EL
ASOMBROSO SALARIO DEL SEÑOR CEBRIÁN
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Llegó a mis oídos la cifra,
la asombrosa cifra (para mí, pobre mortal) correspondiente
al salario que ganaba Juan Luis, Juan Luis Cebrián,
por casualidad. Habían despedido, un ERE,
de El País a la mujer
de un buen amigo; los expulsados del paraíso
de Prisa se aglutinaron en la Plaza de la
Ópera con motivo de una fiesta o reunión
convocada en el Teatro que comparte nombre con la plaza;
y cada vez que entraba un invitado voceaban un nombre,
y un golpe de platillo. A saber: Juanito Tal:
despedido, Juan Luis Cebrián: ¡trece millones!;
Menganita Pan: despedida, Juan Luis Cebrián
: ¡trece millones!
Trece millones, trece millones de euros, si fuesen cayendo
del cielo en billetes sería una pesadilla tenerlos
que contar. ¿En qué se pueden gastar trece
millones de euros al año? Me pareció una
cantidad tan brutal, tan asombrosa, palabra que seguiré
repitiendo a lo largo de esta columna hasta que me deje
de “asombrar”, que no lo creí. Cebrián,
el mejor director que había tenido El País
cuando El País era el mejor periódico del
país; un hombre coherente, unido a la tierra y
a la realidad por las raíces de sus ideales y de
la calidad personal. Y como no me lo podía creer,
pregunté y pregunté y pregunté; pero
la cifra no derribé. Al parecer era verdad. “Se
los pagan sus accionistas”, comentaban con cierto
regocijo y frialdad mis fuentes imbricadas en las montañas
del capital. Pero lo que ya me hizo abrir la boca y necesitar
un enorme esfuerzo para volverla a cerrar, fue enterarme,
dos periodistas, aún de plantilla, del grupo que
paga trece millones de euros a Cebrián, me contaron
que:
“Cebrián
no comprendía por qué causaba tanto asombro
o revuelo o malestar su salario en los medios de comunicación”.
Cebrián
no comprendía. No comprendía que si más
del noventa por ciento de la población se pone
a su lado llega a la conclusión de que en cuarenta
años trabajando gana menos dinero que él
en un mes. Eso duele, Juan Luis. Eso duele, Cebrián.
Le duele al padre que se deja el alma y la salud, infarto
antes de la jubilación. Duele a la chica con dos
carreras que nadie parece querer contratar. Cuarenta años
de su vida por un mes de la tuya. Cuarenta años,
los mismos que estuvo Franco en el poder.
Quizá Franco tampoco comprendía “el
revuelo”, y a él también” le
asombraba el asombro”, pero Paco tenía los
cojones de pasar por ser un dictador, y no un asalariado
al servicio del capital.
No envidio a Cebrián. Pero sí me asombran
los trece millones. Y me entristece pensar en quien, o
en qué, se ha convertido alguien que para mi generación
fue una referencia política y cultural. El único
modo digno de ejercer la libertad es usarla en favor de
la comunidad. Cambiarla por un avión privado carece
de sentido si la amas de verdad. Cebrián recibe
tanta agua/ dinero, que -si se descuida- lo ahogará;
mientras a su alrededor sufren escasez, y a veces hasta
sed, aquellos cuya condición esgrimía para
cimentar su -nuestro- ideal. Ideal que tenía un
precio. Un precio asombroso, eso sí, en los tres
significados que da a la palabra el diccionario oficial.