LAVAPIÉS CON CABEZA, es el capítulo o episodio o relato 99 de LA NOVELA DE UN CAZADOR DE CUENTOS, y uno de sus protagonistas sale también en Mamá.

Lavapiés con Cabeza


Está sentada al pie de la escalera. En la oscuridad. Ignacia. Ya hace bastantes minutos que espera. Quizá su plan haya fracasado. Quizá no venga Omar. Pero sí, tiene que venir, tiene que venir. Los peldaños de madera crujen. Ruidos extraños. ¿Y si fuese una rata? A Ignacia le dan pánico las ratas. Mejor no pensar en eso. Cierra los ojos y se esfuerza en ocupar la imaginación en otras cosas. Su calle. Su esquina vista desde el balcón del apartamento dónde vive hace tres años. Se esfuerza en reconstruirla mentalmente. Lavapiés con Cabeza. Justo enfrente está la cafetería Belmar. A veces come o cena allí. Cuando no tiene ganas de liarse en la cocina. Y cuando baja por Lavapiés, camino de la Glorieta de Atocha, siempre mira los ventanales. A ver si han cambiado los cuadros o las fotografías. Antonio siempre tiene alguna exposición colgada de sus paredes. Y en la otra esquina está La Taberna del Avapiés. Un local que frecuentan más los visitantes que los del barrio.
Estoy haciendo el ridículo, Omar no va a venir, y como venga un vecino y me vea con este vestido tan atrevido y sentada en la escalera, pensará que estoy loca, o que soy una fulana.
Pero no es probable que entre ningún vecino. Pasan cincuenta minutos la medianoche. Y es verano. Casi todos los inquilinos del Quince de la Calle de la Cabeza, del Tres de la Calle Lavapiés, están fuera de Madrid. Los que quedan deberían estar durmiendo. O eso es lo que desea Ignacia. Que estén durmiendo.
Un crujido especialmente siniestro la obliga a levantarse. Camina hasta el portón por el que se filtra un rayo de luz. ¡Malditas ratas! Pero si no hay ratas en Madrid. Regresa a la escalera. Curva el cuerpo siguiendo la línea sinuosa del pasamanos. Una mano en la frente. Pensar en otra cosa. A la derecha del portal, a unos metros de la Taberna del Avapiés, en el número Catorce de la Calle de la Cabeza, está el Teatro Estudio de Madrid. Por las tardes se agolpan los amantes de la farándula ante sus puertas. Obras mínimas. Uno o dos actores. Dramaturgos desconocidos. Jamás ha entrado Ignacia al teatro. Se lo ha propuesto en más de una ocasión. Pero está demasiado cerca. Demasiado fácil. Cruzar la calle no es salir.
¿Por qué no viene Omar? ¿Por qué no llega puntual, como las otras noches, cuando quien le aguardaba era su enamorada? La pequeña y pálida Mei Lí. En la misma acera del teatro y la taberna hay una tienda de electrodomésticos. Artículos de ocasión. Compraventa. El Rey del Frío. El luminoso amarillo rematado en una corona del mismo color titila durante toda la noche. Y un poco más allá una enorme tienda de lámparas. Debo estar loca. No debería haber llamado a los padres de la chica para advertirles que cada noche se ve en mi portal con el joven marroquí. ¿Qué hago aquí? Seguro que Omar no vendrá. Si la china se ha enterado de que alguien ha hablado con sus padres le habrá llamado al móvil. No vendrá. Bajando por Lavapiés está el bar Alex. A Ignacia no le gusta el bar Alex. El portugués que lo lleva suele sumar mal. Además la mira sin respeto. De arriba a abajo. Una mujer sola. Él sabe lo que busca una mujer sola en un bar. Enfrente del Alex, en los impares de la calle Lavapiés, está el Taqué. Una discoteca que cierra tarde. Bulliciosa. Divertida. El dibujo de la entrada es especialmente bonito. El busto de una mujer negra con el pelo a lo afro. Voy a subirme a casa, a quitarme este vestido que me hace parecer una zorra. He obrado mal, no tenía que haberme metido en lo que no me importa, ya lo sé, pero es que me daba tanta envidia esa chicuela sosa. Todas las noches viéndoles. Besándose. Abrazándose. Colándose en el portal. Me resultaba imposible no asomarme a la escalera. A veces se desnudaban por completo, gimiendo sin importales quién pudiese escucharles. Y él. Él moviéndose como un animal. Su olor subiendo hasta mi piso. Impidiéndome descansar.
Una llave. El sonido de una llave. ¿Y si es un vecino? ¿Y si no es Omar? Debería subirme a casa. Pero se queda. Ignacia. Febril de deseo. Omar. Omar. Omar.
-¡Omar!

A Omar le había telefoneado Mei Lí a las diez y media de la noche. Aún estaba apostado en el cruce de Amparo con Miguel Servet. Vendiendo posturas de hachís.
-Una señora ha llamado a mis padres para contarles lo nuestro, que nos vemos cada noche en Lavapiés con Cabeza. Así que hoy no voy a poder ir. Están hechos una furia. Ya sabes que desde que a mi hermano le rompieron un brazo con un bate de béisbol en aquella pelea mi padre no puede ver a ningún marroquí.
-¿Y no sabes quien era la señora?
-No, no sé.
-Debe ser la vieja esa, la mujer rubia esa que siempre nos está espiando. Más de una vez la he visto asomada al hueco de la escalera, mirándonos.
-Sí, podría ser ella. Pero ¿qué ganaría?
-No sé, ya conoces a la gente, joder.
Se iba a enterar la vieja. Omar la tenía bien fichada. Vivía encima del local de la Asociación de Yoga. Subiría hasta su casa para pedirle explicaciones. Quizá hasta le soltase una buena yoya. Para que aprendiese a meter las narices en asuntos que no eran de su incumbencia.

-¡Omar!
Oír su nombre le desconcierta. Distingue una silueta al fondo del vestíbulo. Una silueta femenina. Vestido blanco cortísimo. Cabello rubio rizado velandole el rostro.
-¡Omar!
Se acerca. No puede ser Mei Lí. Mei Lí con una peluca rubia. Con un vestido así. ¡Qué locura! ¿Y si fuese la vieja? Entonces sería verdad que había sido ella quien había llamado a los padres de Mei.
-¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre?
El perfume es tan intenso que le emborracha. Avanza un paso. Luego otro, más breve. Puede sentir el calor que desprende el cuerpo de la mujer. Alarga un brazo para comprobar la humedad de su piel. Mojada y suave. Su piel.
-Te estaba esperando, Omar.
Una mano le roza el pelo antes de posarse en la nuca. Ignacia atrae hacia ella la cabeza rizada del chico marroquí. Sus labios a punto de encontrarse.
-Cuánto has tardado.
No sabe que le sucede. Está como mareado. Sin voluntad. Se deja atraer hacia los labios que imagina rojos. Los pechos grandes y blandos. El vestido blanco por encima de la cadera. No puede resistirse. No quiere resistirse. Pero aún le alcanzan las fuerzas para mentirse a sí mismo antes de abandonarse. Dejarse ir.
-Casi no te había reconocido con ese vestido tan sexy, y la peluca rubia, Mei Lí.

 

 

 

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