LA SAN SILVESTRE,
COPPINI
Y SCHUMACHER
Es
un río de gente que cada año pasa por delante
de la puerta de mi casa. A partir de determinada hora,
sobre las siete o siete y media, es imposible cruzar la
avenida donde está situado el recio inmueble donde
nací y al que acabé volviendo cuando decidí
abandonar la administración y dedicarme única
y exclusivamente a escribir. Llego a tiempo para cruzar
la avenida, aunque eso no significa que vaya a subir a
casa. La temperatura es amable para un treinta y uno de
diciembre, y hay mucho que ver. Bajo el puente que soporta
la M-30 hay un grupo de músicos animando al personal
con grandes éxitos del rock de todos los tiempos,
y cierta incidencia en artistas españoles. Y entonces
lo veo, igual que lo vi en su debut en Madrid, en el Rockola,
o la Rockola como la llamaban los punkis de Carabanchel.
Es Coppini, ha subido al escenario y se estira para sacar
su cabeza calva sobre los hombros del cantante. Me hace
una mueca y canta, parece, sólo para mí.
¿Nadie más le ve? Coppini…, balbuceo
señalándole con el dedo y agarrando de la
mano a una señora de diecinueve años que
ha acudido a ver la San Silvestre con una niña
viejecita a la que llama Mamá. Es Mamá quien
reconoce el nombre de Coppini, y hace que mi mano suelte
la mano de la señora de diecinueve años,
y escupe con violencia –en mi opinión innecesaria-
“Coppini está muerto”. Es verdad, ahora
recuerdo, pero yo lo sigo escuchando y haciendo caso de
sus consejos, no miro a los ojos de la gente, no miro
a los ojos de Mamá que ahora farfulla algo contra
mi generación y el excesivo consumo de LSD. Coppini
salta del escenario y se pone a correr entre la marea
roja, mayoritariamente roja, explicándole al público
que el colecciona moscas, pero no está loco. Claro
que no, ni él, ni yo, ni Michael Schumacher, que
se ha incorporado a la San Silvestre vallecana sobre unos
esquís, rojos eso sí, e intenta adelantar
a una bici que lleva un cartelito a modo de bandera en
el que puede leerse “2ª mujer”. Se pone
al lado de Coppini y de dos velocistas disfrazados -de
pollo y Angela Merkel, respectivamente- y yo busco a otra
señora de diecinueve años para cogerla de
la mano y decirle: “mira, mira es Schumacher”.
Esta vez la cosa va mejor, y la señora se pone
a bailar conmigo mientras grita: “Bravo, Schumacher
ha salido del hospital”. Y estamos corriendo, junto
a ellos, en medio de la marea roja, detrás del
culo gordo de la líder alemana, cantando “Estoy
enfermo, como envejezco”, cuando nos adelantan Mariano
Rajoy, Zapatero y Aznar vestidos de colegialas con trencitas
rubias (a Aznar le quedan muy bien) y tarareando “Somos
los presidentes y vamos a ganar esta carrera. Pisemos
la cabeza de Urdangarín, empobrezcamos España,
robemos la ilusión a todos los que corren…”
Pero es sólo una canción, no logran quitarle
la ilusión a los miles y miles de participantes
en la San Silvestre vallecana del año 2013, y cuando
llega el río de camisetas rojas a la meta ni siquiera
se les ve: ni a los políticos, ni a los cantantes
muertos, ni al corredor de formula uno que se rompió
el cráneo esquiando antesdeayer.