EL
NUEVO "DISCO" DE SERGI PÀMIES
Me
sucede con gran frecuencia: pienso una cosa y hago otra.
Después de terminar de escuchar -con el alma y
la cabeza- La bicicleta estática
del magnífico creador nacido en París en
1960, he pensado que sería bonito hacerle un guiño
“a quienes saben” y titular esta columna el
nuevo disco de Sergi Pàmies, pero
enseguida me he reñido a mí mismo, porque
escribir disco resultaría engañoso cuando
lo que ha hecho el autor parisino es un libro, un libro
de cuentos que está a la altura -aunque pueda parecer
imposible- de Si
te comes un limón sin hacer muecas, su anterior
colección de miniaturas literarias. El título
de la columna no podía ser otro, me gustase o no,
que El nuevo libro de Sergi Pàmies. Sin embargo
me siento ante el ordenador y los dedos bailan como les
da la gana, y cuando intento controlarlos uno de ellos
salta a la fila superior del teclado, donde están
los números y los signos raros, y aterriza sobre
el número 2 en el mismo momento, bailarines excelentemente
coordinados, que el pulgar de la derecha se posa sobre
la cómoda tecla de las mayúsculas, y en
un lugar de un 2 sobre la pantalla aparecen unas comillas
que deshacen la sensación de trampa al abrazar
la palabra “disco”. Y ya que han sido los
dedos quienes han empezado, como si no necesitasen en
absoluto de la colaboración de mi pensamiento,
les dejo que sean ellos los que se pierdan en explicaciones
o giros que a mí jamás se me habrían
ocurrido. ¿Ni siquiera contarán que deseaba
poner la palabra disco en lugar de la palabra libro porque
Sergi me contó el día que nos conocimos
que para ordenar su libro anterior, el del limón,
el que me dejó la boca despierta y las pupilas
hechas sonrisas, había pedido ayuda o apoyo o consejo
a amigos músicos? Sí lo cuentan; aunque
ahora que los miro saltar comprendo que les da igual lo
que se cuente o no se cuente en este baile de 3100 caracteres
exactos, que lo único que desean y van a hacer
-no quiero prohibírselo - es saltar sobre los cuadrados
negros hasta que se acabe la canción que dura exactamente
-y lo repiten los dedos- 3100 caracteres. Acepto que hagan
lo que les parezca, y ojalá hubieran tomado ellos
las riendas el segundo día, y último hasta
la fecha, que me encontré con Sergi (suena a ruso,
pero no sé si le gustaría que le llamase
Sergio; los parisinos son pelín pretenciosos y
raros)... ¡eh dedos, control, que estabais saltando
sobre la segunda vez que me encontré con Pàmies!
¡A obedecer! ¡Sí, señor! Bien,
fue en la fiesta del cuarenta aniversario de Anagrama
y él se acercó hacia mí cordial y
amable y yo bajé la cabeza, que a veces se mueve
con la misma independencia que los dedos, y apenas cambié
dos palabras con él. Pido a los dedos que bailen
para explicar que esa noche me sucedió lo mismo
con Martin Amis y Ian McEwan.
Los dedos se paran, ahora tienen que saltar con cuidado,
esto se acaba. Lo suyo sería que encontrasen una
frase brillante como cierre, ¡y ya! ¿Brillante?
Lo realmente brillante es el último “disco”
de Sergi Pàmies y no esta columna que han “bailado”
mis dedos, inspirados por su “música”.