JAVIER PUEBLA

                     

ELENA RAMMSTEIN

ACTUALIZADO 9 DE MAYO
ELENA CRECE SIN PAUSA... DIBUJOS, IMÁGENES.... FANTÁSTICO EL ÚLTIMO RELATO

Conocí a Elena en un concierto de los Rammstein, y la bauticé así a la hora de guardar su número en el móvil. Nunca me imaginé que iba a tener la suerte de contar con ella entre los componentes de mi Tripulación. Ha empezado bien, y es de temer que siga mucho mejor. Con su otro nombre, el oficial que de momento no pongo porque me divierte ocultarlo temporalmente y a ella también,se pasa la vida sacando matrículas. En un barco literario no se pone nota a nadie. Es el autor quien se juzga, y el lector quien acepta o rechaza. Aconsejo atención e inteligencia para leer estos cuentos. Javier Puebla.

Elena Rammstein, nena buena.


ES FÁCIL
Es fácil. Llevar una coca cola de dos litros desde el bar que hay al fondo del pueblo hasta tu casa, siguiendo una única calle en línea recta, es fácil; sobre todo para una chicarrona de siete años como Gertrudis. El problema llega cuando tienes que cruzar una carretera de hormigón que se bifurca hacia la izquierda. Entonces, te despistas, y sigues la carretera. Y claro, te pierdes. Sigues andando hasta que un hombre sentado al volante de un coche enorme y negro se para a tu lado para intentar llevarte a casa.
–Hola pequeñaja, ¿quieres que te ayude a volver a casa?
Ger mira con ceño fruncido y ceja levantada al desconocido.
–No, gracias, sé llegar sola.
El desconocido mira con ceño fruncido y ceja levantada a Ger.
–Pero por esta carretera no se llega a ningún pueblo, ¿sabes?
A Ger le da igual lo que piense aquel hombre. Sigue adelante con la coca cola agitándose entre sus brazos y formando burbujitas marrones. Hasta que se encuentra con dos vecinos, que la miran raro.
–¿Tú eres la de los García, no? ¿Qué haces tan lejos de tu casa?
–Pues volver a mi casa.
–Por aquí no es, da la vuelta y llegarás otra vez al pueblo.
Es muy fácil dar la vuelta y seguir en línea recta. Tan fácil, que despistarse para seguir lo que parecen los ojos de un conejo resulta mucho más divertido. Sobre todo, con una coca cola en brazos. Además, en el fondo a María le da igual llegar o no a su casa, encontrarse a conductores tontos en la carretera y soportar a vecinos pelmas. Lo importante es llevar la botella de dos litros bien agarrada, sin que se caiga al suelo, y caminar. Porque llegar sigue siendo demasiado fácil.

Rubén Darío

Margarita, está linda la mar, y el viento lleva esencia sutil de azahar;
En la clase de literatura, los niños se están durmiendo.
Yo siento en el alma una alondra cantar: tu acento.
Mientras el profesor, en completo silencio, intenta contarles algo
Margarita, te voy a contar un cuento.
Los niños se están durmiendo, pero Gertrudis está bien despierta. Escucha la voz grave del profesor recitando un poema que nadie escucha, excepto la niña. Porque el poema es para ella, para nadie más. Quién fuera mayor de vez en cuando para escuchar esas palabras al oído, en lugar de detrás de un pupitre.
Y una gentil princesita, tan bonita, Margarita, tan bonita como tú.
Y quién fuera gentil y bonita para ser de verdad la princesita del cuento en el que ella no es tan joven, y el profesor no es tan viejo; y en el que nadie la señala con el dedo por mirar así a alguien que recita cuentos.



