CAMBIO DE PIEL
En puridad podría decirse que Tigre Manjatan no existe.
Pero sí. Nació como un personaje. Al crecer
encontró su propio voz y comenzó a escribir.
Novelas también. Es curioso con el poco respeto que
trata a sus personajes; quizá porque sabe mejor que
alguien de carne y hueso lo que es un personaje. Su primer
trabajo en prensa fue en un periódico llamado La Voz
de Madrid; que tampoco existe; o sí. Ahora, y a las
doce en punto de la noche, todos los días, deja caer
EL
FILO DE LA MEDIANOCHE, Una mirada carnívora sobre
el día que acaba de morir, en el recién nacido
periódico diario Cambio16, el benjamín de la
familia del mismo nombre y en cuya revista madre hace casi
diez años anclo un artículo de opinión
cada semana. Lo que escribe el Tigre, aunque lo haga con mis
dedos (sólo soy el actor que interpreta su papel),
lo escribe él y lo piensa él. Del mismo modo
que los burbon que se bebe; yo soy casi abstemio. Hace ya
una semana que comenzó el juego. Pronto oiré
que alguien lo ha visto, ha charlado con él, sin que
yo estuviera presente. Al menos con mi cara y aspecto habitual.
Cambio de piel.
ME VISITA ALEJANDRO
PÉREZ-PRAT Hasta
donde sé, y en el mundo de la edición digital,
libros que no se publican en papel, no hay ninguna editorial
tan prestigiosa e impecablemente dirigida como LCL (Literaturas.com
libros). El director, el editor, es un buen y querido amigo
mío: Alejandro Pérez-Prat. Vino a verme para
recoger su ejemplar único de Maxcax, y también
para charlar. Ya tienen cien títulos, nada menos que
cien títulos, en su catálogo. Hay inéditos
de Mañas, y clásicos como Tu nombre envenena
mis sueños de Leguina, nuevos autores, un premio...
Un trabajo fascinante. Mientras escribo esto se me ocurre
que Alejandro podría ofrecer a los lectores los cien
títulos a la vez a cambio de cien, cincuenta o diez
euros... no sé; quizá la voluntad y donaciones
directas también estaría bien. Porque existe
la posibilidad de que sean algo histórico, un principio
en la historia española de la edición digital,
estos primeros cien. Baraka para sus libros, y sobre todo
para él.
"Nos vemos en Don Ramón".
Cualquiera que lo conozca cercanamente sabe como suena ese
"Nos vemos en Don Ramón" cuando lo recita
el poeta -para mí el mejor vivo y en lengua española-
Luis Alberto de Cuenca y Prado. Imposta la voz de un modo
que quien lo escucha tiene la sensación de que está
siendo invitado a participar en una auténtica aventura.
Y en efecto así es. Porque la casa de Don Ramón
-en Don Ramon (que diría Fernández)- en realidad
es una biblioteca gigante: los libros lo ocupan todo: terrazas
y cocina incluidas, pero no sólo los libros, también
los personajes que habitan o han nacido de un vientre de tinta
y papel: el hombro lobo, Mickey, Tintín... La casa
biblioteca no es un lugar pensado para que los amigos se queden
a dormir, ni siquiera para que se queden demasiado tiempo:
no sería saludable, produce un efecto inquietante estar
rodeado de tanta ficción. Pero para un ratito es genial.
Siempre que he ido a la casa
biblioteca de Luis Alberto de Cuenca en la calle Don Ramón
lo he pasado bien, he disparado fotografías con el
mismo entusiasmo investigador que si estuviera en el Amazonas
o en Times Square, y sobre todo he tenido el privilegio, durante
un ratito, de charlar con un conversador excelente al que
"ningún asunto humano le es ajeno", alguien
capaz de hacerme sentir que soy único en el mundo y
mucho más valioso e inteligente de lo que los demás
ven.... Tendría que dedicarle un personaje alguna vez...
Lo haré, sí lo haré.
Respecto al asunto por el que fui a verlo..., es privado,
y yo un hombre caprichoso; me parece que no lo voy a escribir.
4 de febrero de 2014
MI BESTIA MECÁNICA
Está vieja, la bestia maravillosa (que fue, y en cierto
modo aún es). Los coches viven más que los perros,
pero a partir de determinada edad cuesta una fortuna mantenerlos
-artificialmente- con vida. No arrancaba el domingo, y aunque
el lunes el hombre de la grúa lo arrancó en
un instante y me enseñó como hacerlo, decidí
llevarlo al taller. Y allí me hablaron de su edad,
de que necesitaba cuidados y mimos y de que aún así,
a no mucho tardar, ya no merecerá la pena hacer otra
cosa que dejarlo morir. Entra un poco, una pizquita (me digo
a mí mismo, que no me resigno) en los cilindros y ese
agua estropea las bujías. Bujías, cilindros,
inyectores... tendones, riñones, bazo..., palabras
un poco difusas, demasiado escondidas para que yo logre entenderlo
bien. Le cambio también las pastillas de freno, porque
chirriaba de modo insoportable, aunque en realidad no era
imprescindible y el gasto me desequilibra el ya precario fin
de mes. Lo hago como un mimo, un pasarle la mano por el lomo
a mi bestia, que fue de mi padre muchos años y en los
últimos me ha servido con eficacia correosa e impecable.
En la selva de Mad Madrid, que diría mi amigo Tigre
Manjatan en su blog diario en Cambio16, un coche es una
bestia amiga, la más amiga, y de su eficacia y felicidad
puede depender, llegado el momento, el matar o el morir.
