JAVIER PUEBLA

                     

GERMÁN ZAMORANO FUENTES

actualizado 21de junio

PRIMER BORRADOR ¡COMPLETO!

El personaje de Graco, ya existe. Felicidades Germán, proud of you. El Cap.
Hermann -human- Galland-Facebook

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Germán ha crecido espectacularme como escritor este año o curso. Como persona no puedo imaginármelo más grande. Javier Puebla.

 

 


 

1. LA INOCENCIA DE UN NIÑO

Le había costado conciliar el sueño. Después de todas las luces, la música y las carrozas, había vuelto a casa ilusionado, lleno de nervios y con ganas de cenar y de irse a la cama. Pero cuando se apagó la luz de su habitación y cerró los ojos, no consiguió dormir. No podía dejar de pensar en los Reyes, en que pronto se colarían por alguna de las ventanas para dejar los regalos junto al árbol del salón. Ese pensamiento le producía cierta angustia. Sabía que si los niños veían a los Reyes, se marcharían sin dejar nada, quizá algo de carbón; y por otro lado, sabía que tampoco vendrían hasta que no se hubiese dormido. Se giró a un lado, al otro y escondió la cabeza debajo de la almohada, pero pensaba y pensaba mientras, por alguna extraña razón, su sentido del oído parecía más agudo que de costumbre. En cualquier caso, Graco, no pudo precisar en qué momento de la noche perdió la batalla contra el sueño, y antes de darse cuenta, los primeros rayos de luz le habían despertado. Bueno, a él y a sus padres, pues, cuando Graco despertaba, un torrente de energía parecía inundar la casa impidiendo que nadie pudiese seguir en la cama.
Y allí estaba, abriendo regalos en una especie de frenético y alocado “pinto pinto gorgorito” en busca de aquello que con inmensa ilusión había dicho a su padre que pusiera en la carta. Un circo romano por aquí, un barco pirata a la deriva, una carreta custodiada por soldados y unos bloques de construcción. Aún quedaban más regalos por abrir, y una lluvia de confeti, de trocitos de envoltorio, inundaba el suelo del salón. Tenía que estar por alguna parte, estaba seguro de que se lo merecía, había sido bueno, por lo menos, los últimos días. Todavía quedaba un regalo que podía ser. Estaba a los pies del árbol, con un envoltorio de color rojo chillón. De repente, le estorbaba el circo, no le importaba que el barco se adentrase en alta mar o que las obras quedasen paralizadas hasta mañana porque los obreros no recibiesen a tiempo los bloques que esperaban.
Con visible nerviosismo, sus dedos atijeretados, destrozaron el envoltorio chillón. Y como ocurre muchas veces, la intuición infantil es infalible. Los Reyes Magos no podían defraudarle, y en un abrir y cerrar de ojos, Graco tuvo en sus manos a su flamante Buzz Lightyear. Y, entonces, el barco naufragó en la marea colorida de confeti, y la carreta y sus soldados extraviaron el camino. No importaba.
Graco, sin hacer caso a nada más, salió disparado del salón para hacer un hueco en sus estanterías. “¡Atención, atención todos, que viene Buzz, el guardián del espacio!” gritaba mientras se dirigía por el pasillo hasta su cuarto.
Y ya daba igual que las vacaciones terminasen, pues seguro que en el cole, cuando sus amigos se enterasen de que los Reyes le habían traído a Buzz, se iban a morir de envida.


2. UNA BRUJA QUE TE CAGAS

El cole es un rollo. Eso ya lo sabe Graco. Nada como ver los dibujos en la tele, jugar con sus juguetes o pintar con acuarelas en la mesa del salón poniéndolo todo perdido. Definitivamente, se está mejor en casa, aunque su padre diga que el cole es muy divertido y que se aprende mucho. Qué sabrá papá de lo mucho mola machacar al dragón rojo y a sus secuaces, asaltar la carreta para robar el tesoro cual Robin de los Bosques o defender el castillo de las huestes enemigas. Eso sí que mola, y no las canciones en inglés, pintar letras de colorines sin salirse de la línea negra o pegar trocitos de papel dentro de un círculo diminuto. Con lo grande que es folio y hay que pegarlos precisamente ahí… pues en casa, Graco, pinta con el pincel de las acuarelas donde le da la gana… aunque luego su padre se enfada cuando ve todo de un color de tonalidad indescriptible a medias entre el gris, el azul y verde oscuro con vetas amarillo anaranjadas.
Por lo menos, ahora toca el recreo. Eso sí que mola, un montón. Es lo mejor del cole. Tomar el batido, correr por el patio sin un objetivo claro o jugar a las peleas con Marco y Claudio, sus amigos. Pero antes, hay que seguir pintando el número cuatro, procurando no salirse de la raya negra. Y Graco se pregunta, ¿por qué no es más gorda la dichosa rayita? Marco le empuja y Graco desvía el trazo, ya de por si imperfecto.
-¡Me he salido por tu culpa!- grita Graco visiblemente irritado.
Marco mira con cara de circunstancia y encoje los hombros. Graco no sabe muy bien cómo interpretar el gesto y decide pintar con su pintura en el folio de Marco, que, ahora sí, pone cara de pocos amigos. Marco le pega un empujón. Graco le tira la pintura a la cara. El proyectil improvisado le pega en el ojo. Marco llora y ataca a Graco en una mezcla alocada de puñetazos, manotazos y empujones. Graco llora. La seño llega. Lo que faltaba.
Las explicaciones no valen. Las manos extendidas. La regla habla. Es lo que hay. Si te portas mal, si no haces lo que dice la seño, cobras. Así que Graco y Marco, con la cara enrojecida, empapada por las lágrimas, y con atisbos de mucosidad bajo las narices, extienden las manos, las palmas hacia arriba y se disponen, cabizbajos y en silencio, a recibir el reglazo.
¡Plas! ¡Plas! Otra vez a llorar. Los dos, al unísono, aunque más por vergüenza y por orgullo que por la mordedura de la regla.
La campana suena y todos, disciplinadamente, forman fila para salir al patio a jugar. Claro, todos menos Marco y Graco, que se quedan, lloriqueando, sentaditos en sus sillas. Uno junto al otro, sollozando, los labios apretados, gachas las cabezas, rojas las orejas del sofoco y tragándose la rabia. En el patio el griterío, las carreras y las peleas. ¿Y con quién va a pelear hoy Claudio?
Desde luego, cada vez, Graco lo tiene más claro. El cole es un rollo, un rollo patatero. Marco es un imbécil, y la seño… la seño es una bruja que te cagas.


3. UNAS POCAS PALABRAS

Graco lo sabía. No era bueno para recordar fechas, pero sabía que el próximo viernes era el cumpleaños de Julia.
Julia era la chica más guapa de la clase, por lo menos para él. Era tan guapa que Graco no se atrevía ni a hablar con ella. Temía que su lengua se volviese pesada y torpe, que le faltase la saliva y que sus mejillas se tornasen tan rojas como los tomates maduros del huerto de su tío Aurelio. Sin embargo, faltaba una semana para que Julia cumpliese años, y quería regalarle algo muy especial. Eso si se atrevía a acercarse a ella para dárselo.
Pensó en varias cosas que se ajustasen a su reducido presupuesto. Solo contaba con la paga de los domingos, así que tuvo que privarse de comprar muchas chucherías para poder ahorrar un poco más.
Los días pasaron y al final Graco no se había decidido. El jueves, por la noche, pensaba cuánto le gustaría ser un rico mecenas renacentista, o, mejor, un rey moro con un gran palacio de oro, cristal y marfil para regalárselo a Julia por su cumpleaños. Recordó que su madre le había contado algo sobre un palacio en la India que un rey le había regalado a su esposa. Si no podía tenerlo de verdad, dejaría volar su imaginación, como tantas veces había hecho. Sacó el cuaderno que escondía debajo del cajón y se puso a escribir unas pocas palabras.

Ahora no sabes que existo
pero algún día lo sabrás
y entonces te daré
oro, plata y mucho más.

Cuando tenga mi palacio
con torres de plata y oro
necesitaré a una reina
para compartir mis tesoros.

Será la reina más guapa
de todos los reinos
y esa reina serás tú
porque yo te quiero.

Y pasearemos a caballo
por los jardines de palacio
que tendrán flores y columpios
para jugar y columpiarnos.

Y podrán venir nuestros padres,
siempre a visitarnos,
y también nuestros amigos
para pasar el verano.

Será nuestro palacio
el palacio más hermoso
y tú estarás conmigo
¡qué sueño tan maravilloso!

Graco cerró el cuaderno. Sin leer lo que había escrito. Mañana sería viernes y aún no había comprado nada para ella.

4. EL POEMA

No tenía ganas de levantarse. Llovía. Hacía frío y estaba lloviendo. Lo que faltaba. Tomó el desayuno sin ánimo, pensando en que quedaría como un completo imbécil cuando todos entregasen su regalo a Julia y él no tuviera nada. A lo mejor podía fingir que estaba enfermo. Su madre, llamándolo desde el salón, le alejó de sus planes tácticos de escaqueo. Graco apuró de un trago la leche y cogió la mochila. Su madre aguardaba en el pasillo, junto a la puerta.
-Toma –le dijo alargándole un paquete.
- ¿Qué es esto?
- Creo que hoy es el cumpleaños de alguno de tus compañeros.
-¿Y cómo lo sabes? –inquirió Graco extrañado.
-Porque soy tu madre y tengo que saber esas cosas.
Graco tomó el paquete ilusionado. No sabía qué era. Pero su madre acababa de salvarle de hacer el ridículo.
-¿Y qué es?
-Pues unas pinturas y unos cuentos. Venga, ponte el abrigo que vamos a llegar tarde.
Graco salió disparado hacia su habitación ante la desesperación de su madre. Abrió el cajón y extrajo su cuaderno de poemas del fondo. Después, arrancó la página en la que había escrito el poema para Julia, la dobló y la introdujo con cuidado entre los pliegues del envoltorio. Su madre le llamó. Iban a llegar tarde.
El abrigo, los guantes, el paraguas y los charcos. Los charcos… pensó Graco. Eso no estaba nada mal. Le gustaba saltar en los charcos y mojarse los pantalones. De repente, el día había cambiado. No importaba la lluvia, ni el frío. Tenía un regalo para Julia y eso era lo más importante del mundo en ese momento. La fría y lluviosa mañana se había tornado en un día maravilloso con un bonito cielo hormigonado.
Graco pasó la mañana nervioso, lanzado furtivas miradas a Julia, que ese día llevaba la corona de reina, de su reina. Finalmente, la profesora, la bruja del cuento de hadas en el que algún día viviría por los siglos de los siglos con Julia, les dijo que era hora de cantar el cumpleaños y de entregar los regalos. A coro, interpretaron el exitoso y aburridísimo tema, con cierto desafine y a ritmo irregular. Pero eso no importaba. La niña, visiblemente emocionada, comenzó a abrir los paquetes que, uno tras otro, caían en sus manos. Finalmente, llegó el turno de Graco, que suspiró antes de hacer entrega de su paquete. Después, sonrojado, agachó la cabeza y regresó a su sitio. Julia comenzó a desenvolverlo. El corazón de Graco protestaba con violentos golpes, como si aquella tensión no le fuese nada bien. Entre los cuentos, una hoja de cuaderno plegada. Julia la cogió con curiosidad y la desdobló. Rápido, sus mejillas pasaron del rosa pálido al rojo intenso.

Graco no dejaba de oír las carcajadas de todos sus compañeros. Avergonzado, se refugió lo quedaba de tarde en terminar las tareas que la bruja había mandado. Cuando sonó el timbre, Graco se apresuró por ser el primero en recoger y ser el primero en salir de clase. Quería alejarse de allí cuanto antes.
Su madre le esperaba junto al resto de las madres. Seguía lloviendo. El cielo continuaba siendo gris, pero ya no era un gris bonito, sino un gris sucio y turbio que contribuyó a empeorar la sensación de ridículo que se aferraba perniciosa al pecho de Graco.


