DESASOSIEGO
Aún
no he vuelto, aún no he regresado a “la ciudad
de los espejos, donde jóvenes y viejos, no se cansan
de mirar, el miedo que están pasando, la crecida
inestabilidad... su desasosiego”. Aún no
he vuelto aunque ya estoy a punto de hacerlo. Me he entretenido
en la cueva escribiendo y pensando y bailando con los
últimos rayos del sol de verano; al caer la tarde,
sólo en la piscina, rodeado de árboles cimbreantes
y caminando sobre la alfombra de césped impecable,
dejándome ganar por un deseo de eternidad e inercia:
ojalá pudiera ser así indefinidamente, ojalá
pudiera quedarme siempre en este “ahora”,
con el agua fría, el sol dorado y caliente y, el
césped cosquilleante, mientras los demás,
amigos , enemigos e indiferentes se afanan en la lucha
por la supervivencia, luchan contra el desasosiego que
se ha instalado en el ambiente, el inútil temor
al futuro, el peso de sentir el desánimo en los
rostros que les rodean. “Ya ha comenzado el cambio
de ciclo”, me dice Javierón mientras cenamos
en un italiano. Y probablemente es cierto, él siempre
está bien informado, pero sólo puede referirse
al ciclo económico; y aún será necesario
que pasen dos o tres años para que la “multitud
flotante” pueda sentir en sus bolsillos, y en su
modo de andar, y en la expresión de sus caras,
que ya se ha terminado el tiempo del desasosiego. Es raro
encontrar a alguien que no se mueva como furtivamente,
asustado, que no se fuerce a sí mismo hasta los
límites y no se preocupe del precio del pan, de
la gasolina, del dentista, del fontanero; incluso los
más ricos, porque no es fácil blindarse,
aunque algunos lo consigan con relativo éxito,
pues siempre hay un pariente pobre, un hijo sin suerte,
un amigo al que hay que abandonar para evitar tener que
compartir con él, el éxito o el dinero.
Desasosiego. El hotel vale ochenta euros, ¿cuánto
te han costado las gafas?, hace días que M no sale
porque no tiene nada de dinero.
Me gustaría quedarme bailando sobre el césped,
con la piel aún fría tras salir del agua,
el sol abrazándome, los árboles con sus
despreocupados balanceos. Me gustaría quedarme
escribiendo. Me gustaría vivir sólo para
pasear y perder el tiempo. Me gustaría..., escribir
sobre ello, como lo estoy haciendo. Porque lo cierto es
que si mañana- y el miércoles y el viernes-
fuese como ayer -el césped, el sol, el agua fría,
los árboles y su cimbreo-, acabaría sintiendo
también en la cueva como me gana el desasosiego.
En realidad sólo me preparo, es una despedida de
un verano en el que he sabido desconectar de todo y de
todos, un verano perfecto. Y mientras camino sobre el
césped, dando vueltas alrededor de la piscina,
su murmullo de fuente árabe, la cabeza libre de
pensamientos, subo la nariz de vez en cuando para ventear
el aire, buscando la humedad austera del próximo
invierno, que será suave, como siempre lo son en
el país donde ahora vivo, y yo estaré en
pleno campo de batalla, en el centro del salón
de baile, sosegando con mis palabras y mi actitud a quienes
me rodean y a mí mismo, haciendo cuanto me parezca
oportuno, sin rendirme. Venciendo el desasosiego.