Batman

Batman salta al batmovil con rapidez. Robin le acompaña. De fondo, una musiquilla familiar hace removerse en el asiento a Gertrudis. Batman es su superhéroe favorito, porque es diferente a todos, a Superman, a Spiderman, a Hulk… a Batman no le ha mordido ningún bicho radiactivo extraterrestre. Tampoco sus padres le enviaron a la Tierra en una nave espacial. Simplemente, se pudre en dinero y se aburre. Así que, para entretenerse, salva el mundo todos los días. Lo único que no le gusta a Ger es que siempre lleva antifaz, y la chica guapa nunca puede irse con él, porque no sabe quién es.
– ¡Robin, la bat-señal, rápido!
grita el murciélago justo cuando el padre de Gertrudis atraviesa el salón a la velocidad del rallo para sacar la basura, hacer la cena y, por último, darle un beso a la niña. Al mirarle a la cara, Ger descubre que tiene ojeras, y que sus ojos tienen un extraño temblor. “Es duro ser un héroe sin antifaz” parecen decirle a su hija. Pero su boca expresa algo muy distinto:
–Tengo a las chicas más guapas del mundo sentadas en el sofá.
Batman salva el mundo, la madre de Ger resopla, y la niña se ríe. A él no le hace falta antifaz.



Hermano
Si tú no existieras el mundo sería más bonito. Si tú no hubieras nacido no habría tantos problemas. Si tú desaparecieras papá y mamá estarían siempre contentos, siempre reirían, y siempre estaríamos los tres juntos y felices y riéndonos. Pero acabas de nacer, y para colmo tengo que llamarte hermano, tengo que jugar contigo, tengo que aguantar todos tus berreos. Aunque seas lo peor que me ha pasado en la vida.

…Tres

–Gertrudis, métete en la cama. Si dan las 12 te vas a convertir en calabaza.
Esas cosas no cuelan; ya tienes siete años, el ratoncito Pérez no existe, Los Reyes no existen… y menos mal, qué mal rollo da que se cuelen tres viejos en tu casa por la noche.
–Truditas, voy a contar hasta tres.
Siempre la misma amenaza. Nunca has llegado al tres, pero es imposible que pase nada tan horrible como lo que te estás imaginando.
–Uno…
¿Dejarme sin chocolate? ¿Quitarme los juguetes? ¿Gritarme? Venga, aguanta, ya eres mayorcita como para que te traten así.
–Dos…
¿Qué vas a hacer al llegar al tres? Solo eres mi madre.
–Dos y medio…
Precisamente por eso…
–Tres menos cuarto…
Pero Truditas ya está en la cama. Sea verdad o mentira, es mejor no averiguarlo.
–Buena chica.

Blanco

El vestido que usó su madre para la primera comunión se desliza sobre el cuerpo de la niña. Le va un poco pequeño, ha crecido tanto en tan poco tiempo… ella nunca hará la comunión, ni siquiera la bautizaron. Pero no le importa en absoluto, porque esto es aun mejor. El público espera a que salga a escena. No es la protagonista, pero lo hace aún mejor que ella. Está tan elegante que a su padre se le llenan los ojos de lágrimas. Están todos ahí, esperando para verla. Y ella lleva el vestido blanco más bonito del mundo, los ojos pintados como hace su prima cuando se va de fiesta, y unos zapatos de tacón tan bellos que da pena usarlos.
¬– ¡Gertrudis, qué guapa estás!–exclama una compañera de clase, y Ger siente que algo va mal –.pero, ¡serás tonta! Se te ha olvidado pintarte los labios…–Antes de que pueda apartarla, ella esgrime una barra de labios roja, muy roja, demasiado roja, y por no manchar los guantes de encaje, ni se defiende.
Ahora es solo un payaso del que todos se ríen. Sus padres la miran con amabilidad. Su profesora la regaña. No volverá a usar un vestido. Jamás.

Star Trek

El espacio: la última frontera…
Gertrudis separa los alerones de la nave mientras fija el rumbo en la mesa de mandos.
… Estos son los viajes de la nave estelar Enterprise…
La niña busca nuevas constelaciones mientras se desliza por el suelo de la cocina, de mármol negro, lleno de estrellas.
…Que continúa su misión de búsqueda de nuevos mundos…
Un extraño sonido parece conducirla a la meta. Pero su madre agarra la caja de cartón con una mano, provocando un desgarro en el condensador de protones superior.
… De nuevas civilizaciones…
Hay que abandonar la embarcación antes de que sea tarde. Dice su madre que ya conseguirá otra caja la próxima vez que le regalen una muñeca tan grande como la que contenía aquella. Quizá en su próximo cumpleaños.
…Hasta alcanzar lugares…
Pero creció. No volvió a haber otra muñeca. Olvidó lo que buscaba en aquella misión espacial.
… Donde nadie ha podido llegar…

Se perdió.


