POMBO
GANA EL NADAR
Pombo gana el Nadal. Es la noticia más
entusiasmante, si se me permite el error o neologismo,
de las malditas navidades. Estaba más que harto
de comidas, cenas, reuniones familiares y regalos obligados,
deseando que se acabase el obligado e inevitable interludio
navideño, cuando pregunté el día
siete por la mañana, sin grandes esperanzas, quién
había ganado el Nadal. En las últimas ediciones
el premio decano de la literatura española ha ido
perdiendo interés, convirtiéndose en un
galardón con ambiciones comerciales más,
y ni siquiera me molesté en poner la tele la noche
del seis de enero, el día de Reyes. Hace ya varias
ediciones que la editorial Destino, sello propiedad del
grupo Planeta, tomó la decisión de suprimir
el premio al finalista, el finalista del Nadal y -como
decía Pilar Lucas- ganador o vencedor
moral del concurso. El finalista del Nadal era uno de
los pocos torcedores a través de los que podía
acceder en España al parnaso literario un escritor
desconocido, y supongo que lo suprimieron porque excepto
en algunos casos, como el José Ángel
Mañas y sus afortunadas Historias
del Kronen, no resultaba -en euros contantes
y sonantes- lo suficiente rentable; amén de las
tensiones durante la promoción entre el finalista
y el ganador, tradicionalmente pactado de antemano por
agentes literarios, como dejó de manifiesto un
autor –voy a tener la elegancia de no citar su nombre-
al agradecer ante las cámaras de televisión
el galardón a las gestiones de su agente. Y esto
último sucedía precisamente el año
en el que Pombo, según se afirmaba en los mentideros,
iba a alzarse con el Nadal pero acabó ganando los
siempre agradables seiscientos mil euros del Planeta.
Que Pombo haya ganado el Nadal es una buena noticia para
todo el mundo, para él mismo, para la editorial,
para la literatura y sobre todo para el propio premio,
que recupera la senda iniciada y recorrida hasta donde
le permitieron por Joaquín Palau
durante los años que dirigió Destino; en
los años de Palau la mayoría de los nadales
habían sido previamente “herraldes”,
es decir, ganadores del premio Herralde, de Anagrama.
Así pues podría decirse que Herralde, una
vez más, y van muchas, ha vuelto a ganar el Nadal.
Pero la afirmación anterior no es justa del todo
en el caso de Pombo, porque Pombo es Pombo por sí
mismo, y aunque es cierto que fue Jorge Herralde
quien lo sacó del anonimato al conceder a El
héroe de Mansard en las mansardas
la primera edición de su premio, no es menos cierto
que Pombo, amén de un personaje genial y escritor
de voz única y personalísima, ha ganado
muchos otros premios e incluso es académico de
la RAE, nuestra elitista y prestigiosa Real Academia de
la Lengua. Así pues, y tras manifestar de nuevo
mi alegría por que estas fiestas, las más
pelmas del año, las navideñas, hayan acabado
con una buena, excelente, noticia, sólo me queda
mandar un abrazo y mis felicitaciones al maestro Pombo.
Y también, por supuesto, a la editorial Destino
y al grupo Planeta, porque al concederle el Nadal este
año a Álvaro Pombo se han
premiado, sobre todo, a sí mismos.