo lo he hecho, porque en la mayoría de las
ocasiones su negocio subsiste gracias a la presión
que ejercen sobre los autores, pero si perdiesen dinero
no editarían nuevos libros. Me felicito por su
existencia, y felicito a los autores que se niegan a aceptar
un no por respuesta y se lanzan ellos mismos, con sus
armas limitadas, a la arena del gran circo literario.
Deseo la mejor de las suertes a Alfonso Montoro y a Viviana
Fernández García, espero volver a encontrármelos,
en la vida o en esta columna, y seguir leyendo sus palabras,
viajen en grandes cruceros, o en embarcaciones humildes
y pequeñas.