5. LA JUSTICIA POR SU MANO

Aquel fin de semana irían a la casa del tío Aurelio.
El tío Aurelio molaba un montón. Siempre estaba haciendo cosas raras en el garaje. Tenía muchas herramientas, y muchos trozos de madera, y cachos de chapa oxidada y botes de pintura que impregnaban el garaje de un aroma que a Graco le cautivaba. Vivía en una casa de una sola planta, a las afueras de un pueblo, a una hora en coche desde el barrio y donde no había colegio, ni cine, ni nada. Su madre decía que vivía en el “culo del mundo”. A Graco le daba igual, le gustaba ir a la casa de su tío, y encima, el río estaba a unos pocos pasos.
Cuando llegaron, el tío les abrió las puertas de la valla con una sonrisa. Era todo un personaje. Llevaba un enorme sombrero de paja con los bordes comidos por el tiempo y el uso. En la boca, la pipa, perenne complemento que aromatizaba en exceso cada lugar por donde pasaba. Seguirle la pista, no era nada complicado. Su prima Jimena salió corriendo de la casa en cuanto advirtió el coche de sus tíos. Era una chica guapa, un año mayor que Graco, de grandes ojos azules y pelo negro.
Graco se llevaba muy bien con su prima, y aunque no se veían demasiado, eran buenos amigos y confidentes. De camino al río, se cruzaron con los vecinos, que pronto comenzaron a insultar a la muchacha. Esta se limitó a agachar la cabeza. Graco se volvió irritado. Su prima tiró de su mano.
-Vamos. Son los Valerio, unos gilipollas. Es mejor no hacerles caso – dijo la chica.
-¿Siempre se meten contigo?
-Más o menos… Óscar y Tomás, unos verdaderos imbéciles.
Graco se volvió. Los dos hermanos se alejaban entre carcajadas y algún que otro insulto malsonante dirigido a su prima. Se dio la vuelta. Una piedra cayó cerca de ellos. Era el colmo. Desde luego no iba a dejar así las cosas. Esos dos iban a saber quién mandaba, y si nadie les había dado una lección de modales, recibirían una que no iban a olvidar.
Graco se deshizo de la mano de su prima y corrió tras los Valerio. Jimena le llamó en vano. Sus gritos quedaron perdidos en el aire y el calor del sábado por la mañana.
El pequeño de los hermanos se giró justo a tiempo para ver cómo el puño de Graco le impactaba con fuerza en la mejilla. Su hermano, que se había quedado sorprendido, no tardó en reaccionar y se lanzó a por Graco. Éste se zafó como pudo del ataque y le propinó un rodillazo en la entrepierna. Óscar, el mayor, se dobló, y Graco aprovechó para golpearle con el codo en la nuca. El pequeño de los Valerio se había incorporado y lanzó un tremenda patada que impactó a Graco en el pecho. Éste, sintió que le faltaba el aire. Cayó de espaldas. Óscar estaba encogido en el suelo, sollozaba. Tomás se sentó a horcajadas sobre Graco y comenzó a golpearle en la cara. El muchacho hizo acopio de todas sus fuerzas, se flexionó como hacía en la clase de gimnasia, y golpeó a su agresor con la cabeza en la barbilla. Pudo oír cómo chascaban los dientes. El chico cayó a un lado. Graco se incorporó y se lanzó a por él, pero Óscar se había levantado y le agarró por la espalda, luego le pegó un puñetazo. Graco sintió la sangre caer por la nariz.
Entonces llegaron los padres de los Valerio, que corrieron hacia los muchachos. Instantes después, el tío Aurelio también aparecía, con sus padres y su prima. Los separaron.

Le cayó una bronca tremenda. Todos estaban disgustados, aunque en el rostro de su tío pudo percibir un leve gesto que interpretó como aprobación. Graco se fue a su cuarto disgustado, sintiéndose incomprendido. No era justo. Esos Valerio eran unos cobardes que sólo sabían meterse con las chicas. Apretó la cabeza contra el almohadón y lloró de rabia. Su prima abrió la puerta. Despacio. Se acercó a Graco, que intentaba limpiar las lágrimas de su cara enrojecida. Tenía un moretón bajo el ojo y llevaba un trocito de algodón en la nariz para contener la sangre.
-Gracias –le dijo.
Después, le dio un beso en la mejilla.

6. UNA EXPERIENCIA DESAGRADABLE

Acababan de salir del restaurante. Hacía frío, y una niebla acuosa, cada vez más densa, parecía querer adueñarse de la oscuridad de las calles mal iluminadas por las farolas. El suelo estaba mojado, como los coches y los cristales de los escaparates, que a esas horas, mostraban, silenciosos, los productos objeto de deseo del consumidor compulsivo que habitaba la ciudad. Su madre se agarró con fuerza al brazo de su padre. Graco caminaba distraído, delante de ellos, absorto en la oscuridad y el silencio envolvente de la noche. Casi nunca solía estar hasta tan tarde fuera de casa, por eso, aquella noche, era algo especial. Sentía una llamada cautivadora, se sentía totalmente integrado entre el frío, la niebla y el silencio.
Su casa no quedaba lejos. No había estrellas en el cielo, o si las había, Graco no podía verlas. Desde la casa del tío Aurelio se podían contar a centenares, pero por mucho que lo intentaba, no podía ver ni la osa, ni el osito, ni el dragón. Eso sí que le gustaría, ver un dragón inmenso recortándose entre la oscuridad del cielo mientras soltaba continuas ráfagas de llamaradas iridiscentes
Llegaron al parque. Silencioso. El barco pirata, en el que tantas veces había jugado, estaba anclado en medio de la tierra mojada. Después de surcar mil mares, sufrir cientos de motines a bordo, con decenas de bravos piratas al timón y un frenético correteo por cubierta, el sol se había marchado y el frío de la noche había dejado paso a la calma. Graco se paró. Le pareció haber oído algo. Sus padres se acercaron.
Forzó los ojos. Entre los jirones neblinosos que parecían pinceladas sueltas de un gris sucio en un lienzo de tonos negros, Graco atisbó tres figuras. Parecían pelear. Su madre le agarró con fuerza. Su padre salió corriendo de inmediato. Graco, que ya no era tan pequeño, se libró de los brazos de su madre y salió corriendo detrás, llamando a su padre a voces.
Una chica estaba en el suelo, con la blusa rota. Se la veía el sujetador. Tenía la falda levantada y las bragas a la altura de los tobillos. Lloraba. Uno de los chicos la estaba sujetando por las manos mientras el otro, arrodillado frente a ella, trataba de abrocharse, o desabrocharse, los pantalones.
Su padre irrumpió llamando “hijos de puta” a los chicos que trataban de forzar a la chica. Graco sólo vio el fugaz destello del acero. El que agarraba a la chica por las manos se había levantado y blandía su navaja amenazante. La muchacha trató de incorporarse, pero el chico que estaba sobre sus piernas la golpeó en la cara haciendo que volviese al suelo de forma violenta.
Graco miraba, hipnotizado, el brillo de la navaja. Estaba petrificado. Los dos chicos, visiblemente irritados por la interrupción, se levantaron. Su madre también había llegado. Demasiado público inesperado. Los muy miserables se dieron la vuelta y echaron a correr por el parque. La oscuridad no tardó en engullirlos, envolviendo con su oscuro y húmedo manto sus formas grotescas que se diluían.
El padre de Graco se apresuró a quitarse el abrigo y a tapar con el a la chica, que había quedado encogida y temblorosa en el suelo húmedo del parque. Luego hizo una llamada desde el móvil. Al poco rato las sirenas rompían el silencio. Su madre estaba junto a la chica. Lloraba. Ambas lloraban.


7. UN CONCIERTO MÁGICO

Al principio se mostró reticente. ¿Para qué necesitaba ir a un concierto? Seguro que sería aburrido. Sin embargo, su madre se había empeñado en sacar las entradas y en que los tres fuesen a ver un concierto de música clásica al nuevo auditorio de la ciudad.
Situado junto al río, el auditorio era una obra imponente. Para su sorpresa, le gustó más de lo esperado, pues el edificio se asemejaba a los que aparecían en la serie de Batman, aunque claro, en vez de papel y tinta azul y negra, en la vida real se usaban bloques de piedra de color gris oscuro. La construcción se elevaba un par de decenas de metros por encima de la cabeza del muchacho. Desgraciadamente, el interior, no le resultó tan interesante. Al final, iba a tener razón, aquello era un rollo. Cuando les picaron sus entradas, pasaron a un espacio enorme cubierto por una cúpula a base de casetones rojos y dorados que albergaba numerosas esculturas de los más ilustres compositores que habían aportado, a la historia de la música, su particular piedra angular. Aunque eso, a Graco le daba lo mismo. Ninguno de esos nombres le decía nada. Del techo, altísimo, se descolgaban unas grandes lámparas de delgados brazos de acero y cristal, con decenas de velas perfumadas que otorgaban al espacio una cálida luz ambarina a la vez que una fragancia suave y dulce que invitaba al sosiego.
Cuando entraron a su zona de butacas, situada frente al escenario, no pudo contener una apagada exclamación de sorpresa. Frente a él, de forma ordenada y sobre una alfombra roja, descansaban, junto a las sillas aún vacías, violines, violonchelos, trompas, bombos y trombones. Sin embargo, no fue eso lo que más le llamó la atención, sino el agua, el agua que fluía bajo el piso de cristal que habían colocado delante del escenario. De alguna forma, habían canalizado parte del caudal del río para que fluyese junto al escenario de forma lenta y silenciosa.
Las butacas fueron ocupándose. Graco miraba boquiabierto, en silencio. Después, las lámparas que colgaban desde el techo se apagaron, y alrededor de la sala, ya completamente llena, unas débiles llamas azuladas emergieron de alguna parte de las columnas que dividían los palcos laterales. Luego, mágicamente, el agua del río que fluía bajo el cristal se tornó de un color azul fluorescente irradiando una luz suave que iluminaba el frontal del escenario. La gente aplaudía. Graco también. Los músicos salieron por unas puertas laterales, de forma ordenada, sobria y silenciosa. Ocuparon sus asientos, tomaron sus instrumentos y de forma desacompasada arrancaron las primeras notas para la afinación final. El director salió después. Más aplausos. Se volvió hacia el público, se inclinó en una formal reverencia y, después, se giró con las manos en alto hacia la orquesta.
Las primeras notas se clavaron en el pecho de Graco arrancándole una sensación hasta entonces desconocida. La pureza y la fuerza del sonido resonaban en una febril melodía de ensueño que le hizo perder el contacto con la realidad mientras se dejaba llevar por el aluvión de notas. Graco se contuvo para no llorar por la emoción. Uno tras otro, los temas elegidos se interpretaban con sutileza. Por un momento, perdió la noción del tiempo, se dejó llevar lentamente, como el agua que fluía a los pies del escenario acompañando a las hermosas melodías.
Finalmente, las luces azules desaparecieron, el río perdió su mágica tonalidad azul y las lámparas del techo volvieron a inundar el auditorio con su luz anaranjada. Graco se levantó. El público se puso en pie y una explosión de aplausos inundó el auditorio. Graco estaba ebrio de entusiasmo, acababa de descubrir la música.


8. SIR GRACO

No podía ser. Aquél engreído con su armadura oscura había derribado a Marco, el mejor caballero del rey. Ahora, exigiría quedarse con la princesa Julia. No podía permitirlo. Graco nunca había derribado a Marco en una justa, pero si quería impedir que Julia se marchase con ese caballero negro debía realizar su mejor combate.
Acarició a su caballo mientras le susurraba unas palabras al oído. Después, se dirigió hacia el palco en el que estaba el rey, con cara de pocos amigos y necesitado de un brazo fuerte que impidiese que su hija se marchase con el enigmático caballero de armadura negra.
Graco desenvainó la espada y se arrodilló.
- Majestad, juro por mi honor de caballero que lucharé hasta la muerte por la princesa.
- Sois muy valiente, joven Graco, pero creo que no tenéis ninguna posibilidad. Ha derribado a Marco, que nunca antes había tenido rival en el reino – respondió el rey desanimado.
- Aún así, es mi deber luchar por la princesa, y si he de dar mi vida por defender el amor que la profeso, prefiero vagar por el Más Allá a continuar mis días sabiéndome deshonrado.
Julia se sonrojó y buscó la mano de su padre, que apretó con fuerza, clavando las uñas, de puro nerviosismo, en la piel envejecida de su padre.
- Que así sea, joven caballero. Que Dios os guarde y os guíe en el combate.
Graco se puso en pie. Se dirigió hacia su caballo. Montó. Su escudero, raudo, le acercó el yelmo, coronado de plumas blancas, y la lanza. Se aseguró de que la espada estuviese bien sujeta al cinto, tomó el escudo y se bajó la visera. Respiró hondo mientras contemplaba, por las rendijas, como el caballero negro se preparaba para cargar. Se hizo el silencio en las gradas, donde los nobles y los campesinos del reino se habían congregado para seguir el desarrollo de los acontecimientos.
El caballero negro espoleó a su caballo, también negro, que relinchó y se alzó sobre las patas traseras antes de iniciar su carrera. Graco respiró, sujetó con fuerza la lanza y con una leve presión de los pies indicó a su corcel que había llegado el momento. Las lanzas chocaron con violencia sobre los escudos y se astillaron. Ambos caballeros cayeron al suelo. Graco se levantó presto y desenvainó. Su rival hizo lo propio. El caballero negro atacó primero. Graco alzó el escudo para parar el golpe. Después, atacó. Las espadas silbaron y chocaron en el aire. Graco, defendiendo y atacando, se giró hasta ponerse de espaldas al sol. Entonces, atacó con su espada, el caballero negro paró el golpe. Era el momento, Graco dejó caer el escudo un poco, dejando parte del pecho al descubierto, esperando la acción de su oponente. Éste, viendo la oportunidad, embistió con la espada, pero Graco sabía lo que tenía que hacer, por lo que giró el escudo, desvió el golpe y atacó. Su espada hirió al caballero negro en el pecho, atravesando la armadura y la cota de malla. Se desplomó en el suelo. El público, que había enmudecido, estalló en vítores y aplausos. Las trompetas sonaron. El rey se levantó y aplaudió dejándose llevar por la euforia.
Graco guardó su espada, se sacó el yelmo y se dirigió hacia el palco real. Se arrodilló. El rey y la princesa, acompañados de la reina y los portaestandartes, descendieron. Julia salió corriendo a su encuentro. Graco radiaba de felicidad. La princesa, con las mejillas encendidas, le dio un tímido beso.
El público aplaudía, cayó el telón y seguían los aplausos. La función de fin de curso había sido un éxito. Los padres de los alumnos continuaron aplaudiendo un rato. Mientras, Graco sentía un enorme pesar porque todo aquello sólo hubiese sido una representación teatral. La idea de pasar unos meses sin ver a Julia no le entusiasmaba demasiado.


