JAVIER PUEBLA

           
         

UNA IDEA GENIAL

 


Para JE Ballesteros


A Panizo nunca le han gustado las alturas. Ya de niño le temblaban las rodillas cuando sus primas le obligaban a subirse, para protegerlas de malvados y animales salvajes, a la casita del árbol que habían construido en el jardín de la abuela Máxima. ¿Y se resbalaba y caía y se mataba o se rompía todos los huesos o al menos los huesos de la pierna y no podía volver a andar ni bailar ni perseguir a sus primas el resto de su vida? La altura era hermosa vista desde abajo. La altura era peligrosa vista desde arriba. Muy peligrosa.
Los años habían atenuado su temor, la fragilidad temblequera que los diccionarios llaman vértigo, pero en ocasiones volvía. El vértigo volvía. Pero al ensayista, autor de Las Carpetas del Tiempo, no le gustaba admitirlo, reconocerlo. Era un hombre que se había hecho a sí mismo, un hombre que sabía atarse los cordones de los zapatos y ponerse las lentillas, aunque jamás había logrado dominar -todo hay que decirlo- el arte de voltear en el aire una tortilla. Tortilla, hacerse tortilla. Eso es lo que podía pasar si un ser humano caía desde un punto demasiado alto: una azotea, un árbol, la pasarela que cruzaba de lado a lado la autopista.
La pasarela. Allí estaba la pasarela. Sobrevolando alegremente, hasta la habían pintado de colorines, la autopista llamada M-30. Utilizarla era ahorrarse muchos minutos. En Mad Madrid valen mucho los minutos. El tiempo se esfuma como agua entre los dedos de un artrítico.
Y Panizo entró en la pasarela. Al principio bien. Un pelín después del principio regular. A la mitad: fatal. Allí estaba el vértigo. Calma, tío, calma, la barandilla es bastante alta, y tampoco estás tan alto. Le falta el aire. O más exactamente: le sobra el aire que está a punto de arrancarle del entramado de hormigón y hierro y llevárselo volando. Pero lo logra. Cruza la pasarela. Y al llegar al otro lado, la euforia tras la pequeña hazaña, una idea le ilumina el cerebro. Una idea brillante. Una idea genial. Una idea puro Panizo. Si es que no puede evitarlo. No sólo se atreve a cruzar por las pasarelas, sino que además es un genio. ¡Un genio! Juan Emilio Valle, su editor más paciente, se va a quedar alucinando. Lo va a flipar en colores. Y su chica... Tal vez su chica no; demasiados años juntos, más que harta probablemente de que lluevan sobre sus orejas perfectas las ideas geniales de Panizo. Pero ¿qué importa lo que opine el mundo? La llevará a la práctica, se hará famoso, le entrevistarán en el canal 288 de la televisión local. Ay, ya lo saborea, ¡qué bien sabe el triunfo!

No necesita apuntarla. Es una idea demasiado genial para olvidarla. Hace media hora de bici estática en el gimnasio ¡y vuelve a pasar la pasarela! Bravo. Bien, Panizo.

Al llegar a casa va a contarle la idea a su chica antes de enviarla por mail a su editor. ¿Cómo era? ¿Sobre...? ¿Trataba de algo práctico o era una invención absoluta y revolucionaria? Empieza empieza por... Ni idea. Pero a su chica algo le dice: Se me ha ocurrido una idea genial. Ni le responde. Pero se me ha olvidado. Ella le mira. ¿Qué bien, verdad? Es maravilloso que se me haya olvidado, ¿sabes cariño? Me he pasado la vida lastrado por mis ideas geniales. La vida entera. Pero esta se me ha olvidado, es maravilloso, no tendré que “hacerla”.

 

 

 

 

 

 

 
 

 

 

 

Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
   
       
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos