AMISTAD
Amistad
es una palabra bonita, es una palabra difícil,
es una palabra gastada y, vaya por Dios, es una palabra
tramposa, una máscara que cualquiera puede utilizar
para acercarse a nosotros y...
-Amigo, eh amigo, espera un momento amigo.
En África saben muy bien el valor que damos a la
palabra amistad los occidentales, no es raro, es más:
es un coñazo habitual, que se te acerque en un
zoco marroquí o en cualquier calle de la oscura
Dakar, Dark Dakar, un tipo al que no has visto en tu vida
y que te llama, reclama tu atención, violentándote,
pues utiliza sin ningún respeto la palabra amigo
que tú –occidentalito que vienes al “mundo-te-guarde-dios”-
consideras casi sagrada, un fetiche, pues la has empleado
con mimo y reserva, algunas veces en tu vida, probablemente
precedida del adjetivo -que no adverbio- mejor, mejor
amigo, para designar al predilecto de tu corazón,
a quien mitigaba o borraba la sensación de soledad
que en esas épocas te colonizaba al menor descuido
desde el cerebro hasta el estómago.
-Hoy llegaré tarde, madre, he quedado con mi mejor
amigo para...
Para nada. Con tu mejor amigo has quedado “para
nada”, con un amigo, incluso quitándole el
mejor, se queda para nada, por el placer de quedar, conversar,
caminar, compartir, y sin embargo...
-Perdona que te lo diga, querido Javier, pero tu amistad
con el editor M. no te es nada rentable.
Me quedo parado, quieto, congelado en el tiempo, al escuchar
la frase. Porque es verdad y es mentira y, sobre todo,
es indiferente, que mi amistad con M. me resulte rentable
o no, pues cuando quedo con M. para cenar o pasear o beber
whisky, sólo busco la maravilla de la buena compañía,
disfrutar de su conversación sabia e inteligente,
animarlo si lo encuentro triste, compartir un momento...,
pero no busco rentabilidad. Tal vez aplico a la amistad
un valor que sólo es cierto en la infancia o adolescencia,
y que en la edad madura un “amigo” es alguien
que te puede hacer favores, conseguir cosas, allanar caminos
sociales, alguien con quien no te relacionas porque sea
el predilecto de tu alma, sino por su valor como moneda
de cambio: tú me das, yo te doy. ¡Qué
limpio y claro es el dinero en comparación con
ese uso de la palabra amistad! Desde el inglés
“a friend” se podría traducir, sin
error, más como socio o compinche que como amigo,
en el sentido que nos gusta darle a la palabra a los hispanoparlantes.
O nos gustaba, porque cada vez conozco más gente
que se me acerca, sin que yo los haya llamado o invitado,
y grita desde lejos, o susurra bajito porque ya está
muy cerca:
-Hola amigo.
Y es torpeza no mirar al fondo de sus ojos, antes de aplicarle
generosa y automáticamente el código en
el que he sido educado y escucharlo y ayudarlo a conseguir
lo que quiere; incluso cuando es en prejuicio propio.
Es torpeza en la que he incurrido muchas veces y -soy
hombre- en la que aún incurriré o caeré
bastantes veces más: hasta que aprenda, si es que
vivo lo bastante para asimilar algo que preferiría
no existiese: que hay personas que utilizan una palabra
noble, amistad, con una intención innoble, mezquina
e inmoral.