9. UNA DE MAYORES

Habían quedado en el parque. Claudio les había prometido llevarles algo muy especial, algo para mayores. Graco no sabía a qué se podía referir su amigo. Le picaba la curiosidad… algo para mayores… Marco había llegado antes y esperaba tumbado a la sombra de los pinos, leyendo un cómic de Spiderman, uno en el que el superhéroe se enfrentaba al malvado duende verde. Claudio llegó inmediatamente después, con una sonrisa de oreja a oreja.
- Bueno, ¿y qué es eso tan especial? – preguntó Graco intrigado.
- Es algo que le he cogido a mi hermano, prestado…
- ¿Le has quitado algo a tu hermano?
- Se lo he cogido prestado, no creo que se entere.
- Pues más te vale, porque como se de cuenta te va a caer la del pulpo – intervino Marco –. ¿Viste cómo le puso ayer al Antoñito?
- Jo, es verdad… - corroboró Graco haciendo referencia a la pelea de la tarde anterior, en la que el hermano de Claudio le sacudió a un chulito del barrio.
- Bueno, a ver, y qué es eso que nos tienes que mostrar.
Claudio se levantó la camiseta y cogió una revista que llevaba a la espalda, sujeta con el borde del pantalón. Miró la portada, hizo un gesto de aprobación y se la mostró a sus amigos.
- ¡Joder! – exclamaron los dos al ver a la pedazo de tía buena que salía en la portada de la revista, desnuda, con las tetas al aire.
- Pues veréis el interior, ¡te cagas! – dijo Claudio, orgulloso de que su sorpresa hubiese gustado a sus amigos.
Graco no había visto nada igual. Hombres y mujeres, completamente desnudos y en posturas imposibles, hacían una serie de cosas que jamás se le hubiese ocurrido que un hombre y una mujer pudieran hacer.
- ¿Y esto es lo que hacen los novios? – preguntó un tanto desorientado.
- ¿Tú eres tonto? ¿No ves que estas son putas? Si le dices de hacer esto a Julia seguro que te pega un guantazo que te espabila – respondió Claudio haciéndose el listillo.
- Jope, tío… mira, mira… - Marco estaba entusiasmado. Señalaba una página en la que un hombre parecía disfrutar mucho en compañía de dos mujeres. Graco parpadeó tratando de asimilar lo que veía. Al parecer, sus dos amigos estaban a años luz de él en cuanto a conocimientos sexuales se refería.
- ¿Y también se puede con dos? – preguntó, ya que aquello le parecía de lo más raro.
- Definitivamente, estás tonto.
Pasaron un rato mirando la revista. Después, Claudio volvió a guardársela en la espalda.
- ¡Hale!, andando, que tenemos partido en las pistas – dijo una vez se colocó la camiseta, orgulloso de que su sorpresa hubiese causado el efecto esperado.
Los tres se pusieron en pie, sintiendo aún la excitación entre sus piernas, Graco pensando en que la suya no era tan grande como para hacer todas esas cosas que había visto y que tanto parecía gustarles a las mujeres.
Y bajo el tórrido sol de julio, se fueron caminando hacia las pistas para jugar un rato al fútbol. El cómic de Spiderman se quedó a la sombra, olvidado bajo los pinos del parque.


10. CUESTIÓN DE SUERTE

-Aquí tienes, bajas a la pastelería y compras la tarta. Ya sabes cuál es.
Graco tomó el dinero y bajó a la calle. Era el cumpleaños de su padre. El tío Aurelio y su prima Jimena venían de camino. Iba a ser un día guay. En el parque, se encontró con la pandilla de los mayores. Estaban jugando a alguna cosa, todos en círculo. Graco se acercó. Era un juego simple. Tres cartas, una apuesta al número más alto. Algunos chicos estaban ganando bastante dinero.
-Yo también quiero apostar.
-¿Tienes pelas?
-Vamos tío, es un crío – intervino el hermano de Claudio.
-No soy tan pequeño, además, tengo pasta, mira.
Graco mostró su billete. Pensó que si ganaba algo de dinero podría comprar la tarta y sacarse algo para divertirse por la tarde con su prima y sus amigos. Sólo era cuestión de suerte, y algunos jugadores parecían contentos.
-Tú mismo chaval.
Graco hizo su apuesta. Estaba ilusionado. Las cartas se volvieron.
-Hoy no es tu día. Has perdido. Lo siento enano, quizá en otra ocasión.
El hermano de Claudio le dirigió una mirada que interpretó como un “ya te lo dije, no te metas en las cosas de mayores”. Graco se quedó pensativo. Había perdido el dinero. Tenía un problema. Se apartó del grupo y se quedó mirando un rato, sentado en un bordillo. Al poco tiempo, llegó un coche y otros tres muchachos, algo mayores, bajaron. El hermano de Claudio parecía conocerles, porque se acercó a ellos y les estrechó la mano. Después, sacó unos cuantos billetes del bolsillo y se los entregó. Los tres se marcharon por donde habían venido, pero llevándose su billete, y los de otros, con ellos.
Entonces se dio cuenta. El dinero no se quedaba allí. Quizá sólo un poco. Pero la mayor parte iba a parar a otras manos. Y se dijo que algún día, esas manos serían las suyas.

Cuando volvió a casa, no supo dar una explicación coherente. No quería mentir, ni decir la verdad. Le cayó un buen rapapolvo. Celebraron el cumpleaños de papá, pero no comieron tarta.

ADOLESCENCIA
(Graco al poder)

11. HUMO, GENTE Y ALCOHOL

Prefería el sonido estridente de los riffs de guitarra de Kurt y el agrio sabor de la música de Nirvana, pero aquel grupo no sonaba nada mal. El garito estaba lleno de humo, de gente y de alcohol. Graco se había acercado el vaso a los labios cuando le empujaron por la espalda. El whisky le empapó la camisa.
- Perdona…
Se giró, malhumorado, para encontrarse a una chica de unos dieciséis años, de grandes ojos negros ligeramente almendrados y visiblemente consternada por el altercado.
- He tropezado, lo siento…
- No pasa nada, pero podías tener un poquito más de cuidado – contestó más apaciguado ante el hechizo de la belleza de la chica.
- Encima te he manchado la camisa. Lo siento.
- Eso ya lo has dicho. Soy Graco, y creo que te va tocar pagarme la copa – dijo dibujando una sonrisa divertida.
- Me parece justo. Me llamo Elisa.
Dejándose guiar por el perfume dulzón de Elisa, se abrieron paso entre la multitud hasta la barra. Ella pidió dos JBs y una botella de agua. Se dispuso a pagar.
- A esta invita la casa, guapa – respondió el barman que había percibido el discreto gesto que Graco le había hecho a espaldas de la chica.
- Vaya, creo que al final te va a salir gratis el empujón…
Dialogaron un rato. Ella era divertida. Divertida y guapa. El grupo seguía tocando sobre el escenario, que cada vez quedaba un poco más eclipsado por el denso cortinaje de humo que crecía en local.
-¿Tomamos un poco de aire fresco?
- Buena idea, esto está un poco cargado.
Salieron a la calle. Sin darse cuenta, sus dedos se habían entrelazado por el camino. Elisa condujo a Graco al callejón lateral. La música apenas se oía. Ella le besó con frenesí experto. Graco no supo muy bien cómo reaccionar. La rodeó con sus brazos y la atrajo hacia sí con fuerza, sin dejar de besarla, saboreando uno de sus primeros besos. Después, sus manos lograron eludir la tela de su camiseta para comenzar a recorrer la espalda de Elisa. Su piel era suave y caliente. Sus dedos juguetearon con torpeza con el broche del sujetador hasta que lograron soltarlo. Elisa le dejaba hacer, besándolo y notablemente excitada, como él. Instantes después, su mano acariciaba los pechos de ella, que comenzó a besarlo en el cuello mientras sus manos, más expertas que las de Graco, comenzaron a desabrocharle la hebilla del cinturón. Seguidamente, se vio desprendido de su camisa manchada de whisky. Elisa bajó con sus labios, besando su torso desnudo hasta rozar con su lengua el borde superior de sus vaqueros. Dejándose llevar por el momento, Graco levantó la falda de la chica para seguir con su exploración. No llevaba ropa interior, pero su sexo estaba húmedo y caliente. Sus dedos juguetearon unos breves instantes. La muchacha gimió y le abrazó con fuerza mientras clavaba sus dientes en el cuello de Graco. Éste la levantó, la apoyó contra la pared y ajustó su posición para penetrarla. Elisa volvió a gemir.
Cuando terminaron permanecieron unos minutos en silencio, abrazados con sus cuerpos sudorosos. Después, sus labios se encontraron otra vez. Graco le miró a los ojos. En sus pupilas negras pudo ver un fugaz centelleo que no supo bien cómo interpretar. Elisa le atrajo hacia sí y volvieron a besarse.

12. AHORA MUEVO YO…

Lo último que recordaba, antes de volver a dormirse, era el ruido de la cerradura y el motor del coche de sus padres que se perdía entre las primeras horas del amanecer. Después, con la satisfacción de saber que se quedaba solo en casa durante el fin de semana, y pensando en la que se iba a montar, volvió a quedarse dormido.
Despertó unas horas más tarde, aunque vagueó tumbado en la cama. Rebuscó bajo el colchón. Sacó el paquete, aplastado y maltratado, y encendió un cigarrillo. Dejó volar sus pensamientos entre el humo gris que se diluía a medida que ascendía. Lo mejor de todo era que no tenía que ventilar la habitación hasta el domingo por la noche.
Cuando apuró el cigarro se levantó. Se contempló en el espejo del cuarto de baño. Sí, era guapo. Guapo y bien formado. No le extrañaba que una piba como Elisa se hubiese fijado en él. Hay que joderse cómo se las gastaba el destino, un simple tropiezo y había subido a lo más alto del escalafón. Sus colegas estaban que lo flipaban, sobretodo cuando les contó su experiencia en el callejón. De perseguir a Julia cada día, de ser una simple marioneta, había pasado a liarse con una tía de cuidado.
Marco y Claudio llegaron antes del medio día. Pidieron pizza, pusieron a tope la cadena y mientras sonaban los temas de MetallicA, Nirvana y Guns N’Roses comenzaron los preparativos para la gran fiesta. A la caída de la tarde, empezaron a llegar los primeros invitados. Algunos habían conseguido sacar el carné de conducir, por lo que la calle comenzó a llenarse de coches.
Julia y sus amigas no tardaron en aparecen. Ella estaba muy guapa, con su minifalda y sus botas altas, su pelo suelto y ligeramente maquillada.
-¿Tomáis algo?
En calidad de anfitrión, Graco se puso a servir ponche con naranja y ron con limón. Poco a poco, la cosa se iba animando. Quique llegó con sus tres amigos. Eran colegas del instituto, y a Graco no le pasaba desapercibido que éste estaba colado por Julia. Desde luego, la cosa iba a estar interesante. En cuanto el chico la localizó se acercó a ella. Los dos parecían entenderse. A Graco no le hacía mucha gracia. En un par de ocasiones se fijó que Julia lo buscaba con la mirada, pero cuando sus ojos se encontraban centraba de nuevo su atención en la conversación con Quique.
Se sirvió un whisky y encendió un cigarro. Sonaba Highway to Hell de AC/DC. La gente se lo estaba pasando bien.
- ¿Y esos? – preguntó Marco en referencia a Julia y Quique que parecían estar intimando demasiado.
- Son jóvenes y guapos – fue la escueta respuesta de Graco.
Entonces llegó Elisa acompañada de una amiga. Sonrió al verle.
- ¿No me jodas que también la has invitado a ella?
- Por supuesto.
- ¡Joder tío! Ya te vale…
Graco dio una última calada, apagó el cigarro y fue al encuentro de Elisa. Ella le recibió con un abrazo y un beso que le hizo saborear las mieles del cielo.
Desde luego, la fiesta iba a ser la hostia…

