Nadie se pregunta cómo,
por qué, funcionan tan eficaz y seductoramente
los famosísimos Cursos de Verano de El Escorial.
Nunca se busca al responsable del trabajo bien hecho,
al menos en España. Si algo funciona de modo incorrecto
entonces sí, entonces periodistas y parroquianos
se apresuran a levantar el dedo y señalar a quien
primero se les ocurra en busca de un culpable. Pero al
“culpable”, al “responsable” que
en este caso sería el antónimo adecuado,
de que alguien salga bien es raro, infrecuente, que se
le señale, se le busque siquiera. No es mi caso.
Nunca me cansaré de repetir que quienes valen son
imprescindibles; insustituibles. Cuando Emilio
Botín deje el mando del Banco del Santander
habrá otra persona en su lugar, pero no lo hará
como él; es imposible. Como es imposible que, cuando
llegue el momento, alguien sustituya a Tomás
Fernández García en su trabajo
de subdirector, de mago silencioso, de los célebres
Cursos de Verano de El Escorial, el resultado -tan espléndido
como poco ostentoso- siga siendo el mismo.
A Tomás Fernández lo conocí hace
un año. En la terraza del hotel Felipe II, con
motivo de la pasada edición de los cursos de verano
de El Escorial. Me lo presentó mi poeta predilecto:
el hombre en llamas que se quema a sí mismo pero
jamás hiere a los demás; Luis Alberto
de Cuenca. Me fijé en él porque
realizó una proeza de mago: me vio por dentro en
apenas unos minutos de conversación. Y no tuve
más remedio que hacer lo mismo con él: mirarlo
por dentro, saber como era de verdad aquel tipo que me
habían presentado como el subdirector de los cursos
y -lo era a la sazón- vicerrector de la Universidad
Complutense.
Meses después me llamó para que participase
en otra magia silenciosa de la que también es en
mayor o menor medida responsable: el festival de cine
hecho por mujeres que se celebra en Cuenca, para impartir
un taller inspirado en el curso que me inventé
hace más de dos años para la Universidad
de Alcalá de Henares: CON LO QUE HAY.
Enseñar a hacer cine a cualquiera con lo que tenga
a mano, sin necesidad de conocimientos previos. No acudí
porque la amable señorita que me llamaba no me
había “visto por dentro” y era muy
complicado explicarle que: aunque sí soy capaz
de enseñar a cualquiera a hacer cine, necesito
para ello un mínimo de mimo, de respeto hacia mis
costumbres y forma de ser, que mi objetivo no es ganar
dinero dando una conferencia en un instituto, sino hacer
que los alumnos “se lo pasen de cine y hagan cine”.
Me disculpé ante Tomás -si tú me
pides que de la conferencia la doy, por encima de mí
mismo- y subí este año a los cursos de verano
de El Escorial con la intención de subrayar y repetir
la disculpa: no fue necesario. Él me ve por dentro.
Como ve por dentro a ponentes, profesores, alumnos, camareros,
secretarias y a todo aquel que tiene algo que ver con
los deliciosos cursos de verano. Ve y respeta. Y pide
a cada uno lo que pueda dar; todo lo que pueda dar, pero
nunca lo que no puede. Eso es magia para la mayoría
de la gente. Pero, para Tomás -parece- es pura
facilidad.
Tomás Fernández,
amén de lo apuntado más arriba, dirige una
colección de ensayo en Alianza Editorial, y es
autor de numerosos libros sobre "trabajo social".
Pongo el enlace a la Casa del Libro para quien lo quiera
rastrear: Libros
de Tomás Fernández García
Carpe
diem, visitante nº
Que los hados guíen tus pasos