JAVIER PUEBLA

                     

SILVIA CAMPILLO

Crece y crece, y aún sigue creciendo, la encantadora e inteligente escritora y periodista Silvia Campillo. Subió por primera vez a mis barcos de papel y palabras hace dos o tres años; no recuerdo. Hace unos meses regresó. Había vivido en Florencia, trabajaba en un periódico de distribución nacional, tenía una oferta de una cadena de televisión. Traía bajo el brazo una novela correcta; impecable. Pero le pedí que jugara más fuerte, que dejara salir la historia que maquillaba tras su sonrisa permanente. Y está haciendo un libro divertidísimo, con un espléndido potencial, y absolutamente sincero. Sólo me preocupa que triunfe demasiado pronto. En arte el éxito joven paga un muy alto precio. Aunque si así sucediera mis barcos, mis barcos de papel, siempre se alinearan con ella, para protegerla.

A continuación un capítulo del libro en el que está trabajando. Que nadie se juzgue con dureza a sí mismo si, en mitad de la lectura, deja escapar una carcajada. El juego de la protagonista con su madre es de antología.
Javier Puebla.

Elena Rammstein, nena buena.


6.


Resulta que lo que yo pensaba que era una resaca eterna, el médico lo diagnosticó como una gastroenteritis causada por un virus estomacal. Para tocarle un poco los cojones, y entretenerme, le pregunté que qué virus. En realidad me importaba una mierda. Casi se me escapa la risa. Se me quedó mirando, por encima de sus gafas. Luego, con mucho ego , respondió:

« Probablemente enteritis por Campylobacter. Debería hacer análisis para comprobarlo, ¿quiere que la pinche?».

« No, no. No se preocupe», sabía perfectamente que, después de mi pregunta, era lo que más deseaba en el mundo. No me molesté en presumir de que, probablemente, sabía yo más de eso que él.

El Campylobacter jejuni es un virus que me cae especialmente bien. Supongo que porque, en su día, me pareció muy graciosa la definición que venía en mi manual de la universidad. La recuerdo de memoria: «Es una causa común de infección intestinal y es también causa de uno de los muchos tipos de la diarrea del viajero». Lo de llamar «viajero» al que se cagaba por las patas abajo, me pareció pura poesía, una magnífica metáfora. Una auténtica delicatessen en mitad de toda la mierda que tenía que estudiarme. El problema principal de esa bacteria, que se instala en el intestino delgado, es que tarda en morir bastante poco, de dos a cuatro días. La muy endeble. Por lo que como el doctor no había concretado nada en el parte médico que tendría que entregar en el trabajo, les dije que se trataba de una salmonela que justificaba la semana, semana y media, que tenía pensado quedarme reposando en mi casa. Es la putada de trabajar con científicos, que tienes que controlar hasta el más mínimo detalle de la excusa.

El caso es que el médico tuvo razón con el diagnóstico y a los dos días ya estaba más fresca que una lechuga. Encima, con cuatro kilos menos, que nunca viene mal. Yo siempre lo he tenido claro: si un día me topo con el genio de la lámpara maravillosa, uno de los deseos que le pediría sería comer todo lo que me diese la gana sin engordar. Así que pasar cuarenta y ocho horas expulsando materia por los agujeros del cuerpo sería algo que yo haría de manera mensual. Mucho mejor que la regla. Bueno, a lo que iba. Volví al médico y le eché cuento, diciéndole que no me encontraba en condiciones para incorporarme. Y él, que yo creo que un poco de miedo me pilló, decidió alargarme la baja una semana más. Así funcionan las cosas en España, señores. Ustedes lo saben igual de bien que no.

Para mí, esos días en casa fueron como unas vacaciones. Me hacían falta. Me dediqué a terminar de leer Crimen y castigo (que sólo Dios sabe cuánto hacía que lo había empezado), empezar Los chicos de las taquillas, de Murakami (Ryg) y tocarme la barriga. Pensé que yo sería una buena rica, se me daba super bien el no hacer nada. Además, no tenía ni el más mínimo remordimiento. Lo único que me perturbaba era que como mi madre se enterase de que había caído enferma se presentaría en mi casa y me daría tanto el coñazo que terminaría pidiendo el alta voluntaria. Yo la quiero muchísimo, pero mi madre es muy madre. Tiene esas cinco características que diferencian a una mujer normal de una madre:

1. Es capaz dar mil quinientas vueltas a un asunto banal y/o absurdo. Ejemplo:

«¿Has cenado?»

«No».

«¿Vas a cenar?»

«No».

«¿A qué se debe que no cenes?»

«A que no tengo hambre».

