YO
YA NO TE QUIERO
Estoy disfrutando de la excelente traducción
que ha hecho Justo Navarro para Anagrama
de El gran Gatsby, la mítica
novela escrita por el primero feliz y luego atormentado
gran creador Francis Scott Fitzgerald.
“Uno de esos hombres que a los veintiún
años alcanzan en algún tipo determinado
de actividad tal grado de excelencia, que todo lo que
viene después sabe a decepción”.
La frase se refiere a Tom Buchanan, uno
de los protagonistas, pero muy bien podría aplicarse
al autor de Gatsby, que no tiene veintiún años,
pero sí solamente veintiocho -una edad precoz para
hacer gran literatura- cuando le envía la obra
a Maxwell Perkins, su editor, desde Europa
(la novela fue escrita en la Riviera francesa y corregida
en Roma y Capri) con la siguiente nota: “He
escrito la mejor novela de los Estados Unidos”.
Fitzgerald lo sabe, un escritor siempre sabe, como también
sabe Fitzgerald -porque así lo ha escrito al dibujar
al hombre “cuya voz tenía un dejo de
desprecio paternal, incluso hacia la gente que le caía
simpática”, a Tom Buchanan- que al firmar
semejante novela a tan temprana edad, acababa de arruinar
su vida, como luego demostró el paso del tiempo.
Al leer la frase he dejado el libro a un lado y sacado
mi cuaderno de notas, para copiarla y añadir entre
paréntesis: Sobre vidas arruinadas, y en ese momento
ha sonado el teléfono.
Era un amigo, o una amiga, da igual, para contarme que
acababan de decirle una frase que, al parecer, está
casi de moda: “Yo ya no te quiero”.
La frase en sí misma es un poco soplapollas e inconsistente,
pero bueno, la gente ya no puede fumar en los bares ni
llevar al perro sin correa (lo sigue haciendo todo quisqui)
pero sí tiene derecho a ser todo lo soplapollas
e inconsistente que le de la gana; con una excepción.
Niños. Niños es la excepción. Las
parejas que han tenido hijos no deberían permitirse
una frase así de cretina, o sí la frase
pero no romper el contrato matrimonial a continuación,
como sucede tantas veces; casi siempre. Me importa
un huevo, querida, que no me quieras, me importa un huevo,
querido, quererte o no quererte, o “ya
no estoy tan enamorado de ti como cuando nos casamos”
(hay que ser bastante imbécil para decir algo así
sin ponerse colorado, a los cuarenta o cincuenta sólo
los muy necios pueden llegar a creer que el amor les va
a devolver a los quince años). Si yo fuera juez,
y podría haberlo sido, a quien se atreviese a romper
una pareja con hijos, menores de edad, basándose
en semejante frivolidad “yo ya no te quiero”,
no sólo les negaría la custodia de los vástagos
(tras probar que su egoísmo es lo primero) sino
que les mandaría, metafóricamente, a vivir
debajo de un puente. Porque esa es la segunda parte, menos
grave a nivel moral que la primera, pero terrible a nivel
práctico; no es lo mismo pagar una hipoteca entre
dos, que pagar dos hipotecas, y cuando Juan o Pepa deciden
que ya no quieren a su -antaño- amada o amado,
le destrozan -también- la vida económicamente.
Y la economía lo es todo para el ser humano occidental.
¿Nadie piensa dos minutos antes de decir “yo
ya no te quiero?”