13. ENTRE DAMAS

La partida se alargó un poco más de la cuenta. Entre whisky y póquer se habían marchado casi cuatro horas. Había quedado con Elisa, pero ya llegaba tarde. Llovía. Marco charlaba con Claudio y unas cuantas chicas en la barra. Al acercarse, Graco comprobó que eran del grupo de Julia. Ella no estaba. Estaría con su novio, pensó.
- Joder, tío, ¿dónde te has metido?
- Jugando. ¿Habéis visto a Elisa?
- Pues sí, se marchó hace un rato. Me dijo que le había surgido algo y que no podía esperar para contártelo – informó Claudio.
- Joder…
- Vaya, ¿ahora llevas correa? – intervino sarcásticamente una de las chicas.
- ¿Y a ti qué coño te importa?
No era un buen día. Perder estas tres manos seguidas no le había sentado bien. Salió fuera para llamar a Elisa al móvil. Seguía lloviendo. Con ganas. Empezó a marcar cuando vio llegar a Julia, corriendo, con la cazadora sobre los hombros y tratando de cubrirse la cabeza con las manos. No terminó de marcar el número.
- ¿Pero cómo se te ocurre venir así con la que está cayendo? – menuda chorrada de pregunta, parecía un crío.
- Ya ves, y tú ¿qué haces aquí con la que está cayendo?
- Trataba de llamar. Dentro no hay quien se entere.
Cojonudo, cada vez lo hacía mejor.
- Ya, a Elisa, ¿no?
- ¿Te pasa algo? – parecía haber recuperado su tono de voz, apartando todo deje infantil que tanto le molestaba.
- Pues sí, Graco. Me parece que eres un gilipollas
- No me jodas, Julia… ¿ahora me vas a venir con esas?
- Es que no sé por qué tienes que estar con ella.
- ¿Y es que tú no estás con el Quique de los cojones? Y yo no te digo nada. Ya sabes lo que hay.
- Pensaba que yo te gustaba…
- No me jodas, Julia… por ahí no…
- Y no estoy con él, eres un verdadero gilipollas.
- Pues yo os vi muy acarameladitos en mi fiesta…
- Tú eres gilipollas, Graco…
- A ver si ahora lo vas a negar. Joder, Julia, que lo he visto.
- Tú sólo ves lo que quieres. Yo sí que te he visto besarte con esa…
- Pues claro que me has visto, ¡no me jodas! Estamos juntos…
- Pensaba que… de verdad, eres un gilipollas.
Julia se dio la vuelta y se marchó. Otra vez bajo la lluvia. Quiso contener las lágrimas, pero aún así pudo sentir como éstas se deslizaban por sus mejillas.
Graco se quedó callado, viendo como Julia cruzaba la calle y se perdía entre el asfalto y el hormigón mojados de la ciudad. A su alrededor, todo continuaba fluyendo en su continuo devenir hacia ninguna parte. En el interior, algo se había parado, alguna cosa que en ese momento no pudo concretar. Y una desazón le invadió el pecho.

14. PASOS AL VACÍO

Aquella era la parte más sombría de toda la ciudad. En todos los sentidos, en toda su amplitud. De los callejones mal iluminados, surgían grotescas formas femeninas que vendían la ruina de un cuerpo maltratado por la vida y los años. Graco caminaba abstraído entre el decadente escaparate de furcias, chulos, borrachos, vagabundos y aspirantes a delincuentes que, con toda probabilidad, acabarían sus días tirados en alguno de esos callejones alimentando el anonimato de las vidas efímeras e insulsas que se queman día tras otro.
La vibración del móvil le saco de la oscuridad de sus pensamientos.
- Eh, tío, ¿dónde coño estás?
- Dando una vuelta.
- ¡No me jodas! Pues ya estás moviendo el culo. Tenemos fiesta en el local de mi hermano.
- No tengo muchas ganas de fiesta, Claudio…
- Venga ya…no jodas. ¿Dónde estás?
- Ya te lo he dicho, dando una vuelta.
- Vale, como quieras. Ya sabes dónde estamos.
Volvió a guardar el móvil. De entre la boca oscura de uno de los callejones, que parecían infinitos en los suburbios, surgió un cuerpo enjuto, de aspecto desaliñado, que con voz cansada y peste a alcohol, le pedía un cigarrillo. Sintió ganas de patear aquel cuerpo enfermo, pero pensó que él no valía mucho más. Graco se llevó la mano al bolsillo y sacó su paquete. Aún quedaban algunos cigarros. Tomó uno, se lo colocó en la oreja, y le entregó el resto al personaje.
Continuó su camino entre las sombras. Perdido en la noche, sin rumbo, sin prisas. Pensando en todo, en nada. Comenzó a llover. Recordó a Julia y como su silueta se perdía a lo lejos, bajo la lluvia, la misma lluvia en la que ahora él se diluía. Y vio sus ojos, sus ojos que apenas podían contener las lágrimas. Un neón azul parpadeaba en la esquina. Un tugurio, un antro oscuro, apestoso. Un refugio. Se colocó en una esquina de la barra. Pidió whisky. Tomó el único cigarrillo que le quedaba. Rebuscó en sus bolsillos y sacó la libreta, su libreta, su esencia, su más fiel confidente. Los versos fluyeron después del primer sorbo y las dos primeras caladas.

He visto un brillo acuoso
Fundirse con tus ojos
Y he leído en tu mirada
Sentimientos que callados
Brotaban de la nada…

No sé si vivo un sueño
Si es venganza lo que quiero
Tantos pasos al vacío
Y cuando piso en tierra firme
La senda adoquinada
De adoquines amarillos
Se mezcla con tinieblas…

Y los demonios de la noche
Me engullen con su llanto
Y tremendas risotadas
Hacen en eco en mi memoria…

Yo que creí haber vencido
El peso de tu amor que en mi pasado
Hizo mella en mi camino
Y al que siempre he estado atado…

Mas hoy me he dado cuenta
Al encontrarse nuestros ojos
Que los rescoldos del pasado
Que creía muertos, apagados,
Siguen vivos en mi pecho…
Quemado

15. EN LO BUENO Y EN LO MALO

En la vida también hay días tristes. No podía creerlo. Esas cosas pasaban, pero nunca le habían tocado tan cerca. Se acababa de levantar para ir al instituto. A primera hora química. Cojonudo, pura dinamita, como el sabor de un cigarro cuando tienes placas en la garganta.
El teléfono sonó antes de que entrase al baño. Era Claudio.
La noticia le dejó helado, descolocado, fuera de juego, como un gancho directo que lo lanzó a la lona.
Tragándose la rabia, se vistió. Se puso lo primero que tenía a mano: la ropa arreguñada que se había quitado hacía unas horas, la ropa de la noche anterior.
Salió a la calle. Hacía frío. Apretado en su abrigo, desayunando nicotina, esperó. Claudio no tardó en llegar. Subió al coche. En lo que duró que el trayecto apenas cruzaron un par de palabras. El hospital quedaba al otro lado de la ciudad. Un edificio enorme, de paredes blancas ensuciadas por el efecto de la lluvia y la polución, con ventanas diminutas que horadaban los muros de hormigón.
Marco, con los ojos enrojecidos, se separó de los brazos de su hermana en cuanto los vio llegar. Los tres se fundieron en un abrazo.
El padre de Marco acababa de fallecer. Su madre se encontraba en estado crítico. Su vida pendía de un hilo, de un hilo del que la medicina trataba de tirar y amarrar a un asidero seguro. Había sido un accidente. Un camión se les echó encima. No hubo manera de evitar la colisión.
Aguantaron en silencio, soportando el peso de las horas, esperando a que los médicos informasen sobre la evolución de la madre de Marco. A la sala de espera llegaron algunos familiares. Después, más amigos; entre ellos, Julia. Al parecer, las aulas iban a estar más vacías que de costumbre. Graco permanecía sentado, en silencio, tragándose la rabia. Julia se abrazó a Marco. El muchacho estaba deshecho.
- ¿Estás bien? – las palabras de Julia le sacaron de su ensimismamiento.
Graco se levantó y se limitó a negar con la cabeza. Se miraron a los ojos y se abrazaron. Entonces apoyó la frente sobre su hombro y lloró.

16. LA PERLA

Un desastre. La partida había sido un completo fracaso. Ese cabrón de Alex jugaba bien. Apretando los dientes, Graco se levantó de la mesa.
- Mañana la pasta.
- Tranquilo, tío. La tendrás.
- Más te vale Graco. Ya te lo dije.
Si decir nada salió. Estaba jodido. Bien jodido. Jodido de cojones. ¿De dónde iba a sacar el dinero?
Casi amanecía cuando llegó a casa. Intentó abrir sin hacer ruido y escurrirse hasta su cuarto como una serpiente viscosa, como el áspid que era.
- ¿Y estas horas?
- Llego un poco tarde, lo siento.
- ¿Un poco tarde? Graco son casi las ocho…
- ¡Joder mamá, ya te he dicho que lo siento!
- Graco ¿te pasa algo?
- ¡Que no joder, déjame!
Su madre cerró la puerta. Algo pasaba, algo que no era capaz de descubrir. Lo perdía, cada día se alejaba un poco más… al abismo.

Graco debía pasta, una pasta que no tenía de dónde sacar. La cosa pintaba mal. Sin poder dormir, en su cabeza dibujaba una y otra vez la misma mano. La última mano. Una jota y un diez: la perla. Lo tenía todo a su favor, pero ese cabrón de Alex se sacó dos damas y destrozó su full con un póquer. ¿Cuál era la probabilidad de obtener póquer? Podía tirarse toda su vida jugando y no ligar un póquer jamás. Quizá si hubiese estudiado más matemáticas… ¡A tomar por culo! No servía de nada. Ahora le debía pasta. Los minutos pasaban deprisa. El sueño no venía. Volver atrás no le ayudaba.
Se hizo el dormido cuando la puerta de la habitación volvió a abrirse. Después, aguzó el oído hasta asegurarse de que sus padres salían de casa. Se levantó de la cama. Desde la ventana pudo ver cómo el coche se alejaba.
No tenía otro remedio. Si no pagaba… Era su única opción. El corazón le latía con fuerza, protestando en el pecho cuando entró en el dormitorio de sus padres. Abrió el cajón de la cómoda y sacó la caja de puros que se ocultaba al fonto. Maldiciéndose, tomó el dinero y lo apretó en la mano. Ya estaba. Lo había hecho. Salvaría el pellejo, pero a un precio repugnante.

17. SAN VALENTÍN

Catorce de febrero. San Valentín. Menuda mierda. Era como si alguien hubiese cogido ese día y lo hubiese envuelto en un papel gigantesco de regalo. Rojo. Brillante. Con corazones.
La gente es boba. Por lo menos quienes desenfundan la tarjeta y los billetes. Graco no tiene tarjeta. Ni billetes. Pero es San Valentín. Elisa se retrasa unos minutos. Graco fuma un cigarrillo. Esperando. Observa a las parejas que hoy parecen más ñoñas que de costumbre. Caminando sin prisa, abrazadas, cuchicheando. ¿Fingiendo? ¿Y por qué van a fingir? No está pasando por su mejor momento, y por mucho que salga el sol y el cielo se pinte del azul más bello, para Graco todo seguirá siendo frío y gris.
Por fin llega. Preciosa, como siempre. Una parte de su corazón recibe la radiación de su sonrisa. La otra parte se sumerge más en las tinieblas. Frías, oscuras. Sus labios saben a fresa, su cuello huele muy bien, a ese perfume dulce que ni le empalaga ni le deja indiferente.
Elisa le entrega un paquete, pequeño, envuelto en papel de regalo. Rojo. Brillante. Con corazones.
- ¿Y esto? Ya sabes que no soy de los que se dejan arrastrar por convencionalismos…
- Es una tontería. Lo vi y me gustó.
Elisa se muerde el labio en un gesto que a Graco le produce cierta excitación. Está guapísima. Si continúa mirándole a los ojos no podrá resistir el impulso que lo embarga. Decide centrar su atención en el regalo. Gira el paquete buscando los celos, que despega despacio. Es una caja pequeña. En su interior un zippo. Elisa ha hecho que graben unas palabras: “La fortuna favorece a los audaces. Te quiero. Elisa”.
- Vaya… es precioso. Muchas gracias. Siempre quise tener uno de estos…
- De nada. Te dije que sólo era una tontería.
- No lo es, en absoluto. Me gusta mucho. Y lo que hay escrito también.
Vuelven a besarse fundiéndose en un todo, transformándose en una pareja más de las muchas que caminan por el parque.

El día transcurre despacio, a cámara lenta, como si fuese un sueño, un episodio aparte de su vida. Caminan junto al río, cogidos de la mano, agarrados de la cintura, cuchicheando. Quizá el catorce de febrero sí sea un día especial.
Graco no quiere que se marche, pero es tarde y Elisa tiene que volver. El último beso es más largo, más dulce.
Regresa de nuevo a casa, pensando. En el parque del barrio aún hay gente. Quizá estén por allí Marco y Claudio. Decide dar una vuelta. En uno de los bancos, junto a la fuente, distingue a una pareja. Graco se para, de forma mecánica, como si una pieza se hubiese partido en su interior. Es Julia. Con Quique. El chico la agarra por la cintura y la atrae. Después, la besa. Julia le abraza. Graco no puede apartar la mirada, y del lado frío y oscuro de su corazón brotan esquirlas de hielo que desvanecen el calor del día. Busca en el bolsillo, coge un cigarro y lo enciende. Mira el zippo. “La fortuna favorece a los audaces…” pero esta vez, Graco no termina de leer las palabras escritas en el mechero. ¿San Valentín un día especial? Menuda mierda.