Marmalade Boy

–Anoo Miki-san… anata wa totemo kireii desunee…
¡Es increíble! Ger no puede apartar la mirada, ¡Yû se está declarando a Miki! Y la muy tonta, en lugar de hacer lo que debe hacer y saltar a plantarle un beso… baja la cabeza y empieza a llorar.
–etoo… watashi ga anata wo suki ja arimasen…
¿Cómo que no le quieres? ¡Si has estado suspirando por él tres temporadas!
–sodesunee… ie ni kaerimasu kara…
¡No seas tonta! ¡No le dejes irse! ¡Bésale, corre! Yû cada vez está más lejos. Avanza por aquel interminable pasillo mientras la guapa y torpe Miki lloriquea en un rincón… ¡Ah, no! ¡No será por Gertrudis! La niña salta dentro de la pantalla. Ahora es pelirroja, delgada y japonesa. En menos de lo que tarda en adaptarse a su nuevo cuerpo, la chica agarra al héroe, tan alto y rubio, deja que sus enormes ojos azules la envuelvan y… se funden en un beso de verdadera pasión.
–Gertrudis, tu bocata de Nocilla–. Grita su madre.
Entonces la niña observa con nostalgia, a través del cristal, cómo la nueva Miki devora con fruición la merienda. Y se pregunta qué es mejor, si aquel beso, o el chocolate.

El club

La sangre se escurre entre las manos de la niña. Gertrudis tiembla. Las lágrimas todavía no han asomado a sus ojos, pero pronto lo harán. ¿Qué va a hacer ahora?
– ¿Estás ahí, Truditas?
Las gotas salpican el linóleo. La pequeña mira el reloj. Los segundos pasan. La sangre permanece. Quedan pocos minutos para volver al Colegio. Y aquel maldito líquido no para de envolver la ropa de Gertrudis, de ensuciar su cuerpo y de nublar su mente. No queda tiempo. No podrá esconderlo.
Los golpes en la puerta se vuelven más fuertes. Ella no tiene la culpa, no le pasará nada, ¿o sí? ¿Por qué a ella? ¿Por qué ahora? ¿Por qué tiene la sangre ese color tan horrible, en lugar de ser roja y brillante como en las películas?
–Truditas, ¿estás ahí? ¡Me estoy preocupando!–Grita su madre.
La pequeña trata de respirar profundamente. Se limpia las manos en el fregadero sin parar de mirar al picaporte. La mano de la niña abre la puerta. La sangre también la mancha. Sus uñas tienen un repulsivo color marrón. Al verla, su madre ahoga un suspiro, y la mira con una ternura que Gertrudis no recuerda haber visto nunca en su rostro.
–Mi niña… bienvenida al club. Ya eres toda una mujer.
Entonces caen las lágrimas. ¿Por qué?

Amigas para siempre

Natalia y Gertrudis iban juntas al colegio. Eran iguales. Natalia compartía sus golosinas con Ger, y ella le hacía los deberes. Entonces, Gertrudis se cambió de colegio. A uno mejor, porque sus padres decían que era muy inteligente y que esas cosas debían aprovecharse. No tuvo oportunidad de despedirse de su amiga. Su mitad. Para cuando quiso darse cuenta, un uniforme gris y azul la encarceló en un mundo en el que los amigos no existían, solo las notas. Para Nati no fue igual. Ella era feliz. Siempre tuvo gente a su lado. Cuando volvieron a encontrarse, no tenían nada de qué hablar. Las dos tenían doce años, pero una no había oído hablar jamás de discotecas light, porros ni cubatas; y la otra ya había tenido tres novios y dejó de ser virgen antes de tener la regla.
– ¿Qué tal el examen?–le pregunta Ger a Nati, intentando recuperar la confianza.
–No he ido, tía. Para ser peluquera no hace falta saber ciencias, ¿sabes?–responde ella, mirándola por encima del hombro.
En realidad, jamás fueron iguales.

Leanán

Un trazo tras otro va manchando el papel en blanco. Hace unos días, Gertrudis decidió, mientras iba en Metro, consagrar su vida a pintar. Una mujer viajaba delante de ella. Era tan guapa que Ger empezó a retratar sus rasgos en un viejo cuaderno. La mujer la vio. Se acercó. Posó sus dedos en el rostro de Ger mientras le decía lo mucho que le gustaba su dibujo. Desde entonces, Gertrudis no piensa en otra cosa. Copia caras y fotografías de las revistas; o pequeñas ilustraciones, como la que tiene ahora delante, de un viejo libro de leyendas. Se parece a la mujer del Metro. Ojalá Getrudis fuera como esa dama. Ojos grandes de párpados caídos e indiferentes, labios gruesos en una boca entreabierta. Un cabello ondulado que parece formar los rostros de aquellos que se entregan a su encanto. Sin ser consciente de ello siquiera, en la mente de la chica se forma un único deseo. Poder dibujarla, poder pintar siempre a personas así. Llenar eternos espacios en blanco con figuras como aquélla. De pronto, como si el dibujo lo hubiera escuchado todo, los ojos de la mujer pestañean. Gertrudis pasa la página, aterrorizada. En la contraportada lee, con el corazón en un puño, la descripción del retrato.
“El Hada Leanán; en la Isla de Man, un vampiro que chupa la sangre y en Europa, la musa de los poetas. Aquellos a quienes inspira tienen una vida brillante, pero corta”.


Gertrudis vuelve a sentir el roce de aquellos dedos en su rostro.


Habrá que aprovechar el tiempo
..

Biología

Gertrudis y Miguel se sientan muy juntos durante el recreo. Ger sujeta uno de los altavoces por los que se escapan las notas de Frühling in Paris, mientras deciden en qué especialidad se matricularán el próximo año. Miguel alaba el nuevo y arriesgado pelo corto de la chica. Todos los demás les miran mal, como siempre. Pero les da igual. Incluso les gusta. Miguel sonríe a Gertrudis con esos ojos tan azules detrás de sus enormes gafas, y ella siente que todo aquello por lo que ha pasado hasta llegar allí ha merecido la pena. Leer mangas, que puede que sean divertidos, pero ella no soporta; escuchar heavi metal, que será interesante, pero no le llena; y sentirse odiada por sus compañeros se convierte en nada al sentir que esa sonrisa y esa mirada son solo para ella. Entonces, él se sonroja y mira fijamente sus zapatos. Ger sabe que está a punto de confesarle algo, y sus manos empiezan a temblar y su boca a secarse.

–Sabes… hay algo que necesito contarte. –empieza él, muy serio. Ella se acerca un poco, hasta casi rozarle la oreja, y le pide entre susurros que continúe. –Es que… creo que me gusta alguien y… no sé qué hacer…– Ger nota cómo la respiración de Miguel se entrecorta mientras se despeina el flequillo rubio. Está tan dulce cuando hace eso, que a la chica le gustaría lanzarse sobre él y comerle a besos. Entonces, Miguel levanta la mirada, señalando con los ojos a alguien que está mucho más lejos que ella. Más lejos incluso que las niñas pijas de su clase. Una mujer esbelta camina erguida por el patio, vigilante, dejando ondear su largo pelo negro al viento, con un libro de texto en la mano. Al pasar por su lado, la profesora de biología sonríe a Miguel, su mejor alumno. Y Gertrudis calla. A ella lo que le gusta es dibujar. Pero si es por él… calla y elige la especialidad de ciencias en bachillerato.


