Javier Panizo, ese genio inútil para todo en general y para gestionar su propia vida en particular, vuelve esta semana a la web con un relato mezquino, gruñón, tocapelotas, impertinente y -mucho me temo- políticamente honesto (y por lo tanto incorrecto)

(La Javier Panizo Collection
primavera-verano )


Un Hombre Parado En Una Esquina Siempre Resulta Sospechoso

Un hombre parado en una esquina siempre resulta sospechoso. Y si ese hombre es Javier Panizo, el ensayista más lunático que ha producido hasta el momento el siglo XXI y además pretende parecer sospechoso, a nadie pueda extrañar que la historia termine con dos furgones de la policía municipal subiéndose encima de la acera y aparcando en cuña, para no dejarle ninguna posibilidad de huida.
Pero antes de llegar a la encerrona reseñada en el párrafo anterior quizá sea oportuno explicar como y por qué Panizo llegó a la esquina situada frente al cine Callao en la plaza del mismo nombre. Lo cierto es que la explicación no tiene mayor misterio. Les cuento: Javier Panizo llevaba una temporada dándose golpes por todas partes: manos, rodillas, pies, cabeza... y según él ese castigo sin pausa que sufría su envoltura de carne se debía a que se había vuelto demasiado grande; enorme. No físicamente, claro, seguía midiendo un metro setenta y cinco y pesando setenta kilos; lo que había crecido era, según Panizo, su área de influencia, su aura, irradiación luminosa, aliento astral, o como se le prefiera llamar. Panizo estaba convencido de que su espíritu ocupaba más espacio del que le correspondía en el mundo y por eso no cesaba de darse contra: la barra de las pesas en el gimnasio, la puerta del servicio (también en el gimnasio), una ventana (en su casa), el seno izquierdo de una señora de veintiún años (donde y cuando ella quisiera).
Y para curarse, para disminuir el tamaño de su zona de influencia físico espiritual, se recetó a sí mismo pasar un día entero perdiendo el tiempo, sin pensar ni trabajar, jugando a ser un turista en el centro de la ciudad donde se tropezaba y vivía.
Aprovechando que su amigo, el célebre teórico de la tridimensionalidad, Johnny Valencia visitaba Mad procedente de los Ángeles y le había citado a media mañana para charlar sobre los viejos tiempos, Panizo se quedó en la zona para realizar su terapia. Comió, tapeando, por los bares semivacíos. Y, como postre, se leyó un periódico entero en el Brujas Café bebiendo café americano y masticando helados de vainilla y chocolate; riquísimos. Y a continuación se dedicó a fingirse un turista que ve la ciudad con ojos nuevos, que quizá sigue a alguna chica de silueta magnética (seguro que lo hizo, le conocemos todos), a visitar exposiciones (Newton y Fontcuberta), para intentar olvidarse de sí mismo y que disminuyese el radio de su atmósfera espiritual.

Lo de hacerse pasar por sospechoso viene después, ya su aura más pequeña, al salir de la exposición de Joan Fontcuberta y entrar en un gran almacén, y la inspiración le viene dada por la actitud de un guardia de seguridad que no cesa de seguirle en su periplo por el interior del Corte Inglés, donde Javier lo toca todo, se lo prueba todo y ni compra ni vuelve a colocar en su sitio absolutamente nada. Quizá el segurata ha decidido seguirle porque su aspecto es demasiado excéntrico: pantalones cortos, pin de Einstein bailando en los tirantes que le sujetan el pantalón, camiseta modelo No Future rasgada, y casposa riñonera de plástico negra en la que puede aún leerse, a pesar de que las letras están muy desvaídas, la palabra Mojácar. En cualquier caso, y sea cual sea su motivación, lo cierto es que el guardia le sigue: desde la sección de ropa interior para nínfulas hasta la zona sólo para caballeros obesos, pasando por el departamento de informática, animales domésticos y la boutique del gourmet. Y Panizo, él es así, enseguida comienza a encontrarle el gustillo a eso de que alguien le vaya siguiendo. No es por nada, pero los guardias no siguen a le premier venue: hay que tener algo de especial, de sospechoso; y eso mola, mola, mola. Así que empieza a cambiar mercancías de sitio: deja un libro encima de un ordenador, una berenjena china entre las botellas de vino de Rivera del Duero..., y hasta se guarda en el bolsillo de su pantalón corto de color azul una pequeña cinta de vídeo virgen (para luego sacarla y pagarla, en efectivo, una milésima de segundo antes de que el segurata le clave los colmillos). Y ya que tiene el empleado de seguridad pegado al cogote aprovecha para preguntarle como salir a la calle del Carmen, pues el almacén es demasiado grande y el pequeño Panizo se siente en su interior perdido. A Panizo le encanta la expresión de desconcierto del guardia y decide seguir explotando la veta: quiere seguir siendo sospecho. Sospechosísimo. Se detiene en cualquier sitio. Sigue a hombres y mujeres (vale, más a mujeres) con la vista. Se fija en todo como si fuera a robarlo. Respira fuerte. Desconfianza. Toma notas. Sostiene miradas. Sube y baja los brazos como si estuviera haciendo ejercicios de yoga... Y por fin su esfuerzo consigue el gran premio. Ya no es el guardia de seguridad del Corte Inglés, sino dos furgones de la policía municipal, con dos agentes cada uno en su interior, quienes le dedican toda su atención. La llegada de los coches no puede ser más espectacular: uno viene al menos a veinte por hora por la calle peatonal, y el otro desde la Plaza de Callao (pero no disminuye ni un ápice su velocidad a la hora de subirse a la acera donde se coloca en cuña para rodear a Javier Panizo). Sólo les ha faltado venir con las sirenas ululando (aunque quizá para eso haya que tener una pistola en la mano o ir a los mandos de un avión descontrolado). Un exitazo. ¡La que va a armar Javier Panizo! Por supuesto que la va a armar. ¿O es que un hombre no tiene derecho a pararse en mitad de la calle? ¿Pararse en mitad de donde le dé la gana? ¿Mirar como y a quien le dé la gana?. Un ciudadano libre, que paga sus impuestos, que a nadie ofende y que es amable con todos, un ensayista de prestigio como él... Muy bien, le llevarán a la comisaría, está dispuesto, le tocarán las narices un rato, de acuerdo, asimilado, pero se van a enterar. Se va a enterar el comisario. Se va a enterar el agente que le detenga. Se va a enterar la madre del empleado que le ha estado siguiendo por la tienda, se va a...
-Señor, ¿se encuentra usted bien?
¿Y esa impertinencia? ¡Por supuesto que se encuentra bien! Más que bien. Genial. Más fresco que una rosa, como siempre que realiza un experimento sociológico, que es como Panizo denomina a sus locuras transitorias. ¿Es que ahora es costumbre hacer una pregunta de cortesía antes de detener a un ciudadano libre e inocente?
-Perdone que le molestemos, pero nos han llamado temiendo que se encontrase usted mal. Al parecer estaba haciendo gestos raros, como si se marease.
-¿Yo gestos raros? ¿Y qué si los hiciera? Un ciudadano libre tiene derecho a hacer los gestos que le dé la gana. Y no, no me estoy mareando. ¿Van a detenerme?
Se ríe uno de los agentes. Han bajado dos. Uno de cada furgoneta. El poli malo, seguro; ese es el que se ríe. Siempre hay un poli bueno y un poli malo; como en las películas. Pero ya veremos quien ríe, o hasta se carcajea, el último.
-Claro que no vamos a detenerle. Sólo hemos venido por si necesitaba usted ayuda.
-La única ayuda que necesito, joven, es que...
-Perdone, ¿no es usted el profesor Panizo? ¿Javier Panizo?
-¿Yo?
-Sí, acabo de reconocerle. ¡Qué honor! Leí en internet su teoría sobre las carpetas del tiempo. Genial, eso de que a los dieciocho años tenemos experiencias que deberíamos almacenar en los doce, o en los cuarenta, o en los sesenta y cinco años. ¿Cree que tendrán algún libro suyo en el Corte Inglés? Entro en un momento y luego, si es tan amable, me lo dedica.
-No.
-¿No tienen libros suyos en el Corte Inglés? ¿Quizá en la Fnac?
-No, que no soy Javier Panizo... Soy Joaquín. Joaquín Panizo. Su hermano. Nos parecemos. Sí. Ya sé. No es la primera vez que nos confunden.
Lawrence Marlowe, reputado colega de Panizo, sostiene que en las últimas promociones de policías hay cada vez más universitarios con los consiguientes cambios sociológicos, pero ¿hasta el punto de leer ensayos en internet? ¿sus ensayos?
-Pues perdone si le hemos molestado, don Joaquín, y transmitale mi admiración a su hermano de mi parte. ¿No quiere que le llevemos a algún sitio? El vehículo tiene aire acondicionado...
-No, gracias, prefiero viajar en metro. Es más popular. Y además es probable que aún siga aquí un rato.
Desafiante. Eso es, Panizo. Aguanta, plantado en tu esquina. Haciendote el sospechoso. Acabarán por detenerte. Como sucedía en tus tiempos de estudiante con los grises.
Pero nada. Los furgones se alejan a los pocos minutos. ¡Joder!, Panizo se siente absolutamente frustrado. Humillado ¿Qué pasa con la policía? ¿será por esa estúpida línea de pensamiento tan en boga de lo políticamente correcto? ¿contra quien van a protestar los nuevos intelectuales si hasta la maldita policía se porta con ellos de un modo tan amable y correcto? ¡Qué asco!

 

 

 

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