18. SI EL WHISKY NO TE ARRUINA…

-Muchas veces tendemos a complicar las cosas. Todo es más sencillo sin pensarlo demasiado. ¿Qué esperabas? Concéntrate en lo que tienes.
-Eso es más fácil decirlo que hacerlo.
-¿Tú crees? La vida es una jodienda. Vive el momento. En un mundo efímero debes inhalar cada instante con ferviente frenesí.
-Un consejo cojonudo…
-Es una chica fantástica. Y te quiere a ti.
-Sí, lo sé… pero no puedo frenar el impulso de querer pegarle un puñetazo al gilipollas de Quique.
-Eres un egoísta. Has estado toda la vida detrás de ella y nunca te has decidido. Elegiste subir a otro barco. Y también de lujo. Cuántos quisieran billete para emprender tu viaje junto a Elisa
-Joder… ya lo sé, eso no hace falta que me lo digas.
-Sí, sí hace falta. Cuando algún día todo se vaya a la mierda te acordarás. Ya sabes lo que dicen, que las cosas no se valoran…
-Vale, Kurt, no me jodas. ¿Ahora vas a sacar a relucir frases fáciles?
-Oye tío, eres tú el que ha venido a hablar conmigo. Tienes toda una vida por delante. Todo es barro, aún estás a tiempo de darle forma. Cuando seque sólo puedes volver atrás rompiéndolo, jodiéndolo todo, ¿entiendes?
-¿Eso es lo que te pasó a ti?
-No estamos hablando de mí, Graco.
-Ya, vale. Pero no puedo remediarlo. Joder… me voy a volver loco.
-Mira tío, creo que te iría bien poner tierra de por medio. Unos días, hasta que te aclares. Tómatelo como unas vacaciones…
-Para vacaciones estoy yo, ¡no te jode! No tengo un puto duro. No tengo la suerte de ser una estrella del grunge y ganar pasta a montones.
-¿Y qué me dices de tu tío Aurelio? Hace tiempo que no vas por allí. Seguro que él y tu prima Jimena, se alegran mucho de que vayas a pasar un fin de semana, o unos días.

Quizá no fuese mala idea. Hacía tiempo que no iba a visitar a su tío ni a su prima. Un cambio de aires no le vendría mal.
En la casa del tío Aurelio, el tiempo parecía haberse detenido, salvo para ella. Su prima ya no era una chiquilla; se había convertido en una joven de singular belleza. Estaba en la piscina, con una amiga, y salió corriendo a su encuentro en cuanto apareció en patio.
Esta es Sofía, una amiga.
Había algo en sus ojos: un brillo fugaz que acompañó un tímido rubor de sus mejillas.
-Encantada… - dijo la chica después de plantarle un par de besos.
-Hola – respondió en un tono que sonó bastante tonto. Jimena no pasó desapercibida la turbación su primo.
-¡Graco! – su tío lo llamó desde el garaje, ataviado con su sombrero y su perenne pipa–. Ven, tengo algo que te gustará.
Graco dejó a las chicas para irse al encuentro de su tío.

“Muy bien Kurt. Me mandas al paraíso, a buscar paz, y mira qué consigo. Definitivamente, las mujeres van a ser mi perdición”.

19. SOY COMO SOY

Y no sentir lo que siente. Pero las cosas no funcionan así.
El fin de semana ha estado bien, aunque la intención de aclarar las ideas, de desintoxicar el ambiente, ha quedado sólo en eso: en intención. ¿Y qué va a hacer? No puede contenerse. Bueno, sí puede, pero no quiere. Quizás, como todo a su alrededor se derrumba, o al menos a él se lo parece así, haciendo lo que le viene en gana puede sentir que tiene el control sobre sus actos, fulminar esa idea de que su vida viaja en una vagoneta por raíles que conducen, de forma inevitable, al abismo.
La ciudad lo espera. Y Elisa. Y Julia. Y Quique, el gilipollas.
- Por lo menos, podías haberme dicho que te ibas.
Elisa no está muy contenta. Graco agacha la cabeza. Medita.
- Lo siento Elisa. Necesitaba cambiar el punto de vista, aclararme un poco.
- ¿Respecto a qué Graco? ¿Qué te pasa?
- Respecto a mí. Respecto a ti. Respecto… a Julia.
Ya está. Lo ha dicho. Siente la puñalada. Lo ha visto en sus ojos. Directo al blanco.
- Lo siento Elisa, pero no puedo engañarte.
Trata de amortiguar la incisión de sus palabras. Elisa calla. Sus ojos brillan. Se da la vuelta. Graco la abraza por detrás y hunde sus labios en el refugio de su cuello. Ella se zafa y se marcha. Él se queda solo. Con el puñal en la mano.

Kurt sigue ahí. En la pared de la habitación, congelado en el tiempo junto a la Fender y el micrófono.
- Ojalá pudiese ser de otra forma, pero soy como soy.
- Un monstruo de la noche.
- ¿Y ahora qué?
- Ahora nada. Ya está. La has perdido.
- No, todavía, no.
- ¿Seguro…?
Suena Paint it Black de los Rolling. Disolvente para el lienzo. Adiós al color. La madeja de caminos se enreda. Lo deja correr. Sus pensamientos se refugian en el fin de semana. Junto al río, junto a Sofía. Un papel en blanco donde poder comenzar a escribir de nuevo.
- No lo sé Kurt. No quiero hacer daño a las personas que quiero.
- Pues se te da bien.
- Gracias, de puta madre.
Tumbado en la cama engulle la oscuridad que brota de su corazón. La dualidad le sigue atormentando. Ha descubierto que es capaz de hacer daño sin querer. Amando. Mintiendo.

20. PUNTO DE INFLEXIÓN

Anochece. Su madre estará preocupada. Graco, aún no tiene demasiada experiencia al volante. Por ser viernes, el acceso a la ciudad está congestionado. Por mucho que quiera, no puede ir más deprisa. Los edificios comienzan a iluminarse. Los neones reclaman la atención de los consumidores, y las primeras luces agujerean los muros sucios de hormigón de las construcciones que dan la bienvenida a la ciudad. Son casi las nueve. El móvil comienza vibrar. Es su madre. Sin ganas, contesta. Explica la situación. Aún se retrasará un poco; cosas del tráfico, cosas de la hacinación de las polis modernas.
Sube el volumen. Esa parte de Rigoletto le encanta. El bufón, lleno de ira, clama venganza mientras su hija suplica el perdón a su padre. Es otro de sus secretos, de su dualidad. Ópera y poesía, su lado más sentimental, más oscuro, más desconocido. El aria llega a su final. Padre e hija a dúo. Fantástico. Sublime. Se reclama el bis.
El golpe le saca de entre el público que aplaude y corea. Mira por el retrovisor. ¿Será posible? Se quita el cinturón, baja el volumen y sale del coche. La parte de atrás está destrozada. Seguramente, el maletero no pueda abrirse. El piloto cuelga de los cables y los cristales y el parachoques yacen en trocitos por el suelo.
- Lo siento. Cuando he querido darme cuenta estaba encima…
Un tipo elegante, de complexión fuerte, se dirige a él. Por alguna razón, su cara no le resulta desconocida.
- Menudo follón, de verdad que lo siento – vuelve a disculparse.
- Me lo ha regalo mi tío… lo restauró él mismo. Menuda putada…
- Pues sí, no se ven muchos de éstos. Mira, estamos armando un lío tremendo. Esta es mi tarjeta. Llámame el lunes y lo solucionamos. No te preocupes, volverá a quedar como nuevo.
Graco acepta la tarjeta. Algo le dice que puede fiarse. El tono de voz, la expresión del rostro… Un aura de honestidad parece envolver al hombre.
- Sí, mejor. Además, llego un pelín tarde. El lunes le llamo.
Graco mira alucinado el otro coche. Parece que sólo ha sufrido rasguños superficiales. A través del cristal, puede ver a una mujer hermosa que espera mientras fuma un cigarrillo. Impasible, como si nada hubiese ocurrido.
- Gracias… eh… - dice el tipo alargándole la mano -. ¿Te llamas?
- Soy Graco.
- César. Gracias, espero tu llamada.

Graco vuelve al coche. Se ajusta el cinturón y sube el volumen. Mira la tarjeta. Claro, ahora cae. César Horta, el dueño de Industrias Horta. ¿Quién sino iba a conducir un coche de más de doscientos cincuenta mil pavos por los alrededores de la ciudad?
Espera a que termine de sonar el aria, gira la llave y acelera.

21. LOS PUTOS EXÁMENES

¿Y a quién coño le importa la Revolución Rusa? Ni que eso sirviese para ganar pasta. Da igual, hay que aprenderlo para vomitarlo todo en el examen. Después, uno ya puede hacer gala de su memoria olvidadiza. ¿De qué sirve estudiarse fechas y nombrecitos que vas a olvidar en menos de cuarenta y ocho horas? Joder, si fuésemos capaces de retener para siempre todo aquello de lo que nos examinamos, la gente que se dedica a vender enciclopedias lo iba a tener claro. Además, hoy en día todo está a un simple click de ratón. Es del género tonto aprenderse cosas que se pueden consultar en cualquier momento y en cualquier lugar. De algo tienen que servir los avances tecnológicos.

El tiempo no pasa. Al otro lado del cristal está la diversión, esperando. A través de la ventana puede ver los últimos rayos de un sol que agoniza. La ciudad comienza a prepararse para vestirse de gala, para ofrecer sus dones a aquellos que quieran embriagarse con el aroma de la noche. Graco se queda bajo la luz del flexo, con Lenin y los rusos. Desde luego, no es la mejor forma de pasar el fin de semana.

El lunes amanece soleado. Es el día. Comienzan los exámenes de fin de curso. Se abren las puertas del futuro. Graco busca a sus compañeros. No hay muchas ganas de broma. Para matar los nervios, nada mejor que una buena dosis de nicotina.

Cuando entran en el aula, muchas de las mesas están ocupadas. Se dirige hacia las filas del fondo. Cualquier sitio es igual de bueno; o de malo. Julia aparece. No puede evitar sentir las jodidas mariposas aleteando en su estómago. Le saluda con un leve gesto. Entonces llega Quique. Como respuesta, Graco levanta la mano con desgana. Las mariposas sufren un proceso de metamorfosis que culmina en un enjambre enfurecido de abejas que picotean incesantes en su pecho. Cierra los ojos y comienza a repasar: el Pope Gapón, San Petersburgo, el Palacio de Invierno y el Potemkin. Una coctelera de fechas, nombres y hechos que cristaliza en una pasta amorfa y gris cuando vuelve a abrir los ojos. Se están besando. El beso de la suerte.

Los exámenes comienzan a repartirse. Cuando llega la hora de darlos la vuelta, lee nervioso las preguntas: Causas de la Primera Guerra Mundial, La Francia de la Tercera República y Los movimientos obreros. Adiós a Lenin y la revolución. Claudio resopla. Marco se echa las manos a la cabeza. Julia se vuelve para desearles suerte. Graco se levanta. Claudio alucina.
- Sabes qué te digo: que les den por culo a los putos exámenes de los cojones.
Rompe en dos la hoja, recoge la chaqueta y se marcha del aula. Para Graco, ya es verano.