Brassens y Lady Gaga

Fue Miguel quien la había convencido para ir allí. No me dejes solo, le dijo. Y qué causalidad que ahora la que está sola es ella. Lentamente, da otro sorbo a su cerveza y forma una mueca de asco. Odia la cerveza. Es amarga, huele mal, sabe mal. Miguel dice que es porque no está acostumbrada. Él se ve que sí lo está. Baila con los demás la música cutre y comercial que a alguien se le ha ocurrido poner en el garaje de Julia, la chica que más se le arrima. La que cumple años y ha organizado la fiesta. La que estudia el bachillerato de arte y no sabe ni quiénes son los Rammstein ni lo que es un comic.
–Ey… tú eres la amiga de Miguel, ¿no?– La voz del chico le llega lejana, casi distorsionada. Solo puede concentrarse en observar cómo Julia va acariciando el brazo de Miguel hasta llegar a la cima de su hombro, y junta allí las manos para formar un abrazo.
–Me ha dicho que te gusta el heavy metal y esas cosas, no sabía que a las chicas os iba eso…– continúa el chaval de al lado, sonriéndola y haciendo caso omiso de su mutismo.
Gertrudis lo mira, por fin. No es tan alto como Miguel, tiene el pelo negro y revuelto y los ojos marrones. Un españolito medio. Y tan solo como ella.
–En realidad, no. –Gertrudis contesta con parsimonia mientras vuelve a dirigir su vista hacia la pareja. Están más cerca que antes. Será porque Miguel la ha agarrado de la cintura.
– ¿Ah, no? Y entonces… no sé… ¿qué música te gusta? ¿Cuál es tu canción favorita?
Julia inclina su rostro oculto por su larga melena castaña, hasta apoyarla en el cuello de Miguel.
–La tormenta, de Brassens. –Gertrudis responde, un poco tarde, acariciando su pelo corto.
– ¿Quién es ese?–pregunta el cabezota del chico de al lado.
–Un cantante de Dead Punk–se cachondea Ger, demasiado afectada por la cerveza.
Miguel acerca sus labios a Julia, muy lentamente, casi con miedo.
– Y… ¿te gustan los comics, no?–El chico trata de cambiar de tema.
–En realidad, no. Me gusta Hermann Hesse. –vuelve a confesarse Gertrudis. El chico que la acompaña se lleva la mano a la cabeza, y resopla.
Ger aparta la mirada del beso que ya se ha consumado, apiadándose de aquel testarudo. – ¿Cómo te llamas?–le pregunta.
El chico sonríe de nuevo y tararea una de las estrofas que justo en ese momento salen del ordenador de Julia.
-Ale, Alejandro, ale-Alejandro...
Gertrudis sonríe. Al menos es un chaval divertido.

Carretera

Gertrudis camina. Sus pasos resuenan, como el eco, en una carretera sin curvas ni final rodeada de campos yermos. Recuerda cuando, de pequeña, en ese momento en el que no te acuerdas de las cosas pero otros te las cuentan y las idealizas, se perdió por otra carretera de la que nunca tuvo consciencia de salir. Puede que, en realidad, siga allí. Caminando como ahora lo hace, sola, sin nadie que la diga que ha destrozado su vida de perfecta promesa colegial. Sin escuchar a sus supuestos amigos llamarla hipócrita a sus espaldas por abandonar aquella vida sin consultarles. Pero no podía hacer otra cosa. La decisión fue fácil, como siempre. La vida te lleva, dice su madre. Lamenta no haberles podido compensar, a sus padres, por todo lo que sacrificaron por ella. Al menos les queda su hermano. Seguramente en un par de meses la olviden. Las facturas, los problemas cotidianos, la televisión… su hermano. Todo les absorberá y acabarán olvidando que tuvieron una hija a la que llamaron inteligente todos los médicos, a la que colocaron un uniforme y enviaron a una cárcel en la que ningún valor más que la ambición existía. Pero lo importante no es la inteligencia, sino cómo se aprovecha. Y tiene miedo, claro que lo tiene. Pero sabe que está haciendo lo único que puede hacer. Lo único que no es fácil para nadie, y menos para ella.
Un coche enorme y negro se para a su lado. Baja la ventanilla y un hombre tan oscuro como su automóvil mira con ceja levantada y ceño fruncido a la joven.
– ¿Te has perdido? ¿Quieres que te acerque a algún lado?
Esta vez, Gertrudis acepta. Se introduce en la negrura del interior del vehículo, recordando aquella vez que su madre le descubrió el significado de su nombre. Gertrudis era la diosa germana que llevaba el alma de los soldados muertos al Whalhalla, al paraíso. Pero para llevar a los hombres nobles al Walhalla, primero ella debe descubrir dónde está. Aquí ya sabe que no.

 



 
 

 

 

 

Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
   
   
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos