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Querido lector,
tienes entre las manos un libro sorprendente, un libro que no
se parece a ningún otro y que, estoy seguro, te hará
reír, sonreír y disfrutar.
Lorena Liaño, en Aprendiendo a ser Fernando logra una
de las magias más difíciles en el oficio de escritor:
hallar la voz de otro, de alguien que en nada se parece a quien
escribe, y hace que esa voz sea absolutamente creíble.
Releo sus páginas y me asombro. Fernando es tan masculino...,
su historia sólo podría haberla escrito un hombre,
pensaría cualquiera sin conocer al autor. Lorena ha logrado
la magia, conseguido el milagro.
Al principio -Lorena apenas llevaba escribiendo unos meses cuando
en el marco del taller literario que dirijo le propuse tamaño
desafío- la voz de Fernando niño aún era
un titubeo, que se fue afianzando a medida que Fernando crecía,
que se hacía hombre, Lorena le hacía hombre, y
a medida que avanza esta suerte de novela, acaba siendo un "tío
con toda la barba", como diría la expresión
popular.
Posee otra virtud, otro logro difícil en la profesión
de escritor, este libro: "se va para arriba", a medida
que avanza, que Fernando aprende a ser Fernando, es mejor. Comparándolo
con una composición musical los primeros episodios -compases-
caen prudente, espaciadamente, pero según avanza la narración
los palos de la batería comienzan a caer más rápido,
cada vez más rápida y certeramente, sobre el tambor,
y todo se torna ritmo.
Sólo un defecto soy capaz de encontrar en esta obra:
que sabe a poco, que querríamos saber más de Fernando.
Aunque, bien mirado, eso quizá logre que a quien lo lea
le suceda lo que a mí, que no lo olvidará, que
Fernando se quedará instalado largo tiempo en su corazón,
como se ha quedado -querido y entrañable Fernando- instalado
en el mío.
Me gusta ser breve. El escenario,
las páginas que siguen, son ya de Lorena, de Fernando,
y tuyas, afortunado lector a cuyas manos ha llegado este libro.
Javier Puebla,
Madrid, setiembre, 2006 |