22. SI ALGO PUEDE SALIR MAL, SALDRÁ PEOR

No encuentra su sitio. Un aura de apatía parece acompañarle a todas partes. Ha perdido el apetito y no duerme bien. Si pudiera no pensar… desterrar para siempre todos esos pensamientos que le atormentan… Sin embargo, Julia está constantemente rondando por su cabeza, robándole el ánimo, lastrando cada segundo de su perenne insomnio. Territorial Pissings y Tourette’s suenan continuamente en su habitación, como si la amargura y la ira de las notas pudiesen desterrar para siempre la extraña melancolía que le devora el corazón.
Es inútil. Vano esfuerzo. Tantos años no pueden borrarse de un plumazo, y los recuerdos están anclados con firmeza a su pasado.
Todavía hace calor. Hace un par de horas que el sol se ha puesto, pero el hormigón, el acero y el asfalto tardan mucho en enfriarse. Como si también fuesen vestigios enjironados del tormento de los tórridos días estivales. El verano resultará más caluroso de lo normal.
El garito está lleno de gente y sudor.
- Tienes mala cara – le suelta Claudio en cuanto lo ve.
- Últimamente duermo poco.
- No será por ese nuevo trabajo, ¿verdad?
- Todo influye, Claudio, pero ya sabes que no.
Pide lo de siempre: whisky; con hielo, mucho hielo hoy, aunque se agüe, pero necesita líquido contra el calor.
- ¿Qué tal, Graco? Los exámenes de maravilla, ¿no?
Se queda unos segundos buscando en sus ojos. Descubre el brillo divertido de quien sabe hurgar en la herida con palabras afiladas. Sandra es así. Nunca se han llevado bien. Se le pasan por la cabeza un sinfín de respuestas, pero no merece la pena. Esboza una sonrisa, pega un lingotazo y deja plantada a la sierpe, cuyos ojos brillan ahora de rabia.
Alguien tropieza. El vaso se le escurre. La pócima contra el calor queda desparramada en el suelo.
-¿Es que no ves por dónde vas?
-Disculpa, pero has sido tú el que te has echado encima– responde Graco malhumorado.
Esquiva por los pelos el golpe. El muy gilipollas se ha puesto chulo. Graco responde clavando la rodilla en el estómago del chico. Después, lo remata con un codazo en la nuca. Sus colegas acuden al rescate. Ahora, sí recibe. Marco y Claudio corren. Se arma la de dios, y antes de que la cosa vaya más lejos, la gente de seguridad los saca por la puerta de atrás como si fuesen escoria… Igualadas las fuerzas, todo acaba en insultos y amenazas. Graco sangra por la nariz, cosa de poco.
En ese momento suena el teléfono.
- Graco, soy Elisa…
- Lo siento, pero ahora me pillas en mal momento…
-Graco, tengo un problema…
- Joder, Elisa, ahora no… ¿vale? Mañana te llamo
-Joder, Graco, escucha… he tenido un retraso. Estoy asustada.
-¿Qué has dicho?
-Pues eso, joder… que igual estoy embarazada…
-No me jodas, Elisa.
Cuando termina la conversación, Claudio y Marco le miran expectantes.
-¿Qué pasa?
-Que puestos a dar por culo, si algo puede salir mal, saldrá peor.

 

23. ¿CUÁL ES EL PROBLEMA?

El aeropuerto dista pocos kilómetros de la ciudad. Graco conduce con cuidado. Aún no tiene demasiada experiencia, y conducir un coche que él no podría pagar en toda su vida tampoco ayuda mucho. Puede notar la tensión con cada cambio de marcha, cada vez que pisa el freno o cada vez que acelera, y eso que procura ser delicado en sus acciones.
César sonríe divertido en el asiento de atrás. Deja pasar unos minutos antes de romper el silencio. A su lado, Esteban termina de colocar los documentos y de introducir los últimos datos en el portátil.
-¿Y qué vas a hacer entonces?
Graco desvía unos instantes la mirada. Por el espejo retrovisor ve el reflejo de César, que termina de ajustarse la corbata.
-¿Perdón?
-Respecto a la chica, hombre.
-No lo sé. He quedado esta tarde con ella. Tal vez no sea nada…
-Vamos a ver, Graco. ¿A ti te gusta?
-¿Quién, Elisa?
-Pues claro, Elisa… ¿o es que hay alguien más?
Graco resopla.
-Sí… y sí– atina a responder con cierto desánimo.
-Vaya hombre… nos ha salido Don Juan el chaval- interviene Esteban divertido.
A Graco no le hace ni puta gracia el comentario. César parece ignorarlo.
-¿Y quién es ese alguien más?
-Julia… una amiga del instituto, del colegio, de la infancia…
-¿Y cuál es el problema?
-Pues que Julia está con su novio, y Elisa y yo ya no estamos juntos…
-Sigo sin ver el problema…
-¿Cómo?– pregunta Graco descolocado.
-Si no quieres seguir con Elisa, no sigas. Quizá no esté embarazada. Si te gusta puedes continuar con ella y seguir o no seguir adelante con el embarazo. Y si te gusta Julia, pues no sé qué haces perdiendo el tiempo…
-Demasiada información para el muchacho– vuelve a intervenir Esteban cerrando la tapa del portátil.
-No puedo estar con las dos…
-¿Y por qué no? Mira, Graco, está bien cumplir las normas y mantenerte dentro de los límites morales, pero sólo de cara al público y si verdaderamente te satisface. En la vida hay mucho más. Es un edén, un jardín de las delicias en el que crece más de un fruto prohibido, y créeme cuando te digo que éstos son los más jugosos, pero sólo están al alcance de los paladares osados.

Han llegado al aeropuerto. Esteban baja del coche y entrega una carpeta al vigilante seguridad. La barrera se alza. Graco conduce siguiendo la línea roja pintada el suelo. El otro coche, donde viajan los guardaespaldas de César, les sigue a poca distancia. El jet está esperando. Graco se apresura a bajar y a abrir la puerta trasera.
-Si el negocio se da bien, estaremos de vuelta en dos días. Hasta entonces, cuida bien el Maserati.
Sin más, César, Esteban y un par de hombres suben al avión. Se encienden motores y rueda despacio hasta tomar la cabecera de la pista. Entonces, acelera. Graco lo sigue con la mirada mientras alza el vuelo y retrae el tren de aterrizaje.
Verano, dos días libres y un coche de doscientos cincuenta mil pavos. Pensándolo bien, no estaría nada mal hincar el diente en esos frutos prohibidos.

24. A MÁS DE DOSCIENTOS POR HORA

El motor del Maserati ruge. Lleva casi tres horas conduciendo sin parar, muchas veces pisando a fondo, en la rectas, con la aguja sobrepasando los doscientos kilómetros por hora. No ha tardado mucho en hacerse al coche. O en perder el miedo.
Claudio y Jimena viajan en los asientos de atrás. A su lado, Sofía. No la había vuelto a ver desde su escapada al paraíso. Pero la mordedura de la serpiente aún continúa latente. De vez en cuando, observa por el espejo retrovisor. Juegos de manos, acercamientos peligrosos. Luego, desvía su mirada hacia Sofía. Después, sonríe. La chica es guapa.
Unos cuantos kilómetros más y habrán llegado a la costa. Sólo pasarán una noche. No hay más tiempo, al menos, si los negocios de César no se tuercen. Es una locura, pero la vida fluye en una sola dirección y no siempre se tiene la oportunidad de viajar en un coche de lujo.
-¿Llegaremos a tiempo para ver el atardecer? -pregunta su prima.
-Ya casi estamos.

La inmensidad del mar. El olor a salitre. El sol que se acerca al horizonte espolvoreando el agua con brillos dorados. Paran junto a la carretera. Sólo se oye el romper de las olas. Y el viento. Y la calma. Jimena coge a Claudio de la mano y los dos echan a correr hacia la orilla. Se desprenden de la ropa. Se introducen en el agua. Salpicándose. Riendo. Sus figuras se tornan siluetas negras a contraluz. Graco respira el aire del mar. Sofia le coge de la mano y caminan despacio, acercándose a las olas. Se quitan los zapatos y se alejan descalzos, dejando que sus pies se mojen a intervalos.
En un momento, ella se detiene. Se aparta, y dándose la vuelta, deja deslizar su vestido. Se quita la ropa interior y se zambulle en el agua. Graco mira divertido, con cierta excitación. Él también se desnuda. El agua está fría, pero después del viaje, es una grata recompensa. Sofía nada hacia él. La recompensa se vuelve más gratificante.
Sus cuerpos flotan. Los besos tienen un sabor especial. El sol se cae en el horizonte. Las primeras estrellas anuncian el final del día.
-Graco, cuando volvamos...
-Nada, Sofía. Cuando volvamos, nada.
-Pero...
-Mañana tengo que ir a recoger a alguien al aeropuerto. Después, nada. No quiero que construyas ideas equivocadas.
La chica se separa. Se da la vuelta. Graco cree oír un sollozo. Mira al cielo. Se pierde en las estrellas, en el vacío infinito. La música de Verdi suena en su cabeza. Sonríe. El viaje de vuelta va a ser divertido.

25. TRES SON MULTITUD

Siempre le ha gustado la transformación. Cuando el sol se pone, el virus de la noche cobra vida y potencia las zonas negras de la ciudad. Los neones perforan las sombras y la luz anaranjada de las farolas proporciona un último espejismo de seguridad a los más rezagados.
Graco se funde con el ambiente, sin sentir rechazo, amoldándose a la atmósfera de las calles, de los callejones, de las zonas más sombrías. Es uno más, un ente de la noche que se escurre junto a las formas grotescas que deambulan, con o sin rumbo fijo, entre los edificios.

Elisa está esperando, apoyada en la pared del callejón. Graco la saluda con un beso en la mejilla. Ella responde con un abrazo. Él con actitud distante.
-¿Cómo estás? – pregunta apartándose y buscando el paquete de tabaco el bolsillo interior de la chaqueta. Enciende un cigarro, con una cerilla. A Elisa no le pasa desapercibido gesto. No lleva el zippo.
-Preocupada –responde escueta.
-¿Y qué vas a hacer?
-¿Qué vamos a hacer, Graco?
-Lo que hay que hacer, Elisa. Esto es una locura. Es mejor parar a tiempo. Aún tienes una vida entera por delante.
-¿Qué quieres decir?
-Correré con los gastos, la mejor clínica, los mejores médicos, la mayor y más absoluta discreción.
-¿Me estás diciendo que aborte?
-Te lo estoy pidiendo, sí. Es la mejor solución para todos.
-¿Para todos, o para ti? Graco, estoy embarazada, es tu hijo.
-Aún no es nada, Elisa. Tú y yo vamos por sendas diferentes. Somos muy jóvenes. Te ayudaré en todo lo que necesites, pero no pienso seguir a tu lado si continúas con esto.
-¿Crees que esto es un juego?
-No estoy jugando, Elisa. Pero, si quieres, podemos enfocarlo así; te estoy mostrando mis cartas y ya te he dicho mi jugada.
-Eres un cabrón.
-Sólo hay humo entre nosotros. Lo que ocurrió forma parte del pasado, rescoldos de una pasión fugaz. Necesito algo más que unas curvas perfectas y una cara bonita. Tú no eres el problema. Siempre serás la sombra de un deseo.
-¿Cómo puedes decir eso?
-Te he mostrado mi mano. Voy de frente contigo, es lo único que puedo darte. Ya sabes cómo voy a jugar. Puedes seguir adelante conmigo o sin mí, tú decides.

Y por fin lo tuvo claro. Estaba inmerso en un juego, un juego de tres piezas en el que tocaba eliminar una. Lógicamente, sobraba Quique.

26. AGUAS TURBULENTAS

Es de común parecer que las aguas de los pantanos son siempre traicioneras. Para Graco, la opinión del vulgo se presenta como una oportunidad. La noche será larga, y entre los delirios etílicos ocurren muchas cosas que quedan sumergidas en la inconsciencia del momento, a merced de la oscuridad. Se está convirtiendo en un experto, un maestro en el control de la dualidad latente en sus entrañas. Aprende rápido, y eso no pasa desapercibido para las personas pertinentes.

Unos pocos coches. Música. Algunas tiendas de campaña. Hielo y alcohol. Mucho alcohol. Posiblemente, demasiado. También otro tipo de sustancias, más o menos perniciosas, depende de las sensibilidades. Las horas de sol han quedado atrás. La noche ha caído rauda, abrigando al grupo con su manta oscura y raída. Las estrellas parecen brillar más de la cuenta.


El alcohol cumple su cometido. Las lenguas se vuelven pastosas y los movimientos lentos y torpes. Graco, aunque mareado, es capaz de hacerse una idea de la situación. Pese ello, un espeso cortinaje enturbia sus pensamientos. Es incapaz de darse órdenes, o si se las da, no puede procesarlas al no tener noción de recibir los mensajes.

La luna agoniza haciendo la noche aún más negra. Mejor. No hay brillos en el agua. La boca acuosa del pantano espera en su falsa calma, paciente, experta. Sería fácil… Quique deambula por la orilla. La botella en la mano. Grita al cielo fragmentos de alguna canción irreconocible. Sin darse cuenta, se adentra peligrosamente en las aguas turbias. Los demás dormitan en las tiendas, sobre los sacos, o unos sobre otros en posturas complicadas. Graco, en la línea que separa lo consciente de lo fabricado por una mente empapada en alcohol, se escurre tras él. Antes de que se de cuenta, le asesta un empujón. Quique cae al agua. Tras unos segundos, que transcurren lentos, reaparece con cara de pocos amigos. Las palabras sobran. Graco recibe un puñetazo en la boca. Sumergido hasta las rodillas no puede esquivar bien. Su estado tampoco ayuda. Quique vuelve a atacar. Graco ve la botella, mortal destello que cruza la noche directo a su cara. Se agacha a tiempo y agarra a su rival por la cintura. Caen al agua. Golpea a Quique. Este se defiende. En un momento dado, Graco se hace con la botella y arremete contra su oponente. Lo golpea en la frente. Quique parece mareado. Graco, dominado por su parte más sombría, vuelve a golpear. Alguien le agarra por detrás. Alguien grita. Todos corren hacia ellos. La noche se inunda de chapoteos. Los separan. Quique lanza patadas al aire. También posee su parte oscura.

