LA MEJOR CERVEZA
QUE HE PROBADO JAMÁS
Sucede una noche del final
del verano, una noche suave y agradable, en la que acompaño,
y no es la primera vez, a mis amigos Luqui
y Montxo a una cervecería y marisquería
bautizada como Taberna La Plaza. Ambos
son hombres que saben beber; yo no. Por eso cuando Antonio,
Antonio Barrios, el propietario del local,
me pregunta si quiero un segundo doble de cerveza estoy
a punto de responder -instinto- que no gracias, que yo
no soy bebedor, y que con un doble voy más que
sobrado. Pero respondo que sí, porque me siento
especialmente bien, a pesar de que cuando había
acudido a ver a Luqui y Montxo estaba especialmente regular
tirando a mal; y quizá sea la cerveza, aunque a
mí la cerveza no me ha gustado -de verdad-jamás;
no me ha sentado bien jamás. Pero ¿y si
esa cerveza fuera diferente? Pues parece que así
debe ser, así que me arriesgo y después
del segundo doble aún pido un tercero; cada vez
me siento más fenomenal. No estoy borracho, ni
mucho menos, el sabor -como sería lo habitual-
no me cansa, y mi humor es expansivo, cercano al mito
de la absoluta felicidad. Entonces pregunto. Pregunto
y soy respondido. En efecto la cerveza es especial, y
me cuentan una historia de temperaturas, marcas, alambiques
y otros detalles que escucho sin comprender ni memorizar.
Pero a continuación Antonio añade un último
detalle, que sí memorizo y casi comprendo: la forma
de “tirarla” es fundamental. Me enseña
un título que en todo Madrid apenas tienen media
docena de personas (creo que eso fue lo que dijo), y que
le acredita como maestro cervecero. Como es natural, y
aunque acepto lo que está diciendo, en el fondo
pienso que por muy bien que se tire una cerveza la clave
tiene que ser el líquido, y no la mano del tabernero.
Pero semanas después
pruebo la misma cerveza servida o tirada por otras manos,
y compruebo -muy sorprendido- que no sabe igual. Pero
aún hay más: tampoco me sienta igual; y
como ya no me gusta tanto no acepto el segundo doble que
me ofrece su encantadora mujer, Carmen.
Repito el experimento varias veces, y el resultado se
repite con la monotonía de una fórmula matemática:
cuando es Antonio Barrios quien me sirve la cerveza, quien
la “tira”, no me emborracho, me cae bien al
estómago, me alegra el paladar, y salgo de la taberna
tan contento que el mundo entero me parece maravilloso,
que no hay nada ni nadie que me pueda desagradar.
He tomado cervezas en muchos lugares del mundo, en cuatro
continentes, siempre un poco resignado, porque es barata,
la piden quienes me acompañan o a quienes acompaño,
no emborracha demasiado... Pero hasta que no entré
en la Taberna La Plaza debo
admitir que no tenía ni idea de lo que la cerveza
podía ser pura magia, un elixir de la felicidad.
De Antonio Barrios no sé demasiado, excepto que
ha vivido en China bastantes
años, y que a su regreso montó la cervecería
en la Plaza Vieja de Vallecas,
junto al Bulevar, porque cree que es un lugar especial,
que se debe reivindicar; y él lo está haciendo:
con su excelente taberna, con esa cerveza: sorprendente
cuando él la “tira”, pero nadie más.