EN LA OREJA VERDE
"Espera,
no empieces todavía. Es sólo un momento.
Quiero que veas algo antes". Es la voz de Jesús
Velasco, mi amigo Jesús Velasco a partir de ese
momento, el director del centro para mayores La Oreja
Verde, en Galapagar, Madrid. Espera. Momento. Ver. Antes.
Cuatro palabras y cada una de ellas absolutamente irresistible
para mí. Así que abro los brazos, sonrío
con largueza y pido al público, una cincuentena
larga de personas, una breve tregua, porque "tengo
algo que ver". Y ese algo que ver es un viaje, un
viaje que hago hasta Marruecos, sólo con la ayuda
de mis pies y la guía de Jesús, y en apenas
diez segundos. Porque al otro lado de la planta baja de
La Oreja Verde, en la sala opuesta a aquella en la que
cincuenta personas me esperan para escuchar mis aventuras
y experiencias en el África negra, está
Marruecos, todo Marruecos, o suficiente Marruecos para
que me vuelva a la memoria el olor de Fez, el color de
Marrakesh, la confusión de Tánger. Son mujeres,
muchas mujeres, todas con túnica y un pañuelo
en la cabeza velando su cabello. Hablan y ríen,
rodean a la profesora que les enseña español.
Se acerca la navidad y hay que celebrarlo y a la gente
le gusta regalar comida, a la gente española, pero
a la marroquí también. No hay clase ese
día, pero sí muchísima alegría,
y aunque me están esperando apuro -sin abusar-
los segundos. Sé que ya no están subvencionadas
ni por el estado ni por los ayuntamientos ni por la comunidad
autónoma las clases de español. Como tampoco
lo están ya las de inglés o informática.
Un desastre. Un absurdo. El inglés y la informática,
pareja de hecho de la actual modernidad, son tan importantes
a fecha de hoy como la alfabetización. Y las personas
extranjeras que quieren aprender español evidencian
un claro deseo de integración, de pertenecer a
nuestro país. En teoría esas mujeres con
las que estoy hablando y riendo no deberían estar
allí, esa clase de español no debería
de existir, pero la voluntad de Velasco y su equipo ha
conseguido mantener vivos los cursos de aprendizaje de
la lengua, también los de informática e
inglés. Ingenio y el deseo de hacer su trabajo,
indudablemente vocacional, bien. Gracias al esfuerzo de
un grupo de personas Marruecos está sólo
a unos metros de la sala a la que ya regreso para dar
mi conferencia. Mientras recorro el breve pasillo pienso
en esa frase estúpida que afirma: "No hay
nadie insustituible". Por supuesto que hay personas
insustituibles, usted que me está leyendo y yo
también. Empujo la puerta, levanto los brazos,
sonrío con aún mayor amplitud al público,
y empiezo recordando lo que ya advertí la tarde
anterior, en la que también estuve allí,
"Me gusta improvisar y esta conferencia probablemente
no se parecerá en nada, o en casi nada, aunque
traten sobre el mismo tema, a la de ayer". Y les
cuento. Les cuento como conocí a Alú Ba,
el niño mendigo de Dakar a quien no fue capaz de
rescatar. Les cuento... pero también los miro y
admiro. A la gente que estudia después de los dieciocho
o de las sesenta y seis. Magníficos, todos ellos
un regalo para mí. Feliz navidad.