Se acabó la fiesta. La ha jodido. Quizá del todo. Para siempre. Julia le lanza una mirada que le duele más que todos los puñetazos y golpes del mundo. La frialdad de sus ojos le atraviesa, le congela el alma, le ahoga. Puede sentir el desprecio desgarrándole.
Marco y Claudio le miran con sorpresa. Así no.

Y mientras Julia mima la herida de la ceja de Quique, Graco saborea la acidez de la sangre que le sale del labio dejando que los demonios se regalen un festín con los restos de su orgullo y su ira. Y ahí termina la lección; desde ahora sólo moverá ficha para el jaque mate. El resto de jugadas se quedan para principiantes.

27. COMBUSTIBLE

Distancia. Después de su estúpido comportamiento, buscó refugio en otra parte. Tierra de por medio. Que corra el aire. Conocía las calles, el corazón putrefacto de la ciudad. César le permitió acompañar a los chicos. Al principio, sólo conducía y esperaba. Después, le permitieron observar, en un segundo plano, discreto, como actor de reparto, de cuarta fila. Y Graco observaba. Observaba y aprendía. Y lo hacía rápido. Entrega de documentos, apaños, contratos, subvenciones, comisiones por pequeños favores. En definitiva: combustible. Combustible para el entramado de empresas bajo los hilos de César Horta. Combustible para el funcionamiento de la ciudad. Combustible para su nueva vida.

Un nuevo mundo se dibujó ante él. Alquiló un apartamento, modesto, tranquilo, cerca de la Facultad de Derecho, donde inició sus estudios. De cara al público era conductor, chófer a media jornada, un estudiante que necesitaba un trabajo para pagar la matrícula. Y lo hacía bien. Compaginaba las asignaturas de Derecho Civil y Constitucional con visitas a clientes, viajes al aeropuerto e idas y venidas a los juzgados y notarías, llevando a César y a Esteban para que zanjasen sus negocios. Por las noches estudiaba. De vez en cuando, quedaba con Marco y Claudio -que salía con su prima Jimena- para privar hasta la madrugada. Cuando le invadía la nostalgia, se acercaba al auditorio para escuchar ópera. Desde su posición privilegiada en el palco, recordaba la primera vez que lo visitó con sus padres, aquella vez que descubrió la música. ¿Cuánto hacía de aquello? A Graco se le antojaban siglos.

Procuró llevar una vida ordenada. César no admitía descuidos. Le dejaba su espacio, pero le exigía diligencia en el trabajo. Aprendió a dominar su parte oscura, y modeló su cara más afable con modales adecuados y un vocabulario más selecto.

Intentó contactar un par de veces con Elisa, para saber qué decisión había tomado, pero el móvil siempre estaba apagado. Al principio, sintió un sabor amargo entremezclado con una ligera dosis de ira. Aunque resultó complicado, averiguó que la chica se había marchado de la ciudad para instalarse a unos cincuenta kilómetros, en un pueblo tranquilo donde abundaba la industria maderera. Elisa había decidido seguir adelante con el embarazo, sin su ayuda. Graco se mantendría en la sombra, al margen, pero siempre informado de sus movimientos. Era la gran ventaja de contar con los ingresos y los contactos adecuados. Cuando pensaba en ello le venían a la mente las palabras de su madre: “El dinero no da la felicidad. La salud es lo más importante”. “Y una mierda, prefiero un año manando entre billetes y después morir de una cirrosis que deambular por las calles bebiendo whisky barato y durmiendo entre cartones”, contestaba Graco. Y su madre le decía que era un extremista. La justa medida… Y es que, hay veces en que los extremos pueden ser buenos, pues los extremos implican inflexibilidad, y en determinadas ocasiones, ser inflexible es la mejor de las posturas.

Y si se equivoca: que les den por culo a los filósofos de los cojones.

28. MELANCOLÍA

Magia. Flota entre una niebla gris que destaca sobre un fondo oscuro. No siente nada. Sólo se deja llevar. Ella está ahí, guiándole de la mano, arrastrándole hacia ese mundo intangible. La música suena cada vez más lejana. Efectivamente, puede ser el final. Las notas fluyen. Le envuelven en un abrazo melódico. La mezcla de alcohol y polvo ha comenzado a actuar. Su entorno se transforma. Desaparece el velo gris. Un barrido de color y la realidad se distorsiona. Se aleja. Las puertas al delirio se abren de par en par. Los sentidos se congelan. Y el tiempo. Ahora, levita en la inconsciencia, se funde con el entorno plástico. Se siente bien, muy bien. Demasiado bien. Atrás ha quedado el lastre. Ahora vuela, ya no es prisionero de la realidad; ni de sus desilusiones; ni de sus fracasos. En este nuevo mundo juega con las formas modelando el entorno, a su gusto. Pone y quita. Él manda. Como el Demiurgo, el Hacedor de su vida, de una vida libre, lejos de los dardos envenados, lejos de la incomprensión, lejos de todo, lejos de todos. En ninguna parte. En su mundo.

Ella sigue a su lado, agarrando su mano, aunque no es capaz de sentir ese contacto. No sabe cuánto durará el hechizo. Pero le gusta. Flotar como si fuese etéreo. Como bruma.

Ahora comienza a descender. Las copas de los árboles se ven cada vez más cerca. De entre la infinita tonalidad de verdes de sus hojas surgen pájaros de colores vivos, con largas plumas que ondean al viento dejando una débil estela fluorescente a su paso. En el horizonte se abre un claro. Ella le conduce hasta allí. Un lago salpicado de nenúfares, que baña las ruinas de un templo circular cuyas columnas de mármol han sigo engullidas, en su mayor parte, por los musgos y las plantas que hunden sus raíces en las aguas. En las escaleras que conducen a su interior, parcialmente sumergidas, brilla una dama envuelta en ropas blancas, con los hombros descubiertos y una larga melena que cepilla mientras suenan las notas de una lira que descansa a sus pies. Unos dedos invisibles deben acariciar con acierto sus cuerdas arrancando la dulce melodía que invita al sosiego.

Desciende a su lado. La dama le ignora. Continúa cepillándose el cabello de color azabache con reflejos de un azul intenso. Puede sentir la calma que invade el momento. De entre las hojas, abriéndose paso entre las plantas de papiro, surge una barca dorada. A bordo, alguien fuma. Alguien de melena rubia y ojos azules, vestido con una vieja chaqueta de punto gris y unos vaqueros rotos y desteñidos. Kurt le guiña un ojo, da una profunda calada al cigarro y desaparece detrás de la densa nube de humo para no reaparecer jamás…

La dama le mira. Ha dejado de cepillarse el cabello y ahora le tiende el peine con su mano blanca y delicada. Graco se fija en sus ojos y algo le invade, le perfora el alma, se instala en su pecho. Siente que le falta el aire. Y es que hay veces que el amor no correspondido genera una actitud melancólica ante la vida…

29. NEGOCIOS

-Tenemos trabajo.
-¿Ahora?
-Sí. César quiere que vengas ya. Ha surgido algo importante y quiere que le lleves a ver a alguien.
-De acuerdo, Esteban. Tardo media hora.
Graco se miró al espejo. Tenía un aspecto horrible. Nada que no se arreglase con una ducha rápida. No había tiempo para afeitados. Eran casi las once de la noche. Para él, no existían horarios fijos. Ni jornada regulada. Tampoco convenios laborales.
No había tráfico, por lo que no tardó en llegar a la residencia Horta. Aparcó en la parte de atrás, como solía hacer. Algol salió a su encuentro. Su potente ladrido cortó el silencio de la noche. Las luces se encendieron. Graco se agachó para esperar al doberman, que escapó raudo de entre las sombras hacia él. Era un perro formidable, y Graco había conseguido ganarse su confianza.
César esperaba en el salón. Fumaba en pipa mientras escuchaba las cifras que Esteban iba cantando. No tenía buena cara. Graco adivinó jirones de ira contenida.
-Disculpa por no avisarte con más tiempo.
-Sabes que puedes contar conmigo.
-Gracias. Tenemos que ir a ver a Fran. Las cifras no cuadran.
Graco asintió. Miró el reloj. Eran cerca de las doce. La Cenicienta estaba a punto de besar al príncipe. No sabía por qué, pero siempre solía pensar en ello cuando miraba el reloj instantes antes de que el día terminase.
-Voy preparando el coche.

Aquel barrio no le gustaba. Era una ratonera infectada por la mugre de la ciudad. De calles estrechas y viejos almacenes corroídos por el aire putrefacto y el olvido de las acciones de los políticos aburguesados. Un distrito fantasma para el papeleo legal.
Graco paró junto a un edificio de hormigón.
- Vamos – dijo César -. Esteban y Lucas nos esperarán en el coche.
Graco descendió. Había comenzado a llover, y lo hacía con ganas. Junto a César, llegó a una puerta metálica decorada con pintadas de colores llamativos y temática obscena. Un hombre enjuto, de escasa estatura y rasgos asiáticos, abrió la puerta. El interior estaba mal iluminado. Olía a cerrado y a humedad. Sobre unas estanterías oxidadas se apilaban varias cajas de madera. Subieron a la entreplanta por unas escaleras metálicas.
Fran estaba en un despacho pequeño. Una mesa de aglomerado gris, un par de sillas de cuero desgastado por el uso, un ordenador portátil y una repisa con archivadores y cajas de proyectos formaban el escueto mobiliario. En la pared, un póster de una muñeca rubia de ojos azules y senos firmes.
Fran pareció contrariado. No esperaba ver a César allí. Graco adivinó cierto nerviosismo en sus acciones. Fran se sentó tras la mesa y se deshizo en explicaciones torpes que apestaban a excusa barata.
- Hay que ser más diligente en los negocios, Fran. Tú cumples tu parte y yo cumplo la mía. Las cosas funcionan así. Si se mantiene la simbiosis, los dos ganamos, pero si una de las partes desequilibra la balanza…
No terminó la frase. Fran buscó algo bajo la mesa. Graco reaccionó por instinto. Veloz, le agarró por la muñeca y se giró hasta retorcerle el brazo y colocárselo a la espalda. El hombre se incorporó y trató de zafarse dando un cabezazo hacia atrás, pero Graco lo esperaba, por lo que le agarró del pelo y estrelló su cara contra la pared. Una vez. Y después, otra.
- ¿Ya estás más tranquilo?
- Que te jodan… - forcejeó.
Graco volvió a darle medicina hasta que sintió que Fran dejaba de luchar por librarse. César había permanecido impasible, sin levantarse de la silla. Hizo un gesto, y Graco aflojó.
- No voy a tolerar más insultos de este tipo. Tienes veinticuatro horas, y dadas las circunstancias creo que soy demasiado generoso. Si tengo que volver a pedirte lo que es mío, quizá no vuelva a ser tan educado.
Graco soltó al pequeño Fran, que cayó al suelo de rodillas. Se tapó la cara con las manos, pero la sangre que brotaba de su nariz y su boca no tardó en escurrirse entre sus dedos.
- ¿Está claro? – preguntó entonces Graco volviendo a agarrarlo por el pelo y haciendo que levantase la cabeza.
Fran asintió sin decir palabra.

Seguía lloviendo. Graco se apresuró a abrir la puerta para que César subiese al coche, después, ocupó el asiento del conductor. Arrancó. El Maserati cruzó la calle despacio. Faltaban dos horas para el amanecer. Otra vez, acudiría a clase sin pegar ojo.

30. SENTIMIENTOS

Volver al barrio despierta nostalgia. Mirar los escaparates, la pequeña iglesia, el parque. Todo parece estar suspendido en el tiempo, aunque las cosas han cambiado. Él ha cambiado. El parque parece haber enmudecido. Entre sus árboles, sobre la hierba, ya no hay nadie que lea comics de Spiderman o mire a las chicas de las revistas porno. El barrio ya no es lo que era. No puede evitar sentir cierta añoranza.
Circula despacio, tomándose su tiempo, acelerando con suavidad. Por un momento cree verse caminando por la acera, junto a su madre, cogidos de la mano de camino al colegio. Pero sólo es una ilusión pasajera. A la vuelta de la esquina, la bollería tiene las lunas pintadas de blanco. Ya no se venderán más bollos. Ya no comprará palmeras de chocolate para el recreo. Un poco más lejos, los muros del patio del colegio siguen protegiendo a los pequeños de un mundo hostil, abrazándolos con su manta de sueños y esperanzas aún por modelar, cubriendo sus ojos con una venda dulce que eclipsa el amargo sabor de la realidad. Como siempre.
Gira a la derecha. Su calle. La larga fila de casas bajas ha perdido su pulcro color blanco. Algunos jardines parecen descuidados. No hay bicis en la acera, ni niños jugando al peón, ni cambiándose cromos o canicas de colores fascinantes. Es el efecto de la era digital, del ciberespacio y de las relaciones a través de las diecinueve pulgadas de plasma. Las risas han quedado reducidas a onomatopeyas, y el peón y las canicas relegadas al olvido.
El Maserati parece no encajar en ese escenario descolorido. Sin embargo, siempre hay una chispa de color en un mundo gris, aunque Graco sienta la acidez de esa chispa hurgando en la boca de su estómago.

