LA SINDE SE HACE
UNA FOTO CONMIGO
Sucede
una mañana de martes, en los jardines de Cecilio
Rodríguez en el parque de El Retiro. Estoy allí
por el mismo motivo que está la Sinde, aunque por
supuesto entre su motivación y la mía hay
un océano de matices; se presentan los Planetas
de este año, y los ganadores son Clara Sánchez…,
y la Sinde. Mi motivo para haber acudido a la ceremonia
del bautismo planetario es puramente romántica:
sé que allí voy a encontrar a una mujer
que me encanta, castamente, y como no tengo demasiadas
ocasiones de cruzármela, después de pasar
media hora dudando como vestirme y al final poniéndome
la misma ropa, levemente desastrada, del día anterior,
me subo al coche –aunque vivo a mil quinientos metros
de El Retiro- y pierdo otra buena media hora aparcando.
Así que cuando llego apenas me da tiempo a escuchar
a Manuel Vicent sentenciado la calidad de la carrera de
Clara: ha ganado el Alfaguara, el Nadal y ahora el Planeta;
y empiezan a bailar las copitas de champán. Pero
yo no soy borracho y mucho menos por la mañana,
así que dejo pasar la primera bandeja, también
la segunda, y me dedico a saludar gente: amigos queridos,
conocidos más o menos imprecisos, e incluso algún
enemigo acosador. Entre los amigos Ramón Aranguena,
Paco Barrera o Espido Freire, entre los conocidos con
los que ya he hablado muchas veces: Pepe Martín
y su mujer elegantísima, a los enemigos ni nombrarlos…,
y luego está ella, la mujer por la que he acudido
a la presentación, por la que he perdido media
hora decidiendo como me vestía y al final claudicando
y repitiendo el atuendo del día anterior, cogido
el coche cuando no era en absoluto necesario: excepto
para dejar el sombrero, porque a ella no le gusta que
lo lleve. Allí está, claro, deliciosa y
muy ocupada. No me hace ni caso, pero yo rozo su hombro
con la punta de los dedos de la mano derecha y la obligo
a mirarme un momento. “Un fan que me ha salido”,
explica a la chica, un alto cargo de algún sitio,
que tiene al lado. Y yo sonrío encantado. El mundo
es fantástico. Pasa la siguiente bandeja con champán
y cojo una copita y desenfundo la cámara de fotos.
Disparo aquí y allá, recuerdo cuánto
me gustaba desayunar con champán cuando vivía
en Barcelona y era inmortal y millonario. Seguro que tengo
cara de iluminado. Y quizá eso lo explique. Porque
muevo la cámara a un ángulo imposible para
retratar a una chica que está firmando un libro.
No es Clara, así que debe ser la Sinde. Soy tan
despistado que no sé que cara tiene la Sinde. Pero
fallo en el disparo. La Sinde se levanta y devuelve el
libro a su propietario. “Vaya” exclamo contrariado.
“Hacemos otra” decide ella. Y yo pienso que
se va a sentar, coger otro libro y firmarlo, pero no.
“Una juntos”. ¿Juntos? Me escandalizo
un poco y enseguida me defiendo: “Soy la prensa”.
“Si no quieres, pues nada”. Pero miro a la
chica, es bastante guapa, y me da un poco de pena: quiere
fotografiarse conmigo y eso que ni siquiera llevo mi sombrero.
“Venga” cedo. Y ambos sonreímos, contentos
de nuestra generosidad, por habernos dejado fotografiar
en compañía de un extraño.
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