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COCAÍNA
Cocaína
es una palabra que, indudablemente, tiene swing. Basta
que alguien la lea o la oiga para que se le abran los
ojos o ensanchen las aletas de la nariz. La cocaína
se asocia al sexo, a la diversión, a la locura
y al poder. Sabía lo que estaba haciendo cuando
la he utilizado -la palabra, no el alcaloide- en est artículo.
Los lectores se acercarán a husmear, que no esnifar,
con curiosidad por descubrir hacia donde voy a bailar,
qué es lo que voy a decir. La curiosidad de los
lectores está justificada: yo también la
siento, no tengo ni idea de lo que voy a escribir, me
estoy dejando llevar por la magia de la palabra, por su
oscura blancura, por su swing. Una de las más bonitas
y alegres canciones de Eric Clapton, se titula precisamente
así: Cocaine. No recuerdo cuando vi la cocaína
-la sustancia, no la palabra- por primera vez; cuando
yo era adolescente y fumar hatchís era delito carcelario,
decir cocaína era como hablar del diablo, o más
exactamente de Luzbel. Con el precio de dos gramos de
cocaína era posible pagar un mes de alquiler en
el centro de Madrid. Veo ahora, mientras bailo con la
palabra y mis recuerdos, a un tipo que había perdido
el uso de las piernas y dormía con una pistola
debajo de la almohada por si en algún momento ya
no aguantaba tanta desgracia y decidía que era
mejor pegarse un tiro. Había vivido en sudamérica
muchos años. Habló de la cocaína,
de cómo había invitado a alguien..., pero
yo no la vi. Aunque supongo que sí tuve que verla,
muchas veces y en infinitos lugares, pero es evidente
que no le presté atención. Ni siquiera le
presté atención cuando aquella mujer, amiga
de la mujer con la que yo dormía, vino una noche
de sábado a mi primera casa de Barcelona con un
tipo simpático, que se hacía rayas sin parar,
y de quien yo supuse, sin pruebas, que era traficante,
porque la amiga de la mujer con la que yo dormía
también era traficante, aunque de tabaco: en su
casa de la Barceloneta todas las cosas, desde el video
hasta las figuritas de porcelona, reposaban sobre las
facturas que debían de servir como acreditacion
o prueba de que la tele o el cuchillo eran comprados y
no robados. Gente novelísticamente interesante,
pero con poca conversación. Cocaine, cocaine, cocaine.
No fue hasta Murcia -mi vida hasta los cuarenta años
son ciudades diferentes. Allí la vi. vi. La vi
y la dediqué una novela, la primera de las protagonizadas
por Tigre Manjatan: Murciatown, una novela negra de narices
blancas. En la habitación privada de un bar vi
a un tipo delgado y rejileto, algo agresivo en el habla
y rápido de mirada, hacer dos líneas o rayas
de un metro cada una. Era visual y estimulante; en la
monótona Murcia la cocaína borraba la sensación
de que no había nada que hacer. En el demencial
Mad Madrid, suena a calma y paraíso artifical.
Su precio ha bajado radicalmente: con lo que vale un alquiler
en el centro se pueden comprar diez o doce gramos. Cocaína.
En la foto de la portada de un libro de Roberto Saviano
titulado CeroCeroCero, Cómo la cocaína gobierna
el mundo. Está muy bien. El libro de Saviano, claro,
a eso me refiero, a que el libro está muy bien.