LEYENDO A DICKENS
Aprovechando el amenazador
aliento del frío que coloniza las calles, León
Salgado, el cazador de cuentos, se queda en casa
prácticamente todo el fin de semana; leyendo a
Dickens. Hace unos días recibió un correo
en el que se le informaba sobre los libros firmados por
Charles Dickens que el grupo Anaya, y
concretamente su sello Alianza, tenía publicados
y reeditaba con motivo del segundo centenario del nacimiento
del más famoso y duradero escritor inglés
de la época victoriana. A León le pareció
una idea atractiva, y cómo idea está bien,
leerse cinco mil páginas de Dickens y olvidarse
de la realidad hasta que hubiera acabado de hacerlo, así
que telefoneó a su buen amigo Raúl
García, jefe de prensa de la editorial
Anaya, y preguntó si podría enviarle los
tres tomos del Club Pickwick,
David Copperfield, Grandes
Esperanzas, Oliver Twist,
Tiempos Difíciles, Historia
de dos ciudades y Canción
de navidad; pero tuvo la prudencia de advertir
que no emprendería la hazaña de leer los
nueve libros, diez si contaba también La
tienda de antigüedades publicada por
Nocturna, hasta que llegase el verano, época en
la que normalmente puede disponer con la máxima
libertad de su tiempo. Antes de que hubieran transcurrido
veinticuatro horas desde la conversación entre
León y Raúl llegó a casa del primero
un sobre enorme, abultado, de color manila y forrado en
su interior con plástico de burbujas, que contenía
los libros solicitados.
Salgado sacó el cuchillo de bambú que siempre
lleva en la cintura y rajó el sobre manila de parte
a parte para poder sacar los libros. Había algo
festivo, pero también sagrado, en la ceremonia
de extraer los bellos volúmenes de la placenta
del sobre. Le bastaba rozar con los dedos Oliver Twist
para regresar a su infancia, representarse la imagen del
actor Mark Lester y escuchar
la voz de su madre y de sus hermanas, sobre todo de la
única que ya no vive, tarareando la música
de la película; el primer contacto con la obra
de Dickens que León guarda en su memoria; aún
no tendría diez años.
Tocar David Copperfield es casi un acto de magia, no es
extraño que un ilusionista robase el nombre como
seudónimo artístico, pues las tapas del
grupo volumen, casi 1400 páginas, se tornaron naranjas,
pues eran naranjas cuando su tío Gabriel, célebre
“guardacuentos”, se lo regaló con motivo
de unas navidades o un cumpleaños. En su momento
leyó el libro entero dos veces; y ahora, mientras
coloca a la izquierda Historia de dos ciudades y a la
derecha, al borde de la mesa Canción de navidad,
decide que David Copperfiel será el segundo libro
que lea, pues lo correcto, y más apetecible, es
comenzar con Canción de navidad, el viejo e inolvidable
Ebenezer Scrooge, que en la memoria colectiva
vampirizó un personaje aún más famoso
que él: el tío Gilito, en inglés
Scrooge McDuck, creado por Walt Disney.
Qué frustrante tener que esperar al calor del verano
para sumergirse en ese mar de páginas. Bien pensado
el frío es aún mejor aliado, cuando se dispone
de un lugar confortable, para leer.
Y así León Salgado pasó varias días,
en medio de los cuales hubo un fin de semana, leyendo
a Charles Dickens, viviendo vicariamente en la mítica
época victoriana, hasta que cambió el tiempo
y la vida le obligó a posponer lo que faltaba de
lectura para más adelante; quizá habría
suerte y volvería a hacer un frío terrible
el siguiente fin de semana.