«Entonces, ¿qué me has dicho? ¿Qué vas a cenar o que no vas a cenar?»

2. Para decirte que NO a algo, cambia el género de la última palabra que has pronunciado. Ejemplo:

«Mamá, ¿por qué no me regalas un super viaje a San Francisco».

«A San Francisca».

3. Finge que no la importa lo que haces, pero sabes que si lo haces se enfadará. Ejemplo:

«Mamá, llevo tres días saliendo de fiesta seguidos pero que está noche me voy otra vez, ¿Vale?».

«Haz lo que te de la gana».

4. Te lanza sugerencias con las que sabe que no estás de acuerdo con el objetivo de discutir. Ejemplo:

« ¿Por qué no ordenas el armario por colores?».

«Porque no».

«Eres una vaga, no haces nada, mira que armario tienes. Se te va a estropear la ropa…» bla, bla, bla…

5. Para ella, siempre estás más delgada. Ejemplo:

«Hija mía, te estás quedando en los huesos. Estás… ¡que da pena verte!».

«Mamá, he engordado. Peso doscientos cincuenta kilos».

«Pues cualquiera lo diría, porque estás que te trasparentas».

Algunos investigadores apuestan porque la lista debería ampliarse. Yo respaldo su postura. Diría que las madres también tienen un master en Victimísmo y que intentan asustarte con «se lo voy a decir a tu padre», como si tu padre fuese el Coco, cuando sabes que él es mucho más blando que ella. En fin, que me tomé las molestias para que mi madre no se enterase de nada.

Tenía miedo de que el aburrimiento hiciese crearme más paranoias aún sobre Antón. El aburrimiento en las mujeres es capaz de derivar en estados de enajenación mental transitoria y paranoia por lo que me esforcé por tener la mente ocupada y no hacer ninguna tontería. Como llamarle, por ejemplo. Y la verdad es que, en mi afán por tener mi cabeza ocupada, se me apareció la Virgen (no creo en Dios, es sólo una manera de hablar) cuando vi que la factura de la luz ascendía a ciento setenta euros. Al principio no podía creerlo. Me parecía una broma que hubiésemos pasado de pagar sesenta euros a tener una factura de casi el triple, así que inmediatamente llamé a Unión Fenosa porque, por todos es conocidos que las compañías eléctricas no tienen muchas luces. Aunque suene irónico. Sin embargo, después de tenerme dos putas horas al teléfono, me dijeron que estaba todo correcto, que nuestro consumo los últimos dos meses había subido mucho y que podían enviarnos una carta detallada con los datos. Acepté y con la factura en la mano, como si se tratase de una antorcha, entré en la habitación de Laura.

Me sorprendió que estuviese sola, estudiando. Yo pensaba que en su vida no cabían actividades de persona “normal”, que no tuviesen nada que ver con el sexo o con ponerse hasta el culo todas las noches de cocaína. Me miró extrañada. La verdad es que nuestra convivencia no se caracterizaba por ser idílica, por lo que se sorprendió de que hubiese irrumpido en su habitación de tal manera.

«¿Qué pasa? Que te gusta follar con la luz encendida, ¿no? ¡Pues que sepas que ahora la factura la vas a pagar tú! ¡No pienso poner ni un duro!».

«Eh… eh… Tranquilita. ¿Qué me estás contando?».

Entonces le solté lo que pasaba. Laura se me puso a gritar, me dijo que ella qué sabía, que la dejase en paz, que yo era una amargada, que no me soportaba, que… Que se iba.

«¿Cómo qué te vas?», me tranquilicé de repente.

«Sí, que me voy. Que no te soporto. Se ha quedado una habitación libre en el piso de unas compañeras de clase y me voy con ellas. Este es el último mes que estoy aquí».

Me enfadé tanto que tuve que meter la cabeza debajo de la almohada y ponerme a gritar. ¡Puta niñata de los cojones! Con lo maja que parecía al principio… Tan servicial, tan amable, tan generosa... Y yo, como una imbécil, me lo creí, como me pasa siempre. Ha resultado ser el puto demonio. La niña del exorcista. Si tuviese el teléfono de sus padres les llamaría para decirles que tienen una hija que es un putón, que es una ninfómana, y que no quedarán ni una docena de hombres en toda España a quien no les haya chupado alguna vez la polla. ¡Me estaba dejando tirada! Y ahora… ¿qué voy a hacer? Yo el alquiler sola no lo puedo pagar. Tengo que buscar a alguien en el plazo de YA. Sino me tocará volver a casa de mis padres y eso es lo que menos me apetece. Joder… Es que está claro que ni de vacaciones puedo estar tranquila.

ue
 

 

 

 

Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
   
   
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos