JAVIER PUEBLA

                     

RAMÓN PERNAS, UNA NOVELA CONCÉNTRICA



Emilio Pascual, El número de la bella, 2011.By Fénix, copyright. La mano coge la piedra que han elegido los ojos, la acaricia o aprieta mientras –de nuevo los ojos- buscan el lugar aproximado donde el corazón quiere que la piedra caiga: el centro del estanque. La piedra durante unos instantes se ríe de las leyes de la naturaleza y vuela; luego se zambulle en el agua quieta buscando su objetivo, ese centro emocional o sentimental del estanque. Mientras la piedra bucea o se hunde se van formando en la superficie del agua círculos, círculos concéntricos, cada vez más desdibujados y amplios.
Desconozco si Ramón Pernas, escritor nacido en Viveiro –hace veinte cuarenta o sesenta años- se inspiró en el juego de círculos que dibujan las piedras al caer sobre el agua, pero creo que la imagen explica perfectamente la estructura de su nueva novela, En la luz inmóvil; la primera que leo de Pernas.
De Pernas me había dicho otro autor –cuyo nombre no voy a mencionar- que era un escritor “dominguero”. Lo creí, y dejé el adjetivo de dominguero nimbando la cabeza de Pernas; hasta que conocí a Pernas. A Pernas es difícil verlo, porque lo sepulta su cargo de repartidor caprichoso de honores y dineros como director de un invento nominado Ámbito cultural de El Corte Inglés. Pero, y escribí una columna al respecto, un día logré verlo, a Pernas y me sorprendió que fuese un hombre capaz de dibujarse a sí mismo; y entonces me entró la curiosidad, la duda sobre el adjetivo dominguero que con suave desprecio había deslizado en mi oído el malhadado autor que, en los tiempos que era un pobre tipo desgraciado, despertó mi solidaridad. ¿Y si Pernas no era un autor dominguero? Busqué sus libros en las grandes librerías y no encontré ninguno, pedí ejemplares a la editorial y no me los mandaron. Hasta que hace unos días el mensajero de la ahora impecable agencia Tipsa llamó a mi puerta para entregarme un paquete, lo abrí y me encontré con La luz inmóvil, con Pernas, el autor más literario que jamás he leído en Algaida y que nada tiene de dominguero.
Pernas tira la piedra al estanque de su vida y apunta a un primer amor, al amor de los quince años. En el primer círculo que se forma en el agua de su minuciosa literatura sólo cabe ese amor, en el segundo círculo sigue –por supuesto- el amor, pero también aparecen los amigos, y en el tercer círculo Viveiro, su pueblo musa, se convierte en un mundo porque el narrador “ama a uno de sus habitantes”. Los círculos se van ampliando y, aunque en todos reverbera la historia de amor, que se matiza y distorsiona, en ellos termina por caber no sólo la historia del narrador sino también la de cuanto le rodea, la historia de nuestro país vista desde el oeste natural de la geografía, porque es indudable que Pernas se inspira en su propia experiencia –lo único que justifica a un escritor verdadero- pero también lo es que ha vivido mucho y conocido tanto que parece conocerlo todo. “Tengo la triste habilidad de estropearlo todo”, escribe Pernas en la página 36, pero en esta ocasión esa triste habilidad no ha funcionado, no ha conseguido estropear su bella y original nueva novela.


 

 

 

 

 

 

 
 

 

 

 

Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
   
       
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos