GERMÁN
ZAMORANO FUENTES
actualizado
21de junio
PRIMER BORRADOR
¡COMPLETO!
El personaje de Graco,
ya existe. Felicidades Germán, proud of you. El
Cap.
Hermann
-human- Galland-Facebook
-------------------------------
Germán ha crecido espectacularme
como escritor este año o curso. Como persona no
puedo imaginármelo más grande. Javier Puebla.
1. LA INOCENCIA
DE UN NIÑO
Le había costado
conciliar el sueño. Después de todas las
luces, la música y las carrozas, había vuelto
a casa ilusionado, lleno de nervios y con ganas de cenar
y de irse a la cama. Pero cuando se apagó la luz
de su habitación y cerró los ojos, no consiguió
dormir. No podía dejar de pensar en los Reyes,
en que pronto se colarían por alguna de las ventanas
para dejar los regalos junto al árbol del salón.
Ese pensamiento le producía cierta angustia. Sabía
que si los niños veían a los Reyes, se marcharían
sin dejar nada, quizá algo de carbón; y
por otro lado, sabía que tampoco vendrían
hasta que no se hubiese dormido. Se giró a un lado,
al otro y escondió la cabeza debajo de la almohada,
pero pensaba y pensaba mientras, por alguna extraña
razón, su sentido del oído parecía
más agudo que de costumbre. En cualquier caso,
Graco, no pudo precisar en qué momento de la noche
perdió la batalla contra el sueño, y antes
de darse cuenta, los primeros rayos de luz le habían
despertado. Bueno, a él y a sus padres, pues, cuando
Graco despertaba, un torrente de energía parecía
inundar la casa impidiendo que nadie pudiese seguir en
la cama.
Y allí estaba, abriendo regalos en una especie
de frenético y alocado “pinto pinto gorgorito”
en busca de aquello que con inmensa ilusión había
dicho a su padre que pusiera en la carta. Un circo romano
por aquí, un barco pirata a la deriva, una carreta
custodiada por soldados y unos bloques de construcción.
Aún quedaban más regalos por abrir, y una
lluvia de confeti, de trocitos de envoltorio, inundaba
el suelo del salón. Tenía que estar por
alguna parte, estaba seguro de que se lo merecía,
había sido bueno, por lo menos, los últimos
días. Todavía quedaba un regalo que podía
ser. Estaba a los pies del árbol, con un envoltorio
de color rojo chillón. De repente, le estorbaba
el circo, no le importaba que el barco se adentrase en
alta mar o que las obras quedasen paralizadas hasta mañana
porque los obreros no recibiesen a tiempo los bloques
que esperaban.
Con visible nerviosismo, sus dedos atijeretados, destrozaron
el envoltorio chillón. Y como ocurre muchas veces,
la intuición infantil es infalible. Los Reyes Magos
no podían defraudarle, y en un abrir y cerrar de
ojos, Graco tuvo en sus manos a su flamante Buzz Lightyear.
Y, entonces, el barco naufragó en la marea colorida
de confeti, y la carreta y sus soldados extraviaron el
camino. No importaba.
Graco, sin hacer caso a nada más, salió
disparado del salón para hacer un hueco en sus
estanterías. “¡Atención, atención
todos, que viene Buzz, el guardián del espacio!”
gritaba mientras se dirigía por el pasillo hasta
su cuarto.
Y ya daba igual que las vacaciones terminasen, pues seguro
que en el cole, cuando sus amigos se enterasen de que
los Reyes le habían traído a Buzz, se iban
a morir de envida.
2. UNA BRUJA QUE TE CAGAS
El cole es un rollo. Eso
ya lo sabe Graco. Nada como ver los dibujos en la tele,
jugar con sus juguetes o pintar con acuarelas en la mesa
del salón poniéndolo todo perdido. Definitivamente,
se está mejor en casa, aunque su padre diga que
el cole es muy divertido y que se aprende mucho. Qué
sabrá papá de lo mucho mola machacar al
dragón rojo y a sus secuaces, asaltar la carreta
para robar el tesoro cual Robin de los Bosques o defender
el castillo de las huestes enemigas. Eso sí que
mola, y no las canciones en inglés, pintar letras
de colorines sin salirse de la línea negra o pegar
trocitos de papel dentro de un círculo diminuto.
Con lo grande que es folio y hay que pegarlos precisamente
ahí… pues en casa, Graco, pinta con el pincel
de las acuarelas donde le da la gana… aunque luego
su padre se enfada cuando ve todo de un color de tonalidad
indescriptible a medias entre el gris, el azul y verde
oscuro con vetas amarillo anaranjadas.
Por lo menos, ahora toca el recreo. Eso sí que
mola, un montón. Es lo mejor del cole. Tomar el
batido, correr por el patio sin un objetivo claro o jugar
a las peleas con Marco y Claudio, sus amigos. Pero antes,
hay que seguir pintando el número cuatro, procurando
no salirse de la raya negra. Y Graco se pregunta, ¿por
qué no es más gorda la dichosa rayita? Marco
le empuja y Graco desvía el trazo, ya de por si
imperfecto.
-¡Me he salido por tu culpa!- grita Graco visiblemente
irritado.
Marco mira con cara de circunstancia y encoje los hombros.
Graco no sabe muy bien cómo interpretar el gesto
y decide pintar con su pintura en el folio de Marco, que,
ahora sí, pone cara de pocos amigos. Marco le pega
un empujón. Graco le tira la pintura a la cara.
El proyectil improvisado le pega en el ojo. Marco llora
y ataca a Graco en una mezcla alocada de puñetazos,
manotazos y empujones. Graco llora. La seño llega.
Lo que faltaba.
Las explicaciones no valen. Las manos extendidas. La regla
habla. Es lo que hay. Si te portas mal, si no haces lo
que dice la seño, cobras. Así que Graco
y Marco, con la cara enrojecida, empapada por las lágrimas,
y con atisbos de mucosidad bajo las narices, extienden
las manos, las palmas hacia arriba y se disponen, cabizbajos
y en silencio, a recibir el reglazo.
¡Plas! ¡Plas! Otra vez a llorar. Los dos,
al unísono, aunque más por vergüenza
y por orgullo que por la mordedura de la regla.
La campana suena y todos, disciplinadamente, forman fila
para salir al patio a jugar. Claro, todos menos Marco
y Graco, que se quedan, lloriqueando, sentaditos en sus
sillas. Uno junto al otro, sollozando, los labios apretados,
gachas las cabezas, rojas las orejas del sofoco y tragándose
la rabia. En el patio el griterío, las carreras
y las peleas. ¿Y con quién va a pelear hoy
Claudio?
Desde luego, cada vez, Graco lo tiene más claro.
El cole es un rollo, un rollo patatero. Marco es un imbécil,
y la seño… la seño es una bruja que
te cagas.
3. UNAS POCAS PALABRAS
Graco lo sabía.
No era bueno para recordar fechas, pero sabía que
el próximo viernes era el cumpleaños de
Julia.
Julia era la chica más guapa de la clase, por lo
menos para él. Era tan guapa que Graco no se atrevía
ni a hablar con ella. Temía que su lengua se volviese
pesada y torpe, que le faltase la saliva y que sus mejillas
se tornasen tan rojas como los tomates maduros del huerto
de su tío Aurelio. Sin embargo, faltaba una semana
para que Julia cumpliese años, y quería
regalarle algo muy especial. Eso si se atrevía
a acercarse a ella para dárselo.
Pensó en varias cosas que se ajustasen a su reducido
presupuesto. Solo contaba con la paga de los domingos,
así que tuvo que privarse de comprar muchas chucherías
para poder ahorrar un poco más.
Los días pasaron y al final Graco no se había
decidido. El jueves, por la noche, pensaba cuánto
le gustaría ser un rico mecenas renacentista, o,
mejor, un rey moro con un gran palacio de oro, cristal
y marfil para regalárselo a Julia por su cumpleaños.
Recordó que su madre le había contado algo
sobre un palacio en la India que un rey le había
regalado a su esposa. Si no podía tenerlo de verdad,
dejaría volar su imaginación, como tantas
veces había hecho. Sacó el cuaderno que
escondía debajo del cajón y se puso a escribir
unas pocas palabras.
Ahora no sabes que existo
pero algún día lo sabrás
y entonces te daré
oro, plata y mucho más.
Cuando tenga mi palacio
con torres de plata y oro
necesitaré a una reina
para compartir mis tesoros.
Será la reina más
guapa
de todos los reinos
y esa reina serás tú
porque yo te quiero.
Y pasearemos a caballo
por los jardines de palacio
que tendrán flores y columpios
para jugar y columpiarnos.
Y podrán venir nuestros
padres,
siempre a visitarnos,
y también nuestros amigos
para pasar el verano.
Será nuestro palacio
el palacio más hermoso
y tú estarás conmigo
¡qué sueño tan maravilloso!
Graco cerró el cuaderno.
Sin leer lo que había escrito. Mañana sería
viernes y aún no había comprado nada para
ella.
4. EL POEMA
No tenía ganas de
levantarse. Llovía. Hacía frío y
estaba lloviendo. Lo que faltaba. Tomó el desayuno
sin ánimo, pensando en que quedaría como
un completo imbécil cuando todos entregasen su
regalo a Julia y él no tuviera nada. A lo mejor
podía fingir que estaba enfermo. Su madre, llamándolo
desde el salón, le alejó de sus planes tácticos
de escaqueo. Graco apuró de un trago la leche y
cogió la mochila. Su madre aguardaba en el pasillo,
junto a la puerta.
-Toma –le dijo alargándole un paquete.
- ¿Qué es esto?
- Creo que hoy es el cumpleaños de alguno de tus
compañeros.
-¿Y cómo lo sabes? –inquirió
Graco extrañado.
-Porque soy tu madre y tengo que saber esas cosas.
Graco tomó el paquete ilusionado. No sabía
qué era. Pero su madre acababa de salvarle de hacer
el ridículo.
-¿Y qué es?
-Pues unas pinturas y unos cuentos. Venga, ponte el abrigo
que vamos a llegar tarde.
Graco salió disparado hacia su habitación
ante la desesperación de su madre. Abrió
el cajón y extrajo su cuaderno de poemas del fondo.
Después, arrancó la página en la
que había escrito el poema para Julia, la dobló
y la introdujo con cuidado entre los pliegues del envoltorio.
Su madre le llamó. Iban a llegar tarde.
El abrigo, los guantes, el paraguas y los charcos. Los
charcos… pensó Graco. Eso no estaba nada
mal. Le gustaba saltar en los charcos y mojarse los pantalones.
De repente, el día había cambiado. No importaba
la lluvia, ni el frío. Tenía un regalo para
Julia y eso era lo más importante del mundo en
ese momento. La fría y lluviosa mañana se
había tornado en un día maravilloso con
un bonito cielo hormigonado.
Graco pasó la mañana nervioso, lanzado furtivas
miradas a Julia, que ese día llevaba la corona
de reina, de su reina. Finalmente, la profesora, la bruja
del cuento de hadas en el que algún día
viviría por los siglos de los siglos con Julia,
les dijo que era hora de cantar el cumpleaños y
de entregar los regalos. A coro, interpretaron el exitoso
y aburridísimo tema, con cierto desafine y a ritmo
irregular. Pero eso no importaba. La niña, visiblemente
emocionada, comenzó a abrir los paquetes que, uno
tras otro, caían en sus manos. Finalmente, llegó
el turno de Graco, que suspiró antes de hacer entrega
de su paquete. Después, sonrojado, agachó
la cabeza y regresó a su sitio. Julia comenzó
a desenvolverlo. El corazón de Graco protestaba
con violentos golpes, como si aquella tensión no
le fuese nada bien. Entre los cuentos, una hoja de cuaderno
plegada. Julia la cogió con curiosidad y la desdobló.
Rápido, sus mejillas pasaron del rosa pálido
al rojo intenso.
Graco no dejaba de oír
las carcajadas de todos sus compañeros. Avergonzado,
se refugió lo quedaba de tarde en terminar las
tareas que la bruja había mandado. Cuando sonó
el timbre, Graco se apresuró por ser el primero
en recoger y ser el primero en salir de clase. Quería
alejarse de allí cuanto antes.
Su madre le esperaba junto al resto de las madres. Seguía
lloviendo. El cielo continuaba siendo gris, pero ya no
era un gris bonito, sino un gris sucio y turbio que contribuyó
a empeorar la sensación de ridículo que
se aferraba perniciosa al pecho de Graco.
5. LA JUSTICIA POR SU MANO
Aquel fin de semana irían
a la casa del tío Aurelio.
El tío Aurelio molaba un montón. Siempre
estaba haciendo cosas raras en el garaje. Tenía
muchas herramientas, y muchos trozos de madera, y cachos
de chapa oxidada y botes de pintura que impregnaban el
garaje de un aroma que a Graco le cautivaba. Vivía
en una casa de una sola planta, a las afueras de un pueblo,
a una hora en coche desde el barrio y donde no había
colegio, ni cine, ni nada. Su madre decía que vivía
en el “culo del mundo”. A Graco le daba igual,
le gustaba ir a la casa de su tío, y encima, el
río estaba a unos pocos pasos.
Cuando llegaron, el tío les abrió las puertas
de la valla con una sonrisa. Era todo un personaje. Llevaba
un enorme sombrero de paja con los bordes comidos por
el tiempo y el uso. En la boca, la pipa, perenne complemento
que aromatizaba en exceso cada lugar por donde pasaba.
Seguirle la pista, no era nada complicado. Su prima Jimena
salió corriendo de la casa en cuanto advirtió
el coche de sus tíos. Era una chica guapa, un año
mayor que Graco, de grandes ojos azules y pelo negro.
Graco se llevaba muy bien con su prima, y aunque no se
veían demasiado, eran buenos amigos y confidentes.
De camino al río, se cruzaron con los vecinos,
que pronto comenzaron a insultar a la muchacha. Esta se
limitó a agachar la cabeza. Graco se volvió
irritado. Su prima tiró de su mano.
-Vamos. Son los Valerio, unos gilipollas. Es mejor no
hacerles caso – dijo la chica.
-¿Siempre se meten contigo?
-Más o menos… Óscar y Tomás,
unos verdaderos imbéciles.
Graco se volvió. Los dos hermanos se alejaban entre
carcajadas y algún que otro insulto malsonante
dirigido a su prima. Se dio la vuelta. Una piedra cayó
cerca de ellos. Era el colmo. Desde luego no iba a dejar
así las cosas. Esos dos iban a saber quién
mandaba, y si nadie les había dado una lección
de modales, recibirían una que no iban a olvidar.
Graco se deshizo de la mano de su prima y corrió
tras los Valerio. Jimena le llamó en vano. Sus
gritos quedaron perdidos en el aire y el calor del sábado
por la mañana.
El pequeño de los hermanos se giró justo
a tiempo para ver cómo el puño de Graco
le impactaba con fuerza en la mejilla. Su hermano, que
se había quedado sorprendido, no tardó en
reaccionar y se lanzó a por Graco. Éste
se zafó como pudo del ataque y le propinó
un rodillazo en la entrepierna. Óscar, el mayor,
se dobló, y Graco aprovechó para golpearle
con el codo en la nuca. El pequeño de los Valerio
se había incorporado y lanzó un tremenda
patada que impactó a Graco en el pecho. Éste,
sintió que le faltaba el aire. Cayó de espaldas.
Óscar estaba encogido en el suelo, sollozaba. Tomás
se sentó a horcajadas sobre Graco y comenzó
a golpearle en la cara. El muchacho hizo acopio de todas
sus fuerzas, se flexionó como hacía en la
clase de gimnasia, y golpeó a su agresor con la
cabeza en la barbilla. Pudo oír cómo chascaban
los dientes. El chico cayó a un lado. Graco se
incorporó y se lanzó a por él, pero
Óscar se había levantado y le agarró
por la espalda, luego le pegó un puñetazo.
Graco sintió la sangre caer por la nariz.
Entonces llegaron los padres de los Valerio, que corrieron
hacia los muchachos. Instantes después, el tío
Aurelio también aparecía, con sus padres
y su prima. Los separaron.
Le cayó una bronca
tremenda. Todos estaban disgustados, aunque en el rostro
de su tío pudo percibir un leve gesto que interpretó
como aprobación. Graco se fue a su cuarto disgustado,
sintiéndose incomprendido. No era justo. Esos Valerio
eran unos cobardes que sólo sabían meterse
con las chicas. Apretó la cabeza contra el almohadón
y lloró de rabia. Su prima abrió la puerta.
Despacio. Se acercó a Graco, que intentaba limpiar
las lágrimas de su cara enrojecida. Tenía
un moretón bajo el ojo y llevaba un trocito de
algodón en la nariz para contener la sangre.
-Gracias –le dijo.
Después, le dio un beso en la mejilla.
6. UNA EXPERIENCIA
DESAGRADABLE
Acababan de salir del restaurante.
Hacía frío, y una niebla acuosa, cada vez
más densa, parecía querer adueñarse
de la oscuridad de las calles mal iluminadas por las farolas.
El suelo estaba mojado, como los coches y los cristales
de los escaparates, que a esas horas, mostraban, silenciosos,
los productos objeto de deseo del consumidor compulsivo
que habitaba la ciudad. Su madre se agarró con
fuerza al brazo de su padre. Graco caminaba distraído,
delante de ellos, absorto en la oscuridad y el silencio
envolvente de la noche. Casi nunca solía estar
hasta tan tarde fuera de casa, por eso, aquella noche,
era algo especial. Sentía una llamada cautivadora,
se sentía totalmente integrado entre el frío,
la niebla y el silencio.
Su casa no quedaba lejos. No había estrellas en
el cielo, o si las había, Graco no podía
verlas. Desde la casa del tío Aurelio se podían
contar a centenares, pero por mucho que lo intentaba,
no podía ver ni la osa, ni el osito, ni el dragón.
Eso sí que le gustaría, ver un dragón
inmenso recortándose entre la oscuridad del cielo
mientras soltaba continuas ráfagas de llamaradas
iridiscentes
Llegaron al parque. Silencioso. El barco pirata, en el
que tantas veces había jugado, estaba anclado en
medio de la tierra mojada. Después de surcar mil
mares, sufrir cientos de motines a bordo, con decenas
de bravos piratas al timón y un frenético
correteo por cubierta, el sol se había marchado
y el frío de la noche había dejado paso
a la calma. Graco se paró. Le pareció haber
oído algo. Sus padres se acercaron.
Forzó los ojos. Entre los jirones neblinosos que
parecían pinceladas sueltas de un gris sucio en
un lienzo de tonos negros, Graco atisbó tres figuras.
Parecían pelear. Su madre le agarró con
fuerza. Su padre salió corriendo de inmediato.
Graco, que ya no era tan pequeño, se libró
de los brazos de su madre y salió corriendo detrás,
llamando a su padre a voces.
Una chica estaba en el suelo, con la blusa rota. Se la
veía el sujetador. Tenía la falda levantada
y las bragas a la altura de los tobillos. Lloraba. Uno
de los chicos la estaba sujetando por las manos mientras
el otro, arrodillado frente a ella, trataba de abrocharse,
o desabrocharse, los pantalones.
Su padre irrumpió llamando “hijos de puta”
a los chicos que trataban de forzar a la chica. Graco
sólo vio el fugaz destello del acero. El que agarraba
a la chica por las manos se había levantado y blandía
su navaja amenazante. La muchacha trató de incorporarse,
pero el chico que estaba sobre sus piernas la golpeó
en la cara haciendo que volviese al suelo de forma violenta.
Graco miraba, hipnotizado, el brillo de la navaja. Estaba
petrificado. Los dos chicos, visiblemente irritados por
la interrupción, se levantaron. Su madre también
había llegado. Demasiado público inesperado.
Los muy miserables se dieron la vuelta y echaron a correr
por el parque. La oscuridad no tardó en engullirlos,
envolviendo con su oscuro y húmedo manto sus formas
grotescas que se diluían.
El padre de Graco se apresuró a quitarse el abrigo
y a tapar con el a la chica, que había quedado
encogida y temblorosa en el suelo húmedo del parque.
Luego hizo una llamada desde el móvil. Al poco
rato las sirenas rompían el silencio. Su madre
estaba junto a la chica. Lloraba. Ambas lloraban.
7. UN CONCIERTO MÁGICO
Al principio se mostró
reticente. ¿Para qué necesitaba ir a un
concierto? Seguro que sería aburrido. Sin embargo,
su madre se había empeñado en sacar las
entradas y en que los tres fuesen a ver un concierto de
música clásica al nuevo auditorio de la
ciudad.
Situado junto al río, el auditorio era una obra
imponente. Para su sorpresa, le gustó más
de lo esperado, pues el edificio se asemejaba a los que
aparecían en la serie de Batman, aunque claro,
en vez de papel y tinta azul y negra, en la vida real
se usaban bloques de piedra de color gris oscuro. La construcción
se elevaba un par de decenas de metros por encima de la
cabeza del muchacho. Desgraciadamente, el interior, no
le resultó tan interesante. Al final, iba a tener
razón, aquello era un rollo. Cuando les picaron
sus entradas, pasaron a un espacio enorme cubierto por
una cúpula a base de casetones rojos y dorados
que albergaba numerosas esculturas de los más ilustres
compositores que habían aportado, a la historia
de la música, su particular piedra angular. Aunque
eso, a Graco le daba lo mismo. Ninguno de esos nombres
le decía nada. Del techo, altísimo, se descolgaban
unas grandes lámparas de delgados brazos de acero
y cristal, con decenas de velas perfumadas que otorgaban
al espacio una cálida luz ambarina a la vez que
una fragancia suave y dulce que invitaba al sosiego.
Cuando entraron a su zona de butacas, situada frente al
escenario, no pudo contener una apagada exclamación
de sorpresa. Frente a él, de forma ordenada y sobre
una alfombra roja, descansaban, junto a las sillas aún
vacías, violines, violonchelos, trompas, bombos
y trombones. Sin embargo, no fue eso lo que más
le llamó la atención, sino el agua, el agua
que fluía bajo el piso de cristal que habían
colocado delante del escenario. De alguna forma, habían
canalizado parte del caudal del río para que fluyese
junto al escenario de forma lenta y silenciosa.
Las butacas fueron ocupándose. Graco miraba boquiabierto,
en silencio. Después, las lámparas que colgaban
desde el techo se apagaron, y alrededor de la sala, ya
completamente llena, unas débiles llamas azuladas
emergieron de alguna parte de las columnas que dividían
los palcos laterales. Luego, mágicamente, el agua
del río que fluía bajo el cristal se tornó
de un color azul fluorescente irradiando una luz suave
que iluminaba el frontal del escenario. La gente aplaudía.
Graco también. Los músicos salieron por
unas puertas laterales, de forma ordenada, sobria y silenciosa.
Ocuparon sus asientos, tomaron sus instrumentos y de forma
desacompasada arrancaron las primeras notas para la afinación
final. El director salió después. Más
aplausos. Se volvió hacia el público, se
inclinó en una formal reverencia y, después,
se giró con las manos en alto hacia la orquesta.
Las primeras notas se clavaron en el pecho de Graco arrancándole
una sensación hasta entonces desconocida. La pureza
y la fuerza del sonido resonaban en una febril melodía
de ensueño que le hizo perder el contacto con la
realidad mientras se dejaba llevar por el aluvión
de notas. Graco se contuvo para no llorar por la emoción.
Uno tras otro, los temas elegidos se interpretaban con
sutileza. Por un momento, perdió la noción
del tiempo, se dejó llevar lentamente, como el
agua que fluía a los pies del escenario acompañando
a las hermosas melodías.
Finalmente, las luces azules desaparecieron, el río
perdió su mágica tonalidad azul y las lámparas
del techo volvieron a inundar el auditorio con su luz
anaranjada. Graco se levantó. El público
se puso en pie y una explosión de aplausos inundó
el auditorio. Graco estaba ebrio de entusiasmo, acababa
de descubrir la música.
8. SIR GRACO
No podía ser. Aquél
engreído con su armadura oscura había derribado
a Marco, el mejor caballero del rey. Ahora, exigiría
quedarse con la princesa Julia. No podía permitirlo.
Graco nunca había derribado a Marco en una justa,
pero si quería impedir que Julia se marchase con
ese caballero negro debía realizar su mejor combate.
Acarició a su caballo mientras le susurraba unas
palabras al oído. Después, se dirigió
hacia el palco en el que estaba el rey, con cara de pocos
amigos y necesitado de un brazo fuerte que impidiese que
su hija se marchase con el enigmático caballero
de armadura negra.
Graco desenvainó la espada y se arrodilló.
- Majestad, juro por mi honor de caballero que lucharé
hasta la muerte por la princesa.
- Sois muy valiente, joven Graco, pero creo que no tenéis
ninguna posibilidad. Ha derribado a Marco, que nunca antes
había tenido rival en el reino – respondió
el rey desanimado.
- Aún así, es mi deber luchar por la princesa,
y si he de dar mi vida por defender el amor que la profeso,
prefiero vagar por el Más Allá a continuar
mis días sabiéndome deshonrado.
Julia se sonrojó y buscó la mano de su padre,
que apretó con fuerza, clavando las uñas,
de puro nerviosismo, en la piel envejecida de su padre.
- Que así sea, joven caballero. Que Dios os guarde
y os guíe en el combate.
Graco se puso en pie. Se dirigió hacia su caballo.
Montó. Su escudero, raudo, le acercó el
yelmo, coronado de plumas blancas, y la lanza. Se aseguró
de que la espada estuviese bien sujeta al cinto, tomó
el escudo y se bajó la visera. Respiró hondo
mientras contemplaba, por las rendijas, como el caballero
negro se preparaba para cargar. Se hizo el silencio en
las gradas, donde los nobles y los campesinos del reino
se habían congregado para seguir el desarrollo
de los acontecimientos.
El caballero negro espoleó a su caballo, también
negro, que relinchó y se alzó sobre las
patas traseras antes de iniciar su carrera. Graco respiró,
sujetó con fuerza la lanza y con una leve presión
de los pies indicó a su corcel que había
llegado el momento. Las lanzas chocaron con violencia
sobre los escudos y se astillaron. Ambos caballeros cayeron
al suelo. Graco se levantó presto y desenvainó.
Su rival hizo lo propio. El caballero negro atacó
primero. Graco alzó el escudo para parar el golpe.
Después, atacó. Las espadas silbaron y chocaron
en el aire. Graco, defendiendo y atacando, se giró
hasta ponerse de espaldas al sol. Entonces, atacó
con su espada, el caballero negro paró el golpe.
Era el momento, Graco dejó caer el escudo un poco,
dejando parte del pecho al descubierto, esperando la acción
de su oponente. Éste, viendo la oportunidad, embistió
con la espada, pero Graco sabía lo que tenía
que hacer, por lo que giró el escudo, desvió
el golpe y atacó. Su espada hirió al caballero
negro en el pecho, atravesando la armadura y la cota de
malla. Se desplomó en el suelo. El público,
que había enmudecido, estalló en vítores
y aplausos. Las trompetas sonaron. El rey se levantó
y aplaudió dejándose llevar por la euforia.
Graco guardó su espada, se sacó el yelmo
y se dirigió hacia el palco real. Se arrodilló.
El rey y la princesa, acompañados de la reina y
los portaestandartes, descendieron. Julia salió
corriendo a su encuentro. Graco radiaba de felicidad.
La princesa, con las mejillas encendidas, le dio un tímido
beso.
El público aplaudía, cayó el telón
y seguían los aplausos. La función de fin
de curso había sido un éxito. Los padres
de los alumnos continuaron aplaudiendo un rato. Mientras,
Graco sentía un enorme pesar porque todo aquello
sólo hubiese sido una representación teatral.
La idea de pasar unos meses sin ver a Julia no le entusiasmaba
demasiado.
9. UNA DE MAYORES
Habían quedado en
el parque. Claudio les había prometido llevarles
algo muy especial, algo para mayores. Graco no sabía
a qué se podía referir su amigo. Le picaba
la curiosidad… algo para mayores… Marco había
llegado antes y esperaba tumbado a la sombra de los pinos,
leyendo un cómic de Spiderman, uno en el que el
superhéroe se enfrentaba al malvado duende verde.
Claudio llegó inmediatamente después, con
una sonrisa de oreja a oreja.
- Bueno, ¿y qué es eso tan especial? –
preguntó Graco intrigado.
- Es algo que le he cogido a mi hermano, prestado…
- ¿Le has quitado algo a tu hermano?
- Se lo he cogido prestado, no creo que se entere.
- Pues más te vale, porque como se de cuenta te
va a caer la del pulpo – intervino Marco –.
¿Viste cómo le puso ayer al Antoñito?
- Jo, es verdad… - corroboró Graco haciendo
referencia a la pelea de la tarde anterior, en la que
el hermano de Claudio le sacudió a un chulito del
barrio.
- Bueno, a ver, y qué es eso que nos tienes que
mostrar.
Claudio se levantó la camiseta y cogió una
revista que llevaba a la espalda, sujeta con el borde
del pantalón. Miró la portada, hizo un gesto
de aprobación y se la mostró a sus amigos.
- ¡Joder! – exclamaron los dos al ver a la
pedazo de tía buena que salía en la portada
de la revista, desnuda, con las tetas al aire.
- Pues veréis el interior, ¡te cagas! –
dijo Claudio, orgulloso de que su sorpresa hubiese gustado
a sus amigos.
Graco no había visto nada igual. Hombres y mujeres,
completamente desnudos y en posturas imposibles, hacían
una serie de cosas que jamás se le hubiese ocurrido
que un hombre y una mujer pudieran hacer.
- ¿Y esto es lo que hacen los novios? – preguntó
un tanto desorientado.
- ¿Tú eres tonto? ¿No ves que estas
son putas? Si le dices de hacer esto a Julia seguro que
te pega un guantazo que te espabila – respondió
Claudio haciéndose el listillo.
- Jope, tío… mira, mira… - Marco estaba
entusiasmado. Señalaba una página en la
que un hombre parecía disfrutar mucho en compañía
de dos mujeres. Graco parpadeó tratando de asimilar
lo que veía. Al parecer, sus dos amigos estaban
a años luz de él en cuanto a conocimientos
sexuales se refería.
- ¿Y también se puede con dos? – preguntó,
ya que aquello le parecía de lo más raro.
- Definitivamente, estás tonto.
Pasaron un rato mirando la revista. Después, Claudio
volvió a guardársela en la espalda.
- ¡Hale!, andando, que tenemos partido en las pistas
– dijo una vez se colocó la camiseta, orgulloso
de que su sorpresa hubiese causado el efecto esperado.
Los tres se pusieron en pie, sintiendo aún la excitación
entre sus piernas, Graco pensando en que la suya no era
tan grande como para hacer todas esas cosas que había
visto y que tanto parecía gustarles a las mujeres.
Y bajo el tórrido sol de julio, se fueron caminando
hacia las pistas para jugar un rato al fútbol.
El cómic de Spiderman se quedó a la sombra,
olvidado bajo los pinos del parque.
10. CUESTIÓN DE SUERTE
-Aquí tienes, bajas
a la pastelería y compras la tarta. Ya sabes cuál
es.
Graco tomó el dinero y bajó a la calle.
Era el cumpleaños de su padre. El tío Aurelio
y su prima Jimena venían de camino. Iba a ser un
día guay. En el parque, se encontró con
la pandilla de los mayores. Estaban jugando a alguna cosa,
todos en círculo. Graco se acercó. Era un
juego simple. Tres cartas, una apuesta al número
más alto. Algunos chicos estaban ganando bastante
dinero.
-Yo también quiero apostar.
-¿Tienes pelas?
-Vamos tío, es un crío – intervino
el hermano de Claudio.
-No soy tan pequeño, además, tengo pasta,
mira.
Graco mostró su billete. Pensó que si ganaba
algo de dinero podría comprar la tarta y sacarse
algo para divertirse por la tarde con su prima y sus amigos.
Sólo era cuestión de suerte, y algunos jugadores
parecían contentos.
-Tú mismo chaval.
Graco hizo su apuesta. Estaba ilusionado. Las cartas se
volvieron.
-Hoy no es tu día. Has perdido. Lo siento enano,
quizá en otra ocasión.
El hermano de Claudio le dirigió una mirada que
interpretó como un “ya te lo dije, no te
metas en las cosas de mayores”. Graco se quedó
pensativo. Había perdido el dinero. Tenía
un problema. Se apartó del grupo y se quedó
mirando un rato, sentado en un bordillo. Al poco tiempo,
llegó un coche y otros tres muchachos, algo mayores,
bajaron. El hermano de Claudio parecía conocerles,
porque se acercó a ellos y les estrechó
la mano. Después, sacó unos cuantos billetes
del bolsillo y se los entregó. Los tres se marcharon
por donde habían venido, pero llevándose
su billete, y los de otros, con ellos.
Entonces se dio cuenta. El dinero no se quedaba allí.
Quizá sólo un poco. Pero la mayor parte
iba a parar a otras manos. Y se dijo que algún
día, esas manos serían las suyas.
Cuando volvió a
casa, no supo dar una explicación coherente. No
quería mentir, ni decir la verdad. Le cayó
un buen rapapolvo. Celebraron el cumpleaños de
papá, pero no comieron tarta.
ADOLESCENCIA
(Graco al poder)
11. HUMO, GENTE
Y ALCOHOL
Prefería el sonido
estridente de los riffs de guitarra de Kurt y el agrio
sabor de la música de Nirvana, pero aquel grupo
no sonaba nada mal. El garito estaba lleno de humo, de
gente y de alcohol. Graco se había acercado el
vaso a los labios cuando le empujaron por la espalda.
El whisky le empapó la camisa.
- Perdona…
Se giró, malhumorado, para encontrarse a una chica
de unos dieciséis años, de grandes ojos
negros ligeramente almendrados y visiblemente consternada
por el altercado.
- He tropezado, lo siento…
- No pasa nada, pero podías tener un poquito más
de cuidado – contestó más apaciguado
ante el hechizo de la belleza de la chica.
- Encima te he manchado la camisa. Lo siento.
- Eso ya lo has dicho. Soy Graco, y creo que te va tocar
pagarme la copa – dijo dibujando una sonrisa divertida.
- Me parece justo. Me llamo Elisa.
Dejándose guiar por el perfume dulzón de
Elisa, se abrieron paso entre la multitud hasta la barra.
Ella pidió dos JBs y una botella de agua. Se dispuso
a pagar.
- A esta invita la casa, guapa – respondió
el barman que había percibido el discreto gesto
que Graco le había hecho a espaldas de la chica.
- Vaya, creo que al final te va a salir gratis el empujón…
Dialogaron un rato. Ella era divertida. Divertida y guapa.
El grupo seguía tocando sobre el escenario, que
cada vez quedaba un poco más eclipsado por el denso
cortinaje de humo que crecía en local.
-¿Tomamos un poco de aire fresco?
- Buena idea, esto está un poco cargado.
Salieron a la calle. Sin darse cuenta, sus dedos se habían
entrelazado por el camino. Elisa condujo a Graco al callejón
lateral. La música apenas se oía. Ella le
besó con frenesí experto. Graco no supo
muy bien cómo reaccionar. La rodeó con sus
brazos y la atrajo hacia sí con fuerza, sin dejar
de besarla, saboreando uno de sus primeros besos. Después,
sus manos lograron eludir la tela de su camiseta para
comenzar a recorrer la espalda de Elisa. Su piel era suave
y caliente. Sus dedos juguetearon con torpeza con el broche
del sujetador hasta que lograron soltarlo. Elisa le dejaba
hacer, besándolo y notablemente excitada, como
él. Instantes después, su mano acariciaba
los pechos de ella, que comenzó a besarlo en el
cuello mientras sus manos, más expertas que las
de Graco, comenzaron a desabrocharle la hebilla del cinturón.
Seguidamente, se vio desprendido de su camisa manchada
de whisky. Elisa bajó con sus labios, besando su
torso desnudo hasta rozar con su lengua el borde superior
de sus vaqueros. Dejándose llevar por el momento,
Graco levantó la falda de la chica para seguir
con su exploración. No llevaba ropa interior, pero
su sexo estaba húmedo y caliente. Sus dedos juguetearon
unos breves instantes. La muchacha gimió y le abrazó
con fuerza mientras clavaba sus dientes en el cuello de
Graco. Éste la levantó, la apoyó
contra la pared y ajustó su posición para
penetrarla. Elisa volvió a gemir.
Cuando terminaron permanecieron unos minutos en silencio,
abrazados con sus cuerpos sudorosos. Después, sus
labios se encontraron otra vez. Graco le miró a
los ojos. En sus pupilas negras pudo ver un fugaz centelleo
que no supo bien cómo interpretar. Elisa le atrajo
hacia sí y volvieron a besarse.
12. AHORA MUEVO
YO…
Lo último que recordaba,
antes de volver a dormirse, era el ruido de la cerradura
y el motor del coche de sus padres que se perdía
entre las primeras horas del amanecer. Después,
con la satisfacción de saber que se quedaba solo
en casa durante el fin de semana, y pensando en la que
se iba a montar, volvió a quedarse dormido.
Despertó unas horas más tarde, aunque vagueó
tumbado en la cama. Rebuscó bajo el colchón.
Sacó el paquete, aplastado y maltratado, y encendió
un cigarrillo. Dejó volar sus pensamientos entre
el humo gris que se diluía a medida que ascendía.
Lo mejor de todo era que no tenía que ventilar
la habitación hasta el domingo por la noche.
Cuando apuró el cigarro se levantó. Se contempló
en el espejo del cuarto de baño. Sí, era
guapo. Guapo y bien formado. No le extrañaba que
una piba como Elisa se hubiese fijado en él. Hay
que joderse cómo se las gastaba el destino, un
simple tropiezo y había subido a lo más
alto del escalafón. Sus colegas estaban que lo
flipaban, sobretodo cuando les contó su experiencia
en el callejón. De perseguir a Julia cada día,
de ser una simple marioneta, había pasado a liarse
con una tía de cuidado.
Marco y Claudio llegaron antes del medio día. Pidieron
pizza, pusieron a tope la cadena y mientras sonaban los
temas de MetallicA, Nirvana y Guns N’Roses comenzaron
los preparativos para la gran fiesta. A la caída
de la tarde, empezaron a llegar los primeros invitados.
Algunos habían conseguido sacar el carné
de conducir, por lo que la calle comenzó a llenarse
de coches.
Julia y sus amigas no tardaron en aparecen. Ella estaba
muy guapa, con su minifalda y sus botas altas, su pelo
suelto y ligeramente maquillada.
-¿Tomáis algo?
En calidad de anfitrión, Graco se puso a servir
ponche con naranja y ron con limón. Poco a poco,
la cosa se iba animando. Quique llegó con sus tres
amigos. Eran colegas del instituto, y a Graco no le pasaba
desapercibido que éste estaba colado por Julia.
Desde luego, la cosa iba a estar interesante. En cuanto
el chico la localizó se acercó a ella. Los
dos parecían entenderse. A Graco no le hacía
mucha gracia. En un par de ocasiones se fijó que
Julia lo buscaba con la mirada, pero cuando sus ojos se
encontraban centraba de nuevo su atención en la
conversación con Quique.
Se sirvió un whisky y encendió un cigarro.
Sonaba Highway to Hell de AC/DC. La gente se lo estaba
pasando bien.
- ¿Y esos? – preguntó Marco en referencia
a Julia y Quique que parecían estar intimando demasiado.
- Son jóvenes y guapos – fue la escueta respuesta
de Graco.
Entonces llegó Elisa acompañada de una amiga.
Sonrió al verle.
- ¿No me jodas que también la has invitado
a ella?
- Por supuesto.
- ¡Joder tío! Ya te vale…
Graco dio una última calada, apagó el cigarro
y fue al encuentro de Elisa. Ella le recibió con
un abrazo y un beso que le hizo saborear las mieles del
cielo.
Desde luego, la fiesta iba a ser la hostia…
13. ENTRE DAMAS
La partida se alargó
un poco más de la cuenta. Entre whisky y póquer
se habían marchado casi cuatro horas. Había
quedado con Elisa, pero ya llegaba tarde. Llovía.
Marco charlaba con Claudio y unas cuantas chicas en la
barra. Al acercarse, Graco comprobó que eran del
grupo de Julia. Ella no estaba. Estaría con su
novio, pensó.
- Joder, tío, ¿dónde te has metido?
- Jugando. ¿Habéis visto a Elisa?
- Pues sí, se marchó hace un rato. Me dijo
que le había surgido algo y que no podía
esperar para contártelo – informó
Claudio.
- Joder…
- Vaya, ¿ahora llevas correa? – intervino
sarcásticamente una de las chicas.
- ¿Y a ti qué coño te importa?
No era un buen día. Perder estas tres manos seguidas
no le había sentado bien. Salió fuera para
llamar a Elisa al móvil. Seguía lloviendo.
Con ganas. Empezó a marcar cuando vio llegar a
Julia, corriendo, con la cazadora sobre los hombros y
tratando de cubrirse la cabeza con las manos. No terminó
de marcar el número.
- ¿Pero cómo se te ocurre venir así
con la que está cayendo? – menuda chorrada
de pregunta, parecía un crío.
- Ya ves, y tú ¿qué haces aquí
con la que está cayendo?
- Trataba de llamar. Dentro no hay quien se entere.
Cojonudo, cada vez lo hacía mejor.
- Ya, a Elisa, ¿no?
- ¿Te pasa algo? – parecía haber recuperado
su tono de voz, apartando todo deje infantil que tanto
le molestaba.
- Pues sí, Graco. Me parece que eres un gilipollas
- No me jodas, Julia… ¿ahora me vas a venir
con esas?
- Es que no sé por qué tienes que estar
con ella.
- ¿Y es que tú no estás con el Quique
de los cojones? Y yo no te digo nada. Ya sabes lo que
hay.
- Pensaba que yo te gustaba…
- No me jodas, Julia… por ahí no…
- Y no estoy con él, eres un verdadero gilipollas.
- Pues yo os vi muy acarameladitos en mi fiesta…
- Tú eres gilipollas, Graco…
- A ver si ahora lo vas a negar. Joder, Julia, que lo
he visto.
- Tú sólo ves lo que quieres. Yo sí
que te he visto besarte con esa…
- Pues claro que me has visto, ¡no me jodas! Estamos
juntos…
- Pensaba que… de verdad, eres un gilipollas.
Julia se dio la vuelta y se marchó. Otra vez bajo
la lluvia. Quiso contener las lágrimas, pero aún
así pudo sentir como éstas se deslizaban
por sus mejillas.
Graco se quedó callado, viendo como Julia cruzaba
la calle y se perdía entre el asfalto y el hormigón
mojados de la ciudad. A su alrededor, todo continuaba
fluyendo en su continuo devenir hacia ninguna parte. En
el interior, algo se había parado, alguna cosa
que en ese momento no pudo concretar. Y una desazón
le invadió el pecho.
14. PASOS AL VACÍO
Aquella era la parte más
sombría de toda la ciudad. En todos los sentidos,
en toda su amplitud. De los callejones mal iluminados,
surgían grotescas formas femeninas que vendían
la ruina de un cuerpo maltratado por la vida y los años.
Graco caminaba abstraído entre el decadente escaparate
de furcias, chulos, borrachos, vagabundos y aspirantes
a delincuentes que, con toda probabilidad, acabarían
sus días tirados en alguno de esos callejones alimentando
el anonimato de las vidas efímeras e insulsas que
se queman día tras otro.
La vibración del móvil le saco de la oscuridad
de sus pensamientos.
- Eh, tío, ¿dónde coño estás?
- Dando una vuelta.
- ¡No me jodas! Pues ya estás moviendo el
culo. Tenemos fiesta en el local de mi hermano.
- No tengo muchas ganas de fiesta, Claudio…
- Venga ya…no jodas. ¿Dónde estás?
- Ya te lo he dicho, dando una vuelta.
- Vale, como quieras. Ya sabes dónde estamos.
Volvió a guardar el móvil. De entre la boca
oscura de uno de los callejones, que parecían infinitos
en los suburbios, surgió un cuerpo enjuto, de aspecto
desaliñado, que con voz cansada y peste a alcohol,
le pedía un cigarrillo. Sintió ganas de
patear aquel cuerpo enfermo, pero pensó que él
no valía mucho más. Graco se llevó
la mano al bolsillo y sacó su paquete. Aún
quedaban algunos cigarros. Tomó uno, se lo colocó
en la oreja, y le entregó el resto al personaje.
Continuó su camino entre las sombras. Perdido en
la noche, sin rumbo, sin prisas. Pensando en todo, en
nada. Comenzó a llover. Recordó a Julia
y como su silueta se perdía a lo lejos, bajo la
lluvia, la misma lluvia en la que ahora él se diluía.
Y vio sus ojos, sus ojos que apenas podían contener
las lágrimas. Un neón azul parpadeaba en
la esquina. Un tugurio, un antro oscuro, apestoso. Un
refugio. Se colocó en una esquina de la barra.
Pidió whisky. Tomó el único cigarrillo
que le quedaba. Rebuscó en sus bolsillos y sacó
la libreta, su libreta, su esencia, su más fiel
confidente. Los versos fluyeron después del primer
sorbo y las dos primeras caladas.
He visto un brillo acuoso
Fundirse con tus ojos
Y he leído en tu mirada
Sentimientos que callados
Brotaban de la nada…
No sé si vivo
un sueño
Si es venganza lo que quiero
Tantos pasos al vacío
Y cuando piso en tierra firme
La senda adoquinada
De adoquines amarillos
Se mezcla con tinieblas…
Y los demonios de la
noche
Me engullen con su llanto
Y tremendas risotadas
Hacen en eco en mi memoria…
Yo que creí haber
vencido
El peso de tu amor que en mi pasado
Hizo mella en mi camino
Y al que siempre he estado atado…
Mas hoy me he dado cuenta
Al encontrarse nuestros ojos
Que los rescoldos del pasado
Que creía muertos, apagados,
Siguen vivos en mi pecho…
Quemado
15. EN LO BUENO
Y EN LO MALO
En la vida también
hay días tristes. No podía creerlo. Esas
cosas pasaban, pero nunca le habían tocado tan
cerca. Se acababa de levantar para ir al instituto. A
primera hora química. Cojonudo, pura dinamita,
como el sabor de un cigarro cuando tienes placas en la
garganta.
El teléfono sonó antes de que entrase al
baño. Era Claudio.
La noticia le dejó helado, descolocado, fuera de
juego, como un gancho directo que lo lanzó a la
lona.
Tragándose la rabia, se vistió. Se puso
lo primero que tenía a mano: la ropa arreguñada
que se había quitado hacía unas horas, la
ropa de la noche anterior.
Salió a la calle. Hacía frío. Apretado
en su abrigo, desayunando nicotina, esperó. Claudio
no tardó en llegar. Subió al coche. En lo
que duró que el trayecto apenas cruzaron un par
de palabras. El hospital quedaba al otro lado de la ciudad.
Un edificio enorme, de paredes blancas ensuciadas por
el efecto de la lluvia y la polución, con ventanas
diminutas que horadaban los muros de hormigón.
Marco, con los ojos enrojecidos, se separó de los
brazos de su hermana en cuanto los vio llegar. Los tres
se fundieron en un abrazo.
El padre de Marco acababa de fallecer. Su madre se encontraba
en estado crítico. Su vida pendía de un
hilo, de un hilo del que la medicina trataba de tirar
y amarrar a un asidero seguro. Había sido un accidente.
Un camión se les echó encima. No hubo manera
de evitar la colisión.
Aguantaron en silencio, soportando el peso de las horas,
esperando a que los médicos informasen sobre la
evolución de la madre de Marco. A la sala de espera
llegaron algunos familiares. Después, más
amigos; entre ellos, Julia. Al parecer, las aulas iban
a estar más vacías que de costumbre. Graco
permanecía sentado, en silencio, tragándose
la rabia. Julia se abrazó a Marco. El muchacho
estaba deshecho.
- ¿Estás bien? – las palabras de Julia
le sacaron de su ensimismamiento.
Graco se levantó y se limitó a negar con
la cabeza. Se miraron a los ojos y se abrazaron. Entonces
apoyó la frente sobre su hombro y lloró.
16. LA PERLA
Un desastre. La partida
había sido un completo fracaso. Ese cabrón
de Alex jugaba bien. Apretando los dientes, Graco se levantó
de la mesa.
- Mañana la pasta.
- Tranquilo, tío. La tendrás.
- Más te vale Graco. Ya te lo dije.
Si decir nada salió. Estaba jodido. Bien jodido.
Jodido de cojones. ¿De dónde iba a sacar
el dinero?
Casi amanecía cuando llegó a casa. Intentó
abrir sin hacer ruido y escurrirse hasta su cuarto como
una serpiente viscosa, como el áspid que era.
- ¿Y estas horas?
- Llego un poco tarde, lo siento.
- ¿Un poco tarde? Graco son casi las ocho…
- ¡Joder mamá, ya te he dicho que lo siento!
- Graco ¿te pasa algo?
- ¡Que no joder, déjame!
Su madre cerró la puerta. Algo pasaba, algo que
no era capaz de descubrir. Lo perdía, cada día
se alejaba un poco más… al abismo.
Graco debía pasta,
una pasta que no tenía de dónde sacar. La
cosa pintaba mal. Sin poder dormir, en su cabeza dibujaba
una y otra vez la misma mano. La última mano. Una
jota y un diez: la perla. Lo tenía todo a su favor,
pero ese cabrón de Alex se sacó dos damas
y destrozó su full con un póquer. ¿Cuál
era la probabilidad de obtener póquer? Podía
tirarse toda su vida jugando y no ligar un póquer
jamás. Quizá si hubiese estudiado más
matemáticas… ¡A tomar por culo! No
servía de nada. Ahora le debía pasta. Los
minutos pasaban deprisa. El sueño no venía.
Volver atrás no le ayudaba.
Se hizo el dormido cuando la puerta de la habitación
volvió a abrirse. Después, aguzó
el oído hasta asegurarse de que sus padres salían
de casa. Se levantó de la cama. Desde la ventana
pudo ver cómo el coche se alejaba.
No tenía otro remedio. Si no pagaba… Era
su única opción. El corazón le latía
con fuerza, protestando en el pecho cuando entró
en el dormitorio de sus padres. Abrió el cajón
de la cómoda y sacó la caja de puros que
se ocultaba al fonto. Maldiciéndose, tomó
el dinero y lo apretó en la mano. Ya estaba. Lo
había hecho. Salvaría el pellejo, pero a
un precio repugnante.
17. SAN VALENTÍN
Catorce de febrero. San
Valentín. Menuda mierda. Era como si alguien hubiese
cogido ese día y lo hubiese envuelto en un papel
gigantesco de regalo. Rojo. Brillante. Con corazones.
La gente es boba. Por lo menos quienes desenfundan la
tarjeta y los billetes. Graco no tiene tarjeta. Ni billetes.
Pero es San Valentín. Elisa se retrasa unos minutos.
Graco fuma un cigarrillo. Esperando. Observa a las parejas
que hoy parecen más ñoñas que de
costumbre. Caminando sin prisa, abrazadas, cuchicheando.
¿Fingiendo? ¿Y por qué van a fingir?
No está pasando por su mejor momento, y por mucho
que salga el sol y el cielo se pinte del azul más
bello, para Graco todo seguirá siendo frío
y gris.
Por fin llega. Preciosa, como siempre. Una parte de su
corazón recibe la radiación de su sonrisa.
La otra parte se sumerge más en las tinieblas.
Frías, oscuras. Sus labios saben a fresa, su cuello
huele muy bien, a ese perfume dulce que ni le empalaga
ni le deja indiferente.
Elisa le entrega un paquete, pequeño, envuelto
en papel de regalo. Rojo. Brillante. Con corazones.
- ¿Y esto? Ya sabes que no soy de los que se dejan
arrastrar por convencionalismos…
- Es una tontería. Lo vi y me gustó.
Elisa se muerde el labio en un gesto que a Graco le produce
cierta excitación. Está guapísima.
Si continúa mirándole a los ojos no podrá
resistir el impulso que lo embarga. Decide centrar su
atención en el regalo. Gira el paquete buscando
los celos, que despega despacio. Es una caja pequeña.
En su interior un zippo. Elisa ha hecho que graben unas
palabras: “La fortuna favorece a los audaces. Te
quiero. Elisa”.
- Vaya… es precioso. Muchas gracias. Siempre quise
tener uno de estos…
- De nada. Te dije que sólo era una tontería.
- No lo es, en absoluto. Me gusta mucho. Y lo que hay
escrito también.
Vuelven a besarse fundiéndose en un todo, transformándose
en una pareja más de las muchas que caminan por
el parque.
El día transcurre
despacio, a cámara lenta, como si fuese un sueño,
un episodio aparte de su vida. Caminan junto al río,
cogidos de la mano, agarrados de la cintura, cuchicheando.
Quizá el catorce de febrero sí sea un día
especial.
Graco no quiere que se marche, pero es tarde y Elisa tiene
que volver. El último beso es más largo,
más dulce.
Regresa de nuevo a casa, pensando. En el parque del barrio
aún hay gente. Quizá estén por allí
Marco y Claudio. Decide dar una vuelta. En uno de los
bancos, junto a la fuente, distingue a una pareja. Graco
se para, de forma mecánica, como si una pieza se
hubiese partido en su interior. Es Julia. Con Quique.
El chico la agarra por la cintura y la atrae. Después,
la besa. Julia le abraza. Graco no puede apartar la mirada,
y del lado frío y oscuro de su corazón brotan
esquirlas de hielo que desvanecen el calor del día.
Busca en el bolsillo, coge un cigarro y lo enciende. Mira
el zippo. “La fortuna favorece a los audaces…”
pero esta vez, Graco no termina de leer las palabras escritas
en el mechero. ¿San Valentín un día
especial? Menuda mierda.
18. SI EL WHISKY NO TE ARRUINA…
-Muchas veces tendemos a
complicar las cosas. Todo es más sencillo sin pensarlo
demasiado. ¿Qué esperabas? Concéntrate
en lo que tienes.
-Eso es más fácil decirlo que hacerlo.
-¿Tú crees? La vida es una jodienda. Vive
el momento. En un mundo efímero debes inhalar cada
instante con ferviente frenesí.
-Un consejo cojonudo…
-Es una chica fantástica. Y te quiere a ti.
-Sí, lo sé… pero no puedo frenar el
impulso de querer pegarle un puñetazo al gilipollas
de Quique.
-Eres un egoísta. Has estado toda la vida detrás
de ella y nunca te has decidido. Elegiste subir a otro
barco. Y también de lujo. Cuántos quisieran
billete para emprender tu viaje junto a Elisa
-Joder… ya lo sé, eso no hace falta que me
lo digas.
-Sí, sí hace falta. Cuando algún
día todo se vaya a la mierda te acordarás.
Ya sabes lo que dicen, que las cosas no se valoran…
-Vale, Kurt, no me jodas. ¿Ahora vas a sacar a
relucir frases fáciles?
-Oye tío, eres tú el que ha venido a hablar
conmigo. Tienes toda una vida por delante. Todo es barro,
aún estás a tiempo de darle forma. Cuando
seque sólo puedes volver atrás rompiéndolo,
jodiéndolo todo, ¿entiendes?
-¿Eso es lo que te pasó a ti?
-No estamos hablando de mí, Graco.
-Ya, vale. Pero no puedo remediarlo. Joder… me voy
a volver loco.
-Mira tío, creo que te iría bien poner tierra
de por medio. Unos días, hasta que te aclares.
Tómatelo como unas vacaciones…
-Para vacaciones estoy yo, ¡no te jode! No tengo
un puto duro. No tengo la suerte de ser una estrella del
grunge y ganar pasta a montones.
-¿Y qué me dices de tu tío Aurelio?
Hace tiempo que no vas por allí. Seguro que él
y tu prima Jimena, se alegran mucho de que vayas a pasar
un fin de semana, o unos días.
Quizá no fuese mala
idea. Hacía tiempo que no iba a visitar a su tío
ni a su prima. Un cambio de aires no le vendría
mal.
En la casa del tío Aurelio, el tiempo parecía
haberse detenido, salvo para ella. Su prima ya no era
una chiquilla; se había convertido en una joven
de singular belleza. Estaba en la piscina, con una amiga,
y salió corriendo a su encuentro en cuanto apareció
en patio.
Esta es Sofía, una amiga.
Había algo en sus ojos: un brillo fugaz que acompañó
un tímido rubor de sus mejillas.
-Encantada… - dijo la chica después de plantarle
un par de besos.
-Hola – respondió en un tono que sonó
bastante tonto. Jimena no pasó desapercibida la
turbación su primo.
-¡Graco! – su tío lo llamó desde
el garaje, ataviado con su sombrero y su perenne pipa–.
Ven, tengo algo que te gustará.
Graco dejó a las chicas para irse al encuentro
de su tío.
“Muy bien Kurt. Me
mandas al paraíso, a buscar paz, y mira qué
consigo. Definitivamente, las mujeres van a ser mi perdición”.
19. SOY COMO SOY
Y no sentir lo que siente.
Pero las cosas no funcionan así.
El fin de semana ha estado bien, aunque la intención
de aclarar las ideas, de desintoxicar el ambiente, ha
quedado sólo en eso: en intención. ¿Y
qué va a hacer? No puede contenerse. Bueno, sí
puede, pero no quiere. Quizás, como todo a su alrededor
se derrumba, o al menos a él se lo parece así,
haciendo lo que le viene en gana puede sentir que tiene
el control sobre sus actos, fulminar esa idea de que su
vida viaja en una vagoneta por raíles que conducen,
de forma inevitable, al abismo.
La ciudad lo espera. Y Elisa. Y Julia. Y Quique, el gilipollas.
- Por lo menos, podías haberme dicho que te ibas.
Elisa no está muy contenta. Graco agacha la cabeza.
Medita.
- Lo siento Elisa. Necesitaba cambiar el punto de vista,
aclararme un poco.
- ¿Respecto a qué Graco? ¿Qué
te pasa?
- Respecto a mí. Respecto a ti. Respecto…
a Julia.
Ya está. Lo ha dicho. Siente la puñalada.
Lo ha visto en sus ojos. Directo al blanco.
- Lo siento Elisa, pero no puedo engañarte.
Trata de amortiguar la incisión de sus palabras.
Elisa calla. Sus ojos brillan. Se da la vuelta. Graco
la abraza por detrás y hunde sus labios en el refugio
de su cuello. Ella se zafa y se marcha. Él se queda
solo. Con el puñal en la mano.
Kurt sigue ahí. En
la pared de la habitación, congelado en el tiempo
junto a la Fender y el micrófono.
- Ojalá pudiese ser de otra forma, pero soy como
soy.
- Un monstruo de la noche.
- ¿Y ahora qué?
- Ahora nada. Ya está. La has perdido.
- No, todavía, no.
- ¿Seguro…?
Suena Paint it Black de los Rolling. Disolvente para el
lienzo. Adiós al color. La madeja de caminos se
enreda. Lo deja correr. Sus pensamientos se refugian en
el fin de semana. Junto al río, junto a Sofía.
Un papel en blanco donde poder comenzar a escribir de
nuevo.
- No lo sé Kurt. No quiero hacer daño a
las personas que quiero.
- Pues se te da bien.
- Gracias, de puta madre.
Tumbado en la cama engulle la oscuridad que brota de su
corazón. La dualidad le sigue atormentando. Ha
descubierto que es capaz de hacer daño sin querer.
Amando. Mintiendo.
20. PUNTO DE INFLEXIÓN
Anochece. Su madre estará
preocupada. Graco, aún no tiene demasiada experiencia
al volante. Por ser viernes, el acceso a la ciudad está
congestionado. Por mucho que quiera, no puede ir más
deprisa. Los edificios comienzan a iluminarse. Los neones
reclaman la atención de los consumidores, y las
primeras luces agujerean los muros sucios de hormigón
de las construcciones que dan la bienvenida a la ciudad.
Son casi las nueve. El móvil comienza vibrar. Es
su madre. Sin ganas, contesta. Explica la situación.
Aún se retrasará un poco; cosas del tráfico,
cosas de la hacinación de las polis modernas.
Sube el volumen. Esa parte de Rigoletto le encanta. El
bufón, lleno de ira, clama venganza mientras su
hija suplica el perdón a su padre. Es otro de sus
secretos, de su dualidad. Ópera y poesía,
su lado más sentimental, más oscuro, más
desconocido. El aria llega a su final. Padre e hija a
dúo. Fantástico. Sublime. Se reclama el
bis.
El golpe le saca de entre el público que aplaude
y corea. Mira por el retrovisor. ¿Será posible?
Se quita el cinturón, baja el volumen y sale del
coche. La parte de atrás está destrozada.
Seguramente, el maletero no pueda abrirse. El piloto cuelga
de los cables y los cristales y el parachoques yacen en
trocitos por el suelo.
- Lo siento. Cuando he querido darme cuenta estaba encima…
Un tipo elegante, de complexión fuerte, se dirige
a él. Por alguna razón, su cara no le resulta
desconocida.
- Menudo follón, de verdad que lo siento –
vuelve a disculparse.
- Me lo ha regalo mi tío… lo restauró
él mismo. Menuda putada…
- Pues sí, no se ven muchos de éstos. Mira,
estamos armando un lío tremendo. Esta es mi tarjeta.
Llámame el lunes y lo solucionamos. No te preocupes,
volverá a quedar como nuevo.
Graco acepta la tarjeta. Algo le dice que puede fiarse.
El tono de voz, la expresión del rostro…
Un aura de honestidad parece envolver al hombre.
- Sí, mejor. Además, llego un pelín
tarde. El lunes le llamo.
Graco mira alucinado el otro coche. Parece que sólo
ha sufrido rasguños superficiales. A través
del cristal, puede ver a una mujer hermosa que espera
mientras fuma un cigarrillo. Impasible, como si nada hubiese
ocurrido.
- Gracias… eh… - dice el tipo alargándole
la mano -. ¿Te llamas?
- Soy Graco.
- César. Gracias, espero tu llamada.
Graco vuelve al coche. Se ajusta el cinturón y
sube el volumen. Mira la tarjeta. Claro, ahora cae. César
Horta, el dueño de Industrias Horta. ¿Quién
sino iba a conducir un coche de más de doscientos
cincuenta mil pavos por los alrededores de la ciudad?
Espera a que termine de sonar el aria, gira la llave y
acelera.
21. LOS PUTOS EXÁMENES
¿Y a quién
coño le importa la Revolución Rusa? Ni que
eso sirviese para ganar pasta. Da igual, hay que aprenderlo
para vomitarlo todo en el examen. Después, uno
ya puede hacer gala de su memoria olvidadiza. ¿De
qué sirve estudiarse fechas y nombrecitos que vas
a olvidar en menos de cuarenta y ocho horas? Joder, si
fuésemos capaces de retener para siempre todo aquello
de lo que nos examinamos, la gente que se dedica a vender
enciclopedias lo iba a tener claro. Además, hoy
en día todo está a un simple click de ratón.
Es del género tonto aprenderse cosas que se pueden
consultar en cualquier momento y en cualquier lugar. De
algo tienen que servir los avances tecnológicos.
El tiempo no pasa. Al otro
lado del cristal está la diversión, esperando.
A través de la ventana puede ver los últimos
rayos de un sol que agoniza. La ciudad comienza a prepararse
para vestirse de gala, para ofrecer sus dones a aquellos
que quieran embriagarse con el aroma de la noche. Graco
se queda bajo la luz del flexo, con Lenin y los rusos.
Desde luego, no es la mejor forma de pasar el fin de semana.
El lunes amanece soleado.
Es el día. Comienzan los exámenes de fin
de curso. Se abren las puertas del futuro. Graco busca
a sus compañeros. No hay muchas ganas de broma.
Para matar los nervios, nada mejor que una buena dosis
de nicotina.
Cuando entran en el aula,
muchas de las mesas están ocupadas. Se dirige hacia
las filas del fondo. Cualquier sitio es igual de bueno;
o de malo. Julia aparece. No puede evitar sentir las jodidas
mariposas aleteando en su estómago. Le saluda con
un leve gesto. Entonces llega Quique. Como respuesta,
Graco levanta la mano con desgana. Las mariposas sufren
un proceso de metamorfosis que culmina en un enjambre
enfurecido de abejas que picotean incesantes en su pecho.
Cierra los ojos y comienza a repasar: el Pope Gapón,
San Petersburgo, el Palacio de Invierno y el Potemkin.
Una coctelera de fechas, nombres y hechos que cristaliza
en una pasta amorfa y gris cuando vuelve a abrir los ojos.
Se están besando. El beso de la suerte.
Los exámenes comienzan a repartirse. Cuando llega
la hora de darlos la vuelta, lee nervioso las preguntas:
Causas de la Primera Guerra Mundial, La Francia de
la Tercera República y Los movimientos obreros.
Adiós a Lenin y la revolución. Claudio
resopla. Marco se echa las manos a la cabeza. Julia se
vuelve para desearles suerte. Graco se levanta. Claudio
alucina.
- Sabes qué te digo: que les den por culo a los
putos exámenes de los cojones.
Rompe en dos la hoja, recoge la chaqueta y se marcha del
aula. Para Graco, ya es verano.
22. SI ALGO PUEDE
SALIR MAL, SALDRÁ PEOR
No encuentra su sitio.
Un aura de apatía parece acompañarle a todas
partes. Ha perdido el apetito y no duerme bien. Si pudiera
no pensar… desterrar para siempre todos esos pensamientos
que le atormentan… Sin embargo, Julia está
constantemente rondando por su cabeza, robándole
el ánimo, lastrando cada segundo de su perenne
insomnio. Territorial Pissings y Tourette’s suenan
continuamente en su habitación, como si la amargura
y la ira de las notas pudiesen desterrar para siempre
la extraña melancolía que le devora el corazón.
Es inútil. Vano esfuerzo. Tantos años no
pueden borrarse de un plumazo, y los recuerdos están
anclados con firmeza a su pasado.
Todavía hace calor. Hace un par de horas que el
sol se ha puesto, pero el hormigón, el acero y
el asfalto tardan mucho en enfriarse. Como si también
fuesen vestigios enjironados del tormento de los tórridos
días estivales. El verano resultará más
caluroso de lo normal.
El garito está lleno de gente y sudor.
- Tienes mala cara – le suelta Claudio en cuanto
lo ve.
- Últimamente duermo poco.
- No será por ese nuevo trabajo, ¿verdad?
- Todo influye, Claudio, pero ya sabes que no.
Pide lo de siempre: whisky; con hielo, mucho hielo hoy,
aunque se agüe, pero necesita líquido contra
el calor.
- ¿Qué tal, Graco? Los exámenes de
maravilla, ¿no?
Se queda unos segundos buscando en sus ojos. Descubre
el brillo divertido de quien sabe hurgar en la herida
con palabras afiladas. Sandra es así. Nunca se
han llevado bien. Se le pasan por la cabeza un sinfín
de respuestas, pero no merece la pena. Esboza una sonrisa,
pega un lingotazo y deja plantada a la sierpe, cuyos ojos
brillan ahora de rabia.
Alguien tropieza. El vaso se le escurre. La pócima
contra el calor queda desparramada en el suelo.
-¿Es que no ves por dónde vas?
-Disculpa, pero has sido tú el que te has echado
encima– responde Graco malhumorado.
Esquiva por los pelos el golpe. El muy gilipollas se ha
puesto chulo. Graco responde clavando la rodilla en el
estómago del chico. Después, lo remata con
un codazo en la nuca. Sus colegas acuden al rescate. Ahora,
sí recibe. Marco y Claudio corren. Se arma la de
dios, y antes de que la cosa vaya más lejos, la
gente de seguridad los saca por la puerta de atrás
como si fuesen escoria… Igualadas las fuerzas, todo
acaba en insultos y amenazas. Graco sangra por la nariz,
cosa de poco.
En ese momento suena el teléfono.
- Graco, soy Elisa…
- Lo siento, pero ahora me pillas en mal momento…
-Graco, tengo un problema…
- Joder, Elisa, ahora no… ¿vale? Mañana
te llamo
-Joder, Graco, escucha… he tenido un retraso. Estoy
asustada.
-¿Qué has dicho?
-Pues eso, joder… que igual estoy embarazada…
-No me jodas, Elisa.
Cuando termina la conversación, Claudio y Marco
le miran expectantes.
-¿Qué pasa?
-Que puestos a dar por culo, si algo puede salir mal,
saldrá peor.
23. ¿CUÁL
ES EL PROBLEMA?
El aeropuerto dista pocos
kilómetros de la ciudad. Graco conduce con cuidado.
Aún no tiene demasiada experiencia, y conducir
un coche que él no podría pagar en toda
su vida tampoco ayuda mucho. Puede notar la tensión
con cada cambio de marcha, cada vez que pisa el freno
o cada vez que acelera, y eso que procura ser delicado
en sus acciones.
César sonríe divertido en el asiento de
atrás. Deja pasar unos minutos antes de romper
el silencio. A su lado, Esteban termina de colocar los
documentos y de introducir los últimos datos en
el portátil.
-¿Y qué vas a hacer entonces?
Graco desvía unos instantes la mirada. Por el espejo
retrovisor ve el reflejo de César, que termina
de ajustarse la corbata.
-¿Perdón?
-Respecto a la chica, hombre.
-No lo sé. He quedado esta tarde con ella. Tal
vez no sea nada…
-Vamos a ver, Graco. ¿A ti te gusta?
-¿Quién, Elisa?
-Pues claro, Elisa… ¿o es que hay alguien
más?
Graco resopla.
-Sí… y sí– atina a responder
con cierto desánimo.
-Vaya hombre… nos ha salido Don Juan el chaval-
interviene Esteban divertido.
A Graco no le hace ni puta gracia el comentario. César
parece ignorarlo.
-¿Y quién es ese alguien más?
-Julia… una amiga del instituto, del colegio, de
la infancia…
-¿Y cuál es el problema?
-Pues que Julia está con su novio, y Elisa y yo
ya no estamos juntos…
-Sigo sin ver el problema…
-¿Cómo?– pregunta Graco descolocado.
-Si no quieres seguir con Elisa, no sigas. Quizá
no esté embarazada. Si te gusta puedes continuar
con ella y seguir o no seguir adelante con el embarazo.
Y si te gusta Julia, pues no sé qué haces
perdiendo el tiempo…
-Demasiada información para el muchacho–
vuelve a intervenir Esteban cerrando la tapa del portátil.
-No puedo estar con las dos…
-¿Y por qué no? Mira, Graco, está
bien cumplir las normas y mantenerte dentro de los límites
morales, pero sólo de cara al público y
si verdaderamente te satisface. En la vida hay mucho más.
Es un edén, un jardín de las delicias en
el que crece más de un fruto prohibido, y créeme
cuando te digo que éstos son los más jugosos,
pero sólo están al alcance de los paladares
osados.
Han llegado al aeropuerto.
Esteban baja del coche y entrega una carpeta al vigilante
seguridad. La barrera se alza. Graco conduce siguiendo
la línea roja pintada el suelo. El otro coche,
donde viajan los guardaespaldas de César, les sigue
a poca distancia. El jet está esperando. Graco
se apresura a bajar y a abrir la puerta trasera.
-Si el negocio se da bien, estaremos de vuelta en dos
días. Hasta entonces, cuida bien el Maserati.
Sin más, César, Esteban y un par de hombres
suben al avión. Se encienden motores y rueda despacio
hasta tomar la cabecera de la pista. Entonces, acelera.
Graco lo sigue con la mirada mientras alza el vuelo y
retrae el tren de aterrizaje.
Verano, dos días libres y un coche de doscientos
cincuenta mil pavos. Pensándolo bien, no estaría
nada mal hincar el diente en esos frutos prohibidos.
24. A MÁS DE DOSCIENTOS
POR HORA
El motor del Maserati ruge.
Lleva casi tres horas conduciendo sin parar, muchas veces
pisando a fondo, en la rectas, con la aguja sobrepasando
los doscientos kilómetros por hora. No ha tardado
mucho en hacerse al coche. O en perder el miedo.
Claudio y Jimena viajan en los asientos de atrás.
A su lado, Sofía. No la había vuelto a ver
desde su escapada al paraíso. Pero la mordedura
de la serpiente aún continúa latente. De
vez en cuando, observa por el espejo retrovisor. Juegos
de manos, acercamientos peligrosos. Luego, desvía
su mirada hacia Sofía. Después, sonríe.
La chica es guapa.
Unos cuantos kilómetros más y habrán
llegado a la costa. Sólo pasarán una noche.
No hay más tiempo, al menos, si los negocios de
César no se tuercen. Es una locura, pero la vida
fluye en una sola dirección y no siempre se tiene
la oportunidad de viajar en un coche de lujo.
-¿Llegaremos a tiempo para ver el atardecer? -pregunta
su prima.
-Ya casi estamos.
La inmensidad del mar. El
olor a salitre. El sol que se acerca al horizonte espolvoreando
el agua con brillos dorados. Paran junto a la carretera.
Sólo se oye el romper de las olas. Y el viento.
Y la calma. Jimena coge a Claudio de la mano y los dos
echan a correr hacia la orilla. Se desprenden de la ropa.
Se introducen en el agua. Salpicándose. Riendo.
Sus figuras se tornan siluetas negras a contraluz. Graco
respira el aire del mar. Sofia le coge de la mano y caminan
despacio, acercándose a las olas. Se quitan los
zapatos y se alejan descalzos, dejando que sus pies se
mojen a intervalos.
En un momento, ella se detiene. Se aparta, y dándose
la vuelta, deja deslizar su vestido. Se quita la ropa
interior y se zambulle en el agua. Graco mira divertido,
con cierta excitación. Él también
se desnuda. El agua está fría, pero después
del viaje, es una grata recompensa. Sofía nada
hacia él. La recompensa se vuelve más gratificante.
Sus cuerpos flotan. Los besos tienen un sabor especial.
El sol se cae en el horizonte. Las primeras estrellas
anuncian el final del día.
-Graco, cuando volvamos...
-Nada, Sofía. Cuando volvamos, nada.
-Pero...
-Mañana tengo que ir a recoger a alguien al aeropuerto.
Después, nada. No quiero que construyas ideas equivocadas.
La chica se separa. Se da la vuelta. Graco cree oír
un sollozo. Mira al cielo. Se pierde en las estrellas,
en el vacío infinito. La música de Verdi
suena en su cabeza. Sonríe. El viaje de vuelta
va a ser divertido.
25. TRES SON MULTITUD
Siempre le ha gustado la transformación. Cuando
el sol se pone, el virus de la noche cobra vida y potencia
las zonas negras de la ciudad. Los neones perforan las
sombras y la luz anaranjada de las farolas proporciona
un último espejismo de seguridad a los más
rezagados.
Graco se funde con el ambiente, sin sentir rechazo, amoldándose
a la atmósfera de las calles, de los callejones,
de las zonas más sombrías. Es uno más,
un ente de la noche que se escurre junto a las formas
grotescas que deambulan, con o sin rumbo fijo, entre los
edificios.
Elisa está esperando,
apoyada en la pared del callejón. Graco la saluda
con un beso en la mejilla. Ella responde con un abrazo.
Él con actitud distante.
-¿Cómo estás? – pregunta apartándose
y buscando el paquete de tabaco el bolsillo interior de
la chaqueta. Enciende un cigarro, con una cerilla. A Elisa
no le pasa desapercibido gesto. No lleva el zippo.
-Preocupada –responde escueta.
-¿Y qué vas a hacer?
-¿Qué vamos a hacer, Graco?
-Lo que hay que hacer, Elisa. Esto es una locura. Es mejor
parar a tiempo. Aún tienes una vida entera por
delante.
-¿Qué quieres decir?
-Correré con los gastos, la mejor clínica,
los mejores médicos, la mayor y más absoluta
discreción.
-¿Me estás diciendo que aborte?
-Te lo estoy pidiendo, sí. Es la mejor solución
para todos.
-¿Para todos, o para ti? Graco, estoy embarazada,
es tu hijo.
-Aún no es nada, Elisa. Tú y yo vamos por
sendas diferentes. Somos muy jóvenes. Te ayudaré
en todo lo que necesites, pero no pienso seguir a tu lado
si continúas con esto.
-¿Crees que esto es un juego?
-No estoy jugando, Elisa. Pero, si quieres, podemos enfocarlo
así; te estoy mostrando mis cartas y ya te he dicho
mi jugada.
-Eres un cabrón.
-Sólo hay humo entre nosotros. Lo que ocurrió
forma parte del pasado, rescoldos de una pasión
fugaz. Necesito algo más que unas curvas perfectas
y una cara bonita. Tú no eres el problema. Siempre
serás la sombra de un deseo.
-¿Cómo puedes decir eso?
-Te he mostrado mi mano. Voy de frente contigo, es lo
único que puedo darte. Ya sabes cómo voy
a jugar. Puedes seguir adelante conmigo o sin mí,
tú decides.
Y por fin lo tuvo claro.
Estaba inmerso en un juego, un juego de tres piezas en
el que tocaba eliminar una. Lógicamente, sobraba
Quique.
26. AGUAS TURBULENTAS
Es de común parecer
que las aguas de los pantanos son siempre traicioneras.
Para Graco, la opinión del vulgo se presenta como
una oportunidad. La noche será larga, y entre los
delirios etílicos ocurren muchas cosas que quedan
sumergidas en la inconsciencia del momento, a merced de
la oscuridad. Se está convirtiendo en un experto,
un maestro en el control de la dualidad latente en sus
entrañas. Aprende rápido, y eso no pasa
desapercibido para las personas pertinentes.
Unos pocos coches. Música.
Algunas tiendas de campaña. Hielo y alcohol. Mucho
alcohol. Posiblemente, demasiado. También otro
tipo de sustancias, más o menos perniciosas, depende
de las sensibilidades. Las horas de sol han quedado atrás.
La noche ha caído rauda, abrigando al grupo con
su manta oscura y raída. Las estrellas parecen
brillar más de la cuenta.
El alcohol cumple su cometido. Las lenguas se vuelven
pastosas y los movimientos lentos y torpes. Graco, aunque
mareado, es capaz de hacerse una idea de la situación.
Pese ello, un espeso cortinaje enturbia sus pensamientos.
Es incapaz de darse órdenes, o si se las da, no
puede procesarlas al no tener noción de recibir
los mensajes.
La luna agoniza haciendo
la noche aún más negra. Mejor. No hay brillos
en el agua. La boca acuosa del pantano espera en su falsa
calma, paciente, experta. Sería fácil…
Quique deambula por la orilla. La botella en la mano.
Grita al cielo fragmentos de alguna canción irreconocible.
Sin darse cuenta, se adentra peligrosamente en las aguas
turbias. Los demás dormitan en las tiendas, sobre
los sacos, o unos sobre otros en posturas complicadas.
Graco, en la línea que separa lo consciente de
lo fabricado por una mente empapada en alcohol, se escurre
tras él. Antes de que se de cuenta, le asesta un
empujón. Quique cae al agua. Tras unos segundos,
que transcurren lentos, reaparece con cara de pocos amigos.
Las palabras sobran. Graco recibe un puñetazo en
la boca. Sumergido hasta las rodillas no puede esquivar
bien. Su estado tampoco ayuda. Quique vuelve a atacar.
Graco ve la botella, mortal destello que cruza la noche
directo a su cara. Se agacha a tiempo y agarra a su rival
por la cintura. Caen al agua. Golpea a Quique. Este se
defiende. En un momento dado, Graco se hace con la botella
y arremete contra su oponente. Lo golpea en la frente.
Quique parece mareado. Graco, dominado por su parte más
sombría, vuelve a golpear. Alguien le agarra por
detrás. Alguien grita. Todos corren hacia ellos.
La noche se inunda de chapoteos. Los separan. Quique lanza
patadas al aire. También posee su parte oscura.
Se acabó la fiesta. La ha jodido. Quizá
del todo. Para siempre. Julia le lanza una mirada que
le duele más que todos los puñetazos y golpes
del mundo. La frialdad de sus ojos le atraviesa, le congela
el alma, le ahoga. Puede sentir el desprecio desgarrándole.
Marco y Claudio le miran con sorpresa. Así no.
Y mientras Julia mima la
herida de la ceja de Quique, Graco saborea la acidez de
la sangre que le sale del labio dejando que los demonios
se regalen un festín con los restos de su orgullo
y su ira. Y ahí termina la lección; desde
ahora sólo moverá ficha para el jaque mate.
El resto de jugadas se quedan para principiantes.
27. COMBUSTIBLE
Distancia. Después
de su estúpido comportamiento, buscó refugio
en otra parte. Tierra de por medio. Que corra el aire.
Conocía las calles, el corazón putrefacto
de la ciudad. César le permitió acompañar
a los chicos. Al principio, sólo conducía
y esperaba. Después, le permitieron observar, en
un segundo plano, discreto, como actor de reparto, de
cuarta fila. Y Graco observaba. Observaba y aprendía.
Y lo hacía rápido. Entrega de documentos,
apaños, contratos, subvenciones, comisiones por
pequeños favores. En definitiva: combustible. Combustible
para el entramado de empresas bajo los hilos de César
Horta. Combustible para el funcionamiento de la ciudad.
Combustible para su nueva vida.
Un nuevo mundo se dibujó ante él. Alquiló
un apartamento, modesto, tranquilo, cerca de la Facultad
de Derecho, donde inició sus estudios. De cara
al público era conductor, chófer a media
jornada, un estudiante que necesitaba un trabajo para
pagar la matrícula. Y lo hacía bien. Compaginaba
las asignaturas de Derecho Civil y Constitucional con
visitas a clientes, viajes al aeropuerto e idas y venidas
a los juzgados y notarías, llevando a César
y a Esteban para que zanjasen sus negocios. Por las noches
estudiaba. De vez en cuando, quedaba con Marco y Claudio
-que salía con su prima Jimena- para privar hasta
la madrugada. Cuando le invadía la nostalgia, se
acercaba al auditorio para escuchar ópera. Desde
su posición privilegiada en el palco, recordaba
la primera vez que lo visitó con sus padres, aquella
vez que descubrió la música. ¿Cuánto
hacía de aquello? A Graco se le antojaban siglos.
Procuró llevar una
vida ordenada. César no admitía descuidos.
Le dejaba su espacio, pero le exigía diligencia
en el trabajo. Aprendió a dominar su parte oscura,
y modeló su cara más afable con modales
adecuados y un vocabulario más selecto.
Intentó contactar
un par de veces con Elisa, para saber qué decisión
había tomado, pero el móvil siempre estaba
apagado. Al principio, sintió un sabor amargo entremezclado
con una ligera dosis de ira. Aunque resultó complicado,
averiguó que la chica se había marchado
de la ciudad para instalarse a unos cincuenta kilómetros,
en un pueblo tranquilo donde abundaba la industria maderera.
Elisa había decidido seguir adelante con el embarazo,
sin su ayuda. Graco se mantendría en la sombra,
al margen, pero siempre informado de sus movimientos.
Era la gran ventaja de contar con los ingresos y los contactos
adecuados. Cuando pensaba en ello le venían a la
mente las palabras de su madre: “El dinero no da
la felicidad. La salud es lo más importante”.
“Y una mierda, prefiero un año manando entre
billetes y después morir de una cirrosis que deambular
por las calles bebiendo whisky barato y durmiendo entre
cartones”, contestaba Graco. Y su madre le decía
que era un extremista. La justa medida… Y es que,
hay veces en que los extremos pueden ser buenos, pues
los extremos implican inflexibilidad, y en determinadas
ocasiones, ser inflexible es la mejor de las posturas.
Y si se equivoca: que les
den por culo a los filósofos de los cojones.
28. MELANCOLÍA
Magia. Flota entre una
niebla gris que destaca sobre un fondo oscuro. No siente
nada. Sólo se deja llevar. Ella está ahí,
guiándole de la mano, arrastrándole hacia
ese mundo intangible. La música suena cada vez
más lejana. Efectivamente, puede ser el final.
Las notas fluyen. Le envuelven en un abrazo melódico.
La mezcla de alcohol y polvo ha comenzado a actuar. Su
entorno se transforma. Desaparece el velo gris. Un barrido
de color y la realidad se distorsiona. Se aleja. Las puertas
al delirio se abren de par en par. Los sentidos se congelan.
Y el tiempo. Ahora, levita en la inconsciencia, se funde
con el entorno plástico. Se siente bien, muy bien.
Demasiado bien. Atrás ha quedado el lastre. Ahora
vuela, ya no es prisionero de la realidad; ni de sus desilusiones;
ni de sus fracasos. En este nuevo mundo juega con las
formas modelando el entorno, a su gusto. Pone y quita.
Él manda. Como el Demiurgo, el Hacedor de su vida,
de una vida libre, lejos de los dardos envenados, lejos
de la incomprensión, lejos de todo, lejos de todos.
En ninguna parte. En su mundo.
Ella sigue a su lado, agarrando
su mano, aunque no es capaz de sentir ese contacto. No
sabe cuánto durará el hechizo. Pero le gusta.
Flotar como si fuese etéreo. Como bruma.
Ahora comienza a descender.
Las copas de los árboles se ven cada vez más
cerca. De entre la infinita tonalidad de verdes de sus
hojas surgen pájaros de colores vivos, con largas
plumas que ondean al viento dejando una débil estela
fluorescente a su paso. En el horizonte se abre un claro.
Ella le conduce hasta allí. Un lago salpicado de
nenúfares, que baña las ruinas de un templo
circular cuyas columnas de mármol han sigo engullidas,
en su mayor parte, por los musgos y las plantas que hunden
sus raíces en las aguas. En las escaleras que conducen
a su interior, parcialmente sumergidas, brilla una dama
envuelta en ropas blancas, con los hombros descubiertos
y una larga melena que cepilla mientras suenan las notas
de una lira que descansa a sus pies. Unos dedos invisibles
deben acariciar con acierto sus cuerdas arrancando la
dulce melodía que invita al sosiego.
Desciende a su lado. La
dama le ignora. Continúa cepillándose el
cabello de color azabache con reflejos de un azul intenso.
Puede sentir la calma que invade el momento. De entre
las hojas, abriéndose paso entre las plantas de
papiro, surge una barca dorada. A bordo, alguien fuma.
Alguien de melena rubia y ojos azules, vestido con una
vieja chaqueta de punto gris y unos vaqueros rotos y desteñidos.
Kurt le guiña un ojo, da una profunda calada al
cigarro y desaparece detrás de la densa nube de
humo para no reaparecer jamás…
La dama le mira. Ha dejado
de cepillarse el cabello y ahora le tiende el peine con
su mano blanca y delicada. Graco se fija en sus ojos y
algo le invade, le perfora el alma, se instala en su pecho.
Siente que le falta el aire. Y es que hay veces que el
amor no correspondido genera una actitud melancólica
ante la vida…
29. NEGOCIOS
-Tenemos trabajo.
-¿Ahora?
-Sí. César quiere que vengas ya. Ha surgido
algo importante y quiere que le lleves a ver a alguien.
-De acuerdo, Esteban. Tardo media hora.
Graco se miró al espejo. Tenía un aspecto
horrible. Nada que no se arreglase con una ducha rápida.
No había tiempo para afeitados. Eran casi las once
de la noche. Para él, no existían horarios
fijos. Ni jornada regulada. Tampoco convenios laborales.
No había tráfico, por lo que no tardó
en llegar a la residencia Horta. Aparcó en la parte
de atrás, como solía hacer. Algol salió
a su encuentro. Su potente ladrido cortó el silencio
de la noche. Las luces se encendieron. Graco se agachó
para esperar al doberman, que escapó raudo de entre
las sombras hacia él. Era un perro formidable,
y Graco había conseguido ganarse su confianza.
César esperaba en el salón. Fumaba en pipa
mientras escuchaba las cifras que Esteban iba cantando.
No tenía buena cara. Graco adivinó jirones
de ira contenida.
-Disculpa por no avisarte con más tiempo.
-Sabes que puedes contar conmigo.
-Gracias. Tenemos que ir a ver a Fran. Las cifras no cuadran.
Graco asintió. Miró el reloj. Eran cerca
de las doce. La Cenicienta estaba a punto de besar al
príncipe. No sabía por qué, pero
siempre solía pensar en ello cuando miraba el reloj
instantes antes de que el día terminase.
-Voy preparando el coche.
Aquel barrio no le gustaba.
Era una ratonera infectada por la mugre de la ciudad.
De calles estrechas y viejos almacenes corroídos
por el aire putrefacto y el olvido de las acciones de
los políticos aburguesados. Un distrito fantasma
para el papeleo legal.
Graco paró junto a un edificio de hormigón.
- Vamos – dijo César -. Esteban y Lucas nos
esperarán en el coche.
Graco descendió. Había comenzado a llover,
y lo hacía con ganas. Junto a César, llegó
a una puerta metálica decorada con pintadas de
colores llamativos y temática obscena. Un hombre
enjuto, de escasa estatura y rasgos asiáticos,
abrió la puerta. El interior estaba mal iluminado.
Olía a cerrado y a humedad. Sobre unas estanterías
oxidadas se apilaban varias cajas de madera. Subieron
a la entreplanta por unas escaleras metálicas.
Fran estaba en un despacho pequeño. Una mesa de
aglomerado gris, un par de sillas de cuero desgastado
por el uso, un ordenador portátil y una repisa
con archivadores y cajas de proyectos formaban el escueto
mobiliario. En la pared, un póster de una muñeca
rubia de ojos azules y senos firmes.
Fran pareció contrariado. No esperaba ver a César
allí. Graco adivinó cierto nerviosismo en
sus acciones. Fran se sentó tras la mesa y se deshizo
en explicaciones torpes que apestaban a excusa barata.
- Hay que ser más diligente en los negocios, Fran.
Tú cumples tu parte y yo cumplo la mía.
Las cosas funcionan así. Si se mantiene la simbiosis,
los dos ganamos, pero si una de las partes desequilibra
la balanza…
No terminó la frase. Fran buscó algo bajo
la mesa. Graco reaccionó por instinto. Veloz, le
agarró por la muñeca y se giró hasta
retorcerle el brazo y colocárselo a la espalda.
El hombre se incorporó y trató de zafarse
dando un cabezazo hacia atrás, pero Graco lo esperaba,
por lo que le agarró del pelo y estrelló
su cara contra la pared. Una vez. Y después, otra.
- ¿Ya estás más tranquilo?
- Que te jodan… - forcejeó.
Graco volvió a darle medicina hasta que sintió
que Fran dejaba de luchar por librarse. César había
permanecido impasible, sin levantarse de la silla. Hizo
un gesto, y Graco aflojó.
- No voy a tolerar más insultos de este tipo. Tienes
veinticuatro horas, y dadas las circunstancias creo que
soy demasiado generoso. Si tengo que volver a pedirte
lo que es mío, quizá no vuelva a ser tan
educado.
Graco soltó al pequeño Fran, que cayó
al suelo de rodillas. Se tapó la cara con las manos,
pero la sangre que brotaba de su nariz y su boca no tardó
en escurrirse entre sus dedos.
- ¿Está claro? – preguntó entonces
Graco volviendo a agarrarlo por el pelo y haciendo que
levantase la cabeza.
Fran asintió sin decir palabra.
Seguía lloviendo. Graco se apresuró a abrir
la puerta para que César subiese al coche, después,
ocupó el asiento del conductor. Arrancó.
El Maserati cruzó la calle despacio. Faltaban dos
horas para el amanecer. Otra vez, acudiría a clase
sin pegar ojo.
30. SENTIMIENTOS
Volver al barrio despierta
nostalgia. Mirar los escaparates, la pequeña iglesia,
el parque. Todo parece estar suspendido en el tiempo,
aunque las cosas han cambiado. Él ha cambiado.
El parque parece haber enmudecido. Entre sus árboles,
sobre la hierba, ya no hay nadie que lea comics de Spiderman
o mire a las chicas de las revistas porno. El barrio ya
no es lo que era. No puede evitar sentir cierta añoranza.
Circula despacio, tomándose su tiempo, acelerando
con suavidad. Por un momento cree verse caminando por
la acera, junto a su madre, cogidos de la mano de camino
al colegio. Pero sólo es una ilusión pasajera.
A la vuelta de la esquina, la bollería tiene las
lunas pintadas de blanco. Ya no se venderán más
bollos. Ya no comprará palmeras de chocolate para
el recreo. Un poco más lejos, los muros del patio
del colegio siguen protegiendo a los pequeños de
un mundo hostil, abrazándolos con su manta de sueños
y esperanzas aún por modelar, cubriendo sus ojos
con una venda dulce que eclipsa el amargo sabor de la
realidad. Como siempre.
Gira a la derecha. Su calle. La larga fila de casas bajas
ha perdido su pulcro color blanco. Algunos jardines parecen
descuidados. No hay bicis en la acera, ni niños
jugando al peón, ni cambiándose cromos o
canicas de colores fascinantes. Es el efecto de la era
digital, del ciberespacio y de las relaciones a través
de las diecinueve pulgadas de plasma. Las risas han quedado
reducidas a onomatopeyas, y el peón y las canicas
relegadas al olvido.
El Maserati parece no encajar en ese escenario descolorido.
Sin embargo, siempre hay una chispa de color en un mundo
gris, aunque Graco sienta la acidez de esa chispa hurgando
en la boca de su estómago.
Igual de guapa. Graco para
junto a la acera y baja del coche. Por un momento, ella
no sabe cómo reaccionar. Termina girando la cabeza
y continúa caminando, ignorando a Graco, que siente
la herida del desprecio.
-Espera, Julia…
Ella se para y se gira, procura no mirarle a los ojos.
A él no le pasa desapercibido el gesto.
-¿Qué quieres, Graco? No tengo nada que
hablar contigo.
-Sólo quería decirte que lo siento…
-Pues ya lo has dicho. Adiós, tengo prisa –
contesta tajante mientras se gira para marcharse.
Graco ya no es el chiquillo que jugaba en aquel barrio.
Su trabajo le ha enseñando mucho, y si algo ha
aprendido en todo ese tiempo ha sido a leer en la mirada
y en el rostro de la gente. Sin embargo, lo que ha visto
en los ojos de Julia no ha sabido interpretarlo.
-Espera, Julia…
Graco intenta hacer que se gire, pero cuando su mano se
apoya en el hombro de ella, la chica no puede evitar soltar
un leve quejido de dolor. Graco aparta la mano. En los
ojos de Julia asoma un brillo acuoso que trata de contener.
-¿Qué te pasa, Julia?
- Nada… no quiero hablar contigo nunca más.
Déjame.
Y se da la vuelta para alejarse deprisa.
Graco se queda viéndola marchar mientras el demonio
de la ira bulle por salir de su interior. Lo ha visto.
En las lágrimas que ella trataba de contener se
escondía la clave para descifrar el enigma de su
rostro. Y cuando ha descifrado el mensaje, no le ha gustado
el contenido.
31. PENSANDO
No puede dormir. Una tras
otra las horas caen, como hojas marchitas al final de
temporada. Lo intenta, pero en su cabeza se dibuja una
y otra vez su encuentro con Julia. Quizá un poco
de whisky ayude, o no; da lo mismo.
Sólo un cubito, para no matar el sabor, y un chorro
corto. El brebaje parece saber peor de lo normal. Posiblemente,
otro trago anule las diferencias. Son las cuatro de la
madrugada. Abre la ventana dejando que al aire frío
recorra el salón. Enciende un cigarrillo y se sienta
en el alfeizar dejando que sus ojos se acostumbren a la
noche. La ciudad a sus pies, con su lento ritmo nocturno,
con los jadeos de las sirenas que aúllan a lo lejos.
Es como un viejo tronco de madera donde la carcoma trabaja
invisible en su interior. Todo parece en calma, pero sólo
es una ilusión. Él lo sabe bien.
Coge la primera camisa que aparece en el armario, se pone
los vaqueros y se refresca la cara en el lavabo. Conducir.
Es una buena medicina.
Las cosas no van a quedar así. Lo tiene claro.
El contacto con la máquina consigue su clásico
efecto lenitivo. Las luces del alba parecen aclarar las
ideas. La ciudad comienza a despertar. El móvil
suena. Es Esteban.
-Tenemos problemas.
-No sé por qué, pero no me sorprende.
-Se trata de Elisa…
-¿De Elisa? ¿Qué ocurre? –
inquiere preocupado.
-Venden el negocio. En un mes se queda en la calle, con
el niño…
-¿Cómo que venden el negocio?
-Por lo que he podido averiguar, es cuestión de
pasta. Ese tío debe algo de dinero al banco y ha
decidido poner a la venta el restaurante para saldar cuentas.
-Joder…
Graco se queda callado unos segundos, pensando.
-¿Graco?
-Cómpralo – dice con resolución.
-¿Cómo dices?
-Que compres el jodido edificio. El restaurante y la planta
superior. Todo.
-¿Sabes lo que estás diciendo?
-Tengo dinero suficiente, ¿no?
-Sí, creo… pero…
-No hay peros, Esteban. Negocia el asunto. Dada la situación
estoy convencido de que sabrás conseguir el mejor
precio. Sólo te pido una cosa…
-Sí, ya… tranquilo: tu nombre no aparecerá
por ninguna parte.
-Gracias, Esteban. Mantenme al tanto.
-Por supuesto, algo más…
-No… sí, una cosa: ¿alguien de confianza
que sepa de hostelería?
-Juegas bien, Graco. No te preocupes, ya me encargo.
-Gracias otra vez.
No tiene ni idea de lo
que acaba de hacer, pero sí sabe que no puede permitir
que se queden en la calle.
32. VENDETTA
La noche siempre ha sido
un fiel testigo. Graco observa, atento a cualquier indicio.
Mira el reloj. Ha pasado media hora. Dos cigarrillos.
La puerta se abre y un haz de luz corta las sombras del
porche de la casa. Ha llegado el momento. Ágil,
se escurre junto a la pared, protegido por la oscuridad,
su mejor aliada: discreta y silenciosa. El hombre que
acaba de salir se dirige al coche que hay aparcado enfrente
de la casa. Otro día más, un nuevo turno
en el trabajo. No llega a abrir la puerta. De repente
le falta el aire y siente un dolor agudo en el cuello.
Trata de girarse y liberarse de la presión, pero
su agresor aprieta con fuerza. El hilo de acero se clava
un poco más en torno a su garganta. Las fuerzas
le abandonan a medida que su cuerpo requiere urgente una
nueva dosis de oxígeno. La inconsciencia le vence
y Graco siente que su víctima está a punto
de cruzar la línea sin retorno. Afloja. Aún
no.
Lo había estudiado
con detenimiento. Tuvo que esperar una semana para que
el muy hijo de puta cambiase el turno. Pero ese tiempo
le había costado caro a Julia. La chica llevaba
dos días sin salir de casa. De buena gana hubiese
echado la puerta abajo, pero sabía que no era buena
idea dejarse guiar por sus impulsos irracionales. Un trabajo
bien hecho requiere plena dedicación y un meticuloso
estudio de la situación. Si te dejas llevar por
la pasión del momento, anteponiendo los deseos
inmediatos a la razón, el amigo desastre estará
esperando con los brazos abiertos para recoger los restos
de tu acción temeraria.
El guardia de seguridad
se apresura a abrir la verja. No hay preguntas. Conoce
de sobra a Graco, y aunque la hora no es nada habitual,
no es asunto suyo. El coche se dirige despacio hacia los
focos que iluminan la zona de trabajo. Se detiene. Sin
el ruido del motor, Graco oye los ruidos que proceden
del maletero.
Está consciente. Sus ojos están hinchados.
Una franja granate se dibuja alrededor del cuello. Cuando
ve a Graco se retuerce haciendo acopio de todas sus fuerzas
para liberarse.
-¡Sacadlo de ahí!
Un par de hombres se apresuran a sacar al tipo del maletero.
Tiene las manos y los pies atados con un hilo de acero.
Graco le retira la cinta que le cubre la boca.
-¡Hijo de puta! ¡Estás loco!
Graco le agarra y le golpea contra el maletero.
-¿A quién llamas hijo de puta, maricón
de los cojones? ¿Tienes huevos a ponerme la mano
encima o sólo te atreves con ella?
-¡Suéltame!
Graco hace un gesto a uno de los hombres, que hurgando
en su cinturón de herramientas saca las tenazas.
Graco corta el cable. Cuando Quique se ve liberado arremete
contra él, pero Graco ya no es el chicho del pantano,
el tiempo le ha enseñado. Esquiva sin dificultad
y golpea a Quique con fuerza en estómago. Otra
vez la falta de aire. Cae al suelo encogido.
-¿Ya está? ¿Eso es todo? ¡Levántate,
hijo de puta!
Quique se incorpora. Sus ojos brillan y sus labios se
tuercen en una mueca de rabia. Los músculos de
su cara se tensan y vuelve a atacar con ira. Graco esquiva
el primer puñetazo, pero deja que el segundo se
estrelle contra su mejilla. Duele. El cabrón pega
duro. Piensa en Julia. Escupe algo de sangre. Se acabó.
Sin dejar que Quique se rehaga le golpea en la cara, con
fuerza. Siente la nariz torcerse bajo su puño,
después golpea en la mandíbula. Los huesos
no resisten el golpe. Algo se ha roto en la cara de Quique,
que sangra de forma abundante. Cae al suelo.
-No vas a volver a ponerle la mano encima.
-Eres un hijo de puta– logra decir entre quejidos
y con enorme dificultad.
Graco lo arrastra hacia uno de los pozos de cimentación.
La hormigonera ha comenzado a verter piedra y cemento.
-¡¿Qué cojones estás haciendo?!
– balbucea Quique mientras trata de liberarse sin
éxito.
No obtiene respuesta. Graco le levanta, le sujeta por
el cuello de la camisa.
-Que te jodan – le dice antes de golpearle y entregar
su cuerpo a la mezcla gris que tarda poco en engullirlo.
33. JULIA
De vez en cuando las cosas
parecen encajar. Estoy cansado de escuchar la típica
frase de que no se sabe lo que se tiene hasta que se pierde.
No es que me haya ido mal del todo; he perdido algunas
cosas, pero conservo otras que no estoy dispuesto a dejar
marchar.
Estaré cuatro o cinco días fuera, lo suficiente
como para solucionar las cosas. No puedo pensar sólo
por mí. Indudablemente, su futuro también
es asunto mío.
Tengo las maletas listas, sólo un par de camisas
más. Si salgo pronto, llegaré a media mañana,
justo a tiempo para ordenar un poco y comer en el restaurante,
en mí restaurante.
El telefonillo suena. No sé quién podrá
ser. César sabe que salgo unos días fuera,
y no creo que haya nada urgente que solucionar. Ya me
he encargado de dejar todos los cabos bien atados. Quizá,
sólo sea el cartero, o algún estudiante
que para pagar sus gastos reparte publicidad. Sinceramente,
no me apetece contestar; pero insisten.
-¿Sí?
-¿Graco? Soy Julia.
Extrañado, pulso el botón. Noto cómo
el corazón se me acelera. En menos de un minuto
suena el timbre de casa. No puedo describir la sensación
al verla. Las palabras se me niegan, se escurren dejándome
con una sensación de infinita torpeza. Sólo
con mirarla a los ojos sé que algo ha cambiado
en ella. Ya no veo esa sensación de miedo, y el
color sonrosado de sus mejillas ha sustituido a la palidez
que se dibujaba en nuestro último encuentro.
-¿Puedo pasar?
-Por supuesto– respondo haciéndome a un lado.
Las palabras de Drácula se me vienen a la cabeza:
entre libremente y por su propia voluntad. Siempre me
ocurre lo mismo, como con las doce de la noche y la puta
Cenicienta.
Se queda mirando a Kurt. El viejo póster de mi
habitación se ha mudado conmigo, aunque ahora luce
en el salón, enmarcado y en una posición
privilegiada.
-Veo que no has cambiado– comenta sin dejar de mirar
a Kurt y esbozando una sonrisa.
-Siempre me ha ayudado, para celebrar los buenos momentos
y enterrar los malos.
Su mirada recorre el salón. Mis libros, la mesa
de estudio con los manuales de derecho y varios tomos
con un montón de leyes que no sirven para nada.
Graciosa, camina despacio, embelesada, como si nadie más
estuviese allí mientras inspecciona mi colección
de películas y los libros apilados que pugnan por
hacerse un hueco en la librería que protesta porque
ya no puede más. Después, su mirada se detiene
en la maleta, aún sin cerrar. Entonces, parece
volver a la realidad, como si su presencia fuese el punto
de fuga de una breve sesión hipnótica.
-Veo que te marchas– dice con cierto deje en la
voz-. No quiero entretenerte. Sólo he venido a
darte las gracias.
-No te entiendo- contesto con calma fingida.
-Algunas cosas nunca cambian, Graco, y yo te conozco demasiado
bien– me dice mirándome a los ojos.
-Julia…
-No digas nada. Han pasado demasiadas cosas. Sólo
quiero agradecerte que siempre hayas cuidado de mí.
No sé qué decir. Ella saca un paquete pequeño
del bolso, envuelto con un papel brillante de color azul.
Me lo tiende y me da un beso en la mejilla. Respiro su
perfume, fragancia que evoca todo un mundo, un mundo sostenido
por infinitas imágenes de un pasado cargado de
oportunidades consumidas.
No sé qué decir. Mis dedos tiemblan mientras
trato de quitar el envoltorio. Julia pone sus manos sobre
las mías impidiendo que lo abra.
-Ahora no, por favor. Cuando me marche.
Y vuelve a hacerlo. Me vuelve a besar en la mejilla. Luego
se separa y se dirige a la puerta.
-Gracias por todo, de verdad.
Y se va. Y se va y yo estoy solo, en medio del salón.
Una explosión de melancolía me inunda. De
repente percibo el silencio, el silencio que emana de
cada uno de los rincones de mi casa, de mi vida.
Me centro en el paquete. Retiro el envoltorio, añorando
la suavidad de las manos de Julia. Es una caja de madera,
tallada con motivos florales. La abro despacio. En su
interior un par de pétalos de rosa y una vieja
hoja de cuaderno, arrugada y cuidadosamente doblada. Dejo
la caja en la mesa e inhalo el aroma de los pétalos.
Después, desdoblo la hoja y no puedo creer lo que
leo, los primeros versos me golpean y los cimientos que
sostienen mi mundo se vienen abajo haciéndome retroceder
en el tiempo…
Ahora no sabes que
existo
pero algún día lo sabrás…
Y no puedo continuar leyendo.