11 de febrero de 2014
EL TRABAJO DE EDITOR
Al principio, cuando comencé
a hacerlo, cuando comencé a editar libros, mayoritaria
y principalmente de mis tripulantes, los escritores que capitaneo
desde mi imaginario barco-taller literario, odié el
trabajo de editar, y lo comente y confesé muchas veces,
en este diarioweb, pero también en los artículos
de opinión que escribo para los periódicos,
y en conferencias, e incluso en las charlas con amigos cada
vez que se presentaba a ocasión. Ya no. Ahora me gusta.
Estoy muy orgulloso de todos, o casi todos, los libros que
con modestia y tiradas casi inexistentes he publicado hasta
la fecha, aunque en ocasiones, me acaba de pasar, el nacimiento
del hijo suponga el fin del matrimonio. La razó suele
ser el dinero. En la acción de escribir, en absoluta
soledad o en el delicioso marco de un taller, sólo
hay espíritu, esfuerzo imaginación y espíritu.
Pero cuando un libro se hace papel hay que utilizar el dinero,
y el dinero mancha y hace que se rompan felices matrimonios
entre escritores y editores, pero merece la pena porque queda
el hijo, el libro, y cada uno –el editor, el escritor-
lo quiere y si está en su mano lo ayuda a existir largos
años, para que le sirva de compañía cuando
–si la muerte no lo remedia- llegue la vejez.
He tenido, como escritor, tres
editores, ambos con muchos matrimonios rotos a sus espaldas,
muchos autores abandonados o que los han abandonado a ellos.
A uno lo abandoné yo, otro me abandonó a mí,
y el tercero… aún estamos dando vueltas, pero
no sé. Y siempre es el dinero lo que contamina la relación,
que idealmente debería de ser como la de un padre y
un hijo, y no como la de un hombre como una mujer. Un padre
y un hijo; padre eso es lo que me gustaría ser siempre,
como editor, para los escritores que han confiado en mí.
18 de febrero
CASI ME ATROPELLAN
El coche está otra vez en el taller. No por eso voy
a dejar de ir a nadar. Decido subir en el autobús y
luego bajar caminando; es un paseo agradable si esquivo las
grandes arterias. La calle por la que voy está llena
de árboles y apenas hay tráfico. A mi derecha
está la trasera del Hotel Colón, y aunque lo
que voy a atravesar no es una calle, más bien la entrada
de un garaje, y además está marcada con un paso
de cebra, miro a mi alrededor para comprobar que no viene
nadie. Nadie. Sólo un coche grande y negro a lo lejos
y por el otro carril.
No puedo creerlo, aunque por fortuna mis reflejos no se preocupan
nunca por asuntos de fe, cuando el morro del cuatro por cuatro
negro se me echa encima, estoy en el centro del paso de cebra,
y sólo al golpear el capó con la mano consiga
que frene, ni un centímetro de aire entre el carenado
y mi pantalón.
-¿¡Estás loca!?
Se trata de una mujer, de una mujer más o menos joven.
Enseguida me pide perdón, me explica que no ha mirado
hacia el paso de cebra porque estaba atenta a que no viniese
ningún coche en dirección contraria. Estaba
haciendo la pirula. Y casi me mata o desgracia por ahorrarse
cincuenta metros y la rotonda, para cambiar de dirección.
Qué simpática. Tendría que haber seguido
riñéndola, pero miro hacia atrás y veo
un bebé. Una madre viniendo de recoger a su hijo de
la guardaría. ¡Y hay otro bebé en el asiento
del copiloto, aún más pequeño que el
de atrás! La mujer repite que lo siento, y la veo tan
nerviosa que me olvido de mí e intento calmarla, le
digo que no pasa nada, que "tout est bien que fini bien"
(esa frase siempre me sale en francés), que esté
tranquila... Levanto la mano, sigo mi camino, pero a los pocos
pasos me giro; ha parado el junto el coche junto a la cera,
y está llorando inclinada sobre el volante, ante la
somnolienta indiferencia de sus bebés.
25 de febrero
VIVO SIN VIVIR EN MÍ
No se trata de que haya decidido
currarme la página para que el Vaticano me nombre santo
o santa; ni siquiera que vaya a firmar mis cheques con el
nombre de Teresa. Pero la frase de la Santa, de Santa Teresa,
se me viene a la cabeza. Aunque yo ni “tan alta gloria
espero, ni muero porque no muero”. Lo mío es
bastante más modesto. Simplemente sucede que al obligarme
a mí mismo, a cambio de una discreta cantidad mensual,
a convertirme en Tigre Manjatan al menos una vez al día,
y preferiblemente cerca de la medianoche, para escribir bajo
su nombre, y desde su punto de vista (que no el mío)
una columna de opinión de lunes a viernes, estoy que
me falta el tiempo. Porque sí, el Tigre escribe rápido
(no tanto como yo, pero rápido), y en menos de una
hora se ha quitado de encima el fardo de la obligación
de teclear palabritas. Pero... lo malo son las horas previas,
el buscar la noticia, el tema, el no poder relajarme hasta
que el texto está terminado y envíado. Así
que “Vivo sin vivir en mí”, como un santo.
Un santo de novela.