Igual de guapa. Graco para junto a la acera y baja del coche. Por un momento, ella no sabe cómo reaccionar. Termina girando la cabeza y continúa caminando, ignorando a Graco, que siente la herida del desprecio.
-Espera, Julia…
Ella se para y se gira, procura no mirarle a los ojos. A él no le pasa desapercibido el gesto.
-¿Qué quieres, Graco? No tengo nada que hablar contigo.
-Sólo quería decirte que lo siento…
-Pues ya lo has dicho. Adiós, tengo prisa – contesta tajante mientras se gira para marcharse.
Graco ya no es el chiquillo que jugaba en aquel barrio. Su trabajo le ha enseñando mucho, y si algo ha aprendido en todo ese tiempo ha sido a leer en la mirada y en el rostro de la gente. Sin embargo, lo que ha visto en los ojos de Julia no ha sabido interpretarlo.
-Espera, Julia…
Graco intenta hacer que se gire, pero cuando su mano se apoya en el hombro de ella, la chica no puede evitar soltar un leve quejido de dolor. Graco aparta la mano. En los ojos de Julia asoma un brillo acuoso que trata de contener.
-¿Qué te pasa, Julia?
- Nada… no quiero hablar contigo nunca más. Déjame.
Y se da la vuelta para alejarse deprisa.
Graco se queda viéndola marchar mientras el demonio de la ira bulle por salir de su interior. Lo ha visto. En las lágrimas que ella trataba de contener se escondía la clave para descifrar el enigma de su rostro. Y cuando ha descifrado el mensaje, no le ha gustado el contenido.

31. PENSANDO

No puede dormir. Una tras otra las horas caen, como hojas marchitas al final de temporada. Lo intenta, pero en su cabeza se dibuja una y otra vez su encuentro con Julia. Quizá un poco de whisky ayude, o no; da lo mismo.
Sólo un cubito, para no matar el sabor, y un chorro corto. El brebaje parece saber peor de lo normal. Posiblemente, otro trago anule las diferencias. Son las cuatro de la madrugada. Abre la ventana dejando que al aire frío recorra el salón. Enciende un cigarrillo y se sienta en el alfeizar dejando que sus ojos se acostumbren a la noche. La ciudad a sus pies, con su lento ritmo nocturno, con los jadeos de las sirenas que aúllan a lo lejos. Es como un viejo tronco de madera donde la carcoma trabaja invisible en su interior. Todo parece en calma, pero sólo es una ilusión. Él lo sabe bien.
Coge la primera camisa que aparece en el armario, se pone los vaqueros y se refresca la cara en el lavabo. Conducir. Es una buena medicina.
Las cosas no van a quedar así. Lo tiene claro.
El contacto con la máquina consigue su clásico efecto lenitivo. Las luces del alba parecen aclarar las ideas. La ciudad comienza a despertar. El móvil suena. Es Esteban.

-Tenemos problemas.
-No sé por qué, pero no me sorprende.
-Se trata de Elisa…
-¿De Elisa? ¿Qué ocurre? – inquiere preocupado.
-Venden el negocio. En un mes se queda en la calle, con el niño…
-¿Cómo que venden el negocio?
-Por lo que he podido averiguar, es cuestión de pasta. Ese tío debe algo de dinero al banco y ha decidido poner a la venta el restaurante para saldar cuentas.
-Joder…
Graco se queda callado unos segundos, pensando.
-¿Graco?
-Cómpralo – dice con resolución.
-¿Cómo dices?
-Que compres el jodido edificio. El restaurante y la planta superior. Todo.
-¿Sabes lo que estás diciendo?
-Tengo dinero suficiente, ¿no?
-Sí, creo… pero…
-No hay peros, Esteban. Negocia el asunto. Dada la situación estoy convencido de que sabrás conseguir el mejor precio. Sólo te pido una cosa…
-Sí, ya… tranquilo: tu nombre no aparecerá por ninguna parte.
-Gracias, Esteban. Mantenme al tanto.
-Por supuesto, algo más…
-No… sí, una cosa: ¿alguien de confianza que sepa de hostelería?
-Juegas bien, Graco. No te preocupes, ya me encargo.
-Gracias otra vez.

No tiene ni idea de lo que acaba de hacer, pero sí sabe que no puede permitir que se queden en la calle.


32. VENDETTA

La noche siempre ha sido un fiel testigo. Graco observa, atento a cualquier indicio. Mira el reloj. Ha pasado media hora. Dos cigarrillos. La puerta se abre y un haz de luz corta las sombras del porche de la casa. Ha llegado el momento. Ágil, se escurre junto a la pared, protegido por la oscuridad, su mejor aliada: discreta y silenciosa. El hombre que acaba de salir se dirige al coche que hay aparcado enfrente de la casa. Otro día más, un nuevo turno en el trabajo. No llega a abrir la puerta. De repente le falta el aire y siente un dolor agudo en el cuello. Trata de girarse y liberarse de la presión, pero su agresor aprieta con fuerza. El hilo de acero se clava un poco más en torno a su garganta. Las fuerzas le abandonan a medida que su cuerpo requiere urgente una nueva dosis de oxígeno. La inconsciencia le vence y Graco siente que su víctima está a punto de cruzar la línea sin retorno. Afloja. Aún no.

Lo había estudiado con detenimiento. Tuvo que esperar una semana para que el muy hijo de puta cambiase el turno. Pero ese tiempo le había costado caro a Julia. La chica llevaba dos días sin salir de casa. De buena gana hubiese echado la puerta abajo, pero sabía que no era buena idea dejarse guiar por sus impulsos irracionales. Un trabajo bien hecho requiere plena dedicación y un meticuloso estudio de la situación. Si te dejas llevar por la pasión del momento, anteponiendo los deseos inmediatos a la razón, el amigo desastre estará esperando con los brazos abiertos para recoger los restos de tu acción temeraria.

El guardia de seguridad se apresura a abrir la verja. No hay preguntas. Conoce de sobra a Graco, y aunque la hora no es nada habitual, no es asunto suyo. El coche se dirige despacio hacia los focos que iluminan la zona de trabajo. Se detiene. Sin el ruido del motor, Graco oye los ruidos que proceden del maletero.
Está consciente. Sus ojos están hinchados. Una franja granate se dibuja alrededor del cuello. Cuando ve a Graco se retuerce haciendo acopio de todas sus fuerzas para liberarse.
-¡Sacadlo de ahí!
Un par de hombres se apresuran a sacar al tipo del maletero. Tiene las manos y los pies atados con un hilo de acero. Graco le retira la cinta que le cubre la boca.
-¡Hijo de puta! ¡Estás loco!
Graco le agarra y le golpea contra el maletero.
-¿A quién llamas hijo de puta, maricón de los cojones? ¿Tienes huevos a ponerme la mano encima o sólo te atreves con ella?
-¡Suéltame!
Graco hace un gesto a uno de los hombres, que hurgando en su cinturón de herramientas saca las tenazas. Graco corta el cable. Cuando Quique se ve liberado arremete contra él, pero Graco ya no es el chicho del pantano, el tiempo le ha enseñado. Esquiva sin dificultad y golpea a Quique con fuerza en estómago. Otra vez la falta de aire. Cae al suelo encogido.
-¿Ya está? ¿Eso es todo? ¡Levántate, hijo de puta!
Quique se incorpora. Sus ojos brillan y sus labios se tuercen en una mueca de rabia. Los músculos de su cara se tensan y vuelve a atacar con ira. Graco esquiva el primer puñetazo, pero deja que el segundo se estrelle contra su mejilla. Duele. El cabrón pega duro. Piensa en Julia. Escupe algo de sangre. Se acabó. Sin dejar que Quique se rehaga le golpea en la cara, con fuerza. Siente la nariz torcerse bajo su puño, después golpea en la mandíbula. Los huesos no resisten el golpe. Algo se ha roto en la cara de Quique, que sangra de forma abundante. Cae al suelo.
-No vas a volver a ponerle la mano encima.
-Eres un hijo de puta– logra decir entre quejidos y con enorme dificultad.
Graco lo arrastra hacia uno de los pozos de cimentación. La hormigonera ha comenzado a verter piedra y cemento.
-¡¿Qué cojones estás haciendo?! – balbucea Quique mientras trata de liberarse sin éxito.
No obtiene respuesta. Graco le levanta, le sujeta por el cuello de la camisa.
-Que te jodan – le dice antes de golpearle y entregar su cuerpo a la mezcla gris que tarda poco en engullirlo.

33. JULIA

De vez en cuando las cosas parecen encajar. Estoy cansado de escuchar la típica frase de que no se sabe lo que se tiene hasta que se pierde. No es que me haya ido mal del todo; he perdido algunas cosas, pero conservo otras que no estoy dispuesto a dejar marchar.
Estaré cuatro o cinco días fuera, lo suficiente como para solucionar las cosas. No puedo pensar sólo por mí. Indudablemente, su futuro también es asunto mío.
Tengo las maletas listas, sólo un par de camisas más. Si salgo pronto, llegaré a media mañana, justo a tiempo para ordenar un poco y comer en el restaurante, en mí restaurante.
El telefonillo suena. No sé quién podrá ser. César sabe que salgo unos días fuera, y no creo que haya nada urgente que solucionar. Ya me he encargado de dejar todos los cabos bien atados. Quizá, sólo sea el cartero, o algún estudiante que para pagar sus gastos reparte publicidad. Sinceramente, no me apetece contestar; pero insisten.
-¿Sí?
-¿Graco? Soy Julia.
Extrañado, pulso el botón. Noto cómo el corazón se me acelera. En menos de un minuto suena el timbre de casa. No puedo describir la sensación al verla. Las palabras se me niegan, se escurren dejándome con una sensación de infinita torpeza. Sólo con mirarla a los ojos sé que algo ha cambiado en ella. Ya no veo esa sensación de miedo, y el color sonrosado de sus mejillas ha sustituido a la palidez que se dibujaba en nuestro último encuentro.
-¿Puedo pasar?
-Por supuesto– respondo haciéndome a un lado. Las palabras de Drácula se me vienen a la cabeza: entre libremente y por su propia voluntad. Siempre me ocurre lo mismo, como con las doce de la noche y la puta Cenicienta.
Se queda mirando a Kurt. El viejo póster de mi habitación se ha mudado conmigo, aunque ahora luce en el salón, enmarcado y en una posición privilegiada.
-Veo que no has cambiado– comenta sin dejar de mirar a Kurt y esbozando una sonrisa.
-Siempre me ha ayudado, para celebrar los buenos momentos y enterrar los malos.
Su mirada recorre el salón. Mis libros, la mesa de estudio con los manuales de derecho y varios tomos con un montón de leyes que no sirven para nada. Graciosa, camina despacio, embelesada, como si nadie más estuviese allí mientras inspecciona mi colección de películas y los libros apilados que pugnan por hacerse un hueco en la librería que protesta porque ya no puede más. Después, su mirada se detiene en la maleta, aún sin cerrar. Entonces, parece volver a la realidad, como si su presencia fuese el punto de fuga de una breve sesión hipnótica.
-Veo que te marchas– dice con cierto deje en la voz-. No quiero entretenerte. Sólo he venido a darte las gracias.
-No te entiendo- contesto con calma fingida.
-Algunas cosas nunca cambian, Graco, y yo te conozco demasiado bien– me dice mirándome a los ojos.
-Julia…
-No digas nada. Han pasado demasiadas cosas. Sólo quiero agradecerte que siempre hayas cuidado de mí.
No sé qué decir. Ella saca un paquete pequeño del bolso, envuelto con un papel brillante de color azul. Me lo tiende y me da un beso en la mejilla. Respiro su perfume, fragancia que evoca todo un mundo, un mundo sostenido por infinitas imágenes de un pasado cargado de oportunidades consumidas.
No sé qué decir. Mis dedos tiemblan mientras trato de quitar el envoltorio. Julia pone sus manos sobre las mías impidiendo que lo abra.
-Ahora no, por favor. Cuando me marche.
Y vuelve a hacerlo. Me vuelve a besar en la mejilla. Luego se separa y se dirige a la puerta.
-Gracias por todo, de verdad.
Y se va. Y se va y yo estoy solo, en medio del salón. Una explosión de melancolía me inunda. De repente percibo el silencio, el silencio que emana de cada uno de los rincones de mi casa, de mi vida.
Me centro en el paquete. Retiro el envoltorio, añorando la suavidad de las manos de Julia. Es una caja de madera, tallada con motivos florales. La abro despacio. En su interior un par de pétalos de rosa y una vieja hoja de cuaderno, arrugada y cuidadosamente doblada. Dejo la caja en la mesa e inhalo el aroma de los pétalos. Después, desdoblo la hoja y no puedo creer lo que leo, los primeros versos me golpean y los cimientos que sostienen mi mundo se vienen abajo haciéndome retroceder en el tiempo…

Ahora no sabes que existo
pero algún día lo sabrás…

Y no puedo continuar leyendo.

 

 

 

 



 

 

 

 

 

 

 

 
 

 

 

 

Javier Puebla

Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

       
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos