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LOS INTELECTUALES
Se
quejaba o lamentaba Javier Marías en una de sus
casi siempre interesantes columnas en la última
página del País Semanal de la poca o nula
influencia de los intelectuales en la vida política
actual. En el artículo, titulado "Entre el
ridículo y la mansedumbre", comenzaba preguntándose
a sí mismo por qué y para qué continuaba
escribiendo cada semana; once años haciéndolo.
Una razón evidente es el dinero, desde que existen
los periódicos, las colaboraciones -se llaman así-
ayudan a los escritores a completar sus ingresos, muchas
veces exiguos o al menos insuficientes; no es el caso
de Javier Marías, fecha de hoy después del
éxito de ventas local e internacional de Los enamoramientos;
Además la columna o artículo en los periódicos
o revistas cumple la función de mantener viva la
imagen del escritor en la mente de sus presuntos o reales
lectores. Javier Marías es el Javier Marías
de sus novelas y cuentos, pero también el Javier
Marías de El País. Y yo los leo a ambos,
aunque la prosa del articulista no sea tan magnífica
y trabajada o inpsirada como la del novelista; seguí
leyendo sus novelas incluso cuando saltó de Anagrama
a Alfaguara (a pesar de mi conocida y quizá algo
enfermiza fidelidad a Jorge Herralde), pero dejé
de hacerlo cuando el primer volumen de la ambiciosa trilogía,
Tu rostro mañana, se me cayó -tres veces-
de las manos. Sin embargo, y siempre que me las tropiezo,
leo sus columnas. Aunque no puedo estar en absoluto de
acuerdo con la última cuyo título he mencionado
más arriba. Aunque sea cierto que ni Zapatero ni
Rajoy ni Griñán ni Gallardón van
a cambiar sus modos políticos ni por lo que diga
Javier Marías o por lo que diga yo. Pero sí;
por supuesto que sí podemos cambiar el mundo y
de hecho lo cambiamos sin pausa, e incluso sin prysa,
los intelectuales. Rezuma una evidente pereza, comprensible
cuando uno está obligado a escribir cada semana,
y una falta de profundidad que me entristece, la reflexión
de Marías. En primer lugar la utilidad de los intelectuales
queda probada en como los políticos buscan corromperlos,
llevarlos a su bando o pesebre, utilizar sus plumas o
imágenes o películas como arma contra el
rival en las urnas, como "pan y circo" para
los ya convencidos. Ya cobrar de El País difiere
notablemente de cobrar de La Razón; y en ese sentido
las palabras semanales de Marías llevan su indeleble
marca de agua. Si intelectual es alguien que piensa y
se expresa libremente, nuestra influencia es enorme. Lo
prueba lo sucedido en el Gamonal o la paralización
del proceso privatizador de la sanidad en Madrid. No le
decimos al político de turno que debe hacer, pero
somos como lágrimas de lluvia, caemos sobre la
tierra que es el corazón y el intelecto de nuestros
lectores, a veces calamos y a veces no, a veces el efecto
de nuestros palabras tarda años y otras llega de
inmediato. Pero por supuesto que cumplimos una función.
Somos la palabra. La palabra ajena. Y jamás deja
indiferente a nadie la palabra ajena; como sentirá
y recordará Javier Marías cuando lea esta
columna que he escrito para todos, pero también
para él.