JEAN ECHENOZ, REMPAMPAGUEANTE
Estaba
Jean Echenoz una tarde de invierno particularmente
anodina buscando algo de música que le sirviera
de inspiración, pues tras ganar el Goncourt
con Me voy ningún proyecto
acababa de motivarlo de modo suficiente, cuando se encontró
con un cedé de Ravel, o para ser más exactos
con la funda de un cedé. Sin duda el disco estaría
en el coche, o en casa de su amigo Pierre, o tal vez en
la boca del aparato de música. No tenía
ganas de seguir buscándolo, el bolero en realidad
no era para tanto, y como clásico escritor se puso
a mirar las notas impresas en el cuadernillo adjunto al
disco y mientras leía pensaba que sí, que
Ravel muy genio, pero también un poco payaso, un
mucho pobre tipo, de algún modo como él
mismo o como cualquiera que se dedique a crear libros
de ficción, y entonces tomó un bolígrafo
–habría preferido un rotulador pero no encontró
ninguno a mano- y se puso a escribir “A veces se
arrepiente uno de salir del baño”, frase
que podría servir para comenzar a hablar del comienzo
del día en el que estaba viviendo o de la vida
entera de Maurice Ravel, y ya que era
invierno, la luz era gris y no tenía nada mejor
que hacer, siguió escribiendo, pasaron los días,
y siguió escribiendo, dejaron de pasar los días,
y se encontró con que tenía una bala,
como las llamaría Javier Puebla
en el futuro, una nouvelle, como siempre las
han llamado los franceses que desde hace siglos son civilizados
y tienen palabras para todo, y que el libro ni era biografía
ni era novela histórica pero sí era Ravel
y resultaba muy probable que les pudiera gustar a los
editores, incluso a los lectores suficientemente inteligentes.
Así sucedió. Ravel gustó incluso
a los críticos, aunque con ciertos recelos, no
fuese que Jean comenzase a vender libros como el imbécil
de Houellebecq y fuera necesario ponerle
a parir para templar su vanidad enfermiza. Como quien
hace un cesto hace ciento Echenov pensó que podría
hacerle un giro al juego, y en lugar de hablar o escribir
sobre alguien tan conocido como Maurice y su bolero, resultaría
interesante coger a un atleta de apellido Zátopek,
un superdotado al que no había logrado parar del
todo ni el mismísimo telón de acero, y ponerse
a correr junto a él. Y así nació
Correr, que fue otro éxito, con la crítica
algo más relajada pues –el público
gracias a dios debe vivir en Babia- Ravel
no había llegado a número uno de los más
vendidos y seguro que tampoco llegaría Correr.
Pero hete aquí que, aún sin llegar al mítico
número uno, ambos libros habían funcionado
suficientemente y además para Jean habían
sido agradables de hacer, por lo que perpetró un
tercero, so pretexto de una trilogía, y lo llamo
Relámpagos, no sólo
porque el protagonista, inspirado en el visionario ingeniero
Nikola Tesla, naciese en día de
tormenta y con gran aparato eléctrico iluminando
el cielo, sino porque se proponía escribirlo de
un modo relampagueante, cosa que hizo, y para su sorpresa
y también desaliento, ya se sabe que échate
buena fama y échate a dormir, la crítica
volvió a hablar bien de su nueva obra; ay, nadie
es perfecto. Aunque su editor español, Jorge
Herralde, estaba muy contento, porque la primera
vez que publicó a Echenov en lengua castellana
apenas llegó a vender doscientos ejemplares, y
ahora –prueba de la certeza de su apuesta–
las ventas se contaban en miles. Lástima, y en
eso coincidían Herralde y Echenov que a los críticos
les gustase tanto la obra del francés, un disidente
que hubiera puesto a bajar de un burro los relámpagos,
habría sido el principio del fuego de la discordia,
la polémica, la venta de un millón de libros.
Aunque eso no sucedió hasta mucho más tarde,
como saben todas las personas que estén leyendo
este artículo el 19 de enero del año 2127
(más o menos).
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COLUMNA DEDICADA POR JAVIER PUEBLA A JEAN ECHENOV Y SU
NOVELA CORRER.