4 de marzo de 2014
CITA AL CRUCE
Llamo cita al cruce, como supongo
ya he contado repetidas veces en este diarioweb, al juego
de quedar con alguien aprovechando sus líneas de movimiento,
sin alterarlas. La primera vez lo hice con Diego Diamante,
me subí a su BMW rojo y fui charlando con él
desde el Palacio de la Santa Cruz hasta El Escorial; luego
me bajé en el tren. La más reciente con mi amigo
Philip Lawrence (perdón por utilizar el nombre en clave,
pero se ha convertido en un escritor quizá ya demasiado
famoso); le estaba esperando en la Plaza de Castilla dentro
de mi coche, y la idea era acompañarlo hasta el aeropuerto.
Al llegar me dijo “Perdona” y sacando un tablet
comenzó a teclear un artículo; aproveché
para jugar una partida de ajedrez, que no gané. Y luego
fuimos a Barajas, a la T-4, aparqué en el piso tercero
del parking infinito, nos tomamos una cerveza, hablamos...,
y cuando me quedé solo, llevaba un día muy largo
en el que había escrito largo, hecho infinitas gestiones,
mimada a las personas que quiero, bajado desde la cueva a
Mad Madrid, busqué en la guantera un paquete de tabaco,
y sin importarme que llevase semanas allí y estuviese
reseco encendí un cigarrillo. Me lo fumé en
el parking, oliendo a avión y a movimiento, a una vida
intensa e imposible de domar; quizá eso sea ser feliz.
FELIX GRANDE EN FACEBOOK
Me llegó un correo avisándome que era su cumpleaños.
¿Por qué no? Pinché el enlace y entré
en su página. Y escribí: Feliz cumpleaños
donde quiera que estés. Supongo que encontrarás
bastante poético que te sigan felicitando por tu cumpleaños
después de muerto. Yo también te felicito, Felix.
Javier Puebla (La Sombra con sombrero)
11 de marzo
CON ALEGRÍA
Caen las bombas a mi alrededor,
silban las balas y las flechas haciendo coros al clamor de
las olas... y yo como Robert Duvall en Apocalipse Now. Es
sorprendente que áun siga vivo. Me daba por muerto
hace ya mucho tiempo. Ya están dejando de impresionarme
los cadáveres que veo a mi alrededor. El horror de
Marlon Brando no es el mío. Me da igual. Surfeo sobra
las olas. “Cualquier soldado mataría por salir
de aquí e irse a flotar sobre una colchoneta en una
piscina”. Pero cada cual decide, si puede, lo que prefiere.
Hay animales que sueñan con llegar a centenarios en
cautividad. A otros nos sorprende estar vivos todavía.
“Ven, te dejamos un sitio en nuestra jaula”. Es
muy de agradecer. Son buenos conmigos. Miro hacia el cielo
y siento que aún soy libre y salvaje. Y miro las bombas
que caen a mi alrededor con la esperanza de que pronto una
estalle lo bastante cerca, y a la vez con la esperanza de
ser capaz de esquivarla. Porque eso es vivir para mí.
Con mayúsculas y con alegría.
18 de marzo
CARLOS PERELLÓN
Primero es un mensaje en el
móvil. “Estoy en Madrid unos días, y pensé
que hacía mucho tiempo que no nos veíamos. Tal
vez esta semana tengas tiempo y podamos almorzar. Me cuentas.
Un abrazo.” Me hizo ilusión recibir el mensaje,
pero la verdad es que tiempo, lo que se dice tener tiempo,
no tenía. Por otra parte existe una suerte de norma
no escrita que obliga a encontrar un hueco para cualquier
amigo que vive en el extranjero, y Carlos vive en Nueva York.
Le respondí que lo intentábamos el lunes. Pero
el lunes salí con el tiempo justo de La Cueva para
pasar por El Callejón de los Milagros, recoger a Tigre
Manjatan y dejarlo en la redacción de Cambio16 donde
tenía que negociar sobre el diseño de su Tuiter
(para mi fortuna no tengo Tuiter ni ninguna voluntad de tenerlo).
Cuando dejé al Tigre estaba agotado -cansa pasear a
un tigre-y con ganas de pasar o por mi club o por mi casa.
Llamé
a Perellón. Y me dejé convencer. Así
que quedamos en el Martín, uno de los bares más
literarios de Mad Madrid, y estuvimos charlando un par de
horas.
Nos conocemos desde hace más de treinta años,
de Disidencias y de La Banda de Moebius.
Hablamos de literatura y de la vida, y por lo tanto también
de la muerte: Panero, Barquín y Eduardo Bronchalo.
No sabía que había muerto Bronchalo. Era de
esperar, pero me entristeció.
A Perellón le encontré fenomenal: joven, delgado,
y como siempre rápido de cabeza y excelente conversador.
Aunque de algún modo el eco de los muertos sonó
más fuerte que él, o que yo.
25 de febrero
de 2014
MI TÍA SARA,
MARAVILLOSA HASTA EN CARICATURA
Llevo uno de esos días
demenciales, en los que me levanto mucho más temprano
de lo que me pide el cuerpo (a veces dejo a la mente que domine),
para empezar a ver gente, hacer gestiones, ver a una modelo
para la foto de portada de un libro, llevarle leche y burbon
a Tigre Manjatan...., y estoy tan cansado que si me hubiese
convocado cualquier otra persona probablemente habría
dicho la verdad: me falta energía para acudir. Pero
quien me convocaba era mi primo José, mi muy querido
primo José, que sabe bien lo que es vencerse para hacer
lo que hay que hacer. Y lo que yo tenía que hacer era
acudir al colegio de arquitectos en la calle Hortaleza, para
escucharla presentar un libro montado sobre una selección
de las excelentes caricaturas que dibujaba su padre, el inmortal
Alejandro de la Sota, cuya obra sigue entre nosotros y por
eso su hijo y la fundación que cuida su legado celebró
el centenario con la publicación del libro mencionado
al principio de esta larga frase. Mi primo, y no es porque
seamos familia, estuvo espléndido, graciosísimo,
inspirado y natural. Pero confieso que a mí lo que
más me gustó fue ver a mi bellísima tía
Sara, Sara Rius, dibujada en caricatura por su marido. Y aún
en caricatura mágica, sugestiva, fascinante. En familia
solemos contar la anécdota de que el mismísimo
Berlanga (lo cuenta en sus memorias) estuvo enamorado de ella,
pero que el tío Alejandro, aún más brillante
que Berlanga en el baile de seducir, se la quitó. Mi
tía Sara, mis primos Alejandro y José, y también
Ana, Sara, Daniel, Juan y -por supuesto- Santiago (aunque
ya no esté), todos ellos un oasis en la dureza de la
vida; para mí.
1 de marzo de 2004
UN EDITOR EN MI HUMILDE
, Y MAGNÍFICO, TALLER
De vez en cuando invito a alguien, tampoco con demasiada frecuencia,
sólo gente que me interesa y me cae bien, a que vengan
a ver mi taller. Pido un peaje, cierto, por asistir, aunque
no voy a explicar aquí como es. Pero claro... había
invitado a un editor; así que a él le eximí
de peajes de ningún tipo. Vino a escuchar y a ver.
Y flipó. Natural. Yo flipo todos los días. "¿Qué
opinas del nivel de mis escritores con respecto a la media
española?" Y el editor, no es muy difícil
adivinar quien es: alguien interesante y que me cae bien,
no es hombre dado a piropos excesivos, pero se puso a mover
las manos, subiendo, subiendo, elevándose sobre el
páramo. "Muy, muy por encima". Ofreció
contratos a todos, absolutamente a todos. Casi me costó
pararle, recordar que primero debía leer sus libros
completos; aunque lo hice, desde luego. Y luego miré
a mis tripulantes. Me sentía tan orgulloso como si
me hubiesen dado el Premio Nobel a mí. Qué deliciosa
maravilla, mi humilde taller.
8
de abril de 2014
MAÑAS Y EL KRONEN
Son las siete y media cuando
salgo del metro tras jugar durante el trayecto una partida
de ajedrez en el smartphone. Ya ha oscurecido. Voy a dirigir
o moderar una mesa redonda (lo haré de una forma muy
peculiar, como luego explicaré) en Tipos Infames, Se
cumplen veinte años de la publicación de una
novela que hizo historia, marcó una época y
permitió una renovación generacional sin precedentes
en el mundo literario español. Historias del Kronen.
José Ángel Mañas. Triunfar antes de los
veinticinco. Entrevistas, fans, dinero, poder...
Veinte años después. Estoy con los Kronen. Mañas
y sus muchos amigos. Veinte años. No hay nadie o casi
nadie que tenga veinte años, la edad que tenían
los protagonistas de Historias. Sí hay mucha gente
que aprecio y conozco: Benjamín Escalonilla, original
y brillante escritor, Alejandro Pérez-Prat, editor
de LCL (la mejor y más prestigiosa editorial en formato
exclusivamente digital que existe en España), el incansable
señor Fernández (que se enfadará un poco
conmigo, como luego contaré), el poeta Miguel Ángel
Gara, la editora Sonia Antón, el incalificable Mancha,
Luis Mancha, profesor universitario, teórico de la
Generación Kronen, autor de un ensayo con el mismo
título y director del documental que se está
rodando sobre Mañas y el Kronen con motivo del veinte
aniversario. También está el Gato Gourmet, a
quien conocí a la vez que a Mañas cuando existía
en televisión un programa de libros maravilloso: Fahrenheit;
Andrés Sánchez-Magro, una de las personas que
más sabe de literatura contemporánea en nuestro
país, quizá la persona que más sabe de
literatura contemporánea en nuestro país, editor
de Unomasuno, donde se ha publicado la TETRALOGÍA DEL
KRONEN.
No cabe un turulo en el sótano con cielo de metacrilato
transparente de Tipos Infames cuando comienzan las presentaciones.
Mañas con sus editores, el digital: Alejandro Pérez-Prat,
y el de papel: Sánchez-Magro. Pero en realidad lo que
digan otros da igual, la fiesta es suya, para él y
por él. Y Mañas habla, cuenta, lee fragmentos
de las cuatro novelas que componen Kronen. Cuando termina
el público, su público, está agotado
y feliz. No tiene sentido hacer una mesa redonda a continuación.
Así que, tras pedir permiso al "chico del cumpleaños",
me la cargo. Una forma interesante de moderar o dirigir una
mesa redonda es cepillándosela. Es entonces cuando
el incansable señor Fernández, Nacho Fernández,
se enfada conmigo, y con razón: llevaba dos meses preparando
la mesa. La semana que viene publicaré este mismo texto,
levemente modificado, en Cambio16, para pedirle perdón
y compensar de algún modo el esfuerzo que habían
realizado él, Benjamín y Alejandro. Mientras
tanto me despido ya, felicitando a Mañas, y agradeciéndole
el que contara conmigo: aunque fuese para dinamitar misas
-quiero decir: mesas- redondas; lo pasé muy bien.
29
de abril
UN TRABAJO MÁS
PELIGROSO Y DIFÍCIL DE LO QUE PUEDA PARECER
Llevo ya cuatro meses haciéndolo,
convirtiéndome en otro todos los días durante
un par de horas y escribiendo desde su punto de vista, y con
su lenguaje, para un blog alojado en la edición diaria
y digital de Cambio16. He dicho dos horas, pero con frecuencia
son muchas más, y lo realmente difícil y peligroso
estriba en que mientras busco el tono y el motivo del post
diario soy a la vez Tigre Manjatan y Javier Puebla.
Sentí con claridad incontestable el vértigo
del abismo una noche al regresar a casa y advertir que estaba
haciendo cosas raras, inhabituales en mí, que me preocupaba
el fútbol -el Tigre es seguidor del Atlético
de Mad Madrid- o que me había comportado de modo poco
afectuoso con uno de mis mejores amigos. Y entonces recordé
lo que me había sucedido cuando a los veinte años
creé a Federico Sueño, más conocido como
Frederic Traum gracias a una novela, Sonríe Delgado,
publicada mucho tiempo después. Sueño, o Traum,
era un antónimo, alguien totalmente opuesto a mí,
y el juego me fascinó y embriagó hasta tal punto
que comencé a bailar con la locura sin ser consciente
de que lo estaba haciendo. Me curé, y ahora Traum duerme
y sólo despierta cuando le exijo volver. Con Tigre
Manjatan la diferencia no es tan radical, no es mi opuesto,
aunque sí muy diferente a mí, al menos a quien
ahora soy, pero la tentación de la locura ha vuelto
a aparecer.
Esa misma noche retomé mi diario, el que escribo a
mano hace ya veintisiete años, y anoté todo
lo que había hecho durante el día. También
describí la peligrosa sensación de desdoblamiento
que me acechaba, el modo en que Tigre Manjatan me estaba contaminando.
Mi modo de afrontar la escritura se parece mucho al de un
actor interpretando un papel: me convierto en el personaje,
o en los personajes, y eso hace que el proceso sea cercano
al de la lectura: no pretendo nada, avanzo para saber –igual
que cualquier lector- que va a pasar a continuación.
Muchos actores, es célebre el caso de Johnny Weismuller
lanzando el grito de Tarzán en las piscinas, han visto
peligrar su razón al interpretar demasiado tiempo el
mismo papel.
He subido la guardia. Utilizo el diario manuscrito para recordar
quien soy y controlar en lo que me estoy convirtiendo. Cuando
llegó la semana santa pasada me detuve cuatro días,
dejé de escribir entradas en el blog. Enseguida bajaron
los niveles de contaminación. De nuevo yo era más
Javier Puebla que Tigre Manjatan. Pero días después
se me planteó un nuevo conflicto, al terminar un texto
sobre el hombre que había asaltado la casa de un político
corrupto advertí que esa no era la voz del Tigre, y
sobre todo no era su punto de vista; ahora soy yo el que le
estoy contaminando a él. Pero no hay opción.
O abandono el desafío, juego fascinante, o tendré
que acostumbrarme a nadar entre dos aguas: a veces Tigre Manjatan
se parecerá a mí, y otras veces yo me pareceré
a él.
19
de mayo de 2014
RELÁMPAGOS EN
LOS OJOS
Primero son lágrimas negras que desaparecen antes de
que pueda fijarlas. No les hago demasiado caso: los miopes
estamos acostumbrados a ver manchitas. Pero lo de los relámpagos
no me había sucedido nunca. Empiezan un rato después.
Cada vez que muevo la cabeza con cierta velocidad, zás,
zás, algo se enciende en el interior de los ojos, ¿de
los dos? No. Sólo del izquierdo. Llevo días
aguantando mucha presión, estoy cansado, con los nervios
tensados hasta el límite por las palometas de la impiedad
exterior. Decido no hacer caso, y termino de ver el episodio
de Breaking Bad; la quinta temporada es fantástica.
Si es cansancio la solución es descansar. Siempre me
ha sentado bien dormir, me cura de casi todo. Así que
me tomo una infusión y decido que al día siguiente
no me levantaré hasta que no me aburra de estar en
la cama. Diez horas largas. Me levanto con optimismo. Optimismo
injustificado. Ahí están los relámpagos
en el interior de los ojos, zás, zás.
No me queda otro remedio que acudir a mi oculista, la divina
doctora P.P. (nada que ver con ningún partido político).
Ya tuve un problema de retina hace unos años, no recuerdo
exactamente cuantos, y tuvieron que bombardearme con láser
la retina: todo se volvió naranja Tang. “No hay
rotura de momento”, me dice P.P., “es el vítreo
que se ha desprendido”. Pero me avisa de que debo estarme
quieto, no hacer esfuerzos ni movimientos bruscos. En dos
días me volverá a revisar.
El sol es insoportable cuando te han dilatado la pupila; aún
así me pongo a caminar Alcalá abajo, buscando
la sombra y tapándome el ojo izquierdo con la mano
cuando no hay sombra que me pueda cobijar. Me gusta mirar
a la gente, las tiendas, los edificios..., la vida... Camino
hasta que no puedo más. Entonces sí, entonces
regreso a mi casa y me siento en el sofá, intentando
no hacer movimientos bruscos. Mirando como los relámpagos
estallan en el interior de mis ojos al menor descuido, zás,
zás.
26 de mayo de 2014
PREPARANDO LA PRESENTACIÓN
DEL PREMIO GAVIA NEGRA EN LIBERTAD8
Llevaba mucho tiempo sin hablar
con mi amigo Ricardo, el dueño del mítico y
agradable local de la calle Libertad. Tanto que cuando responde
a mi llamada telefónica me encuentro con que lleva
dos años jubilado. ¡Dos años! Vivo en
el limbo. Pero jubilado o no Ricardo sigue siendo el de siempre,
un hombre animoso y dispuesto a ayudar a cualquiera. Me dice
que el actual capo de Libertad8 es Julián, el antiguo
encargado, y me da su teléfono. Julián responde
enseguida, se acuerda de mí perfectamente. En minutos
me da una fecha: el jueves 12 de junio a las siete de la tarde;
el penúltimo jueves de la primavera.
Será pues en ese momento cuando se presente en sociedad
la excelente novela INTERPRETANDO
MODIGLIANIS de Antonio Pacios, ganadora de la primera
edición del Premio Gavia Negra.
En un principio seré yo quien haga de embajador de
Pacios, aunque quizá tome mi lugar alguno de los miembros
del jurado que le otorgaron el premio por unanimidad, fascinados
por la historia de una chica que falsificaba cuadros de Modigliani,
o -más que falsificarlos- pintaba cuadros de Modigliani
auténticos.
El local tiene un aforo limitado, así que si alguien
quiere asistir al acto -esto es una invitación general
para todos quienes lean estas palabras- le recomiendo que
venga temprano.
17
de junio 2014
LA ÚLTIMA SEMANA
DE LA FERIA
1-ANTONIO
PACIOS INTERPRETANDO MODIGLIANIS
Es jueves y estoy delante de
un micrófono presentando un libro que considero excelente:
Interpretando Modiglianis, firmado por Antonio Pacios. No
soy el único entusiasta de la más reciente novela
de Pacios, el jurado del Premio Gavia Negra decidió
concederle el galardón por unanimidad al escritor residente
en Mad Madrid y nacido en Ponferrada.
Pacios está sentado a mi lado y ha acudido a la presentación
armado con una biografía de Modigliani y un cuaderno
cuajado de dibujos que parecen de Modigliani pero que en realidad
hizo el propio Antonio Pacios en una época en la que
estudiaba para actor y se le presentó la ocasión
de interpretar al pintor italiano.
A pesar de que un par de horas comenzará el mundial
de fútbol el local situado en la calle Libertad, en
el 8, Libertad8, está bastante lleno, y entre el público,
amén de escritores como Virginia Castro y Ángel
Arteaga, detecto la presencia del siempre genial cineasta
Guridi, Luis Guridi, que alcanzó su máximo nivel
de popularidad dirigiendo Camera Cafe. Dos días después,
el sábado, habrá un pase de la película
con la que ganó su primer Goya, dirigida a cuatro manos
junto a Santiago Aguilar. Prometo que iré al pase.
2-LA FIESTA DE PLANETA
Es viernes y estoy en la fiesta
anual de Planeta, que por primera vez desde que comencé
a frecuentarla, hace once años, no se celebra en el
palacete de la calle Recoletos, pues la editorial ha cambiado
la ubicación de la sede madrileña. Estamos en
la Casa Árabe, el lugar con más altos niveles
de contaminación, según me explica Javier Reverte
en presencia de Martín Casariego. El mundial de balompié
sigue haciendo la competencia a la literatura: juega España
contra Holanda. Gema y Ana Gavín están en todas
partes, haciendo sentir a los invitados como en casa, y yo
espero que después del partido comiencen a aparecer
los ausentes. Algo que no sucede; después de la derrota
los seguidores de la Roja prefirieron mayoritariamente quedarse
en casa.
3-POR QUÉ UN
DIRECTOR DE CINE GENIAL NO ESTÁ RODANDO NADA AHORA
Es sábado, y estoy en
la antigua sede de la Tabacalera, en la calle Embajadores,
ahora transformada en un local flipante, laberíntico,
incalificable... Me cuesta casi diez minutos encontrar la
sala donde se proyecta Justino, un asesino de la tercera edad.
Blanco y negro impecable. Me hace pensar en las películas
de Azcona y Ferreri. Al terminar el público, en la
sala no cabe un alfiler, aplaude a rabiar. ¿Por qué
la Cuadrilla, Santiago Aguilar y Luis Guridi, dejó
de hacer cine tras tres películas magníficas?
Por la misma razón que a Orson Welles no le dejaron
volver a dirigir en los últimos años de su vida:
el mundo está lleno de capullos, también en
el mundo del cine.
4-EL ÚLTIMO DÍA
DE LA FERIA
Es domingo y paso por la feria
para ver a Luis Alberto de Cuenca. Lo encuentro en la caseta
de Rey Lear, escoltado por sus poemarios siempre conmovedores
y geniales, y también traducciones, prólogos
y colaboraciones con otros autores. El siempre generoso Luis
Alberto de Cuenca que me empuja a comprar un poemario, Preparativos
para un Viaje, de la interesante Ana Merino, antes que ninguno
suyo (lo cierto es que me costaba elegir, me los habría
llevado absolutamente todos).
Compartiendo caseta con los
editores del Rey Lear está el maravilloso Eduardo Riestra,
de Ediciones del Viento, que me recomienda un libro precioso
que esa misma noche leo de un tirón: No hay sitio para
el miedo, de Almudena Montero. Precioso, repito.
Subo y bajo por el paseo de
coches de El Retiro una y otra vez. Ninguno de mis colegas
escritores tiene cola para firmar. ¿Ninguno? Sí,
hay uno. Lorenzo Silva apenas tiene tiempo de levantar la
mano para saludarme. Acaba de publicar Los cuerpos extraños,
y los fans de sus guardias se los quitan de las manos. Bravo.
Mi aplauso.
24
de junio de 2014
FIN
DE CURSO
Siempre me ha gustado este momento
del año.
Cuando era niño y el
mundo se abría como una playa o crecía como
una montaña y mi madre era todo sonrisas, se ponía
más guapa que nunca mientras girábamos a su
alrededor como satélites mi hermano y yo, yo y mi hermano.
Cuando era adolescente y podía acostarme a la hora
que me diese la gana -las alfombras recogidas, los muebles,
sofás y sillones enfantasmados por sábanas-
y leer a Chandler y su Marlowe, Philip Marlowe.
Cuando estaba en la universidad,
los exámenes -malditos exámenes, aunque al final
los aprobara- y comenzaban los meses de aventura: pararme
al borde de una autopista a hacer autostop, que no se detuviera
nadie, acercarme a la primera gasolinera y ponerme a hablar
con el primero que parase a echar gasolina, que resultó
ser Elio Bugallo, y que me llevó hasta Gerona, donde
aguanté apenas tres o cuatro días cogiendo peras
en un pueblo llamado Fraga, casi sin creerme que quien me
había llevado era el jefe de fotografía de Cambio16
y que cumpliría su palabra y semanas después
me compraría mis primeras fotos como periodista gráfico.
Cuando, y después de
acabar derecho, comencé a trabajar como columnista
y reportero en Diario16 y el gran Ignacio Amestoy me mandaba
a entrevistar y fotografiar, me permitía hacerlo, a
las actrices más guapas y sexys del momento. Proponer
a Pedro Jota que me dejase hacer el trabajo de Alfonso Rojo
a bordo de un ballenero, y que Pedro Jota se negase, acabar
en Alicante en un hotel extraño, sin conocer a nadie,
descubriendo a Alan Arkin en El mago de Lublín en un
cine en el que yo era el único espectador, curarme
un esguince paseando por la playa... simplemente paseando.
Cuando pasó el año
que estudié la oposición y el examen final coincidió
con el principio del verano, y cogí un tren sin saber
adónde me llevaría. "Un billete para el
primer tren que salga". Cogí dos días más
tarde el primer autobús que pasaba.... Y habría
seguido así, ya estaba en Barcelona merodeando por
el puerto y dispuesto a subir al primer barco sin conocer
el destino, cuando me enteré que debía regresar
a Madrid -avión y urgente- para firmar la oposición
ganada.
Cuando ya era funcionario, tanto
en Barcelona, como en Nueva York, Madrid, Dakar o Murcia...
el final del curso, el principio del verano, que cuando estaba
fuera suponía la posibilidad de regresar a mi ciudad,
reencontrarme con mi familia y amigos, llegar cargado de anécdotas
y regalos, comprar montones y más montones de libros
y películas y discos, cedés, para cuando tuviera
que volver a marcharme.
Y también ahora, que
soy escritor y se supone que soy libre todo el año,
que yo decido cuando acelero y cuando paro, me encanta este
momento, el final de curso, que a veces es el principio de
no hacer nada -excepto pensar y maquinar nuevos proyectos
posibles e imposibles- durante tres meses, y otras, como este
año, el reencuentro con la novela-dragón que
dejé dormida pues tenía mil frentes abiertos
y no tenía fuerzas, ni tiempo, para atacarla.
Fin de curso. Un momento siempre
algo irreal. Siempre fantástico.
1
de julio 2014
GURIDI&GURIDI: UN
CENTENARIO
Hace ahora seis años
que estuve en la fiesta del centenario de los Guridi, Javier
y Luis, los nietos del nunca olvidado compositor de El Caserío.
Los Guridi, Luis y Javier, son un director de cine brillantísimo
(podría haber sido el mejor pintor del cambio de milenio)
y un empresario y promotor. Los Guridi son gemelos, y les
pasan o suceden cosas flipantes, como que hayan perdido pelo
de modo calcado o les hayan salido las canas en los mismos
lugares.
Uno de los Guridi, Luis, mitad
de La Cuadrilla con Santiago Aguilar durante lustros (Goya
por Justino, un Asesino de la tercera edad; y se habrían
merecido otro por Matías, Juez de línea), dirigía
Kamara Café cuando acudí a aquella fiesta del
centenario, hace ahora seis años. A ese Guridi, mi
primer amigo del cole, le debo el haber descubierto el arte
cuando en el pupitre de al lado comenzó a hacer un
dibujo: unos pies que, sin levantar el lápiz, fue convirtiendo
en los pies, el cuerpo y la cara de un profesor:
don León, y para terminar se permitió la brillantez
de coronar la cabeza con una melena de felino; genial.
Al otro Guridi, Javier, le presté mi chaqueta de adolescente
elegante (que aún conservo y me viene) la primera vez
que salimos con mis primas Isabel y Marta. Los Guridi vivían
en una casa de cuento, en la calle Luis Vives, con torreón
incluido, y una conexión a un edificio inacabable y
laberíntico que en realidad era una fábrica
de plata.
Desde la fiesta del centenario
no he vuelto a verlos ninguna vez juntos, pero eso no es muy
importante, porque ver a uno es ver a los dos, recordar que
el otro también existe y que para saber de él
sólo hace falta preguntar a su hermano.
Anoche cené con Luis, el artista, mi amigo del alma.
Y hoy me he acordado que hace seis años escribí
esta columna que ahora estoy modificando y que nunca publiqué.
Hoy lo hago. Como un regalo. Como un desafío al tiempo.
Es un buen momento para recordarles mi afecto y homenajearlos.
Ahora que incluso para un genio como Luis Guridi es difícil
encontrar buenos encargos, y Javier tiene que viajar continuamente
a Sudamérica para seguir trabajando.
La grandeza de las personas
se demuestra en los momentos difíciles, cuando el mejor
tenista pierde un encuentro o una selección nacional
es derrotada. Como escritor es uno de los temas que más
me interesa: ver como se comporta el caído, como se
levanta o intenta levantarse.
Ahora vivimos tiempos difíciles, pero mis amigos los
Guridi, ambos, siguen demostrando su capacidad de lucha y
su alegría de vivir indomable.
Cierro los ojos y sonrío. Todo era más fácil,
pero no mejor, el día que -sumados- ambos cumplieron
cien años. Fue un buen momento para la foto, un buen
momento para recordarlos, y por eso ahora estoy reescribiendo
estas palabras, aunque a mí me da igual que estén
arriba o escalando, que tengan -mis amigos los Guridi- diez,
cincuenta o doscientos años.
7
de julio 2014
LO MÁS DIFÍCIL
DE CORRER ES SABER DETENERSE
Siempre me ha encantado, la
cito cada vez que puedo, esa frase de Gracián en El
arte de la prudencia: "Lo más difícil de
correr es saber detenerse".
Existe un vértigo ante la proximidad del momento de
parar: las rodillas, los pulmones, las ideas, los sueños...
que he ido ignorando mientras corría se pondrán
a gritar en cuanto me detenga: "¡Me has olvidado!"
"¿No te das cuenta de que nos gana el dolor?"
"¿Cuándo vas a convertirme en realidad?"
Existe un vértigo. Pero ese vértigo también
posee un matiz indudablemente seductor. Quedarme quieto del
todo, no pensar en nada ni en nadie, tirarme en el suelo para
mirar el cielo... Me gusta tirarme en el suelo. Me gusta mirar
el cielo.
Claro que es una lastima parar: si mantuviese la velocidad
de crucero que llevaba -y aún llevo- a final de junio,
me quitaría de enmedio las diez novelas inacabadas,
las nueve novelas que debo corregir y revisar, las ocho novelas
pendientes de publicar, las siete... humm, son las siete,
la siete de la tarde. Creo que me voy a ir a nadar; es delicioso
hacerlo a esta hora, cuando la gente se está yendo
ya, la gente normal, no los excéntricos como yo: adoro
ser el último en salir del vaso grande del Canoe, aún
pasear si es posible alrededor de la piscina, sea verano o
sea invierno, buscar luces y ángulos, estirarme mientras
ando con pasos caprichosos e irregulares. Son las siete; mientras
cierro el ordenador, me preparo y llego hasta allí
serán las ocho. Puedo dedicar una hora a charlar con
unos y con otros, incluso me da tiempo para pasar por el Alcampo
de Moratalaz, para ver si hay alguna oferta interesante en
la sección de informática... lástima
que la sección de librería esté tan centrada
en la literatura comercial, resulta improbable que llegue
a ver las novedades de Anagrama o Tusquets, casi imposible
ver un libro de Acantilado, impensable nada de Haz Milagros
o Impedimenta. Si me meto en el agua un poco antes de las
nueve me dará a tiempo a hacer treinta largos de cincuenta
metros; en verano la piscina olímpica del club suprime
la barrera de división que duplica su capacidad a costa
de acortar las calles hasta los veinticinco metros.
Caen las primeras gotas cuando empiezo a nadar. Extrañamente
la mayoría de los nadadores se detienen -las señales
que nos ayudan a pararnos, volviendo a Baltasar Gracián-
pero a mí el agua cayendo del cielo me resulta estimulante,
me recuerda a los años de África, los años
de Dakar: atravesando la cortina de agua al volante del bonito
BMW 728 que me había comprado mi padre con el aire
acondicionado al máximo; bajarme del coche a la puerta
del hotel Savanah, en la Petit Corniche, la bofetada del calor
y el agua de la lluvia repiqueteando sobre mi sombrero, desnudarme,
tirarme a la piscina, también de cincuenta metros pero
sin calles, vacía para mi solo, y ponerme a nadar,
hasta cumplir la distancia decidida, o hasta que llegaban
las ganas de salir, para regresar a casa o irme a explorar
algún bar.
El cielo no es azul mientras nado en el Canoe, tiene el color
del azufre, nado de espaldas, o más que nadar bailo
caprichosamente en el agua: mover sólo una pierna,
teclear frases sobre un teclado líquido que salta al
ser empujado por las yemas de mis dedos, dar vueltas sobre
mí mismo, pararme.... Pararme, y hacer el muerto. Mirando
el cielo de azufre. A veces no resulta tan difícil
detenerse, dijese lo que dijera mi amado hermano Baltasar.
Baltasar, y Gracián.